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 ESTUDIOS

 

«VIOLENCIA SEXUAL INTRAFAMILIAR: UN ESTUDIO DESCRIPTIVO»

 

Elías ESCAFF SILVA (1)

Eugenia SAGÜÉS DACHELET (2)

 


RESUMEN

PALABRAS CLAVE

ABSTRACT

KEY WORD

INTRODUCCION

MARCO TEORICO

OBJETIVOS

METODOLOGIA

DESCRIPCION DE LOS RESULTADOS CUANTITATIVOS

ANALISIS E INTERPRETACION DE ALGUNOS RESULTADOS

COMENTARIOS Y REFLEXION FINAL


RESUMEN

A partir de la década de los 60, son numerosos los estudios que pretenden descorrer el velo sobre diversos problemas que suceden al interior de la familia y cuya frecuencia, hasta ese entonces desconocida, hoy nos resulta preocupante. Uno de ellos, que constituye el extremo de la violencia, es el abuso sexual.

El presente estudio, basado en una muestra de 33 casos atendidos, durante un semestre, en el Centro de Asistencia a Víctimas de Atentados Sexuales, hace un análisis descriptivo de 23 variables relativas a la víctima, a los hechos y al agresor

Los resultados observados indican la presencia mayoritaria de menores, especialmente del sexo femenino, en los que la agresión había sido reiterada en el tiempo y, en forma usual, utilizando como procedimiento la intimidación o amenaza por sobre la fuerza o la violencia. Los trastornos encontrados en las víctimas, con alta frecuencia, corresponden al diagnóstico de estrés postraumático (DSM-III-R).

La investigación confirma, entre otras, la apreciación que el abuso sexual no se produce de manera espontánea, sino por el contrario, el agresor elabora todo un proceso de aproximación, que incluye crear un vínculo de confidencia, un trato diferenciado y un control excesivo de la conducta del menor Asimismo, descarta la creencia que las víctimas de un abuso padecen de trastornos severos de personalidad, que facilitarían el comportamiento del agresor.

 

PALABRAS CLAVE: Violencia sexual. Familia. Víctima.

 

ABSTRACT

Many studies, since the sixties, have tried to remove a veil existing over a variety of problems observes within the family, unknown in the past, but of a big concern today. One of them, as an extreme of violence, is sexual abuse.

The present study is based on a sample of 33 cases of sexually abused persons, attended during a semester in the «Center for assistance to Victims of Sexual Abuse». It includes a descriptive analysis of data concerning the victim, the offender, and the circumstances of the aggression.

The results obtained show a majority of female youngsters abused: in relation to them, the aggression was repeated during years by persistent intimidation or warning,- exceptionally physical force was used. The disturbances found in the victims, on a high frequency, revealed post traumatic stress. (DSMIII-R).

This research confirms, among other facts, that sexual abuse does not appear spontaneously,- on the contrary, in accordance with the results, the offender frequently elaborates a complete plan: it includes confidence, special treatment or privileges and a victims behaviour permanent control. Furthermore, this study leaves out an usual belief.- victims, in general, do not suffer severe disorders of personality which could stimulate the offenders behaviour

 

KEY WORDS: Sexual violence. Family. Victim.

 

INTRODUCCION

Existe consenso que las sociedades actuales, con la alta tecnología en las manos del hombre, son notoriamente más complejas y traen, por lo mismo, una serie de conflictos que resultan difíciles de resolver.

Los índices de violencia individual y colectiva, que se manifiestan en diferentes ámbitos, son una muestra más de las dificultades a que se ve enfrentada la sociedad contemporánea. En esto, le cabe un papel esencial a los medios de comunicación, quienes nos muestran un panorama cada día más tétrico del comportamiento «humano»: guerras, suicidios colectivos, violencia en las calles, estadios, etcétera.

Pero, la interrogante es si los medios de comunicación social realmente cumplen sólo el papel de informar, de manera objetiva, lo que en la sociedad sucede y, con ello entonces, son sólo un reflejo de la realidad, o también debieran asumir una cuota de responsabilidad frente a este ambiente de violencia en que nos desenvolvemos diariamente?

Sin duda debe asignársela cierto favorecimiento de la conducta violenta, en especial, lo que atañe a la propaganda indiscriminado que, entre otras cosas, nos estimula a un consumismo desenfrenado, tiende a la cosificación de la mujer, a incorporarnos valores ajenos a nuestra idiosincrasia y a la internalización de modelos distorsionados de sexualidad.

Uno de los grandes dilemas del hombre actual es, efectivamente, buscar la fórmula apropiada para emplear los extraordinarios avances de la tecnología y la ciencia, para mejorar la calidad y cantidad de vida. En este aspecto, existe acuerdo en que el desarrollo de las ciencias no ha tenido su corroborato en la comprensión del hombre y de una respuesta plenamente satisfactoria a sus inquietudes.

Sin embargo, cualquiera que sea el nivel de desarrollo de una comunidad, se ha observado que la familia es la forma primaria de agrupación, que satisface por lo general la mayoría de las necesidades humanas. Se reconoce que las experiencias que se viven al interior del grupo familiar dan los fundamentos de la seguridad y estabilidad futura de sus miembros.

A este respecto, se espera que la familia sea el espacio en donde se encuentre la protección y el afecto; si éste se transforma en un ambiente de violencia, angustia y temor debemos, naturalmente, encontrar importantes secuelas que perjudiquen el desarrollo del grupo familiar y, por ende, el de todos sus miembros.

El maltrato infantil, los abusos sexuales y sus consecuencias como la prostitución de niños, en la opinión de Barudy, J. (1991) (3) son «consecuencia del funcionamiento de sistemas humanos donde los adultos, aprovechando abusivamente de su poder, utilizan a los niños para satisfacer sus necesidades y/o resolver sus conflictos».

Más, los efectos también alcanzan a la sociedad toda, por cuanto es reconocida ampliamente la relación existente entre la ejecución de conductas desviadas y la desorganización y violencia en el hogar. De esta forma, la violencia se transforma en un obstáculo para el desarrollo, que impide la calidad de vida de las personas, derrotar la pobreza y alcanzar una sana convivencia colectiva. Como señala Heise, «la violencia que gira alrededor de la mujer, socava los ideales de desarrollo económico y social del Tercer Mundo por los que muchos abogan» (Heise, 1989)(4).

 

MARCO TEORICO

Por mucho tiempo la familia se constituyó en una instancia cerrada hacia el exterior, de modo que los conflictos que pudieran ocurrir en su interior, tuvieron siempre el carácter de «privados». De esta forma, por el estilo centrípeto de vivir sólo hacia la propia familia, hasta hace muy poco, se desconoció por completo algunas características, y muy especialmente, el tipo de relación que se establecía entre sus miembros. 

Existe consenso que los conflictos son inherentes a la vida en familia, sin embargo, lo que resulta preocupante es que la forma de resolución de éstos sea habitualmente la violencia. A este respecto, son numerosas las investigaciones que pretenden explicar este fenómeno, entre ellas, las efectuadas por Gelles y Straus (5), quienes lograron aislar 11 factores característicos de la familia, que aumentan el riesgo de aparición de conductas violentas. Destacan, de manera especial, la cantidad de tiempo que la familia permanece interactuando, la variada gama de intereses, la intensidad de los vínculos, las diferencias de edades y sexo en relación a sus roles, y el conocimiento íntimo que se logra del otro miembro.

En ese contexto, de manera histórica, se fue aceptando tácitamente variadas formas de violencia que ocurrían entre los miembros. Más aún, la tradición y cultura, en algún modo, fue aprobando los golpes a los menores, la intimidación a la mujer y otras formas más encubiertas de agresión.

Modernamente, gracias a las investigaciones especialmente del fenómeno del niño agredido y sus implicancias, se tiene una concepción diferente. La forma como se tratan los problemas propios de la familia se ha ido modificando sustancialmente, de tal manera que si se ve amenazada la integridad de alguno de sus miembros, existe hoy la conciencia social que cuando ello ocurre, se debe intervenir.

Este cambio obedece, en gran medida, a la fructífera elaboración conceptual de los teóricos feministas, que en la década de los 60 abren la discusión sobre temas hasta ese entonces casi inexplorados: la marginación de la mujer, la lucha por sus derechos, la agresión periódica al interior de la familia, la cosificación por parte del hombre de su rol y el abuso sexual, entre otros

Estas temáticas continúan vigentes, prueba de ello, lo constituyen las numerosas polémicas que ha causado, últimamente, las aproximaciones para definir la conveniencia de programar la educación sexual de los jóvenes y, más conflictivo resulta aún, establecer cual debe ser la instancia que la impartiría.

De todas las formas de violencia familiar, sin dudas, el abuso sexual constituye la manifestación extrema, por lo que es más difícil de aceptar y reconocer. Especialmente cuando las víctimas son menores, que por su desarrollo, aún no comprenden el sentido ni la connotación posterior que puede tener esta agresión.

En todo caso, existe consenso entre los distintos investigadores que las relaciones sexuales incestuosas al interior de la familia atentan contra la estabilidad, el funcionamiento y el desarrollo del grupo. Como lo señala claramente C.«Levi-Strauss (6) «Cada sociedad conocida, del presente o del pasado, proclama que si la relación marido-esposa implica derechos sexuales, existen otras que son inconcebibles, pecaminosas o legalmente punibles como uniones sexuales» y continúa más adelante «La prohibición universal del incesto específica, como regla general, que las personas consideradas como padres e hijos(as), o hermano y hermana, incluso nominalmente no pueden tener relaciones sexuales» además de lo anterior, indica «Lo cierto es que nunca se insistirá lo suficiente en el hecho de que si la organización social tuvo un principio, éste sólo pudo haber consistido en la prohibición del incesto».

Las estadísticas actuales indican, de acuerdo a J. Corsi, (7) que «una de cada cuatro niñas y uno de cada ocho niños serán sexualmente abusados antes de llegar a los 16 años. En más del 90% de los casos el abusador será masculino y en más del 80% de los casos será una persona conocida por el niño».

Investigaciones recientes efectuadas en la Región Metropolitana del país, sobre una muestra de mil mujeres (Larraín, Ahumada y otros, 1991)"', indican que alrededor de un 60% de las mujeres, en los hogares, vive una situación violenta, que se manifiesta específicamente en violencia física, un 26,2%, y en violencia psicológica, 33,5%. Estos datos nos parecen preocupantes, aún cuando no discrepan mayormente de los antecedentes encontrados en otros países.

En este mismo orden de ideas, el trabajar en un Centro de Asistencia a las Víctimas de Atentados Sexuales, C.A.V.A.S (9), nos ha brindado la posibilidad de descubrir, que una parte importante de estos abusos, en contravención al estereotipo que se tiene de la agresión sexual, son efectuados por alguno de los integrantes de la familia, lo que sin dudas, puede considerarse como el ejercicio del extremo de la violencia intrafamiliar.

 

OBJETIVOS

El presente estudio tiene por objetivo fundamental realizar una descripción y análisis cuanti-cualitativo de los casos atendidos, en que el agresor era el progenitor o un miembro del grupo familiar, durante el período comprendido entre el 1 de enero y el 30 de junio de 1993, en el Centro de Asistencia a las Víctimas de Atentados Sexuales, dependiente del Instituto de Criminología de la Policía de Investigaciones de Chile.

 

METODOLOGIA

Como una manera de conocer el comportamiento sexual al interior de la familia, se analizaron con detención los diferentes casos recepcionados por el CAVAS, en el período de un semestre. El escogido para el presente estudio, corresponde al comprendido entre el primero de enero al 30 de junio de 1993.

El total de víctimas que en el período solicitaron atención en este Centro especializado, fue de 350 personas. A todas ellas, a su ingreso, se les abre una Carpeta Individual que contiene valiosa información; entre ésta cabe mencionar, antecedentes de carácter personal y social de la víctima, del hecho denunciado y del agresor Asimismo, se consignan las diversas atenciones realizadas tanto a la víctima como a su grupo familiar, sean éstas diagnosticas, de orientación o terapéuticas.

El análisis inicial de las Carpetas indicó que 95 de ellas, es decir, un 27, correspondían a abusos sexuales en donde existía algún tipo de vínculo familiar, directo o indirecto, como tíos, primos o abuelos, que visitaban o eran visitados por la víctima en forma esporádica, pero que al no residir en el mismo hogar de la afectada, fueron descartadas.

También se usaron como criterios de exclusión de la muestra, aquellos casos cuyos antecedentes esenciales para la finalidad de este estudio e encontraban incompletos en su Carpeta y la inasistencia a sesiones terapéuticas al Centro.

Sobre la base de estos criterios, la muestra accidental quedó conformada, finalmente, por 33 casos en los cuales se cumplió con los requisitos fundamentales; vale decir, el agresor era el padre o se trataba de un familiar que residía realmente, en forma habitual, en el hogar de la víctima al momento de la agresión,

 

DESCRIPCION DE LOS RESULTADOS CUANTITATIVOS

El estudio incluyó el análisis de 23 variables-, 11 de las cuales estaban relacionadas con la víctima, 8 con los hechos, 1 con el agresor y 2 con antecedentes familiares de la víctima. Ello nos permitió extraer una serie de conclusiones que se expondrán sucintamente a continuación. Los Cuadros más relevantes que contienen la información, aparecen como Anexos de este informe.

En relación al sexo de las víctimas, los datos indican una marcada preponderancia del femenino como más vulnerable de ser victimizado; los resultados indicaron que la muestra estaba conformada por un 82% de mujeres (Cuadro N.º l).

En cuanto a la edad, la categoría modal para ambos sexos correspondió a la de diez-quince años. Por su parte, cabe destacar que el 72,72% de los casos tenía una edad inferior a quince años. Finalmente, llama la atención la ausencia de sujetos masculinos en las categorías etarias superiores (Cuadro N.º 2).

Con respecto a la personalidad premórbida, es preciso señalar que el 76% de la muestra se clasificó como normal, un 12% fue diagnosticada con trastornos leves (neurosis) y finalmente un 12% correspondió a trastornos graves. Entre éstos, dos presentaban epilepsia y dos tenían un retardo mental (Cuadro N.º 3).

En el momento de recepción a la víctima, es dable destacar que 16 de ellas mostraban una apariencia tranquila y estable; 6 se veían afectadas, pero con plena capacidad para efectuar el relato de los hechos; 8 se encontraban notablemente afectadas para entregar información y sólo una llegó bajo un estado de crisis (Cuadro N.º 4).

En relación al número de atentados sufridos, una parte importante de las víctimas, expresó que había sido agredida en forma permanente (10 casos); de manera esporádica, 10 casos; una en dos ocasiones y sólo 8 fueron víctimas en una oportunidad (Cuadro N.º 5).

En lo que se refiere al período de extensión de la agresión, es preciso señalar que 14 de las víctimas lo fueron por años; 4 indicaron haber sido abusadas por meses y sólo 4 de ellas por horas o días (Cuadro N.º 6)

Con respecto al uso de armas, es importante destacar que en cerca del 85% de la muestra éstas no fueron utilizadas para la comisión del delito; en 3 casos existió el empleo de arma blanca y en un caso se empleó un objeto contundente (Cuadro N.º 7).

En lo que respecta al método empleado por el agresor para la ejecución del delito, los datos indican que el 79% ocurre debido a la intimidación o amenaza, que además podía ir acompañada de fuerza o violencia (24%) o engaño (9%). Sólo en un caso se encontró el uso exclusivo de violencia y en otra víctima el agresor empleó drogas. Vinculado a esto, en varios de los casos estudiados, las víctimas fueron obligadas por parte del agresor a presenciar y escuchar la escena primaria, que ellos sostenían con sus parejas sexuales (Cuadro Nº. 8).

En relación a los trastornos psicológicos presentados por la víctima, como consecuencia de la agresión sexual, se pretendió aislar la sintomatología sobre la base de los criterios de clasificación establecidos en el D.S.M.-III.

Específicamente, trastornos del estado de ánimo para el episodio depresivo mayor, constatamos que 19 casos cumplen con uno o más criterios diagnósticos.

Mayoritariamente se observó; estado de ánimo deprimido y en menor número de casos una disminución de la capacidad de pensar, insomnio, disminución del placer, sentimiento de culpa, disminución del peso y fatiga (Cuadro N.º 9)

De los trastornos de ansiedad, el estrés post-traumático se presenta en 19 casos, de los cuales el 58% presenta recuerdos recurrentes, cerca del 30% manifestó haber tenido pesadillas, evitación persistente de los estímulos asociados al trauma, en un menor porcentaje juegos tendientes a repetir el episodio y en un caso se observó flash back (Ver Cuadro N.º 10).

Vinculado a los trastornos de ansiedad; el trastorno por angustia fue encontrado en siete de los casos de la muestra, de éstos, tres revelaron haber sufrido de enuresis secundaria. En menor frecuencia se observó temblor y mareos. Sólo en un caso se dio conjuntamente, disnea, taquicardia, temblor y dolor precordial (Cuadro N.º 11).

Por otra parte, resulta útil mencionar, que en 11 de los casos estudiados, la víctima o sus representantes legales llegó a la ratificación de la denuncia, 10 de los hechos investigados no ratificaron la denuncia. Las razones aducidas son de distinta índole, sin embargo la más común, es la presión que ejerce la propia familia para que ello no ocurra; en los otros 12 casos no se llegó jamás a realizar dicha denuncia ante los Tribunales (Cuadro N.º 12).

El análisis de la muestra en torno al tipo de agresión y sexo, indicó que en 20 víctimas femeninas existió acceso vaginal y/o anal y en siete abusos deshonestos (incluye Locaciones, frotamiento e incluso felatio). En cuanto a los hombres, dos de ellos fueron violentados vía anal y cuatro correspondieron a abusos deshonestos (Cuadro N.º 13).

En relación a la incidencia del delito en otros miembros de la familia de las víctimas estudiadas, es importante destacar que en un tercio de la muestra algún integrante del grupo familiar, mayoritariamente la madre, ya había sufrido una agresión sexual a lo largo de su vida (Cuadro N.º 14)

Una parte mayoritaria de las víctimas vivía con al menos uno de sus progenitores, 57,57%, es decir, correspondían a una composición familiar de tipo nuclear; un 33,33% eran familias extendidas. (Cuadro N.º 15). Esta característica puede explicar, en alguna medida, la información que entregaron los datos en relación al lugar de ocurrencia del abuso sexual, ya que un 84,84% se llevó a cabo en el domicilio compartido por al agresor y la víctima (Cuadro N.º 16).

En cuanto al tipo de relación existente entre la víctima y el agresor cabe destacar que alrededor de un 50% de éstos corresponden al padre; un 21 % eran padrastros (definidos operacionalmente como convivientes de la madre o actual pareja legal de ella); cerca de un 10% eran tíos; en un caso el agresor correspondía al abuelo y otro al primo (Cuadro N.º 17).

Un análisis más detallado de la información, nos permitió detectar tres casos en que, producto de la relación abusiva de carácter sexual, las víctimas quedaron embarazadas. Como antecedente aún más ilustrativo, en todos ellos el agresor fue el padre biológico de la víctima.

En relación a la variable examinada en el autor, la edad, es preciso indicar que el intervalo modal corresponde a 31-40 años (cerca de un 40%). Sin embargo se deja constancia de las considerables frecuencias observadas en los tramos de edades superiores, que sumadas alcanzan un 42,42% de los agresores. De lo que puede inferirse que el 82,42% de los agresores tienen 31 o más años (Cuadro N.º 18).

Finalmente, en cuanto a la tipificación del delito, el más común corresponde a la violación, que en Chile tiene, hasta la fecha, siempre como sujeto pasivo a una mujer. En un 33,33 % de la muestra, las víctimas sufrieron Abusos Deshonestos, mientras que sólo dos casos (6,06%) se consumó Sodomía Agravada (Cuadro Nº. 19).

 

ANALISIS E INTERPRETACION DE ALGUNOS RESULTADOS

Nuestro estudio permite aseverar que, en relación a la ocurrencia de un abuso sexual en el seno del hogar, existen verdaderas familias de alto riesgo. En general, parece difícil efectuar una caracterización precisa de ellas. No obstante, a través de este estudio, hemos podido apreciar que se trata de familias que se encuentran aisladas; con escaso contacto y evidente desconocimiento de las redes de apoyo social; en donde también están presentes la promiscuidad y el hacinamiento; y lo que es más significativo aún, las madres ejercen alguna actividad remunerada fuera del hogar y el padre o figura paterna carece de un trabajo estable.

Esta descripción bien merece una aclaración. Las personas que concurren hasta el C.A.V.A.S. solicitando atención pertenecen, en un 80, al nivel socioeconómico bajo y no por ello debemos pensar que el delito sexual intrafamiliar no está presente en estratos más acomodados. La falta de denuncias o requerimientos asistenciales, a nuestro parecer, se debe a situaciones de presión social, prejuicios, temor que trascienda al ámbito familiar o público y la tendencia a recurrir a sus propias redes de apoyo psicológico particular.

Un análisis descriptivo de la muestra indica que la generalidad de las agresiones se llevó a cabo cuando la víctima estaba a cargo del agresor, la madre se encontraba realizando trabajos fuera del hogar o estaba padeciendo algún tipo de enfermedad. En este sentido, es posible señalar que el agresor aprovecha cualquier instancia para cometer sus alevosos actos.

La agresión sexual intrafamiliar, habitualmente no se produce de manera espontánea, muy por el contrario, hemos observado que el agresor elabora todo un proceso de aproximación hacia la víctima, que a veces dura meses. Por lo general, establece un vínculo de confidencia, de secreto, que le permite estrechar la comunicación y ganarse la confianza de la víctima; enseguida, es frecuente que tenga un trato diferenciado y especial hacia ella, aparentemente de una mayor expresión afectiva, de cuidado y protección de su desarrollo. Esto se traduce, en muchas ocasiones, en la entrega exclusiva de obsequios, un mayor control de sus salidas y amistades, muy especialmente del sexo opuesto, y la búsqueda de alguna actividad conjunta.

Asimismo, hemos podido observar que el agresor, por lo habitual hace explícitas estas preferencias verbalmente a la víctima, de manera confidencial, involucrándola aún más en este vínculo, adquiriendo con ello una connotación diferenciada del resto de los integrantes del grupo familiar. Lo que viene a continuación es la intimidación, es decir, la presión psicológica hacia la víctima, para la realización de actos libidinosos.

En la mayoría de los casos, la víctima es una menor, por lo que las caricias recibidas, ya sea por el progenitor o el familiar directo que vive en su propio hogar, son percibidas como muestras de afecto y cariño. Dada la escasa información sexual de las víctimas y su desarrollo cognitivo aún en ciernes, éstas no son capaces de diferenciar esta forma de aproximación de aquéllas que tienen un carácter erótico.

La intimidación se efectuó siempre en un contexto de complicidad, es decir, el autor de alguna manera hizo saber a la víctima que si lo que ocurría entre ambos era conocido por la familia, probablemente no se lo creerían, o se vería perjudicada su propia imagen por haber consentido este tipo de relación o, lo que sería más grave, entorpecería las buenas relaciones del grupo familiar y se entraría en una crisis de la cual ella es la principal culpable.

El hecho que en general los menores hayan sido abusados en forma reiterada y por un largo período de tiempo, el método empleado por el agresor más bien tuvo un carácter intimidatorio y, especialmente, la tardanza en denunciar los hechos o solicitar una ayuda psicológica especializada, permiten explicar, en parte, la apariencia tranquila y estable de las víctimas cuando concurren hasta nuestro Centro.

Esta situación parece discrepante para aquel que no es especialista o tiene muy presente el estereotipo de la agresión sexual. Sin embargo, en la práctica diaria hemos podido apreciar, permanentemente, que la víctima no exhibe, en primera instancia, todos los síntomas que habitualmente se esperan. Sólo un análisis detallado de su situación personal, nos permitirá descubrir los importantes trastornos que son consecuenciales al abuso sexual. Más aún, si éste proviene de un miembro de su propio núcleo familiar, en este caso, entendemos, que además se está atentando contra todo su sistema de creencias y en la confianza depositada en los adultos.

Desde el punto de vista psicológico esta actitud de la víctima, aparentemente incomprensible a los ojos de un observador externo, es perfectamente explicable. La víctima está haciendo uso de mecanismos adaptativos, como una manera de mantener la coherencia interna de su organización de significados personales, ante una experiencia altamente perturbadora y discrepante con la imagen consiente de sí mismo y del mundo que se tenía antes de sufrir la agresión.

Este estudio descarta, en algún modo, la creencia que las víctimas de una agresión sexual padecen de algunos trastornos severos de la personalidad. Ellas son, en general, personas normales; muy escasamente padecen de trastornos orgánicos o intelectuales. Sin embargo, un análisis más preciso acerca de sus rasgos característicos, que se encuentran dentro de la normalidad, nos indica que predominan la escasa asertividad, su autoestima es baja, se describen más bien como introvertidas, tímidas e inhibidas.

Como se ha dejado entrever a través de los resultados no siempre existe denuncia por parte de las víctimas. Hemos visto que dentro de las causases con mayor peso, está la presión ejercida por las propias familias afectadas, que por razones de orden legal, económico (pérdida del proveedor), impiden que se llegue a la ratificación de la denuncia. Otras de las razones argumentadas por las víctimas tienen relación con la desconfianza generalizada en el proceso penal, y muy especialmente con la ampliamente descrita «segunda victimización» (10) a que es sometida la víctima, al momento de tener que relatar, en cada una de las instancias, la experiencia traumática vivida.

Por otra parte, existe amplia literatura en donde se ha pretendido explicar, si es explicable, el comportamiento desarrollado por el autor. Asimismo, estamos invadidos de innumerables mitos que se han generado a partir de los hechos; los más comunes, el padre o familiar agresor tiene que haber estado drogado o ebrio, padece de impulsos incontrolables, es simplemente un enfermo, o quizá haya sido abusado cuando pequeño.

Asimismo, se ha considerado la presencia de distintos mecanismos psicológicos, como una forma de intentar la comprensión del problema; se habla de un fracaso de los procesos de inhibición, la presencia de distorsiones cognitivas, etc. De esta forma lo ha descrito Vicente Garrido (11) «Hay ciertas formas de construir la realidad que ayudan, igualmente, a superar los controles internos de la agresión sexual: son las distorsiones cognitivas. Por ejemplo, el padre que abusa de su hija puede pensar que la está educando sobre la sexualidad».

En verdad, nos parece que este fenómeno social es de alta complejidad. No obstante, los esfuerzos destinados por encontrar sus raíces han tenido por lo general una perspectiva unilateral, es decir, desde la óptica particular de una sola disciplina. Creemos que atendidas las características del abuso sexual que ocurre al interior de la familia, la forma fructífera para investigar su existencia y prevalencia en la sociedad, debe ser interdisciplinaria, es decir un abordaje que incluya, entre otros, elementos antropológicos, sociológicos, médicos, legales y psicológicos.

 

COMENTARIOS Y REFLEXION FINAL

 Existe consenso que el delito sexual en el hogar atenta contra la estabilidad y el desarrollo de la familia. Asimismo, hay pleno acuerdo que la familia es la organización básica de toda sociedad. Cualquier hecho o circunstancia a que se vean expuestos o amenazados sus miembros conlleva consecuencias y, sin duda, la ocurrencia de un abuso sexual implica graves secuelas que no sólo afectan a la víctima, sino que, en último término, interfieren decisivamente con el desarrollo de una comunidad.

Por otra parte, estamos viviendo en una sociedad plagada de violencia, que no hace otra cosa que incentivarnos a la competencia y al logro de bienestar económico. Ello genera en sus integrantes la adopción de conductas egoístas, competitivas y recelosas que en nada favorecen la convivencia y, en algún modo, se reflejan en nuestro propio comportamiento familiar. Cada día se nos alejan más los principios básicos para alcanzar la tan deseada armonía, cooperación, solidaridad y conciencia social.

La presencia de violencia, los malos tratos a menores y el abuso sexual intrafamiliar, constituyen sin lugar a dudas el reflejo del desarrollo de una sociedad.

¿Y qué hacer frente a este drama?

El camino, creemos, va por la prevención. Es decir, asumir responsablemente nuestro compromiso social, velar por un adecuado acceso a la educación, y que se brinden igualdad de oportunidades. Que ofrezcamos a nuestros niños la posibilidad de alcanzar un desarrollo psicosexual normal. Es decir, que la infancia sea una etapa de descubrimiento del mundo, de un mundo mejor, pleno de ideales, que favorezcan su creatividad, que aseguren el progreso de la humanidad.

Finalmente, no podemos claudicar en nuestra lucha por aspirar a una sociedad más justa, menos violenta y más solidaria. El no dedicar nuestros mejores esfuerzos a esta causa implica aceptar que estamos condenados, que irremediablemente llegaremos a la destrucción del hombre y de la sociedad y, por lo tanto, que no creemos en las capacidades del ser humano.

 


Notas:

  1. Psicólogo, Director del Instituto de Criminología de la Policía de Investigaciones de Chile.
  2. Egresada de Psicología, Universidad de «La República».
  3. Barudy, Jorge. «Dictaduras familiares, maltrato infantil, incesto». Terapia Familiar Sistémica y Contacto Social. 1991.
  4. Heise, H. «La Violencia en la Mujer». 1989.
  5. Gelles R. y Strauss, M. «Intimate Violence». New York, Simon and Schuster, 1988.
  6. Levi-Strauss, C. «Polémica sobre el origen». Capítulo La Familia.
  7. Jorge Corsi. Compilador. «Violencia Familiar: Una mirada interdisciplinaria sobre un grave problema social». Ed. Paidós. Argentina. 1994.
  8. Larraín, Soledad; Ahumada y otros. «La Violencia Sexual en Chile», estudio efectuado por SERNAM. 1992.
  9. Centro de Asistencia a Víctimas de Atentados Sexuales, conocido por C.A.V.A.S., creado en 1987. Organismo dependiente del Instituto de Criminología de la Policía de Investigaciones.
  10. Escaff, Elías. «La Víctima frente al Sistema Jurídico Penal». Trabajo expuesto en Córdoba, Argentina, 1993, en la III Reunión Internacional de Victimología.
  11. Garrido Genovés, Vicente. «Psicópata». Perfil psicológico y reeducación del delincuente más peligroso. Ed. Tirant lo Blanch. Valencia 1993.