REFLEXIONES

Revisión del enfoque de principios comunes para la integración de psicoterapias

David A. HAAGA (*)

(traducción castellana de Carlos Rodríguez Sutil)
RESUMEN

ABSTRACT

PALABRAS CLAVE

KEY WORDS

PRINCIPIOS COMUNES

REVISIONES

ALTERNATIVAS

CONCLUSIONES: ¿HASTA DONDE GENERALIZAR?

REFERENCIAS


RESUMEN

Como Goldfried (1980) recomendó, un enfoque consensual de la psicoterapia habría de estar basado en unos principios de cambio compartidos por los diferentes sistemas terapéuticos existentes. Este artículo revisa el enfoque de principios comunes y sugiere que los factores comunes identificados hasta ahora no representan ni un consenso significativo ni una guía adecuada para la investigación. En psicoterapia, en lugar de investigar los principios comunes para obtener el consenso, deberíamos investigar dentro de las orientaciones ya existentes pero con cierta flexibilidad respecto a las técnicas que se estudian.

ABSTRACT

Goldfried (1980) recommended that a consensual approach to psychotherapy be based on principles of change that cut across existing therapeutic systems. This paper reviews the common principles approach and suggests that commonalties identified so for represent neither meaningful consensus nor adequate guidelines for research. Instead of researching common principles to obtain consensus, we might do well to conduct therapy research within existing orientations but with flexibility in regard to what techniques are studied.

PALABRAS CLAVE

Eclecticismo. Integración. Orientaciones terapéuticos. Factores comunes.

KEY WORDS

Eclecticism. Integration. Psychotherapeutic orientations. Commonalities.


(*) Department of Psychology. Seeley 6 Mudd Building. University of Southern California. Los Angeles. California 90089-1061.


Muchos psicoterapeutas consideran que una sola escuela de psicoterapia no basta para guiar su práctica. Según una encuesta reciente, una proporción importante (41 %) de psicólogos clínicos y de consejo se calificaron a sí mismos de eclécticos (Smith, 1982). El grupo ecléctico superaba, con mucho, a los que se identificaban con cualquier otra rama de la terapia (psicoanalítica era la segunda respuesta más popular, con el 11 %).

También han aparecido otras manifestaciones de duda sobre lo adecuado de una única escuela de terapia Lazarus (1967, 1971), ha abogado largo tiempo por el "eclecticismo técnico", la voluntad de hacer uso de técnicas terapéuticas efectivas a despecho de si se derivan o no de la teoría preferida de cambio conductual. Garfield (1980, 1982) ha propuesto el desarrollo de un eclecticismo de base empírica, que emplearía aquellos técnicas terapéuticas que han probado ser efectivas en el cumplimiento de objetivos especificas con respecto a tipos específicos de clientes y problemas. Wachtel (1977) intentó integrar la terapia psicoanalítica y la de conducta. Su objetivo era lograr un sistema unificado de terapia, usando intervenciones conductuales pero aprovechándose de la teoría analítica a la hora de generar hipótesis sobre el contenido y significado de los problemas. Goldfried (1980, 1982) argumenta a favor de un enfoque integrado, consensual, de la psicoterapia, que habrá de basarse en la investigación y el diálogo sobre aquellas estrategias comunes, evidentes en los sistemas de terapia actuales.

Discutiremos, principalmente, el enfoque de "principios comunes" de Goldfried, revisando sus puntos fundamentales en relación con su situación actual y con lo que podrían ser las direcciones más valiosas de cara a la investigación futura. También revisaremos algunas de las críticas a este enfoque, que señalan algunas dificultades posibles que todavía requieren gran atención, y finalmente discutiremos otros enfoques, cuando menos quizá tan prometedores, para superar los límites tradicionales de las escuelas terapéuticas.

PRINCIPIOS COMUNES

Goldfried (1980) sugiere que ha llegado la hora de buscar el consenso en psicoterapia, en lugar de continuar con la proliferación de nuevas escuelas de tratamiento y de teorías sobre el cambio. El principal incentivo para lograr el consenso se deriva de la sospecha de que todas las respuestas a los problemas terapéuticos no se hallarán en ninguna de las orientaciones actuales. El adscribirse a una u otra puede cegar al terapeuta ante conceptos y modelos útiles desarrollados en otro lugar.

La principal tesis de Goldfried es que un camino particularmente prometedor para lograr dicho consenso consiste en identificar los actores comunes entre los enfoques terapéuticos existentes. Defiende la existencia de grandes similitudes en la práctica de los terapeutas (lo que refleja un "fondo terapéutico", (therapeutic underground) según se evidencia en la literatura publicada, y que dichos factores comunes deben ser examinados cuidadosamente, pues podrían mostrar aspectos fundamentales: "En la medida en que clínicos de diferentes orientaciones son capaces de llegar a un conjunto común de estrategias es probable que lo que surja sea un conjunto de fenómenos bien establecidos, por cuanto han logrado sobrevivir a las distorsiones impuestas por los diferentes sesgos teóricos de los terapeutas" (Goldfried, 1980, pág. 996).

Goldfried se refiere a estrategias comunes, no a teorías ni a técnicas comunes. Acepta que las orientaciones teóricas difieren demasiado para ser reconciliadas al nivel de la teoría (Messer y Winokur, 1980; Yates, 1983). Más aun, piensa que cualquier aspecto común que podamos encontrar a nivel técnico será trivial. El punto de comparación más fructífero es el nivel intermedio de las estrategias clínicas comunes, la heurística clínica que guía de forma implícita nuestros esfuerzos durante el curso de la terapia" (Goldfried, 1980, pág. 994). En la medida en que estas estrategias estén validadas empíricamente se constituirán en principios comunes de cambio.

Ejemplos de dichas estrategias clínicas incluyen: a) el proporcionar a los clientes experiencias nuevas, correctivas; b) ofrecerles una reinformación directa (Goldfried, 1980); c) inducir en los clientes la expectativa de que la terapia puede reportarles ayuda; d) promover la participación en una relación terapéutica entre el cliente y el terapeuta, y e) suministrar a los clientes repetidas oportunidades para contrastar la realidad (Goldfried y Pedawer, 1982). Adviértase que cada una de estas estrategias puede ser ejecutada o explicada de varias maneras; el acuerdo en las estrategias clínicas no depende de un procedimiento o de una teoría comunes.

La identificación de estrategias comunes no es un fin en sí mismo. El saber predominante puede ser estar equivocado, y "en último análisis... cualquier enfoque integrador en terapia debe esperar la evidencia empírica real respecto a la eficacia terapéutica de ciertos principios de cambio" (Goldfried y Pedawer, 1982, pág. 23). Habrá que esperar, más bien, que las estrategias comunes proporcionen direcciones útiles para la investigación. Goldfried encuestó a un grupo de prominentes terapeutas (Brady et al., 1980) con objeto de evaluar la magnitud de la comunidad de estrategias entre clínicos de diversas orientaciones. Detectó en sus comentarios la existencia de consenso sobre la importancia central de estrategias tales como el facilitar nuevas experiencias a los clientes, proporcionarles reinformación, así como una relación terapéutica. Advierte que en la investigación no se deberían plantear preguntas excesivamente generales sobre estas estrategias (p. el., ¿es la reinformación más importante que los oportunidades de poner a prueba la realidad?). En lugar de eso, los investigadores deben indagar los parámetros asociados con la eficacia de las estrategias comunes. Por ejemplo, en caso de que las experiencias correctivas fueran consideradas una estrategia clínica común, necesitaríamos investigar las tácticas o técnicas más efectivas para proporcionar dichas experiencias (p. el., individualmente, en grupo, en la imaginación, por medio del role playing, cara a cara, etcétera), el número y naturaleza de dichas experiencias, el nivel óptimo de activación emocional necesario para que se produzca el cambio, y la medida en que el método particular de ejecutar la estrategia interactúa con otras variables del paciente/cliente y del terapeuta (Goldfried, 1980, pág. 997).

Se han descubierto las limitaciones que aquejan al intento de integrar psicoterapias por medio de los principios comunes. Goldfried (1982) cita como mayor obstáculo el "problema de lenguaje" (pág. 588). En la medida en que terapeutas de diferentes escuelas utilizan, a menudo, terminología diferente para describir su trabajo, la comprensión mutua se entorpece. Es más, los terapeutas a veces ignoran aquellas comunicaciones que incluyen ciertas palabras de argot (buzz words), "p. el., «transferencia», «evitación del conflicto y defensa», «autorrealización»" (pág. 588) que no poseen un significado aceptado dentro de su marco de referencia propio. Para enfrentarse a este problema Goldfried abogo por la utilización de un lenguaje no técnico que facilite la comunicación y la Comparabilidad (como en el artículo de Brady et al.). Argumenta, no obstante, que al final resultará necesario un lenguaje más íntimamente unido a la base de datos y recomiendo, como posibilidad, la terminología de la psicología cognitivo. Según parece, la psicología cognitiva incluye ciertos conceptos (p. el., esquema, guión) que son relevantes para la psicoterapia, sin hallarse asociados con ningún enfoque en particular.

REVISIONES

El enfoque de los principios comunes puede ser evaluado con respecto tanto a la situación actual de los factores comunes como a las direcciones en la investigación que dicha situación sugiere. Es decir, ¿son las estrategias o principios comunes significativamente comunes?, ¿sirven como guías útiles de cara a la investigación en terapia? Estas cuestiones, aunque relacionados, no tienen por qué recibir las mismas respuestas.

Situación actual

Wilson (1982a, 1982b) ha criticado el enfoque de los principios comunes; cuestiona la noción de un fondo común de sabiduría terapéutica en la práctica, así como la importancia de los comunidades hasta ahora identificados. La creencia de que terapeutas de diferentes orientaciones son muy semejantes en su práctica real, en particular cuando adquieren experiencia, según se desprende de sus escritos, es calificada por Wilson de "testimonio agotado" (1 982a, pág. 323) que los datos contradicen. Por ejemplo, Sloane, Staples, Cristol, Yorkston y Whipple (1975) encontraron diferencias en el comportamiento durante la sesión entre terapeutas expertos, de orientación conductual y psicoanalítica. Este tipo de datos no nos dice si la práctica de los terapeutas se vuelve más similar según se hacen más expertos; pero implica que todavía está por demostrarse la existencia de un genuino fondo terapéutico.

Con respecto a estrategias tales como proporcionar nuevas experiencias y una reinformación directa, Wilson (1982a, 1982b) argumenta que los aspectos comunes observados entre orientaciones no son más que superficiales. Por ejemplo, las prescripciones de autoobservación (self-monitoring) utilizadas por los terapeutas de conducta para proporcionar reinformación no son comparables con la reinformación y reflexión ofrecida por terapeutas centrados en el cliente. Ambas se diferencian en contenido y en grado de estructuración, y el énfasis de los terapeutas de conducta en investigar antecedentes y consecuentes ha llevado a un mayor conocimiento de los parámetros que intervienen en la autoobservación que en ningún otro método surgen a partir de diferencias básicas en la orientación, y no serán eliminados señalando simplemente que en ambos casos se trata de reinformación.

Wilson (1982a) también sugiere que el consenso logrado al parecer por Brady et al. (1980) debe ser menor de lo que en un primer momento pudiera pensarse. Pongamos un ejemplo del desacuerdo, los clínicos de orientación conductual recomiendan que se proporcionen nuevas experiencias mediante métodos basados en un comportamiento deliberado, lo que incluye ejercicios fuera de las sesiones de terapia, mientras que Dewald, terapeuta de orientación psicoanalítica, considera que las nuevas experiencias críticas ocurren principalmente durante las sesiones de terapia, entre el paciente y el analista.

Podríamos citar muchos otros ejemplos de desacuerdo sobre los principios del cambio. Una muestra. Fadiman describió la relación cliente-terapeuta como "una mezcla de bendiciones y escollos (blessings and impediments)"(Brady et al., 1980, pág. 287), y Egan escribió "no me gustaría subestimar o sobreestimar esta relación. Siento, no obstante, que a menudo se la sobreestima" (pág. 286). Por otro lado, Davison considera que la relación es "de suma importancia" (pág. 286), y Frank la valora como la piedra angular de toda psicoterapia. Sin una buena relación terapéutica cualquier procedimiento fracasará; con ella, con la mayoría de los pacientes, probablemente cualquier procedimiento tendrá éxito" (pág. 288).

Una pregunta abierta, pidiendo qué estrategias clínicas o principios de cambio pueden ser comunes a todas las terapias, suscitó respuestas diferentes. Varios autores resaltaron la relación terapéutica, así como la inducción de esperanzas en el cliente, pero la mayoría se centraron en principios diversos: Egan en la resolución de problemas, Raimy en la corrección de las concepciones erróneas del cliente, Davison en la sensibilidad, o al menos en ciertas conductas, ante los efectos ambientales. Dewald indicó que él "no puede ver estrategias o principios clínicos en este área [la relación terapéutica] que unifiquen todas las orientaciones terapéuticas" (pag 300)

Los desacuerdos más arriba señalados con respecto a qué estrategias y principios de cambio son comunes a todas las orientaciones terapéuticas y qué importancia relativa hay que atribuirles sugieren que el consenso no se va a lograr de forma inminente. Pero este tipo de desacuerdos no tienen por qué constituir un gran problema para el enfoque de principios comunes. Si un terapeuta considera que la reinformación posee una aplicabilidad limitado mientras que otro considera que su importancia es siempre crucial, este desacuerdo puede ser resuelto o depurado a través de la investigación. Entonces podríamos especificar qué tipos de problemas clínicos se manejan mejor proporcionando reinformación, o cuál es el mejor momento para la misma.

El desacuerdo más preocupante entre los autores, en la encuesta de Brady et al., tiene que ver con el significado de ciertos términos. Una cosa es no estar de acuerdo en cuán importante es una estrategia clínica, otra diferente es no estar de acuerdo sobre qué es. Al responder a la pregunta sobre las nuevas 'experiencias, por ejemplo, la mayoría de los autores estuvo de acuerdo en su vital importancia de cara al éxito en psicoterapia, pero sus definiciones de la frase variaron de forma considerable. Por ejemplo: a) Brady considera que las nuevas experiencias consisten en "comportarse de forma diferente, intentar nuevas respuestas a viejas situaciones" (pág. 273); b) Dewald observa que las nuevas experiencias son un retorno, en la relación paciente-analista, a conflictos y sentimientos previamente experimentados; c) Frank proclama que toda psicoterapia es una nueva experiencia (pág. 275), puesto que implica una relación inusual con una prestigiosa figura bienhechora; d) Kempler cita como ejemplo de una nueva experiencia de sí mismo el decirse uno mismo que dejará de fumar, y e) finalmente, Rotter afirma "si uno acepta la idea de que un nuevo pensamiento es una nueva experiencia entonces, desde luego, todo cambio es subsecuente a una nueva experiencia" (pág. 278).

En cuanto a la reinformación, Davison considera que consiste en decir al cliente cosas que es improbable que otras personas le digan, como la forma en que entra en la relación con otras personas. A menudo me utilizaré como un barómetro de lo que otros es probable que piensen o sientan en reacción al cliente" (pág. 280). Gill y Hoffman, en cambio, consideran que la reinformación es una interpretación diseñada para facilitar la comunicación con el cliente sobre su experiencia de la relación terapéutica, y "en general, no favorecemos la reinformación en la que el terapeuta muestra su propia reacción personal ante el paciente" (pág. 282). Kempler plantea "no «ofrecemos reinformación» como si fuera un espejo o un aparato" (pág. 282), mientras que Lazarus cree que los terapeutas... están formados como observadores que pueden erigir un «espejo psíquico» que permita a los clientes ver cosas de sí mismos que de otro modo podrían quedar inadvertidas" (pág. 283).

En consecuencia, la reinformación es o no es un espejo en el que los clientes pueden ver cosas de sí mismos, en la que el terapeuta se presenta o no se presento como un barómetro de cómo pueden reaccionar ante el cliente las personas de su entorno vital. Las nuevas experiencias son experiencias de la infancia revividas o pensamientos nuevos o nuevas formas de experimentar autoapreciaciones o la prescripción de tareas de casa o la psicoterapia en sí mismo. Para captar todos los significados que los autores adhieren al término "nuevas experiencias", tendríamos que llegar a una conclusión tan va a como que "para que se produzca el cambio, algo diferente tiene que pasar" , una conclusión poco emocionante por muy consensual que sea.

Estos diferentes significados sugieren que intentar resolver el "problema de lenguaje" (Goldfried, 1982) hablando el mismo argot no elimina necesariamente lo que podría ser llamado el "problema del significado", es decir, que los terapeutas tienen diferentes significados para los mismos términos, dependiendo, al menos en parte, de sus marcos de referencia con respecto a la psicoterapia y a sus propios objetivos. los autores generalmente utilizan una terminología similar. Pero si quieren decir cosas claramente diferentes con las mismos frases, sería erróneo concluir que han progresado hacia el consenso y nos han proporcionado, mediante su acuerdo, interesantes guías para la investigación, por ejemplo, la crucial importancia de algo denominado "nuevas experiencias".

Direcciones futuras

Un punto en el que los teóricos se hallan ampliamente de acuerdo es en que la evidencia empírica habrá de ser la base para decidir sobre la utilidad de buscar factores comunes, en un enfoque ecléctico de la psicoterapia (p. el., Garfield, 1080; Goldfried, 1980; Lazarus, 1976). Es seguro que muchos otros factores seguirán influyendo en la elección de enfoque en psicoterapia, como: demostraciones en seminarios, preferencias de los propios profesores, personalidad del terapeuta, etcétera (Barlow, Hoyes y Nelson, 1984). lo relevante aquí, sin embargo, es la manera en la que los datos pueden guiar esta decisión. Y la siguiente cuestión es qué tipo de datos habrán de ser buscados.

Goldfried (1980) reconoce la importancia de evitar las suposiciones de uniformidad discutidas por Kiesler (1966). No es probable que cualquier estrategia clínica, en manos de cualquier terapeuta, sea de ayuda para cualquier cliente con cualquier tipo de problema. Estas precauciones son necesarias, pero yo añadiría que también haríamos mejor en evitar el mito de la uniformidad de las estrategias clínicas. Esto es, un estudio hipotético que examinara los efectos relativos de las nuevas experiencias proporcionados por medio del role playing, o por medio de la imaginación podría dar resultados diferentes dependiendo de si el investigador quiere decir con "nuevas experiencias" una nueva forma de experimentar una autoapreciación (p. el., puedo decir que en ese momento cuando afirmé que podía hacerlo mejor realmente quería decir eso) o la puesta en práctica de una nueva habilidad. Realizar el estudio de una manera y llegar a la conclusión de que hemos encontrado algo respecto a cómo llevar a cabo nuevas experiencias confundirá a aquellos terapeutas que utilicen el término de forma diferente.

ALTERNATIVAS

Si la investigación sobre las estrategias clínicas comunes puede volver inapropiadas las presunciones de uniformidad, ¿qué direcciones de la investigación en psicoterapias serán más adecuadas? Wilson (1982a, 1982b) apoya la comprobación por separado de los diferentes enfoques terapéuticos, considerando que las integraciones intentadas son prematuras. En cuanto a la búsqueda de estrategias clínicas comunes, recomienda a sus compañeros terapeutas de conducta:

Debemos resistir la tentación de comenzar algo que es muy probable que se demuestre como una búsqueda fútil y [en lugar de ello] dedicar nuestras energías a desarrollar métodos replicables, comprobables y efectivos para el cambio terapéutico dentro del marco de referencia del aprendizaje social de la terapia de conducta e invitar a otras orientaciones teóricas a hacer lo mismo. Tiempo habrá para discutir los principios comunes de cambio cuando diferentes enfoques puedan mostrar evidencias convincentes de lo que pueden y no pueden conseguir (Wilson, 1982a, pág. 327).

Aquí yo preguntaría por la probabilidad de que diferentes orientaciones produzcan evidencias de logros que convenzan a los terapeutas de otras orientaciones. Consideremos el ejemplo de la resistencia, en la discusión entre terapeutas de conducta y psicodinámicos recogida por Wachtel (1982a). Los autores conductuales tienden a tomar la resistencia como una conducta de indisciplina, quizá el prototipo consista en el fracaso en realizar los tareas asignadas para casa. Los autores psicodinámicos hablan típicamente de la resistencia como una manifestación de los sentimientos conflictivos del paciente respecto al cambio y respecto al reconocimiento de ciertas verdades sobre sí mismos. Manteniendo esta última perspectiva, Blatt y Erlich (1982) conceptualizaron la psicoterapia de la siguiente manera: "El terapeuta... ha asumido la labor de ayudar a un individuo a comprender las dimensiones significativas de su vida y de qué manera sus síntomas y preocupaciones concretas son expresión de muchos de estos trastornos" (pág. 199).

Un terapeuta de Conducta interesado en saber qué han encontrado los terapeutas psicoanalíticos, efectivo, para que los clientes cumplan las prescripciones, puede que no se sienta muy conmovido por un estudio en el que se muestra que un tipo particular de interpretación facilita la comprensión de cómo los propios trastornos son ilustrativos o simbólicos de otros problemas. Esta evidencia no tendrá gran interés ni servirá como base para una discusión sobre los principios del cambio.

Puede ser que la forma más efectiva de superar la propia orientación consista en estudiar utilidad de incorporar avances realizados en otros lugares, en vez de esperar a que los creadores de dichos avances realicen investigaciones convincentes.

Un ejemplo de tal incorporación podemos encontrarlo en la discusión de Arnkoff (1981) sobre la flexibilidad de su práctica en terapia cognitiva (TC). Esta autora describe el uso del ejercicio de las dos sillas, de la Gestalt, en e contexto de un programa de TC que se mantenía de acuerdo con "el punto de vista cognitivo de que en toda aflicción subyacen ideas inadaptados" (pág. 203).

Su cliente estaba escindido entro el deseo de dejar por algún tiempo las clases y el deseo de no decepcionar a sus padres, a los que suponía que no agradaría su abandono de la universidad. El separar los dos lados del conflicto por medio de la técnica de las dos sillas, ayudó a que cliente y terapeuta se percataran de que la parte que estaba en contra de abandonar la universidad incluía sus propios miedos (p. el., a ser considerado un vago) y los sentimientos unidos a estos miedos (p. el., asumir que él tenía que realizar una elección, pudiendo ver ahora que dejar la universidad temporalmente era un experimento sin consecuencias desastrosas, incluso aunque decidiera no hacerlo). Esta faceta de su pensamiento no era apreciable cuando exponía el conflicto de una forma desapasionada e intelectual. Además, el aislamiento de las dos caras del conflicto ayudó sobremanera a mostrar las falacias del pensamiento de todo o nada, concepto esencial en la TC (Beck, Rush, Shaw y Emery, 1979).

Aquí el uso de la técnica estaba adaptado al cliente. Arnkoff planteaba que si hubiera utilizado un procedimiento de menor implicación afectivo, el cliente no habría recorrido el camino mental hacia el conflicto. Pero no se habían abandonado los puntos de vista cognitivos con respecto a los procedimientos y objetivos de la terapia. Esto distingue su enfoque del de un terapeuta ecléctico cuyos teóricos favoritos fueran Beck y Peris y que decidiera saltar de uno a otro en su trabajo con este cliente, sin ninguna justificación teórica o pauta para actuar así.

Podría argumentarse que la terapia debe ser descrito y evaluado en base a lo que los terapeutas y los clientes hacen y no a lo que un terapeuta piensa de ello (London, 1964). Después de todo, "¿para el cliente qué diferencia hay si lo que el terapeuta intento, cuando está aplicando un procedimiento, es reforzar respuestas operantes discriminativos, cambiar normas de pensamiento irracional o fortalecer el yo?" (Ledwidge, 1979, página 1.052). Pero quizá un procedimiento como el diálogo de las dos sillas, aunque suficientemente similar para ser reconocido como la misma técnica, varía de forma considerable en manos de un terapeuta cognitivo y otro de la Gestalt. Un terapeuta de la Gestalt (cfr. Peris, 1969, págs. 77 y ss.) dará gran importancia o la observación y exageración de los gestos físicos o a expresar los sentimientos más y de forma más enfática y puede adoptar como objetivo del ejercicio que el cliente tome conciencia de sus emociones previamente negados. Un terapeuta cognitivo, utilizando la técnica de las dos sillas, sin embargo, probablemente lo ejecutaría de forma diferente, preocupándose menos de los crecientes niveles de emoción que de descubrir las creencias inadaptados que pueden surgir cuando se inducen los emociones que se conectan con ellas.

Si una técnica dado, como el diálogo de las dos sillas, varía tanto cuando es utilizado en el contexto de la TC en lugar de en la terapia Gestalt, puede que un terapeuta cognitivo se muestre remiso a esperar que las investigaciones sobre esta técnica, por parte de sus creadores, demuestren, de algún modo, que es útil para la práctica de la TC.

También tiene sus inconvenientes la flexibilidad respecto a dónde podemos encontrar procedimientos valiosos para ser incorporados a nuestra propia orientación. Por ejemplo, no está del todo claro qué base teórica estará disponible al determinar las prioridades que se deben conceder a la investigación de una técnica concreta (Wilson, 1982a, planteó esta cuestión al revisar el eclecticismo técnico de Lazarus). No hay tiempo para evaluar todas las técnicas potencialmente efectivas, más efectivo podría ser el estudiar los procedimientos derivados directamente de la propia posición teórica. Pero en la medida en que una orientación es limitado, a aquellos que trabajan exclusivamente dentro de ella les resulta más difícil tener noticia de algunos procedimientos y estrategias valiosos. Wachtel (1 982b) ilustra este punto con motivo de la terapia de conducta y lo que podría aprender del psicoanálisis. Plantea que los teorías a las que se adscriben la mayoría de los terapeutas de Conducta (como la teoría del aprendizaje social) tienden a prestar más atención al proceso del cambio que al contenido de los problemas y a su desarrollo. Al carecer de guías teóricas para hipotetizar sobre esos asuntos, los terapeutas de conducta caen en la trompo de hacer suposiciones propias de una cultura general. Wachtel cita como ejemplo el supuesto de que la alabanza es algo inequívocamente positivo para los clientes y siempre útil como refuerzo. La teoría psicoanalítica puede proporcionar hipótesis sobre los significados no normativos, idiosincrásicos, que para algunas personas pueden ir asociados a la alabanza. Los terapeutas de conducta poseen métodos para investigar dichas posibilidades, pero es improbable que se les ocurra salvo que presten atención a ideas desarrolladas fuera de su orientación (Wachtel, 1982b).

CONCLUSIONES: ¿HASTA DONDE GENERALIZAR?

He sugerido hasta ahora que: a) las estrategias o principios comunes puede que en realidad no sean comunes, ni guías adecuados para la investigación, debido a que significan diferentes cosas en diferentes orientaciones teóricos; b) los investigadores, dentro de una escuela terapéutica, no necesariamente realizarán investigaciones que tengan mucho significado para terapeutas de otras escuelas, y c) incluso una técnica dado no es necesariamente la misma cuando se la utiliza en un contexto o en otro.

Cada uno de estos puntos sugieren que cuando rebasemos los confines de cualquier orientación terapéutica actual haremos mejor en no generalizar mucho. Es decir, no debemos suponer que un estudio sobre los efectos de nuevas experiencias realizadas de un modo concreto puedan guiar el uso de experiencias nuevas construidas de otra forma. Y un estudio sobre los efectos del diálogo de los dos sillas en terapia de Gestalt puede no decirnos mucho sobre en qué medida mejoraría el curso de una terapia cognitiva.

Ciertamente, este tipo de análisis no puede ser llevado muy lejos. En su extremo, implicaría que la investigación es irrelevante para la práctica clínica. El único estudio que tendría importancia para un terapeuta sería un estudio controlado de la utilidad incrementante de la misma técnica que prevé utilizar, conceptualizada de la misma manera, y ejecutada por un terapeuta similar en todos los sentidos relevantes. No hace falta decir que este tipo de datos no estarán a nuestra disposición muy a menudo.

Suponer que cualquier dato puede guiar la práctica es un deseo por generalizar los resultados obtenidos en situaciones en cierto modo dispares; la cuestión estriba en cuánto y cómo hacer eso. El enfoque de los principios comunes sugiere una solución: estudiemos, por ejemplo, si la reinformación es mejor cuando un paciente moderadamente deprimido la recibe de un terapeuta o de -un igual. El enfoque flexible ejemplificado en el capitulo de Arnkoff (1981) sugiere una respuesta diferente: estudiemos, quizá, si una terapia cognitivo para la depresión es mejorado mediante el uso del diálogo de las dos sillas con clientes que experimentaron pocos progresos al principio con procedimientos menos emotivos. Podría ser que aquellos que conceptualizan el proceso de psicoterapia y sus objetivos de manera muy diferente no intentan generalizar los resultados de dicho estudio para utilizar la misma técnica o estrategia que subyace (p. ej.,"indúzcase, al menos, una activación emocional moderada"). Mi sospecha es que el enfoque flexible dará lugar a investigaciones más significativas y menos equívocas.

REFERENCIAS