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ESTUDIOS

 

ASPECTOS PSICOLOGICOS DE LOS MENORES INFRACTORES INTERNADOS EN EL CENTRO DE ACOGIDA DE REFORMA «EL MADROÑO», POR LOS JUZGADOS DE MENORES DE MADRID. (REFLEXIONES SOBRE UNA PRACTICA PROFESIONAL DESDE UNA PERSPECTIVA PSICODINAMICA)


PSYCHOLOGICAL ASPECTS OF JUVENILE OFFENDERS STAYING AT A CORRECTIONAL CENTER (REFLECTIONS ON THE PROFESSIONAL PRACTICE FROM A PSYCHODYNAMIC POINT OF VIEW)

Miguel Angel Viu Masedo  

Psicólogo del Centro de Acogida de Reforma «EL MADROÑO».

Instituto Madrileño de Atención a la Infancia.

Comunidad de Madrid.


RESUMEN

PALABRAS CLAVE

ABSTRACT

KEY WORD

POBLACION ESTUDIADA Y CONDICIONES DE LA INTERVENCION

ASPECTOS PERCEPTIVO-COGNITIVOS

ASPECTOS EMOCIONALES Y DE PERSONALIDAD

ASPECTOS PSICOPATOLOGICOS

EL TRATAMIENTO

REFERENCIAS


 RESUMEN

Este artículo describe las características psicológicas de los menores de edad penal ingresados en un Centro de Acogida de Reforma. Se abordan tanto aspectos perceptivo-cognitivos como emocionales, haciendo referencia a su posible psicopatología y a la cuestión del tratamiento psicológico.

Este estudio descriptivo se basa en una experiencia profesional de varios años en la evaluación de dichos menores, dentro del contexto de una institución de Reforma para Menores Infractores, y desde un modelo dinámico.

PALABRAS CLAVE: Menores Infractores. Psicología Jurídica.

 

ABSTRACT

This article describes the psychological characteristics of minors under penal age, interned in a correctional Center. It deals with perceptive and cognitive aspects as well as emotional aspects, including their possible psychopathology and the cuestion of the psychological treatment.

This descriptive study has its base in a long professional experience in the assessment of these juvenile offenders in the context of a correctional institution and from a dynamic model.

KEY WORDS: Juvenile offenders. Forensic Psychology.

 

POBLACION ESTUDIADA Y CONDICIONES DE LA INTERVENCION

La población objeto de este estudio son los menores de edad penal (actualmente entre 12 y 16 años, y solo excepcionalmente extensible hasta los 18 años), que por la presunta comisión de un delito, fueron internados cautelarmente en el Centro de Acogida de Reforma «El Madroño». Uno de los objetivos de este internamiento es el estudio integral de su situación, incluida una evaluación psicológica, para que sirva de asesoramiento al Juzgado de Menores a la hora de enjuiciar su presunta infracción. Se trata, pues, de una población que evolutivamente está en la preadolescencia o adolescencia; de ambos sexos, aunque predominan mayoritariamente los varones. (Aproximadamente un 85% de varones frente a un 1 5% de mujeres).

Desde su ingreso en el Centro, por orden judicial, hasta su salida del mismo una vez dictada la sentencia por el juez, permanecen en dicho Centro en régimen cerrado. El tiempo de estancia medio viene siendo de 30 a 40 días y durante este período de tiempo se trata de dar un enfoque educativo a todas las actividades que realizan en el Centro.

El motivo de ingreso (la presunta infracción cometida) puede variar, siendo la más frecuente el robo, además de agresiones, delitos contra la salud pública (tráfico de drogas), delitos contra la libertad sexual, etc.

El Juzgado toma esta medida de internamiento cautelar por la gravedad de los hechos, su reiteración, o por asegurar que el menor asistirá a la audiencia y podrá ser previamente estudiada su situación personal, familiar, etc.

Las características sociales de las familias de estos menores, en su inmensa mayoría, suelen ser las siguientes: nivel económico bajo o muy bajo, muy escaso nivel de instrucción y cualificación profesional de los padres; la constitución familiar suele ser atípica, generalmente por la falta de uno o ambos progenitores y un número de hermanos más alto que la media. Aproximadamente un 40% de estos menores han estado en residencias de Protección por una problemática familiar grave (ausencia de los padres o carácter nocivo de los mismos para el cuidado y educación de sus hijos). Es muy frecuente que la figura materna, aunque débil, esté más conservada, y que la figura paterna esté muy ausente.

Es de señalar que desde que entró en vigor la Ley 4/92, que regula el procedimiento de actuación de los Juzgados de Menores, la población atendida es más «normalizada», sociológicamente hablando.

Otra característica que hay que señalar de la población estudiada es que el 10% son menores extranjeros, con una problemática personal y social propia. Otro grupo de población diferenciado es el de etnia gitana, un 30%, con unas normas y valores culturales propios.

El trabajo profesional del psicólogo en este contexto tiene varias vertientes, según se oriente hacia los menores, hacia el resto del equipo que constituye la institución en la que trabaja, o hacia fuera de esta institución, en la relación con otros profesionales e instituciones. En este artículo me voy a limitar a la intervención con los menores que están en el Centro de Acogida. Con respecto a ellos creo que los objetivos básicos del psicólogo son la evaluación psicodiagnóstica y la atención psicoterapéutica.

Esta evaluación intenta ser comprensiva y «ecológica», tratando de entender la conducta de esa persona en su contexto vital. Habrá que evitar, por tanto, una mera comparación con los estandars sociales representados por la media estadística, y que provienen de estratos sociales diferentes.

La evaluación psicológica o psicodiagnóstica trata de hacer una descripción fiable y rigurosa de las características personales del menor, tanto de las negativas como de las positivas, tanto de sus déficits como de sus recursos. Se examina con especial atención si el menor presenta alguna psicopatología y si ésta puede considerarse como atenuante o eximente a la hora del enjuiciamiento penal en el que está inserto. De la descripción de sus características individuales saldrán recomendaciones y orientaciones sobre la intervención educativa que necesita y sobre si requiere un tratamiento psicoterapéutico y de qué tipo.

Dado que el contexto en el que se da esta exploración psicológica es en un ambiente que el menor vive con desconfianza (se le ha denunciado por la presunta comisión de un delito, se está investigando sobre ello, se le ha privado de libertad, se pueden tomar medidas coercitivas contra él, etc.) no va a ser fácil obtener su colaboración. Por eso la 'intervención del psicólogo debe tratar de poner un contrapunto en una situación que el menor puede vivir como persecutoria. Habrá que acentuar la intervención como apoyo, como ayuda, ofreciéndole la confianza de un adulto, profesional de la psicología, que se acerca para escucharle, comprender su situación actual, así como también para enfrentarse a su problemática, ayudarle a que tome conciencia de su situación, a que se dé cuenta de cuál es su realidad.

Intervenir en estas condiciones no favorece, desde luego, una sinceridad, ya que el menor percibe al psicólogo como parte de todo ese contexto que ha intervenido ante su conducta infractora. No obstante, en muchos casos, sí va a ser posible obtener una suficiente colaboración y una cierta apertura a esta actuación profesional.

Para que esta intervención sea posible es preciso que desde el principio se sitúe bien ese marco o encuadre en el que el menor y el psicólogo van a realizar su tarea. Esto incluye necesariamente el que desde un principio se le informe de qué se pretende, qué se va a hacer con la información que él aporta, cuál va a ser el papel del equipo educativo del Centro (uno de cuyos miembros es el psicólogo) en el procedimiento judicial en el que está inserto. Yo les digo, cuando lo veo necesario, que mi trabajo es ver qué le pasa, explicarme y explicarle el por qué y el para qué de su conducta infractora, y que me ofrezco a ayudarle a pensar sobre ello. Le advierto que voy a respetar la intimidad de los datos más personales que me cuente, pero que sí tengo que informar al Juzgado de Menores de lo que yo entiendo son las líneas generales de su problemática. Asimismo, que el Juzgado nos va a consultar y pedir opinión respecto a qué medidas creemos más beneficiosas para él, aunque la última decisión es del Juzgado. Nuestras recomendaciones son pensando en lo que creemos que a él le conviene, pero puede que no coincidan con lo que a él le gustaría.

Todo esto es importante aclararlo desde el principio, ya que después el menor va a vernos en sus comparecencias en el Juzgado, y si no lo sabe puede sentirse traicionado o engañado. Por otra parte, se corre el riesgo de que si ya de por sí el menor viene a la defensiva, estas aclaraciones podrían cerrarle más en sí mismo, dificultando una postura más confiada y colaboradora, postura necesaria para conocer su realidad personal y para poder transformarla.

El modelo técnico que utilizo en la exploración y en el abordaje psicoterapéutico es de orientación psicodinámica (psicoanalítico), en un sentido amplio, recogiendo las aportaciones de diversos autores de esta línea interpretativa y considerando como elementos esenciales la transferencia-contratransferencia, la «escucha psicoanalítica» y la interpretación de la conducta y de los contenidos simbólicos teniendo en cuenta el inconsciente.

Los instrumentos técnicos que empleo en la exploración son básicamente tres: La observación, la entrevista y los tests. Mi observación del menor en la vida cotidiana del Centro y la observación efectuada por el resto del equipo que me transmiten verbalmente o por escrito en los diversos registros de observación. También toda la información que otros profesionales hayan recogido previamente sobre ese menor está disponible en informes escritos.

La entrevista, en sus diversas modalidades (primera entrevista, entrevistas de devolución de información, de seguimiento, entrevistas de psicoterapia establecidas de mutuo acuerdo con el menor durante su estancia en el Centro, etc.) sigue en general el modelo descrito por J. Bleger (1985).

Los tests empleados para completar y contrastar los datos obtenidos por la observación y las entrevistas, son tanto psicométricos como proyectivos. Tratan de adaptarse tanto a la necesidad de explorar áreas determinadas como a las condiciones y características del menor, que en general, por sus problemas en el aprendizaje escolar, suelen necesitar pruebas en las que los conocimientos escolares no tengan un peso importante.

El Test de Rorschach, según el Sistema Comprehensivo de Exner, completado con un análisis simbólico de los contenidos, es, según mi experiencia, la prueba más completa y fiable.

A continuación expondré algunas conclusiones generales respecto a las características psicológicas de estos menores, no sin advertir de los riesgos de simplificación que supone el hacer una generalización. Cada caso es verdaderamente individual y, por tanto, diferente y tomados en conjunto habría en todo caso que establecer una tipología, ya que pueden presentarse variaciones importantes entre unos casos y otros. De cualquier forma intentaré señalar los elementos más comunes y predominantes en esta población de menores infractores, fruto de una larga experiencia de trabajo que incluye los menores estudiados desde 1986 hasta 1995 y que giran en torno a los 600 casos.

 

ASPECTOS PERCEPTIVO-COGNITIVOS

Antes de pasar a describir los datos obtenidos en el estudio de estos aspectos intelectuales, básicamente a través del test de Rorschach, creo que es relevante señalar una serie de características socio-culturales que parecen darse simultáneamente con el mal funcionamiento perceptivo-cognitivo de estos menores. Así, en su ámbito familiar y en ellos mismos se aprecia:

Un nivel de conocimientos muy bajo y un desinterés por el conocimiento y por la cultura. Los padres no valoran este aspecto, y, por tanto, no pueden estimularlo en los hijos, posibilitárselo, no les motivan a interesarse por el conocimiento del mundo y de sí mismos. El interés está puesto en otros sitios: sobre todo en la obtención de satisfacciones inmediatas de carácter primario a través del consumo.

La trayectoria escolar es de fracaso en el aprendizaje y de inadaptación al entorno escolar. Son frecuentes los múltiples cambios de colegio, el absentismo, las expulsiones por problemas de conducta, etc.

Estos menores llegan a la adolescencia sin hábitos de trabajo intelectual, con un lenguaje empobrecido y con muy escasa capacidad de reflexión y de análisis

A ello se une una práctica educativa de los padres a menudo inadecuada, que oscila desde la rigidez extrema al «dejar hacer» absoluto, sin el más mínimo acompañamiento, apoyo y control de los hijos.

Todo ello redunda en la Inmadurez cognitiva» que se aprecia en los estudios realizados y que a continuación detallamos: ¿Es efectivo el procesamiento que hacen de la información?

En la mayoría de los casos, no. Y esto se debe a que hacen una «sobresimplifícación»: constantemente están evitando los estímulos complejos y sólo procesan los más simples. Al funcionar así ignoran muchos hechos relevantes y muchas de sus respuestas son inadecuadas, ya que las dan con poca información previa, responden sin pensarlo demasiado, de forma rápida, tomando decisiones apresuradas. El análisis de los datos, su consideración y elaboración es escaso y descuidado.

Esta forma de funcionar tan impulsivo tiene una influencia en las relaciones con los demás, ya que pasan por alto aspectos importantes que los demás verán como descuidos más o menos graves, falta de sensibilidad y negligencia en la conducta. Todo ello les hará entrar en conflicto con su ambiente.

Puede también entenderse como un mecanismo de defensa en personas que se sienten vulnerables, inseguras y con baja autoestima. No quieren -o no pueden- exponerse a las consecuencias de unos estímulos que son para ellos conflictivos o demasiado cuestionantes, así que lo que hacen es no procesar esa información.

 

¿Su mediación cognitiva les lleva a una percepción de la realidad socialmente convencional o excesivamente peculiar?

En la gran mayoría de los casos su percepción es excesivamente peculiar, hacen una traducción de los estímulos de las láminas del Test de Rorschach muy poco convencional, y su comportamiento también es poco convencional desde el punto de vista social, lo que constituye un potencial de conductas asociases o antisociales.

Esta distorsión perceptiva de la realidad está indicando un funcionamiento cognitivo de mala calidad, que no logra ser efectivo a la hora de hacerse cargo de cómo es la realidad (externa e interna). Sus juicios sobre la realidad no son suficientemente adecuados, más bien tergiversan y confunden la realidad, están llenos de errores y malentendidos, y sacan conclusiones erróneas, no interpretando bien el verdadero significado de los acontecimientos.

Hay muchos prejuicios, un funcionamiento mental rígido, que se aferra a la postura ya tomada y se cierra a considerar otros aspectos, otras posibilidades, cualquier planteamiento que pueda cuestionarles. Esta rigidez está ocultando una debilidad, una fragilidad en su estructuración personal.

Supone también poco respeto por la realidad, por la verdad de lo que las cosas sean. Más que adaptarse a la realidad, exigen que sea la realidad la que se adapte a ellos.

Las causas de esta distorsión perceptiva parecen estar en el estilo sobresimplificador anteriormente señalado, y también en su manejo de las emociones (quieren mantenerse alejados de un entorno amenazante, poco gratificante, de una realidad que les cuestiona y les angustia, y que prefieren no ver para defenderse de ella). Así pues, las causas son una mezcla de factores cognitivos y emocionales.

Otro factor que está influyendo en muchos casos es el oposicionismo o la rabia, que afecta a este proceso de percibir «con la mayor objetividad posible» la realidad. La rabia les ciega y no les deja ver las cosas como son:

 

¿Su ideación, a la hora de tomar decisiones, es clara o confusa?

La ideación está bastante restringida, ya que se sustituye el pensamiento por la acción. El pensamiento no suele presentar distorsiones graves (de tipo psicótico) tanto en su curso como en su contenido. Pero sí se aprecia una gran mayoría de menores con un estilo ambiguo, poco definido, en el que la toma de decisiones no suele seguir una pauta regular. Así pueden tomar decisiones que se contradicen mutuamente. En este sentido son vacilantes, sugestionabas y poco consistentes.

Así pues, nos encontramos con unos menores con muy pocos recursos para manejarse tanto a nivel intelectual como en su mundo emocional. Este hecho puede entenderse de diferentes maneras, o como el resultado de unas circunstancias poco favorables en su desarrollo por las carencias sufridas, o como una postura defensiva ante una realidad difícilmente tolerable, ante la que se prefiere no pensar y no sentir, como forma de alejarla, refugiándose en un blindaje defensivo, que al menos les anestesia del dolor y les evite la depresión.

Esta escasez de recursos lleva a una dificultad para tolerar las frustraciones, para poder demorar la satisfacción de las, por otra parte, intensas necesidades. Al no poder esperar, la tendencia a transgredir va a ser mayor, saltándose los límites y las normas.

Es una dificultad para la «mentalización», aspecto muy relacionado con factores emocionales (identificaciones, vínculos efectivos, autoestima, etc.). Al no poder mentalizar, se pasa al actuar. El acto delictivo es muchas veces una descarga de la ansiedad que no se puede contener mentalmente.

Otra consecuencia es que no se aprende de los errores, no se pueden sacar consecuencias de la propia experiencia, por esa falta de reflexión, de contemplar el reflejo de sus propias representaciones. Así que en conjunto resulta un funcionamiento mental poco práctico para adaptarse a la realidad (social, personal, etc.).

 

ASPECTOS EMOCIONALES Y DE PERSONALIDAD

Capacidad de control de los impulsos

Los impulsos, más o menos intensos según los casos, no cuentan con los suficientes «controles» que hagan posible una demora de la gratificación, o un consenso con otras fuerzas psíquicas que permiten tener también en cuenta las exigencias sociales, de la realidad.

Por eso es muy frecuente la «impulsividad», el «carácter impulsivo», sin el suficiente control de la conducta. Ellos mismos lo describen como: «me dio el punto»; «se me cruzaron los cables»; «en el momento en que me viene algo de ese tipo a la cabeza, lo tengo que hacer..».

Desde la segunda tópica freudiana es lo que se ha conceptualizado como un triunfo de los impulsos del ello sobre el YO, que no es capaz de dominar sus tendencias instintivas para ajustarlas a las exigencias de la realidad, tal y como se lo exige el Superyo.

Esta dificultad para el control de los impulsos se explica por la fragilidad de la organización del YO, por su vulnerabilidad y carencia de los suficientes recursos (intelectuales, para poder elaborar mentalmente las necesidades de otra manera; relacionases y sociales, para poder encontrar en los vínculos con los demás, en la identificación con ellos, fuertes razones emocionales para controlar su conducta).

Este empobrecimiento personal les hace sentirse inermes ante las demandas sociales cotidianas. Ante ellas son ineficaces o se desorganizan, reaccionando con un comportamiento similar al que se manifiesta en situaciones de sobrecarga.

Su inmadurez en las relaciones interpersonales les hace más vulnerables a perder el control y a no tolerar el estrés cuando aparecen problemas con los demás.

 

Tolerancia al estrés

El nivel de estrés suele ser alto, coincidiendo con una serie de elementos estresantes que solemos encontrar en su biografía (abandono afectivo en la infancia, malos tratos, muertes de seres queridos, etcétera).

Aquí también el empobrecimiento personal hace que no se pueda afrontar esta situación de estrés de una forma más adaptativa, menos destructivo para el que la padece. También es cierto que además de la pobreza de recursos está la abundancia de situaciones estresantes.

En la mitad, aproximadamente, de esta población de menores se aprecia una dificultad importante para enfrentarse a las exigencias de su entorno social, por su escasa «habilidad relacional», por lo que son más vulnerables a las tensiones de la vida cotidiana,

Esta tensión a veces se manifiesta a través de una ansiedad difusa, de una inquietud que puede llegar a la «hiperkinesia» y al déficít de atención.

Pocas veces aparece, sin embargo, la angustia, que suele estar más negada. Están inquietos y ansiosos, pero, sin embargo, «nada les preocupa». La aparición de la angustia sería indicador de pronóstico favorable, más posibilitador de un cambio de actitud. Sin embargo, lo que suele ocurrir es que la sobrecarga interna, al no poder ser afrontada con recursos intelectuales y relacionases, encuentra un alivio en la actuación (acting), con lo que el «circuito psíquico)» se relaja, se cierra el círculo y nunca se llega a tomar conciencia de lo que pasa, no saliendo de la repetición de la conducta disociar.

 

Emociones predominantes

El poder tener en cuenta las propias emociones, conocerlas, poder expresarlas, poder atender a las emociones de los demás, etc., es algo que está muy poco presente en estos menores. En todo su funcionamiento psíquico se prescinde de este mundo emocional, que queda negado y que solo actúa de forma predominantemente inconsciente.

Este prescindir de las emociones se refiere sobre todo a las de carácter afectivo (las que tienen que ver con el amor, con los vínculos interpersonales), aunque también afecta a las emociones que podemos llamar disfóricas o irritativas (como la rabia, la tristeza, la envidia, los celos, los sentimientos depresivos, etc.).

Hay, pues, un escaso deseo e interés en procesar los estímulos emocionales. Posiblemente esto se deba a que ya cuentan con experiencias penosas (frustración afectiva, sentimiento de desamparo, de abandono, de ataques del mundo externo, de desilusión ante las expectativas puestas en los demás, etc.) y por supuesto no se está dispuesto a que se repitan. Así pues esta cerrazón al mundo emocional es un elemental mecanismo defensivo por el que se busca no volver a sufrir, que no se repitan experiencias de «dolor mental»

Esta situación está relacionada con los problemas para el autocontrol que señalamos antes: al tener pocos recursos personales para salir airosos en la interacción social, el añadir demandas de intercambio afectivo puede producir una saturación, una sobrecarga, dando lugar a problemas de control.

Este funcionamiento empobrecido y constreñido que intenta prescindir de las emociones, les lleva a un retraimiento social, a un aislamiento.

El origen de esta actitud ante el mundo de los sentimientos se basa en la frecuente experiencia de carencia afectiva, de desatención, cuando no de maltrato.

La carencia de una figura materna «suficientemente buena» produce daños en la personalidad ya que la experiencia de indefensión y abandono produce una sensación de inseguridad básica, de falta de amor y de valoración por sí mismo, profundos sentimientos inconscientes de culpa y de rabia por el maltrato recibido. Se genera así una dinámica patológica que acaba en conductas destructivas, contra los demás y contra sí mismo

Como tanta necesidad de afecto y de valoración puede ser humillante reconoceria y puede crear dependencia, se opta generalmente por negarla o por no expresara. De ahí esa apariencia fría y dura de algunos de estos menores, que, sin embargo, reaccionan después positivamente ante la figura adulta que les atiende, les comprende y les muestra simpatía, que no es persecutoria, incluso aunque les exija y les ponga unos límites claros y razonables, expuestos como una necesidad para hacer posible la convivencia, y a los que todos estamos obligados.

En otros casos, más que falta de afecto y de reconocimiento, de lo que se trata es de un afecto personal mal entendido: sobreprotección, relaciones simbióticas madre-hijo por la falta de una figura paterna, de autoridad, que haya establecido un orden, un respeto por la ley, que haya posibilitado un movimiento evolutivo.

Si no de forma directa, sí al menos indirectamente, a través de sus actitudes, su conducta, sus temas de conversación, etc., se detecta la presencia de dos emociones básicas: la rabia y la depresión. La rabia se muestra en muchas ocasiones como oposicionismo, como respuesta airada a la agresión sufrida. La depresión no suele dar la cara a través de los síntomas más comunes para reconocerla, sino a través de síntomas indirectos (el aburrimiento, la apatía, el pesimismo o el fatalismo, los actings auto-destructivos, la ansiedad, el malestar físico, los problemas de relación, etc.).

Expresión simbólica de las emociones y de las actitudes adoptadas

Evidentemente las emociones están presentes y no se pueden negar, su influencia sigue siendo real aunque no se las pueda ver o reconocer. En términos dinámicos diríamos que siguen actuando sobre la conducta aunque sea de forma inconsciente.

Podemos tener un acceso a ellas analizando los símbolos, los tests proyectivos, las fantasías, los sueños, etc. El análisis simbólico de estos materiales psíquicos nos plantea la siguiente secuencia en la dinámica de emociones y de reacciones a las mismas:

Autopercepción y autoestima

El sentimiento de inferioridad y su superación es un problema al que todos nos enfrentamos en el desarrollo personal. Supone la tarea de ir construyendo una autoestima, que se basa en dos pilares: El amor y la aceptación recibidos de los padres y de las personas del entorno, ya que al sentirse estimado por ellos y valioso para ellos se puede uno reconocer como valioso y autoestimarse. Y en segundo lugar los logros reales que pueda ir adquiriendo y que le convenzan a sí mismo de su valía, gracias a la adquisición de capacidades y habilidades de carácter motriz, intelectual y social. Los demás le reconocerán esos logros y le devolverán una imagen valiosa de sí mismo.

En la adquisición de esta autoestima y en el proceso de poder superar el sentimiento de inferioridad, tiene especial importancia la experiencia vivida en los primeros años del desarrollo de poder ver y ser visto, es decir, que los progenitores permitan las experiencias escoptofílicas y exhibicionistas, para que el YO del niño pueda afianzarse. Esto solo será posible cuando los padres puedan prestar a sus hijos la suficiente atención y comprensión de sus necesidades evolutivas (Kohut, 1977, 1980).

Estos menores infractores, aunque a veces las apariencias puedan parecer lo contrario, no han logrado salir de ese básico sentimiento de inferioridad. No se valoran a sí mismos cuando se comparan con los demás. No se quieren a sí mismos porque no se han sentido queridos por sus padres. No pueden tener confianza en sí mismos porque nunca se ha tenido confianza en ellos.

Precisamente la conducta infractora tiene a veces esa función de buscar la valía y el respeto o la admiración de los demás en una conducta transgresora y atrevida. Ya que no han podido destacar en otras áreas (deporte, estudios, amigos, etc.), buscan, por un mecanismo de compensación, poder destacar en algo, lograr «ser vistos».

Intentan así ocultar su verdadero sentimiento de inferioridad, a través de una reacción hostil, de una posición de autosuficiencia, de aparente seguridad en sí mismos, con una postura muy rígida.

En general podemos afirmar que la mayoría de estos menores se perciben a sí mismos dándose cuenta de sus déficits y tienen la sensación de que no han conseguido los suficientes logros, al compararse con los chicos de su edad. Por eso la estimación que hacen de su propia valía suele ser negativa.

Esta autopercepción negativa no suelen expresaría directamente, ya que siempre es algo doloroso para el amor propio. Pero se ve claramente, aunque de forma indirecta, a través de los símbolos con los que expresan su idea de sí mismos. El percibir su realidad tan carencial y la comparación con los demás les crea un sentimiento de inferioridad.

A veces, como un mecanismo de compensación, aparece una autoglorificación, la expresión de una imagen grandiosa, como si se sintieran más valiosos que los demás. Pero no es difícil apreciar que es una manera de ocultar el elemento opuesto, que no ha podido ser integrado.

Por otra parte, habría también que tener en cuenta que la imagen de sí mismos que tienen suele estar basada más en concepciones imaginarias que en experiencias reales, y que también puede estar influyendo la exigencia de ajustarse a un ideal que está muy lejano a su realidad, todo lo cual les llevaría a una imagen distorsionada, que subrayaría lo negativo y no vería lo positivo.

 

Percepción de los demás y de las relaciones con ellos

Predomina una percepción de los demás poco realista, con una concepción de las personas con las que se relacionan fantaseada y cargada de sus proyecciones.

Es también frecuente apreciar un déficit importante en la capacidad o habilidad para relacionarse con los demás. Las relaciones suelen ser superficiales, empobrecidas, poco gratificantes, por lo que con frecuencia llegan al aislamiento.

Se pierde el interés por las relaciones; al menos por las de carácter íntimo y estable, donde pueda establecerse una confianza, un intercambio afectivo, una expresión de las propias emociones y un interés por los sentimientos de los demás.

Muchos carecen de empatía (capacidad de sentirse en el lugar del otro) por lo que las relaciones pueden ser fácilmente hostiles, percibidas como agresivas, desplazando en los demás la hostilidad primaria sentida hacia los padres.

El hecho -traumático- de haber experimentado, la mayoría en edades tempranas, una fuerte herida narcisista, suele tener como consecuencia la adopción de una postura reivindicativa: «puesto que me han hecho daño, ahora todo me es debido, tengo derecho a una indemnización, todo me tiene que estar permitido, yo estoy exento de someterme a la ley del esfuerzo como los demás, soy víctima y estoy justificado en mis reacciones coléricas y antisociales»

 

Situación socio-familiar

La problemática emocional arranca de la familia de origen.

La imagen interna que estos menores tienen de sus padres suele estar dañada.

La problemática personal y social del menor es «la punta del iceberg» de toda una psicopatología familiar donde es f recuente el desamparo, el abandono, el maltrato, la ausencia de valores evolutivos, etc.

La figura materna es, con todo, la que generalmente aparece más conservada, en comparación con la figura paterna, que está más ausente, o por falta real de un padre o por no ejercer las funciones de tal, o por ejercer unas funciones nocivas, representando un modelo negativo para identificarse con él (padres ausentes, autoritarios, delincuentes ... ). Para un chico adolescente la figura del padre es clave en orden a identificarse con él en su papel masculino y para encontrar un lugar con dignidad dentro de la sociedad, Para una adolescente igualmente la figura del padre, con el que relacionarse con respeto y afecto, hace posible que pueda relacionarse con el hombre de una forma constructiva y que pueda encontrar un lugar con dignidad y respeto en la sociedad.

Son familias que a su vez son carenciales y dañadas (posiblemente porque a su vez tuvieron unos padres de las mismas características), no pudieron dar el suficiente «sostenimiento emocional» en la primera infancia. La base sobre la que después pueda construirse su seguridad, su confianza en sí mismo...

Familias con un alto nivel de estrés psicológico, donde son frecuentes los conflictos familiares graves (malos tratos, agresiones, abandonos ... ) y las conductas patológicas (adicciones, suicidios, conductas psicopáticas ... ).

Hay una tendencia a la repetición, los conflictos no resueltos de los padres se repiten en los hijos, ya que se da una identificación con modelos negativos. El molde en que se fragua la relación con los demás es la relación que se establece con las figuras parentales, y cuando la relación con éstos está muy deteriorada, las consecuencias son devastadoras.

El «delito» o infracción, que es una transgresión de las normas sociales, puede entenderse como una actuación de los conflictos no resueltos con los padres (conflictos edípicos). Ejemplos de esta conflictiva edípica pueden ser: la identificación con un padre delincuente; el oposicionismo a toda figura de autoridad, como resultado del enfrentamiento con la figura paterna; la continua búsqueda de satisfacción a través del robo de aquella «satisfacción maternal» que quedó precozmente frustrada.

Generalmente la persona que pasa a ser antisocial ha crecido en unas circunstancias desoladoras, ha recibido muchas agresiones, pasando ahora a ser él el agresor

 

ASPECTOS PSICOPATOLOGICOS

Introducción

Es todavía objeto de discusión y de duda, en los ambientes donde se trabaja con menores infractores, la cuestión acerca de la psicopatología de los mismos. Las opiniones oscilan entre los que afirman que no hay patología en estos menores, sino sólo problemas sociales y educativos, hasta los que afirman -en el extremo contrario- que todos estos menores presentan un trastorno psicopatológico de algún tipo.

El debate de esta cuestión nos llevaría a una profundización mayor sobre la distinción entre normalidad y patología en el campo de lo psíquico, con todas las connotaciones sociales que tiene en general y más todavía en el terreno de la delincuencia infanto-juvenil.

Los dos extremos señalados se podrían resumir diciendo que se puede «psicopatologizar» cualquier comportamiento y también se puede negar la presencia de una patología evidente, por el temor a enfrentarse a ella o por la incapacidad de verla.

¿Es todo delincuente un enfermo psíquico? ¿Se puede considerar el delito en un menor como un síntoma de una psicopatología? ¿Es todo menor infractor un caso patológico que entra -por definición- en los «Trastornos disociales» (DSM-IV) 1995?

Para contestar a estas preguntas hay que hacer un planteamiento individualizado, clínico, que evalúe el caso concreto, huyendo de generalizaciones reduccionistas. Aplicando el método clínico habrá que hacer una evaluación que tenga en cuenta el plano de los síntomas, de la estructura, de la génesis y del contexto ambiental.

La conducta disocial puede ciertamente entenderse como un síntoma de un conflicto no bien resuelto, que se expresa a través del comportamiento. Pero la presencia de síntomas no es necesariamente indicador de patología, lo mismo que la ausencia de síntomas no es necesariamente indicador de salud mental. Un síntoma puede estar indicando un conflicto en el desarrollo. La ausencia de síntomas puede estar indicando un sometimiento a la norma social, el establecimiento de un falso self.

En este sentido será más interesante tener en cuenta la intensidad o el grado en el que se presentan las pasiones, los conflictos y las defensas empleadas. Un indicador de salud sería la diversidad de recursos disponibles para adaptarse a las diversas necesidades que nos va presentando la realidad. Y, por tanto, habrá que tener muy en cuenta el contexto socio-familiar del menor.

Indicadores psicopatológicos pueden ser la compulsión a la repetición, la intolerancia a la frustración, la actuación (acting) y la mayor o menor fuerza del YO.

Así, pues, habría que tener en cuenta dos niveles, sobre todo hablando de menores en un momento evolutivo muy cambiante: el nivel del conflicto, de la problemática reactivada, de la carencia... y el nivel de la patología establecida que se repite.

La aparición en un niño o adolescente de una conducta antisocial, podemos entenderla, en principio, desde el punto de vista clínico, como un síntoma, como un indicador que nos remite a una crisis, a un conflicto...

Cuando esa conducta no es un hecho aislado sino algo que se repite, que responde a un posicionamiento, y que interfiere gravemente la adaptación de ese individuo a su medio social, estamos viendo una psicopatología.

 

«Sujetos frágiles» (Trastornos del YO o déficits del YO)

El trastorno más frecuente en la clínica de los menores infractores es un trastorno del desarrollo que consiste en un déficit en la organización estructural de la personalidad, que afecta a las funciones del YO. (Por «YO» entendemos la instancia yoica de la segunda tópica freudiana).

El YO tiene unas funciones adaptativas, es el que trata de conciliar de forma eficaz los impulsos internos con las exigencias de la realidad. Cuando el YO no está suficientemente evolucionado presenta limitaciones en los siguientes aspectos:

* Para «procesar» con eficacia la percepción de la realidad tanto externa como interna (sus propias experiencias), no pudiendo hacer un mínimo autoanálisis, por lo que se está continuamente huyendo de sí mismo y no se aprende de los errores. Los juicios sobre la realidad están empobrecidos ya que solo tienen en cuenta lo que a uno le interesa, no procesando lo que pueda ser inquietante. La prueba de realidad (la capacidad de distinguir entre la fantasía y la realidad) es débil, denotando una mala relación con la realidad.

* No se es capaz de hacer una planificación del futuro, no se tiene un proyecto de vida, se va actuando y reaccionando ante lo que va viniendo, sin ninguna previsión.

* Los sujetos con un YO frágil tienden a actuar sin cuidado, de forma impulsiva y descontrolada, entrando en conflicto con su ambiente. Tienden a expresar en la conducta lo que no pueden elaborar mentalmente.

Frecuentemente no pueden manejar las situaciones complejas y cambiantes de la vida de forma sosegada y orientada según unas metas, sino que actúan a ciegas.

* Las relaciones con los demás están empobrecidas, son poco gratificantes, por lo que su adaptación a su realidad social es poco exitosa. Hay una carencia o pobreza de habilidades sociales y de resolución de problemas que proviene de una experiencia humana pobre en los vínculos interpersonales.

* Su carácter o estilo vivencial es indefinido, inseguro, sugestionable y versátil.

Todas estas características son frecuentes entre los menores infractores.

 

Trastornos depresivos

Introducción

No es de extrañar que aparezca de alguna manera la depresión en esta población de menores dado que su situación es tan penosa en todos los aspectos. Para el mismo menor aparece negada (o es inconsciente), está subyaciendo en toda su problemática. Que el menor fuera consciente de su depresión, que pudiera reconocerla y afrontarla sería ya un gran paso, ya que supondría afrontar el problema y de ahí seguro que saldría algo nuevo, un cambio. Pero verla y afrontarla supondría todavía un mayor dolor psíquico, que no se suele poder hacer sin una ayuda especializada.

El enmascaramiento de la depresión es, por otra parte, algo típico de todo adolescente deprimido. Lo que se manifiesta externamente son los «equivalentes» de la depresión, como los trastornos de comportamiento (desobediencia, absentismo escolar, cólera, fugas, etc.); el aburrimiento; el nerviosismo y la inquietud; la búsqueda de atención; el paso al acto; las toxicomanías; la conducta sexual anárquica; etcétera.

Respecto a los indicadores más evidentes de depresión, menos frecuentes como tales en los adolescentes en general, se daban, sin embargo, entre nuestra población en un 18,5%. Este porcentaje presentaba preocupaciones depresivas, detectadas a través del índice de Depresión del test de Rorschach.

 

Los datos biográficos

En los datos biográficos que tenemos de estos menores infractores encontramos frecuentemente hechos que nos hablan de una carencia, tanto de afecto como de valoración. Así, es frecuente encontrar unas figuras parentales poco afectuosas y contenedores, cuando no son claramente nocivas por su alto grado de perturbación y deterioro. Las circunstancias familiares son con frecuencia caóticas y a menudo ha habido un derrumbamiento del medio familiar: el padre o la madre han abandonado a los hijos, las condiciones materiales han sido miserables, ha habido malos tratos físicos y/o psíquicos, los hijos han tenido que residir en instituciones precozmente y por mucho tiempo, los mismos padres son claramente toxicómanos, delincuentes o figuras claramente patológicas por su violencia, rigidez, abandono de sus hijos, etc.

Así pues, estos menores han sufrido, frecuentemente, frustraciones precoces y traumáticas, privación de cuidados maternos y de una atención material y educativa, y desde luego, una importante depravación narcisista (nadie les miró, les valoró, les atendió, les apoyó, etc.).

Se trataría, pues, de «depresiones de inferioridad y de abandono». Las de inferioridad son las que presentan un conjunto de sentimientos de inferioridad en algún área concreta (en lo físico, en lo escolar .. ) o en el conjunto de la personalidad. Su conflicto es no poder realizar sus propias exigencias ideales, que a veces además son megalomaniacas y con una exigencia sádica, con lo que también van acompañadas por intensos sentimientos de culpa.

Las depresiones de abandono tienen que ver con sentimientos de abandono, de vacío y con los recuerdos de separaciones traumáticas. Suelen ir muy ligadas a actuaciones hetero y/o autoagresivas. Aquí los equivalentes depresivos tienen la función de «llenar un vacío» (toxicomanías, bulimia, relaciones sexuales desordenadas, etc.). (Marcelli y Branconnier, 1986).

 

Las consecuencias

Las consecuencias de estos datos biográficos son una serie de características que observamos repetidamente en nuestra población, y que podemos calificar como depresivas. Estas consecuencias son al mismo tiempo indicadores para detectar esta situación depresiva. Las más importantes y frecuentes son:

a) La escasa respuesta ante la estimulación y el acercamiento afectivo, la inexpresión de los afectos, la inhibición y la apatía (como defensa ante el sufrimiento). Como consecuencia, la inhabilidad social, la escasa cooperación y las dificultades para establecer unas relaciones humanas satisfactorias. A veces el aislamiento social.

b) La autodesvalorización, el pesimismo, la falta de ilusión, de esperanza, el no tener expectativas de lograr algo en el futuro, el abandono a la fatalidad, al destino, en una pasividad resignada.

c) El sentimiento de ser víctima de la injusticia y maldad de los demás, que les lleva a tomar un posicionamiento de continua queja, exigencias, echar la culpa y responsabilidad a los demás, sin asumir ellos su propia culpa, posiblemente por la presencia de una intensa culpa inconsciente. La actitud de autojustificación y autoindulgencia, conjurando así, también, las intensas autoexigencias inconscientes.

d) Los sentimientos de rabia, cuando no de cólera, por el daño sufrido, expresados en los ataques a la sociedad (las conductas infractoras de robo, agresiones, etc.).

e) La sobrecarga psíquica, la irritación interna, la ansiedad e inquietud psicomotriz, que busca -y en cierto modo obtiene- un alivio en la actuación antisocial.

Como hemos visto, esta vertiente depresiva tiene unas causas externas y objetivas, y también una vertiente subjetiva, la deficiente elaboración psíquica que se hace de esas circunstancias ciertamente adversas. Esta consciente en no poder situarse ante ellas de una forma más sana y constructiva, que permite superarlas e incluso aprovecharse de ellas para la propia maduración personal y la adecuada colocación ante el fenómeno de la vida.

Pero es que ellos solos, con sus escasos medios personales, no pueden hacer esta elaboración, necesitan una ayuda externa especializada que se lo posibilite, ya que tienen demasiado que elaborar y demasiados pocos recursos para hacerlo.

Esta problemática depresiva de fondo, consecuencia de la carencia, es algo diferente (aunque se parezca en los síntomas) a la depresión como etapa evolutiva en un proceso de individualización y de maduración personal. La toma de conciencia de la carencia personal y el cortar con el acting compulsivo, llevaría a este tipo de depresión, lo que sería un paso necesario para superar esa problemática y estaría indicando un enfrentamiento del problema.

 

Los trastornos psicopáticos

Lo primero que habría que decir es que los psicópatas existen y que la formación de este trastorno de la personalidad puede comenzar durante la infancia o la adolescencia.

La psicopatía es un desorden de la personalidad, de carácter crónico y egosintónico (los psicópatas aceptan su modo de ser como algo natural y adecuado). Ellos se consideran a sí mismos inocentes y no experimentan sentimientos de culpa, son insensibles a la culpabilidad y echan siempre la culpa de lo que les pasa a los demás o a situaciones que están fuera de su control.

No presentan vínculos de apego ni los normales sentimientos de amor; sus relaciones con los demás son superficiales. No respetan los derechos de los demás y se muestran insensibles cuando causan dolor y sufrimiento a otros. No se identifican con los demás, están centrados en sí mismos y explotan y manipulan a los otros sin escrúpulos.

En términos psicodinámicos se trata de un trastorno del Superyo, respecto tanto a la moralidad como a las relaciones con los demás, esto es lo esencial de la psicopatía.

No hay que confundir la psicopatía (trastorno del Superyo) con la debilidad y torpeza de los que hemos denominado «sujetos frágiles» (trastorno del Yo). Ambos trastornos pueden darse a la vez en el mismo individuo, pero no necesariamente, por lo que podemos encontrarnos con psicópatas inteligentes y hábiles, y con psicópatas impulsivos, empobrecidos y torpes. Estos últimos tendrán más posibilidades de cometer delitos y de entrar en los circuitos penales.

En nuestra población nos encontramos con un grupo de menores que presentan, si no un cuadro de psicopatía firmemente estructurado, sí al menos con suficientes rasgos psicopáticos como para apreciar que sus infracciones están motivadas por este trastorno de la personalidad (I. B. Weiner, 1991).

Pero conviene aclarar que no todos los menores infractores, sino más bien una minoría, pueden ser evaluados como psicópatas, en el sentido estricto de esta categoría diagnostica. La mayoría de los menores infractores responden más bien a una personalidad frágil, empobrecida, con muy escasos recursos a todos los niveles, en los que la infracción es más fruto de la inhabilidad que de una personalidad psicópata.

 

Otros trastornos emocionales y del comportamiento

Además de los trastornos ya descritos (fragilidad yoica, depresión encubierta, rasgos psicopáticos, etc.) pueden presentarse otros muchos, presentes en la motivación del hecho delictivo. Algunos autores hablan del «Trastorno disocial», pero hay que tener en cuenta que la comisión de un acto delictivo no debe considerarse automáticamente como un síntoma patológico, puede ser un hecho aislado que no indique ni siquiera un trastorno disocial. Para que éste se dé es necesaria «una forma persistente y reiterada de comportamiento disocial, agresivo o retador» (CIE- 10, pág. 325).

Los trastornos disociases se dan a veces limitados al contexto familiar, expresando así que el conflicto se centra en las relaciones familiares. Las formas mixtas son las más frecuentes, presentándose trastornos disociases asociados a trastornos hipercinéticos y/o a una importante problemática emocional, a veces con contenidos claramente neuróticos como fobias, obsesiones, histerias, etcétera.

Un grado mayor de patología se presenta en los trastornos límites de la personalidad, en los que el deterioro de la conducta es mayor, como consecuencia de una más grave desorganización de la personalidad, que tiene que ver con una mala resolución del proceso de separación-individuación descrito por M. Mahler.

 

Tipología

Se pueden establecer diferentes tipologías de los menores infractores, según el criterio elegido. Desde un punto de vista que se centra más en la etiología psíquica podríamos distinguir:

* Aquellos cuya actividad delictiva tiene su origen en un trastorno del YO (los «sujetos frágiles») o en un trastorno del Superyo (los que presentan rasgos psicopáticos), o en ambos a la vez o en ninguno.

* Siguiendo el criterio del DSM-III que hace una clasificación atendiendo y combinando dos factores: la socialización y la agresividad.

Otras clasificaciones se basan más en las características sociales, y así podemos distinguir entre los socialmente normalizados y los marginados, etc.

 

EL TRATAMIENTO

Cuestiones generales

Lo primero que hay que tener en cuenta es que el contexto es en principio adverso: Se trata de menores que están privados de libertad, lo que les disgusta, están en contra de su voluntad, están dentro de un proceso «penal», donde intervienen otras figuras como la policía, el juzgado, etc... y eso hace que a veces vivan a los profesionales del Centro (educadores, psicólogo, etc.) dentro de ese mismo contexto represivo.

Sus características personales no son precisamente favorables a un tratamiento por su estilo impulsivo y actuador, poco interesado en la introspección, o en cualquier cuestionamiento de su actitud.

Por lo general no hacen una demanda de ayuda, aunque a veces tampoco se nieguen a recibirla.

Por supuesto, la motivación puede variar mucho de unos casos a otros, y nos encontramos desde los que rechazan cualquier tratamiento hasta quien te pide ayuda para superar un problema concreto.

Un tratamiento psicológico, durante la medida judicial de internamiento, supone la concienciación y participación comprometida de todo el equipo técnico del Centro de Reforma.

A veces, una de las tareas más importantes con el menor es fomentar que surja en él la conciencia de malestar y la necesidad de un tratamiento. Si el equipo técnico está sensibilizado a este tema podrá incidir positivamente en que dicho tratamiento sea posible

 

La terapia institucional

El Centro de Reforma, además del aspecto penal que tiene: el cumplimiento de una medida de internamiento dictada por orden Judicial, tiene una dimensión terapéutica que hay que conocer y promocionar.

Los principales elementos de este aspecto terapéutico institucional son:

* El Centro como lugar de contención: que presta, como auxiliar, la estructuración que el YO personal no puede todavía darse a sí mismo. Me refiero a todo ese ambiente constituido por el edificio, el horario, la normativa interna, las actividades (talleres, grupos, etc.), las relaciones con compañeros y profesionales, etc.

* El Centro como ámbito que posibilita y potencia la reflexión, cortando el movimiento compulsivo de actuaciones. El análisis, la reflexión, el aprendizaje y establecimiento de hábitos básicos, la adquisición de pautas de conducta socializadora, etc., son, por supuesto, objeto del trabajo educativo que se lleve a cabo durante el internamiento del menor.

Toda esta intervención terapéutica ambiental solo será eficaz si se consigue que el menor la internalice y la haga suya. Si no, perderá su efecto en cuanto el menor abandone la institución y pase a ser influido por otro ambiente.

 

Las psicoterapias

Desde nuestro planteamiento, cualquier tipo de tratamiento que resulte indicado para el caso tiene validez, cualquiera que sea el modelo en el que se inspire. Elegir el tratamiento adecuado será precisamente uno de los objetivos básicos del estudio inicial.

Una vez elegido el tipo de tratamiento indicado, siempre se plantea el tema de si dentro o fuera de la institución. El criterio que mantenemos es que -siempre que sea posible y en función del carácter del Centro y de la medida judicial- es preferible que el tratamiento se realice fuera de la institución de reforma, en el ámbito de salud normalizado para cualquier ciudadano. Esta medida, además de la ventaja de la normalización, posibilita más que el tratamiento continúe después del cumplimiento de la medida judicial.

Para un gran número de casos parece más aconsejable comenzar con tratamientos breves en el tiempo y de objetivo limitado, ya que no suele darse la suficiente motivación, conciencia de enfermedad y tolerancia a la frustración como para tolerar un tratamiento más largo y profundo.

Si el tratamiento tiene éxito y se van consiguiendo pequeños objetivos, logrando al mismo tiempo una reafirmación del menor, éste estaría en mejor disposición para aceptar una propuesta de intervención psicoterapéutica más ambiciosa.

 

La contratransferencia

Dado el contexto descrito en el que interviene, y dado que generalmente la motivación y disposición ante la intervención terapéutica es negativa, se plantea al profesional un problema importante de nuestra práctica: cómo siente personal y profesionalmente su trabajo, qué fantasías y sentimientos le despierta. Destaco algunos más frecuentes:

* La frustración, porque se intenta trabajar con quien no acepta en principio esa intervención profesional. Y si la acepta formalmente, presenta unas fuertes resistencias que hacen muy difícil el tratamiento. Esto lleva al profesional a constatar su radical no-omnipotencia, y le exige estar muy seguro de su valía profesional, para poder prescindir de lo gratificante que resulta tener la constatación de unos «buenos resultados». El nivel de tolerancia a la frustración del profesional debe, por tanto, ser alto.

* Trabajar frecuentemente con casos graves, muy deteriorados y con mal pronóstico, con pocas expectativas de mejoría, en una población muy joven, con un importante condicionamiento social, puede despertar en el terapeuta un nivel importante de ansiedad, un sentimiento pesimista-depresivo de desesperanza, que puede «quemarle» fácilmente. (De hecho, pocos profesionales se prestan a este trabajo. Invariablemente el comentario de amigos y compañeros ante la explicación de este tipo de trabajo es «qué duro».)

Enfrentarse en nuestro trabajo a hechos como la violencia, la rebeldía, la búsqueda inmediata de placer, la pobreza de recursos, la desestructuración personal, etc., produce un impacto emocional en cada uno de nosotros, según nuestra propia historia personal y nuestra peculiar forma de resolver esos temas.

Estos sentimientos contratransferenciales, si se manejan adecuadamente, son de indudable valor para un diagnóstico preciso y para un tratamiento adecuado. Para lograrlo tenemos que usar los necesarios instrumentos que la tradición terapéutica de orientación dinámica ha dejado establecidos, como son el propio y permanente análisis personal, la formación continua y la supervisión. Todo ello nos servirá para la expresión clarificación, contraste, asesoramiento y orientación de nuestro trabajo.

El adecuado manejo de la angustia que provoca en el profesional el contacto con estas carencias y daños es también de vital importancia. Según la elaboración que se pueda hacer de ella pueden surgir diferentes posturas: el que inconscientemente niega la angustia y adopta una postura ingenua y «omnipotente». Creen que lo pueden arreglar todo y además en poco tiempo. Suele corresponder a una primera etapa de ingenuidad y cae espontáneamente con el tiempo y la experiencia. Solo una ojeada a los datos sobre «reincidentes» echa por tierra esa sensación de omnipotencia.

El extremo contrario de esta postura es el derrotismo, el pesimismo, el «aquí no se puede hacer nada», nuestra intervención es imposible y está condenada al fracaso. Es la postura vital del que acaba «quemado».

Creo que existe un «espacio intermedio», al que con suerte se puede llegar, donde no se niega la penosa realidad que nos encontramos a diario, conscientes de la limitación de nuestra intervención y de nuestro papel de «mediador» en un proceso donde el verdadero sujeto es el menor; pero donde es posible hacer algo positivo: presentar un contraste, hacer pensar, ofrecer al chico una experiencia positiva que no conocía, dotarle de unos instrumentos que nadie le había dado.... y esperar que eso tenga, en la trayectoria vital del menor, un efecto positivo a corto, medio o largo plazo.

Otra postura vital de los profesionales, dependiendo de la percepción que tengan del menor, es la del paternalismo o la del rechazo agresivo. El paternalismo nace de ver al menor sólo como sujeto de carencia, lo que despierta nuestra compasión y nuestra «comprensión», pudiendo llevar a identificarnos tanto con ellos que les justifiquemos. El rechazo agresivo nace de ver al menor sólo como sujeto de una conducta agresiva, a la que se responde en los mismos términos agresivos, dejándose llevar por un sentimiento inconsciente de venganza social, proyectando en el «delincuente» sus propios aspectos agresivos que no reconoce en sí mismo, condenándole sin ver sus circunstancias atenuantes, dejándose llevar por ese mecanismo tan conocido ya de buscar un chivo expiatorio. Creo, también aquí, que es posible una postura educativa y terapéutica que considera tanto las carencias como la conducta, y valorando justamente los déficits y sus consecuencias, sepa responsabilizar al menor, sujeto de derechos y deberes, sabiendo enfrentarle a su propia vida, con esa mezcla de respeto y de exigencia, de afecto y de contrastación.

 

REFERENCIAS