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EDITORIAL


El análisis del proceso salud-enfermedad requiere, ya en los umbrales del siglo XXI, de un paradigma integral para su comprensión que no puede sino alimentarse de as distintas disciplinas teóricas que dan cuenta de un objeto de estudio compartido: el hombre, los grupos, las instituciones, la comunidad y la sociedad en su conjunto.

Estas disciplinas que contribuyen a explicar, en mayor o menor grado, el proceso salud-enfermedad Antropología, sociología, economía, medicina, psicología, etc.) son, a su vez, un producto histórico social, cuya formalización social en un conjunto organizado de conocimientos da lugar a las distintas profesiones presentes en cada momento.

Los intereses de distintos grupos, sus relaciones de poder, las necesidades y demandas sociales, etc., determinan el interjuego entre estas distintas profesiones/disciplinas no sólo a la hora de recurrir o ellas para analizar este fenómeno sino, lo que es más importante, al plantearse la intervención sobre él.

Así, ese discurso global, abstracto, sobre la integralidad/interdisciplinaridad del abordaje a la salud, se desenmascara como falaz cuando es la práctica cotidiana la que nos habla de la verdadera realidad ¿Cómo se materializa en el quehacer diario ese "o priori" de la interdisciplinaridad en salud?

¿De qué manera se tienen en cuenta los aportaciones teóricas de estos disciplinas o la hora de planificar, diseñar programas e intervenir en los problemas de salud?

¿Dónde se incluyen antropólogos, sociólogos, economistas, etc. y, por supuesto, psicólogos en las instituciones que se ocupan del proceso de salud-enfermedad?

Desgraciadamente, todavía es grande lo distancia entre discursos interdisciplinarios y realidades predominantemente medicalizadas bajo el prisma biomédico hegemónico.

Interdisciplinaridad en salud conlleva, en lo práctica, el trabajo intersectorial e interinstitucional.

El trabajo en salud (y no sólo el trabajo con la enfermedad) exige una colaboración entre los distintos sectores sociales (sanidad, educación, cultura, urbanismo, bienestar social, etc..), lo que implica el establecimiento de políticas de salud (Además de una política sanitaria) y el trabajo coherentemente coordinado de las distintas instituciones que llevan a cabo dichas políticas (sistema sanitario,, sistema educativo, servicios sociales, deportivos, etc.), que fomente la prevención, desarrolle la educación para la salud y que promueva la salud entendida como aumento del bienestar social y de lo calidad de vida.

Además, la Comunidad, la Sociedad, no puede ser un objeto pasivo de estas políticos de salud, sino que, al contrario,, ha de ser protagonista activa para ir marcando la dirección y el sentido de esa calidad de vida cuyos destinatarios son ellos mismos

Resumiendo, interdisciplinariedad implica en este orden intersectorialidad, trabajo interinstitucional y, por último, trabajo en equipo.

Es aquí, en el trabajo en equipo entre diferentes profesionales donde podemos observar la mayor parte de las contradicciones entre el discurso político- programático y la realidad de las prácticas la primera dificultad la encontramos en su composición. En los Equipos de Atención Primaria, ya a nivel de Equipo Directivo, ya a nivel de Centro de Salud, además del clásico personal sanitario (médicos y enfermeros/as) solamente se han incorporado, y en ínfimas proporciones, trabajadores sociales, brillando por su ausencia psicólogos, sociólogos, etc. Evidentemente, las tareas de prevención, promoción y educación para la salud, así como las de investigación y formación, o son relegadas "sine die" o se realizan bajo el enfoque del modelo médico, más allá de la buena voluntad de algunos profesionales comprometidos con un verdadero cambio en la atención a la salud.

En los hospitales, la situación no es más optimista.

A pesar de las consistentes experiencias, nacionales e internacionales, que muestran la eficacia de un trabajo en equipo interdisciplinar con enfermedades diversas (crónicas, cáncer, terminales, etc.), en intervenciones quirúrgicas y con los mismos profesionales médicos en tareas de asesoramiento, contención y formación, etc., es muy infrecuente ver a otros profesionales no médicos en nuestro ámbito hospitalario.

Por último, refirámonos al campo de la salud mental donde ha sido más ostensible la incorporación de nuevos profesionales (psicólogos y asistentes sociales). Lo que en sus comienzos se anunciaba como un proceso prometedor de cambio con innovadoras experiencias, sobre todo en el campo de la salud mental comunitaria, impulsados en muchos casos conjuntamente por equipos interdisciplinarios, ha ido aquilosándose y burocratizándose al mismo ritmo que la "Reforma Psiquiátrica" se extendía.

Sin querer generalizar injustamente, estamos observando una tendencia a la excesiva jerarquización de los equipos "obviamente" dirigidos por psiquiatras. Los programas quedan reducidos exclusivamente a la asistencia (rayando el asistencialismo psicofarmacológico) que descuida u omite el trabajo comunitario y el funcionamiento en equipo adquiere tintes formales y tecnocráticos en detrimento del análisis, la autocrítica y la participación democrática de sus integrantes. Es quizá un poco idealista plantear, con esta situación tan embrionaria, una cierta superación de la interdisciplinaridad. Sin embargo, un profundo planteamiento interdisciplinario puede llevarnos a un cuestionamiento de la misma entidad de algunas disciplinas y/o profesionales (recordemos que históricamente determinados por cada sociedad y sus relaciones de poder) Al tiempo que se puede replantear la teorización de los fenómenos a estudiar desde perspectivas epistemológicas no institucionalizadas por el poder.

Entonces quizás comenzaremos a hablar de la transdisciplinaridad como algo nuevo a construir juntos desde la identidad del quehacer científico y la libertad para nuestro propio cuestionamiento.