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SOBRE LA PRACTICA

El fin del análisis de niños (1)
The end of child analysis

 

Silvia TUBERT(*)


RESUMEN

ABSTRACT

PALABRAS CLAVE

KEY WORDS

REFERENCIAS


RESUMEN

La consideración de los problemas relativos al fin del análisis no se limita o la cuestión técnica sino que nos exige una reflexión sobre todo lo que está en juego en el tratamiento psicoanalítico: la delimitación o definición de su propio campo y de sus propósitos, sus alcances y limitaciones; la diferenciación entre el fin en el sentido temporal (es decir, el momento en que termina) y en el sentido de acabamiento o perfección.

Más allá de la variedad de las teorías que sustentan diferentes psicoanalistas (Freud, Klein, Winnicott, Lacan), sus relatos de historiales clínicos de niños nos permiten aprehender aquello que está en juego en el análisis de niños y concebir su terminación como momento de resolución y de apertura.

ABSTRACT

The study of the problems about the end of an analysis can't be limited to the technical aspect of the question but requires a theoretical consideration of all that belongs to the essence of the psychoanalytic treatment: the delimitation or definition of its own field and its purposes; its possibilities and limits, the differentiation between the end in a temporal sense (that is, the moment when it finishes) and in the sense of completion or perfection.

Beyond the variety of theories supported by different psychoanalysts (Freud, Klein, Winnicott, Lacan), their clinical histories of children allow us to perceive what is at stake in child analysis and to conceive of its end as a moment of resolution and opening.

PALABRAS CLAVE

Análisis de niños. Fin del análisis. Análisis terminable e interminable. Síntoma. Transferencia. Sublimación.

KEY WORDS

Child Analysis, End of analysis. Terminable and Interminable Analysis. Symptom. Transfert. Sublimation.


Ponencia presentada en las Jornadas Monográficas sobre "El final del tratamiento en el análisis de niños", Instituto de Psicoterapia del Niño y del Adolescente, 6-3-1993.
(*) Psicoanalista, Doctora en Psicología..


1. Me gustaría dar comienzo a estas reflexiones acerca del fin del análisis con una breve observación terminológica, necesaria en razón de la ambigüedad del concepto.

El nombre fin deriva del latín finis, que significa: 1, Fin, límite, frontera (de un campo, país o territorio),- 2. Fin, cesación, término (cesar de hablar, por ejemplo); 3. Término, punto final, muerte (la desembocadura de un río); 4. Meta (hasta dónde se llega efectivamente: el agua llega hasta la rodilla); 5. Finalidad, mira, objeto, propósito (equivalente al griego télos); 6. Definición, delimitación, explicación (finitio, finitionis) (Segura Munguía, 1985).

Lalande recoge esta multiplicidad de sentidos al sistematizar la utilización filosófica del término fin: 1. La cesación, el término, el punto en que uno se detiene; 2. El acabamiento y, por consiguiente, la perfección de lo que se quería realizar,- 3. La cosa misma, el objeto que se quiere realizar; 4. La idea del objeto, la intención; 5. El sentido en el que una tendencia es dirigida; 6. El destino o la destinación de un ser (finalidad) Lalande, 1953).

Esta riqueza semántica da cuenta de la polisemia de la frase el fin del análisis. Habremos de tener presente, entonces, en la consideración de esta cuestión, el sentido temporal del fin del análisis en su doble acepción: el momento en que cesa, por un lado, y su terminación, el punto final, por otro; el sentido teleológico: su finalidad, su objetivo, aquello a lo que tiende; la delimitación del campo analítico, tanto en lo que respecta al establecimiento de sus límites como a su definición; y, por último, su calidad de factor del análisis: los efectos de determinación que el fin, en todos los sentidos mencionados, ejerce sobre el proceso analítico mismo. En efecto, es sólo a partir del fin del análisis que podemos intentar comprender a posteriori (nachträglich) -o más bien construir- su sentido.

II. En su artículo "Análisis terminable e interminable". Freud (1937) se pregunta sí es posible acabar, concluir un análisis, si existe un fin natural del análisis, El vocablo alemán Ende también es polisémico, y abarca un espectro semántico que se extiende desde el fin temporal, a través de la noción de terminación, completamiento, conclusión, hasta la idea de resultado, Freud considera los dos sentidos básicos del término fin: como opuesto a comienzo y como opuesto a medio:

1. En un sentido práctico, el fin del análisis se refiere al momento en que paciente y analista dejan de encontrarse. Esto se produce cuando se dan dos condiciones: que el paciente no sufra ya de sus síntomas y haya superado su angustia y sus inhibiciones, y que el analista juzgue que se ha hecho consciente tanto de lo reprimido, que se ha explicado tanto de lo incomprensible y se han dominado tantas resistencias internas, que ya no hay que temer la repetición de los procesos patológicos correspondientes. Sí determinadas dificultades externas impiden alcanzar esta finalidad (y ya nos hemos deslizado de Ende a Ziel) dice Freud, es mejor hablar de incompleto (unvollständig) que de inacabado (unvollendet).

2. El segundo sentido corresponde al interrogante de si el análisis ha tenido una influencia tal sobre el paciente que una prolongación del análisis no podría prometer ningún otro cambio, como si se pudiera obtener mediante el análisis un nivel de normalidad psíquica absoluta, que podría mantenerse estable; como sí se hubiera logrado resolver todas las represiones y llenar todas las lagunas de su memoria. Freud sugiere preguntar a la experiencia si algo así sucede, y a la teoría sí ello es posible.

La experiencia nos indica que todo analista ha tratado algunos casos con un resultado satisfactorio: se ha dominado la perturbación neurótica, ésta no ha reaparecido ni ha sido sustituida por ninguna otra. De este modo, la finalidad terapéutica consistiría en agotar radicalmente las posibilidades de enfermar y provocar una transformación profunda de la persona. Pero el interés por las alteraciones cualitativas no debe hacernos descuidar el factor cuantitativo: en el mundo real las transiciones y estados intermedios son mucho más comunes que los estados radicalmente opuestos, claramente diferenciados. Así, si es imposible hablar de salud enfermedad o de una normalidad absoluta, los procesos de cambio sólo podrán ser más o menos incompletos, sólo podrán ser modificaciones parciales. Podemos observar, entonces, que en este punto se separan las nociones del fin temporal del análisis y del completamiento que supondría su perfección, al cual sólo sería posible aproximarnos asintoticamente.

Las variables resultadas de la terapia psicoanalítica se explican porque el propósito de sustituir las represiones permeables (undicht) por un dominio confiable del yo no siempre se logra de una manera completa: logramos la transformación, pero a menudo sólo parcialmente; parte de los viejos mecanismos permanecen intactos tras el trabajo analítico, En ello interviene el factor cuantitativo: el resultado final depende siempre de la fuerza relativa de las instancias que luchan entre sí. Luego, el fin del análisis como perfección es inalcanzable; no es posible proteger completamente al paciente contra la reaparición del conflicto que se ha resuelto en el análisis.

Como vemos, Freud está tratando de definir las posibilidades del análisis, de establecer sus límites. El límite siguiente se plantea al formular la pregunta de sí es posible, al analizar un conflicto pulsional, proteger al paciente de conflictos futuros, lo que requeriría evocar un conflicto no manifiesto en el momento del análisis, con una finalidad preventiva. La respuesta de Freud es que es imposible convertir un conflicto futuro en un conflicto actual para poder influir en él: si un conflicto pulsional no es actual, no se expresa, no podemos influir en él mediante el análisis. Provocar el conflicto artificialmente es una crueldad, y hablarle al paciente de ello es tan ineficaz como leer un trabajo psicoanalítico: el lector resulta estimulado sólo por los pasajes que se aplican a él mismo, es decir, que conciernen a conflictos activos en él en ese momento; lo demás lo deja frío.

Freud considera que hay tres factores que inciden en los resultados de la terapia psicoanalítica: la etiología traumática, la fuerza relativa de las pulsiones y las modificaciones del yo. Los casos en que el análisis ha resultado más exitoso son aquellos en que el yo del paciente no estaba notablemente alterado y la etiología de su trastorno era esencialmente traumática. La etiología de todos los trastornos neuróticos es, por cierto, mixta: las pulsiones son demasiado intensas y se resisten a ser dominadas por el yo, o se han producido traumas muy tempranos que el yo inmaduro no pudo dominar. En general ambos factores, el constitucional y el accidental, actúan conjuntamente, Cuanto más fuerte es el primero, más pronto conducirá un trauma a la fijación, dejando detrás de sí una perturbación del desarrollo; cuanto más fuerte sea el trauma, con mayor seguridad se manifestará su daño aún cuando las magnitudes pulsionales sean normales, No hay duda de que la etiología traumática ofrece las condiciones más adecuadas para el análisis; es en los casos predominantemente traumáticos donde el análisis dará sus mejores resultados.

La fuerza de las pulsiones y la alteración desfavorable del yo producida en su lucha defensiva, de la que resulta dislocado y restringido, son los factores desfavorables para la eficacia del análisis y pueden hacerlo inacabable. El factor cuantitativo de la fuerza pulsional se opuso en su momento al esfuerzo defensivo del yo y se opone igualmente al trabajo analítico. Sí la fuerza de las pulsiones es excesiva el yo, a pesar de la ayuda del análisis, fracasará en su tarea; aunque el control de las pulsiones mejore, no será completo porque la transformación del mecanismo defensivo tampoco lo es. El resultado final dependerá siempre de la proporción relativa de las instancias en conflicto.

Con respecto a la alteración del yo, Freud afirma que en la situación analítica nos aliamos con el yo del paciente para dominar parte de su ello de manera que entre en la síntesis del yo. El hecho de que éste no pueda llevarse a cabo con el psicótico pone de manifiesto que para hacer un pacto con el yo, éste debe ser normal. Pero un yo normal es, como la normalidad en general, una ficción ideal. El normal es sólo en promedio normal; su yo se aproxima al del psicótico en uno u otro rasgo. En la neurosis, el yo se ha alterado por la utilización de mecanismos defensivos empleados tempranamente para la eliminación del displacer mediante la huida y la evitación de las situaciones de peligro externo y la falsificación de su percepción interna, de manera que queda paralizado por sus restricciones o cegado por sus errores. Es cierto que los mecanismos de defensa sirven para alejar los peligros, pero ellos mismos también se convierten en peligros, en tanto se hace necesario un gasto dinámico para mantenerlos y presuponen la restricción del yo. Cuando dejan de ser necesarios, quedan fijados en el yo, que entonces se defiende de peligros que ya no existen en la realidad y busca situaciones que sirvan como sustitutivas del peligro primitivo para poder justificar el mantenimiento de sus modos habituales de reacción. De este modo, debilitan al yo y lo alienan del mundo externo, facilitando el camino a la neurosis. En el análisis, el paciente repite estos modos de defensa, que aparecen ahora como resistencias. El resultado terapéutico depende de que se haga consciente lo reprimido; preparamos el camino para este hacer consciente mediante interpretaciones y construcciones, pero interpretamos sólo para nosotros y no para el analizado mientras el yo persiste en sus defensas y no abandona sus resistencias. Aunque pertenezcan al yo, esas resistencias son inconscientes. De este modo, hay una resistencia contra el descubrimiento de las resistencias; éstas afectan no sólo al descubrimiento del ello sino también al análisis como un todo y, por lo tanto, a la curación. El resultado del tratamiento psicoanalítico depende esencialmente de la fuerza y profundidad de las raíces de esas defensas que han dado lugar a la alteración del yo, entendida como la desviación de la ficción de un yo normal que garantizaría una inquebrantable lealtad al trabajo analítico.

Freud considera finalmente otro factor que influye en el progreso del tratamiento analítico y que, por lo tanto, condiciona también sus límites (es decir, su fin): se trata de la singularidad del analista, que puede dificultar el análisis a la manera de las resistencias. La relación analítica está basada en el amor a la verdad, en el reconocimiento de la realidad, y excluye toda mentira y engaño. Esto supone una exigencia de salud, normalidad y superioridad moral que convierten al psicoanálisis en una profesión imposible, cuyos resultados no podrán ser nunca absolutamente satisfactorios. A la exigencia del análisis personal del analista se añade la conveniencia de realizar un reanálisis cada cinco años, lo que también lo define como una tarea interminable.

Pero si bien no podemos decir que el análisis sea una tarea que nunca termina, es preciso reconocer que la terminación de un análisis es una cuestión que concierne a la práctica. En ella encontramos un tema que proporciona un trabajo desmesurado: el complejo de castración, el enigma de la diferencia de los sexos, que nunca se logra elaborar cabalmente. Esto es así porque para lo psíquico lo biológico desempeña el papel de la roca viva subyacente y, en consecuencia, de lo que impone un límite irreductible al trabajo analítico.

Luego, sí bien el análisis, en el sentido práctico, es finito, tiene un límite temporal, finaliza en un momento dado, desde el punto de vista de su definición o delimitación sólo puede entenderse como infinito, en tanto no tiene ni puede tener fin ni término. Como en el análisis de un sueño, debemos detenernos cuando llegamos al ombligo que lo une a lo desconocido.

III. El primer historial psicoanalítico de un niño corresponde al caso del pequeño Hans. Quien llevó a cabo el tratamiento no fue Freud sino el padre del paciente, aunque Freud lo supervisó e intervino personalmente en una ocasión en que mantuvo una entrevista con el niño (Freud, 1909). En este texto Freud expone una serie de observaciones sumamente interesantes para el tema que nos ocupa.

Aunque las notas sobre la evolución libidinal de Hans se inician cuando éste tiene tres años y medio, la historia de su neurosis, centrada en el miedo a los caballos, comienza a los cuatro años y nueve meses, con un sueño de angustia en el que la madre se va. Freud considera que se trata de un sueño de castigo y de represión de sus deseos libidinales hacía la madre: la angustia, en este momento del desarrollo de la teoría freudiano, corresponde a un deseo erótico reprimido. La angustia actual se basa, por un lado, en el placer pretérito habido junto a la madre y, por otro, en la sensación penosa de que su órgano genital es pequeño, defecto que los animales grandes ponen en primer plano. De este modo, Hans teme al caballo porque representa su interés por la sexualidad, que le han prohibido y está reprimiendo.

Por razones de tiempo no puedo detenerme en los detalles de la historia clínica y he de limitarme a realizar algunos comentarios referentes al campo específico del análisis de niños, sus fines y sus alcances.

Cuando padre e hijo acuden a la consulta de Freud, éste centra su intervención en el complejo de Edipo y la angustia de castración: Hans teme a su padre precisamente porque quiere tanto a la madre y piensa que aquél habrá de castigarlo; pero eso no es verdad, el padre lo quiere, puede confesarle todo sin temor. Hace tiempo, antes de que él viniera al mundo, ya sabía Freud que iba a nacer un pequeño Hans que querría tanto a su madre que, por ello, temería al padre. ¿Cuál es el efecto de esta interpretación? Si bien no interrumpe inmediatamente la fobia, da la posibilidad de que las producciones inconscientes del niño se expresen, y será el hecho de manifestarlas, de formularlas, de enunciarlas, lo que hará posible que su fobia se liquide.

Esto nos permite enunciar una primera precisión con respecto al fin del análisis, al menos en un sentido negativo: en efecto, el hecho de que haya un fin del análisis no quiere decir que la dirección de la cura suponga orientar el análisis hacia una finalidad determinada. Dice Freud, refiriéndose al momento del tratamiento en que se pone de manifiesto el "complejo de la defecación": "El padre pregunta demasiado e investiga según sus propios propósitos, en lugar de dejar que el pequeño se exprese. Por ello el análisis se torna opaco e inseguro. Hans sigue su propio camino, y no produce nada cuando se intenta apartarlo de él ( ... ). Al lector que aún no ha realizado ningún análisis por sí mismo, sólo puedo darle el consejo de que no quiera entender todo de inmediato, sino que preste a todo lo que surge una atención imparcial y espere lo que ha de venir después". El analista, entonces, ha de abandonar todo propósito, toda intención de alcanzar un fin determinado; la atención flotante no es otra cosa que la capacidad de escuchar las producciones inconscientes que se enuncian a través de la asociación libre. Recordemos que, para Freud, la asociación libre sólo es libre en apariencia, ya que al abandonar las representaciones finales, intencionales, preconscientes, la cadena asociativo quedará determinada por representaciones finales inconscientes. De este modo, el fin del análisis coincide con aquello en lo que consiste el análisis y que habrá de conducir también a su desenlace: "Sin embargo, no es el éxito terapéutico lo que pretendemos en primer término, sino que queremos poner al paciente en la situación de reconocer conscientemente sus deseos inconscientes, Para lograrlo, sobre la base de las indicaciones que nos hace, con ayuda de nuestro arte interpretativo, traemos a su consciencia el complejo inconsciente con nuestras palabras. La similitud entre lo que ha escuchado y lo que busca, que quiere alcanzar la consciencia a pesar de todas las resistencias, lo pone en condiciones de encontrar lo inconsciente. El médico está un paso adelante del paciente en la comprensión; el paciente le sigue por su propio camino, hasta que se encuentran en el punto indicado".

Ahora podemos hacer una segunda precisión, esta vez positiva: el paciente sigue su propio camino asociativo; en el caso de Hans, como en todo análisis de niños, a través de una secuencia de juegos y fantasías (fantasía del fontanero, de los viajes a Gmunden, donde pasaba la familia sus vocaciones, del viaje en tren, juego con la muñeca de goma, etc.). Estas fantasías se repiten, aunque no siempre de la misma manera, sino con variaciones, sustituciones, permutaciones, que dan cuenta de un verdadero proceso de elaboración, a través del cual el niño pasa de la captura imaginaria en las experiencias traumáticas a la posibilidad de simbolizarlas. Así, por ejemplo, en el momento en que Freud observa que el análisis se hace opaco e inseguro, aparecen simultáneamente el miedo a la bañera (a caer en ella como castigo por el deseo de muerte hacia la hermana), la asociación de la representación del caballo que alborota con las patas al caer, con las cacas que caen al inodoro, y el rechazo a los viajes a Gmunden. Los enlaces entre estas fantasías, recuerdos y asociaciones no son evidentes, y ahora Freud nos muestra que no siempre el médico va por delante del paciente en la comprensión: Tara entender lo que emerge del inconsciente no recurriremos a la ayuda de lo precedente sino de lo que habrá de venir después", En efecto, el tema de Hanna, la hermana, sustituye al tema de las cacas; del complejo de la defecación de Hans pasa al complejo de la hermana y del embarazo. Elabora así una ecuación simbólica entre los carros de mudanzas (el miedo a que un caballo lo muerda se transformó en el miedo a que un caballo se caiga, y en especial los caballos que tiran de carros pesadamente cargados), las cajas con niños que trae la cigüeña, los vientres cargados de heces y el vientre de la madre embarazada. Esta sucesión de fantasías no supone una mera repetición de determinados temas, sino desarrollos progresivos desde un tímido indicio hasta una claridad plenamente consciente y libre de toda deformación.

Este proceso de simbolización, de construcción de teorías sexuales, se había iniciado con la fantasía del fontanero, en su primera versión: "Estoy en la bañera, entonces viene el fontanero y la desatornilla. El coge un gran taladro y me lo clava en la barriga. Freud la interpreta como una fantasía de concepción, asociada al juego en que Hans mete un cortaplumas dentro de una muñeca de goma y, desgarrándole los pies, lo hace caer por la brecha que ha abierto. Pero el tema de la concepción conduce a Hans a la cuestión de la diferencia de los sexos y sus papeles respectivos en la reproducción, Freud había sugerido al padre del pequeño paciente que se le diera una información sexual adecuada, pero no se trata de un problema que se pueda resolver "por indicación médica": no es por desconocimiento que el padre no cumple la indicación del maestro, sino por su propia neurosis: cuando su padre le informa de que sólo las mujeres pueden tener niños, y Hans replica que, sin embargo, él es también de su papá, el primero responde: "Pero mamá te trajo al mundo. Entonces, eres de mamá y mío". Aunque reivindica que Hans es de ambos progenitores, insiste en que es mamá quien lo trajo al mundo, borrando su propio papel en la concepción, Y con respecto a Hanna, afirma que es de Hans, de mamá y suya, colocando al hijo en la misma posición que los padres y borrando también la distancia generacional. Sí en el análisis de niños han de comprometerse los padres, nuestra intervención no será, evidentemente, de tipo educativo.

Sin embargo, a pesar de que la fantasía de tener niños supone tanto ser mamá como ser papá para tener muchos niños con ella, la fantasía del fontanero sufre una transformación que nos lleva del tema de la concepción a la del sexo de Hans: "Ha venido el fontanero y con unas tenazas me quitó el pompis y luego me dio otro, y luego el pipí. Dijo: enséñame el pompis y me tuve que dar vuelta y me lo quitó, y luego dijo: enséñame el pipí". Esta nueva versión implica, para Freud, un dominio de la angustia procedente del complejo de castración y la transformación de una expectativa penosa en otra feliz: el médico, el fontanero, le quita el pene, pero para ponerle otro nuevo.

Una fantasía final, triunfal, reúne todos los deseos eróticos, tanto los que surgen de la fase autoerótica como los relacionados con el amor al objeto: Hans está casado con una hermosa madre y tiene innumerables niños, en tanto el padre está casado con su propia madre, la abuela de Hans. Freud observa que el niño ha corregido lo inadmisible, el deseo de dar muerte al padre, pero debemos notar que no ha corregido el deseo incestuoso, igualmente inadmisible.

Como consecuencia del análisis Hans recobra la salud, no se asusta de los caballos y trata a su padre con más familiaridad. Freud observa que el análisis no destruye el resultado de la represión; las pulsiones que antes estaban suprimidas, permanecen suprimidas, pero alcanzan ese resultado por otro camino, al sustituir el proceso de la represión (automático y excesivo) por el dominio mesurado e intencional con ayuda de las instancias anímicas más elevadas: sustituye la represión por la condena (preconsciente). Pero Freud habría dado a Hans una explicación más, que los padres silenciaron: habría confirmado su presentimiento pulsional, explicando la existencia de la vagina y del coito, de modo que el resto no resuelto se redujera un poco y acabara con un impulso a preguntar, apaciguándose hasta que su deseo de ser grande se pudiera realizar, La propuesta de Freud remite a la cabal estructuración del Edipo como articulación de la diferencia de los sexos y de las generaciones, que en la familia de Hans no estaban claramente establecidas, de manera que resultaba imposible fundar consecuentemente la prohibición del incesto.

Freud habla de reducir el resto no resuelto porque, páginas antes, había aludido a la imposibilidad de completar totalmente un análisis, al referirse al desconocimiento del papel del padre en la procreación: Por lo demás, dejemos que nuestro pequeño investigador experimente tempranamente que todo saber es fragmentario y que en cada grado queda un resto sin resolver. Así, damos fin a un análisis sin haberlo finalizado plenamente; todo análisis es necesariamente fragmentario; siempre habrá de persistir algo no resuelto, algo que no se ha llegado a saber, pero no sólo del lado del pequeño investigador que es el paciente, sino también, y es importante tenerlo presente, del lado del analista.

Luego, podemos decir que el final del tratamiento de un niño no es, estrictamente hablando, un punto de llegada. Por un lado, observamos en el caso de Hans que el niño, libre ya de los síntomas e inhibiciones de los que era presa, puede formularse los interrogantes que los subentendían y elaborar intentos de respuesta a través de su producción fantasmática. Por otro, el pasaje por el Edipo, cuya estructura fallida le es proporcionada por Freud en forma mítica, le permite encontrar un lugar como sujeto de su propio deseo.

IV. Para Melanie Klein el simbolismo es el fundamento de toda sublimación y de todo talento, ya que es a través de la ecuación simbólica que cosas, actividades e intereses se convierten en tema de fantasías libidinales. La angustia ante la pérdida o destrucción de los objetos impulsa al niño a hacer nuevas ecuaciones que constituyen la base de su interés en los nuevos objetos. El simbolismo no sólo constituye el fundamento de toda fantasía y de toda sublimación, sino que sobre él se construye también la relación del sujeto con el mundo exterior y con la realidad en general. Es el fracaso de este proceso lo que determina la enfermedad. Al relatar la historia clínica de Dick Melanie Klein (1930) afirma que lo que ha producido la detención de la actividad de formación de símbolos es el temor al castigo que recibiría por parte del padre por penetrar en el cuerpo de la madre; las defensas contra los impulsos sádicos dirigidos contra el cuerpo de la madre y sus contenidos (impulsos relacionados con fantasías de coito) habían tenido por consecuencia el cese del fantasear y la detención de la formación de símbolos. Ella considera que cuando tuvo acceso al inconsciente del niño y se atenuó la angustia, fueron apareciendo en forma gradual las actividades del juego, las asociaciones verbales y todas las demás formas de representación, junto con un desarrollo del yo que facilitó la labor analítica. Para comprender a qué llama Melanie Klein "acceso al inconsciente" debemos ver someramente cómo procedió en el análisis de este niño. Dick era un niño de cuatro años, cuyo desarrollo intelectual y escaso vocabulario correspondían aproximadamente a los 15 a 18 meses. A diferencia de los niños neuróticos, mostraba una enorme indiferencia a todo y a todos, carecía de afecto, de adaptación a la realidad y de relación emocional con su entorno. No manifestaba angustia, no jugaba, sólo articulaba sonidos ininteligibles, repetía constantemente ciertos ruidos y no tenía casi intereses, excepto los trenes y estaciones, las puertas y picaportes. Por ello, en la primera sesión de análisis, Melanie Klein toma un tren grande, lo coloca junto a uno pequeño y lo designa como "Tren Papá" y "Tren Dick". Entonces el niño toma el tren pequeño, lo hace rodar hasta la ventana y dice: "Estación". M. Klein interviene: "La estación es mamá, Dick entra en mamá". La respuesta del niño consiste en ir corriendo hasta un vestíbulo en el que se encierra diciendo "oscuro" y del que sale también corriendo. Tras esta dramatización de la interpretación, llama a su niñera, ante la que habitualmente se mostraba indiferente; éste es el punto de partida de su acercamiento a un mundo cada vez más rico de objetos y relaciones.

M. Klein observa que la elaboración de la angustia comienza con el establecimiento de una relación simbólica con las cosas, que moviliza impulsos epistemofílicos y agresivos. Todo progreso conduce a la liberación de angustia y lo lleva a apartarse en cierta medida de los objetos con los que había establecido relaciones afectivas y que, por consiguiente, se habían convertido en objetos de angustia. Al apartarse de ellos, se dirige hacía nuevos objetos que también llegan a convertirse en el objetivo de sus impulsos epistemofílicos y agresivos. A medida que aumentan sus intereses, su curiosidad y sus actividades con diferentes objetos, se enriquece su vocabulario, ya que no sólo pregunta por las cosas en sí, sino también por sus nombres.

La técnica que M. Klein emplea con Dick no es la habitual: "en general, no interpreta el material hasta tanto éste no ha sido expresado a través de varías representaciones, pero en este caso, en que la capacidad de expresión por medio de representaciones casi no existía, me vi obligada a interpretar en base a mis conocimientos generales, pues en la conducta de Dick las representaciones eran relativamente vagas. Al lograr por este medio acceso a su inconsciente, pude movilizar angustia y otros afectos. Las representaciones se tornaron entonces más completas y pronto conseguí bases más sólidas para el análisis, pudiendo entonces pasar paulatinamente a la técnica que utilizo generalmente en el análisis de niños pequeños", ¿Se trata, hablando con propiedad, de interpretación? ¿Se trata de acceso al inconsciente?

Lacan considera que, mediante esta intervención, M. Klein está introduciendo en Dick el simbolismo, el mito edípico (Lacan, 1975). Como observa M, Klein, Dick está sumido en una realidad en estado puro, no simbolizada, indiferenciada. Para Lacan, la interpretación intenta articular lo simbólico y lo imaginario en la constitución de lo real. En Dick existe un juego imaginario con el adentro y el afuera, con el continente y el contenido: el espacio oscuro es asimilado al interior del cuerpo de la madre, en el que se refugia. Lo que no se produce es el libre juego, la conjunción entre las diferentes formas, imaginaria y real, de los objetos. Cuando se refugia en el interior oscuro y vacío del cuerpo materno, los objetos no están allí; contenido y continente no pueden estar al mismo tiempo, lo real y lo imaginario tampoco. Si una parte de la realidad es imaginada, la otra es real, y a la inversa, si una es real, la otra deviene imaginaria.

Lacan entiende que, hablando con propiedad, M. Klein no interpreta (ella misma había dicho que parte de las ideas que tiene sobre lo que ocurre en este estadio), sino que aporta la verbalización, simboliza una relación entre un ser nombrado y otro. Si abre las puertas del inconsciente de Dick es sólo en el sentido en que el inconsciente es el discurso del otro: no hay inconsciente en el sujeto en cuestión, es el discurso de M. Klein el que endosa sobre la inercia yoica inicial del niño las primeras simbolizaciones de la situación edípica. Esto determina una posición inicial a partir de la cual el sujeto puede hacer jugar lo imaginario y lo real y conquistar su desarrollo: se sumerge en una serie de equivalencias, en un sistema donde los objetos se sustituyen unos a otros (lo mismo que pudimos apreciar en el caso de Hans). Para Lacan, el desarrollo sólo se produce en la medida en que el sujeto se íntegra en el sistema simbólico, se afirma en él por el ejercicio de la palabra. No es necesario que esa palabra sea la suya propia; en este caso, es el terapeuta quien la aporta. Y tampoco se trata de cualquier palabra sino, precisamente, de la situación simbólica del Edipo, a partir de la cual su mundo primitivo se pone en movimiento, lo real y lo imaginario comienzan a estructurarse, se desarrollan los investimientos sucesivos que delimitan la variedad de los objetos humanos, es decir, nombrables.

Esto es lo que sucede con las fantasías de Hans, que se pueden entender como otros tantos mitos destinados a reorganizar lo imaginario y ayudarle a llevar a cabo el pasaje al Edipo, Se produce la curación cuando la castración como tal (crisis por la cual el sujeto encuentra su lugar en el Edipo) se manifiesta bajo la forma de una historia muy articulada: la fantasía del fontanero. El advenimiento de la castración pone un término a la fobia, mostrando al mismo tiempo aquello que la fobia reemplazaba.

V. No podemos referirnos al final del análisis de un niño sin una mención al concepto de sublimación. Freud considera que la capacidad de la pulsión sexual para cambiar de objeto y aceptar sustitutos trabaja contra el efecto patógeno de la privación. Entre los procesos que protegen contra la enfermedad hay uno que alcanza un valor cultural particular: la pulsión sexual renuncia a su fin orientado al placer parcial o genital y asume otro, que está vinculado genéticamente a ellos, pero ya no es sexual, sino que se lo puede llamar social (Freud, 1916). La sublimación representa la salida o recurso para satisfacer las exigencias yoicas promovidas por la formación del ideal, pero sin ocasionar la represión (Freud, 1916). El análisis sustituye el proceso de la represión, automático y excesivo, por un control mesurado con ayuda de las instancias psíquicas más elevadas. Si el sujeto sólo puede advenir a través de su pasaje por el Edipo, que supone la asunción del tabú del incesto como ley fundante de la cultura, se trata de que este proceso se lleve a cabo con un mínimo de deterioro, es decir, con el mínimo de represión (y, en consecuencia, de potencialidad neurótica) compatible con la pertenencia a un orden cultural y con un máximo de plasticidad que haga posible el enriquecimiento de su universo simbólico.

VI. A través del historial de la pequeña Piggla, Winnicott nos permite apreciar todo el proceso de un análisis que se extendió a lo largo de dos años y medio (desde los dos y medio hasta los cinco años de la niña), con la peculiaridad de que las sesiones eran poco frecuentes (hubo dieciséis en total) y se realizaban a petición de la paciente, cuya familia vivía en Oxford, en tanto Winnicott tenía su consulta en Londres. Esta modalidad llevó a Winnicott a preguntarse si se había tratado realmente de psicoanálisis o de psicoterapia, Para él la respuesta no depende de los aspectos formales de la situación analítica (frecuencia y regularidad de las sesiones), sino de 1o que se hace con la transferencia" (Winnicott, 1980). A lo largo del relato y comentario de las sesiones, Winnicott plantea cuestiones que interesan al tema del final del análisis.

Gabrielle padece terrores nocturnos, asociados a fantasías que la obligan a llamar a gritos a sus padres durante la noche y a arañarse el rostro: tiene una mamá y un papá negros, a veces también hay una Piggle (así es como la llamaban en casa) negra. También pregunta por el babacar, en el que están juntos el padre y la madre negros. Cuando su madre le informa que el Dr. Winnicott entiende de babacars y de mamás negras, la niña dice: "llévame donde el Dr. Winnicott". El autor observa que el objetivo del análisis se relaciona, para la paciente, con la resolución de su angustia y de las fantasías que la acosan: "Quiero saber por qué la mamá negra y el babacar". Para ella hay algo que averiguar, un enigma a descifrar: el nacimiento de su hermana, el origen de los niños, la relación entre los padres, su propio origen, la escena primaría que suscita angustia y odio, en la que ella se sitúa en el lugar de la madre o en el del bebé creado en ese momento (entre los padres).

Puesto que no disponemos de espacio para entrar en los detalles de este rico y complejo historial, me limitaré a observar que Winnicott describe el proceso analítico en términos del pasaje de estar en la situación, a juzgar en ella. Estar en la situación supone ser el juguete pasivo de un trauma que la sobrepasa, estar atrapada en lo real. Jugar en ella corresponde a advenir a una posición de sujeto de un deseo saliendo de la posición previa de sujetamiento; implica la dimensión del símbolo, el como sí, la diferencia entre el símbolo y lo simbolizado, Cuando este proceso se cumple, la niña manifiesta: "Todos los problemas se han ido, así que no me queda nada que decirle, Tenía una mamá negra que me traía problemas, pero ahora se ha ido". Paralelamente, pasa a llamar al analista Sr. Winnicott en lugar de Dr. Winnicott, como lo había hecho hasta entonces. La relación con un Winnicott no terapeuta indica el proceso de disolución de la transferencia. También Winnicott había modificado su manera de nombrar a la paciente: Gabrielle y ya no Piggle, lo que corresponde, para él, al tránsito de la fusión a la separación, a la diferenciación con respecto al padre, la madre y la hermana.

A diferencia de los padres de Hans, los de Gabrielle pueden dar a la niña una representación más adecuada de la diferencia de los sexos, lo que le permite transitar del facilísimo a una posición "femenina" que elabora a través de la fantasía del hijo (ecuación simbólica falo-niño) y del desarrollo de su propia capacidad "reparadora", En este punto, junto a la sustitución de las fantasías terroríficas por otras, relacionadas con la constitución de un ideal del yo que toma a la madre como modelo y que se abren a su futuro, aparecen manifestaciones que aluden a que algo se ha cumplido: en una de las últimas sesiones Gabrielle relata que el tren ha marchado muy lentamente pero ha cubierto todo el camino a Londres. ¿El análisis ha llegado a destino?

La fantasía de separación se acompaña de tristeza y también de violencia: "Ahora ya no queda nada (de Winnicott). Te arrojo lejos. Nadie te quiere". El analista interviene: "De modo que el Winnicott que has inventado era todo tuyo y ahora has terminado con él y ya nadie podrá tenerlo". La sesión siguiente, la última, parece más bien una visita de amigos: la niña no juega casi, pero revisa los juguetes y recuerda lo que hacía en las sesiones anteriores.

Lo que se puede observar en esta historia clínica es el lugar que ocupa el analista en los diferentes momentos de la transferencia y la disolución de la neurosis de transferencia como indicador fundamental del final del análisis. Este final no aparece en absoluto como acabamiento sino simplemente como culminación de un proceso. Dice Winnicott: No aseveraría que el tratamiento ha terminado. Siempre me resulta difícil considerar completo un tratamiento cuando el paciente es tan joven que el proceso de desarrollo en sí puede tomarse por un comienzo de éxito analítico".

Podríamos concluir que el final del análisis de un niño corresponde al momento en que los síntomas (en sentido genético) han desaparecido en función de:

- el pasaje de la captura en lo real de una situación traumática a la posibilidad de su elaboración a través de diversas formas de representación (Lúdica, verbal, etc.);

- el pasaje de la captura en la posición narcisista, en la dialéctica imaginaria, al orden simbólico.

- el pasaje de la aprehensión fálica de la relación con la madre a la aprehensión castrada de la pareja parental, lo que supone:

- la disolución de la neurosis de transferencia;

- el relanzamiento de un proceso de desarrollo abierto al futuro: construcción de ecuaciones simbólicas, multiplicación y diversificación de los objetos y representaciones de su universo simbólico, y liberación de la capacidad de sublimación.

 

REFERENCIAS