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SECCION MONOGRAFICA

Identidad y adolescencia. Reflexiones sobre un mito
Identity and adolescence. Reflections on a myth

 

Silvia TUBERT


RESUMEN

ABSTRACT

PALABRAS CLAVE

KEY WORDS

I.

II

III

IV

REFERENCIAS


RESUMEN

En este trabajo se contraponen dos diferentes enfoques de la adolescencia: el que considero como toreo específica de lo fase adolescente el logro de la identidad (Erik Erikson, Peter Blos) y el que centra la problemática adolescente en la búsqueda de reconocimiento del sujeto en tanto deseante, basado en los trabajos de Sigmund Freud y Jacques Lacan. Desde el segundo punto de vista el concepto de identidad da testimonio de un personaje social más que de la autenticidad del sujeto.

ABSTRACT

Two different approaches to the question of adolescence ore opposed in this paper: one of them considers that the fase-specific task in adolescence is to achieve an identity, as exposed in the works of Erik Erikson and Peter Blos; the other centers this moment of life in the search of the subject to be recognized as desiring subject. According to this second point of view, based on the works of Sigmund Freud and Jacques Lacan, the concept of identity refers more to a social character than to the subject's authenticity.

PALABRAS CLAVE

Adolescencia. Identidad. Narcisismo. Sujeto. Deseo.

KEY WORDS

Adolescence. Identity. Narcissism, Subject. Desire.

 

"Es significativo que un cuadro construido como un sueño, en el cual el deseo reprimido juega un papel, remita la infancia... "

S. FREUD

 


I.

Con la publicación de los "Tres ensayos sobre teoría sexual", en 1905, la teoría psicoanalítica concluye el periodo de sus comienzos. Esta obra se aleja en cierta medida de la línea que Freud había seguido hasta ese momento. En efecto, su principal instrumento de descubrimiento había sido la interpretación, que en los "Tres ensayos" tiene un lugar accesorio, Consideradas de una manera esquemática, las tres obras precedentes que iluminan las formaciones del inconsciente ("El chiste y su relación con lo inconsciente", "La interpretación de los sueños" y "Psicopatología de la vida cotidiana") estaban organizadas en una serie de capítulos constituidos por ejemplos interpretados y un capítulo final en el que se elaboraban las conclusiones teóricas de los mismos (Mannoni, 1970). En los "Tres ensayos" Freud elabora las conclusiones de sus trabajos precedentes en lo que concierne a la sexualidad.

Por otra parte, encontramos que el texto no se orienta, como los otros tres citados, hacia el mundo del deseo y del fantasma. El complejo de Edipo, por ejemplo, no aparece mencionado en los "Tres ensayos" de 1905; Freud lo incluirá en ediciones posteriores.

El psicoanálisis se funda, de este modo, en dos pilares diferentes: la interpretación de los sueños y la teoría sexual. El primero releva el concepto de deseo, el segundo formula el concepto de pulsión; ambos fueron presentados siempre por Freud en dos escenas separadas. El deseo se funda en una falta, se refiere a la nostalgia de una experiencia pasada y de un objeto perdido, manifestándose en la misma escena en la que aparecen el fantasma y el sueño, buscando su realización. La pulsión no aparece como tal en la escena fantasmática, excepto a través de sus "representantes". Se trata de una carga energética que aporta un flujo constante de excitación de la que el organismo no puede escapar, estimulando el funcionamiento del aparato psíquico.

O. Mannoni ha señalado que "La interpretación de los sueños es una obra para redescubrir incesantemente, que siempre nos resulta novedoso porque en ella asistimos a la apertura del inconsciente, viéndonos perturbados una y otra vez por la incomprensión y la represión" (Freud había indicado que no sólo la práctica sino también el estudio teórico del psicoanálisis nunca deja de despertar resistencias).

Los "Tres ensayos" ' en cambio, perdieron el poder de sorprender que tuvieron en el momento de su publicación. En el prefacio de la 2ª edición Freud formulaba el deseo de que su obra envejeciera rápidamente y de que todas las novedades que había aportado se convirtieran en lugares comunes. En lo esencial este deseo se ha cumplido, pero no sin malentendidos.

Así, una comprensión incorrecta de los "Tres ensayos" dio lugar a la asimilación de la concepción freudiana de los estadios libidinales a una teoría evolutiva del desarrollo. En el campo de la psicoterapia de niños ésto se tradujo en la tendencia a concebir ciertos problemas neuróticos como efectos de un desarrollo inhibido y a perseguir la quimera de "normalizarlo".

¿En qué radica, entonces, la originalidad de la teoría sexual que Freud expone en los tres ensayos"? Podemos mencionar, esquemáticamente, dos puntos cruciales:

1) Con el concepto de pulsión (Trieb) Freud aniquila la noción de instinto (Insfinkt) en lo que atañe a la sexualidad humana. En tanto el instinto es un comportamiento fijado por la herencia, característico de la especie, performado en su desarrollo, y adaptado naturalmente a su objeto, la pulsión es un concepto "límite entre lo físico y lo psíquico" que, como ya hemos señalado, corresponde a una fuente de excitación que fluye continuamente (a diferencia de los estímulos producidos por excitaciones aisladas procedentes del exterior del organismo), que opera como una exigencia de trabajo impuesta al aparato psíquico (Freud, 1905).

La noción de pulsión se desprende de la descripción de la sexualidad humana; en ella, el acento no está puesto en una finalidad particular sino en una orientación general, destacándose el carácter irreprimible de la Incitación" más que la fijeza del fin y del objeto. Apoyándose en el estudio de las perversiones y de las modalidades de la sexualidad infantil, Freud refuta la concepción vulgar que atribuye a la pulsión sexual un fin y un objeto específicos y la localiza en la excitación y el funcionamiento del aparato genital. Por el contrario, muestra cómo el objeto es variable, contingente, y sólo es elegido en su forma definitiva en función de las circunstancias de la historia del sujeto. Los fines son múltiples, parciales, y dependen estrechamente de fuentes somáticas que también son múltiples y susceptibles de adquirir y conservar una función prevalente para el sujeto (zonas erógenas).

Las pulsiones parciales dependientes de las zonas erógenas sólo se subordinan a la zona genital y se integran en la realización del coito al cabo de un proceso complejo que no está garantizado por la maduración biológica.

La revolución que produce Freud al sustituir la noción de instinto por la de pulsión conduce a la disolución de la ilusión que transforma lo oscuro en monstruoso y divide la imagen del hombre en una mitad animal y una mitad racional. Tanto los síntomas neuróticos como los productos más elevados del psiquismo" surgen de una misma fuente: los "restos" de las pulsiones perversas infantiles.

2) El concepto freudiano de pulsión implica la diferenciación entre sexualidad y genitalidad. La diversidad de fuentes somáticas indica que la pulsión sexual no está unificada de entrada sino que está fragmentada en pulsiones parciales cuya satisfacción es local. La sexualidad "adulta normal" se constituye a partir de estas pulsiones parciales, cada una de las cuales representa lo que se consideraría como una perversión si escapara a su "normalización", como sucede en el caso de fijaciones o regresiones a una de las etapas por las que pasa la organización de las pulsiones. Al cabo de un proceso complejo y aleatorio las pulsiones se organizan bajo la primacía de la genitalidad. El juego de las pulsiones parciales se puede observar en el niño, en sus actividades sexuales parcelarlas ("perversidad polimorfa") y en el adulto, en forma de placeres preliminares al acto sexual, y en las perversiones.

De este modo Freud rompe también con la concepción vulgar que sitúa en la pubertad el comienzo del funcionamiento sexual: el reconocimiento de la sexualidad infantil hiere el narcisismo cristalizado en una imagen del niño que sirve de soparte a una mitología idealista. La diferenciación entre sexualidad y genitalidad permite comprender tanto la sexualidad infantil como la sexualidad perversa en la misma perspectiva que la sexualidad "adulta normal".

Pero el concepto de pulsiones parciales es correlativo del de organizaciones libidinales: el análisis de una organización sexual pone en evidencia las pulsiones que se integran en ella. Si hablar de estadios puede conducir al error de entenderlos como una sucesión mecánica de una serie de etapas diferentes, el concepto freudiano revela una complejidad que convierte en abusiva esa interpretación:

1. La historia constitutiva del sujeto no se correlaciona linealmente con la transferencia: ésta no repite mecánicamente las fases sino que descubre idas y vueltas, superposiciones, retroacciones; lo que ocurre después marca los sucesos precedentes; no hay coincidencia entre cronología e historia.

2. Freud no habla de un mero pasaje a través de zonas erógenas, sino de organizaciones del mundo en función de determinados significantes, de la construcción de estructuras míticas. Los estadios no corresponden exactamente a una realidad empírica; las teorías sexuales infantiles muestran cómo se sitúa el sujeto fantasmáticamente en un momento dado, en tanto el niño está incluido en un intercambio lingüístico que opera como proceso simbólico estructurante de su subjetividad.

3. En consecuencia, la fase genital, como las que la preceden, no es más que una construcción teórica: la unificación de las pulsiones nunca se alcanzan definitivamente sino que, como hemos dicho, siempre hay "restos" que dan lugar a la formación de síntomas, inhibiciones, sublimaciones.

4. El concepto de regresión no implica la realidad de la regresión. Esta sería una deformación en tanto supone que la regresión corresponde a una realidad material, biológica, cuya naturaleza se descubre en un acontecimiento sucedido realmente. Se cae así en una concepción idealista del tiempo, como un continuo reversible, progresivo o regresivo. Para Freud el tiempo es complejo, o al menos doble: el tiempo cronológico y el tiempo del inconsciente, no tomado en sí mismo, ya que es intemporal, sino en las inscripciones que efectúa sin cesar. Es imposible regresar realmente: los fantasmas, las imágenes y el lenguaje que separan al sujeto de lo real tornan imposible el descubrimiento de la conexión original. La idea de regresión se refiere a la actualización de lenguajes antiguos, los propios de la sexualidad infantil (Freud, 1909).

Por el contrario, toda concepción evolutiva de las "etapas del desarrollo" se vincula indisolublemente a la idea de madurez y de adaptación. Cada fase pasa a ser una etapa recorrida en el camino de una adaptación progresiva que permite un mejor-vivir al individuo reforzando sus mecanismos de defensa, asegurándole un "yo" fuerte y resistente, y que culmina con el logro de la "madurez" del adulto. Detrás de esta máscara, el adulto rechaza su infancia y su adolescencia, como meras fases preparatorias que supuestamente ha dejado atrás.

II

Algunos autores neo-freudianos señalaron que la adolescencia había sido descuidada por los primeros textos psicoanalíticos. Pero se ha dado el caso de que el interés teórico por la adolescencia se acompañara de una reducción del papel determinante de la infancia en la constitución del sujeto, del mismo modo que la acentuación de la importancia del concepto de identidad del yo coincide con una limitación de la importancia de la sexualidad. Así, dice Hartmann: Las potencialidades para la formación de la personalidad durante la latencia y la adolescencia han sido menospreciadas en los escritos psicoanalíticos". Y agrega Erikson: "El estudio de la identidad se vuelve tan estratégico en nuestra época como el estudio de la sexualidad lo fue en tiempos de Freud" (Erikson, 1980).

En la obra de Erikson encontramos muy pocas referencias teóricas a las formaciones del inconsciente; parecería que este autor tratara de reducir su "peligrosa influencia:"El origen inmaduro de su conciencia pone en peligro la madurez del hombre y sus obras: el temor infantil lo acompaña durante toda la vida. Esto es lo que los psicoanalistas intentamos corregir en los casos individuales".

Para Erikson "un ser humano es siempre un organismo, un yo y un miembro de una sociedad, y está involucrado en los tres procesos de organización". "En la historia de la ciencia estos tres procesos han pertenecido a tres disciplinas científicas distintas -biología, psicología y ciencias sociales- cada una de las cuales estudió lo que pudo aislar, contar y disecar: organismos individuales, mentes individuales y conjuntos sociales". Como vemos, la ausencia del inconsciente en la primera enumeración responde a la ausencia del psicoanálisis en la segunda.

Sin embargo, Erikson no deja de nombrarlo: se propone considerar la base biológica de la teoría psicoanalítica, la cronología freudiana del desarrollo de la libido y relacionarla con lo que sabemos sobre el yo y con lo que estamos empezando a aprender sobre la sociedad. Pero aclara que "debemos buscar el lugar apropiado de la teoría de la libido en la totalidad de la vida humana. Si bien es necesario seguir estudiando los ciclos de vida del individuo delineando las posibles vicisitudes de su libido, debemos tomar en cuenta el peligro que implica obligar a personas vivas a tomar el papel de marionetas de un mítico Eros, lo cual no implica ninguna ventaja para la terapia ni para la teoría".

De modo que por un lado los estadios libidinales se reducen a una cronología biológica (correspondiente al "organismo") y por otro su acción se correlaciona isomórficamente con la de las fuerzas sociales para lograr un equilibrio esencial al "mantenimiento del mundo humano" en tanto Erikson formula los dos siguientes supuestos: " 1) que la personalidad humana se desarrolla en principio de acuerdo con pasos predeterminados en la disposición de la persona en crecimiento a dejarse llevar hacia un radio social cada vez más amplio, a tomar conciencia de él y a interactuar con él; 2) que la sociedad tiende en principio a estar constituida de tal modo que satisface y provoca esta sucesión de potencialidades para la interpretación y de intentos para salvaguardar y fomentar el ritmo adecuado y la secuencia adecuada de su desenvolvimiento".

Como veíamos, la importancia de la sexualidad dejo su sitio a la importancia del yo (estamos ya en el terreno de la psicología), que Erikson define como "un principio central de organización en la experiencia y la acción del hombre", "el núcleo del individuo", " El yo es una "institución interna" desarrollada para proteger un orden 1 dentro del individuo, del que depende todo orden externo. La necesidad perdurable del individuo de que su voluntad esté reafirmada y delineada dentro de un orden adulto de cosas que al mismo tiempo reafirma y delinea la voluntad de los otros, tiene una salvaguardia institucional en el principio de la ley y el orden". La ley moral, que Freud hacía derivar del complejo de Edipo y de castración en tanto implican la asunción del tabú del incesto, se ve aquí reducida a salvaguardar las necesidades propias de la fase anal.

En este contexto, el Edipo no se refiere más que a un complejo de sentimientos. Así, por ejemplo, Erikson rebaja la diferencia entre la rivalidad edípica y la rivalidad entre hermanos a una mera diferencia de tamaños: una se refiere a rivales más grandes y la otra a rivales más pequeños.

En concordancia con ello, "la genitalidad infantil está destinada a permanecer rudimentaria, una mera promesa de cosas por venir. Si no se provoca específicamente una manifestación precoz, a través de frustraciones o costumbres especiales (tales como el juego sexual en grupos), dicha genitalidad no suele. Ocasionar más que una serie de experiencias fascinantes, que son bastante atemorizantes e insustanciales como para caer bajo la influencia de la represión". Como veremos más adelante, es muy distinto el cuadro de la fase fálica pintado por Freud.


1 El subrayado es mío.


Si bien Erikson afirma que 1a identidad psicosocial se desarrolla a partir de una integración gradual de todas las identificaciones" teniendo el todo una cualidad diferente de la suma de sus partes, no dejo de señalar que "bajo circunstancias favorables, los niños tienen el núcleo de una identidad separada desde los comienzos de la vida; a menudo deben defenderse incluso contra la necesidad de sobreidentificarse con uno de sus padres o con ambos". Esta identidad "a priori" resultaría ser entonces el correlato psicológico de la unidad orgánica, que sólo esperaría para completarse el "aparte" social y cultural: "Esto (un sentimiento de confianza) crea en el niño la base para un sentimiento de identidad que más tarde combinará un sentimiento de ser 'aceptable', de ser uno mismo y de convertirse en lo que la otra gente confía en que uno llegará a ser". La propia identidad consistiría, entonces, en responder a las demandas de los otros.

"El sentimiento de identidad yoica es la confianza acumulada en que la mismidad y la continuidad intensivas preparadas en el pasado encuentren su equivalente en la mismidad y la continuidad del significado que uno tiene para los demás, tal modo se evidencia en la promesa tangible de una 'carrera'."

De esta búsqueda de identidad emerge el adulto. Erikson critica al psicoanálisis por haber descuidado una formulación del problema de la genitalidad en una forma significativa con respecto a los procesos de la sociedad. Para él, junto a la "potencia orgástica libre de interferencias pregenitales" lo que define a la adultez es la integridad del yo: la seguridad acumulada del yo con respecto a su tendencia al orden y al significado. Es un amor post-narcisista del yo humano como una experiencia que transmite un cierto orden del mundo y un sentido espiritual, por mucho que se haya debido pagar por ella."

De donde se desprende que existe una etapa en la que se logra dejar atrás las pulsiones pregenitales como el narcisismo. El orden, la espiritualidad y la imagen que celebran los otros merecen el precio de la renuncia a desear. Erikson nos advertía contra el peligro de ser marioneta de un mítico Eros, pero considera "maduro" ser la marioneta de una mítica identidad cultural, siempre que éste permita obturar la falta de ser.

Así, dice Erikson: "El estilo de integridad desarrollado por su cultura o su civilización se convierte en el 'patrimonio de su alma', el sello de su paternidad moral de sí mimo. En esta consolidación final, la muerte pierde carácter atormentador". "A fin de acercarse a la integridad o de experimentarla, el individuo debe aprender a seguir a los portadores de imágenes en la religión y en la política, en el orden económico y en la tecnología, en la vida aristocrática y en las artes y las ciencias".

Efectivamente, los mercaderes de imágenes pueden ayudarnos a neutralizar hasta la misma muerte. No es casual que Erikson sólo haga referencia a la pulsión de muerte, cuyo lugar, como sabemos, es fundamental en la teoría freudiana, como "una cuestión esencialmente filosófica, basada en el compromiso original de Freud con una mitología de las pulsiones primarias".

Peter Blos es otro autor que sigue una línea de pensamiento similar a la de Erikson. Si Freud abrió la posibilidad de considerar a la sexualidad infantil y a las perversiones en la misma perspectiva de la sexualidad "normal", Blos da un paso atrás al considerar, como Erikson, que las pulsiones pregenitales son "Interferencias en el progreso hacia la madurez" (Blos, 1971).

Para Blos la finalidad del proceso adolescente es hacer retroceder la infancia "hacia la historia, a la memoria", estableciendo así un corte entre el presente y la historia pasada, Esta anhelada liquidación de la infancia se aleja bastante de la concepción freudiana en la que el sujeto restituye su pasado en la pubertad con el fin de superarlo, pero esta superación es la única forma de conservarlo. Cuando Freud descubre que el deseo que se realiza en el sueño procede de la infancia del sujeto, escribe que "en el sueño continúa viviendo el niño con sus impulsos infantiles" (Freud, 1900),

El proceso llega a su fin cuando se establece Una identidad sexual apropiada y egosintónica: la sexualidad debe caer bajo el dominio del yo y éste a su vez modelarse según los ideales sociológicos de masculinidad y feminidad: estas formaciones estables, irreversibles, con una sintonía yoica fija, constituyen el terreno en donde se ancla el sentido de la identidad. No sería exagerado decir, entonces, que el proceso tiende al establecimiento de una sólida caracteropatía, allí donde Freud hablaba de incesantes desplazamientos y sublimaciones, También Erikson consideraba que gran parte de la vida sexual en la adolescencia corresponde a la búsqueda de identidad.

Blos considera que la intensificación del narcisismo en la adolescencia corresponde a una regresión en tanto el desarrollo del yo debería conducir a su consolidación, así como el afianzamiento del "sentido de la realidad". Dice Peter Blos: "Podemos afirmar que la adolescencia propiamente dicha llega a su fin con el establecimiento de un conflicto idiosincrático y la constelación de impulsos que durante el final de la adolescencia se transforman en un sistema unido e integrado."

Es difícil hallar alguna relación entre esta concepción y la tensión dialéctica blamiento de la evolución sexual en dos fases. Y por último se interesó por la investigación sexual infantil y, a partir de ella, deesistiéndose a su separación delfobjeto) al carácter variable delntil (hacia los cinco años) con la estructura definitiva sexual del adulto".

Ya en la edición de 1922 de los 7res ensayos" afirmaba que con frecuencia, o ficticia "unidad integrada" Bls años infantiles una elección de objeto semejante a la que caracteriza la fase de la pubeadolescentes "¿quién soy yo?" orientárldose todas las pulsiones sexuales hacia una única persona, en la cual desean conseguir sus fines. Esta es la máximo aproximación posible en los años infantiles a la estructura definitiva de la vida sexual posterior a la pubertad. La diferencia radica sólo en que la Intesis de las pulsiones parciales y su subordinación a la primacía de los genitales no aparecen aún establecidas en la infancia, o aparecen sólo muy im-perfectamente. La constitución de tal primacía es entonces la última fase de la organización sexual.

Pero en 1923 ya no le satisface la idea de que la primacía de los genitales aparece sólo imperfectamente establecida en la infancia: la afinidad de la vida sexual infantil con la del adulto va mucho más allá y no se limita a la emergencia de una elección de objeto. Si bien el niño no llega a establecer una síntesis completa de las pulsiones parciales bajo la primacía de los genitales, el interés dedicado a éstos y la actconstitutivaal adquieren una importancia predominante poco inferior a la que logran en la madurez.

6En qué radica entonces la especificidad de la adolescencia? Aquí tocamos un punto consoportancia cuyas consecuencias ae es el yo (síntesis del yo), Bltes a la teoría. La or-ganización genital infantil se diferencia de la organización genital definitiva del adulto por algo que constituye al mismo tiempo el rasgo fundamental y definitorio de aquella organización: el sujeto infantil no admite sino un sólo órgano genital, el masculino, para ambos sexos. No exiel yo como tareas de la vida", "tal sino una primacía d autorepresentación del adulto"alta del pene en las niñas responde el niño negando tal falta primero e interprdejaría alego como el resultado de una castración, lo que lo lleva al temor de sufrir una mutilación análoga, Así, "para estimar exactamente la importa los aspectos pulsionales son "ión es necesario atender al hecho de su emergencia en la fase de la primacía del falo" (Freud, 1923).La madre es considerada todavía como provista de pene hasta el momento en que el niño aborda los problemas de la génesis y el nacimiento de los niños y descubre que sólo las mujeres pueden parirlos. S todo proceso defensivo, para Bls teorias destinadas a explicar el trueque del pene por un niño.

La polaridad sexual experimenta una serie de transformaciones durante la evolución sexual infantil. Una primera cinfitesis corresponde a la elección de oansformación de los residuos edí un objeto. En la fase anal predomina la anfitesis de activo y pasivo; en la fase fálica la antítesis es genital masculino o cpuede considerar como defensa: "ega a coincidir la polaridad sexual con masculino y femenino. Lo masculino comprende el sujetBl la actividad y la posesión del pene. Lo femeni tiene que hacer las paces con dad; la vagina es reconocida como órgano gmaterna. Del mismo modo que cuando Erikson habla de asumir la propia paternidad, se obtura aquí el corte intergeneracional, en la búsqueda de un estado de Integración e irreversibilidad que supuestamente se alcanzaría al finalizar este 'desarrollo progresivo', con cuya conceptualización se cierran todas las brechas, las rupturas, las diferencias (con todo lo que puedan tener de oscuridad y de enigma) pertinentes al campo abierto por el descubrimiento freudiano.

Las fuerzas sociales que operan en este proceso son lúcidamente descritas por Erikson cuando habla de la moratoria psicosocial como un período "durante el cual el sujeto, mediante la experimentación de un rol libre, puede encontrar un nicho 2 en alguna sección de su sociedad, un nicho que está firmemente definido pero que sin embargo parece ser hecho únicamente para él". Se tiende un puente entre lo que el joven era de niño y aquello en lo que pronto se convertirá (a juzgar por lo de nicho, sólo podrá tratarse de un muerto); es necesario que tenga una concepción de sí mismo que sea reconciliable con el reconocimiento que su comunidad puede hacer de él. Sería difícil describir mejor el logro de la... alienación.


1 El subrayado es mío.


El cuestionamiento del sujeto queda disuelto cuando, al describir como "típica duda adolescente" el interrogante fundamental: ¿quién soy yo? se responde rápidamente: "el yo es la suma total de aquellos procesos mentales que buscan salvaguardar el funcionamiento mental". A ti, la imagen narcisista del yo unificado obtura la cuestión, nos 'salvaguarda' ilusoriamente del desconocimiento, sustituyéndolo por "la conciencia de una existencia significativa y llena de propósitos". La represión produce aquí un estado de amnesia similar a la del comienzo de la latencia, que encontramos duplicado. Por la teoría.

III

En sus "Tres ensayos" Freud afirma que la pubertad se caracteriza por dos transformaciones:

1) La subordinación de todas las fuentes de excitación sexual a la primacía de las zonas genitales, que se realiza por medio de un mecanismo que utiliza el placer preliminar, de, modo que los actos sexuales productores de placer y excitación, independientes hasta entonces unos de otros, se convierten en actos preparatorios para el nuevo fin sexual (la descarga de los productos genitales) cuya consecución, acompañada de intenso placer, pone fin a la excitación sexual. Las zonas erógenas adquieren así una nueva función: son usadas para posibilitar un mayor placer de satisfacción por medio del placer preliminar que producen.

2) El hallazgo del objeto: la pulsión sexual, hasta entonces autoerótica, encuentra al objeto sexual, en el que confluyen dos corrientes, la de ternura y la de sensualidad, la primera de las cuales acoge lo que resta del florecimiento infantil de la sexualidad.

Pero no deja Freud de señalar qué este planteo es esquemático y tiende a -destacar las diferencias entre la organización sexual Infantil y la adulta. En la edición de 1923, "La organización genital infantil», advierte que en su primera formulación de la teoría sexual había puesto el acento en la diferencia fundamental entre la vida sexual de los niños y la de los adultos. Más tarde pasaron a un primer término las organizaciones pregenitales de la libido y el desdoblamiento de la evolución sexual en dos fases. Y por último se interesó por la investigación sexual infantil y, a partir de ella, descubrió la 'gran afinidad de la forma final de la sexualidad infantil (hacia los cinco años) con la estructura definitiva sexual del adulto".

Ya en la edición de 1922 de los "tres ensayos" afirmaba que con frecuencia, o regularmente, tiene efecto en los años infantiles una elección de objeto semejante a la que caracteriza la fase de la pubertad, elección que se verifica orientándose todas las pulsiones sexuales hacia una única persona, en la cual desean conseguir sus fines. Esta es la máxima aproximación posible en los años infantiles a la estructura definitiva de la vida sexual posterior a la pubertad. La diferencia radica sólo en que la síntesis de las pulsiones parciales y su subordinación a la primacía de los genitales no aparecen aún establecidas en la infancia, o aparecen sólo muy imperfectamente. La constitución de tal primacía es entonces la última fase de la organización sexual.

Pero en 1923 ya no le satisface la idea de que la primacía de los genitales aparece sólo imperfectamente establecida en la infancia: la afinidad de la vida sexual infantil con la del adulto va mucho más allá y no se limita a la emergencia de una elección de objeto. Si bien el niño no llega a establecer una síntesis completa de las pulsiones parciales bajo la primacía de los genitales, el interés dedicado a éstos y la actividad genital adquieren una importancia predominante poco inferior a la que logran en la madurez.

¿En qué radica entonces la especificidad de la adolescencia? Aquí tocamos un punto de crucial importancia cuyas consecuencias aún siguen planteando interrogantes a la teoría. La organización genital infantil se diferencia de la organización genital definitiva del adulto por algo que constituye al mismo tiempo el rasgo fundamental y definitorio de aquella organización: el sujeto infantil no admite sino un sólo órgano genital, el masculino, para ambos sexos. No existe realmente una primacía genital sino una primacía del falo.

A la percepción de la falta del pene en las niñas responde el niño negando tal falta primero e interpretándola luego como el resultado de una castración, lo que lo lleva al temor de sufrir una mutilación análoga, Así, "para estimar exactamente la importancia del complejo de la castración es necesario atender al hecho de su emergencia en la fase de la primacía del falo" (Freud, 1923).

La madre es considerada todavía como provista de pene hasta el momento en que el niño aborda los problemas de la génesis y el nacimiento de los niños y descubre que sólo las mujeres pueden parirlos. Se construyen entonces complicadas teorías destinadas a explicar el trueque del pene por un niño.

La polaridad sexual experimenta una serie de transformaciones durante la evolución sexual infantil. Una primera antítesis corresponde a la elección de objeto, que presupone un sujeto y un objeto. En la fase anal predomina la antítesis de activo y pasivo; en la fase fálica la antítesis es genital masculino o castrado. Sólo en la pubertad llega a coincidir la polaridad sexual con masculino y femenino. Lo masculino comprende el sujeto, la actividad y la posesión del pene. Lo femenino integra el objeto y la pasividad; la vagina es reconocida como órgano genital y viene a heredar al seno materno.

Una consecuencia de la diferencia entre la organización fálica y la organización genital definitiva es que hasta la pubertad no puede establecerse una clara distinción entre el carácter masculino y el femenino, aunque las disposiciones femeninas y masculinas son reconocibles en la infancia. Se plantea el problema de que la antítesis masculino-femenino, que influye más decisivamente que ninguna otra sobre el curso de la vida humana" se refiere a conceptos equivocos, que Freud no acaba de definir. Reconoce en ellos tres sentidos:

1. Un sentido biológico: la presencia de glándulas espermáticas u ovulares y sus funciones.

2. Un sentido sociológico: se basa en la observación de individuos masculinos y femeninos existentes en la sociedad. Podemos inferir que se refiere a atributos o emblemas socialmente asignados al hombre y a la mujer y cristalizados a través de la identificación en el ideal del yo.

3. Un sentido equivalente a "actividad" y "pasividad". Pero si en 1915 afirma que esta antítesis es la esencial y la única utilizable en psicoanálisis, en 1931 dice que no hay que superponer el concepto de femenino con pasividad y el de masculino con actividad (Freud, 1932). Pero de todos modos, a la actividad se refiere cuando dice que la libido es siempre masculina, aparezca en el hombre o en la mujer, e independientemente de su objeto, sea éste el hombre o la mujer, pues la pulsión es siempre activa, aún cuando tenga un fin pasivo.

De este modo, la diferencia de los sexos, en lo que concierne al psicoanálisis, parece no referirse a la polaridad masculino-femenino, aunque Freud la reconoce como una determinación fundamental. Se constituiría así como una diferencia perteneciente al campo de lo real inaccesible como tal al sujeto, pero significada como diferencia perteneciente al orden simbólico.

Pero ¿el sujeto del inconsciente tiene acceso a otra diferencia que la que opone lo fálico y lo castrado, en tanto queda constituido en la fase en que ella se establece? ¿De qué modo opera sobre el sujeto la oposición masculino-femenino en tanto diferencia simbólica? Aunque no podamos responder a estos interrogantes, parece claro que el par de opuestos que se instaura en la adolescencia pertenece a otro orden que el de las diferencias anatómicas, en el cual estas últimas operarían como significantes.

Por otra parte, así como la sexualidad "normal adulta" reconoce la actuación de las pulsiones parciales correspondientes al polimorfismo perverso infantil, el hallazgo de objeto también se ha venido preparando desde la más temprana niñez.

Freud señala que, cuando la primitiva satisfacción sexual estaba ligada a la alimentación, la pulsión sexual tenía en el pecho materno un objeto sexual exterior al cuerpo del niño. Este objeto desaparece, quizá cuando el niño puede construir la representación total de la persona a la que pertenece el órgano capaz de producir satisfacción: la pulsión sexual se hace entonces autoerótica hasta que se encuentra al objeto. Este no es realmente, dice Freud, más que un retorno al pasado, un intento de restablecer la felicidad perdida.

Esa primitiva relación con el objeto se inscribe en una situación más compleja, en tanto la madre se vincula con el niño en función de "sentimientos procedentes de su propia vida sexual", tomándolo como "sustitutivo de un objeto sexual cabal". Es decir, que la búsqueda del objeto estará marcada por el lugar que ocupó el niño en una economía libidinal que lo trascendía.

La relación infantil con los padres es quizá el más importante, aunque no el único, de los sentimientos que, renovados en la pubertad, marcan el camino hacia la elección de objeto. Frecuentemente, como señala Freud, el primer amor del adolescente se dirige a personas que para el sujeto presentan una analogía con la madre o el padre ("el hado inevitable en la fábula de Edipo").

Los fantasmas de la pubertad se originan en la investigación sexual infantil, son las formas en que los componentes reprimidos de la libido encuentran su satisfacción y constituyen también la base de las fantasías nocturnas que se hacen conscientes en los sueños. La novela familiar es una creación imaginaria con la que el adolescente reacciona a la diferencia entre su actitud actual ante sus padres y su antigua actitud filial infantil. Paralelamente al vencimiento y rechazo de estos fantasmas incestuosos, se produce una de las reacciones más importantes de la pubertad: la liberación de la autoridad de los padres, por medio de la cual se crea la contradicción entre la nueva generación y la antigua.

Si bien lo más fácil seria elegir como objeto sexual a la misma persona que el niño ama desde su infancia, el carácter tardío de la maduración sexual permite que ya se haya erigido la barrera del incesto, "exigencia civilizadora de la sociedad que actúa especialmente en el adolescente3 para desatar o aflojar los lazos contraídos en la niñez con la familia".


3 El subrayado es mío.


Si el complejo edípico de la infancia sucumbe ante el peligro de la castración, su reactualización en la pubertad se ve frenada nuevamente por el tabú del incesto, que, como acabamos de ver, según Freud "actúa especialmente en el adolescente". De modo que el complejo de Edipo y su interdicción acaban de anudar en este momento la diferencia entre los sexos y la diferencia entre las generaciones, lo que pone de relieve su ' función simbólica. Aquello que queda oculto bajó la ropa, que el lenguaje evita nombrar (los órganos sexuales frecuentemente se designan por aproximación), corresponde a una prohibición que existe desde antes del nacimiento de todo niño y que se le impone por principio. Como señala Rosolato, el secreto del sexo, que tanto pesa sobre el cuerpo mismo, es tributarlo de la influencia de la organización patriarcal. La prohibición del incesto se inscribe, en todas las culturas, en la relación de "prohibido" impuesta por los padres (Rosolato, 1974).

Freud mismo demuestra cómo, en tanto el tabú del incesto se aplica a los miembros del mismo grupo totémico y no a los parientes consanguíneos, se revela su pertenencia a un orden simbólico y no biológico (Tubert, 1982).

Esta función simbólica se manifiesta en forma privilegiada en los ritos de iniciación, que marcan al adolescente un lugar en las relaciones del grupo, entre los demás miembros del mismo (Grinberg, 1973).

Por otra parte, sólo la ley de la prohibición del incesto, en tanto funciona en el inconsciente como una ley de castración, determina el acceso al deseo y al objeto. De esto se desprenden dos consecuencias: 1) el deseo es excéntrico con respecto a la conciencia (al yo); 2) el deseo es irreductible a la necesidad.

IV

Quedan así delineados dos enfoques opuestos:

1) El que considera como tarea específica de la fase adolescente el logro de la identidad, que, como hemos visto, da testimonio de un personaje social más que de la autenticidad del sujeto. En efecto, en 1939 Hartmann publica un libro con un título significativo: "La psicología del yo y el problema de la adaptación". Así, en la centralidad del yo puede fundarse una psicología adaptativa: el yo, que debe "desalojar al ello", se transforma en una instancia central, portadora de una energía "neutralizada", Con esta base teórica, dice Blos: "Veremos la adolescencia como la suma total de los intentos de adaptación a la etapa de la pubertad, al nuevo grupo de condiciones externos e internas que confronta el individuo".

He tratado de demostrar que el logro de la identidad equivale a la alienación del sujeto. El adolescente trato de situarse como sujeto en un universo simbólico, y la crisis narcisista que atraviesa lo lleva a buscar falsos puntos de apoyo en una imagen. Erikson considera como objetivo específico de la adolescencia el establecimiento de la identidad del yo, que es tanto más ficticia cuanto que la considera como integración total de sus identificaciones anteriores con sus "ambiciones" y "aspiraciones". "La meta de la terapia" -para este autor- "es ayudar al enfermo a establecer formas socialmente aceptadas de identidad del yo".

El concepto de "etapa" es un aspecto fundamental de este tipo de teoría, en que el valor de determinación de la sexualidad y el deseo se ve sustituido por la centralidad de la identidad. En esta línea, dice Grinberg: "El 'soy yo' es la expresión corrientemente utilizada para referirse al sentimiento de identidad y traduce una experiencia de autoconocimiento" (Grinberg, 1973); en la concepción freudiana, por el contrario, el yo es una función de desconocimiento (Freud, 1925).

2) El otro enfoque centraría la problemática adolescente en la búsqueda de reconocimiento del sujeto en tanto deseante, En contra posición a la idea de que "el yo debe desalojar al ello", Lacan formula otra interpretación de la máxima freudiana: "Wo es war, soll Ich werden",

En los escritos de Freud, el Ich es el lugar completo, total, de la red de significantes, es el sujeto. Wo es war: allí donde estaba, desde siempre, el sueño; el sujeto debe advenir, debe reencontrarse allí donde estaba lo real, El sujeto que está en cuestión no es el de la conciencia reflexiva sino el sujeto del deseo, despojado de una autonomía ilusoria heredada de la tradición del cogito cartesiano y de la omnipotencia del pensador sobre el universo (Lacan, 1973).

Ya en 1915, el yo como instancia dejó de ser para Freud el yo del control de la motricidad y de la inhibición de los impulsos, para transformarse en el yo del narcisismo, un personaje de la fantasía, un objeto imaginario, agente tanto de la locura como de la razón (Freud, 1914).

Esto supone la necesidad de desentrañar en el discurso del adolescente aquello que corresponde a la palabra de cada uno de sus padres y aún de un contexto más amplio, que incluye a tíos y abuelos. La escucha del psicoanalista, en este caso, no difiere en nada de la escucha del psicoanalista de adultos o de niños. El analista es un mediador de la función simbólica que sólo puede realizarse negando su presencia, en tanto lo simbólico es el orden del lenguaje y, en último extremo, el orden mismo. Su objetivo es liberar el ideal del yo del sujeto de su dependencia de un yo ideal neurotizante, pero no sustituir a los padres ofreciéndose como un nuevo modelo de identificación. De un modelo se pasa fácilmente a una norma, y ésta implica la necesidad de acatarla: la "normalidad" es así el lugar privilegiado de la censura.

Detrás de la engañosa "búsqueda de identidad" del adolescente hay una demanda de reconocimiento, y esta demanda forma parte de una cadena generacional. Este término no alude a la generación de los cuerpos sino a la generación de las palabras transmitidas, olvidadas o repetidas, muertas o renegadas. En lugar de centrarnos en el establecimiento de la identidad debemos orientarnos a las condiciones de constitución de la subjetividad y del otro. Nos situamos así en el camino iniciado por Freud, tercera herida narcisista infligida a la humanidad: el determinismo del inconsciente.

La adolescencia es un momento del proceso de desprendimiento de los primeros objetos, durante el cual se modifican las catectizaciones narcisistas. Pero sólo es posible "desprenderse" de ciertas catectizaciones si simultáneamente se producen otras nuevas que, lejos de ser meramente de otro tipo o de limitarse a un cambio de objeto, implican una movilización de las representaciones de sí mismo. La crisis narcisista del adolescente comporta la ruptura de la imagen del cuerpo unificado, suscitando la emergencia de fantasmas referentes al cuerpo fragmentado.

De modo que este desprendimiento opera en términos de la repetición. Pero lo que se repite no es el pasado vivido sino que pertenece al orden de lo no realizado, la repetición se origina en mayor grado en la falta que en el placer, en una relación con objetos edípicos perdidos, con personajes con los cuales el encuentro ha sido un encuentro fallido. En tanto la repetición lo es de la decepción, implica un duelo inacabable (Scilicet, 1968).

La angustia del adolescente responde al retorno involuntario y a la repetición de lo semejante, que es vivido como "siniestro". El adolescente se reencuentra en una posición (edípica) que constata que ha abandonado, reconociéndola como algo perdido. El término alemán unheimlich describe un retorno al mismo punto de la represión de cosas que han sido familiares; es precisamente la reaparición de lo reprimido, según un proceso análogo al del automatismo de repetición, que depende de la naturaleza misma de las pulsiones, lo que desencadena la angustia.

Lo que se constituye como reprimido es una pérdida, que se experimenta sólo aprés-coup, en el momento del retorno. Frente a la vacilación de lo idéntico-no idéntico el sujeto mismo se siente perdido. Lo que se reencuentra, y que debería permitir la reorientación del sujeto, revela por el contrario una diferencia, que remite a la separación por la que se experimenta como "otro", poniendo en evidencia así su caducidad.

Lo que se repite es la constatación de una falta: lo que el sujeto pierde, como señala Lacan, por reproducirse de una manera sexuada, por estar sujeto al sexo queda sometido a su muerte individual. La parte perdida se constituyó por el hecho de que el ser humano es un ser sexuado y no es inmortal. Esta relación entre sexo y muerte (Tubert, 1982) se revela también en la asunción del ideal sexual como mascarada que, en tanto significante, petrifica a la libido revelando así su sentido mortífero.

El desarrollo del yo en su referencia al narcisismo y a las identificaciones no escapa a la articulación de lo imaginario y lo simbólico, según la cual adviene y se diferencia el narcisismo secundario por el efecto de la separación. Así, la prohibición del incesto garantiza primeramente la separación del niño de su madre, estableciendo un acuerdo simbólico que puede invocarse en el futuro para ser superado en otro plano (Rosolato, 1974).

El investimiento del yo acerca la adolescencia a una neurosis narcisista, en la que el enamoramiento aparece como defensa contra el investimiento narcisista, cuando éste supera cierto nivel. El yo ideal narcisista formado a partir de identificaciones primarias (identidad) se completa con el juego del Ideal del yo. El problema en la adolescencia no puede reducirse a la identidad del yo (piano imaginario donde no entra la separación), sin referencia al destino de las identificaciones (plano simbólico en tanto se apoya en la afirmación-negación).

Las identificaciones secundadas son de semejanza y no de identidad, porque el sujeto ha adquirido ya esa distancia con relación a su unidad imaginaria que le permite tener acceso a su cisura. Puesto que esta cisura se vincula con la realidad del individuo en tanto monosexuado, la constatación de la diferencia de los sexos permite salir de un apresamiento fascinante en la imagen del doble narcisista: como afirma Rosolato, o bien la diferencia se borra en la acumulación de los sexos, o bien el niño reconoce el sexo idéntico al suyo, estableciéndose así una relación narcisista agresiva.

Para que haya identificación secundarla tiene que haber dos órdenes de diferencias: la diferencia de los sexos, por medio de la cual el propio sexo se afirma siempre en función del sexo opuesto, y la diferencia de generaciones, gracias a la cual el padre del mismo sexo puede servir de modelo, sin que haya una adecuación absoluta que sería solo ilusoria.

El otro sexo es el que permite la apertura de la situación de enfrentamiento letal con el idéntico del doble, Volvemos a encontrar, en el seno del complejo de Edipo, el anudamiento de la sexualidad con la pulsión de muerte.

REFERENCIAS