REFLEXIONES
RESUMEN VARIABLES DE VULNERABILIDAD
- a) Medios económicos y recursos personales:
- b) Frecuencia y severidad riel maltrato
- c) Actitudes tradicionales
- d) Haber experimentado malos tratos en la niñez
- e) Respuestas de las redes de apoyo social
REACCIONES PSICOLOGICAS Y DEFICIT CONCLUSIONES
Este artículo tiene como propósito proporcionar a sus lectores, una visión general sobre la problemática del maltrato contra la mujer, con la finalidad de dar a conocer las variables de vulnerabilidad como también las variables mediadoras que puedan estar interviniendo en el proceso de toma de decisiones de estas mujeres. A lo largo de este artículo se pasará a exponer, en primer lugar, la definición del problema, las teorías explicativas, las reacciones psicológicas y déficit más conocidos de las víctimas, como también algunas variables psicosociales que medían en el proceso de toma de decisiones de las mujeres maltratadas.
The purpose of this article is to communicate to its readers a general view of the problems experienced by the battered woman, and to show some vulnerability variables and some mediating variables that could affect those women in their decision making process. First, a definition of the problem is presented, and afterwards the main explaining theories, the psychological ways of reacting, the more common deficits of the victims, as well as some psycho-social variables that mediate in the decision making process are exposed.
Mujeres maltratadas, conceptualización, Evaluación, déficit, reacciones psicológicas, variables mediadoras.
Battered Women, Concept, Assessment, psychological reactions, mediating variables.
El maltrato de la mujer en su relación de pareja ha sido y continúa desgraciadamente aún, siendo considerado en nuestra sociedad como una cuestión privada. Muchas investigaciones nos revelaron a partir de los años setenta que la violencia que sufren un alto porcentaje de mujeres en el mundo, ha estado por mucho tiempo despenalizada, ha sido ignorada o tratada de una manera ineficaz por los sistemas judiciales, sanitarios y sociales. Una de las variables que nos señalan su gravedad son sus índices de incidencia (núm. de nuevos casos en un período específico) y prevalencia (núm. total de casos en la población en un determinado momento). Solamente en España en el año 1991 se presentaron 15.462 denuncias por malos tratos (Ministerio de Asuntos Sociales, 1992). En el informe de la Guardia Civil sobre "Lesiones en el ámbito familiar" del mes de marzo de 1992, el dato más significativo que se encontró fue el hecho de que los hombres aparecieran en un 83% como agresores en comparación con sólo un 17% de mujeres agresoras. O' Leary y Arias (1988) señalan lo siguiente en cuanto a prevalencia: 1) aproximadamente de un 20-30% de las mujeres informan haber sufrido maltrato físico de sus parejas en algún momento en su relación; 2) El maltrato físico repetido ocurre en 10% de las parejas; 3) El maltrato físico se da en todos los niveles educacionales, raciales, culturales y económicos, algo mayor en parejas con niveles educacionales más bajos; 4) El maltrato físico aparece más en parejas jóvenes (20-30 años) que en parejas mayores (30-40 o 40-50); Y por último podemos añadir un dato mencionado por Straus y Gelles (1990) que un 16% de las mujeres informa haber sufrido maltrato en el transcurso del último año. Dado que existe la tendencia a no denunciar los malos tratos resulta imposible calcular la cifra exacta de mujeres que sufren maltrato físico, psíquico y sexual por parte de sus compañeros íntimos, Parece ser por lo anteriormente dicho que el maltrato físico, sexual y psicológico dentro de las relaciones íntimas ocurre con mayor frecuencia de lo que la opinión pública cree, dejando por tanto de ser un problema privado para pasar a ser un problema de orden público.
A lo largo de este artículo pretendemos exponer aquellas variables que más sobresalen en las investigaciones sobre la problemática de las mujeres maltratadas y que son de gran relevancia para su comprensión evaluación.
Generalmente se tiende a percibir el maltrato como acciones físicas concretas, las cuales tienen una gran probabilidad de causar daño a la víctima o, por el contrario, se suele pensar en él como una disputa acalorada entre los miembros de una pareja, donde tanto uno como el otro es responsable de la violencia que se desencadena, Para una mejor comprensión de la problemática debemos contar con definiciones que nos indiquen qué puede estar sucediéndole a una mujer de la que sospechamos que es maltratada o que acude a nosotros diciéndonos que está sufriendo maltrato. En primer lugar, debo señalar que aunque a continuación mencione tres tipos de maltrato, se podría afirmar que no existe una clara separación entre ellos y que frecuentemente estos tres coexisten en una situación de maltrato,
Maltrato físico: sería cualquier conducta en la que se observe el uso intencional de la fuerza física contra otra persona, de tal modo que esto encierre riesgo de lesión física, daño o dolor, no importándonos el hecho de que en realidad esta conducta no haya tenido estas consecuencias. Un ejemplo de maltrato físico sería: abofetear, empujar, golpear, dar puñetazos, patadas, torcer un brazo, estrangular, mantener a alguien por la fuerza o por prohibición, utilización de algún objeto para golpear, forzar a que se ingiera una sustancia no deseada y utilizar un arma blanca o de fuego (Dutton, M. A., 1992). En definitiva, maltrato sería un acto cuyo fin o intención sería el causar dolor físico o daño a otra persona. El dolor físico puede oscilar entre el dolor mínimo, como una bofetada, y la muerte en el extremo del continuo (Straus et al. 1980),
Maltrato psicológico: A continuación pasaremos a presentar los seis tipos de maltrato emocional más representativos, los cuales Follingstad et al. (1990) utilizaron en su estudio: 1) ridiculización, amenazas verbales e insultos (ej. Humillación en público); 2) aislamiento tanto social como económico; 3) celos/posesividad; 4) amenazas verbales de maltrato, daño o tortura, dirigidas a ellas como también a los miembros de la familia, niños o incluso a sus amistades; 5) amenazas repetidas de divorcio, de abandono o de tener una aventura con otra mujer; y 6) destrucción o daño a las propiedades personales a las que se les tiene afecto.
Maltrato sexual: Se define como maltrato sexual a cualquier intimidad sexual forzada, no limitándose a la penetración vaginal o penetración anal, incluyéndose también el sexo oral, es decir, sería cualquier relación sexual forzada, bajo amenaza de maltrato o perpetrada cuando la víctima ha estado en un estado de inconsciencia y no ha podido dar su consentimiento por encontrarse severamente drogada, dormida o en cualquier estado de indefensión (Douglas, 1987).
Por consiguiente, podríamos definir como maltrato cualquier acción u omisión, conducta de control o de amenaza, la cual resulte o que con mucha probabilidad pueda resultar en una lesión física, sexual o psicológica.
Finalmente, quisiéramos añadir que en el área de intervención se suele trabajar con la definición de maltrato en los grupos de apoyo para mujeres maltratadas, pero sin perder de vista que el principal objetivo sería la intervención en crisis, es decir, el evitar que estas mujeres continúen en peligro, por lo tanto, la primera prioridad en la intervención sería su seguridad personal. Otro elemento que sirve de mucha ayuda es informarles sobre las leyes que definen el maltrato como un delito, esto las ayuda a entender que nadie tiene derecho a maltratarlas, El maltrato físico y psíquico dentro de las relaciones de pareja está contemplado en el Código Penal español en el artículo 420, en el artículo 425 y en el artículo 583. Por el momento, nuestro Código Penal todavía no contempla la violación dentro del matrimonio, aunque está penada en otros muchos países, como por ejemplo en Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Gales, Austria, etc.
Según Douglas y Strom (1988), es muy importante el no confundir la relación funcional que pueda existir entre la conducta de la mujer maltratada y la de su maltratador. Muchas veces un incidente de maltrato ocurre durante una discusión entre la pareja. Desde una perspectiva cognitivo-conductual, la consecuencia de un episodio es el resultado de las cogniciones que el maltratador tiene, no del episodio en sí mismo. La rabia y la conducta violenta del maltratador puede seguir a cualquier conducta exhibida por la mujer maltratada, pero la conducta del maltratador está funcionalmente relacionada con las cogniciones y emociones que él tiene al respecto. Esto último ayudará también a que las mujeres maltratadas dejen de culparse por la violencia sufrida. Es esencial hacer comprender a las mujeres maltratadas que ellas no son responsables de la violencia y de la rabia exteriorizada por el maltratador.
En este apartado sólo se expondrán muy brevemente las teorías sociológicas que explican las causas de la violencia contra la mujer y la teoría psicológica más conocida que explicaría el ciclo de la violencia dentro del cual la mujer se encuentra y sus posibles reacciones psicológicas ante su situación de maltrato.
Las teorías sociológicas sobre el tema se basan en la premisa de que el maltrato contra las mujeres es algo común en nuestra sociedad. Los sociólogos que trabajan en el tema consideran que el maltrato forma parte de la estructura de poder de nuestra sociedad, donde el hombre posee un papel dominante gracias a la existencia de roles sexuales que marcan y colocan a las mujeres en un status de desigualdad. Dobash y Dobash (1979) consideran que el estado de subordinación en el que se encuentran las mujeres en la mayoría de las sociedades las condiciona a sufrir el abuso de poder ejercido por muchos hombres, quienes hacen uso de la violencia física para poder mantenerlas en esa posición. Según estos autores es necesario considerar el género como una variable indispensable para comprender el maltrato contra la mujer, ya que es un fenómeno social e interpersonal complejo. Existen diferencias alarmantes cuando analizamos los incidentes de violencia doméstica en el contexto cultural, social, político y económico en donde ocurren. Las Naciones Unidas (E/CN.6/1988/6) reconoce que la violencia contra la mujer dentro de la familia es un problema grave, tanto por su magnitud como por sus consecuencias, que afecta a todas las clases, razas, culturas y religiones; y afirman que para erradicar la violencia sería indispensable que en primer lugar desapareciera la desigualdad existente entre el hombre y la mujer en nuestra sociedad.
En un principio las investigaciones iníciales en esta área intentaron encontrar en las víctimas características que explicaran la razón por la cual estas mujeres eran maltratadas y utilizaron el concepto de masoquismo para explicar por qué algunas mujeres no abandonaban estas relaciones de maltrato (Faulk, 1974, Shainess, 1974; Snell, Rosenwald y Robey, 1964). Se ha postulado también que ciertas características femeninas son las causantes de que las mujeres permanezcan dentro de una relación de violencia. Aquí se afirma que las mujeres que permanecen en la relación de maltrato tienen una pobre imagen de sí mismas o una baja autoestima, y que tienen actitudes más tradicionales que las mujeres en general.
Una de las teorías más conocidas ha sido la de Walker (1979), quien utilizó el paradigma del "Ciclo de la Violencia" que consta de tres fases: tensión, explosión y amor o arrepentimiento, para explicar las reacciones de las mujeres ante su situación de maltrato. Esta autora sugirió que la teoría de la Indefensión Aprendida podría dar explicación a este hecho. Siguiendo la teoría de la Indefensión (Seligman, 1975), el maltrato continuo provocaría en las mujeres una percepción cognitiva de que se es incapaz de manejar o resolver la situación por la que se atraviesa; lo cual se tendería a generalizar a situaciones futuras. Este sentimiento de indefensión llevaría a un aumento en depresión, ansiedad y produciría un efecto debilitador en las habilidades de resolución de problemas y, por lo tanto, las incapacitaría para el abandono de la relación de maltrato. La percepción de falta de control es la que causaría los déficit cognitivos, afectivos y motivacionales que caracterizan a las mujeres que se encuentran bajo indefensión. Según esta autora, estas mujeres llegan a un punto en que reconocen que sus respuestas no tendrán ningún impacto sobre su situación de maltrato (no-contingencia), ya que han puesto en práctica diferentes alternativas, ya sea para cambiar su conducta o para cambiar la del agresor y aún así siguen siendo maltratadas. Walker (1979) formuló su teoría llamada "Ciclo de la Violencia", para explicar porqué algunas mujeres no abandonan su situación de maltrato. Según Walker (1984) el ciclo de la violencia constaría de tres fases:
1) Fase de formación de tensión. Aquí se producirían incidentes de maltrato leves, como bofetadas, empujones, abuso verbal y la guerra psicológica. A medida que el ciclo progresa las técnicas que la mujer ha utilizado para aplacar la violencia de su pareja pierden su efectividad, en este momento la tensión se intensifica y el abuso verbal aumenta. Al principio los incidentes (gritos, insultos, humillaciones, etc.) suelen ser aislados y la mujer maltratada tiende a minimizarlos, pues sabe que su compañero es capaz de ser aún más violento y culpa a los factores externos como causantes de la aparición de su conducta violenta. Con el transcurso del tiempo los conflictos no son tan aislados y la mujer as incapaz de restaurar el equilibrio como al inicio, agotada por el estrés evita al maltratador, éste como consecuencia empieza a controlarla más al notar el alejamiento e intenta buscar que ella se enfade. La tensión entre los dos pasa a ser insoportable. Según Walker, muchas mujeres admiten que la angustia que se siente en esta fase es algo desesperante y que muchas provocan el incidente de violencia simplemente para de ese modo sentir algo de control.
2) Fase de Explosión, Aquí la violencia muchas veces se manifiesta con brutalidad, daño físico, llegando incluso hasta causar la muerte de la víctima. En esta fase la mujer no tiene ningún control, sólo el maltratador puede acabar con la violencia, Tanto el inicio del incidente de malos tratos como su fin son impredecibles.
Esta fase se caracteriza por la liberación de toda la tensión creada durante la fase 1. Aquí existe una total falta de control y destructividad. Esta fase es mucho más corta que la primera. Puede durar de dos a 24 horas aunque algunas han admitido haber vivido en terror durante días, una semana o más.
3) Fase de amor o reconciliación, En esta fase la tensión y la violencia desaparecen, ambos experimentan un profundo alivio. En esta fase el maltratador puede que se muestre amable, protector y amoroso con su pareja. Sabe que ha hecho mal y promete no volverlo a hacer nunca más. En esta fase puede que la mujer llegue a creer que esto no volverá a ocurrir y que su amor por él lo hará cambiar.
En esta fase ambos son emocionalmente dependientes el uno del otro. El maltratador afirma sinceramente que no volverá a maltratar a la mujer a quien ama y que podrá llegar a controlarse a partir de ahora. También está seguro que le ha dado una lección y que ella nunca más se comportará de esa forma, por lo tanto no se verá forzado a maltratarla.
Este ciclo, según Walker, tiende a repetirse a lo largo de la relación tendiendo muchas veces a desaparecer la última fase con el transcurso del tiempo.
Walker (1989) señala como variables de vulnerabilidad en las mujeres maltratadas a lo siguiente: 1) Observación o experiencia directa de maltrato en la niñez; 2) Abuso sexual o abusos deshonestos en la infancia o adolescencia; 3) Períodos críticos en los cuales la mujer durante su niñez no haya tenido control contingente (pérdida de los padres, alcoholismo de uno de los padres; 4) Aprendizaje de roles sexuales estereotipados; 5) Problemas de salud o enfermedades crónicas.
Al revisar las investigaciones hechas sobre el tema hemos encontrado las siguientes variables mediadoras que pueden estar afectando al tipo de respuesta que las mujeres dan ante su situación de maltrato. Además intentaremos señalar brevemente lo que se suele hacer en intervención dentro de cada apartado.
Se ha encontrado en muchos estudios que la falta de medios económicos persuade a muchas mujeres a permanecer en la relación de maltrato (Pagelow, 1981; Walker, 1979; Aguirre, 1985; Pfouts, 1978; Strube y Barbor, 1983, 1984). Mitchell y Hodson (1983) encontraron en su estudio que a mayor educación, ingresos y habilidades de trabajo en las mujeres maltratadas, mayor facilidad para acceder a una vida más independiente. Por lo tanto, habilidades instrumentales, como por ejemplo, formación laboral o en administración de los gastos del hogar, serían necesarias aun cuando la mujer maltratada decidiera permanecer en la relación, pues esto les proporcionaría mayor independencia y poder sobre su propia vida. La información sobre sus alternativas legales y sociales ampliaría su abanico de recursos.
Parece ser que la frecuencia y la severidad de los incidentes de malos tratos determinan el tipo de respuestas que las mujeres dan frente a su situación de malos tratos. Mitchell y Hodson (1983) observaron que el aumento en frecuencia y severidad de las agresiones deterioraba la autoestima y hacía que se utilizara mayor cantidad de respuestas de afrontamiento de evitación. Gelles (1976) investigó tres variables que podían influir en la decisión de abandonar la relación de maltrato: a) severidad del maltrato; b) haber experimentado u observado maltrato durante la niñez; c) dificultades como por ejemplo edad, educación, núm. de hijos, etc. Aquellas mujeres que habían sufrido maltrato severo en su relación de pareja tendían a buscar alguna intervención, como el divorcio o la separación. Sorprendentemente, las mujeres que habían abandonado a su pareja no tenían mayor educación, ni mejor empleo o menos hijos que aquellas que permanecían en la relación de maltrato, Esto nos da la idea de que existen otras variables que pueden estar influyendo en el proceso de decisión de estas mujeres. En cuanto a la severidad del maltrato Miller y Porter (1983) encontraron que el incremento en severidad llevaba a las mujeres maltratadas a culparse menos.
Habría que señalar que muchas veces la mujer maltratada intenta convencerse a sí misma y a los demás de que la violencia no volverá a ocurrir con el fin de poder afrontar la situación, es decir tienden a minimizar los incidentes de malos tratos (Ferraro y Johnson, 1983). Es importante, por lo dicho anteriormente que en la intervención las mujeres maltratadas reconozcan que existe la probabilidad de que la violencia recurra, especialmente sí el maltratador no está recibiendo tratamiento psicológico o no ha sido legalmente sancionado por su conducta. La escalada de la violencia aumenta el riesgo de muerte en las mujeres maltratadas. Datos estadísticos nos indican que más de la mitad de los homicidios contra mujeres son perpetrados por sus compañeros actuales o pasados y que, a menudo, suceden después de la separación (Walker, 1989). Browne (1984) (citado en Douglas y Strom, 1988) ha identificado siete factores que nos indicarían el riesgo de muerte: 1) frecuencia de los incidentes violentos; 2) severidad de las lesiones; 3) amenazas de muerte por parte del agresor; 4) abuso de drogas en el hombre; 5) frecuente intoxicación alcohólica en el agresor; 6) amenazas de suicidio por parte del agresor; y 7) amenazas o maltrato sexual. Según Douglas y Strom (1988), el objetivo terapéutico aquí sería ayudarlas a incluir en su sistema de creencias la posibilidad de que la violencia continúe y que con ello aumenta la severidad de las lesiones, llegando a existir un alto riesgo de muerte.
Un modo de que la mujer deje de minimizar su situación sería hacerle marcar en el calendario los días que sufrió los incidentes de malos tratos y anotar el tiempo aproximado que éstos duraron, de esta forma podrá ver claramente si los incidentes han ido aumentando en frecuencia severidad.
En este área se barajan dos tipos de hipótesis:
1) Que las mujeres maltratadas tienen actitudes y un rol más tradicional que las mujeres en general, Mitchell y Hodson (1983), al analizar el efecto mediador del nivel de violencia observaron que aquellas mujeres que tenían actitudes tradicionales hacia su rol, utilizaban estrategias de evitación ante el incremento de la violencia. Walker (1979,1984) encontró que las mujeres que habían experimentado u observado violencia en su familia de origen tendían a desarrollar actitudes más tradicionales hacia el rol de la mujer. Además esto estaba asociado con el tener menos recursos personales, redes de apoyo social restringidas y de escaso apoyo. Los valores tradicionales son los que dictarían las normas o el rol de la mujer como la responsable del hogar y del cuidado de la familia. Este hecho, el cuidar a los demás incluso a costa de sí mismas, las forzaría a permanecer en la relación a pesar del maltrato.
2) Que las mujeres maltratadas tienen actitudes mucho más liberales que las de sus maltratadores, lo que crearía un conflicto de pareja (Rosenbaum y O' Leary, 1981). Recientemente, en el estudio de Alexander, Moore y Alexander III (1991) se analizó cómo el haber experimentado violencia en la infancia afecta a las actitudes hacia el rol sexual, tanto en las mujeres como en los hombres, y también cómo estas actitudes llegan a influir en el proceso de violencia. El haber presenciado violencia marital en la familia de origen hacía que las mujeres tuviesen actitudes más liberales; en cambio este hecho tenía el efecto contrario en los hombres: éstos mostraban actitudes más bien conservadoras. Es decir, el haber presenciado violencia entre los padres modela el tipo de actitudes tanto del niño como de la niña. Estos autores sugieren que una de las causas del maltrato puede ser la discrepancia entre las actitudes liberales de la mujer y las conservadoras del marido.
En cuanto a la primera hipótesis, las mujeres manifestarían aproximadamente lo siguiente: "Mi marido tiene derecho a tomar las decisiones de sí debo trabajar o no, qué hacer en mi tiempo libre y cuándo tener o no relaciones sexuales con él". Las actitudes tradicionales interferirían en la toma de decisiones de las mujeres, por lo tanto, esta variable podría hacerlas más vulnerables (Walker, 1984) y alargar el tiempo de permanencia en la relación.
Según Douglas y Strom (1988) para reestructurar las cogniciones sobre el rol sexual, el primer objetivo en la intervención sería el ayudarlas a reconocer que este sistema de creencias puede estar limitando sus alternativas y que reconozcan su propia autonomía en su toma de decisiones. El definir las limitaciones que le impone el tener un rol tradicional, permitirá que la mujer maltratada centre la atención en su propio bienestar, en vez de centrarse en el de su pareja.
Walker (1979, 1984) encontró que el haber experimentado violencia en la niñez y la falta de contingencia dentro de la relación de maltrato eran variables predictoras de la indefensión en las mujeres maltratadas. Según esta autora, puede que la violencia familiar moldee las actitudes hacia los roles sexuales y que, de algún modo, desalienten a las mujeres a tomar una posición más independiente en el desarrollo de sus redes de apoyo y recursos personales. Mitchell y Hodson (1983) observaron que las mujeres que habían sido expuestas a la violencia en sus familias de origen a medida que la situación de maltrato empeoraba tendían a utilizar más respuestas de evitación. Por el contrarío, las mujeres que no habían sido expuestas a la violencia tendían a hacer más uso de estrategias de afrontamiento activas frente al aumento de la violencia.
Se suele afirmar que las mujeres que han sufrido maltrato en la niñez tienden a buscar relaciones adultas semejantes. En este sentido, Alexander, Moore y Alexander III (1991) encontraron que aquellos hombres que sus padres (no madres) los habían maltratado severamente, manifestaban generalmente una conducta violenta y que esto era una variable predictora de violencia futura. Por otro lado, las mujeres de su estudio, que habían sido maltratadas por sus padres (no madres), no tendían a entrar en relaciones de maltrato. Estos datos coinciden con los de otras investigaciones (Gelles y Cornel, 1985; Walker, 1984; Pagelow, 1981). En este último estudio, las mujeres que habían experimentado violencia durante la niñez permanecieron menos tiempo en la relación de maltrato. Estos resultados contradictorios pueden deberse a diferencias metodológicas, pero desde luego debemos aclarar que haber sufrido maltrato en la niñez no hace que estas mujeres encuentren particularmente difícil responder de modo eficaz ante la violencia que sufren en su relación de pareja.
Como hemos visto ya en los otros apartados, el tipo de respuesta de las redes sociales de apoyo influye en cómo estas mujeres hacen frente a su situación de maltrato, y por lo tanto, en su bienestar psicológico, Además se ha señalado que el tipo de estructura de las redes de apoyo influirá en el tipo de respuesta que reciban las mujeres maltratadas o las mujeres en proceso de separación y divorcio (Mitchell y Hodson, 1993; Lin N., 1991). En cuanto al tipo de respuestas que las redes de apoyo pueden dar, podemos observar que en ciertas ocasiones puede que se le atribuya a la víctima de maltrato responsabilidad causal por la violencia sufrida, caracterizándola como masoquista (Caplan, 1984; Villavicencio y Batista, 1992). Parece ser que cuando nos enfrentamos a un fenómeno o conducta que aparentemente nos parece inusual y que, al parecer, no tiene causas externas, solemos atribuirle a las personas que realizan esa conducta, tendencias internas, es decir, rasgos caracterológicos o características estables de personalidad (Nisbet y Ross, 1980).
Coyne, Wortman y Lehman (1988) afirman que en el proceso de búsqueda de apoyo, la víctima se puede encontrar con otro tipo de atribución de culpa. La persona que busca ayuda se le culpa por fallar en sacarle provecho a la ayuda que se le da y por no dar señales de mejoría. Con el tiempo, el incremento de dependencia del que busca ayuda y su incapacidad para dar ayuda recíproca promueve resentimiento en el que da ayuda y sentimientos de culpa, indefensión y vergüenza por parte del que la busca. Quien ofrece la ayuda presiona a la víctima para que se recupere rápidamente, cuestiona su motivación, actitudes y gratitud por la ayuda que se le proporciona. Finalmente el que provee la ayuda siente que ha invertido mucho para que el otro mejore e interpreta la no mejoría como un agravio personal. Esta falta de progreso le señalaría que su ayuda ha sido deficiente y por lo tanto, que es él el responsable de la falta de progreso del que la solícita. En este estadio se tendería a hacer un "ataque caracteriológico y rechazo". Gottlieb y Wagner (1991) consideran que aquellas personas que se esfuerzan en disminuir el malestar del otro en vez de validarlo se sienten más comprometidas con el cómo los otros resuelven su problema y se deprimen cuando aparentemente fallan en hacer que el otro consiga un cambio, lo cual les hace dudar en interactuar con esta persona en el futuro. A nivel de intervención se podría utilizar el análisis anteriormente expuesto para ayudar a que estas mujeres comprendan, por ejemplo, por qué los amigos que tienen en común con sus parejas tienden a proporcionar poca ayuda, cuando ellas más lo necesitan.
Por último revisaremos algunas reacciones psicológicas que aparecen en las mujeres que han sufrido maltrato, para que cuando tengamos en consulta a una mujer con conflicto de pareja, con una depresión o ansiedad, por ejemplo, sepamos que este tipo de trastornos pueden haberse originado como consecuencia del maltrato. Debemos añadir que suele ser de gran ayuda identificar, con las mujeres maltratadas, las consecuencias psicológicas de la victimización, ya que esto las ayuda a darle un sentido a su conducta, puesto que muchas no suelen comprender por qué reaccionaron de esa determinada manera, y llegan a pensar que están locas o que lo estuvieron en el pasado. En este apartado como en el anterior también se intentará señalar lo que se suele hacer en el área de intervención.
Se ha formulado que una de las variables que caracteriza a las mujeres maltratadas es la pasividad ante el maltrato (Walker, 1979; Telch y Lindquist, 1984; Launius, M. y Lindquist C., 1988). Wethington y Kessler (1991) han señalado últimamente que se puede asociar el perfil "pasivo" con un buen ajuste psicológico frente a situaciones estresantes que llevan a grandes pérdidas, por lo tanto, la eficacia de la pasividad en estas situaciones debe ser considerada seriamente en futuros trabajos. Por otro lado, sin embargo, Pearlin y Schooler (1978) sugirieron con anterioridad otra explicación: dado que algunas situaciones son tan problemáticas y van más allá del control de los individuos es más eficaz el resistir que la acción que generalmente es inútil o a lo mejor peligrosa, ya que disminuye la energía o aumenta la frustración. Esta interpretación es consistente con la conducta que presentan algunas mujeres que sufren maltrato. La pasividad se traduciría en la percepción de incontrolabilidad o en la creencia de que ella no puede hacer nada para controlar su seguridad. En primer lugar hay que aclarar la diferencia entre la idea de "no hay nada que pueda hacer yo para aumentar mí seguridad", de la idea "no hay nada que pueda hacer para poder predecir su violencia". Esto último sí es verdadero, pero no la afirmación anterior. Es importante que la mujer maltratada distinga la diferencia entre estas dos creencias y perciba que ella tiene alternativas legales, por ejemplo, para protegerse.
Se ha podido observar, tanto a nivel clínico como de investigación, que las mujeres maltratadas presentan un alto nivel de ansiedad (Trimpey, M., 1989; Jaffe, P., et al. 1986). Hilberman y Munson (1977-78) estudiaron las respuestas de un grupo de mujeres que habían sufrido un solo episodio de violencia con consecuencias físicas y observaron que las víctimas se comportaban tras el incidente como "si estuvieran siempre en peligro". Esto puede deberse al hecho de que muchas de las mujeres maltratadas continúan conviviendo con los agresores o temen ser agredidas por sus ex compañeros. Muchos autores a partir de la década de los ochenta consideran al "Estrés Postraumático" como un constructo de diagnostico eficaz para poder medir el trauma de victimización que sufren muchas mujeres maltratadas (Janoff-Bulman, 1983; Ochberg, 1988; Dutton-Douglas, 1989; Kemp et al. 1991). Existen una variedad de síntomas en las mujeres maltratadas que están relacionados con la ansiedad, como por ejemplo, trastornos del sueño, respuesta de alarma exagerada, evitación a cualquier estímulo asociado con el trauma, un aumento de ansiedad cuando se enfrenta a cualquier estímulo que le recuerde el trauma, etc. A pesar de que éstos trastornos pueden haber precedido a esta problemática, a menudo reflejan el alto nivel de ansiedad generado por la violencia. Los pensamientos recurrentes y la re-experimentación del trauma mantiene a la mujer maltratada en un nivel de ansiedad bastante elevado. Esto afecta presumiblemente a su proceso de razonamiento. Dado que muchas víctimas experimentan este tipo de síntomas, no hay que sorprenderse si estas mujeres tienen problemas a la hora de tomar decisiones y resolver luego sus problemas.
En el área de intervención, se suele entrenar en relajación, ya que ésta facilita la reducción de los síntomas de ansiedad. Un entrenamiento en defensa personal suele también proporcionarles un sentimiento de control de su seguridad física, reduciendo generalmente los síntomas de miedo y ansiedad. Estas intervenciones se suelen hacer en cuanto la violencia ha desaparecido. Sin embargo, si la violencia continua, la ansiedad y el miedo son reacciones normales frente al peligro. En el caso de presentarse síntomas de estrés postraumático se recomienda derivarlas a un especialista (Dutton, 1992).
Según Walker (1979), la presencia de maltrato continuo llevaría a la percepción de que se es incapaz de afrontar o resolver su situación. Este sentimiento de indefensión crearía un trastorno en las habilidades de resolución de problemas. En el estudio de Claerhout, et al. (1982) se investigó las habilidades de resolución de problemas de las mujeres maltratadas en una zona rural. Estos autores encontraron que las mujeres maltratadas generaban muy pocas alternativas de resolución de problemas ante situaciones de maltrato y que las alternativas que producían eran generalmente ineficaces.
Launius y Jensen (1987) encontraron que las mujeres que habían estado en una situación de maltrato presentaban déficit en las tres habilidades necesarias para una resolución de problemas eficaz: la habilidad para generar un gran número de alternativas o soluciones (brain-storming), la habilidad para generar soluciones eficaces y la habilidad para seleccionar una alternativa eficaz ante un problema. Estos autores encontraron que el déficit en resolución de problemas era más bien general. En un siguiente estudio Launius y Lindquist (1988) volvieron a confirmar estos resultados. Mitchell y Hodson (1983) intentaron analizar si estas mujeres mostraban, como Claerhout, et al., (1982) sugirieron, un déficit general en estrategias de afrontamiento, Para investigar esto, les pidieron a las mujeres de su estudio que puntuaran el grado en que habían utilizado una variedad de respuestas de afrontamiento ante incidencias de no maltrato y de maltrato recientes, Al analizar los resultados se encontraron diferencias significativas entre las estrategias de afrontamiento frente a incidentes de maltrato vs. no maltrato. Estas mujeres respondían particularmente en incidentes de no maltrato con estrategias conductualmente más activas. Esto nos sugiere que el patrón ineficaz mostrado por las mujeres que sufren maltrato en otros estudios puede no representar adecuadamente el cómo ellas generalmente hacen frente a los problemas. Debemos de reflexionar y pensar que tanto las mujeres que se enfrentan a una situación de maltrato, como aquellas que se enfrentan a un grave conflicto marital (sin agresiones físicas) deben tomar no una, sino muchas decisiones (cambio de domicilio, nuevo trabajo, pérdida de amistades, abogados, demandas, etc.). Además se tiene que tener en cuenta que la decisión de permanecer o abandonar al maltratador puede cambiar con el tiempo. Creemos al igual que Strube y Barbor (1988), que esta decisión es de tipo "racional" y que se basa en un análisis de la Información" disponible. Estas decisiones pueden parecer un tanto "anormales", pero no siguen un proceso patológico. En este apartado se suele introducir técnicas de toma de decisiones y de resolución de problemas. La meta de esta intervención es ayudarlas a tomar sus propias decisiones, estando muy bien informadas.
Muchas investigaciones afirman que el maltrato físico y psicológico disminuye la autoestima de las mujeres maltratadas, es decir, aumenta las creencias de autoevaluación negativa, disminuyendo esto su capacidad para poder afrontar adecuadamente la situación de maltrato (Walker, 1. 1979; Campbell, J., 1989; Trimpey, M., 1989; Hotaling y Sugarman, 1990). Cada agresión hará más difícil que la mujer pueda sentirse valiosa, competente. Otro factor que afecta es el hecho de que las mujeres maltratadas han entrado voluntariamente en la relación y que se encuentran unidas emocionalmente a sus parejas mucho antes de la aparición de los malos tratos, Cuando la persona que ella ha elegido convivir la maltrata, esto pone en entredicho su capacidad para elegir relaciones adecuadas.
También el tipo de atribuciones (Abramson y col. 1978; Janoff-Bulman, 1979) que la mujer maltratada haga con relación a su situación, afectará o no a su autoestima. Por ejemplo, sí se culpa (atribución interna) por los resultados negativos no controlables, aparecería un decremento en su autoestima (Abramson et al. 1978). Janoff-Bulman (1979) añade otra dimensión y sugiere que si la culpa se dirige a la propia conducta ("cometí un error"), esto no traerá un déficit en la autoestima, ya que se percibe la "conducta" como algo manejable, cambiable y controlable. Por el contrario, sí la culpa se dirige al propio carácter ("soy una tonta"), esto sí traerá consigo déficit, ya que el "carácter" por definición algo fijo, estable y de difícil control. Tenemos también que señalar que la autoestima puede verse tanto como un factor que aumenta la vulnerabilidad para responder a la violencia que se sufre o como una consecuencia directa de la violencia (Walker, 1984).
A pesar de que la violencia física ha sido más señalada en las investigaciones sobre maltrato, se afirma que el maltrato psicológico se percibe como más doloroso que el maltrato físico (Follingstad, 1990). El maltrato emocional tiene aparentemente una función de control y va disminuyendo progresivamente la autoestima de las víctimas. El daño que sufre la autoestima de las mujeres maltratadas se asemeja al de otro tipo de víctimas, como por ejemplo: víctimas de violación, secuestros, desastres ecológicos, personas indefensas, etc.
En el área de intervención es esencial que la mujer maltratada rechace el sentirse responsable por la violencia que sufre. Mientras ella asuma la responsabilidad de la violencia o de la rabia, continuará buscando en sí misma la solución, por ejemplo intentando cambiar para que el maltratador no la siga agrediendo. La mujer maltratado debe reconocer que ni ella, ni su terapeuta y tampoco su abogado pueden controlar la conducta del maltratador, sólo el propio maltratador puede hacerlo y esto no se logra sin una intervención multidisciplinar, tanto psicológica como legal (Douglas, 1987). También se trabaja con técnicas de autocuidado y técnicas específicas para mejorar la autoestima en mujeres.
Parece ser que la depresión es una de las categorías de diagnóstico que mejor representa a la población de mujeres maltratadas (Walker, L., 1979; Hilberman y Munson, 1977-1978; Jaffe, P., et a 1. 1986; Campbell 1, J., 1989). Frieze (1979) encontró, en su investigación sobre atribuciones, que aquellas mujeres que percibían la causa del maltrato como estable tendían con mayor probabilidad a estar deprimidas y en estado de indefensión, debido a la creencia de que su situación no cambiaría. En el estudio de Mitchell y Hodson (1983) se observó que el nivel de violencia y las estrategias de afrontamiento estaban altamente relacionados con las medidas de depresión. Estos autores encontraron, como esperaban, que la depresión estaba relacionada con la falta de recursos personales, con el haber recibido poca ayuda por parte de las instituciones, como también, por haber observado en los amigos respuestas de evitación al solicitar ayuda. Finalmente, se puede señalar que las mujeres cuyas redes de apoyo no coincidían con las de sus maridos mostraban menor depresión. Otro dato muy significativo es que la depresión no sólo puede aparecer en las mujeres que permanecen en la relación, sino que también aparece, muchas veces con mayor intensidad, en aquellas que ya han abandonado la relación. Estas últimas presentan en algunos estudios índices de depresión aún más altos (Andrews y Brown, 1988; Walker, 1984). Recientemente, Andrews y Brewin (1990) encontraron que la atribución de culpa caracteriológica estaba altamente relacionada con haber experimentado maltrato o haber sufrido una violación en la niñez y que se presentaba un alto índice de depresión una vez abandonada la relación de pareja donde aparecía maltrato. Por el contrario, estas autoras no pudieron encontrar relación entre la atribución de culpa caracteriológica y la depresión en aquellas mujeres que continuaban en la relación, Andrews y Brewin consideran que puede que la depresión sea realmente consecuencia de la frecuencia y severidad del maltrato que sufren, independientemente del tipo de atribuciones que se hagan, y que el hecho de que la depresión persista tras la separación de la pareja puede explicarse por otros factores más bien sociales, como por ejemplo, la falta de recursos económicos o también por la pérdida o deterioro de las redes de apoyo social que se tenían durante la relación. Generalmente, para disminuir la depresión se utilizan estrategias cognitivo-conductuales, donde la mujer aprende que ella misma puede realizar cosas que le proporcionen placer, sin "pedirle permiso a nadie para ello".
la falta de asertividad es una de las características que con mayor frecuencia aparece en las mujeres maltratadas (Rosenbaum y O' Leary, 1981; Telch y Lindquist, 1984; Launius y Lindquist, 1988; O' Leary y Curley, 1986; Morrison, Van Hasselt y Bellak, 1987). En el estudio de Rosenbaum y O' Leary (1981) se utilizaron dos tipos de medidas de asertividad, una general y otra específica (en la pareja). De los cuatro grupos estudiados (mujeres maltratadas, en terapia individual; mujeres maltratadas, en terapia de pareja; mujeres con conflicto de pareja no violentos y mujeres satisfactoriamente casadas), las mujeres maltratadas en este estudio mostraron un índice de asertividad significativamente menor en ambas medidas, que las que estaban satisfactoriamente casadas. Morrison, et al. (1987) evaluaron la asertividad en parejas donde aparecía maltrato contra la mujer, Sus resultados indicaron que aquellas mujeres que sufrían maltrato se mostraban más complacientes que el grupo de las satisfactoriamente casadas, pero no diferían significativa mente del grupo que presentaba conflicto marital. Como ha indicado O' Leary et al. (1985), la falta de asertividad generalmente en las mujeres maltratadas es más bien una respuesta adaptativa ante su situación de maltrato, aunque puede que hayan podido haber entrado en la relación ya con un déficit, El no mostrarse complacientes con sus compañeros podría ponerlas en peligro de sufrir maltrato físico aún más severo. Estos autores encontraron que las mujeres consideraban la conducta asertiva y los desacuerdos como un factor desencadenante de maltrato físico.
Algunos investigadores afirman que las mujeres maltratadas suelen a menudo negar sus sentimientos de rabia (Hilberman y Munson, 1977-1978) y que difícilmente la llegan a expresar, incluso inmediatamente después de haber sido maltratadas (Bergman, et al., 1988). Por el contrario, generalmente informan sentimientos de miedo, lástima o amor por el agresor (Dutton y Painter, 1981). Carmen, E., et al. (1984) explican que la mujer maltratada generalmente no manifiesta rabia contra el agresor debido a que percibe que esta emoción puede ser muy peligrosa e incontrolable, por lo que la dirige contra sí misma, Estos autores encontraron que un 66 % de las mujeres maltratadas informaban introyectar su rabia, por ejemplo, con un estilo pasivo, sobrecontrolado, mientras que solo un 22% informó dirigir su rabia de una manera más abierta y activa, Existe el riesgo de que la mujer exteriorice su rabia y termine acabando con la vida de¡ maltratador (Walker, 1989). Si no se hace una intervención eficaz, la mujer maltratada puede permanecer con mucha rabia durante un buen período de tiempo. Es importante que la mujer maltratada reconozca la ira, la clasifique como tal y la exprese de modo eficaz. Es necesario para esto un ambiente seguro, para disminuir el miedo que generalmente sienten a futuras agresiones.
A partir de todo lo expuesto esperamos haber podido motivar a nuestros lectores a seguir investigando en el tema, ya que lamentablemente no se ha podido abarcar todo lo que hubiéramos querido. Deseamos haber, en cierto modo, contribuido a esclarecer algunas de las dudas que se les hayan presentado en su ejercicio profesional o haber incentivado a seguir investigando y escribiendo sobre el tema, para que de ese modo se conozca más sobre la problemática y para que los profesionales interesados en trabajar con estas mujeres sean capaces de ayudarlas a recuperar su bienestar psicológico deteriorado por la relación de maltrato en que se encontraron.