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REFLEXIONES

Psicología y Filosofía,

¿una necesaria reconciliación?


Psychology and Philosophy, a necessary reencounter?

 

Pedro CHACON (*)


RESUMEN

ABSTRACT

PALABRAS CLAVE

KEY WORDS

1. LA RUPTURA FAMILIAR

2. METAFISICA EN PSICOLOGIA

2.1. Por qué no bastan los cajones de sastre 

2.2. A vueltas con la falsabilidad

3. EL NUEVO MARIDAJE

REFERENCIAS


RESUMEN

La Psicología, tanto teórica como aplicada persiguió durante largo tiempo independizarse de la Filosofía como una exigencia de su cientificidad. Esta misma exigencia le fuerzo hoy a ser consciente de lo estrecha vinculación de su saber y su hacer con un amplio espectro de presupuestos epistemológicos y ontológicos no empíricos. En este artículo, a lo vez que se defiende esta tesis, cuyas consecuencias en la psicología clínica ha explicitado O'Donohue, se critica la insuficiencia de los argumentos que aporta, provocado por lo ambigüedad de su criterio de demarcación científico y del Significado que otorga al término "metafísica". Se exponen, en fin, algunas indicaciones, a la luz de la nuevo teoría de la ciencia, sobre el sentido y orientación que debe adoptar el actual reencuentro entre Psicología y Filosofía.

 

ABSTRACT

Theoretical and practical psychology has attempted for long its independence from philosophy as a scientific requirement. This very requirement presently constrains psychology to take consciousness of the tight relationship existing among its knowledge and practice, and o wide variety of epistemological and ontological non empirical principles. In this article, that thesis, whose consequences for clinical psychology are exposed by O'Donohue (1989), is maintained, but at the some time criticizing the insufficiency of the arguments provided by this author, caused as much by the ambiguity of this scientific demarcation criteria as by the meaning ottributed to the term "metphysic". Finally, following the new philosophy of science, some remarks about the meaning and orientation that the present reencounter between psychology and philosophy has to adopt are given.

 

PALABRAS CLAVE

Metafísica. Filosofía. Psicología clínica. Epistemología.

 

KEY WORDS

Metaphysics. Philosophy. Clinicol psychology. Epistemology.


 (*) Profesor titular de la Facultad de Psicología. Universidad Complutense. Campus de Somosaguas. 28023 Madrid.


1. LA RUPTURA FAMILIAR

La historia de las relaciones entre Psicología científica y Filosofía ha estado presidida desde hace más de un siglo por metáforas familiares. Se generalizó, por ejemplo, la autoimagen de la psicología como hija independizada de la madre Filosofía, mejor podríamos decir, madrastra, dadas sus conflictivas relaciones mutuas. La necesidad de tal independencia del seno materno se justificaba como una exigencia del propio desarrollo individual en cuanto saber. Al separarse, la Psicología no haría sino recorrer el mismo camino de autonomía que desde la Modernidad habían emprendido sus hermanas mayores, las ciencias naturales, en especial la Física, y que coetáneamente emprendieron hacia la mitad del siglo XIX las llamadas ciencias humanas y sociales: Antropología, Lingüística, Sociología, etcétera.

Durante varias décadas la adolescente Psicología científica, a la vez que veía crecer la atención que los hombres le prestaban y ganaba en confianza sobre sus propios actos, tuvo necesidad de seguir autoafirmándose frente a la Filosofía. La casa materna no era el lugar para esta hija pródiga que, por otro lado, reconocía filiaciones mucho más efectivas con la Biología, las Matemáticas y la Física, la Medicina o la Sociología empírica. Como suele acontecer en las rupturas familiares, se hicieron inevitables los reproches. La madre no cesaba de recriminarle, opportune et inopportune, las insuficiencias de sus primeros pasos en la explicación de las complejas conductas humanas, e incluso seguía pretendiendo tener privilegiados medios supraempíricos para poder pontificar sobre los objetos a que debía aplicarse y los métodos que debía utilizar; por su parte, la psicología persistía en su esfuerzo autónomo radicalizando sus críticas a la vana especulación y mostrando con orgullo los prácticos resultados alcanzados sin la constrictiva ayuda materna.

Como también suele acontecer, la autoafirmación de la adolescente Psicología no estaba exenta de dificultades. Su anhelada liberación filosófica era más deseada que real, pues, aunque no siempre fuera consciente de ello, persistían vinculaciones epistemológicas e ideológicas que seguían teniendo sus raíces en la Filosofía. Optar por el positivismo en lugar de la fenomenología puede ser considerado como un cambio de casa o como un mero cambio de habitación, pero, sea como fuere, no podríamos hoy afirmar que la Psicología lo realizara sin condicionamiento filosóficos. En especial, las dificultades más graves que durante largo tiempo acosaron a la Psicología surgieron al intentar delimitar cuál debía de ser el modelo propio a seguir en su nueva existencia, pues, si bien estaba claro que la mera especulación no debía ser la guía de sus acciones, cada vez se hizo más patente que tampoco le resultaba adecuada una mimética copia de los modos de proceder de sus hermanas mayores, las ciencias naturales.

La segunda metáfora familiar utilizada tópicamente en la reconstrucción de las relaciones entre Filosofía y Psicología es la del divorcio. Para ser más precisos, la de un divorcio sin mutuo acuerdo. Cada una de las partes habrían seguido luchando por la propiedad de un patrimonio común y reprochando a la otra entrometerse en asuntos de su competencia. Las consecuencias de tal divorcio se habrían extraído de forma tan inevitable como progresiva: separación académica de los estudios de Psicología en Facultades independientes de las de Filosofía, planes de estudio autónomos en los que las asignaturas de carácter filosófico eran suprimidas o fuertemente restringidas, creación de Colegios Profesionales independientes de Psicólogos, etc. Con distintos ritmos en función de las condiciones de cada país, más rápido en los anglosajones, más lento en los de la vieja Europa, el proceso de separación de bienes resultaba drástico e imparable.

Como toda historia, también ésta tiene sus hitos y momentos paradigmáticos. Así, la polémica cruzada o finales del siglo XIX entre Dilthey y Ebbinghaus en el marco de aquí la distinción entre ciencias naturales y ciencias del espíritu. Según Dilthey, la conducta humana, tanto individual como colectiva, exigía un modelo teórico diferente del establecido por las ciencias de la naturaleza y que habría sido adoptado por la Psicología científica. Por respeto a la singular peculiaridad significativa de su objeto, la Psicología debería esforzarse por "comprender'' (Verstehen) y no "explicar" (Erklären) causalmente las actividades intelectuales y culturales humanas. Por contra, para Ebbinghaus, pionero de los estudios experimentales sobre la memoria, no sólo era posible, sino la única forma científica que estaba a nuestro alcance para elucidarlas de forma objetiva, ampliar a tales procesos el mismo método que tan fructíferos resultados aportaba en otros ámbitos, debiendo renunciar, por tanto, a confiar en la validez científica de subjetivas intuiciones filosóficas sobré su sentido. Esta fue, como es bien sabido, la alternativa que resultó predominante en los años posteriores de crecimiento de la Psicología. Tanto el fundador del conductismo, Watson, como el fundador del psicoanálisis, Freud, realizaron explícitas declaraciones a favor de considerar sus teorías vinculadas al modelo de la ciencia natural y en contra de la introducción de las especulaciones filosóficas en el tratamiento científico del material empírico de la Psicología.

El segundo momento tópico de este divorcio entre Filosofía y Psicología es mucho más cercano a nosotros, y está vinculado con un autor por muchas razones distante de los más arriba citados. Piaget publica en 1965 su obra "Sabiduría e ilusiones de la Filosofía'' que pretende ser un ajuste de cuentas, tanto personal como teórico, entre la epistemología genética y la Filosofía. Su ataque va, en esta ocasión, dirigido prioritariamente contra aquellos autores que, desde la fenomenología, como Merleau-Ponty, o, desde el intuicionismo, como Bergson, pretendían, de nuevo, otorgar a la Filosofía la capacidad de ser conocimiento, privilegiado y fundante, sobre aquellos mismos asuntos propios de la Psicología científica. A juicio de Piaget, hora era a de establecer un acuerdo de separación entre ambas en que se reconociera que la Filosofía puede ser una "sabiduría' imprescindible humanamente para la coordinación de los valores, pero que le compete a la Psicología científica la exclusividad en el conocimiento objetivo de las causas y estructuras que condicionan nuestras acciones y operaciones mentales.

Las problemáticas relaciones entre Filosofía y Psicología no se circunscribieron a un conflicto de competencias ni a la fijación de fronteras o criterios de demarcación. Incluso cuando se reconocía por parte de los filósofos que en todos los ámbitos de conocimiento efectivo sólo las ciencias empíricas resultaban competentes y que la Filosofía debía limitarse al análisis de las condiciones generales de las teorías por ellas elaborados, es decir, incluso en los casos en que la Filosofía aceptaba no ser un saber sustantivo, sino un saber sobre el saber, Teoría del Conocimiento, Epistemología o Teoría de la Ciencia, resultaría ingenuo pensar que tal reconocimiento resolvía, de manera satisfactoriamente definitiva, los conflictos entre ambas. Pretendiendo analizar las condiciones 'a priori'', formales o de contenido, conceptuales o lingüísticas de todo conocimiento científico, la filosofía no renunciaba a ocupar un lugar privilegiado en la normatividad de todo discurso racional sobre el ser y sobre el deber ser. En un sugerente libro que ha tenido el mérito de provocar reacciones, R. Rorty (1979) ha subrayado que una predominante tradición filosófica que se remonta al pensamiento de los siglos XVI y XVII debe ser abandonada. Aquella, justamente, que fue consagrado por Kant, institucionalizada universitariamente en el siglo XIX, y a la que seguirían siendo fieles tanto la fenomenología como la Filosofía analítica del lenguaje. Una tradición que arroga para sí la tarea de establecer los fundamentos del conocimiento, ser ciencia de ciencias, saber de saberes. La Filosofía no disputaría a la Psicología ninguna parcela de objetos del mundo real; estaría dispuesta a ser considerada, en lugar de ''scilla theologiae" como en la Edad Media, ''scilla scientiae". Curiosa servidumbre, no obstante, la que reivindica como trabajo propio aportar la base o cimiento sobre el que deben edificarse los esfuerzos de los demás, careciendo, a juicio de Rorty, de capacidad para ello.

Las pretensiones maternales de la Filosofía adoptaron, pues, una segunda forma, aparentemente más aceptable y justificada. Los propios psicólogos científicos no vieron en muchos casos peligro alguno en suscribir un acuerdo de separación en tales términos, un acuerdo que parecía prometer, incluso, una efectiva complementariedad. Ambas partes aportaban sus buenas intenciones de las que, como se sabe, está el infierno lleno y que, en todo caso, no les libraba de autoengaños. Los problemas seguían subsistiendo. No había bastado para suprimirlos declarar conjuntamente la muerte de la Psicología filosófica. En su lugar se admitía una Teoría del Conocimiento o una Filosofía de la Ciencia. Pero, ¿qué legitimidad y qué credenciales justificaban sus analíticos dictámenes? ¿Acaso toda teoría del conocimiento no es deudora de una determinada concepción sobre las entidades mentales y procesos mentales acerca de los cuales sólo debía reconocerse a la Psicología científica capacidad para determinar su admisión o rechazo? ¿Puede establecerse un deber ser de la ciencia con independencia del efectivo proceder de ésta? Y, en fin, ¿no era evidente que cada orientación o escuela psicológica se adscribía y creía legitimada por una, implícita o explícita, orientación teórica de la ciencia?

Más allá de los límites de la estricta Lógica formal, deductiva o inductiva, la Psicología no recibió significativos beneficios de los intentos de una fundamentación filosófica en forma de Teoría de la Ciencia. Entiéndase bien: es innegable que el efectivo desarrollo de las teorías psicológicas siempre se llevó a cabo en estrecho parentesco con determinadas concepciones epistemológicas. En muchas ocasiones, Psicología y Filosofía parecían reforzarse mutuamente en sus conclusiones sobre los problemas.

Fue el caso, por ejemplo, del conductismo empírico de los psicólogos y el análisis lógico-lingüístico propugnado por G. Ryle (1949), o los esfuerzos de sistematización hipotético-deductiva de C. L. Hull (1943) y la llamada concepción neoposítivista de la ciencia. Pero la problemática unidad de la Psicología no se benefició de un acuerdo sobre las filosóficas bases epistemológicas, acuerdo inexistente, incluso, en el ámbito del conductismo. La Psicología progresó como ciencia y como técnica no por haberse fundamentado filosóficamente, sino a pesar de no haberlo hecho. Lo cual es muy distinto, como en seguida veremos, de afirmar que careciera en algún momento de implicaciones y presupuestos filosóficos.

El golpe de gracia a la confianza depositada en aquel acuerdo de separación y colaboración entre Psicología científica y Filosofía, entendida como teoría de la ciencia, lo proporcionó la crisis del modelo teórico neoposítivista bajo cuyos auspicios se había firmado. En múltiples ocasiones se han analizado ya las consecuencias de tal crisis para la Psicología contemporánea. Una lúcida revisión de las mismas puede encontrarse en el artículo del profesor Pinillos (1980), "Observaciones sobre la Psicología científica''. Tan sólo añadiré al respecto que se quebró algo más que un determinado modelo; se quebró la filosófica pretensión misma de establecer una Teoría de la Ciencia normativa y con validez general sobre el efectivo proceder de las distintas ciencias particulares. Si ya Popper (1963) había subrayado las insuficiencias de un mero análisis del lenguaje para establecer cuándo una proposición carece de sentido, fue Quine (1969) quien reivindicó una "epistemología naturalizada'', en la que los supuestas relaciones de fundamentación se disolvían, y en la que la Filosofía debía inferir sus compromisos ontológicos a partir del cuerpo global de teorías científicas, entre ellas las psicológicas, vigentes.

Sea bajo la forma de una ruptura ante la opresiva e ineficaz figura materna, sea bajo la forma de un necesario y provechoso divorcio entre Filosofía y Psicología, es cierto que, por muy comprensibles razones, durante largos años y aún en la actualidad, la mutua actitud predominante ha sido la del distanciamiento. Y si ello es verdad por lo que respecta a la elaboración de teorías psicológicas, lo es aún mucho más en sus áreas aplicadas, en particular la Psicología clínica. Se malinterpreta gravemente el real acontecer histórico de la Psicología cuando se la concibe idealmente como el resultado de la formación de un cuerpo de teorías del que, "a posteriori'', se deducen sus implicaciones tecnológicas. En la mayor parte de los casos, la situación inversa es la justa: ante la urgencia de resolver las demandas y problemas que los individuos y sociedades les plantean, los psicólogos se han esforzado por depurar sus técnicas de tratamiento, de predicción, control y modificación de las conductas humanas, y en este proceso son urgidos a justificarlas e integrarlas en conjuntos de teorías y modelos explicativos. El camino transitado en su crecimiento autónomo ha sido, en muchas ocasiones, de abajo arriba. la ingeniería aquí precede a la física, como la agrimensura a la geometría. En todo caso, la Psicología persigue el ideal de una integración y acuerdo teóricos, pero no ha podido permitirse el lujo de partir de ellos.

En conclusión, las relaciones de la Filosofía con respecto a la Psicología han sido concebidas predominantemente como un "antes de", un "por debajo de" o un "por encima de''. O bien la Filosofía era un precedente un antepasado, si quiere el lector que prosigamos con las metáforas familiares, de la Psicología, y, en cuanto tal, merecería un capítulo en sus Historias, pero no en sus Teorías. 0 bien, la filosofía tiene un lugar en el ámbito de los saberes, un lugar que vendría a corresponderse con el fundamento o base común que la Psicología compartiría con otras ciencias, pero no se involucraría en sus contenidos limitándose a establecer las condiciones formales de la justificación de los conocimientos. O bien, en fin, la distancia entre ambas se establece al concebir las especulativas implicaciones e integraciones filosóficas como un lujoso, pero prescindible y variable adorno.

 

2. METAFISICA EN PSICOLOGIA

El artículo de William O'Donohue (1989), con ocasión del cual se han escrito estas páginas, mantiene la tesis de que tal ruptura, separación o divorcio entre Filosofía y Psicología es injustificable. En particular, la autoimagen del psicólogo clínico como un científico-práctico resultaría perniciosa por cuanto implica un desconocimiento de las efectivas implicaciones ''metafísicas'' en su expresión, de su saber y de su hacer. El análisis de los diversos ámbitos de la psicoterapia en que la Filosofía juega un decisivo papel le lleva a abogar por la conveniencia de un modelo de formación de psicólogos clínicos en que se lo reconozca de forma explícita. En contra de la tradición prevaleciente que anteriormente hemos descrito, O'Donohue defiende que es necesario concebir las relaciones entre Filosofía y Psicología como un ''dentro de", y que se deben, por tanto, extraer las debidas consecuencias de tal interpretación de sus contenidos.

Mi comentario crítico al artículo se desdoblará en una doble tarea, pues doble es el juicio que puede establecerse: sobre la tesis defendida y sobre la forma de defenderla. Adelanto para lectores impacientes que el veredicto de este "filósofo de la psicología'' será favorable a la tesis de la mutua implicación, pero que la sentencia deberá incorporar algunas rectificaciones sobre los argumentos aducidos por O'Donohue. Con todo, confío en que, tratándose de psicólogos, sigan interesados no sólo en constatar el resultado de mi conducta de comentador de artículo, s no también en conocer sus causas, en la medida en que puedan desvelarse a través de las razones conscientes del sujeto que la emite. Agradeceré, de modo especial, los críticas que tengan a bien plantear. Ayudarán a liberarme de algún error y servirán para constatar que existe, al menos, un interés compartido, el de esclarecernos racionalmente sobre cuáles deben ser nuestras relaciones. ¿Es necesario explicitar, antes de proseguir, que no concibo mi tarea como madre, ni como sierva, ni como adorno externo de la Psicología? ¿Es necesario añadir que no concibo la suya como hija pródiga, ni como edificio cimentado en la filosofía ni como mera práctica independiente de ella?

 

2.1. Por qué no bastan los cajones de sastre 

O'Donohue estructura su artículo en tres partes: en la primera estipula una noción de 'metafísica'' y analiza su relación con la ciencia a la luz de las concepciones del neopositivismo, de K. Popper y de I. Lakatos. Tras acordar con éste el carácter interno de los presupuestos , "metafísicos" en las teorías científicas, se ejemplifica en la segunda parte cómo tales presupuestos están incluidos e influyen en los programas de investigación clínica, es decir, en la Psicología clínica teórica. En la tercera parte, este mismo objetivo se lleva a cabo respecto a los enfoques psicoterapéuticos o Psicología clínica aplicada. La conclusión que se desprende se deja, en principio, formular con facilidad: tanto en la selección de sus problemas, como en el diseño de su tratamiento, como en la significación que otorga a sus observaciones, como, en fin, en las decisiones que adopta ante una predicción no alcanzada, el psicólogo clínico, se dedique a la investigación o a la práctica profesional, deberá ser consciente de que su saber y su hacer se encuentran estrechamente vinculados a concepciones "metafísicas". Como él mismo dice: "los resultados de nuestros esfuerzos por comprender y ayudar a los otros seres humanos están en función de toda nuestra trama de creencias".

Surge de forma inmediata, sin embargo, una objeción de fondo que, si bien no invalida la tesis defendida por O'Donohue, sí afecta, a mi juicio, decisivamente a la forma como es argumentada a lo largo de todo el artículo. Tal objeción se plantea al examinar con cuidado su concepción de las proposiciones científicas y el significado que otorga al término "metafísica'. Como espero poder probar, O'Donohue propugna una noción de ciencia insostenible por cuanto la considera constituida por un conjunto de proposiciones directamente observadas en la experiencia intersubjetiva y un conjunto heterogéneo y ambiguo de proposiciones que, si bien no son directamente contrastadas en la experiencia, ésta es relevante para determinar su valor de verdad y están conectadas con el resto de nuestras creencias. "Metafísico'' es, para O'Donohue, un cajón de sastre en el que entran todas aquellas proposiciones, explícitas o implícitas, que en una ciencia no serían observables intersubjetivamente de forma directa. Es decir, prácticamente todo. Veámoslo.

Comencemos por reconocer que tiene todo el derecho (y el deber) de proponer al comienzo de su trabajo una definición del significado del término "metafísica''. Nada más lejos de mi intención que reivindicar una concepción esencialista de las palabras, pues en casos como éste, al igual que en el del término- "psicología", la única actitud plausible es la de un nominal pragmático que reconozca que sirven de rótulo a actividades muy diversas, y que su significado viene determinado por el uso contingente e históricamente variable que de ellas hacen determinados grupos humanos. Estoy, por lo demás, de acuerdo con Popper (1974) en que las disputas sobre el significado de las palabras suelen ser ociosas y que el tema que nos debe preocupar es el grado de verdad de nuestras proposiciones, teorías y conjeturas. El error, por tanto, no reside en que O'Donohue estipule un significado del término "metafísica'' al que deseemos contraponer otro diferente que se correspondiese con su esencial contenido. El error reside en que la significación otorgada es tan ambigua que no resulta útil, e, incluso, llega a ser perjudicial, para esclarecer el problema planteado. Comporta, según intentaré probar, un empobrecimiento de la noción de ciencia en general y de la Psicología en particular, a la vez que una mezcolanza amorfa de los elementos no empíricos integrados en ellas impidiendo un más detallado y preciso análisis de éstos.

Prosigamos reconociendo que es también legitimo que opte por estipular el significado de "metafísica'' en función de su relación con la experiencia, en lugar de definirla en función de los objetos o contenidos de que supuestamente se ocupa. El término, como es sabido, tuvo su origen en un accidente bien circunstancial al fin y al cabo. Fueron designados como "metafísicas" los obras de Aristóteles o las que éste no les había puesto nombre y que fueron colocadas por Andrónico de Rodas o algún bibliotecario alejandrino en los anaqueles de la librería a continuación espacialmente de sus libros físicos. Amplias son las divergencias que, a lo largo de la historia, surgieron sobre el objeto de tal disciplina, y no cabe reprochar, por tanto, que O'Donohue lo defina en función de la singular relación que guardan sus proposiciones con la experiencia, una opción que predominó en el positivismo y que se remonta hasta la kantiana Crítica de la Razón Pura.

Así, tras haber descartado del cuerpo de las proposiciones científicas aquellas que no son enunciativas o que carecen de sentido por estar mal construidas sintácticamente (su afirmación de que también habría criterios semánticos para juzgar como carentes de sentido proposiciones del tipo "las ideas verdes duermen con furia" hubiera precisado alguna argumentación, o al menos, matización dada la existencia de semánticas no restringidas al mundo real del lenguaje cotidiano). O'Donohue también descarta las proposiciones cuyo valor de verdad es independiente de la experiencia, es decir, todas aquellas proposiciones de la Lógica Formal o analíticas, proposiciones que son o necesariamente verdaderas o necesariamente falsas. El problema surge cuando comienzo a distinguir entre dos clases o conjuntos posibles de proposiciones sintéticas cuyo valor de verdad no puede establecerse independientemente de la experiencia.

Siguiendo el criterio de clasificación adoptado, nuestro autor distingue entre dos grupos de proposiciones: el primero formado por las que, en un sentido estricto, podríamos denominar empíricas, y un segundo grupo formado por las proposiciones metafísicas. Ambos grupos se relacionan con la experiencia, pero de diferente modo y a diferentes distancias. En el primer caso, el valor de verdad sería contrastado directamente en la observación empírica y estaría en función de una situación intersubjetivamente observable. En el caso de las proposiciones metafísicas, tal contrastación directa no sería posible, aunque la experiencia les aporte "cierto valor de evidencia'; además, "se hallan altamente conectadas con el resto de nuestras creencias" (no se dice si este último rasgo está ausente en las proposiciones empíricas aunque todo parece indicar que así se presume). Nótese que la diferencia establecida es sólo de grado, o, si se prefiere, de magnitud de la distancia con respecto a la, experiencia: en un caso, ésta aseguraría la verdad; en el otro, tan sólo la probabilidad o plausibilidad. En las primeras, el contenido de la proposición sería "tocado" o "visto" en la observación empírica; en las segundas, la relación sería menos próxima con la experiencia y más estrecha con el conjunto de nuestras teorías y creencias.

Lo que resulta, a mi ¡juicio, inadecuado en este planteamiento es su simplismo. Tras los esfuerzos desarrollados por la Lógica y la Filosofía de la Ciencia durante el siglo XX, sería exigible una más fina discriminación que la que aquí se establece entre proposiciones singulares empíricas y el resto de las proposiciones científicas. Si nos atenemos estrictamente al criterio clasificatorio aducido, nos vemos obligados a considerar "metafísicas'', en un sentido tan general que no hace justicia a la diversa pluralidad de proposiciones no directamente contrastables, a la práctica totalidad de las proposiciones de cualquier ciencia. Ello implica algo más que reconocer la interna relación que mantiene con la Filosofía; implica algo más que eliminar rígidos criterios de demarcación entre ambas. Implica, lisa y llanamente, suprimir sus diferencias. Si lo aceptamos, englobando en una indeferenciada unidad a todo lo que no es observable empíricamente, no nos podrá sorprender que se nos transforme, como Hegel dijera, en una noche en que todos los gatos son pardos. Y, forzados por la coherencia, vendríamos a concluir, más allá de Popper y Lakatos, en una ciencia sin experiencia, en el "todo vale" de Feyerabend (1970, 1975). Lo que alcanzaríamos no es una estrecha relación ciencia-filosofía, sino una mutua y, a mi juicio, poco esclarecedora disolución de ambas en una masa informe.

Se me dirá que no es éste el propósito de O'Donohue y que los ejemplos que aduce al discriminar entre proposiciones empíricas y metafísicas no abonan la Interpretación que estoy dando. Pues bien, justamente la mejor prueba que puedo aportar de la ambigüedad y consiguiente perniciosidad teórica de la distinción establecida y del significado otorgado en su artículo al término 'metafísica'' es que no permiten una clara y útil discriminación e inducen, por tanto, a incurrir en errores y contradicciones. Veamos, en primer lugar, los ejemplos aducidos de proposiciones empíricas "que obviamente requieren la observación empírica antes de que se pueda determinar sí son verdaderas o falsas''. O'Donohue cita las siguientes: "Juan lloró durante la entrevista de selección'' y "los varones son más agresivos que las mujeres". Constatemos que, en el primer caso se trata de una proposición particular pues enuncia un hecho singular acaecido en un tiempo y lugar determinados, mientras que el segundo ejemplo se trata de una proposición enunciativa general sobre el grado de presencia de una cualidad en grupos humanos diferenciados en función de su sexo. El valor de verdad de ambas proposiciones vendría, sin embargo, según O'Donohue, determinado igualmente en función de una situación intersubjetivamente observable. ¿Es, acaso, ello cierto?

No me detendré en considerar si las proposiciones singulares, por muy verdaderas que sean, y por mucho que tal carácter se lo otorguemos en función de la observación empírica directa, son científicas. Tan sólo diré al respecto que parece exagerado incluir como científicas a todas las posibles proposiciones de este tipo. Enunciar hechos verdaderos como "mi gato Mum duerme ahora sobre lo estera'' o ''esta bolsa de basura está llena'' no parece que sea competencia de la ciencia, aunque, indudablemente, son proposiciones empíricas y no ''metafísicas". Mayor interés tenga, quizá, recordar al respecto que, como afirma el propio Lakatos, a quien tan fielmente sigue en otras partes de su texto O'Donohue, no resulta nada fácil distinguir, al modo neopositivista, entre proposiciones observacionales y proposiciones teóricas, puesto que toda proposición empírico está cargada de teoría. Si no existe la ''purísima percepción'', ¿cómo diferenciar nítidamente entre proposiciones que son directamente observables y las que no lo son? Afirmaciones del tipo 'este animal es un cisne' o ''este niño es disléxico" son empíricas en el sentido de contrastables por la experiencia si añadimos a continuación que no hoy hechos sin teoría, y que nuestras afirmaciones presuponen, respectivamente, una teoría taxonómica de los animales y una teoría psicológica sobre la sintomatología de los trastornos del lenguaje. De no compartirlos, sería imposible presumir un acuerdo intersubjetivo en las observaciones y, por tanto, en el valor de verdad que otorgaríamos a las proposiciones sometidas al tribunal de la experiencia.

Los problemas persisten en el segundo ejemplo. ¿En qué sentido y con qué criterios podemos sostener, como hace el autor del artículo, que "los varones son más agresivos que las mujeres" es una proposición contrastable o refutable directamente mediante observación empírica? ¿Acaso una proposición general es contrastable ''directamente"? ¿Cuál es la línea que separa esta proposición empírica de otras ''metafísicas'' aducidas por el propio O'Donohue? ¿Es menos "metafísica", por ejemplo, que la proposición "tanto la fisiología como la conducta, humana han sido moldeadas por la selección natural"? ¿No cabe también interpretar aquélla como una creencia no contrastable empíricamente de forma directa, para la que "los resultados empíricos no carecen de importancia en la determinación de sus valores de verdad", y que se halla altamente conectada "con el resto de nuestras creencias"? Con las mismas palabras, y utilizando los mismos criterios arguidos por O'Donohue, podríamos calificar tal proposición de "metafísica''.

No se trata, meramente, de que estemos legitimados a hacerlo. Como no podía dejar de suceder en razón de la ambigüedad de la distinción propuesta, el propio O'Donohue lo hace al clasificar otras proposiciones formalmente iguales a ésta. En efecto, páginas más adelante, cuando argumenta a favor de que la metafísica interviene en el planteamiento de problemas en la investigación clínica, él mismo incluye como ejemplo una proposición general que atribuye grados de presencia de una cualidad a grupos humanos, en esta ocasión diferenciados por el color de la piel en lugar de por su sexo: creencias metafísicas son, según sus palabras, las proposiciones que afirman la igualdad o desigualdad en inteligencia de blancos y negros. La única diferencia es que, en este segundo caso, las proposiciones incluyen la expresión ''por naturaleza'', lo que podría llevarnos a pensar que ''los varones son más agresivos que las mujeres'' es una proposición directamente contrastable en la experiencia porque no la contiene. La contradicción es más evidente en otro lugar posterior del texto. Al referirse a la influencia de la metafísica en las proposiciones observacionales de la psicoterapia, la ejemplifica O'Donohue, no yo ni usted, con el caso de creencias metafísicas que afectan a la validación del WAIS-R. No disiento de sus afirmaciones al respecto. Me limito a constatar que el ejemplo elegido es el de las distintas representaciones del mundo que incorporan atribuciones de diferencias de rasgos (cómo Inteligencia o agresividad) a "grupos tales como blancos y negros, hombres y mujeres''. Me parece innegable que una proposición del tipo "los varones son más agresivos que las mujeres" formaría parte, con todos los derechos, de una de tales concepciones metafísicas del mundo.

Nuestro juicio no puede tornarse más benévolo si atendemos a los ejemplos aducidos de proposiciones "metafísicas''. También son dos en su presentación inicial, aunque, a lo largo del articulo, se citen otros muchos sobre cuya heterogeneidad tendremos que insistir más adelante. No los clasificaríamos en un mismo grupo a menos que se trate de un "conjunto borroso'' de límites tan amplios y difuminados como los fijados por O'Donohue. Son los siguientes: "tanto la fisiología como la conducta humana han sido moldeados por la selección natural" y "el futuro será Igual que el pasado en todo lo que se refiere a la acción de las leyes naturales". El primero se trata de una tesis estrechamente vinculada a una determinada teoría biológica sobre la evolución de las especies, considerada actualmente como científica y, por tanto, contingente, refutable y sustituible en un futuro. El segundo, en cambio, se trata de un presupuesto ontológico-epistemológico general de toda explicación y predicción científica que, como ya indicara Hume (1740) en su crítica empirista al principio de causalidad, no podemos consideraren sentido estricto fundada en la experiencia, pero que, a pesar de ello, es un principio metateórico que preside toda producción científica de teorías e, incluso, las predicciones que elaboramos en la vida diaria.

Mi línea de argumentación contra lo insuficiencia de la caracterización de ''metafísica" elaborada por O'Donohue para un esclarecimiento de las relaciones entre Filosofía y Psicología se limitará, en este caso, por considerarlo suficiente, a mostrar la heterogeneidad de contenidos que engloba este cajón de sastre. Escasa ayuda para una aclaración de la estructura de la ciencia nos proporciona una teoría que se limite a distinguir en ella dos tipos de proposiciones: las, como hemos visto, problemáticas proposiciones observacionales y las que componen el "totum revolutum'' de lo que no es falsable directamente en la experiencia. El lector puede rastrear, como yo lo he hecho, la diversidad de ejemplos aportados de proposiciones "metafísicas" para comprobar que, bajo este rótulo, O'Donohue incluye en función de su difuso criterio cosas tan dispares como las siguientes:

- Expectativas, esquemas y creencias previas subjetivas condicionantes de la observación empírica.

- El núcleo duro de los programas de investigación en el sentido de Lakatos, así como los supuestos de la heurística positiva de sus teorías científicas.

- Presupuestos ontológicos sobre la existencia de realidades y sus relaciones.

- Principios epistemológicos comunes a toda ciencia.

- Prescripciones sobre procedimientos y técnicas metodológicos.

- Concepciones sobre la buena vida, la naturaleza humana y la moralidad.

 

Todas las proposiciones que podamos incluir en estos grupos influyen en las ciencias y, de modo especial, en la Psicología clínica, teórica o aplicada. Pero parece evidente e importante el hecho de que lo hagan de distinta manera y en distinto grado. Si bien es cierto que no existen criterios de demarcación rígidos entre Filosofía y Psicología, si bien es cierto que la distancia de sus proposiciones con respecto a la experiencia directa sólo puede medirse mediante una regla sin solución de continuidad, precisamente por todo ello, lo más significativo y provechoso para una aclaración del problema que nos interesa será establecer los diferentes matices de dicha gradación analizando las diversas formas como las proposiciones científicas se relacionan con la experiencia, en lugar de contentarnos con una vaga diferenciación entre proposiciones directamente contrastables y proposiciones metafísicas. De limitarnos a ella, todo lo que conseguiremos es refutar, una vez más, la ingenua concepción neopositivista de la ciencia, conclusión que ya aburre por consabida, aunque, como siempre sucede, muchos sigan sin enterarse. Para ese viaje, pueden bastar estas alforjas, pero las alforjas de O'Donohue son insuficientes para el viaje que hoy nos demandan conjuntamente Filosofía y Psicología.

 

2.2. A vueltas con la falsabilidad 

El artículo prosigue describiendo tres etapas claves en la Filosofía de la ciencia del siglo XX sobre el problema de las relaciones entre metafísica y ciencia. La primera vendría representada por el neopositivismo surgido en el Círculo de Viena, la segunda por la epistemología falsacionistas de Popper y la tercera por la concepción holista de Quine y, sobre todo, Lakatos, con su teoría de los programas de investigación científica. Es en esta última donde O'Donohue cree poder apoyarse, tanto para utilizar aquel amplio significado del término "metafísica'' como para explicitar la inherencia en la investigación y en la práctica clínicas de proposiciones no refutables en la experiencia.

El análisis que lleva a cabo de las tres concepciones es, en sus líneas generales, correcto. De él se desprende como resultado un orden histórico-teórico según el cual las proposiciones metafísicas habrían sido consideradas, en el primer momento, neopositivistas, externas e ineficaces con respecto a la ciencia. Popper habría redefinido tales proposiciones como irrefutables, no falsables, y, en cuanto tal, también externas a la ciencia, pero habría admitido -de hecho, lo hizo en repetidas ocasiones que influyen en la emergencia de teorías e hipótesis científicas. Por fin, Lakatos, admitiendo explícitamente la definición popperiana del concepto en lo que los clásicos llamaron ''comprensión'', habría llevado a cabo una radical ampliación de su ''extensión: lo irrefutable no es externo, sino interno a la propia ciencia. Se halla en el centro mismo de los programas de investigación o conjunto de teorías científicas, que está construido, precisamente, para ser irrefutable por una decisión metodológica, y en la heurística positiva de tales programas encargada de proponer nuevas hipótesis que salvaguarden de la refutación al núcleo duro de los programas y determinar qué teorías parciales o hipótesis auxiliares han de ser modificadas en caso de conflicto. La experiencia puede ganar una batalla contra un determinado programa de investigación científica, pero no tendrá capacidad para determinar qué cuerpo del ejército es el derrotado, y, en todo caso, no habrá ganado la guerra pues, una y otra vez, las huestes teóricas podrán reorganizarse considerándose inatacadas. Si al final, un programa de investigación pierde la guerra será debido a su progresivo debilitamiento, es decir, a su incapacidad para ocupar nuevos terrenos, y a la emergencia de otros programas más poderosos.

O'Donohue expone en gráficos un esquema de cómo concebían el neopositivismo y Popper los relaciones entre ciencia y metafísica, en función del carácter de sus proposiciones. No lo hace, en cambio, en el caso de su propia concepción. Por si facilita la comprensión del lector me permito transcribirlo aquí (véase figura) como resumen de su análisis de las proposiciones y del lugar que ocupan las ''metafísicas'' en el ámbito de las ciencias:

 

Pese a la corrección general de su exposición de las teorías de Popper y Lakatos, dos observaciones deben hacerse al respecto: la primera denuncia una falta de rigor o coherencia. Tras haber señalado, con toda justicia, que Popper establece como criterio de demarcación entre ciencia y metafísica la irrefutabilidad o posibilidad de refutación, y no la refutación de hecho, ejemplifica la influencia que esta concepción reconoce a lo metafísico en el desarrollo de la ciencia con dos casos tomados de la Psicología en los que las proposiciones "metafísicas'' elegidas pueden no estar refutadas de hecho, pero en principio son refutables, es decir, proposiciones que Popper admitiría como científicas.

En efecto, O'Donohue afirma que el experimento de Watson y Raynor de 1920 sobre el condicionamiento de un niño estuvo guiado por una creencia sin comprobar, no sometido o prueba (untested), de que todos los miedos eran aprendidos. Pero el criterio de metafísica popperiano no era la de algo que no se haya probado, sino la de algo que no sea contrastable ("untestable"), o, mejor dicho, refutable, porque no delimite los casos en que pudiera ser falsada. La proposición "todos los miedos son aprendidos'' puede ser verdadera o falsa y, por tanto, científica, incorporable, según el criterio popperiano, a la Psicología como hipótesis que debe ser contrastada poniendo nuestro afán en encontrar al menos un caso en el que el miedo no derive de un aprendizaje. Lo mismo sucede con el segundo ejemplo tomado de la paradoja de Humphrey (1939). En esta ocasión, O'Donohue pretende mostrar que ''presupuestos no comprobados'' jugaron un importante papel a la hora de determinar el significado de un resultado experimental. Pero, de nuevo, tenemos que decir que, si lo que se pretende es ejemplificar la concepción de Popper, no debería hablarse de ''no comprobados'' sino de ''incomprobables'', no sometibles a prueba, irrefutables o no falsables. Así, la creencia en que ''el aprendizaje consiste en una huella en las conexiones neuronales" puede considerarse como teórica, y no observacional, pero, en modo alguno, como "metafísica" en el sentido popperiano. Por lo demás, es obvio, aunque irrelevante para lo que de forma precisa queremos determinar, que muchas creencias y presupuestos no comprobados juegan un importante papel en la ciencia. Justamente, todas las hipótesis y conjeturas refutables que conforman las teorías científicas, tienen, según Popper, este carácter.

La segunda observación se refiere al tratamiento otorgado a la teoría de Lakatos. Si aceptamos, como hace O'Donohue, la carga teórica de los hechos, el condicionamiento, consciente o inconsciente, de nuestras observaciones en función de esquemas y expectativas previos, si tenemos que admitir que tales observaciones se llevan a cabo en ciencia, la mayor parte de las veces, a través de instrumentos que nos proporcionan datos que sólo pueden ser interpretados en función de unas teorías sobre su funcionamiento, lo que empieza a borrársenos es la supuesta nítida distinción entre proposiciones empíricas y proposiciones metafísicas, pues no cabría conceder con facilidad que las primeras fueron contrastadas o inferidas de forma directa, inmediata, de la experiencia. La justificación de nuestras proposiciones siempre estaría mediada y remitida a otras instancias no observacionales, variando tan sólo el grado y forma en que Intervienen las mediaciones.

Por último, cabría subrayar que Lakatos no niega la refutación de teorías e hipótesis particulares de carácter científico. Tan sólo afirma que se ejerce con libertad, y no de una forma fijamente determinada, entrando en juego la totalidad del sistema de nuestras creencias. Su objetivo es mostrar la posibilidad de una reconstrucción racional del desarrollo de las ciencias y de la forma real como se modifican las teorías. El sentido que adopta el cambio de éstas no viene determinado de forma directa por una observación o experimento particular que las refute, pero reconocer que la refutación no sea meramente observacional no implica decir que no exista refutación. Los programas de investigación compiten, como ejércitos conjuntados, por un dominio. En su victoria final intervienen fuerzas de diverso tipo. No les basta apoyarse en los datos de la experiencia, pero la modificación de sus hipótesis auxiliares exige la congruencia con ellos, y sólo puede ser llevada a cabo dentro de ciertos límites. Justamente, los que marca la potencialidad de su núcleo teórico y de su heurística positiva. Son muchas las reacciones ante las pruebas de fuego que tendremos que analizar para discriminar si un determinado programa es progresivo o regresivo, pero, al final, sólo aquel conjunto de teorías que esté capacitado para ampliar sus predicciones sobre los hechos obtendrá la victoria. En ciencia, "die weltgeschichte ist die Weltgericht", la historia del mundo es el juicio final.

 

3. EL NUEVO MARIDAJE

Las insuficiencias que hasta ahora hemos analizado, no invalidan la tesis defendida en el artículo de O'Donohue. La Psicología clínica, en efecto, tanto en su vertiente de investigación teórica, como en sus programas psicoterapéuticos aplicados, está transida de parte a parte por toda una plétora de elementos no empíricos. La elaboración de teorías psicológicas y la formulación de programas terapéuticos implica, de forma necesaria, adoptar principios metodológicos generales del quehacer científico, depositar una confianza previa en determinadas técnicas instrumentales, partir de determinadas creencias generales sobre la conducta humana extraídas de otras ciencias o del entorno cultural, formular generalizaciones e hipótesis cuya significación rebasa el campo de lo observado, asumir, consciente o Inconscientemente, determinadas metateorías o programas de investigación de entre las que compiten en un determinado campo, incorporar, en fin, determinados compromisos ontológicos. Todo ello trasciende lo que podemos considerar estrictamente empírico, y todo ello es interno a la ciencia y al hacer del psicólogo.

Durante mucho tiempo, las ciencias naturales y sociales soñaron con alcanzar el ideal de una ''neutralidad axiológica", una independencia de las ideologías morales y políticas, la weberiana "Wertireiheit". La historia social y la sociología de la ciencia se han encargado de mostrar que los productos científicos no son una obra angélica sino el fruto de un laborioso esfuerzo de hombres encarnados, sin que tal condicionamiento real aminore la validez de sus conquistas ni la importancia de seguir persiguiendo aquel ideal. Con igual rotundidad, se creyó haber liberado a las ciencias de la filosofía y la especulación, alcanzando una neutralidad o pureza metafísica. Entre los méritos de la llamada ''nueva filosofía de la ciencia'' está el haber criticado la ingenuidad del positivismo incorporado a la ''concepción heredada" (Brown, 1974. Chalmers, 1982; Echeverría, 1989; Laudan, 1977; Rivadulla, 1984, Suppes, 1977). En esta línea se encuentra también el principal mérito del artículo de O'Donohue: haber mostrado que la Psicología clínica no puede, si quiere ser lúcida, autocomprenderse desde una empirista epistemología positivista. Lo teórico, lo filosófico o lo metafísico (tras lo dicho no creo necesario insistir en sus diferencias) forma parte de ella y deben sacarse las consecuencias.

El reconocimiento de la estrecha vinculación entre Filosofía y Psicología científico viene siendo ratificado, por lo demás, desde hace más de veinte años y desde distintas perspectivas. La novedad es que tales reconocimientos no se limitan a la necesidad de incorporar reflexiones formales sobre cuestiones epistemológicas o de metodología de la ciencia. Si se me permite la expresión, aquello a lo que se urge es a que los psicólogos, teóricos o aplicados, no sólo experimenten, diseñen, predigan, calculen o apliquen, sino que también piensen. Un pensar reflexivo que debe extenderse a los supuestos e implicaciones conceptuales y teóricos de su saber y de su hacer. Con anterioridad al artículo de O'Donohue, y en la misma revista en que fue publicado, American Psychologíst,, habían aparecido, entre otros, los siguientes artículos en los que el lector interesado podrá comprobarlo y, en todo coso, leer con provecho: H. Feigl, "Philosophical Embarrassments of Psychology" (1959); J. N. Eacker: "On Some Elementary Philosophical Problems of Psychology" (1972); P. T. MANICAS y P. F. SECORD, "Implications for Psychology of the New Philosophy oi Science" (1983), y A. KUKLA, ---Nonempirical Issues ín Psychology " (1989).

Por otra parte, el espectacular desarrollo experimentado en los últimos años por los estudios que versan sobre las cuestiones teóricas de la Psicología ha cristalizado en la consolidación de un área de investigación sobre los problemas filosóficos de la Psicología, tal como puede constatarse en la publicación de numerosos libros y recopilaciones de trabajos centrados en el análisis de tales cuestiones: Anscombe (1981), Arnold (1976), Baker, Hyland, Van Rappard y Staats (1987), Block (1980), Bolton (1979), Brown (1974), Bunge y Ardila (1987), Churchland (1986), Dennet (1978), Fodor (1968 y 1981), Haugeland (1981), Margolis (1984), Putnam (1975), Robinson (1985), Russell (1984), Staats y Mos (1987), Searle (1983), Toumela (1977) y Valentine (1982). Filósofos y psicólogos están respondiendo a la necesidad de una reflexión común que, junto a los problemas estrictamente epistemológicos, acoge los del estatuto ontológico de lo mental, el problema mente-cuerpo, el de la explicación causal de la conducta y sus relaciones con el problema del determinismo y la libertad, etc., y se ha extendido a los supuestos filosóficos de áreas aplicadas de la Psicología, como la clínica (Bebbington, 1981; Spitzer, Vehlein y Oepen, 1988).

Finalizaré indicando algunas conclusiones que, a mi juicio, se desprenden de este nuevo rumbo que predomina en la reflexión sobre las relaciones entre Filosofía y Psicología, y que se refieren a los problemas suscitados en este artículo:

1) Debe asumirse, por muchas y poderosas razones, que no es posible establecer un telón de acero o rígido criterio de demarcación entre la ciencia y otras actividades intelectuales como la Filosofía. Cada vez se hacen más patentes los indisolubles lazos que unen o todos aquellos que optan por la pluriforme racionalidad como guía en sus explicaciones del mundo y de sí mismos.

2) El nuevo maridaje se ha hecho posible, por un lado, tras reconocerse que el término "ciencia" es un nombre o rótulo de heterogéneas actividades (las científicas) que ya no persiguen un pseudoideal reduccionista. Ni son mero resultado de "un'' método, ni están formadas por "un'' tipo exclusivo de proposiciones. Por otro lado, la Filosofía, o al menos parte de ella, ha renunciado o constituirse en tribunal y fundamento de las ciencias, sin pretender, especulativa e independientemente alcanzar conocimientos contrapuestos a los de ellas.

3) La reconciliación, por tanto, entre Psicología y Filosofía se está llevando a cabo entre dos partes muy diferentes de las que hace más de un siglo se vieron abocadas a separarse. No toma la figura de un retorno, sino lo de un nuevo encuentro. El que viene exigido por compartir unos problemas, que no se prestan a dividirse estrictamente en ámbitos disciplinares, y unos procedimientos racionales de intentar resolverlos que, desde la interpretada observación empírica singular hasta la especulativa integración de teorías, muestran los rasgos de una gradación en lugar de un cambio de naturaleza.

4) Tras el reconocimiento de la mutua implicación, es necesario analizar, conjunta y pormenonizadamente, las diferentes formas en que experiencia y teoría conforman nuestras ciencias y nuestras concepciones del mundo. La investigación clínica debe perseguir una autoconciencia de sus supuestos epistemológicos e implicaciones teóricas, del mismo modo que la filosofía no puede reflexionar honestamente sobre el pensamiento y la acción humana sin integrar su esfuerzo con el de la Psicología. La formación de ambos requerirá del conocimiento del otro como requisito del autoconocimiento.

5) En psicoterapia sigue siendo verdadera la afirmación de Kurt Lewin de que nada hay tan práctico como una buena teoría. Pero, además, debemos añadir que ni siquiera hoy práctica sin teoría, y que no hoy teoría sin "metafísica''. El hacer requiere conocer y el conocer, pensar. Filósofos de la Psicología y psicólogos aplicados no somos iguales pero pertenecemos o una familia que sólo puede resolver muchos problemas comunes con el trabajo compartido de ambos. Sea todo ello dicho en agradecimiento a los profesores D. José Luis Pinillos y D. Mariano Yela, psicólogos que me enseñaron Filosofía, filósofos que me enseñaron Psicología.

 

REFERENCIAS