SOBRE LA PRACTICA
RESUMEN
La autora parte del supuesto de un desarrollo homosexual autónomo que puede ser tan conflictivo como el desarrollo heterosexual. Critica una corriente mayoritaria dentro del psicoanálisis que sostiene la homosexualidad como perversión. A través de la exposición del tratamiento psicoanalítico de una paciente homosexual muestra que el amor entre mujeres no se debe necesariamente al odio reprimido, ni a una identificación masculina. Sostiene que la elección del objeto homosexual tiene sus orígenes en una relación libidinoso con la madre. La escena primaria refuerza tempranas fantasías libidinosos y matiza su configuración interna.
The author parts from the presupposition of a autonomous homosexual development which con be as conflictous as the heterosexual one. She criticizes that mainstream psychoanalysis upholds homosexuality as perversion. Exposing the psychoanalytical treatment of a homosexual patient she demonstrates that love between women does not necessarily depend neither on repressed hate nor on masculine identification. She maintains that the election of the homosexual object has its origins in o libidinal relation with the mother. The primal scene reforces early libidinal fantasies and tinges its internal configuration.
Homosexualidad femenina. Desarrollo homosexual autónomo. Escena primario. Relación temprano madre-hija. Fantasías libidinosas.
Feminine homosexuality. Autonomous homosexual development. Primal scene. Early mother daughter relation. Libidinal fantasies.
Dentro del psicoanálisis la teoría y la técnica acerca de la homosexualidad son objeto de viva controversia. Mientras un sector mayoritario califica la homosexualidad como perversión, hay muchos psicoanalistas que piensan de otra manera. En particular Robert Stoller (1975) y Fritz Morgenthaler (1984) diferencian la homosexualidad de la perversión en virtud de diversos puntos de vista teóricos. Postulan un desarrollo homosexual autónomo, que puede ser tan conflictivo como el dinamismo heterosexual. Stoller cree que hay que abandonar el propósito de diagnosticar la homosexualidad, porque distintas constelaciones psicodinámicas pueden llevar a una elección homosexual de objeto, y son diferentes factores etiológicos los que producen esta psicodinámica. Particularmente Morgenthaler ofrece una teoría autónomo del desarrollo homosexual -ciertamente solo para homosexuales varones. No conozco ninguna consideración sistemática de la homosexualidad femenina. Una revisión adecuada de los planteamientos de los investigaciones de los temas de la mujer 1 y de los estudios acerca de la homosexualidad femenina que hoy realizan investigadores de la sexualidad, sociólogos y psiquiatras 2 podría suministrarnos elementos para una teoría psicoanalítico de la homosexualidad femenina. Sin embargo la corriente dominante del psicoanálisis no ha tenido en cuenta estos marcos referenciales, ni tampoco sus resultados.
La tendencia a considerar como psicopatología aquellos conductos que parecen como extrañas y exóticas condujo a que para muchos psicoanalistas se ahogaran en sus inicios los titubeantes intentos de estudiar los resultados de las investigaciones sobre la mujer. En cierto modo muchos psicoanalistas de ambos sexos, aún hoy, continúan hablando respecto a la homosexualidad femenina, de mujeres identificados masculina o fálicamente, a las que les falta la real y efectiva feminidad, y que deben su identidad a una regresión. En muchos ámbitos del psicoanálisis la homosexualidad femenina todavía es clasificado y subrayado como una conducta anormal, como perversión, como profunda perturbación de la relación con el objeto y, en el desarrollo del yo, como mecanismo defensivo de la despersonalización, de las depresiones y de los miedos profundos, ello como intento de reparación de una primera y fracasado relación infantil con la madre, como rechazo de los miedos de castración, envidia del pene, etc. "Es solo una suposición sostener que la elección de objeto del mismo sexo es ya un síntoma, de que la homosexualidad es en sí una enfermedad de los individuos. La experiencia de personas de todas las culturas muestra que la homosexualidad puede ser una forma presente por doquier de la vida sexual, que debe ser tomado en serio". (Morgenthaler, 1984, pág. 99).
Aquellos psicoanalistas que después de tratar mujeres homosexuales, hablan de una psicología de la homosexualidad femenina incurren en una generalización no fundada porque no perciben la pluralidad de elecciones homosexuales de objeto y la variedad de los identificaciones. Es cierto que existen mujeres homosexuales, en los que la identificación masculina determina esencialmente sus vivencias y conductas. De hecho las hipótesis de teoría clínica, presentados por algunos analistas, se fundamentan sobre todo en el tratamiento psicoanalítico de pacientes, que también eran homosexuales y que frecuentemente buscaban psicoanálisis no por conflictos con su homosexualidad. Pero estos analistas afirmaron con suficiencia que los pacientes no eran conscientes de sus problemas reales, mientras ellos sí sabían que de hecho sus conflictos provenían de la anormal elección de objeto y que el éxito del tratamiento dependía básicamente de elaborar esta anormalidad 3. Freud en este contexto representó una posición mucho más abierta y -pienso- más adecuada. En 1920 había escrito acerca del tratamiento de homosexuales: "Es preciso confesar que también la sexualidad normal descansa en una restricción de la elección de objeto, y en general la empresa de cambiar a un homosexual declarado en un heterosexual no es mucho más prometedora que la inverso, sólo que a esta última jamás se la intenta por buenos razones prácticas" (Freud, 1979, pág. 148 s.). 50 años más tarde, Morgenthaler expresó algo semejante: Para situar en su verdadero sitio la homosexualidad en el pensamiento psicoanalítico es necesario recordar primeramente que el psicoanálisis nunca ha pretendido cambiar a las personas. La experiencia más importante que se puede hacer en el propio análisis es la experiencia límite, de lo poco que puede ser cambiado. No la conflictividad en sí, sino sólo la relación con ella es lo que puede experimentar un cambio" (Morgenthaler, 1984, pág. 96).
La conclusión inductiva del tratamiento psicoanalítico a partir de pocas pacientes, transferida a la homosexualidad femenina es científicamente insostenible. De hecho, una revisión crítica de algunos textos psicoanalíticos relativos a la homosexualidad femenina descubre una estructura provista de prejuicios que nada tiene en común con las pretensiones ilustradoras del psicoanálisis. El peso en sus esfuerzos explicativos procede indirectamente de un postulado de normalidad, esto es, de la madurez del desarrollo heterosexual y de la elección de objeto heterosexual. No siempre se expresa tan claramente esta pretensión, como en un texto de Joyce McDougall, que en cierto modo representa la idea de normalidad de muchos otros autores psicoanalistas: los aspectos destructivos de las tendencias orales o anales y los elementos obsesivos en sus (de la paciente) primeras relaciones amorosas hacia las mujeres, la conducen a la idea de que ella no ha amado nunca nada. Pero mientras esto se le aclara, mejora su capacidad para relaciones más maduras, que se basan en una firme identidad, en el sentimiento de su complementariedad con el varón y del deseo de una relación realmente recíproca" (McDougall, 1974, pág. 273 s.). La valoración implícita en una contraposición entre, por una parte, amor obsesivo y no real y, por otra parte, la relación madura, recíproca y auténtica, cierra el camino a una comprensión y consideración correctos de otras hipótesis diferentes acerca de la homosexualidad femenina.
Mi paciente, una extranjera, que al comienzo del tratamiento había vivido casi tres años con otra mujer, buscaba analizarse porque tenía miedo de los ataques enfurecidos que súbitamente le provocaba su amiga, y en los cuales destruía la mayoría de las veces sus objetos más importantes y queridos. A la vez padecía episodios de fuerte mal humor, de carácter depresivo, que le dificultaban su actividad en el trabajo. La paciente es una agradable mujer joven, bien arreglada, de pelo rubio, cortado a la moda, que a pesar de sus reservas claramente perceptibles, resulta simpática. Crea una atmósfera amistosa y abierta y utiliza un perfume de buen gusto. Más tarde supe de donde surgían sus reservas frente a mí. Antes de nuestra primera entrevista me estaba esperando, cuando yo llegué a mi consulta, cargada con dos bolsas de grandes almacenes. Me percibió como apresurada y cansada, y temió que en realidad no podría escucharla. Esta escena a lo largo del tratamiento, con diferentes variaciones, afloraría permanentemente. Temía que tuviese demasiados pacientes y que no pudiera dedicarle la atención necesaria. Sospechaba que tenía otros pensamientos, por ejemplo, que estaba ocupada en mis publicaciones o creía percibir y ver que no me encontraba bien, que estaba cansada y agotada. Suponía que yo tenía sobre todo pacientes masculinos, porque entendía mejor a los hombres que a las mujeres. A causa de esta desatención temida y sospechada, la paciente se sentía menospreciada como persona y mal tratada. Reaccionaba frente a sus sentimientos de malestar y disgusto, desvalorizando mis esfuerzos con ella, como los de todos los psicoanalistas, que según ella, sólo querían ganar dinero y a los que resultaba indiferente el bienestar de sus pacientes. Me increpaba, a la vez que me compadecía, porque debía soportar sus ataques, sin poder enfurecerme y expulsarla de mi consulta. Estas sesiones, ciertamente, no es posible describirlas como amistosas y envueltos en agradable atmósfera. Parecía como si ante mí no estuviera la misma paciente que yo conocía de otras sesiones, sensible y dialogante. Sólo en el transcurso del tratamiento entendí que estos cambios internos y dolorosos de la paciente que llevaban a una ruptura parcial de la comunicación conmigo, acontecían la mayoría de las veces, cuando en una sesión anterior se había sentido bien comprendida por mí. Mi reacción ante su actitud de rechazo y agresión variaba entre compasión con sus vaivenes y una desesperada indignación, pues devenía totalmente impermeable, recompensado con sarcasmo y burla todos mis intentos de interpretar la relación, a la vez que se hacía la tonta. En la siguiente sesión aparecía con frecuencia absolutamente contrita, se disculpaba por su mal comportamiento y se culpaba de ser un demonio y un monstruo al que no era posible querer. En identificaciones parciales con las oscilaciones interiores de la paciente me sentía insegura, confusa y a veces también abatida. El conocimiento de que toda actitud amistosa encerraba en sí el germen del rechazo y de repliegue tenía algo de mortificante y agobiante, a la vez que hacía de la relación algo provisional y transitorio. Con esta rebelión reiterada, su rechazo permanente y su intento de absorberme en su infelicidad, contrastaba la constancia inquebrantable con la que acudía a las sesiones. Me notificaba sus días libres y, según mis posibilidades, le señalaba las sesiones. Podría haberse escondido en su irregular disponibilidad a fin de, por ejemplo, descuidar sus sesiones, sin que yo hubiera podido intervenir. En 8 años y medio de tratamiento jamás ha utilizado esta maniobra elusiva. Algunas pocas sesiones suprimidas nunca tuvieron como excusa sus obligaciones profesionales.
La paciente se sentía particularmente mal tratado por la madre en relación, a sus otros hermanos. Los tres habían podido estudiar profesiones interesantes y normales, sólo que nadie se ocupaba de ella. De pequeña se la señalaba con frecuencia como una niña particular, pero no se la prestaba especial atención. De hecho ninguno de los hermanos hizo estudios superiores, todos hicieron la misma escuela. La paciente al comienzo del tratamiento era azafata de vuelo. En el transcurso del análisis superó los pruebas de sobrecargo. Ocupa este puesto desde aproximadamente medio año.
Particularmente envidiaba al hermano dos años más joven que ella y lo admiraba por su espontaneidad. Tenía la idea de que la madre lo prefería y quería especialmente por su carácter amable y abierto. Admiraba al hermano mayor por sus habilidades artísticas. Con 20 años tuvo varios veces relaciones sexuales con el hermano menor, por lo que más tarde se sentiría culpable. Hoy mantiene con él una relación estrecha; junto a su amiga es su mejor confidente.
La familia vivía en situación precario; al principio con la abuela, de la que la paciente se sentía querida. Durante muchos años, hasta cumplir los nueve, dormía en la cama de matrimonio junto a los padres; el hermano pequeño lo hacía a los pies del mismo lecho. Por la noche, según la paciente, con frecuencia "había fiesta". Tenía la idea que la "casita" en la que vivían, un día reventaría debido a la sexualidad que literalmente fluía de todos sus rendijas.
La paciente describía a su padre como de buen aspecto, retraído, del que la madre era absolutamente dependiente. Se escabullía de todos los conflictos familiares, y sólo si la tempestad era particularmente violenta, limaba asperezas su intervención era pacificadora.
La paciente, según sus expresiones, no le perdonaba que fuese un hombre tosco e inculto, que no había sido capaz de aportarle nada. lo recuerda como un permanente lector de periódicos. La paciente describía a su madre no sólo dependiente del padre, sino también de su propia madre. Sólo tras la muerte de la abuela se emancipó la madre. Al menos desde entonces cocinaba para su familia, pues antes lo hacía la abuela. La paciente achacaba a su madre que dependiera de un "hombre tosco" y se prometió a sí misma que nunca le pasaría lo mismo. Y ello con mayor razón, pues creía percibir en sí una afinidad estrecha con respecto a su madre. Sospechaba ser tan miedosa como ella. Sin embargo sentía simpatía hacia la misma, aún cuando creía ser maltratada y postergado con respecto a sus hermanos. La madre nunca había salido de su rincón; había llevado una vida limitada y monótona, mientras la paciente conocía ya una gran parte del mundo. A la vez reprocha a la madre haber jugado un doble juego con respecto a la sexualidad. Recordaba que la increpaba como prostituta por salir en su adolescencia con chicos. De hecho en la vivencia inconsciente de la paciente, la madre era la prostituta, cuyos gemidos ella creía oír como niño por las noches, durante la relación sexual de los padres. Pero la paciente no sólo se sentía engañada por la madre con respecto a la sexualidad, sino también en lo referente al amor y a la ternura. Después de una grave enfermedad de infancia fue "desalojada" lejos de la casa en otra ciudad en un hogar infantil. Esto lo percibió como una nueva señal de su discriminación; no fue la madre la que le devolvió la salud, sino mujeres desconocidas.
Es fácil reconocer la escenificación de la relación con la madre en el comienzo del análisis. La paciente veía en la analista manifiestamente a la madre, que actuaba estresada, porque las noches de amor la habían debilitado: era la madre agobiada por tener que cuidar a los cuatro varones de la familia, la madre interiormente ausente, que no escuchaba a la paciente, que prefería a los hermanos y que se ocupaba sólo por necesidad de ella, ya que era su obligación de madre.
En oposición a la madre, experimentada como sexualmente dependiente del padre, era por ello importante imaginarme sin marido, con éxito profesional, como mujer autónoma e independiente sexualmente. El encuentro con la analista (madre), sin embargo, que se sentía agobiada por la familia, esto es -según su fantasía-, que ante todo se dejaba la piel por los hombres y encima permitía la explotación sexual del padre; todo ello desataba en la paciente su rabia y desesperación. Se sentía atraída sexualmente por la mujer independiente y de éxito profesional (la analista) y la admiraba por su independencia. Le aparecía como un espejo en el que se veía también la madre ideal, que podría aparecer a la vez como mujer consciente y autodeterminada. La paciente se mostraba dispuesta a hacer todo por esta mujer (la analista), guapa e inteligente. Le traía regalos de tierras extrañas: orquídeas de Asia y frutos tropicales de Africa. Nunca nada que yo no recibiera para dejarlo olvidado en un rincón. Nunca tuve el sentimiento de ser abrumada o chantajeada por esos regalos. Se alegraba de mi recepción y de poder así producir cercanía e intimidad.
Necesitaba imperiosamente de estos rincones de buena relación intacta para poderse confrontar con sus ataques de ira, en cuyo transcurso no sólo destruía objetos, sino que alguna vez llegaba a atacar físicamente a su amiga. Por temía hacer peligrar seriamente la relación. La elaboración de sus problemas con su compañera se presentaba como muy problemática. Temía que yo quisiera empujarla de nuevo en brazos de varones, como todos los analistas que ven en la homosexualidad una grave perturbación que sólo se cura mediante un cambio de objeto. De hecho tenía miedo de separarse de su amiga, en caso de no llegar a aprender como debía entender sus agresiones. Creía que se había decidido muy conscientemente por esta forma de vida. Por tanto vivía un posible fracaso de la relación como una catástrofe y temía tener que suicidarse, en caso de que se quebrara su relación con ella. Cuando era más joven había tenido relaciones con hombres; con su último amiga, con el cual vivió cuatro años, mantiene todavía una relación amistosa. Mirando las cosas retrospectivamente es de la opinión de que siempre le han gustado más los mujeres que los hombres. Recuerda amigas de las que se enamoró, pero que le dieron a entender que no querían tener con ella ninguna relación sexual.
En las sesiones de tratamiento, podía proseguir paulatinamente mis intentos de interpretación que entendían su miedo ante mí como miedo a sí mismo; pero a continuación me culpaba de intentar, con toda clase de trucos, de apartarla de la homosexualidad -sobre todo con mi aparente comprensión. Y de nuevo intentaba retraerse, esta vez, interrogándome por ejemplo sobre mi actitud con respecto al misógino Freud y sobre mi opinión de Karen Horney. Ella me acorralaba, de manera que yo sólo podía callar. Posteriormente se culpaba de ser rara, tonta y torpe. Gradualmente iba adquiriendo confianza y me revelaba su relación con la amiga, a la que a la vez que quería, tenía que sufrir. Este cambio en el análisis se debía a mi reacción ante los regalos de la paciente. Había temido que yo le brindara todo tipo de interpretaciones acerca de estos obsequios; por ejemplo que ella pretendía así hacerme creer segura ante sus agresiones. Mi postura citada, con respecto a los obsequios, me había mostrado otra dirección. Había sospechado que intentaría construir una buena relación con la analista a la que quería. La siguiente secuencia del tratamiento corroboró mis sospechas. Así cuando se sentía enfurecida con respecto a mí, no me traía ningún obsequio. Desde hace dos años no necesita asegurarse su buena relación con lo analista mediante presentes, pues en parte esta relación está ya internalizada.
Me informó de la amiga, que ésta nunca quería hablar de los problemas entre ellas. Tenía literalmente que sonsacarle, pues era una persona cerrada y no le permitía ayudarla para por ejemplo llevar una vida más bella y agradable; así como ofrecerle buena comida para no tener que hurgar de una lata, sin siquiera llegar a sentarse. Por una parte la paciente dibujaba la imagen de una niña de hospicio -su amiga no creció junto a su madre- cuya sobrevivencia psíquica había consistido en poder callar y concentrar su atención sobre lo más perentorio de la vida. Para esta niño abandonada, quería ser una madre amorosa, cuidarla como desearía que lo hubiera hecho la madre real. A la vez sentía envidia hacia la amiga, que al parecer atraía a todas las personas y aparentemente era más inteligente y bella que ella.
En el momento del comienzo del tratamiento, se encontraba saturada del ejercicio del rol materno. Creía que se quedaba vacía, no era querida, aún cuando realizaba permanentes intentos de esmerarse afectivamente con la amiga. los accesos de ira marcaron un punto de inflexión en la relación con aquella y subrayaron un contexto vivencial que la paciente hasta ese instante había pretendido reprimir. En un período posterior del análisis entendimos estos accesos como una escenificación de los juegos sexuales con su hermano menor. Ambos hermanos en su primera época habían jugado a interpretar el carnicero y el matarife, llena de vergüenza, la paciente explicó que a ella le correspondía el papel de cerdo. Durante los accesos de ira, más tarde intentaba que la amiga hiciese este rol, pero a la vez, se destruía a sí misma.
Al principio parecía como si se transformase en el escandaloso niño que intentaba reclamar a la madre (la amiga) que necesitaba cariño y atención. La desesperación con la que pedía el amor, se expresaba en la destrucción de sus objetos queridos, como por ejemplo de su espléndido reloj de pulsera o de su violín; como si con ello quisiera atraer la atención de la amiga, de que estaba dispuesta a destruirse, en caso de que no la amase. En este período, la paciente experimentaba a la amiga como ausente, como la madre inalcanzable, que tras la muerte de la abuela durante mucho tiempo había sufrido depresión. A la vista de este muro impenetrable la paciente se sentía desvalida. Pero a la vez -como ya ha sido indicado- la amiga adquiría rasgos del hermano menor, querido y admirado, que se había ganado la dedicación de la madre, debido a su amable forma de ser. Parecía claro que la amiga en su silencio recordaba al padre, empedernido lector de periódicos. En los buenos tiempos, cuando la amiga no se negaba sexualmente y se alcanzaba un intercambio emocional satisfactorio entre ambas mujeres, la paciente se sentía absolutamente feliz, e intentaba persuadirme de la autenticidad de su relación con la amiga. De hecho no tenía que esforzarse en ello, pues la experimentaba como abierta emocionalmente y dialogante. Ciertamente ella negaba su inclinación cuando creía chocar con la madre, esquiva, ocupada interiormente consigo y con sus hombres. A mí no me destruía ningún objeto, pero se convertía en una niña tonta y testaruda, súbitamente incapaz de percibir que yo actuaba amigablemente.
En los períodos de tratamiento, en los que su zozobra interior ocupaba las sesiones, la paciente hablaba de su trabajo, pero no me decía a dónde volaba, cuando no podía acudir al análisis. Desaparecía como si la hubiese tragado la tierra. Sufría hasta desvalorizar totalmente su profesión. Se sentía permanentemente inferior a su colegas, se encontraba fea, impresentable y torpe. Temía las responsabilidades de su trabajo a bordo. Pero a la vez estimaba su tarea. Durante años se admiraba de haber sido elegida, precisamente ella. Había muchas mujeres más listas y bellas. Tenía la sensación de haberse "colado", y de que un día se desvelaría que ella no servía para ello. Desde esta perspectiva se explica la desvalorización de su trabajo, en cuanto medida preventiva, de acuerdo con el lema: antes de que lo hagan los otros, yo misma me procuro lo que temo. A través de sus explicaciones pude captar que se trataba de una azafata capaz, cuidadosa, y ante todo consciente de sus deberes y responsabilidades. Tomaba muy en serio su oficio y con seguridad era estimada y reconocida por sus colegas. A pesar de ello durante bastante tiempo tuvo la intención de abandonar su trabajo, sin tener una alternativa real. Si alguien de su círculo hablaba despectivamente de su trabajo, se enfadaba y ya no percibía su actividad como poco atractiva.
Más tarde, cuando me participaba más sus vuelos y me comunicaba a dónde volaba, me informaba acerca de sus miedos, particularmente antes de largos trayectos. Frecuentemente deseaba no salir de casa; sufría depresión o incluso caía enferma. Había fases en los que se declaraba enferma para no tener que volar. Su miedo más consciente consistía en temer que su amiga podría serle infiel, si estaba fuera largo tiempo. Más tarde, cuando me hablaba más de sus vuelos y no tenía que borrar sus huellas, fue tomando contorno el hecho de que volar tenía que ver con aventuras sexuales, con el disfrute de la sexualidad, sin que la madre pudiera descalificarla como prostituta. Cuando a la paciente se le hizo consciente el miedo a sus fantasías sexuales, podía ya volar, sin temer cada vez una catástrofe. Sin embargo permanecía el sentimiento de sentirse frente a sus colegas como limitada, torpe y fea. Ya con el simple hecho de que alguien dijera una palabra fuera de lugar, durante el resto del vuelo estaba de mal humor y depresiva. En el llamado "briefing'', una descripción previa a todo vuelo de las incidencias del trayecto de éste, tenía permanentemente la idea de que no podría responder a ninguna pregunta que se le pudiera hacer.
En particular le inquietaban sus fantasías sexuales respecto a mi. Se avergonzaba de ellas e intentaba ocupar los sesiones con palabrería y rodeos: "Cómo le va a Vd. hoy; Vd. tiene buen aspecto" o "hoy parece Vd. cansado y agotada; trabaja mucho, etc. En sus fantasías tenía relaciones sexuales, semejantes a las de los hombres que practican el coito anal con mujeres, que en su caso carecían de rostro. En otras fantasías me veía en la relación sexual con un hombre, o incluso intentaba "mezclarse en ella". Se asustaba sobre sus fantasías, en las que asumía el rol y la posición del varón. En el análisis, al igual que en el "briefing", tenía miedo de que sucedería algo que le aportase desventajas. Mientras allí temía decir algo falso e inconexo, en el tratamiento temía que pudiera deducirse que ella propiamente quería ser un hombre. En este contexto su "intromisión" y el miedo que pudiera desvelarse un día que ella no servía, lo interpretábamos como miedo de haber concurrido a la Compañía aérea bajo un falso presupuesto; esto es, haber despertado la apariencia de ser una mujer. Un día, así lo entendimos ambas, se revelaría que ella era un hombre.
Ante las mujeres que se comportaban muy femeninamente sentía una mezcla de admiración, aprecio y desvalorización. Creía que estas mujeres poseían algo que a ella se le negaba, y que nunca recibiría. Me experimentaba como una mujer, provista de feminidad, que podía permitírselo todo, también el éxito profesional, sin tener por ello que convertirse en hombre. Ya he destacado este aspecto de las vivencias de la paciente. Su mayor deseo era ser aceptada y querida por esta mujer. En esta fase del tratamiento yo la percibía como una mujer joven y atractiva, que me traía deliciosos obsequios de lejanos países. Más tarde me pareció un joven, bajo de estatura y feo, que trataba de sustraer algo de la mujer admirada para apropiarse de ello. En esta época se vivía a sí misma, como un animal negro, feo y repulsivo, apartado en una esquina, escrutando a sus víctimas. Cuando estaba de viaje, en la habitación de los hoteles, tenía miedo de que aparecieron navajas, de algo negro que atentara contra su vida. Con frecuencia, a causa del pánico, tenía que echar el cerrojo de puertas y ventanas. Relacionaba estos miedos con sus experiencias en el dormitorio paterno. Creía ver el pene del padre, negro, cortante y amenazador. Entendimos que fantaseaba ocupar el lugar del hermano menor, que lejos del tumulto de la cama matrimonial, como niño varón - según la paciente- nada tenía que temer del pene paterno. Identificado así con lo masculino, eludía los temidos ataques pero se convertía a sí mismo en atacante, que atraído por la belleza de las mujeres y admirándolas se transformaba en un cerdo con un pene fantaseado como negro y repulsivo. Que la madre se hubiese entregado, con sollozos de placer, a esta porquería, despertaba en la paciente repugnancia y rabia impotente. A la vez estaba celosa de que la madre lo hubiera hecho con el padre. Ella a ésta hubiera podido producirle placer, no con cruel violencia, sino con cariñosa ternura. En la relación con su amiga, nunca alcanzaba la tranquilidad interior, porque constantemente temía su infidelidad. Tenía la idea de que un día otra mujer satisfaría sexualmente a su compañera. Por el contrario, creía que no era una auténtica mujer. En sus relaciones heterosexuales, curiosamente este aspecto no desempeñaba ningún papel. Satisfacer a un hombre sexualmente le parecía carente de interés y fuera de lugar. Por tanto tampoco temía ser eclipsada por otra mujer en sus relaciones con un hombre. Su vida con los hombres era mucho más tranquila, pero a la vez emocional y sexualmente insatisfactoria.
Tanto como temía la habitación matrimonial de los padres, tanto más escenificaba inconsciente y reiteradamente las escenas del lecho. ¿Y qué más apropiado que el permanente volar -permitido bajo la cobertura de necesidad y normalidad- para representar reiteradamente enmarcados en su trabajo diario las fantasías lacerantes de la escena primaria? Opino que en esta sempiterna reedición de aquello se trataba de obtener una solución constructivo y controlar sus miedos y conmociones vinculadas a la vivencia de la escena primaria. Frecuentemente en relación con su trabajo sucedía que como azafata, por la noche, debía realizar el servicio a bordo de un nuevo avión, llegado de lejos, en tránsito, con una nueva tripulación en un país extraño. Los pasajeros dormidos, que exhalaban un olor nocturno, mezclado con los propios del avión, la transportaban casi a una excitación sexual, pero a la que ya no se sentía entregado como habría ocurrido en el dormitorio de los padres. Más bien en la continuación del vuelo asumía el rol de quien respetaba el sueño de los pasajeros para, tras su despertar cuidarse de su bienestar corporal. No se dejaba arrebatar por su excitación como antes lo hicieran sus padres, que no la habían cuidado en su sueño. Ahora se acercaba a los viajeros como la madre protectora.
En las simuladas situaciones extremas, en los ejercicios de emergencia que se realizan regularmente en las compañías aéreas, la paciente se sentía especialmente segura. Aquí, de manera distinto al "briefing", no temía fallar, y se preparaba seriamente con las lecturas para la llamada "emergency". Conocía todos los resortes manuales y estaba atenta y despierta. En las sesiones de análisis se imaginaba que yo podría ayudarla en la solución de una "alarma''. Pensaba que yo era una apropiada y valiente pasajera que podría serle útil en caso de una evacuación de urgencia. Las instrucciones de la compañía preveen la ayuda de los pasajeros de mejor disposición para el desarrollo de la cabina en caso de un aterrizaje forzoso. Ella cuando niña se habría visto inerme a merced de una situación de alarma, ahora, en cambio, en el marco de su trabajo podía transformar lo que había padecido pasivamente en eficiencia activa. Primeramente para ello necesitaba a la analista (la pasajera valiente), cuyo apoyo le transmitía tranquilidad y equilibrio, en lugar de excitación sexual. No insistía en el papel de sufriente y paciente, así como creía haberlo visto en la madre con respecto al padre, sino asumía una posición dinámica y creadora. Quería ser una mujer activa, y no renunciar a su feminidad por miedo al pene paterno. Rechazaba la actitud de la mujer, sentido como humillante-semejante a la vivida en el dormitorio paterno- y no estaba dispuesta, siguiendo la compulsión a la repetición, a identificarse con una madre percibido como estresada, a repetir su sometimiento a un padre sentido como cruel. Pero en la época de sus miedos a la masculinidad, la paciente se encontraba lejos de este objetivo. Se encontraba perdida en la maleza de su aparente masculinidad, que parecía cerrarle el camino a la feminidad; y andaba a tientas como un niño perdido en la oscuridad.
Era sin más rememorable que el sentido del olfato también había experimentado un estímulo particular en los acontecimientos nocturnos, en los que la paciente se sentía excitada, entregada e indefensa. También en la relación conmigo los olores y el trato con ellos tenían un papel especial e indicaban el camino para la comprensión de los contextos inconscientes de sentido, activos en sus vivencias: Durante largo tiempo le resultaba ingrato venir al tratamiento vestida con su uniforme. Sin embargo a veces entre su llegada y una sesión faltaba el tiempo para cambiarse de ropa. Al comienzo del análisis evitaba tales "incidentes", no concertando sesiones a las que no pudiera asistir vestida de calle. Cuando un día apareció oliendo a avión y a perfume, la experimenté más atractivo y radiante que nunca. Más tarde me contó que tuvo la fantasía de atraerme al baño y seducirme allí. Pero había días en las que intentaba abrir la ventana para que no me molestara el despreciable olor que despedía. Esto sucedía con frecuencia después de sesiones en las que había hablado de sus "fantasías en la carbonera", de sus ,oscuros, repulsivos'' deseos sexuales. Por ejemplo se reiteraba en la idea de que se fantaseaba como un niño, que situado bajo un sillón de peluquero, satisfacía a una mujer sentado en él. Le atemorizaban sus fantasías en las que desempeñaba la sexualidad del varón. En la relación con la amiga, este aspecto al parecer no tenía relieve alguno. Podía dejarse querer con total pasividad. Sin embargo temía comportarse como un hombre frente a su mujer que día a día solicitara la sexualidad a su compañera renuente. Por otra parte, como ya ha sido mencionado, era para su compañera una solícita madre. Cuando tenía tiempo libre cocinaba y planchaba. Por las mañanas se levantaba con la amiga, que iba al trabajo, para prepararle su desayuno. Frente a amigas y amigas asumía funciones maternales de protección. También en el análisis se preocupaba de mi como una madre. La conocía como una mujer competente, eficaz, práctica y disponible, y me podía imaginar que debía ser grato dejarse querer por ella.
En este proceso del análisis apareció un nuevo aspecto en las vivencias de la paciente, que estaba relacionado con las vicisitudes descritas. Yo suponía que ella reaccionaba con agresividad frente a las mujeres estresadas, y amistosa, tierna y abierta con las mujeres independientes y de éxito. Ahora podía concretarse más el contexto de sentido ya elaborado. Adoptaba, como ella decía, actitudes masculinas frente a la madre estresada, de ánimo ausente y rechazante, y la convertía en "una cerda", de manera semejante a como pensaba que el padre había actuado con la madre en la alcoba. En la mujer de éxito, independiente sexualmente, veía otra posibilidad de ser mujer. La analista a la que fantaseaba en este papel, le mostraba el camino de su feminidad rechazada, dejándose querer por la paciente. La paciente sentía que su amor era correspondido, porque la analista no interpretaba sus muestras de amor como camuflados ataques agresivos. Así se le abría a la paciente una feminidad propia que no conducía a una identificación con la madre, que se sometía al padre en la cama.
Cuanto más claramente se destacaban las connotaciones sexuales de su trabajo, tanto más libre de temor emprendía sus vuelos; cuanto más claramente aparecía en el análisis junto a su lado masculino también el femenino, tanto mejor podía realizar su trabajo, sin problemas. Así asumió posiciones más responsables a bordo, que realizaba con éxito y ya no alimentaba las ideas de abandonar sus vuelos. Más bien maduró el plan de cualificarse como sobrecargo. Primero sentía pánico ante los exámenes y tests. A semejanza de como antes en los "briefing" temía que pudiera revelarse que se había deslizado en su trabajo bajo el falso supuesto de ser un hombre, no una mujer.
En medio de sus avances de comprensión en el análisis, descubrió un día que su compañera en su ausencia había entablado una relación con otra mujer, la paciente oscilaba entre actitudes de serena calma, atormentada desesperación y fantasías suicidas. Por un lado, tras la pérdida de confianza pensaba no poder vivir más con la amiga, por otra parte la amenazaba a ésta con el suicidio, en caso de que la abandonase. Sobre todo estaba enfurecida con la amante de su compañera, que era una bella y femenina mujer, de largo pelo negro, con la que no podía rivalizar. Todos los miedos y temores de que la amiga, como la madre, la engañase una vez se habían convertido en realidad. Para la paciente, la amante de la amiga era "la sucia", "la prostituta" y "la pájara". Desesperada se preguntaba cómo la amiga, que sabía de sus celos, podía haberle hecho esto. Siempre que la paciente hacía esfuerzos para hablar con ella, la conversación finalizaba en un acceso de rabia y alguno vez en ataque físico. Sólo en el transcurso de muchos sesiones de tratamiento, y después de que la amiga se había ido provisionalmente de la vivienda común, empezó a hacerse comprensible la reacción de la paciente con respecto a la ruptura de la confianza. Era obvia la relación con la traición de su madre. Tenía manifiestamente la fantasía de no haberla podido satisfacer, pues en otro caso no se habría entregado al padre. Entonces para ofender a la infiel, había tenido una relación sexual con el hermano menor, el predilecto de la madre. Así triunfaba en un doble sentido sobre la madre. Por una parte, a través de la relación íntimo con el hermano predilecto, por otra parte mediante el engaño a la madre, que la había defraudado y demostrándole que podía hacer lo mismo que ella la traidora. Más tarde se esclareció que la envidia hacia la amante de la amiga, hacia su feminidad y su arte seductor, equivalía a la traición que le había hecho la amiga. Esta "pájara" había realizado lo que ella deseaba desde hacía años, esto es, seducir a la amiga y satisfacerla sexualmente. Cuando imaginaba a ambas en la cama, estaba a punto de perder la razón. Ardiendo de rabia y desesperada telefoneó a la rival para participarle que debía abandonar la relación con la amiga, en otro caso tendría que vérselas con ella. Con esta actuación mostraba a la intrusa que no sólo se trataba de belleza y seducción, sino que había que luchar para conservar una relación.
En las sesiones empezó a discutir conmigo; yo sería culpable de todo, y habría alejado a la amiga con mis interpretaciones, pues ésta lo que necesitaba era amor y receptividad. Que ésta necesitara buscar otra amiga, según la paciente, se relacionaba ciertamente con que se había retraído de su rol de madre solícita. Por otra parte estaba furiosa con la amiga, pues ella había exigido una relación maternal, pero con la otra se iba a la cama. Mediante la ruptura de la fidelidad de aquella pareció derrumbarse en una profunda crisis de identidad y ya no sabía cómo debía compaginar sus dos caras, la masculina y la femenina. En muchos fantasías placenteras se sentía ante todo masculina; pero con respecto a la amiga habría tenido que mostrarse más femenina para poder seducirla. En las sesiones se quejaba de que era imposible ayudarla, que iba a quitarse la vida y sabía ya cómo. Me parecía una niña desesperada que salvajemente golpeaba a su alrededor, cuando se intentaba tranquilizarla. Decía que yo no podía ayudarla y lo que significaba para ella la relación con la amiga, nunca podría entenderlo. Yo con mi racionalidad, carente de corazón, lo habría echado todo a perder. Sólo su trabajo parecía intacto ante este tumulto interior; temía que la amiga le engañara más, si ella se alejaba; pero de viaje se sentía más tranquila que en casa.
La paciente que hasta este momento tenía los hilos en la mano, por ejemplo, como madre solícita y como persona, que pensaba en el bien de su analista y de su amiga -entre otras cosas para no decaer en un rol pasivo y paciente, que le recordaba demasiado dolorosamente su pasividad en el lecho matrimonial, mientras se producían forcejeos a su alrededor-, de manera cruel se sentía rechazado allí donde había sufrido como niña más de lo que era capaz de asimilar. De repente era otra vez aquella que debía ver impotente como los dos se satisfacían mutuamente, sin preocuparse de ella. Yo tomé en serio los amenazas de la paciente de suicidarse, que se sentaba ante mí, escuálida con las mejillas hundidas y con los ojos demacrados. Le dije que ella hasta ahora suponía que su actividad y su tendencia maternal podían protegerla de ser excitada como entonces en el dormitorio de los padres, donde era entregada inerme o sus fantasías y sentimientos. Pero ahora debía comportarse pasivamente, dejarse consolar y querer, aún cuando la pasividad la recordara de nuevo la exclusión nocturna y su desamparo. Al principio sacudía tercamente la cabeza, pues nada podría ayudarla, pero más tarde pudo por primera vez llorar en el análisis. Se reconcilió con la amiga que le prometió no engañarla más. Le resultó difícil creerlo pero quería volver a intentarlo. Contra la resistencia interior intentaba entender qué era lo que había sido erróneo en la relación con la amiga. Llegó a la conclusión que no se habían dejado espacio a sí mismos para poder hacer sus propias cosas y que este permanente hacer de clueco de ambas había impedido una sexualidad satisfactoria. Por primera vez se permitía fantasías con respecto a los hombres, relativamente libres de miedo, sin temer que podrían revelar que ella propiamente aspiraba a relaciones heterosexuales y que durante años se había engañado con el deseo de querer vivir con una mujer. También ahora permitía fantasías que giraban en torno a mi relación con un hombre, sin por ello enfurecerse. Ofrecía grandes resistencias a venir a mi consulta, que yo había trasladado a mi vivienda. Temía tenerse que confrontar con camas sin hacer, sobre todo enfrentarse a cada paso con mi sexualidad con un hombre. Quizá -según decía la paciente- yo descuidaba mis intereses y actividades intelectuales y autónomas a causa de un hombre. Quizá me convertiría en una prostituta como la madre que se relacionaba con hombres, y así olvidaba su inteligencia.
Lentamente se desarrollaba un nuevo aspecto en el tratamiento, que por primera vez se había hecho perceptible con el engaño de la amiga. Se trataba de un tema escabroso que le producía a la paciente grandes dificultades. Sin embargo en este período del análisis, yo no podía retener su fantasía competitiva con respecto a otras mujeres. Se trataba sobre todo de la feminidad, atractivo y belleza, que envidiaba a otras mujeres, no porque podían así seducir a los hombres, sino más bien a las mujeres. Llena de vergüenza me comunicaba que internamente estaba profundamente convencida de ser más inteligente que estas mujeres tan femeninas. Este contexto, en el proceso de análisis, se hizo perceptible en la forma de una masiva desvalorización de mi persona, primeramente de manera encubierta. Se asustaba de sus pensamientos y callaba durante una sesión entera; intentaba envolverme en conversaciones inocuas, o me daba a entender que ya no podíamos trabajar más juntas, pues ella era demasiado tonta para hacer un análisis. Muy lentamente y con mucha resistencia nos acercábamos al tema. Un sueño mostró el camino para comprender su secreta desvalorización. Contemplaba un animador de televisión que debía presentar un espacio circense, pero de hecho se masturbaba en público. los espectadores eran de la opinión de que se trataba de un número divertido. Ella quería gritar al animador "no se trata de eso; Vd. no puede hacerlo en público, pero le fallaba la voz. Veía su pequeña cola, a la que estimulaba un avión pequeño, de color rojo. En el sueño se explicitaba otra variante de la escena primaria. Pero a ésta se le sustraía el componente angustioso, esto es, la violación a través del padre. El animador era manifiestamente una criatura provista de masculinidad y feminidad: los padres, que públicamente presentaban su sexualidad. En el pequeño avión, de color rojo, era fácilmente reconocible el niño bajo el sillón de peluquería, que con su pequeño pene podía satisfacer a la mujer sentado en él.
A la analista, que hasta este momento no debería tener una relación con un hombre ni debería ser identificado con caracteres masculinos, se le otorgaba ahora más espacio con respecto a sus relaciones con los hombres, puesto que la paciente temía en esa fase menos sus pasadas relaciones con hombres y sus aspectos masculinos. En la figura del animador de televisión y de circo, ella era expuesta a la crítica y al ridículo. Quizá sólo era una fatua con sus poses, y además se ufanaba de ello. Por prudencia, en esta época, a diferencia de antes, evitaba buscar las publicaciones de la analista. Dubitativas y avergonzadas surgían fantasías de superioridad. Finalizaba un curso de lenguas extranjeras en el que se sentía superior a los otros asistentes al mismo. Acerca de una expresión en relación con los conocimientos lingüísticos de una colega, que -según la paciente se limitaba al lenguaje coloquial, se destacaba su propia superioridad, fantaseada secretamente, pero también frente a otras colegas y a la analista. Para la paciente era muy importante dominar perfectamente la gramática de este idioma, mientras las otras más bien parloteaban, ciertamente, con más habilidad y capacidad que ella. En las colegas que dominaban el lenguaje corriente, no fue difícil reconocer a la prostituta, la amante de su compañera, la madre, pero también a la analista. Se asustaba que manifiestamente rebajase a otras mujeres y a la vez se sobrestimara, y se preguntaba angustiada, si había querido ser frente a su amiga la "más grande". No le gustaba en absoluto esta nueva perspectiva; ¿posiblemente ella no era el pequeño avión, sino el animador de televisión, que se exponía al ridículo con su exhibicionismo?
En la etapa posterior, me comunicaba que regularmente en el regreso a casa después del análisis se sentía mal. le repugnaban las cajetillas de cigarrillos tiradas en la calle, el olor que solía de los bares y los hombres que estaban en ellos. Se comparaba con un gato deambulador. Ella y su amiga tienen dos gatos. Balú, el gato de su amiga era un auténtico gato doméstico, bueno y cariñoso, mientras el suyo, un vagabundo, que cuando estaba en celo, regaba con su semen las paredes de la casa. Con mucha vergüenza me narraba sus fantasías, en las que veía mujeres atadas con cadenas en un sótano, a disposición de los deseos sexuales de los hombres. Encontraba terribles estas representaciones porque su razón encontraba repulsiva la sexualidad masculina. Tiene problemas con formas de sexualidad que ella practica con su amiga en la posición masculina. Si lo hace así, después se siente culpable. A la vez en esta época, se estabilizó la relación con la amiga, en particular también porque ella más libre de miedo y culpa expresaba sus deseos sexuales y la amiga correspondía.
La tranquilidad y serenidad con la que en esta época percibía la relación con su amiga y lo satisfactorio de su actividad sexual, le posibilitaron a la paciente prepararse para las pruebas de sobrecargo de vuelo. A pesar de ello, suponía que no las pasaría y se desvelaría así su falta de valía. Cuando, sin embargo superó todas los pruebas y tests con excelente calificación, después del primer entusiasmo por el éxito, cayó en depresión. Se quejaba de no querer a nadie y de sentirse vacía y carente de impulso. Un sueño que tuvo en conexión con sus exámenes, posibilitó una primera aproximación a su estado de ánimo depresivo. Se veía, en este sueño, realizando las pruebas para sobrecargo. Súbitamente constató que sus dientes comenzaban a quebrarse. Lo participó así a una profesora, que la envió a una dentista, que también realizaba psicoterapia. Según las palabras de la profesora, la médico era una mujer muy ocupada. Tenía su consulta en el piso inferior del mismo edificio donde se celebraban las pruebas. La paciente descendió numerosos escalones hasta llegar a la consulta de la dentista. Cuando llegó vio una larga fila de personas que esperaban delante de la puerta. Elaboramos que las pruebas superadas, que la paciente describía como un éxito terapéutico, no habían confirmado sus miedos. Era sabido su temor a que pudiera inferirse que no era una auténtica mujer, sino más bien un hombre. En el sueño se despedía de esa fantasía, ciertamente, a costa de grandes miedos de pérdida, pues sus dientes se resquebrajaban. Comprendimos también que bajar los escaleras hasta la consulta de la dentista significaba que se aproximaba -según su opinión- a una sexualidad inferior, mediante la cual se acercaba a su amiga como un hombre y sin embargo permanecía mujer. Por primera vez -aún cuando entre temores- podía conceder a la analista (madre) tener otros pacientes (hermanos) sin estallar en rabia decepcionada y sin sentirse desvalorizado.
Los fragmentos precedentes del análisis, en mí opinión, muestran que en el tratamiento de mi paciente no se trataba de interpretar la relación con su compañera de vida, como un estado transitorio que había que superar en un grado en alguna manera más madura de desarrollo, vinculado en el psicoanálisis con la elección heterosexual de objeto. Los esfuerzos de la analista y la paciente fueron orientados a entender lo que discurría torcidamente en la relación con la amiga, sin tomar partido explícito o implícito acerca de la calidad de la amistad entre dos mujeres.
El análisis de mi paciente no podía confirmar la tesis, primeramente defendido por H. Deutsch (1932) y después repetido por otros analistas, acerca de la relación existente entre el odio mortal a la madre y el posterior desarrollo lesbiano. la homosexualidad de mi paciente no se basaba en este odio ni en la posterior configuración reactivo. Más bien el análisis pudo mostrar -en la descripción de los distintos escenificaciones de la escena primaria, empezando por la relación sexual de los padres vivido tempranamente, hasta lo que he denominado nuevas escenificaciones-, que los propios deseos y añoranzas femeninas son los que llevaron a la paciente a buscar relaciones con mujeres. Una hipótesis extendida en el psicoanálisis sobre la homosexualidad femenina consiste en que las mujeres homosexuales se identifican masculinamente, retroceden del amor de objeto hasta la identificación y así disfrazadas de hombre aman a otras mujeres. Ya he señalado la simplificación subyacente a tales afirmaciones.
Los fragmentos del análisis presentados muestran que también mi paciente se identificaba masculinamente, pero que esta identificación en absoluto representa el núcleo de sus problemas. Esta forma de identificación se presenta como una entre otras. Pero no es la fuerza impulsora para buscar a las mujeres como objetos de amor. Conforme ya he indicado, la paciente rechazaba como objeto de amor al padre, percibido como cruel y avasallador. Primero había intentado entablar relaciones -con hombres, pero los encontró insatisfactorios sexualmente. De manera distinto a la madre, a la que había experimentado como humillada sexualmente por el hombre, rechazó esta forma de sexualidad; se podría también decir: esta forma de feminidad. Más bien, sus deseos sexuales eran referibles a una madre amable con ella y que viviera como autónoma junto al padre, conocido en la niñez; esto apareció así en el desarrollo del análisis, en la configuración de la relación con la analista. En la participación no deseada de la sexualidad de los padres se despertaron abiertamente deseos y fantasías propias y femeninas, que activaron de nuevo las primeras experiencias libidinosas con la madre. La paciente podía posteriormente desear a la madre con sus propios deseos y fantasías, sin tener por ello que asumir el rol de padre.
La toma de posición unilateral de analistas de ambos sexos en favor de la mujer heterosexual y la mirada fija en el desarrollo heterosexual madura les hace ciegos para conocer los contextos de vivencias de la mujer homosexual. En mi exposición he intentado introducirme detalladamente en los diferentes aspectos de la cuestión. Se ha manifestado cómo la paciente emprende identificaciones plurales y cambiantes, y que podía orientarse de manera diversa hacia sus objetos de amor; como mujer, joven, madre, niño. La oscilación permanente, según su expresión, entre experiencias y conductas masculinas y femeninas, el deseo descubierto por el análisis, a pesar de las vacilaciones interiores, de no querer ser ni hombre ni mujer, y el conocimiento de que no existe una univocidad, o que la riqueza de sus sentimientos se apoya en la no univocidad, son importantes resultados de un análisis todavía no finalizado. "Las lesbianas, en razón de su naturaleza específica poseen una identidad sexual psíquicamente lábil. Esto con frecuencia es estimado como una señal de inmadurez o de desarrollo inhibido. No participo de esta opinión, sino todo lo contrario. La conservación de la capacidad de transformar los sentimientos femeninos en masculinos y a la inverso, es una de los ventajas de la homosexualidad femenina, en la que se expresa la variedad y riqueza de las relaciones humanas" (Wolff, 1973, pág. 42).