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ESTUDIOS

 

LA PREVENCION EN EL MALTRATO INFANTIL


CHILD ABUSE PREVENTION 

Miguel COSTA CABANILLAS

José Manuel MORALES GONZALEZ

María García JUSTE ORTEGA

Area de Investigación del Centro de Estudios del Menor y la Familia Dirección General del Menor y la Familia Ministerio de Asuntos Sociales

 


RESUMEN

PALABRAS CLAVE

ABSTRACT

KEY WORD

INTRODUCCIÓN

EL MALTRATO INFANTIL: CONSIDERACIONES EPIDEMIOLOGICAS Y CONCEPTUALES

Importancia epidemiológica. Los datos de un problema

El buen trato/ el maltrato: una perspectiva histórico-cultural

La referencia de los niños: sus necesidades

La referencia social y cultural: actitudes, opiniones, creencias y valores sobre la infancia

LA PREVENCION DEL MALTRATO

Un punto de partida para la acción preventiva: la investigación

Crear un contexto social y cultural sensible a las necesidades de los níños

El desarrollo de la competencia parental

Mejorar la competencia de los servicios

REFERENCIAS


RESUMEN

Los programas de prevención del maltrato infantil, centrado en sus niveles primario y secundario, se han constituido en los últimos años como la opción idónea para mitigar este fenómeno psicosocial al atender adecuadamente a la población infantil en general, y a los niños en dificultad social en particular Este artículo de revisión plantea que dichos programas deben contemplar como principio básico la adecuación de las necesidades de los niños y las capacidades parentales de sus cuidadores, teniendo en cuenta el contexto sociocultural en el cual la familia está inmersa. Los autores exponen diferentes estrategias para la prevención del maltrato infantil, destacando entre éstas: a) el desarrollo de la competencia parental para la capacitación de los padres a través del entrenamiento de habilidades en la crianza y educación de sus hijos,- b) la eliminación del posible aislamiento social de las familias por medio de una prestación de servicios de intervención comunitaria.

PALABRAS CLAVE: Maltrato infantil. Prevención. Competencia parental. Prestación de servicios.

ABSTRACT

Centered upon their primary and secondary levels, child abuse prevention programs, have been instituted in the past years as a suitable alternative to mitigate this psychosocial phenomenon on assisting children population adequately in general, and particularly the ones with social problems. This review points out that the mentioned programs must consider as basic principles the children's need adaptation and the parental skills of child care workers, taking into consideration the family socio-cultural context. The authors present different strategies to prevent child abuse, standing out among them:

a) developing parental skills to qualify parents through training them on child care and bringing up;

b) removing the potential family social isolation through community intervention services.

KEY WORDS: Child abuse. Prevention. Parental skills. Service providing.

 

INTRODUCCION

La prevención del maltrato infantil es una compleja y difícil tarea que supone introducir cambios y, lo que es más importante, asegurar que los cambios vayan en una dirección determinada y mantenerlos a lo largo del tiempo. Aquí es donde reside la mayor dificultad porque para ello es preciso remover grandes obstáculos sociales y culturales. Los niveles clásicos de prevención han sido adaptados al fenómeno del maltrato según el tipo de población al cual están dirigidos (Browne, 1988): a) prevención primaria cuando se establece a todos los individuos de una comunidad determinada; b) prevención secundaria cuando las medidas se establecen en poblaciones identificadas como de alto riesgo en relación al maltrato; y c) prevención terciaria referida a la intervención que se realiza en los casos de malos tratos que han sido detectados por los servicios de atención a la infancia.

Por otra parte, la prevención del maltrato infantil se contempla como una opción técnicamente posible (MacMillan et al, 1994) y una opción éticamente aconsejable ya que una asistencia exclusivamente focalizada hacia los programas de tratamiento deja a muchos niños en riesgo de maltrato además de llegar, en muchas ocasiones, demasiado tarde (Browne, 1988). Los programas de tratamiento, una vez que han terminado, no protegen adecuadamente a muchos niños de un maltrato continuado en el futuro, las tasas de reincidencia en los servicios de protección son relativamente altas y la protección de los niños puede llegar a requerir la separación permanente de sus familias (Daro, 199l). Además, los recientes instrumentos de detección de las tipologías de maltrato infantil son todavía muy poco fiables, obteniéndose abundantes casos de falsos positivos y, por ello, mientras no sea posible elaborar un adecuado perfil de riesgo potencial del maltrato con la suficiente validez y fiabilidad, los programas dirigidos hacia la prevención primaria y secundaria se constituyen en una referencia nuclear para afrontar este fenómeno (Browne y Saqi, 1988). Así, la mayoría de los estudio realizados sobre la prevención del maltrato infantil dentro del ámbito familiar apuntan hacia la necesidad de establecer, como contenido fundamental de los programas, la dotación de habilidades parentales en los primeros años de nacimiento del niño a través de la asistencia a domicilio (Larson, 1980; Olds et al, 1986; Barth, 1991). Para ello, es fundamental la identificación de comunidades con características de alto riesgo de maltrato que determinen la provisión de servicios socio-sanitarios en la población (MacMillan et al, 1993). Por otra parte, diferentes estudios de evaluación de programas de prevención del maltrato han determinado su rentabilidad económica. Empieza a existir cierta confirmación empírica de que la exclusiva focalización en el tratamiento de casos de maltrato supone un elevado gasto de recursos públicos, siendo su prevención más rentable en términos económicos. (Daro, 199l).

A fin de comprender mejor las estrategias que se proponen para la prevención del maltrato vamos a hacer un recorrido previo de algunas consideraciones epidemiológicas e histórico-sociales en relación al fenómeno del maltrato infantil.

 

El MALTRATO INFANTIL: CONSIDERACIONES EPIDEMIOLOGICAS Y CONCEPTUALES

Importancia epidemiológica. Los datos de un problema

La investigación epidemiológica se enfrenta a dos graves problemas a la hora de cuantificar y caracterizar el fenómeno del maltrato. Por una parte, el difícil problema conceptual de su definición y, por otra parte, el no menos difícil acceso a la información de un fenómeno que, en la mayoría de los casos, suele ocurrir de «puertas para dentro», en el ámbito privado de la vida familiar. No obstante, en los últimos años se han llevado a cabo diferentes estudios epidemiológicos con la finalidad de estimar la magnitud de este problema, fundamentalmente porque las cifras oficiales recogidas por los servicios de protección infantil solamente muestran los casos más severos que están bajo la protección de los servicios y que necesitan ser intervenidos por éstos. Dicho fenómeno de detección ha sido llamado «el vértice del iceberg del maltrato infantil» (Starr, 1990) para indicar que aún son muchos los casos que se subestiman con este procedimiento. Así y como ejemplo, mientras las agencias americanas de servicios sociales han informado una incidencia anual situada entre el 1,25% y el 1,5% de la población infantil (Helfer, 1987), la última encuesta americana sobre violencia familiar realizada en 1986 mostró cifras semejantes para el maltrato severo del orden de 1,9% pero esta cifra ascendía al 10,7% anual cuando eran considerados los casos leves (Strauss y Gelles, 1986).

Centrándonos en los estudios realizados en nuestro país, nos encontramos con cifras muy dispares entre sí que oscila entre el 5 y el 1 5 por cada mil niños. El primer estudio sobre incidencia de malos tratos fue realizado en Cataluña recogiendo los casos detectados a lo largo de 1988 a través de los profesionales pertenecientes a diferentes servicios e instituciones de todo el territorio catalán (Inglés, 1995). A partir de los datos recogidos en el estudio los autores aplicaron un factor corrector para estimar a nivel de la población general la tasa de incidencia anual resultando una estimación de 5.09 por cada mil niños entre 0 y 16 años. El segundo estudio realizado en nuestro medio pretendía conocer la prevalencia del maltrato en la población de Guipúzcoa en 1989 (De Paúl et al, 1995), y fue realizado a través de los profesionales que atienden a los niños pero centrado exclusivamente en los municipios pertenecientes a esta diputación, estimando que 15 por mil de niños menores de 1 5 años sufrían de malos tratos. En relación al estudio de incidencia más reciente, realizado en la comunidad de Andalucía en el primer semestre de 1993 y a partir de fuentes de información similares a las comentadas en los anteriores estudios, se estimó una tasa de incidencia anual para 1992 de 14 por mil niños menores de 18 años (Moreno et al, 1995). Como ha sido ya comentado en una reciente revisión sobre estos datos realizada por Palacios (1995), nos encontramos que estas diferencias en la estimación de la magnitud del problema no pueden ser explicadas ni por las diferencias de edad de las poblaciones de referencia ni por las fuentes de información utilizadas que son muy semejante entre sí, sino más bien por la diferencias metodológicas en las proyecciones realizadas para la estimación de las tasas en la población general, más aún cuando, como ha mostrado este autor, el porcentaje de las diferentes tipologías del maltrato son muy semejantes en los estudios de incidencia anteriormente comentados (ver Tabla l).

 

El buen trato/ el maltrato: una perspectiva histórico-cultural

La definición de maltrato, decíamos anteriormente, es uno de los principales problemas con que se enfrentan los investigadores y expertos en el tema. Su definición implica una valoración social en relación a lo que es inadecuado y puede ser peligroso para el desarrollo evolutivo del niño. La gran dificultad se produce justamente al existir una falta de consenso social respecto a lo que pueden constituir formas de crianza peligrosas o inaceptables. Resulta difícil establecer la raya de separación entre lo que es un maltrato y lo que no lo es, o entre una familia maltratadora y otra que no lo es. En cualquier caso, el juicio social que se establece para valorar una determinada práctica de crianza como buena o mala, óptima o maltratante se configura en un marco histórico-cultural y a partir de dos fuerzas o vectores dinámicos que están en constante transacción (ver figura 1 ). Por una parte, están los conocimientos científicos que acumulan investigadores y profesionales respecto al crecimiento, desarrollo y necesidades evolutivas de los niños. Por otra parte, están las creencias, valores y criterios sociales que se expresan a través de las normas escritas y no escritas en relación a lo que han de ser unos niveles mínimos de los cuidados y atención que se han de proporcionar a los niños.

Entre estos dos vectores se establecen, en efecto, relaciones y transacciones recíprocas que contribuyen a configurar el estado de la infancia en una época determinada. Qué duda cabe que cuánto más avanza la investigación y se conocen las necesidades de los niños más se desarrolla una cultura en la que los valores de la infancia adquieren un lugar preeminente. Y también, cuánto más se difunda una cultura que valore positivamente y sitúe a la infancia en un lugar preeminente tanto más se impulsará la investigación y el desarrollo de los conocimientos sobre la infancia.

En este contexto, que es histórico y social, los criterios sociales que se establecen acerca del buen y maltrato irán siendo más exigentes a medida que los conocimientos y los valores de la infancia vayan adquiriendo un desarrollo positivo. Este desarrollo, en efecto, es histórico porque varía con el paso del tiempo, y es social, porque es diferente según el grupo sociocultural de referencia. Así, por ejemplo, mientras que en nuestro medio hace 30 años un bofetón a un niño por parte del profesor podía ser considerado normal, e incluso, un signo, de celo profesional, hoy día ese mismo comportamiento se considera maltrato. Del mismo modo, tomando como referencia otros contextos culturales, las sociedades occidentales consideran inaceptables determinadas prácticas muy arraigadas en algunos países africanos y orientales, como por ejemplo, la trepanación del clítoris a las adolescentes. Así pues, los límites y el alcance del concepto de maltrato estarán, pues, siempre abiertos al desarrollo que tanto los conocimientos como los valores y la cultura vayan experimentando a través de la historia, la educación y los grupos sociales de referencia.

 

La referencia de los niños: sus necesidades

Los conocimientos científicos actuales sobre el desarrollo evolutivo del niño y de sus necesidades (Shaffer, 1979,1991; López, 1995a ) nos permite establecer algunas conclusiones que tienen una importancia estratégica en relación al maltrato y su prevención:

a) Existe un claro y sólido fundamento psicológico para considerar a la infancia como una entidad activa con necesidades específicas que cambian según el desarrollo evolutivo. Estas necesidades que definen a los niños como sujetos individuales y específicos distintos de los adultos por ejemplo, ha sido la base de lo que se ha denominado el concepto transcultural de la infancia. En la Tabla II se muestran esquemáticamente las necesidades de los niños en su primera infancia relativas tanto a su alimentación e higiene como a los aspectos de desarrollo psicosocial

b) La adecuada satisfacción o no de estas necesidades aparece como un punto de referencia importante, a la vez que una sólida base empírica para establecer un juicio social de maltrato. Debemos remarcar que las necesidades que se especifican en la tabla II están encuadradas dentro del contexto de países desarrollados con un estado de bienestar establecido. Mientras que en los países en vías de desarrollo, necesidades básicas de la infancia todavía están sin cubrir (alimentación, higiene, educación, protección sociosanitaria, otras) y, en su conjunto, presenta una extrema vulnerabilidad frente al maltrato, en cambio en los países desarrollados contemplamos para el bienestar infantil necesidades de un nivel intermedio o superior (Unicef, 1995). Estas necesidades de orden superior que son planteadas en los países de nuestro entorno (necesidades cognitivas, emocionales y sociales) reflejan, por otra parte, los conocimientos actuales sobre el desarrollo evolutivo de los niños desde una perspectiva integral (López, 1995a) y matizan incluso la modalidad de provisión o de satisfacción de las propias necesidades básicas. En este sentido, puede observarse cómo la propia descripción de las categorías de necesidades básicas de la Tabla II refleja la presencia también de necesidades psicosociales en la medida en que no solo describe qué necesidades sino también el cómo satisfacerlas. Recientemente, López et al. (1995) han revisado con detalle los principales indicadores que los servicios de atención a la infancia pueden utilizar para evaluar el grado de satisfacción de las diferentes necesidades evolutivas del niño, y así determinar la existencia de potenciales riesgos de maltrato infantil. (TABLA II).

c) El desarrollo evolutivo y socialización de los niños no acontece en un espacio vacío sino que, por el contrario, se va configurando en estrecha relación e interdependencia con su entorno (Bronfenbrenner, 1986; Frones, 1994). Un entorno que aparece estructurado según grupos sociales y escenarios (familia, escuela, adultos, grupo de iguales, servicios) de diferente importancia según sea el desarrollo evolutivo y el estado psicosocial del niño. Los modelos actuales sobre desarrollo infantil de carácter transaccional determinan la existencia de una interacción recíproca tanto de tipo emocional como cognitivo entre el niño con sus características individuales y el entorno mediado por el ámbito familiar y las relaciones entre iguales (Bronfenbrenner, 1987; Samerof y Chandler, 1975). En la actualidad se asume, por ejemplo, que la socialización dentro del contexto relacionar padres-hijos es descrita como un proceso dual de influencia recíproca que tiene implicaciones tanto en el desarrollo del niño como en la conducta mantenida por los padres con éste, que a su vez condiciona el desarrollo infantil (Brody, 1994).

d) La familia es considerada como el principal escenario primario de socialización y, como consecuencia, fuente primaria para el bienestar del niño. Es en la familia donde confluyen, muy tempranamente, los nutrientes para satisfacer las necesidades básicas de los niños. Se configura así, la familia, como una oportunidad para el desarrollo y socialización. Sin embargo, es también en el seno de la familia en donde acontecen y dejan sentir su impacto inmediato, también muy tempranamente, las carencias y las necesidades no satisfechas. En este sentido, la familia viene a ser también un riesgo para el desarrollo y socialización de los niños. Es el comportamiento específico de las figuras de apego (madre, padre, hermano mayor, abuelos, etc.) el factor más relevante y decisivo para proveer de una base de seguridad por la cual el niño explora su entorno e interacciona con éste de forma confiada y accediendo a un adecuado aprendizaje, o, por el contrario, puede ser el factor decisivo que provee de inseguridad e incertidumbre extrema, obstáculo para un adecuado desarrollo y socialización. De hecho, el maltrato puede concebirse como la manifestación de una grave perturbación en la relación parental con los hijos, que conlleva a retrasos y disrupciones en el desarrollo del niño (Belsky, 1984). Así pues, no es de extrañar que el comportamiento de las figuras parentales y de apego constituyan un objeto importante de cualquier estrategia preventiva del maltrato infantil. Por ello, los programas de prevención deben analizar los factores que condicionan que los padres o las figuras de apego no sean sensibles a las necesidades y habilidades de sus hijos. De esta manera, dichos programas serán diseñados desde un adecuado punto de partida para encaminar sus metas tanto hacia el fortalecimiento del desarrollo de habilidades en el niño que permitan su adecuado aprendizaje socio-emocional, como hacia la promoción de las habilidades parentales (Wolfe, 1993).

Tabla 2

Necesidades del niño de 0 a 6 años

 

Categorías

 

Necesidades específicas

 

Alimentación

 

Ambiente tranquilo, con tiempo y con un horario más o menos fijo y regular. Alimentación adecuada a su ritmo de crecimiento y desarrollo: láctea en primeros meses, verduras y frutas al 40-50 mes, variada y sólida gradualmente desde primer año hasta alimentación adulta en el 20-30 año. Tocar y manipular (instrumental y manualmente) los alimentos para conocerlos con todos los sentidos, realizar intentos de comer solo y aprender a utilizar con autonomía la cuchara y el tenedor.

Sueño

 

Disponer de habitación con condiciones adecuadas de luminosidad, ventilación, temperatura y aislamiento. Dormir a una hora determinada según su ritmo de sueño: promedio 13 a 17 horas primer año, 1 0 a 12 horas de 1-6 años. Cuna amplia con medidas de seguridad (primer año) y cama desde 1-2 años. Atención y consuelo cuando se despierta angustiado.

Higiene

Baño/ducha diario que permita el juego condicionando el aseo como fuente de placer: baño en los tres primeros años con cambio regular de pañales. Métodos tranquilizadores de control de esfínteres (técnicas no estresantes), estimulando con el éxito sus habilidades de aseo personal desde primer año y disponiendo de tiempo para poder vestirse y desvestirse por sí mismo. Seguridad para explorar su entorno según ritmo de desarrollo (casa, barrio, escuela) con salidas a pasear a diario. Revisiones pediátricas periódicas.

 

Conducta psicomotriz

 

Estimulación por el éxito de sus habilidades psicomotoras: en primer año movimientos bajo estímulos externos (reflejos, cabeza, girar, arrastrarse, gatear, andar) y dominio de la cabeza, de 1-3 años movimientos de desplazamiento para su control postural. Sentir, identificar, nombrar y representar partes de su cuerpo según el ritmo de desarrollo de su esquema corporal. Interaccionar con los objetos y el otro a través del cuerpo (manos y pies): en primer año uso de las manos para coger objetos y reconocerlos con todos los sentidos, y lanzar objetos y que sean devueltos por el otro. Jugar a través del movimiento (revolcarse, arrastrarse, correr, saltar, pedalear) y de partes corporales (manos, pies, cabeza) y la música (bailar), teniendo vivencias de su entorno descubriendo el significado de las cosas. Expresar corporalmente sus emociones y sentimientos, y verbalizar la acción desde la imitación a la representación. Ser acunado, abrazado, acariciado y besado.

Contacto afectivo social-

Tener una familia que le proporcione cariño y aprobación a partir de una figura de apego estable. Ser calmado en su malestar a través del contacto corporal y el lenguaje. Recibir y dar cariño y satisfacciones. Estar con adultos e iguales, relacionándose con ello a través del juego. Sentir que el adulto es receptivo a lo que él quiere transmitir, aprendiendo conductas prosociales. Superar el miedo a quedarse solo por unos instantes. Participar según su nivel de desarrollo en las decisiones familiares y escolares.

 

Fuente: De elaboración propia a partir de Merino et al. 1995


 

e) Por último, el contexto familiar tampoco es una entidad aislada. Por el contrario, es tributario y a la vez agente activo, directa o indirectamente, de las influencias y transacciones que mantiene con su entorno socioeconómico y cultural. De ahí, que este contexto más amplio sea también objeto de un breve análisis y desarrollo.

 

La referencia social y cultural: actitudes, opiniones, creencias y valores sobre la infancia

El contexto cultural, las creencias sociales, las actitudes y los valores constituyen un objeto de estudio de la antropología, sociología y psicología social de difícil concreción y de no menos difícil operatividad cuando tratamos de medirlo o, algo más ambicioso, cuando tratamos de influir sobre el mismo con pretensiones preventivas. Sin embargo, con independencia de las dificultades y retos metodológicos que plantea, el marco social y cultural constituye una referencia ineludible, sobre todo, si lo que se pretende es definir, al menos conceptualmente, un panorama comprensivo de la prevención del maltrato. Y, sobre todo también, si en este panorama consideramos importante el contexto normativo y cultural que sanciona o, por el contrario, es permisivo con determinadas prácticas educativas y de crianza. Algunas consideraciones que deberían tenerse en cuenta en relación a este aspecto serían:

a) El marco normativo y social, al admitir o sancionar ciertas prácticas de crianza, se constituye en una fuente de riesgo o de prevención frente al maltrato. Garbarino (1977), reconocido experto en el tema que nos ocupa, identifica dos condiciones sociales necesarias para que se produzca maltrato infantil. Por una parte, debe haber una justificación cultural para el uso de la fuerza contra los niños, y, por otra parte, que la familia maltratante se encuentre aislada tanto de otras familias que pueden acceder a la información que se transmite sobre la infancia como de los sistemas de apoyo comunitario. Además, existe un cierto consenso respecto a que la prevención del maltrato y el abandono, así como la detección temprana de situaciones de riesgo, únicamente tendrá éxito dirigiendo sus esfuerzos a implicar a la sociedad en su conjunto (Dhooper, Royse y Wolfe, 1991). La hipótesis es que una sociedad más informada de las necesidades de los niños será menos tolerante con el comportamiento maltratante y desarrollará prácticas de crianza más adecuadas. Esta hipótesis ha servido de fundamento para, entre otras cosas, desarrollar campañas informativas dirigidas a la población general en relación al maltrato y la crianza.

b) Los cambios introducidos por los programas preventivos en las pautas de crianza tienen más probabilidades de éxito y de perpetuarse en el futuro si son sustentados por los sistemas de apoyo social existentes. La mayor parte de los cambios significativos que han ocurrido en el tejido social no provienen de los esfuerzos específicos dirigidos a cambiar conductas individuales sino como resultado de cambios más globales y culturales. A menudo, los clínicos o quienes, de alguna manera, se han dedicado a intervenir con pretensiones educativas y de cambio en los niveles micro de la sociedad (individuo, pequeño grupo, familia) pueden quedar encandilados por los cambios específicos que se operan tras sus intervenciones. Pero todas las psicoterapias y programas de cambio, con independencia de su fundamentación teórica, se enfrentan al problema de cómo mantener los resultados y los cambios operados a lo largo del tiempo. Y esto resultará difícil a menos que exista un entorno social y cultural que los apoye. El profesor Garbarino suele utilizar la metáfora del coche y los pájaros para ejemplificar este problema. En efecto, cuando circulamos por la carretera con un coche producimos cambios tan inmediatos como el de los pájaros situados en tendidos eléctricos de la carretera, que emprenden el vuelo a nuestro paso. Pero si el conductor mirase por el retrovisor podría observar cómo a medida que se aleja los pájaros van regresando al mismo sitio. Aplicando esta metáfora a los cambios sociales, lo que queremos decir es que tras el paso de expertos y profesionales con sofisticadas y eficientes estrategias educativas se producen cambios que, en ocasiones, pueden ser espectaculares en las pautas de crianza de muchas familias en riesgo. Sin embargo, a medida que los profesionales van abandonando a su suerte a estas familias y continuara viviendo y actuando en las mismas condiciones que les dicta el programa de su vida cotidiana, con cierta probabilidad, volverán a incurrir en los riesgos que justificaron la intervención. Una estrategia preventiva comprensiva, pues, deberá plantearse influir, de algún modo, en aquellas variables que contribuyen a estabilizar la vida social.

c) El marco normativo y social contribuye también al establecimiento de expectativas sobre la infancia algunas de las cuales pueden ser claramente desajustadas y de riesgo. Existe evidencia empírica (Morton, Twentyman y Azar, 1988; Azar, 1989; Milner, 1993) acerca del papel que las expectativas irreales que los padres tienen respecto al comportamiento de sus hijos, en el desarrollo de prácticas de crianza con alto riesgo de maltrato. Estas expectativas pueden tener su origen en creencias erróneas respecto a lo que puede hacer o no un niño a una determinada edad. La hipótesis de prevención, en este caso, sería que identificar la naturaleza y ubicación social de las creencias erróneas más frecuentes y difundir información correcta o más ajustada en el tejido social respecto al desarrollo evolutivo de los niños, podría paliar el problema.

d) La pretensión de identificar estas creencias y actitudes en el tejido social no siempre es fácil. Las encuestas y estudios de actitudes y de opinión que se han aplicado en nuestro medio en los últimos años reflejan un cambio positivo de la población respecto a su mayor rechazo de la violencia y el maltrato (Juste et al. 1991; Torres et al. 1994). En la Tabla III puede observarse el cambio experimentado en población general española respecto a la experiencia propia de maltrato, con todo lo que de sesgo tiene el recuerdo. Conviene advertir que las actitudes y las opiniones no son predictores consistentes de la conducta y, por esta razón, las encuestas deben ser matizadas bajo la consideración de que las respuestas de los entrevistados tienden a desviarse, consciente o inconscientemente, hacia modelos ideales en función de lo que cada uno de los encuestados toma como referente de la deseabilidad social, lo que supone como modelo cultural social general, o del grupo al que pertenece o desea pertenecer. Por otra parte, los datos que arrojan las encuestas realizadas sobre la violencia familiar plantean la duda de si sus resultados reflejan los estereotipos culturales y sociales existentes en la sociedad en un momento dado o, por el contrario, reflejan más bien el cambio real de actitudes de la población (Strauss y Gelles, 1986). A pesar de ello, tanto las representaciones sociales, como las opiniones o actitudes que en una determinada sociedad se declaran ante fenómenos como el maltrato infantil, se pueden considerar como una aproximación al conocimiento de lo que, respecto a este tema es aceptado o rechazado, se considera adecuado o inadecuado. Un reciente estudio cualitativo sobre la actitud hacia la educación de los niños y hacia el maltrato infantil, revela como los padres y profesores rechazan actualmente prácticas disciplinarias de castigo corporal, pero aceptan formas de castigo psicológico de retirada del afecto ante un mal comportamiento de su hijo, justificándolo a partir de que es un bien para sus hijos (Juste et al, 1995). Por ello, las formas de actuación y expresión que se valoran positivamente o se desprecian, lo que se espera que la gente haga o deje de hacer cuando pertenece a un determinado grupo ya sea de edad, de género, de profesión, de religión, o de estado civil, entre otras variables, constituyen el telón de fondo de lo que se establece en el ámbito de lo consuetudinario, de lo posible y de lo deseable. Todo ello constituye la ideología social, el tejido cultural de las expectativas y los valores.

 

e) De especial importancia, por su potencial preventivo, merece señalarse el papel que los medios de comunicación, especialmente la TV, tienen en la configuración de la creencias y actitudes de la gente. Así, en los últimos años se han difundido múltiples programas y series televisivas dirigidas a diferentes grupos de edad, las cuales han sido cuidadosamente asesoradas para fomentar valores sociales positivos como el diálogo entre padres-hijos y el rechazo a la violencia en el seno familiar. Sin embargo, y al mismo tiempo, muchas veces encontramos que los medios en general están contribuyendo a suscitar percepciones y estimaciones de los malos tratos que están lejos de un afrontamiento realista del problema. Existe una gran coincidencia entre algunos estudiosos del fenómeno del maltrato infantil (Jiménez et al, 1995), al considerar que, desde los medios de comunicación social, se difunde una representación del maltrato que presenta los episodios más crueles, de manera simplista y sin considerar los riesgos sociales que ayuden a comprender el problema. (TABLA IV).

f) Por último, merece señalarse el papel que las leyes y normas escritas tienen en la configuración de valores y pautas de comportamiento social en relación con la infancia y con la prevención del maltrato. La Convención de Derechos de la Infancia y el desarrollo normativo más reciente en los países desarrollados junto con un mayor conocimiento de los niños, está contribuyendo a establecer la corriente de opinión entre los profesionales de considerar a los niños ciudadanos con derechos, y no solamente objeto de protección jurídica, manteniendo la necesidad de establecer políticas dirigidas expresamente a la infancia como grupo social específico y no definido exclusivamente a través de su unidad familiar (Wintersberger, 1994). Así, va estableciéndose un cierto consenso en relación a los valores y derechos de la infancia (Melton, 1991) que llegan incluso a impregnar los principios que orientan los dispositivos y sistemas de atención social a la infancia. Estos principios se recogen en el acróstico «Convención» (ver Tabla IV) en recuerdo del hito histórico que ha supuesto la propia Convención de Derechos de la Infancia. Esta reconceptualización sociocultural de la infancia está determinando también una reconsideración tanto de los indicadores tradicionales de evaluación de los programas como de las estadísticas sociodemográficas en la medida en que aparecen los niños como unidad principal de análisis tanto a nivel familiar como macrosocial (Jensen y Saporiti, 1992). Se ha llegado a plantear incluso, la desagregación, en las estadísticas oficiales, de los datos secundarios a partir del niño como unidad de observación, hecho que puede ser de gran utilidad tanto a los investigadores como a los planificadores, para estimar las condiciones de vida de los niños (Wintersberger and Qvortrup, 1992).

 

LA PREVENCION DEL MALTRATO

Anne H. Cohn Donnelly (1991), directora del Comité Nacional para la Prevención del Maltrato Infantil de Estados Unidos hace un repaso internacional de los esfuerzos realizados en materia de prevención del maltrato en la última década. En esta revisión establece también los retos para la nueva década que resume en hacer más de lo mismo que se ha venido haciendo en la década anterior (esfuerzos de educación pública, compromiso social, esfuerzos legislativos, desarrollar servicios de prevención) y asumir nuevos desafíos (el impacto del abuso de drogas en la parentalidad, la orientar las agencias de protección atención especial a los padres que viven infantil a su función original de ayudar a en situaciones de pobreza y de dificultad las familias). social, la exposición a la violencia de los medios de comunicación de masas y orientar las agencias de protección infantil a su función original de ayudar a las familias).

 

Tabla 4

Decálogo de principios básicos del Sistema de Atención Social a la Infancia: CONVENCION

  • Contemplar la asistencia de todos los niños y adolescentes dentro del territorio nacional independientemente de su género, cultura y nacionalidad.
  • Orientar la planificación y desarrollo de las actividades del sistema de atención a las necesidades de los niños y adolescentes.
  • Normalizar y asegurar que todos los niños y adolescentes tienen que ser escuchados, así como participar activamente en la atención que se les dispense.
  • Velar porque la dignidad de los niños y adolescentes sea respetada también en la provisión de cuidados y servicios del sistema de atención social.
  • Establecer las condiciones que permitan, tanto a niñas como a niños y adolescentes, reconocer los límites que faciliten un comportamiento que no resulte perjudicial para otros o pasa sí mismo.
  • Notificar y hacer partícipes a los niños y adolescentes, que han sido separados de sus padres, de su propia historia personal y familiar, así como garantizar que se respeten su cultura y procedencia.
  • Cuidar la atención que se proporcione a los niños y adolescentes para que sea de carácter continuo, asegure su protección integral, bienestar y desarrollo.
  • Incrementar y mejorar la atención que promueva y preserve la estabilidad del ambiente familiar de niños y adolescentes evitando, en los posibles, la institucionalización y, en caso de separación, garantizar su derecho a que se considere el retorno con sus padres lo antes posible, o en su caso, su integración en un hogar definitivo.
  • Organizar la acción protectora de niños y adolescentes de modo que esta se ejerza a pesar de la oposición de sus padres o tutores y, en caso de separación, proveerles de una educación y calidad de vida mejores que las que tenían en su propia casa.
  • Niñas, niños y adolescentes tienen el derecho a que los Poderes Públicos difundan, aseguren y garanticen el cumplimento y seguimiento de la Convención de Derechos de la Infancia

Por nuestra parte, y siguiendo la línea medios de comunicación de masas y argumental que venimos planteando, la prevención del maltrato infantil ha de orientarse por la satisfacción de las necesidades de los niños en su contexto sociocultural y sobre la base siempre de un profundo conocimiento de las variables que explican el maltrato. Tres serían los medios o estrategias que se utilizarían y que, en términos generales, vienen a coincidir con lo que plantea Anne H. Cohn Donnelly, a saber: crear un contexto social y cultural sensible a las necesidades de los niños, mejorar la competencia de los padres en la provisión y satisfacción de estas necesidades, especialmente la de aquellos que viven en situaciones especiales de alto riesgo social, y, por último, mejorar la competencia de los servicios para asistir a los padres, niños y familias en general en su desarrollo y afrontamiento de los problemas de la vida cotidiana.

 

Un punto de partida para la acción preventiva: la investigación

La acción preventiva continúa necesitando la dirección de la investigación y de los desarrollos teóricos que ayuden a comprender el fenómeno de la violencia. Difícilmente podemos orientar la prevención si desconocemos las respuestas a algunas preguntas básicas: ¿por qué la gente se comporta como lo hace?, ¿por qué hay personas que en determinadas circunstancias se comportan de manera violenta y otras no?, ¿cuáles son las variables o factores de riesgo que en esas circunstancias tienen mayor probabilidad de desencadenar actos violentos?, ¿de qué manera puede protegerse mejor a los niños de los efectos o consecuencias del maltrato?, ¿por qué hay niños que a pesar de la adversidad y de la violencia no se ven afectados por ellas?, etc. La investigación y el desarrollo teórico sobre la violencia se contemplan como los nutrientes básicos sobre los que ha de asentarse la dirección y orientación de las acciones preventivas. Es verdad que, en la actualidad, existen ya numerosas investigaciones y modelos teóricos y que algunas respuestas comienzan ya a atisbarse, pero no es menos cierto que existe aún mucho camino por recorrer. Muchos de los modelos teóricos existentes, sobre todo, los llamados ecológicos (Belsky, 1980; Bronfenbrenner, 1987) son más bien modelos organizativos para orientar las acciones preventivas pero que necesitan nutrirse de otros paradigmas básicos para dar respuesta a muchos de estos interrogantes. Otros modelos (Cicchetti y Lynch, 1993; Wolfe, 1993; Morton, Twentyman y Azar, 1988; Azar, 1989; Milner, 1993) aunque aportan niveles explicativos parciales, han puesto en evidencia la necesidad de continuar la investigación básica sobre el maltrato a la infancia a fin de especificar las relaciones existentes entre los diferentes niveles de los modelos conceptuales (Cicchetti y Lynch, 1993). Por otra parte, es necesario adaptar dichos modelos a las particularidades sociodemográficas de cada comunidad para valorar el peso específico de cada uno de los principales factores de riesgo implicados en el maltrato según las características propias de cada cultura, y así orientar a nivel comunitario la acción preventiva (Morales et al. 1994).

 

Crear un contexto social y cultural sensible a las necesidades de los niños

a) Desarrollo y difusión de los saberes que se vienen conformando sobre la infancia y sus derechos. La inevitable dependencia biológica y social de los niños respecto a los adultos establece básicamente una desigualdad originaria que hace factible el maltrato y la explotación de la infancia. Una estrategia básica que puede contribuir a su neutralización es el desarrollo de procesos (investigación y difusión) que nos permita conocer más y mejor las necesidades de los niños y asentar, en el tejido social, los nuevos valores que están emergiendo sobre la infancia. En este sentido, las administraciones públicas y departamentos universitarios deberían continuar, e incrementar incluso, sus esfuerzos por desarrollar la investigación sobre la infancia en general y sobre la infancia en riesgo en particular. El conjunto de información relevante que sobre la infancia se vaya desarrollando así como la propia Convención de Derechos del Niño debería ser objeto de seminarios, debates, conferencias, actividades docentes, campañas de sensibilización social, y debería también impregnar los curricula de los diferentes profesionales que directa o indirectamente intervienen con la infancia.

b) Eliminar las normas y condiciones que promueven y legitiman la violencia en la sociedad. Ello es tanto como poner en cuestión el orden social vigente ya que supone reducir o paliar las desigualdades socioeconómicas existentes. En este sentido, luchar contra la violencia puede implicar mantener la utopía de perseverar en la desaparición de las desigualdades. Sin soslayar esta perspectiva de cambio social más global que puede afectar directamente a las políticas económicas y de empleo y al mercado de armas, resulta necesario que, activamente, a través de programas e iniciativas legislativas y de una mayor información de las necesidades de la infancia, se vaya dando pasos para la erradicación o eliminación del castigo físico como una práctica de crianza infantil, la eliminación del castigo corporal en las escuelas y la eliminación de la violencia de los medios que la ensalzan y la legitiman.

c) Participar activa y conjuntamente en la vida familiar La participación de todos los miembros en la vida familiar cotidiana es una de las bases más sólidas sobre la que construir espacios para el desarrollo de la convivencia, en la medida en que la familia constituye el escenario primario de socialización. Por participar activa y conjuntamente en la vida familiar entendemos, por una parte, promover acciones que eliminen las desigualdades que pueden existir en su seno por razones de género, entre padres y madres y entre hermanos y hermanas. Por otra parte, significa también implantar en los escenarios familiares los valores de respeto a la diversidad de opciones y opiniones que pueda mantener cada uno de sus miembros así como contribuir en la toma de decisiones, aunque por lo que respecta a los niños con las limitaciones que el propio desarrollo evolutivo impone. Todo ello, a su vez, implica otras prácticas y nuevos aprendizajes en relación a cómo comunicarse mejor y cómo negociar y resolver problemas que plantea la convivencia diaria.

 

El desarrollo de la competencia parental

La capacitación de los padres para la crianza y educación de los hijos no es un asunto exclusivamente privado de las familias. En este sentido, el desarrollo de la competencia parental se plantea en una doble perspectiva. Por una parte, implica la definición de principios y estrategias educativas específicas que orienten los programas de capacitación. Por otra parte, implica eliminar el aislamiento de las familias en riesgo social de modo que puedan acceder a los valores y criterios de atención más avanzados en relación a la infancia existente en su contexto cultural y social.

a) Principios y criterios que orientan los programas de capacitación de padres. El cambio del comportamiento parental, a través del entrenamiento y capacitación, ha sido una de las estrategias preventivas más utilizadas para la prevención del maltrato físico y el abandono. La mayor parte de los programas que tratan de mejorar la capacidad o competencia de los padres se basan en una serie de principios y condiciones que, tras una revisión de la bibliografía relevante (Heider, 1958; Rosenthal y Jacobson, 1968; Bandura, 1986; Cerezo, 1992; Wallace, H. y Miller, B. 1993; Cerezo et al. 1995; D'Ocon et al. 1995), hemos resumido en la Tabla V. En una excelente revisión realizada por MacMillan et al. (1994) se concluye que los programas integrados en los que se combinan los servicios de ayuda a domicilio junto con otros servicios comunitarios son los más efectivos para las familias de alto riesgo. El lector interesado puede consultar otras referencias de interés (Olds y otros, 1986; Cerezo, 1992; Butler y otros, 1993; Arruabarrena y de Paúl, 1994).

b) Reducción del aislamiento social de las familias en riesgo social. El aislamiento social es una de las variables de riesgo descritas en la literatura sobre el maltrato infantil. Lo que la sociedad va exigiendo cultural y socialmente acerca de lo que se considera buen trato a la infancia, deja de tener su efecto si el propio aislamiento de algunas familias las hace inaccesibles a estas pautas culturales. Por otra parte, el aislamiento social favorece el que los escenarios primarios de socialización se hagan más privados, aún, para decidir arbitrariamente lo que es bueno o malo para quienes aún no tienen la competencia para decidir por sí mismos. El maltrato y/o la negligencia son también más difíciles de detectar (TABLA V).

Integrar a las familias dentro de las redes sociales de la comunidad donde viven es el mejor método para corregir los efectos perversos a que conduce su aislamiento. Pero el gran problema que nos encontramos es que, por una parte, a menudo no existen o resulta muy difícil generar tejido y redes sociales. En nuestro país, salvo el fuerte movimiento vecinal que tuvo lugar en la década de los setenta en la transición política, no existe un tejido social bien estructurado. Por otra parte, aquellas familias que están en situación de alto riesgo social son las que suelen estar, precisamente, inmersas en procesos de exclusión social. La respuesta, pues, a este problema no es fácil y, como casi siempre, desborda a la propia capacidad de acción del propio sistema de protección social a la infancia. Algunas líneas de acción se contemplan como de especial relevancia para hacer frente al aislamiento de las familias:

 

Tabla 5

Los 20 principios y condiciones necesarias para una relación parental competente

 

1 . Compatibilizar las tareas que comporta la relación parental con el mundo social y laboral de los padres.

2. Compartir, padres e hijos, tiempo en actividades gratas.

3. Mejorar el acceso a las redes sociales, recursos comunitarios y a los servicios sociales y sanitarios para todos los miembros de la familia.

4. Reducir, en caso necesario, la carga del cuidado infantil.

5. Mantener un clima familiar apacible.

6. Dar continuidad y estabilidad al cuidado y a la relación parental o de apego.

7. Que las contingencias que se produzcan en la relación padres/hijos sean predecibles para el niño. Ello implica una cierta coherencia de comportamiento por parte de los padres o figuras de apego.

8. Tener oportunidades de aprendizaje natural o estructurado de las tareas que comporta la relación parental.

9. Mejorar el conocimiento de los padres acerca del desarrollo infantil y de las exigencias que comporta asumir el rol de padres.

10. Mejorar la consistencia y coherencia de las pautas disciplinarias.

11. Mejorar la habilidad de !os padres para afrontar el estrés que implica el cuidado de los hijos y para manejar el comportamiento infantil. Mejorar la capacidad para percibir las reglas sutiles de la relación parental según los momentos y circunstancias.

12. Mejorar el vínculo, los lazos emocionales y la comunicación empática entre padres e hijos.

13. Supervisar con normas y límites claros que subrayen los logros y se basen en un feedback positivo. Ambiente familiar y de supervisión comprensivo con los errores. Interpretar los fracasos amablemente como una oportunidad para mejorar.

14. Evitar los juicios y valoraciones apresuradas del comportamiento de los hijos. Interesarse por las circunstancias que rodean el comportamiento de sus hijos.

15. Escuchar atentamente y hacer preguntas que denoten interés y preocupación por lo que hacen.

16. Rastrear y reconocer los logros y esfuerzos de los hijos y hacérselo notar. Anticipar el éxito del niño como probable.

17. Potenciar las elecciones de los hijos. Orientarse por el principio de no hacer cosas por sus hijos mientras estos pueden hacerlo por sí mismos. Evitar decirle lo que tienen que hacer y sí en cambio suscitar, mediante preguntas, procesos de reflexión para que sean ellos mismos quienes decidan lo que tienen que hacer.

18. Mejorar el conocimiento y habilidad de los padres acerca de la gestión del hogar

19. Manejar el enfado y expresarle adecuadamente. La irritación tiende a ser y dañina en la experiencia de los niños, los padres deberían aprender a evitar o expresar adecuadamente su enfado.

20. Mejorar la habilidad de los padres para afrontar el estrés que supone el cuidado y crianza de los niños con necesidades especiales.

 

 

 

Mejorar la competencia de los servicios

La naturaleza global y de anticipación de la acción preventiva introduce serios interrogantes al estilo actual dominante de prestación de servicios que deposita, de manera reactiva y casi en exclusiva, en los servicios sociales, las medidas de protección frente al maltrato. Entre otras, señalamos a continuación aquellas que nos parecen más relevantes:

a) Las acciones y medidas orientadas a la infancia en riesgo han de ubicarse en el desarrollo de planes y programas integrales de infancia. Muchas de las acciones preferentes que hemos señalado anteriormente requieren la acción conjunta de diferentes sectores. Como diría Albee (1992), una de las mayores autoridades internacionales en temas de prevención, el mejor programa preventivo del maltrato y sufrimiento infantil sería aquél que pudiera asegurar que cada niño que naciera en cualquier lugar fuera un niño sano, fuera bienvenido al hogar por unos padres económicamente seguros y que planificaran conjuntamente su concepción, nacimiento y desarrollo. Como es obvio, este desideratum que compartimos no es imaginable si no es a través de políticas intersectoriales en las que los servicios sanitarios, educativos y sociales estén adecuadamente coordinados y en las que otras políticas sectoriales como las de empleo y vivienda dejen sentir su efecto. Reducir la pobreza, la desigualdad y el desempleo y proveer de alojamiento adecuado, comida, cuidados sanitarios, servicios de «respiro» y oportunidades educativas son pasos que podrían reducir el estrés en las familias y contribuir de manera especial a aliviar o reducir determinadas condiciones de riesgo para el maltrato infantil. Pero la concepción intersectorial no debería contemplarse únicamente en el momento de implantar determinados programas o servicios. Debería ser una concepción básica que recorriera todo el proceso de planificación y que informara a todos los diferentes sectores, a sus diferentes niveles, de las necesidades y tendencias que la infancia presenta. En este sentido, el desarrollo de indicadores territoriales de riesgo y de bienestar infantil (Cornejo, 1992) sería una ayuda excelente para el establecimiento intersectorial de prioridades así como para la evaluación, intersectorial también, de planes y programas de prevención.

b) Los servicios normalizados en sus prestaciones educativas deben promover la potenciación de la capacidad de afrontamiento de los niños y sus familias. La potenciación o competencia (Albee, 1980; Costa y López, 1986) se contempla como una de las principales estrategias preventivas centrada en los individuos, sean estos niños o adultos (Swift, 1992; Elias, 1995). Por potenciación se entiende el proceso de desarrollo que experimenta la gente y que le capacita para tomar decisiones acerca de sus vidas (cómo vivir, dónde vivir, con quién vivir), acceder a los recursos y afrontar los problemas y desafíos que la vida diaria le plantea. En el ámbito del maltrato infantil existen dos orientaciones básicas muy en sintonía con las recomendaciones del Comité Nacional para la Prevención del Abuso infantil de Estados Unidos (Cohn. 199 l). Estas orientaciones son:

Por otra parte, los programas de capacitación de preescolares similares a los de Spivac y Shure (1974) y todos los estudios realizados en torno a lo que se ha denominado factores de resistencia (en inglés resiliency) o de protección (Rutter, 1977; Werner;1989; Dugan y Cols, 1989) y que han sido especialmente divulgados por la Universidad de Vermont, constituyen un foco de especial fertilidad para el desarrollo de la prevención primaria. A estas alturas existe ya suficiente información sobre lo que constituyen familias o figuras de apego fuertes o competentes con capacidad de dar afecto, apoyo y establecer normas claras y coherentes de crianza. Se saben bastantes cosas acerca de lo que es deseable en la crianza y educación para el desarrollo de niños competentes y no violentos Como diría Albee (1992), la próxima tarea es encontrar los modos que aseguren las mejores circunstancias ambientales para este aprendizaje.

c) Desarrollo de procesos que mejoren la detección y atención temprana de los casos de desamparo y maltrato a la infancia. En una perspectiva de prevención secundaria resulta especialmente relevante el desarrollo de procesos que mejoren la detección y atención temprana. Son dos las estrategias básicas que se contemplan como de especial interés. Una de ellas, la reducción del aislamiento social de las familias, la hemos comentado con anterioridad, la otra afecta directamente al actual sistema de protección-. el cambio del estilo de prestación de servicios de los dispositivos de protección y atención social.

Un estilo pasivo, «de espera» o «de despacho» de prestación de servicios puede llegar a constituir un serio obstáculo para la prevención en general y para la prevención del maltrato y la violencia familiar en particular. En la figura 2 puede contemplarse el alcance limitado de las estrategias preventivas con un estilo de prestación de servicios de estas características. Solo es planteaba la prevención terciaria y secundaria sobre individuos y pequeños grupos. Pero incluso la prevención secundaria resulta dificil de desarrollar. Veamos para ello la imagen gráfica que nos muestran los «I'Cebergs del maltrato» (ver figura 3). La capacidad de detección e investigación de los dispositivos de atención social, especialmente relevante en prevención secundaria, queda seriamente cuestionada:

- Los servicios sociales solo «ven» habitualmente la punta del iceberg del maltrato de las poblaciones en riesgo social que son los clientes habituales de estos servicios. Es decir, suelen ver el maltrato grave o especialmente llamativo, difícil de ocultar en el ámbito privado de la familia.

- Los servicios sociales «no ven» en cambio las formas más leves de maltrato ni las condiciones de riesgo en las que viven las familias y los niños. El resto del iceberg permanece oculto. Este desapercibimiento resulta especialmente grave cuando las víctimas de la violencia familiar son niños pequeños que no desarrollan un comportamiento activo de denuncia de la situación maltratante o de abandono. Por otra parte, los servicios sociales tampoco «ven» las condiciones de las poblaciones sometidas a riesgo social extremo que padecen procesos de exclusión social y que están alejadas tanto de los circuitos de información como de la cultura profesional de los servicios. Puede llegar a ocurrir en ocasiones que los mayores receptores de servicios y programas de ayuda no estén siendo precisamente los sectores sociales especialmente necesitados sino los más informados. Y los más informados, cuando se trabaja con un «estilo de despacho», muy alejado de la cultura de la población diana, suelen ser aquellos que estén más cercanos de la cultura profesional de los servicios. Y así, el apoyo social prestado por profesionales y que incide en poblaciones con desigualdades sociales evidentes puede contribuir a subrayar inadvertidamente aún más estas diferencias.

- Los servicios sociales «no ven» tampoco ni siquiera la punta del iceberg de las poblaciones que no son de riesgo social ya que estos no suelen ser clientes de los servicios.

El estilo de prestación de servicios, pues, resulta relevante en relación al alcance y efecto de la prevención. Resulta necesario que los dispositivos de protección social a la infancia y los profesionales que trabajan en ellos desarrollen un estilo más proactivo que reactivo. Por otra parte, trabajar en una perspectiva intersectorial implica «mirar al lado», mirar a otros sectores que como el educativo y el sanitario inciden de manera especial en la vida de la infancia. De hecho, la escuela o los servicios sanitarios pueden llegar a ser instancias especialmente sensibles de las condiciones de riesgo en las que viven los niños. Pero sobre todo, trabajar en una perspectiva intersectorial implica «mirar fuera del despacho» de modo tal que se puedan observar los escenarios de la vida de los niños en los que se «fabrica» la violencia y el maltrato, detectarlo lo antes posible, corregir barreras socioeconómicas que pueden existir en el acceso a los servicios, garantizar el flujo de información de aquellos que por tener más necesidades pero también más dificultades de comunicación e información no hacen uso de los servicios, y trabajar, en definitiva, con las redes sociales y vecinales. Un estilo activo que algunos autores han denominado «de búsqueda» (Rapapport, 1977; Costa y López, 1986; Costa, 1994) en contraposición al estilo pasivo, de «espera» en el que los proveedores de servicios aguardan pasivamente a que los usuarios potenciales de servicios lo demanden.

Tabla 6

Criterios que mejoran la efectividad de los servicios

 

 

  1. Servicios basados en la discusión en un despacho («Counselling individual o familiar») dentro de la consulta de los servicios.
  2. Servicios de apoyo o ayuda a domicilio integrados en la red de servicios primarios.
  3. Servicios estables, continuados y sensibles culturalmente.
  4. Utilización de materiales de fácil comprensión y lectura.
  5. Servicios que enfatizan transiciones críticas en la vida familiar (nacimiento de un hijo, postparto, entrada en el colegio... ).
  6. Modelo de intervención de consejo basado en el grupo de iguales.
  7. Modelo de intervención basado en el apoyo social y comunitario.

 

d) Enfasis en el carácter pedagógico y comunitario de los servicios. En la tabla VI se resumen algunas de los criterios que

pueden ser útiles para mejorar la efectividad de los servicios orientados a ayudar a las familias en riesgo social. Asumir estos criterios implica introducir cambios en el estilo de prestación de servicios, tal y como señalábamos anteriormente, y en las actitudes y habilidades de los mismos proveedores de servicios. Una mayor capacidad para comunicarse y resolver problemas imprevistos, un respeto por los conocimientos de los no expertos y una actitud que promueva la implicación activa de los clientes y usuarios de los servicios serán, sin duda, ingredientes del curriculum de los futuros profesionales.

 

REFERENCIAS