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REFLEXIONES

La crisis en evaluación conductual, ¿llega a su fin? Comentario al texto de Rocío Fernández-Ballesteros y Arthur W. Staats 1
The crisis in behavioral assessment, is It ending? A commentary to Rocío Fernández-Ballesteros and Arthur W. Staats' article 1

 

María Teresa ANGUERA (*)


RESUMEN

ABSTRACT

PALABRAS CLAVE

KEY WORDS


RESUMEN

En el presente artículo se comentan los principales aspectos del artículo realizado por Rocío Fernández-Ballesteros y Arthur W. Staats.

ABSTRACT

On this paper some aspects of the article by R. Femández-Ballesteros and Arthur W. Staats are reviewed.

PALABRAS CLAVE

Evaluación Conductual Paradigmática.

KEY WORDS

Paradigmatic Behavioral Assessment.


(1) Fernández-Ballesteros, R. & Staats, A. W. (1992): Paradigmatic behavioral assessment, treatment, and evaluation: Answering the crisis in behavioral assessment. Advances in Behavioral Research therapy, 14, 1-27.
(*) Universidad de Barcelona. Facultad de Psicología. Departamento de Metodología de las Ciencias del Comportamiento.


Durante varias décadas, el ingente volumen de trabajo de muchos psicólogos se ha articulado en torno a un paradigma, el conductista, que en absoluto ha permanecido indiferente, sino que ha estado siempre acompañado de los mayores encomios o de las más acerbas críticas, ha dado lugar a múltiples discusiones y finas apreciaciones, ha constituido un sólido -según unos autores- denostado -según otros- marco de referencia para el trabajo esencialmente clínico, y ahora se halla en el epicentro de una polémica compleja que en muchos casos se revela especialmente dura.

En el excelente artículo que comentamos se aborda la cuestión de la respuesta a la crisis en la evaluación conductual, a la que se toma como hilo conductual del discurso. En él se pone de manifiesto cómo la herencia de numerosos supuestos del análisis de la conducta han impactado en el sustrato teórico, en la dirección y metodología de la investigación, y en las aplicaciones prácticas de la evaluación conductual. Los argumentos, relativos a la estrategia unos, y de carácter bibliométrico otros, aunque insertos en un marco conceptual habitualmente cambiante, muestran de forma indubitada cómo revive en la evaluación conductual la herencia del análisis de la Conducta.

Pero en el devenir científico es obvio que la dominancia de un paradigma al que posteriormente se abren paso otros intereses (de estudio, de abordaje, de implementación de técnicas, etc.) da lugar a que el cambio no se produzca de forma súbita, aunque ésta sea la impresión fácil que se pueda adquirir en una ojeado superficial al desarrollo de los acontecimientos, sino que tiene lugar un proceso más o menos prolongado de convivencia -pacífica o no- durante el cual se debilita la incidencia de la etapa anterior. Son muy variadas las "fórmulas" posibles de relación que se puedan establecer, y máxime si tenemos en cuenta la interacción entre el sustrato teórico, las estrategias metodológicas acompañadas por diferentes técnicas, y las aplicaciones múltiples a que dé lugar.

Fernández- Ballesteros y Staats se detienen muy acertadamente en un punto clave para "demostrar" cómo en el ámbito de la evaluación conductual se han incorporado, a partir de diversas posiciones aisladas, determinados conceptos, técnicas y prácticas tradicionales con otras con las que nunca se había vinculado. Y, asimismo, constatan algo muy relevante, como es que una vez impuesto el marco ortodoxo de referencia como resultado de los grandes esfuerzos desplegados por la instauración de lo conductual, ninguno de los planteamientos básicos se ha cumplido satisfactoriamente de forma suficiente, o al menos no ha llegado a consolidarse.

Esta debilidad de la evaluación conductual va en línea con lo que acabamos de indicar. Es obvio, ya que se resquebrajan las barreras constitutivas de la posición ortodoxa, y la introducción de los repertorios básicos de Conducta (BBRs) obliga a una reflexión en este sentido. Su naturaleza es prioritariamente empírica, y su contenido precisa de la observación sistemática para fijarse, pues sólo se dispone de ellos en una determinado situación cuando de forma repetitiva se produce una serie de manifestaciones conductuales que alcanzan una suficiente estabilidad.

Pero estos repertorios básicos de Conducta, al menos parcialmente, requieren de una conceptualización. Primero habrán tenido que especificarse, como primer criterio de diferenciación e identidad inicial, y después, y dependiendo del ámbito a que se refieran, van constituyendo la base para el aprendizaje de otros repertorios más complejos. Es sumamente interesante la forma como responden a las peculiaridades de cada individuo, siendo éste un importante determinante de la medida en que cada sujeto puede aprender en diferentes situaciones.

Además, el hecho de que haya sido definido como variable que puede ser tanto dependiente como independiente le aporta considerable interés para comprender su papel en el estudio de las crisis paradigmáticas y en las críticas que se plantean en cada una de ellas.

Lógicamente, vista la historia, la crisis se había de producir, pero entendemos que cualquier crisis no es mala por sí misma, sino en la medida en que no es una crisis de crecimiento. Y éste es el justo término en que aquí debe considerarse, dado el período transcurrido en parámetros cronométricos.

¿Cómo habrá, pues, de contemplarse la situación? Aquí, el problema que se plantea se refiere a la aparente "cuadratura del círculo'' relativa a cómo los repertorios básicos de Conducta, por una parte, responden a las exigencias del paradigma conductista, y, por otra, determinan las diferencias individuales en la Conducta como base para el estudio del concepto de personalidad. Probablemente las polémicas que se hayan desencadenado por este motivo se deben a que se asigna un plus desmesurado al papel que juegan las teorías.

Los distintos cuerpos conceptuales -y con un profundo respeto para cada uno de ellos- desempeñan un importante papel en el avance del conocimiento. Probablemente se les pueda considerar como instrumentos de los que nos valemos para el devenir científico, en el cual actúan direccionándolo, y, por tanto, habiendo generado unos esquemas de funcionamiento del caso general para analizar qué ocurre en los diversos cosos particulares que nos interesen. Pero este esquema del caso general en ocasiones cede ante la incorporación de nuevos presupuestos que, de forma súbita o paulatina, obligarán o nuevos planteamientos. Y máxime cuando un paradigma entra en crisis porque los temas que antes eran objeto de estudio han quedado fuera de lugar, obsoletos, mientras que nuevas cuestiones que Interesan tendrán que regirse por otros esquemas de funcionamiento y probablemente por otras metodologías.

La metodología seguida, aún siendo importante, no es esencial para que sea considerada como propiedad exclusiva de un determinado cuerpo teórico. En la actualidad encontramos varios ejemplos, como serían el uso de la metodología experimental en las corrientes conductista y cognitivista, aunque con el matiz de que no es una metodología que se aplique de forma exclusiva, y lo mismo -y con igual advertencia- podríamos afirmar respecto a la aplicación de la metodología observacional en estudios clínicos supeditados a ámbitos teóricos tan alejados entre sí como el conductismo y el psicoanálisis.

Fernández-Ballesteros y Staats comentan que cualquier modelo psicológico de evaluación o teoría debe tener una vertiente aplicada, con la evaluación del caso individual, y otra metodológica, con la construcción de instrumentos de medida. Indudablemente, la presentación que se hace en el artículo del modelo conductual paradigmático y su aplicación a la evaluación, tratamiento y valoración se encuentra con el problema relativo a los instrumentos y el que hace referencia al tratamiento y valoración.

En efecto, en la primera fase se plantea el hecho de que la evaluación conductual no ha dedicado posiblemente toda la atención necesaria a la construcción de instrumentos. Enfatizamos la cuestión porque precisamente en este ámbito, probablemente por razones de dificultad, se han propuesto instrumentos diversos que completan uno amplia gama (observación sistemática, autorregistros, escalas, cuestionarlos, etc.), aunque sigan demostrando su escasez desde el punto de vista de la dualidad idiográfica/nomotética. No en vano buena parte de estos Instrumentos son elaborados "ad hoc'' (el caso prototípico es el de los sistemas de categorías en la observación sistemática), y por lo tanto referidos a un sujeto evaluado -o a un pequeño grupo que funciona como unidad, como sería en el caso, por ejemplo, de una terapia familiar que está inserta en un determinado contexto, por lo que no tendrán aplicación los presupuestos y garantías de carácter psicométrico, ya que no da lugar a ninguna referencia de normas de grupo, ni respecto a sujetos ni a características del entorno que le envuelve. Y ello implica una pugna con la forma ''clásica" de construcción de instrumentos, pero no lo desautoriza, sino que, al contrario, le confiere unas características de adecuación y flexibilidad que le son claramente favorables.

Por lo que se refiere a la fase de tratamiento y valoración, resulta obvio que una vez el primero se aplique se requiere un conocimiento de los efectos que genere. De nuevo, desde una perspectiva metodológica, quizá siempre convenga recordar, aunque a estas alturas probablemente ya esté en la mente de todos, que los diseños óptimos serían aquí los cuasi-experimentales, dado que es imposible que se presenten las condiciones que exigiría un diseño experimental. En la práctica, sin embargo, no son infrecuentes las situaciones en las cuales conviene utilizar la metodología selectiva o la observacional, especialmente si nos centramos en etapas de seguimiento ulterior del sujeto después de finalizada la aplicación del tratamiento. Ello no invalida el hecho de que técnicas específicas que deriven de alguna de estas metodologías -cuasiexperimental, selectivo, u observacional- se utilicen anidados a cualquier otra metodología, que en cada ocasión es la que asume el papel nuclear en el diseño. Así, el caso en que en un diseño cuasiexperimental relativa o una intervención de agorafobia, o de onicofagia, o de deshabituación al hábito de fumar, se lleve a cabo un registro en vídeo.

En esta fase de tratamiento y evaluación resulta evidente, como acertadamente indican los autores, que muchas de las dicotomías clásicas tendrían un foro pertinente de discusión. Las Ciencias del Comportamiento nos muestran la existencia de una gran complejidad en las conductas que se generan, eventos que se interponen, circunstancias que las matizan, etc., tanto, que no nos puede extrañar la existencia de discusión y polémica en torno al planteamiento de metodologías, revisión de la naturaleza y propiedades de los instrumentos utilizados, potencia del diseño, conveniencia de evaluaciones individuales o en grupo, ventajas de partir de una "tabula rosa'' en el estudio sucesivo de casos particulares afines o por el contrario cobijarse en la cobertura de una teoría validada y consistente, y así sucesivamente. Son innumerables los puntos que permanecen en un claroscuro y que no admiten un despiadado comentario desde un dogmatismo del que nadie nos podemos convertir en portadores y ni siquiera difusores.

Pero la responsabilidad del avance es de los científicos, que son seres humanos, y por ello no es de extrañar -y es bueno y loable- que se haya producido un cisma entre el uso de los tests tradicionales y la evaluación conductual, lo cual nos impele a reflexionar. Precisamente uno de los hechos que propiciaron el surgimiento de la evaluación conductual fue el uso abusivo de los tests psicológicos. Pero la distancia se considera subsanable por Fernández-Ballesteros y Staats en base a los repertorios básicos de Conducta, dada su posición privilegiado de constituir los variables de diferencias individuales que tradicionalmente se han referido a la personalidad. Y es absolutamente pertinente la referencia de los autores del artículo al concepto de inteligencia, a modo de ilustración. Desde la posición de la evaluación psicológica paradigmática, se reconoce que las pruebas tradicionales no son capaces de decir qué es la Inteligencia, aunque son capaces de predecirla de forma un tanto gruesa; luego este enfoque evaluativo se basa en una estrecha asociación conceptual metodológica, y en la medida en que se logre un afinamiento teórico habrá una mayor disponibilidad de instrumentos, en los cuales el logro de una validez adecuada se habrá pretendido especialmente.

En buena medida el problema se concreta en la construcción de un instrumento, pero ésta, como anteriormente comentamos, no implica forzosamente el cumplimiento de determinadas garantías psicométricas, ya que el hecho de que un instrumento sea válido desde una perspectiva conductual obligará a esta adaptación a "lo empírico'' que son capaces de proporcionarle los repertorios básicos de Conducta. Y habrá que tener presente que el instrumento que se construya debe ser "único", entendido en el sentido de que es capaz de responder a un corpus conceptual y también de ser aplicado empíricamente. Pero único en cuanto a que, como medida, sea capaz de suministrar una determinado operativización de un atributo, una Conducta, un rasgo...

La forma poco diplomática en que se han pretendido vincular las dos tradiciones probablemente se deba a la cartesiana separación entre los científicos que se han situado muy vinculados al conductismo paradigmático y los que han orientado su investigación en base a los repertorios básicos de Conducta. El núcleo del problema quizá resida en que éstos acusan la permanente y continuado oscilabilidad y transituacionalidad del comportamiento humano, el cual es inabarcable para su estudio sin establecer continuas acotaciones que permiten un referente a un marco teórico y que, a su vez, facilitan el propio abordaje empírico, en tanto que será más fácil hallar una estabilidad, unos patrones, y una convergencia en los listados de repertorios cuanto más delimitado idiográficamente, situacionalmente y respecto al ámbito de comportamiento se halle el problema en cuestión.

Por supuesto se trata de una labor difícil, y la mejor constatación de ellos es la laguna existente en este sentido. La evaluación conductual no puede fallar en el cumplimiento -demorado- de su promesa Inicial, lo cual ha obligado a una liberalidad en los planteamientos efectuados. Precisamente esta relación de exigencias respecto o conceptos, métodos e instrumentos que la han caracterizado se debe emplear en tender conexiones con el conductismo y con el acervo de medidas psicológicas tradicionales, lo cual garantiza su aún mayor expansión.

Coincido en ello plenamente con Fernández-Ballesteros y Staats. A ambos debe felicitarse por su trabajo, por haber realizado una soberbia y documentada crítica a la evaluación conductual, lo cual, como todo crítica debe ser, es positivo, lo que no impide ser consciente de los errores cometidos. Esto les permite pergeñar un camino de futuro para la evaluación conductual que reencauce la trayectoria que nunca debió de separarse de las expectativas existentes, pero que, en contrapartida, ofreció un balance altamente positivo en cuanto a avances que, en puro justicia, la comunidad científica le atribuye y agradece.