REFLEXIONES

 

COMENTARIO

La investigación del proceso, alternativa a la integración de los enfoques teóricos y técnicos de la psicoterapia

 

Alejandro AVIA ESPADA (*)


RESUMEN

ABSTRACT

PALABRAS CLAVE

KEY WORDS

REFERENCIAS


RESUMEN

Tras considerar brevemente los antecedentes del movimiento de convergencia e integración entre las diferentes psicoterapias, se exponen críticamente los supuestos teóricos y metodológicos que hacen inviable dicha integración. Se rechaza el eclecticismo teórico, considerando la oportunidad de lograr entre diferentes enfoques un consenso en torno a un concepto de Conducta más abarcativo de los diferentes niveles y variables y proponiendo un mayor refinamiento metodológico en la investigación (el estudio de los microprocesos) que permita afrontar las carencias y limitaciones de cada enfoque singular de la psicoterapia.

ABSTRACT

After considering briefly the backgrounds of the convergence and integration movement among the different psychotherapies the theoretical and methodological assumptions which make unfeasible such integration are Critically exposed. Theoretical eclecticism is rejected, considering the opportunity of obtaining a consensus among the different approaches around a wider concept of behavior that accounts for the different levels and variables, and of the some time claiming for a greater methodological refinement in research (the study of micro-processes) which allows us to cope with the deficiencies and limitations of each particular approach in psychotherapy.

PALABRAS CLAVE

Integración de psicoterapias. Eclecticismo. Refinamiento metodológico.

KEY WORDS

Psychotherapies integration. Eclecticism. Methodological refinement.

 


(*) Departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica. Universidad Complutense de Madrid. Campus de Somosaguas. 28023 Madrid.


Los llamados, desde Frank (1961, 1973), "principios comunes" a todos las psicoterapias se constituyeron en torno a 1980 en el lugar común para el encuentro de un cierto número de teóricos e investigadores de la psicoterapia que, insatisfechos con las restricciones que imponían las distintas escuelas teóricas, buscaban una solución integradora ante la "Torre de Babel" en que podía convertirse la psicoterapia. las compilaciones de Parloff (1976, 1979) y de Herink (1980), señalando, respectivamente, la existencia de entre 130 y 250 acercamientos o formas de psicoterapia -una gran parte de ellas exóticas y variopintas constatan que la psicoterapia ha sido un campo relativamente mal definido, en el que con frecuencia se ha confundido la psicoterapia con una determinada teoría del psiquismo, la personalidad, la psicopatología y el cambio. Aunque ciertamente puede discutirse la pertinencia de una "teoría del cambio" que no derive de una teoría de lo psíquico, la psicoterapia, aun reconociendo esa dependencia, reclama para sí ese impreciso dominio de la descripción, comprensión y explicación del cambio de conducta, más allá de las exigencias y restricciones que le impongan de forma exclusiva determinadas teorías.

Históricamente, los distintos enfoques de la psicoterapia han surgido de los esfuerzos de aplicación de teorías concretas a la resolución de muy variados problemas de las personas. La inducción del cambio o la consecución de determinados efectos ha sido entonces una piedra de toque para las teorías, forzando su desarrollo y confrontándolas con las evidencias. la necesidad o posibilidad de una "convergencia" o "integración'' entre los diferentes enfoques, surge cuando se hace evidente que ninguna teoría de cuenta de todos los niveles de la conducta, y que ningún conjunto de técnicas cubre el espectro de aplicaciones que seria preciso. El sentido que tenga esta pretensión de integración, así como la problemática del eclecticismo, será abordada brevemente en lo que sigue, a propósito de las sugerencias que evoca la lectura del trabajo de Haaga (1986).

La formulación por Rogers (1951) de las "condiciones necesarias y suficientes" (Calidez o mirada positivo incondicional; Empatía o comprensión empática segura; Genuinidad o apertura), todas ellas foco de la investigación de la época (p. el., Truax y Carkhuff, 1967), puede considerarse el inicio de la problemática de convergencia. La solución rogeriana consistía en la pretensión de haber encontrado, "por fin", los ingredientes decisivos del cambio, situándolos en unas determinadas características de los terapeutas y de la interacción terapéutica. Esta utopía se mostró pronto inoperante (Stiles, Shapiro y Elliot, 1986), pero dejó abierta la inquietud acerca de la posibilidad de lograr identificar esos principios comunes que harían girar a la psicoterapia sobre unos ejes precisos. En ese momento resultaron decisivos los planteamientos de Frank (1961, 1973), quien analizó la psicoterapia en términos de una pauta universal de utilización de los procesos de influencia social (persuasión). A Frank se debe la caracterización de los influidores -o terapeutas- como:

a) genuinamente atentos al bienestar de los sufrientes;

b) dotados de cierta ascendencia o poder;

c) mediadores ante la persona que está siendo influenciada y la sociedad (en sentido amplio);

y la descripción de los conocidos "seis factores no específicos", que Frank hipotetizó comunes a todos las psicoterapias. Estos factores eran para Frank:

1. Una intensa relación de confianza con una persona que ayuda (o que es visto como tal) en la que se pone una clara expectativa de mejorar, basada en que cumplir ciertas reglas y procedimientos con esa persona que escucha facilitará la consecución de los objetivos deseados.

2. Una creencia o mito que incluye una explicación de las dificultades del paciente y un método para aliviarlas. Forma parte de ello las expectativas inconscientes y las esperanzas irracionales de una cura mágica, como se puede esperar de un curandero, chamán e incluso de un médico. Para ello es necesario que el paciente tengo una idea de lo que espera.

3. la provisión de nueva información relativa a los problemas del paciente y de posibles vías alternativas de enfrentarse con ellos, bien por vía experiencial o cognitiva, o ambas.

4. El fortalecimiento en el paciente de sus expectativas de recibir ayuda del paciente, a través de la reducción del sentimiento de alienación, y aceptación, por el terapeuta, de las manifestaciones hostiles o de rechazo de aquél.

5. Facilitación de experiencias exitosas, tales como el logro de insight, cambios en la conducta o autorreconocimiento de la propia responsabilidad en los trastornos.

6. Facilitación de la activación emocional.

Aunque Frank listó muchos más ingredientes comunes a la mayoría de las terapias, hipotetizó que el aspecto nuclear compartido por las psicoterapias es su capacidad para reducir la desmoralización, entendida como la creencia en la incompetencia subjetiva asociada con los síntomas de malestar. Frank expresa su convicción de que el principal impacto de la psicoterapia es reducir el malestar y el nivel de afectación sintomática mediante la reducción de la desmoralización. A través de una psicoterapia así concebida el paciente incrementa su efectividad social. Pese a su énfasis en los factores comunes, Frank admite que ciertas técnicas especificas sean beneficiosas sobre algunos trastornos (p. ej., fóbicos, obsesivos y sexuales).

Por la época en que Frank publica la revisión de Persuasion and Healing (1973), el llamado movimiento de convergencia e integración está en marcha, y con algunos precedentes ilustres como las formulaciones pioneras de Rosenzweig (1936), Dollard y Miller (1950). la problemática de la convergencia ha sido objeto ya de numerosas revisiones (Wandersman et al., 1976; Wachtel, 1977; Ryle, 1978; Goldfried, 1980a, 1980b; Marmor y Woods, 1980; Garfield, 1980; Arkowitz y Messer, 1984) y en especial en nuestro país las de Avia y Ruiz (1984) y labrador (1986), por lo que carece de sentido redundar en la exposición detallada de la evolución histórica de sus argumentos, contraargumentos y más que discutibles resultados.

Se hace preciso clarificar algunos de los términos empleados. Por enfoque o escuela asumimos el sometimiento a las exigencias de la teoría y los cánones que ésta impone a la práctica. Los principales enfoques, sistemas y modalidades de la psicoterapia, encuentran su identidad en cuanto psicoterapias en la articulación coherente de principios, métodos, técnicas y aplicaciones. Los ejemplos más claros se dan entre las posiciones aparentemente más opuestas: psicoterapia psicoanalítica y terapia de conducta. Una y otra exigen coherencia y adecuación entre teoría y método, deslindándose en cuanto a las diferencias entre sus objetos de estudio y procedimientos y objetivos de intervención. Ambas promueven el cambio de conducta, pero asumen un concepto de conducta diferente. Si a la terapia y modificación de Conducta se le quita su basamento en las leyes del aprendizaje y su referencia al método experimental, pierde prácticamente todo su especificidad. Si la psicoterapia psicoanalítica prescinde del modelo del inconsciente y no toma en consideración el fenómeno de la transferencia, carecería también de especificidad. Si nos intentamos situar en otras formulaciones genéricas de la psicoterapia -aunque aquí la dificultad para precisar sus conceptos sería mayor-, los diferentes enfoques necesitan agarrarse todavía más a modelos teóricos o a recursos técnicos muy diferenciados para conservar su singularidad. En definitivo, no podemos confundir las dificultades que tienen muchas psicoterapias para precisar su especificidad con la supuesta existencia de un enfoque común, lugar de encuentro de todos los acercamientos. Esta polémica debe retomarse trasladándola a los diferentes objetos de estudio y procedimientos y objetivos de intervención que tienen las psicoterapias especificas. En el caso de la terapia y modificación de conducta, la conducta observable -operacionalizada según modelos- y los objetivos especificados de cambio contrastados con criterios. En el caso de la psicoterapia psicoanalítica, la integración del nivel inconsciente y consciente en -la producción del comportamiento y la constatación de cambios en los patrones estructurales de comportamiento, más que en conductas aislados. Si se diera convergencia lo sería por un acercamiento entre las concepciones sobre el objeto de estudio, a partir del cual la especificidad de las técnicas podría perder relevancia, quedando la polémica entonces trasladado a los métodos de verificación y contrastación. La posible convergencia, integración o comunidad entre enfoques devendría de una redefinición del concepto de conducta que pudiera ser asumido por distintas posiciones teóricas. A título de ejemplo, y aunque tal objetivo no se ha logrado, cabe señalar que algunos modelos cognitivos aceptan casi todas las variables y niveles que son característicos de los modelos psicoanalíticos, y que en cuanto a la psicoterapia podría llegar a consensuarse un objeto de estudio común. Sin embargo, ello no resolverá las diferencias teóricas -muy sustantivas en ocasiones- y menos las técnicas -de encuadre y procedimiento. Lograr un consenso sobre el objeto no fuerza al método ni allana la teoría, por supuesto felizmente.

En cuanto a los principios comunes ya Haaga (1986) destaca que Goldfried (1 980a) se refiere a estrategias, es decir, no a principios, sino a acciones desarrollados específicamente para lograr un determinado objetivo. Efectivamente, los terapeutas pueden coincidir en sus estrategias aun aplicando principios distintos. Aquí se hace necesario distinguir entre estrategia explicita e implícita. las estrategias terapéuticas suelen ser privativos de un determinado enfoque de la psicoterapia, cuando son formulados explícitamente. Pero, ¿responden realmente los terapeutas en su desempeño práctico a las exigencias teóricas, metodológicas y técnicas de su enfoque de referencia? Sólo observando (idealmente) aquello que es efectuado, de hecho, en la terapia puede describirse con seguridad la estrategia seguida. La moderna investigación en psicoterapia ha venido a mostrar que los terapeutas desarrollan estrategias implícitas que o bien no son reconocidas, o responden a criterios subjetivos determinados por el terapeuta ante las exigencias del sujeto, del problema, del contexto de la terapia o de las propias necesidades del terapeuta. Qué sucede en una psicoterapia, es algo que sólo puede ser descrito a través de procedimientos de observación y autoobservación por los elementos implicados (terapeuta y cliente principalmente).

Ciertamente no puede sostenerse ya que todos los terapeutas expertos, sean de la orientación que sean, vengan a conducirse en las sesiones de forma similar y a utilizar estrategias estructuralmente semejantes. Existen diferencias entre los terapeutas, no sólo en la articulación de los niveles teóricos y técnicos, sino principalmente en la finalidad (el papel de lo ético en la psicoterapia) y en los vectores interpersonales que caracterizan a la psicoterapia.

Lo ético marca el horizonte de posibilidad que deslinda el papel del terapeuta y del cliente entre el cambio y la manipulación. El psicoanálisis propiamente dicho se viene diferenciando de la psicoterapia por la exigencia que hace al analista de preservar la ético de su posición. Las diferentes psicoterapias -la psicoanalítica entre ellas- aceptan cierto menoscabo de las restricciones éticas en base a un consenso social sobre la erradicación del sufrimiento. Y el terapeuta singular ha de posicionarse sobre su interpretación del nivel ético en cada una de las decisiones que toma en el curso de la psicoterapia.

La llamada solución ecléctica, que ha llevado a la relativamente reciente constitución programática de un modelo ecléctico para la psicoterapia (Garfield, 1980), no nos parece que aporte nada nuevo o de especial relevancia. Podemos desplazar la discusión, sin embargo, a la pertinencia de un eclecticismo técnico, en el que desde un marco teórico y método general bien definido, se hacen incursiones técnicas en otras perspectivas, de las que se toman herramientas para un propósito delimitado, y adecuadamente contextuado en la finalidad planteada para la intervención original; pero lo que carece totalmente de sentido, en mi opinión, es un eclecticismo teórico. Son respetables algunas aproximaciones como la terapia multimodal de Lazarus (1976) o la terapia psicodinámica integradora de Wachtel (1977, 1987), porque en ambos casos las premisas teóricas están bien definidas, y son -en lo esencial- respetuosas con sus marcos teóricos de referencia (la terapia de conducta y la psicoterapia psicoanalítica, respectivamente). En ambos autores se da un ensanchamiento del objeto de estudio, aceptando considerar en las intervenciones datos de variables que tradicionalmente habían sido excluidos de los enfoques originarios. De esta misma forma pueden esperarse nuevos desarrollos teórico-técnicos, entre los que las aportaciones del constructivismo -p. eJ., las propuestas estructurales de Guidano y Liotti (1983)- o las cognitivo-interpersonales de Greenberg y Safran (1987), y Safran y Segal (en prensa) probablemente jugarán un papel destacado en el futuro próximo de los planteamientos terapéuticos. Pero los planteamientos genuinamente eclécticos, como el de Garfield (1980), pienso que carecen de valor y no debe esperarse de ellos que hagan avanzar a la psicoterapia.

La problemática de la convergencia, además de considerar acercamientos entre las teorías, ha propugnado una definición de lo común a todas las psicoterapias basada en poner la relación terapéutica -o a las características de la persona o del comportamiento del terapeuta- en el centro de interés. la psicoterapia es, por naturaleza, una serie de procesos interpersonales, sobre los que el terapeuta ejerce acciones específicas y/o desarrolla un cierto control. Son estos procesos los que han de ser descritos si queremos acercarnos a dialogar sobre lo que hay de común y diferente entre las distintas prácticas psicoterapéuticas singulares. Es de sobra conocido el habitual fracaso (más allá de las generalizaciones de Frank) en identificar características estáticas del terapeuta como predictoras del éxito del tratamiento. Por otra parte, es evidente que los actitudes, comportamientos y estilos del terapeuta influyen en el curso y resultados de los tratamientos; pero como ha subrayado Labrador, estas diferencias "no tiene sentido atribuirlos a ninguna orientación" (1986, pág. 29 1) de la psicoterapia. Uno cosa es pretender asociar variables diferenciales (sexo, edad, rasgos) con predicciones especificas, lo que ya a sido abandonado, y otra muy distinta someter a rigurosos procedimientos de observación y autoobservación el proceso de la terapia, a través del análisis de microprocesos y efectos de cambio. En este sentído sí puede hablarse de convergencia, en cuanto a nuevos objetivos para la investigación de la psicoterapia: el proceso (y sus microprocesos) de cambio. No es la mera observación y constatación de cómo algo es hecho por los terapeutas en la terapia (los debatidas diferencias en estilo a la hora de implementar las diversas terapias), sino cómo se da la secuencia de fenómenos, en qué se da una estrecha interdependencia entre terapeuta-cliente y situación, y, en todo caso, más determinada por los sucesos del cliente y las reacciones del terapeuta que a la inversa (véase Avila, 1990).

La psicología cognitiva ha sido ofrecida por algunos autores (p. el., Ryle, 1978) como el lugar de encuentro para todas las psicoterapias. Pero, ¿en qué puede consistir este lugar de encuentro?; Ryle (1978) y Goldfried (1980a) están entre los que defienden que la psicología cognitiva aporta un lenguaje para el estudio del cambio. Pero este lenguaje no es la mera cuestión de encontrar una terminología de consenso. Se trata de que los modelos cognitivos de la conducta permitan un abordaje más abarcativo de los diferentes niveles de la conducta, y faciliten, por tanto, la articulación teórica entre intervenciones dirigidas focalmente a niveles especificas. los modelos de procesamiento de la información despertaron inicialmente muchas esperanzas, por su potencial capacidad para integrar niveles explicativos, pero el entusiasmo inicial ha sido seguido de aportaciones más modestas. Efectivamente, la psicología cognitiva está siendo un revulsivo constante para los teóricos, tanto de la terapia de conducta como de la terapia psicoanalítica, especialmente por su capacidad para ensanchar o reformular el objeto de, estudio de ambas aproximaciones. Pero los modelos teóricos desarrollados hasta el momento no tienen la suficiente consistencia como para constituirse en un planteamiento superador e integrador. Mientras la psicología cognitiva clínica avanza en sus planteamientos, tanto la terapia de conducta como la psicoterapia psicoanalítica están enriqueciendo con aportaciones de aquélla.

Haaga (1986) defiende la flexibilidad como norma. Flexibilidad que permita investigar técnicos tomadas de cualquier orientación y contexto, al servicio de la resolución de problemas teóricos y técnicos detectados en una orientación teórica específica, y dentro del cumplimiento de las exigencias metodológicas del modelo teórico desde el que trabaja el investigador. Tanto Labrador (1986), Haaga (1986), y es mi propia opinión, convergen en señalar la inconsecuencia de utilizar los llamados principios comunes como guías para la investigación, y la práctica imposibilidad de exportar sin más resultados de investigación de unos contextos teóricos a otros. A las diferentes prácticas terapéuticas, y a su investigación, debemos exigirles coherencia teoría-método-técnicas-aplicaciones, pero a la vez concederles flexibilidad para su apertura a considerar ideas, modelos y técnicas que, procedentes de otras perspectivas teóricos, sean reconsiderados y reformulados desde la óptica particular del propio modelo.

Para que los diferentes enfoques de la psicoterapia desarrollen sus bases científicas y la bondad de sus procedimientos, basta con que se cuestionen seriamente las propias lagunas, fallos y evidencias negativos. En el caso que me ocupa personalmente de forma más central, la psicoterapia psicoanalítica progresará en la medida en que afronte sus propias limitaciones, mediante la consideración sistemática de sus fracasos, y permanezca abierta a reconsiderar sus premisas teóricas y técnicas a la luz de las aportaciones que se vayan sucediendo tanto en la psicología básica como en todas las otras disciplinas científicas relevantes a su objeto de estudio e intervención.

REFERENCIAS