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SECCION MONOGRAFICA

 

Clasificación y diagnóstico de la personalidad
Personality Classification and Diagnosis

 

Carlos RODRIGUEZ SUTIL (*)


RESUMEN

ABSTRACT

PALABRAS CLAVE

KEY WORDS

INTRODUCCION

DIAGNOSTICO SINDROMICO VS. FENOMENICO

CLASIFICACIONES CATEGORIALES VS. DIMENSIONALES

CLASIFICACION DE LOS CUADROS DIAGNOSTICOS

SISTEMA DE OBJETIVACION

REFERENCIAS


RESUMEN

En este artículo se presento la definición clínica de la personalidad desde una perspectiva comportamental e interpersonal. Se clasifican los prototipos de la personalidad y se describen las características y mecanismos psicopatológicos de cada uno de ellos.

ABSTRACT

In this article the clinical definition of personality is presented, from a behavioral and interpersonal point of view. The personality prototypes are classified and their features and psychopathological mechanisms are described.

PALABRAS CLAVE

Clasificación de la personalidad. Teoría interpersonal. Evaluación,

KEY WORDS

Personality classification. Interpersonal theory. Assessment,

 


(*) Departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica. Facultad de Psicología. Universidad Complutense de Madrid. Campus de Somosaguas. 28223 Madrid, Centro de la Salud del Distrito de Retiro. Ayuntamiento de Madrid.


INTRODUCCION

El presente es un trabajo sobre evaluación, desde un punto de vista clínico y, en esa medida, no entraremos en discusiones de tipo general sobre la personalidad, como la que se ha producido sobre la consistencia o especificidad del comportamiento y a la que ya prestamos cierta atención en otro lugar, (Cf. Rodríguez Sutil, 1992). Nuestra postura es favorable a una consistencia relativa del comportamiento humano, que se muestra en pautas complejas de comportamiento interpersonal y en un estilo peculiar de relacionarse con los demás. Estas pautas comportamentales se vuelven más evidentes cuando nos encontramos -como es habitual en la práctica clínica- ante un estilo rígido, es decir, poco variado y, por tanto, patológico.

Millon (1986a, 1990) ha comentado que de la misma forma que nuestro cuerpo es un conjunto de estructuras organizadas y funciones que forman un sistema abierto pero relativamente estable, el constructo "personalidad" representa un sistema psíquico, organización de estructuras estables y funciones coordinadas. La noción de "esquema" de la psicoterapia cognitiva de Beck (1977) podría conciliarse con está concepción.

Todo esto nos parece bien si añadimos que lo que define a la personalidad, esas estructuras permanentes, o mejor, semipermanentes, son estructuras de comportamiento cuyo nivel privilegiado de lectura se halla en la relación interpersonal. En ese sentido nuestra postura es similar a la que expone D. J. Kiesler (1986), en la mejor tradición de H, S. Sullivan (1953), así como, de otra manera J, S, Wiggins (1979; Wiggins, Phillips y Trapnell, 1989). Este enfoque utiliza en exclusivo descriptores de la conducta interpersonal, derivados de la teoría interpersonal de la personalidad y de la psicoterapia.

A primera vista puede resultar extraño o inusual que defendamos una definición de consistencia en cuanto a la personalidad y que, al mismo tiempo, no seamos partidarios de posturas internalistas o esencialistas, como parece habitual desde los trabajos de Allport (1937). Pero precisamente la consideración interpersonal de la que hablamos es la que nos permite superar esta dicotomía. Como hemos señalado en otro lugar (Rodríguez Sutil, 1993), inspirándonos en la critica de las entidades internas que llevó a cabo el filósofo vienés Ludwig Wittgenstein, no se trata de que los términos mentales sean traducibles a términos conductuales sino que o son términos conductuales, o no son nada. Los rasgos de la personalidad, en nuestra opinión, no son inferidos del comportamiento y atribuidos a una instancia interna al individuo, sino que son nuestra manera de tipificar el comportamiento de dicho individuo si bien, repetimos, no obligatoriamente en secuencias breves. Existen determinados comportamientos que habitualmente van juntos.

Por otra parte, opinamos que la mejor manera de entender la personalidad, para uso del psicólogo clínico, consiste en la descripción de esos comportamientos junto con las circunstancias, históricas y actuales, que pueden haberlos producido o mantenerlos. Las descripciones complejas no son traducibles, sin más a dimensiones, por los que los cuestionarios de personalidad y el método factorial, en general, no pueden constituirse como fuente principal en la investigación, aunque desempeñen un papel en el psicodiagnóstico clínico.

Las pautas de comportamiento se pueden agrupar, a su vez, en un segundo nivel de semejanza. Para esa agrupación recurrimos al concepto de "núcleo" de los trabajos de Caparrós (1980, 1987, 1993). Caparrós entiende por "núcleo" una estructura inconsciente, la internalización de los vínculos fundantes de la personalidad, vínculos que se componen de tres elementos: el self, el objeto y la situación, justifica así que se trata de un concepto puente entre la psicología profunda y la psicopatología fenomenológica. Aunque su antecedente más directo está en las posiciones intrapsíquicas de la teoría kleiniana (esquizoparanoide y depresiva) también describe el núcleo como un conjunto de conductas automatizadas. Es desde esa perspectiva comportamental, sobre todo como comportamiento interpersonal, desde la que vamos a interpretar su clasificación.

Nuestra postura, por otra parte, no debe considerarse incompatible con la evidente influencia genética en la aparición, por lo menos, de algunos trastornos de la personalidad (véase al respecto á trabajo reciente de J. T. Nigg y H. H. Goldsmith, 1994).

DIAGNOSTICO SINDROMICO VS. FENOMENICO

Los trastornos de la personalidad, por otro nombre "psicopatías", han sido tradicionalmente el cajón de sastre de la psicopatología. En la distinción de los tres síndromes psicopatológicos acostumbrados: síndrome psicótico, síndrome neurótico y síndrome psicopático, este último ocupa un lugar peculiar. La razón de ello es que, frente a los síntomas neuróticos, como la conversión histérica, el ritual obsesivo o el temor fóbico, y a los síntomas psicóticos, como las alteraciones del discurso y el marasmo comportamental, encontramos sujetos cuyo trastorno no se deja asimilar con facilidad al esquema de síntomas y síndromes. Nos encontramos aquí, más bien, con problemas referentes a la forma de vida del sujeto. Como bien ha visto Millon (1984), se trata de un campo para el que, por formación, estamos mejor dotados los psicólogos -o al menos deberíamos estarlo- merced a nuestro hábito de calibrar diferencias sutiles en el comportamiento humano.

En los sistemas del DSM-III, DSM-III-R y DSM-IV (APA, 1980,1987,1994) se ha recogido esta realidad en el eje II, donde, como era de esperar, se producen las fiabilidades diagnósticas más bajas entre los psiquiatras (Walton, 1986), a diferencia del eje I, más acorde con su entrenamiento profesional 1.

A pesar de su fuerte matiz patológico opinamos que la enumeración que recoge el eje II, salvando los desacuerdos concretos, incluye los tipos de personalidad existentes, ya sean normales o no, acudan a consulta o no. Partimos del supuesto de que entre la personalidad normal y la patológica la diferencia es de grado y se muestra, sobre todo, por el nivel de ansiedad que el sujeto muestra en su comportamiento y por la más fácil aparición de las conductas defensivas típicas. Por ejemplo, un sujeto evitativo normal necesitará que la situación sea más amenazadora para reaccionar con la huida o la evitación. Por eso planteamos que el diagnóstico de la personalidad, en su organización y estructura, es algo que el clínico debe realizar siempre. En las psicosis trataremos, precisamente, de las carencias estructurales. Pues, por una parte, entendemos, con Caparrós (1980, 1987), que las psicosis es el fracaso en la estructuración de la personalidad y, por otra, que los síntomas que se consideraron en psiquiatría el objeto principal de análisis no son sino un añadido, prescindible, a ese tronco común que es la personalidad.


1 Los psicólogos, por el contrario, contamos con la rémora antidiagnóstica que, de no corregirse, puede ser fatal cara a la definitiva inserción en el contexto clínico.


Por poner un ejemplo, un tercio aproximadamente de mis pacientes adultas atendidas en régimen ambulatorio presentan un comportamiento interpersonal propio de la personalidad histérica o histriónica, Es en cambio notablemente escasa la proporción de pacientes que, además, presentaron síntomas de conversión o de disociación 2. Lo mismo podemos afirmar de pacientes fóbicos y obsesivos. Llegamos así a la conclusión en apariencia paradójica de que la personalidad es lo que queda cuando eliminamos todos los síntomas.

Conviene advertir que el diagnóstico de la personalidad no ha de aplicarse como la asignación de un compartimento estanco, los tipos diagnósticos son más bien prototipos (Millon, 1986b) o conjunto difusos (fuzzy sets, Kiesler, 1986), en los que la pertenencia es probabilística y continua, más que determinada y discreta, y con la posibilidad práctica de tipos mixtos. Los diagnósticos son categorías construidas para Clasificar los pacientes, no son abstracciones definidas mediante definiciones intencionales, con rasgos necesarios y suficientes, sino ejemplares prototípicos de casos (Blashfield, 1989; Cantor y Genero, 1986; Millon, 1986b).

Obvio es señalar, también, que el diagnóstico de la personalidad, como el de los síndromes de eje I, no cubre por si solo los datos que necesita el clínico a la hora de establecer sus predicciones y de planificar el tratamiento, pero eso no debe inclinarnos a su descalificación sino a considerarlo un elemento más, de indudable valor (Cf. Rodríguez Sutil, 1992).


2 Y ya queda como rara anécdota de hospital la aparición de ataques histéricos que semejan epilepsia, tales como los que describiera Charcot.


Pero el problema estriba en la utilización de listas fijas de características que, aunque se trate de conjuntos difusos o de prototipos, no reflejan adecuadamente una realidad en permanente cambio. Por ello proponemos que el diagnóstico de la personalidad debe ser de tipo fenoménico y no sindrómico, como se hará evidente, en especial en la descripción de las personalidades del núcleo confuso. De esto tratan Widiger y Trull (1991, p. 118 y ss,) cuando distinguen entre la definición de una enfermedad y su diagnóstico. La definición de un trastorno es la descripción de su fenomenología, en tanto que el diagnóstico se refiere a los signos y síntomas que indican la probabilidad de que esté presente o no un determinado trastorno. Los umbrales específicos para los diagnósticos del DSM-III-R, comentan Widiger y Trull, tienen escaso fundamento empírico, como el requisito de cuatro crisis de angustia (panic attacs) durante un período de cuatro semanas, o una crisis seguida de miedo persistente durante un mes. O el criterio para diagnosticar esquizofrenia de que el trastorno haya durado por lo menos seis meses.

En relación con esa carencia de síntomas objetivables, de la que antes hablábamos, hay que entender no sólo las bajas fiabilidades encontradas en el diagnóstico, sino también las grandes dificultades para llevar a cabo estudios epidemiológicos y los sesgos, sobre todo debidos al género, como se ha mostrado en los trastornos histriónico y antisocial (Ford y Widiger, 1989). Las razones que pueden dar cuenta de este estado de cosas son de muy, diverso tipo, entre ellas podemos citar:

a) Algunos tipos de personalidad, como la narcisista o la antisocial, se acompañan de una conciencia de enfermedad escasa o nula, por muy inadaptado que se encuentre el sujeto. A las personas con estas pautas de comportamiento, en especial antisociales, se las encuentra con mayor frecuencia en establecimientos penitenciarios que en otros propiamente clínicos. Por otra parte, es más probable que acudan a consulta aquellas personas que experimentan un grado de ansiedad elevado, como ocurre con la fóbica (evitativa).

b) Otros sujetos gozan a menudo de buena adaptación social, aún cuando su insatisfacción personal o la de aquellos que les rodean alcance niveles muy elevados. Pensamos en particular en la personalidad sumisa (dependiente), y en menor medida en la obsesivo-compulsiva o rígida, pero esto es aplicable a todos los tipos de personalidad según las circunstancias que los rodeen.

c) Finalmente están las razones culturales que, en un primer momento, favorecen el desarrollo de determinadas pautas de comportamiento en cada sexo, y en un segundo momento, condicionan que ante un trastorno moderado, como muy frecuentemente son los trastornos de la personalidad, la persona acuda o no en busca de ayuda especializada. Dicho de otra forma la demanda de tratamiento de adultos en consulta ambulatoria es mayoritariamente femenina.

CLASIFICACIONES CATEGORIALES VS. DIMENSIONALES

Las clasificaciones de categorías diagnósticas, no obstante -ya sean sindrómicas o fenoménicas- han sido duramente criticadas por Eysenck (et al.,1983; Eysenck, 1986), quien afirma que sólo son adecuadas en especies cuyas diferencias son muy amplias, por ejemplo, las enfermedades infecciosas o genéticas. Frente a eso, las conductas patológicas forman un continuo con la conducta "normal", y toda clasificación por categorías produce numerosos casos limite, que no se ajustarían a un tipo u otro. Por otra parte, siguen diciendo, desde un punto de vista científico son más adecuadas las clasificaciones dimensionales, que permiten una manipulación científica. Proponen, para tal fin, las conocidas dimensiones: extraversión, neuroticismo y psicoticismo, además de la inteligencia.

Los defensores de las categorías, en cambio, mantienen la tesis de que los modelos de clasificación categorial y dimensional no son excluyentes (Millon, 1984, 1986; Mezzich, 1984). Las evaluaciones, comenta Millon, pueden se formuladas en estilo categorial (cualitativo) y luego establecer una mayor diferenciación en estilo cuantitativo, dimensional. La manera de clasificar más usual es la que se realiza mediante categorías, es más familiar a los clínicos y responde a necesidades psicológicas profundas (Mezzich, 1984). Tal vez esas necesidades psicológicas profundas están en la base de la tipificación que, según Michael Schwartz y Osborne R Wiggins (1987) es el primer paso de todo diagnóstico clínico. Esta capacidad para reconocer los trastornos mentales no surge del dominio conceptual de las definiciones sino, más bien, de la observación directa de los pacientes que manifiestan dichos trastornos (Schwartz y Wiggins, 1987, p. 69).

La capacidad para reconocer los síntomas sólo se obtiene tratando directamente con pacientes, sin eso las listas de síntomas y de criterios diagnósticos son inútiles. Esa Capacidad, por tanto, se logra mediante la tipificación.

Las clasificaciones dimensionales padecen importantes limitaciones. Si aceptamos, pongamos por caso, que la depresión es una dimensión distribuida gradualmente en la población, incluso siguiendo la curva normal, estamos suponiendo sin tener una justificación científica que los mecanismos subyacentes son los mismos en una persona que sufre un duelo, en un histérico que ha recibido un ascenso, en un melancólico que delira culpas inexistentes, o en un narcisista que ha sufrido una herida en su orgullo. La tristeza, probablemente, es el estado de ánimo común a todos estos trastornos y puede ser medida dimensionalmente. Pero la depresión es una pauta compleja de comportamiento, difícilmente reducible a sus dimensiones, sino que requiere una descripción comportamental.

Las dimensiones permiten un cálculo estadístico más sofisticado y, en apariencia, más científico. No obstante, cuando Eysenck selecciona sujetos para comprobar mediante experimentos la hipótesis de sus teorías, incluye con preferencia aquellos sujetos que puntúan en los extremos de sus escalas. Nos encontramos, pues, con una tipología encubierta.

CLASIFICACION DE LOS CUADROS DIAGNOSTICOS

Una de las primeras criticas que recibió el DSM-III (Eysenck et al., 1983) fue la de carecer de fundamento teórico, producto pues del consenso y la negociación entre profesionales, pero no de la investigación científica. Millon (1983) sale al paso advirtiendo que la razón de dicha carencia es un deseo premeditado del grupo de trabajo por minimizar las disputas y facilitar la aceptación del DSM-III. Si bien ese argumento nos parece correcto, consideramos que se puede conferir cierta organización teórica a la clasificación de la personalidad sin separarse en exceso de un plano descriptivo, aceptable desde muchos puntos de vista.

Pasamos a continuación a exponer de forma extensa los prototipos de personalidades que consideramos más frecuentes y mejor establecidos. En relación con el DSM-III, DSM-III-R y DSM-IV (APA, 1980,1987,1994) son varios los puntos en los que debemos mostrar nuestra disconformidad. Enumeremos los trastornos que agrupa en su eje II:

Por nuestra parte, eliminamos la distinción entre personalidad Esquizoide y Esquizotípica que, como advierten Siever y Kendler (1987), parece un tanto débil, y subsumimos la segunda en la primera, con lo que nos adherimos a la denominación de Caparrós (1980, 1987) que, por otra parte, consideramos más usual en nuestro medio. Tal vez un elemento de confusión aquí sea la existencia de pacientes esquizofrénicos residuales con peculiaridades específicas de carácter, pero a los que sólo llamamos "esquizoides" (o "esquizotípicos") por extensión. Otro tanto ocurre con la personalidad Paranoide, pues como señalan Siever y Kendler (1987) es un trastorno muy infrecuente y cuyos rasgos se solapan con otras personalidades: la tendencia a la sospecha y la ideación paranoide es común con la personalidad esquizoide, la constricción afectiva es común con los esquizoides y rígidos (obsesivo-compulsivos), y la rigidez es común con estos últimos. Esta personalidad paranoide que Kraepelin separó de la parafrenia (correspondiente con la actual esquizofrenia paranoide), y que se caracteriza por la existencia de delirios muy sistematizados pero que no se acompañan de trastornos de pensamiento ni de un deterioro progresivo (Cf. Lewis, 1970). Pero de existir la paranoia como cuadro aislado, como así nos parece, se trataría de una psicosis y no de una personalidad, en el sentido que damos aquí al término.

Siguiendo con el reposo, la personalidad límite (borderline), que guarda gran semejanza con la personalidad confusa de Caparrós, nos pareció durante un tiempo, como a Frances y Widiger (1987), un conjunto demasiado heterogéneo de rasgos que podría no ser más que una dimensión de inestabilidad o severidad, con el significado que le confiere Kenberg (1984) de trastorno grave de la personalidad, a caballo entre la neurosis y la psicosis, y dudábamos de su inclusión. Ahora bien, son varios los casos de personalidad confusa que se nos ha dado tratar en los últimos años, cumpliendo las características que escribiremos después, por lo que conviene mantenerla en el esquema.

Por otra parte, siendo un diagnóstico infrecuente, se ha dudado (Frances y Widiger, 1987) de si la personalidad Pasivo-agresiva no será una reacción defensiva situacional, más que un síndrome de personalidad en sentido estricto. De hecho, la versión más reciente la elimina de la clasificación "oficial" y la sitúa en el APENDICE B, la sección de los diagnósticos que requieren estudio adicional (APA, 1994), Una descripción más vigorosa es, en cambio, la de la personalidad explosivo-bloqueada en el sistema de Caparrós. Y lo mismo ocurre si comparamos la personalidad evitativa del DSM con la fóbica, aunque en ellas la equivalencia de rasgos es más evidente.

En resumen, hemos eliminado del DSM: Esquizotípica, Pasivo-agresiva, Límite y Paranoide, y en la clasificación de Caparrós hemos situado la agresiva en el núcleo esquizoide, rectificación aceptada por el propio Caparrós en un trabajo posterior (Caparrós, 1993). Las personalidades que consideramos son, pues 3.

Una práctica que se nos ha mostrado fructífera, tanto en términos teóricos como en consecuencias prácticas, consiste en clasificar las personalidades partiendo, por un lado, de los núcleos básicos, y por otro, del área pulsional donde se presenten la mayoría de los conflictos del individuo, siempre en el plano interpersonal: sexualidad, agresión o indiferenciación (véase Tabla l).


3 Entre paréntesis incluimos la denominación del DSM-III-R y DSM-IV.


SISTEMA DE OBJETIVACION

Un importante rasgo diferenciador de los tres grupos es la imagen de síÍ mismo que el sujeto tiene pero -es importante advertir- aquí por autoimagen no entendemos tanto un concepto introspectivo sino un estilo de comportamiento interpersonal. Mientras los sujetos próximos al núcleo esquizoide se caracterizan por una autoimagen omnipotente, en el núcleo confuso se produce una oscilación entre una autoimagen omnipotente y otra deteriorada, y el núcleo depresivo muestra una imagen predominantemente deteriorada.

Podemos intentar las distinciones diagnósticas, además de por la autoimagen, por otras tres dimensiones: la culpa y la ansiedad tal como son manifestadas en la entrevista- y el control de los impulsos sexuales y agresivos. En cuanto a la culpa, en el núcleo esquizoide o se halla totalmente ausente (personalidades agresiva y narcisista), o es tan hipertrofiada que pierde realidad: el sujeto con una personalidad esquizoide no se siente culpable de algo sino "premoralmente" malvado. El confuso se siente culpable no tanto de lo que ha hecho como de lo que no ha sido capaz de hacer, es decir, de no haber cumplido las expectativas (grandiosas) suyas y del entorno familiar. El depresivo en cambio, hace la suya culpa y suya la penitencia para hacerse perdonar, ya sea conquistando al otro (histeria), cumpliendo con el deber (p. rígida) o sometiéndose por completo a los mandatos del otro (P. sumisa).

En cuanto a la ansiedad habría que decir que es tanto más grave y tanto más inespecífica cuanto más cercano se halle el sujeto al núcleo esquizoide. Se trata precisamente de las personalidades menos sofisticadas y cuyas reacciones podríamos considerar más primitivas. La ansiedad que experimentan el agresivo, el esquizoide y el narcisista se encuentra emparentada con el temor pánico, desestructurante, que caracteriza las psicosis esquizofrénicas, pero también su duración suele ser más breve 4. Siguiendo el razonamiento psicométrico de moda, podemos distinguir entre ansiedad rasgo y ansiedad estado, conceptos que se aproximan a los psicoanalíticos de "señal de angustia" y "angustia automática". Los sujetos próximos al núcleo esquizoide presentan un nivel reducido de ansiedad rasgo y unos estados de ansiedad infrecuentes pero, en cambio, abrumadores.


4 Por ese motivo se afirma con frecuencia que los psicópatas, con el sentido anglosajón del término que lo aproxima a lo asocial y antisocial, no experimentan ansiedad. Sin embargo se señala que su tolerancia a la frustración es bajo, reconociendo, de forma indirecta, aquello que se pretende negar.


No ocurre así con el núcleo confuso, donde la presencia de la ansiedad es más evidente, tanto de un tipo como de otro, con la sensación, a veces, de despersonalización y el temor a "volverse loco"; temor que, por otra parte, no suele tener fundamento. El núcleo depresivo, finalmente, es el que dispone de los mejores mecanismos, al menos de los más estables, para controlar la irrupción de la ansiedad. La ansiedad se halla presente, como rasgo, pero sólo en raras ocasiones amenaza con desorganizar la personalidad. De la misma forma es en el núcleo depresivo donde se produce un control de los impulsos más estricto, que se expresan de forma, indirecta o incompleta, la sexualidad especialmente en la personalidad histriónica y la agresión en la rígida u obsesiva. En el núcleo confuso se produce una oscilación entre explosión y bloqueo, tanto de impulsos agresivos como sexuales, si bien la agresión es más evidente en el explosivo-bloqueado y la sexualidad en el fóbico. Mientras que en el núcleo esquizoide las defensas son de tipo más global, las descargas impulsivas están menos moduladas y se producen de forma continua, en el agresivo y narcisista, en la personalidad propiamente esquizoide lo que predomina es la inhibición y el aislamiento interpersonal por temor a la retaliación.

AGRESIVA

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La autoimagen aparece habitualmente hipertrofiada. En varones se acentúan a veces los rasgos viriles y de independencia. Puede sentirse dañado por lo que considera una injusticia y bajo de energía, pero el sentimiento preponderante es el enfado.

CULPA

Culpa inexistente, aun en las reacciones de más descarnado violencia puede argumentar razones inconsistentes, responsabilizando a los demás.

ANSIEDAD

La ansiedad puede parecer ausente, salvo por los bruscos incidentes de pánico cuando se siente amenazado u ofendido, más en sus posesiones, derechos o capacidades que en su autoimagen.

VINCULO

Ambito social muy reducido (familia) o peculiar (banda, grupo marginal), en el que las normas sociales se reducen a la dependencia del líder. El otro no es más que un medio para la obtención del propio beneficio, fuera de eso pueden mostrarse amables o, incluso encantadores.

ESQUIZOIDE

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Dilatada, aunque puede estar dilatada en lo negativo o en el vacío interior. Preocupación constante por lo que otros hacen o dicen en relación con él mismo pero incapaz de interpretar dicho comportamiento. Extrañeza.

CULPA

La culpa no está presente o se halla desrealizada. Se puede sentir pobre y, por tanto, premoralmente malo, pero no por algo que haya hecho.

ANSIEDAD

Cuando la ansiedad aparece es abrumadora, tipo pánico, viendo a los demás como amenazadores.

VINCULO

El vínculo que ofrecen es extraño, en apariencia distante, aunque tiene una gran necesidad del otro no es capaz de conservarlo y se limita al ámbito familiar.

NARCISISTA

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Dilatada, con creencias idealizadas sobre la propia inteligencia o belleza. suelen exagerar sus capacidades. Las amenazas a esta autoimagen son vividas de forma catastrófica: herida narcisista.

CULPA

Inexistente. La herida narcisista no se vive como una carencia propia sino como una injusticia de los demás. En ocasiones, más que culpa, temor a deteriorar su imagen pública.

ANSIEDAD

Normalmente sólo aparece ante las amenazas a la autoimagen o el desprestigio, como pánico.

VINCULO

Escasas relaciones interpersonales. Buscan más que un compañero, un admirador que les confirme en su rol, A menudo se quejan de no ser suficientemente queridos.

EXPLOSIVO- BLOQUEADA

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El explosivo-bloqueado posee una autoimagen predominantemente dilatada-oscilante entre la dilatación y el deterioro- pero necesita que el otro le acepte de forma plena.

CULPA

La culpa es escasa, busca justificarse de forma insistente (viscosa), sobre todo acusando a las circunstancias que le impulsaron a la explosión descontrolada. Si se le señala su responsabilidad la rehuye.

VINCULO

Se les califica de viscosos, superficialmente sumisos pero, en definitiva, no tienen muy en cuenta al otro salvo para que le acoja y le disculpe,

CONFUSIONAL

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Fragmentaria: vivencias positivas sobre el propio valor se mezclan con la percepción de las propias debilidades. A veces vive con extrañeza los propios sentimientos. Muy sensible a la crítica.

CULPA

La culpa juega un papel secundario, se puede sentir abandonado por su falta de valor y desearía mostrarse atractivo y seductor, Más que acusar a los demás puede culpar a las circunstancias de sus reacciones inadecuadas, o mejor, no buscar explicación ninguna.

ANSIEDAD

La ansiedad está presente, vivido de forma difusa y, en ocasiones, amenazante. Es menos abrumadora que el núcleo esquizoide, pero, por contra, se vive más frecuentemente y con temor a la desestructuración.

VINCULO

Ofrece un Vinculo inconsistente, a menudo falta todo compromiso. Necesita mucho del otro pero le falta habilidad para mantener una relación estable y satisfactoria.

FOBICA

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Las oscilaciones, en la mayoría de los casos, son desde el deterioro a períodos breves, de dilatación. De hecho a menudo se les confunde con depresivos. Normalmente actúa como una persona que carece de importancia, pero si se indaga se descubre una gran ambición.

CULPA

La culpa puede ser intensa pero por reconocerse incapaz de haber resuelto una situación, no por haber realizado un acto reprobable. El fóbico a veces se defiende de la culpa aduciendo su incapacidad.,

ANSIEDAD

Normalmente alta, por temor a hacer algo mal (ridículo) o ser atacado por los otros. En momentos de crisis llega a tener vivencias de despersonalización.

VINCULO

Sumiso pero absorbente, busca una aceptación plena. Pocas relaciones íntimas.

SUMISA

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La autoimagen está permanentemente deteriorada. Aceptan generalmente las acusaciones que se les realiza, o los daños que se les inflige, defendiéndose débilmente.

CULPA

También se sienten culpables. La forma de defenderse de la culpa es cumpliendo celosamente los objetivos que se les encargan.

ANSIEDAD

La ansiedad es homogénea pero poco elevado

VINCULO

La sumisión y la conformidad automática son las características más destacadas.

RIGIDA

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La autoimagen es moderadamente buena, gracias a la seguridad de cumplir con sus obligaciones.

CULPA

La culpabilidad está presente, aunque con frecuencia procede de haber tenido algún asomo de descontrol agresivo. Puede desplazar su culpabilidad a cuestiones de menor importancia.

ANSIEDAD

Homogéneamente baja, provocada por alteraciones de la rutina y del orden o por temor a perder el control sobre los impulsos, especialmente los agresivos.

VINCULO

Ofrecen un Vinculo habitualmente frío y formal, protocolario o amable en exceso, Sin embargo, son muy exigentes sobre el cumplimiento de las obligaciones de los demás.

HISTRIONICA

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La autoimagen es superficialmente positiva, pero necesita confirmación por parte de los demás. Se siente pobre en comparación con otras personas cercanas.

CULPA

La culpa no es tanto un sentimiento conscientemente vivido como una incapacidad del histriónico para disfrutar de unos logros que él mismo sabotea.

ANSIEDAD

La ansiedad se manifiesta sobre todo en la necesidad de actividades, sobre todo sociales.

VINCULO

Busca permanentemente seducir, conquistar al otro para que le confirme su imagen, positiva, si puede ser, o negativa, todo antes que la indiferencia, Pero la conquista no resiste el día a día.

REFERENCIAS