REFLEXIONES
RESUMEN INTRODUCCION: SISTEMA SANITARIO, CONCEPCION DE LA SALUD Y CONDICION DE LAS MUJERES.
REFERENCIAS
Este trabajo trata de resaltar los aspectos subjetivos y sociales que intervienen en la salud de las mujeres, ya que si bien todos coinciden teóricamente con la afirmación de la OMS de que el ser humano es un ser bio-psico-social, o la hora de la práctica ese principio fundamental no suele ser tenido en cuenta en sus dos últimas implicaciones.
En efecto, la ciencia y la tecnología médica están fundamentalmente centradas en el "órgano" y en la enfermedad, pero prescinden de la subjetividad, de los aspectos socioculturales y psíquicos. Ello es especialmente evidente cuando se afrontan los procesos fisiológicos ligados o los ciclos de la vida reproductiva de las mujeres, que señalan cambios importantes en su vida psíquica y social.
La consecuencia obvia de tal orientación es el reductivismo de las orientaciones preventivas (cuando las hay) y lo medicalización de la labor terapéutico y rehabilitadora. La exclusiva información/administración de anticonceptivos para prevenir embarazos en la adolescencia; la preparación para el parto con el único uso de técnicas de respiración/relajación y la tecnificación de éste, así como el prevalente tratamiento hormonal en la menopausia, constituyen muestras evidentes de la visión reductivista del sistema sanitario actual en torno a los procesos reproductivos y los ciclos vitales de las mujeres.
El enfoque con que se ha profundizado en este trabajo en esos tres momentos del ciclo evolutivo de las mujeres pretende incidir en todas las condiciones que interfieren en el modo en que se producen y vivencian los cambios fisiológicos y vitales, con lo que son, deben ser y hacer las mujeres, es decir, con los "ideales" de feminidad vigentes.
This report tries to project the subjetive and social aspects that take part in women health, because although people agree with OMS' affirmation that a human being is a bio-psychosocial being, the truth in practice is that this fundamental principle is not respected on its lost two implications.
In fact, science and medical technology ore focused basically in "organ " and illness, doing without subjetivity or psychological and social-cultural aspects. This is especially evident when you confront physiological process dealing with women's reproductive life cycles that indicate important changes in their social and psychical life.
Obvious consequence of working in that direction is reduction in preventive actions (when they exist) and exclusive medical orientation in subjects connected with therapeutical and rehabilitation labour Exclusive information/administration of contraceptive preventing teenager's pregnancies; childbirthing training using only breathing and relaxation techniques and the technification of the process, as well as the prevalent hormonal treatment in menopause, are evident proves of the reducted view in the actual sanitary system around women's reproductive and vital cycles.
The point of view through which we have gone deeper in this report about those three moments in women's evolutive cycles, tries to affect all those conditions that interfere in the way trough which physiological and vital changes are felt and occurs, since those changes and experiences are close related with what women are, must be and do, in other words, are close related with the updated "ideals " of feminity.
Mujeres. Salud, Ciclos vitales, Subjetividad,
Women. Health. Life cycle. Subjectivity.
Este trabajo trata de resaltar los aspectos subjetivos y sociales que intervienen en la salud de las mujeres, ya que si bien todos coinciden teóricamente con la afirmación de la OMS de que el ser humano es un ser bio-psico-social, a la hora de la práctica ese principio fundamental no suele ser tenido en cuenta en sus dos últimas implicaciones.
En efecto, la ciencia y la tecnología médica están fundamentalmente centradas en el "órgano" y en la enfermedad. El análisis de lo "objetivo", lo analizable, lo medible, lo computabilizable se lleva a cabo frecuentemente a costa de la subjetividad del ser humano: lo emocional, lo relacional, las condiciones, necesidades y peculiaridades personales. La negación de la subjetividad del "otro" facilita la negación, a quien desea (omnipotentemente o "generosamente") curar, de los sentimientos que la fragilidad del ser humano sufriente despierta: la concienciación de la propia vulnerabilidad (la de todos los seres humanos). Tal tecnificación/despersonalización implica, además, la negación de la interferencia de la subjetividad -de ambos- en la relación entre el profesional de la salud y el/la usuario...
Por ello el sistema sanitario descuida el hecho de que el surgimiento de una enfermedad o determinados procesos fisiológicos (como todos los ligados a las fases reproductivas en las mujeres: embarazo, menopausia) hacen emerger diversos tipos de temores y angustias que atañen a lo más íntimo de uno mismo: la pérdida del control del propio cuerpo, el cual hasta el momento puede haber sido vivido como importante fuente narcisística (de seguridad física y estética...); vivencias de fragilidad e incapacidad y la necesidad de depender de los otros, lo que puede ser muy angustioso para algunas personas, sea porque despierta sentimientos muy ocultos y negados de impotencia, inseguridad... (especialmente en quien está habituado a ocupar posiciones de poder social, familiar...), sea porque se teme ser una carga para los otros o porque se piensa en las responsabilidades abandonadas, en lo que no se puede hacer (frecuente en las mujeres en relación a la casa y la familia, o al trabajo profesional en el caso de la maternidad), o simplemente, porque se carece de un entorno afectivo disponible para hacerse cargo de la persona, especialmente necesitada en ese momento, lo que agrava en ésta sentimientos precedentes de abandono, soledad... ; por último, el temor por las consecuencias de la enfermedad o del proceso en la vida futura, que pueden implicar invalideces, pérdidas y/o transformaciones corporales, cambios en el propio proyecto de vida o, en último extremo la muerte.
La variedad e intensidad de tales sensaciones son específicas de cada persona y están relacionados con su personalidad, su biografía y sus condiciones actuales de vida, en las que intervienen también factores étnicos, religiosos, culturales, de clase, sexo, edad... , además de las características de la enfermedad o del proceso fisiológico y las de la institución asistencial.
En relación a las mujeres, las deficiencias se acentúan, no sólo porque somos las mayores usuarias de los Servicios de Salud, tanto ambulatorios como hospitalarios (en este último caso, debido a los ingresos por parto), sino porque con mayor frecuencia, el cuerpo femenino se "convierte" en sede amplificador de un malestar y unos conflictos psíquicos que no pueden devenir conscientes ni ser expresados verbalmente, a causa de los modelos de feminidad vigentes, que imponen un tipo de vida y unas características psíquicas enormemente restrictivas, frente a los cuales difícilmente puede rebelarse, sin experimentar sentimientos de inadecuación personal y culpabilidad. Esta tendencia a expresar corporalmente el malestar se evidencia también en el hecho de que casi todas las formas psicopatológicas típicamente "femeninas" (la histeria, la depresión, la anorexia... ) cursan con manifestaciones somáticas (de tipo conversivo o psicosomático). El sistema sanitario acaba así recibiendo la demanda de descifrar un mensaje corporal que sustituye a la palabra silenciada de las mujeres. Tantos síntomas físicos-psíquicos constituyen, pues, una enorme protesta silenciosa femenina ante un malestar que puede expresarse solo a través de la "queja".
Así, en las investigaciones epidemiológicas, las mujeres son claramente mayoritarias en las neurosis, pero muchas de las que no son diagnosticadas dentro de las clasificaciones psicopatológicas, realizan un largo peregrinaje por diferentes consultas e instituciones, hasta recibir con frecuencia un diagnóstico final desconcertante: sus dolencias son "funcionales" o debidas a "los nervios", por lo cual, según los casos, son remitidas a los Servicios de Psiquiatría o se convierten en adictas crónicas a medicación psicotrópica, recetada asiduamente por el médico de cabecera; en efecto, las mujeres consumen entre el 60% y el 70% de dicho tipo de medicación, conformando, por tanto, un numeroso colectivo de drogadictas "legales" que, en cuanto no peligrosas, no tienen a su disposición la enorme cantidad de recursos que, por el contrario, se están poniendo en marcha para los toxicómanos transgresores.
Todo lo dicho hasta aquí se hace más evidente cuando se trata de abordar ese periodo importantísimo para la vida de la mujer (y del futuro hijo/a) constituido por el proceso gestacional en sus diferentes momentos: embarazo, parto, puerperio.
El desinterés habitual y/o la mistificación de las diferentes disciplinas científicas en relación a la vivencia femenina de la maternidad exige que nos esforcemos en dar especial relevancia a todo lo atinente a estos procesos, para contribuir a que las mujeres se apropien y revaloricen, en su justo significado social e individual, esta importantísima experiencia.
Es importante, por tanto, analizar en profundidad la experiencia de la maternidad, pues consideramos que tras las palabras que la normativizan -"el ideal maternal"- y su mistificación -el mito de la maternidad-, hay un silencio, un vacío, que la oculta: una carencia de representación sociocultural de la subjetividad femenina, una ausencia de expresión, por parte de las mujeres, de la propia vivencia maternal.
Todo ello ha constituido el sustrato, el trasfondo sobre el que se ha construido la ensalzada y mitificada función-misión maternal, que no ha ido acompañado, sin embargo, de una consecuente significación social de la maternidad ni de una valoración de las mujeres, sino, por el contrario, paradójicamente, ha constituido la base sobre la que se ha cimentado la subordinación femenina.
Y ello se manifiesta en todos los ámbitos de su existencia, pues, por una parte, las mujeres trabajadoras asalariadas, si son también madres, viven con frecuencia conflictivamente la simultaneidad y diversidad de exigencias de las dos condiciones, la maternal y la laboral, produciéndose, a menudo, en muchos de ellas, una fractura entre su identidad como madre y su identidad como mujer.
La superación de tal conflicto, que tiene raíces sociales y base intrapsíquica, y comporta, además, enormes consecuencias para proyectar/vivir la maternidad, no puede ser solo tarea de las mujeres, pues conlleva necesariamente un nuevo enfoque del significado psicosocial de la paternidad y la maternidad y de sus respectivos responsabilidades. Únicamente la valoración y asunción psíquica y social, por parte de los hombres, del hecho de ser padres y del cuidado de los otros, permitirá a las mujeres escapar a un obligado y exclusivo maternaje en sus familias y fuera de ellas, abriéndoles las puertas, a ambos, a una mayor diversidad de modelos, identidades y actividades.
Sin embargo, tal cambio encuentra innumerables resistencias. Por una parte, el modelo único de la mujer-madre conserva toda su vigencia ética, llenando de sentimientos de inadecuación y culpabilidad a las mujeres que se desmarcan de él o comparten duramente diversas tareas intra y extrafamiliares. Por otra parte, muchas madres, gratificadas a menudo en detentar el lugar -la fantasía- de la Omnipotencia, han tenido-tienen dificultades internos y sociales para escapar al papel y a la imagen en que han sido encorsetadas (idealizadas) y para NEGARSE a las demandas: para separarse, configurándose una identidad autónoma como MUJER, y para permitir la separación de sus hijas/os, para dejar de encarnar, en definitiva, el imaginario social, la fantasía-deseo de la Gran Madre, MADRE única, generosa, insustituible, perfecta, total: UNA Y TODA.
Pero, paralelamente, complicando aún más la problemática y dificultando su transformación, se constata la existencia de un enorme vacío en los modelos y valores que pudieran servir de referentes a "los nuevos padres", vacío que es consecuencia del cuestionamiento de su lugar histórico y de lo que podríamos llamar "la censura de la subjetividad paterna" en nuestra cultura actual.
De los problemas suscitados emerge la urgencia de que los símbolos y la realidad de la paternidad y la maternidad sean transformados hoy de acuerdo a las nuevas exigencias planteados por las mujeres y (parte de) los hombres, si bien se percibe la persistencia de conflictos, por parte de los padres y de las madres, para redimensionar el significado social e inter-intra subjetivos de dichas experiencias.
Tales conflictos emergen desde que se proyecta tener un hijo/a y con frecuencia se manifiestan ya desde que es concebido, aflorando en las múltiples sensaciones y vivencias físico-psíquicas que acompañan a la gestación, el parto y el puerperio.
La historia infantil de cada mujer, que condiciona su posición subjetiva frente a la maternidad; las circunstancias actuales -de pareja, familiares, laborales, económicas- en que ésta es proyectada y/o tiene ya lugar; los valores socioculturales y los ideales -internalizados- que conforman el modelo social de la "buena madre" -la exigencia de disponibilidad absoluta, que presupone la reducción o eliminación de otros intereses, del tiempo libre-, inciden en el estado físico y psíquico de la embarazada, de la parturienta, de la puérpera, generando no solo una mayor o menor ambivalencia y bienestar, sino interfiriendo también en los procesos propiamente somáticos.
Si bien la vivencia de ser madre es una experiencia individual, enraizada con lo biológico y lo psíquico, su acontecer va enmarcado en todos los valores, deseos, prescripciones, prohibiciones... que conforman lo que se ha dado en llamar el "ideal maternal".
El ideal maternal es la interiorización de ese conjunto de preceptos y exigencias que normativizan la experiencia de la maternidad. El modo en que tal interiorización se produce va enraizado con todos los otros factores que han incidido en la conformación de la feminidad, de modo especial la relación con la propia madre.
Tal ideal aglutina una serie de prohibiciones y prescripciones, de modo fundamental la prohibición/autocensura de todo sentimiento "negativo".
Tales sentimientos son, sin embargo, normales y consecuencia, no solo de conflictos pasados y/o actuales sino también de la situación real que puede vivirse en todos los procesos y vivencias de la maternidad: los cambios corporales -fisiológicos y estéticos- durante el embarazo; la pérdida de sueño antes y después del parto; el deber adaptarse a las exigencias del bebé, reconociéndolo, además, como un "otro" distinto de las propias fantasías y expectativas; el agotamiento por la atención constante a aquel y las múltiples tareas que genera, añadidas a las habituales, sin apoyo alguno en muchos casos...
A la autocensura de tales sentimientos se le añadiría la obligación de ocultar las propias ansiedades, dudas, necesidades, ya que a la (futura o actual) madre se le supone siempre completamente "feliz", con absoluta disponibilidad y naturalmente predispuesta a cumplir con un "destino sublime" de amor y servicio. En dicha imagen publicitada de la maternidad se niegan (quedan enmascarados) las renuncias y restricciones personales que tal modelo entraña, por todos las condiciones señaladas y porque, en muchos casos, se inicia un estilo de vida muy diferente al anterior (si es el primer hijo/a y/o si se estaba trabajando fuera de casa), tienen lugar cambios importantes en la estructura de la pareja, se produce una pérdida de relaciones y del tiempo libre para sí misma...
La censura/no explicitación en torno a todas estas posibles vivencias se manifiesta en la emergencia y/o agravamiento de síntomas: náuseas y vómitos en el embarazo; dificultades para la relajación, dilatación y cooperación en el parto, insuficiencia o desaparición de la leche para el amamantamiento durante el puerperio, todo ello acompañado o no por sentimientos de angustia, de inadecuación. de culpabilidad.
Sin embargo, resulta enormemente llamativo el desinterés de la asistencia perinatal actual por todos los factores no propiamente somáticos o incluso la falta de perspicacia para captar la mediatización de éstos por los psicosociales. Este análisis puede ser aplicado a los diversos momentos del proceso.
Durante el embarazo algunas veces los síntomas son tratados exclusivamente mediante fármacos (las náuseas y vómitos, por ejemplo), siendo desatendidos en su posible significado psíquico, y otras veces son despectivamente calificados de "psicológicos", lo que conlleva el que no merezcan consideración alguno o que la mujer pueda sentirse acusada de rechazar al hijo. Raramente se prevé una ayuda psicológica a la mujer embarazada y a su pareja, excepto en pacientes de alto riesgo, e incluso la preparación para el parto que se lleva a cabo en los lugares más "avanzados", suele circunscribir ésta a los ejercicios de relajación, respiración e información sobre puericultura.
De igual modo se pretende tranquilizar con meros recursos técnicos (las ecografías, por ejemplo) los miedos y angustias de la embarazada, sin percibir que éstos tienen no sólo una base real (su salud y la del feto), sino que remiten a temores más profundos y a fantasías arcaicas en las que entran en juego vivencias experimentadas a lo largo de toda su existencia en relación a las figuras parentales, de modo especial en relación a la madre, así como la inseguridad sobre la propia capacidad para el desempeño de la función materna, lo que tiene que ver también con los valores sociales en torno a ella. Igualmente se niegan las dudas y ambivalencias que todo embarazo desencadena, al resaltar solo una imagen de obligada felicidad y plenitud, impidiendo con ello que la futura madre pueda verbalizar y/o elaborar sus pensamientos y sentimientos "negativos", para no ser calificada, ya desde entonces, como una mala madre.
A causa de todas estas deficiencias en el abordaje integral de las experiencias que conforman el proceso gestacional, los profesionales especializados en esta área limitan su actuación a la proliferación y perfeccionamiento de medidas técnicos, sin percibir la importancia que la relación humana, mediante un trato atento y protector, desempeña en este momento Tan regresivo para muchas mujeres.
La experiencia del parto no constituye, desde luego, una excepción en este panorama asistencial es más, podría casi afirmarse que es justamente el momento en que se evidencia de modo más llamativo la alienación femenina, no sólo de su subjetividad, sino también del control sobre su propio cuerpo. En efecto, desde la posición de la camilla hasta la utilización o no de anestesia y la modalidad de ésta, así como el contexto ambiental en que el parto se desenvuelve (en cuanto a iluminación, ruidos, compañía. ..) escapa generalmente a la voluntad de la mujer, estando circunscritas tales condiciones a las características, recursos y hábitos de la Institución, el número de parturientas atendidas por cada profesional, la disponibilidad de la matrona, la voluntad del médico (que puede hacer uso indiscriminado del fórceps y la anestesia general, acelerar artificialmente los tiempos).
Todas estas circunstancias a menudo impiden a la embarazada ser protagonista activa de su parto, dejando toda la iniciativa al ginecólogo o a la matrona. De este modo, no solo el desarrollo de la tecnología está contribuyendo a tratar como patológico un proceso natural, ya que casi todo está controlado técnicamente (excepto el bienestar emocional de la parturienta), sino que la preocupación por la salud física de la madre y el hijo acaba por cosificar a éstos, al ser tratados como meros organismos biológicos, sin percibir la enorme importancia que adquieren para ambos y su futura relación determinados experiencias afectivas.
Así pues, el avance tecnológico parece estar al servicio de la mujer, pero acaba privilegiando los intereses de los técnicos y/o las instituciones, y prescindiendo de la subjetividad, el bienestar y el protagonismo de las mujeres.
Después del parto, tantas mujeres constatan la diferencia entre ideales y realidades de la maternidad. Las decepciones son a menudo inevitables, no sólo por la no adecuación entre el bebé fantaseado y el real, sino también por las condiciones, a veces muy penosas, que se dan en el contexto real. Es éste un periodo muy critico, en que se produce el tránsito entre el embarazo y la maternidad, dando paso a un niño real que todavía es extraño y generador de múltiples ansiedades. Además, con el nacimiento, la mujer pierde las atenciones y privilegios obtenidos durante el embarazo y es el recién nacido quien concentra los intereses de todos.
Si logra identificarse pronto con el hijo/a y las condiciones internos y externos lo permiten, puede recabar una intensa gratificación con el amamantamiento, por el Vinculo fusional con el bebé, pues la lactancia puede constituir otro momento privilegiado de mantener la unión con éste, recuperando la fusión perdida (con el hijo/a, con la propia madre) e incluso "nutrirse nutriendo" al otro/a, si se ha sentido privada ella misma como hija.
Pero a pesar del placer que pueda experimentar, ni siquiera el amamantamiento está libre de ambivalencias, ya que está sujeto a los tiempos "reales" de que dispone la madre y a sus fantasías (deseos y temores) inconscientes en torno a la fusión/dependencia. El destete puede a veces experimentarse como una dolorosa pérdida más, o bien vivirse con alivio, porque disminuye una dependencia que se vive como absoluta y limitante, o porque se recupera la propia individualidad o, ya en el terreno de lo real, porque se libera en parte de la sujeción física marcada por los tiempos del bebé.
Por otra parte, la lactancia natural se ha convertido en un mandato más a las madres, mandato que se apoya en dos tipos de argumentos, biológico uno: la inmunización que procura la leche materna; y psíquico el otro: el supuesto favorecimiento del Vinculo madre-hijo/a, en el que éste es enfocado como si se tratara de un automatismo, carente de toda consideración emocional y sin relación alguna con el deseo y las vivencias maternas. Tal mandato, así concebido, con desatención absoluta a la subjetividad de la madre, supone una alienación más de la maternidad, que convierte a la mujer nuevamente en culpable, si no consigue hacer propio o cumplir el mandato de los técnicos. Es evidente que existe todo una fantasmática social detrás de tal normativa físico-psíquica, que lleva implícita la negación de la individualidad y de la historia personal de cada mujer (subyacente a su deseo y a su modo de ser madre), aspectos éstos que deben ser tenidos en cuenta para ayudar a cada mujer a vivir con la mayor felicidad posible una vivencia tan compleja como la maternidad.
Es significativo, además, que la lactancia sea enfocada como una obligación y que se hagan pocas referencias a. ella como un goce más, suplementario a los otros momentos de plenitud que pueden haberse vivido durante la gestación, o incluso el parto. Ciertamente todas las condiciones que rodean tal periodo parecen enturbiar la posibilidad de que pueda vivirse con placer, ya que buena parte de las madres aluden al "tiempo que quita" a sus "otras obligaciones" maternas y domésticas, cuando no laborales.
No parece casual que tantos impedimentos al goce femenino sean favorecidos por una organización familiar y social que, paradójicamente, en tantas obras de arte ha representado el amamantamiento como un paradigma de la maternidad, de la plenitud fusional madre-hijo. La existencia de tantas restricciones a la posibilidad de vivenciar el amamantamiento como una experiencia placentera seguramente guarda relación con el hecho de que éste es un momento de dura confrontación del hombre-padre con los sentimientos de envidia y de exclusión (respecto a la madre y respecto al hijo): tanto la profusa iconografía universal, como la psicosomática y los diversos acting paternos aludirían a tales vivencias no explicitadas (no hechos conscientes) en nuestra cultura.
La paradójica situación descrita en torno al modo en que son enfocados técnicamente los procesos ligados a la maternidad (embarazo, parto, lactancia) patentiza del modo más evidente la desvalorización real de que es objeto toda experiencia femenina. En efecto, el mito de la maternidad, la glorificación de la madre es el mecanismo sutil bajo el que se esconde la absoluta expropiación a las mujeres de esta experiencia que queda irremisiblemente destinada a ser vivida sin el apoyo necesario durante el parto, y posteriormente, ya desde el comienzo del puerperio, con toda la sobrecarga doméstica y la responsabilidad exclusiva que se le ha adosado, lo que a menudo la ha hecho devenir aprisionante, generadora de ansiedad y de enormes renuncias, impidiendo en muchas ocasiones la posibilidad de gozarla plenamente o compartirla con otros intereses.
Por ello, es preciso que, desde el ámbito sanitario, contribuyamos a redimensionar el significado de la maternidad y la paternidad, estimulando la participación/concienciación por parte de las mujeres y los hombres de la complejidad de factores que intervienen en todos los procesos ligados al devenir madres/padres, para que esta experiencia pueda ser vivida con plenitud, minimizando al máximo las ambivalencias y conflictos que per se generan en la propia identidad y en el proyecto de vida. Ello permitiría a ambos progenitores afrontar conjuntamente los cambios que supone el nacimiento de un hijo/a, disminuyendo los enormes costes unilaterales en el bienestar bio-psico-social de las mujeres y aminorando el desconcierto, la pasividad, la (auto) exclusión de los hombres.
Por tanto, es necesario que cambiemos el concepto de "preparación para el parto", en uno mucho más global e integral de "preparación para la maternidad y la paternidad", en el que los hombres y mujeres que van a devenir padres afronten conjuntamente todos los aspectos que intervienen en esta experiencia fundamental para los seres humanos: tanto para los progenitores, como para los/las que han de nacer.
Otros momentos del ciclo vital de las mujeres, pubertad y menopausia, están marcados igualmente por transformaciones fisiológicas y señalan cambios importantes en su vida reproductiva, psíquica y social.
La primera menstruación, la menarquia, marca el momento de inscripción/iniciación femenina a las dos "experiencias/funciones" que han definido culturalmente a la mujer: la sexualidad (adulta) y la maternidad, Ambas, paradójicamente, presentan un carácter antitético, al estar impregnadas de todos los valores en torno al ideal de mujer (=madre) preconizados por el sistema social patriarcal, en cuyo orden simbólico la mujer no aparece representada como tal, sino solo en tanto madre (asexuada).
A consecuencia de ello, de un lado, la maternidad es connotada/cargada con todos los valores y funciones que tal sistema le ha adjudicado, en el que la mujer (madre o no) ha quedado enajenada de una subjetividad propia, de unos símbolos que reflejen sus experiencias, vivencias y valores.
De otro, la sexualidad de las mujeres ha quedado sujeta a la normativa impuesta por el deseo/las necesidades masculinas, quedando el propio cuerpo destinado a ser un "cuerpo para el otro" y el propio deseo sujeto al (deseante del) deseo del varón, estando, además, el ejercicio de la sexualidad limitado a las condiciones fijadas por las necesidades de éste.
La pubertad es, por tanto, el momento en que se resalta llamativamente el estatuto diferencial (inferior) de las mujeres y, en cuanto tal, es fuente de ambivalencia y conflictos, que, con frecuencia, se intentan paliar o resolver, paradójicamente, por una o ambas vías: la sexualidad y/o la maternidad, a la búsqueda de una valoración masculina y/o una identidad social, que puede ser más o menos carente en función de la propia historia personal.
Las dificultades, el malestar que presido generalmente el periodo de la adolescencia, tienen, pues, un carácter especifico en las jóvenes, en relación a los varones de la misma edad, ya que para ellas, a menudo, la necesidad de separación y diferenciación de los padres (de la madre, especialmente) no implica verdaderamente una elección libre de una nueva identidad, sino la adaptación a la identidad propuesta por la cultura masculina, que es siempre mucho más restrictiva que la propuesta a los varones y, sobre todo, no está dictada por su propio deseo como mujer.
Incluso en la actualidad, a pesar de todos los cambios habidos en el mundo occidental en relación a la condición de las mujeres, las jóvenes continúan conflictuadas entre la imagen requerida y la identidad deseada.
Ello tiene consecuencias en varios ámbitos, En relación a los nuevos modelos de mujer, las jóvenes, al llegar a la adolescencia, por una parte, perciben que la ambición, la competencia, el afán de logro son características desestimadas en el prototipo de mujer "femenina" y deseable. Pero, por otra parte, el modelo de mujer tradicional, reflejada muchas veces en la propia madre, es una figura desvalorizada socialmente y que muestra una existencia poco deseable (para la madre y para la hija): el fenómeno de la "matrofobia" (el rechazo a la propia madre y/o al modelo por ella representado) continúa siendo un problema vigente en las adolescentes de hoy.
Las jóvenes acaban haciendo mediaciones entre todas las combinaciones posibles, con más o menos éxito: para ser "femeninas", pero no ser desvalorizadas, para ser deseadas por los varones (poder formar una familia/ser madre en el futuro) y desarrollar las propias aspiraciones, en definitivo, para "ser mujeres y no morir en el intento".
En el terreno de la sexualidad, los conflictos no son menores, pues las jóvenes advierten la enorme contradicción existente entre sus propios deseos y los valores en los que están inmersas. Si bien, por una parte, existe una mayor permisividad que antaño en relación a la sexualidad femenina, dicha permisividad tropieza ineludiblemente con valores contradictorios que devalúan a aquellos que osan llevar a la práctica libremente la presunta adquirida liberalización, haciéndoles objeto de toda clase de epítetos descalificadores y de la desconsideración/desprecio masculino. En relación al tipo de práctica, es significativo que las jóvenes reconozcan ceder a las demandas de los varones, sometiéndose a sus exigencias, tanto en el tipo de práctica, como en los tiempos y condiciones deseadas,
Se constata, pues, la persistencia de una doble moral sexual: las prácticas sexuales enaltecen a los varones (les hace sentirse/mostrarse más hombres), pero desprestigian a las mujeres (las asimila a las despreciadas prostitutas), lo que difícilmente ayuda a que las jóvenes se perciban libremente como deseantes y se responsabilicen activamente de las consecuencias de ello. Por otra parte, se resalta toda la componente genital de la sexualidad, que aparece centrada, por tanto, en el coito y son descuidados, en consecuencia, otros deseos. La prohibición sutil a las necesidades sexuales femeninas, tanto en términos de cantidad ("las mujeres no necesitan del sexo", se escucha afirmar), como de cualidad (respecto a la modalidad en que se desea la relación: muchas veces sólo caricias corporales y genitales, no necesariamente de cópula) impide que haya en muchas jóvenes una actitud responsable respecto a la propia vida sexual.
Los conflictos derivantes de estas paradojas dejan diversas huellas: en la conformación de la propia identidad (la imagen del propio cuerpo, la autoestima, las aspiraciones y logros ... ); en las relaciones familiares, especialmente con la madre, la cual muchas veces está también sumergida en contradicciones semejantes o tiene ambivalencias en permitir/reforzar la libertad de la hija; en las relaciones con los varones, ya que para obtener/ mantener la aceptación de éstos le es requerida la adopción de actitudes maternales, de condescendencia, y la represión de los propios deseos en diferentes ámbitos (el comportamiento asertivo, la propia sexualidad...).
Muchas jóvenes esperan y se esfuerzan, sin embargo, por conciliar (algunos de) sus deseos con los valores sociales, sobre todo en relación al estudio, al trabajo..., aspirando a poderlos compaginar con la vida amorosa y la familiar, en muchos casos con fantasías ilusorias, en otros a sabiendas (con sentimientos de rabia e impotencia) de que las renuncias actuales y futuras son/serán muchos porque están sumergidas en un mundo que valora/trata de modo claramente discriminatorio a las mujeres.
Por ello, no es casual que cuando, por la propia historia afectiva y/o por causas actuales, la conflictividad es muy intensa, las jóvenes intenten diversas vías de solución, algunas veces adoptando identidades y valores "masculinos" con rechazo de todo lo atinente a las mujeres y la feminidad, tal como se manifiesta en algunas formas psicopatológicas y/o conductas defensivas, otras, acomodándose a las demandas (sexuales o de otro tipo) de los compañeros aún a riesgo de la propia realización/autovaloración o del peligro de un embarazo, en una manifestación más de la llamada Indefensión aprendida" (y de impulsos autodestructivos); o bien, "buscando" inconscientemente tal embarazo como modo de resolver conflictos arcaicos y/o presentes con la madre y la feminidad: para refrendar una identidad incierta y/o vencer sobre una madre omnipotente y rival, sin percatarse que desear un embarazo no es sinónimo de desear un hijo, entendido éste como una identidad separado y no como el objeto de la madre. En efecto, en muchas ocasiones, el hijo/a es fantaseado como aquel que va a "llenar" todas las carencias pasadas y presentes, cuando habitualmente supone, sobre todo, un agravamiento de los conflictos previos.
Este análisis de las condiciones que rodean la emergencia de la pubertad y los primeros años de la juventud pretende poner de manifiesto que los problemas que surgen a nivel sanitario (actualmente existen cifras llamativos de anorexias, intentos de suicidio, embarazos y maternidades precoces o abortos ... ) deben tener un enfoque que incluya el análisis de todos estos factores, porque, de otro modo, cualquier intento preventivo o terapéutico que parta de una concepción exclusivamente "médica", y no incluya los aspectos sociales, culturales e intrapsíquicos implicados será insuficiente o inútil.
La consecuencia generalizado de una visión reductiva es que, por ejemplo, cuando se habla de prevenir embarazos en la adolescencia domina la idea común de que debe realizarse un trabajo de información sobre métodos anticonceptivos, lo cual, por otra parte, es obvio y necesario. Sin embargo, ese exclusivo planteamiento pretende incidir fundamentalmente en el aspecto somático, sin percibir que el adolescente, además de un cuerpo capaz biológicamente de procrear, está inmerso en unos determinados valores sociales, y tiene unas vivencias y unas características psíquicas personales que tienen que ver con esos valores y con la propia historia afectiva, con el género sexual al que se pertenece, con el momento evolutivo que se está atravesando, etc.
Pues, en efecto, los procesos psíquicos que tienen lugar en la adolescencia -la búsqueda de autonomía y la afirmación de la identidad sexual- acentúan los conflictos en la identificación/autonomía/rivalidad en relación a la madre y dado que la maternidad remite al conjunto de todos estos conflictos, en muchos adolescentes éstos pueden derivar en una búsqueda de solución -inconsciente e idealizada- a través de la propia maternidad, la cual, por otra parte, es vivida como el modo esencial en que se define la identidad femenina.
Determinados factores psicosociales pueden incidir, además, en la adopción de una sexualidad compulsiva y el riesgo de embarazos precoces. La pobreza cultural, la ubicación en la marginalidad (drogadicción, prostitución... ), la inaccesibilidad de los recursos preventivos por carencia de servicios, son algunos de los factores sociales. En el ámbito de lo psíquico, características especificas de las experiencias infantiles y de las relaciones familiares son también de enorme importancia: orfandad, carencias afectivas y/o de comunicación familiar, relaciones incestuosas, actitudes parentales excesivamente controladoras/represoras, existencia de determinados conflictos con/entre las figuras paterna y materno (a menudo ausencia, distancia afectiva, rigidez... del padre y/o extrema dependencia, rivalidad, necesidad de autoafirmación/oposición frente a la madre).
Por todo lo expuesto, plantearnos un trabajo preventivo requiere implementar todos los aspectos analizados. Pero éstos han de ser tenidos en cuenta no sólo en la prevención de embarazos en adolescentes, sino en todos aquellos que, aún afirmándose conscientemente que no se desean, acaban produciéndose una y otra vez, dando lugar a abortos repetidos o a maternidades muy conflictivas. Por tanto, es también necesario que la prevención incluya un trabajo a este nivel, para que puedan hacerse conscientes y verbalizarse los conflictos inconscientes que subyacen a dicho tipo de situaciones. Esta es, desde luego, una tarea a largo alcance, pero que no debe ser obviado, si queremos realmente hacer un trabajo serio de prevención, que no debe ser identificado simplemente con la información, si bien la incluyo.
Algo semejante puede afirmarse para ese otro momento crítico de la vida femenina que constituye el climaterio, etapa que en la actualidad ha devenido objeto de interés asistencial al haber aumentado sensiblemente el nivel de esperanza de vida de las mujeres, que como medio podrán vivir casi 30 años después del advenimiento de la menopausia, ya que en España ésta se presenta en torno a los 48 años.
Así pues, una tercera parte de las mujeres españolas son postmenopáusicas, y por ello, la menopausia ha devenido objeto privilegiado de investigación y tratamiento de las ciencias médicas, por varios factores fundamentales, que conllevan efectos sanitarios, económicos e individuales importantes. Por una parte, debido a la disminución de estrógenos, aumento el riesgo de padecer dos patologías (osteoparasis, cardiopatía isquémica), que aun no siendo especificas de la menopausia, sí guardan relación con ella. Por otra, y paralelamente, siempre a causa del déficit hormonal, pueden o no producirse síntomas vasomotores (los conocidos sofocos) y genitourinarios (atrofia de los tejidos de la vagina, uretra y vejiga, generando a menudo incontinencia urinaria, dispareunia... ), que en muchos casos son objeto de demanda sanitaria.
Pero junto a éstos síntomas, claramente relacionados con la bajada de estrógenos, han sido descritas una enorme cantidad de manifestaciones somáticas y psíquicas que se han querido asociar a la menopausia, obviando que en este periodo de la vida existe ya un progresivo deterioro físico y hay una acumulación de experiencias vitales, por lo que la sintomatología expresada puede guardar más relación con estas cuestiones que con la menopausia propiamente dicha. Esto se hace especialmente evidente cuando se hacen referencias a la irritabilidad, la astenia, el estado de ánimo depresivo... que algunos quieren explicar fundamentalmente por la bajado hormonal.
Sin embargo, la asociación de éstos últimos a la menopausia parece una consecuencia de extrapolar los datos obtenidos con estudios de muestras clínicas a la población general, además de ser una interpretación tributarla de una concepción biologicista de la salud.
En efecto, el hecho de que se manifiesten síntomas psíquicos acompañando a los fisiológicos, no necesariamente remite al origen biológico de ambos, no sólo porque en algunas ocasiones podría interpretarse a la inversa, como sucede con tantas manifestaciones somáticas, cuyo origen y/o agravamiento y/o percepción subjetiva depende sobre todo de conflictos psíquicos y/o de determinados condiciones de estrés (conversiones histéricas, somatizaciones varias...), sino también porque los síntomas psíquicos pueden haber estado presentes anteriormente o ser una derivación no tanto del déficit estrogénico, como de otras circunstancias (personales, familiares, socioeconómicas, culturales) que rodean la vida de una mujer en este momento de su ciclo vital.
Por el contrario, si partimos de una visión unitaria soma-psique, parece más correcto inferir que la presencia simultánea de síntomas somáticos y psíquicos pueda interpretarse como una consecuencia de la interacción de ambos tipos de factores. Partiendo de dicha concepción de la salud, presumimos que el modo en que se manifiesta/vivencia el ciclo vital que se está atravesando (la menopausia, en este caso), está relacionado no sólo con los cambios hormonales sino también con la historia individual de cada mujer y los factores socio-culturales en que la vida de ésta se inscribe, referidos estos últimos no sólo a las condiciones de vida (estado civil, situación laboral, nivel educativo, estatus socio-económico...) sino también a los valores culturales en torno al significado social de la menopausia y al posible sentimiento subjetivo que cada mujer puede atribuirle en virtud de esas condiciones.
Podemos presumir, pues, que la variedad e intensidad de sintomatología "neurovegativa", especialmente en lo que se refiere a la irritabilidad y estado de ánimo depresivo, parecen guardar estrecha relación con condiciones concretas de la vida femenina, además de con la biografía personal, pues otras alteraciones vitales acompañan a las propiamente hormonales (incidiendo cuando menos en la vivencia subjetiva de las que éstas últimas generan), estando dichos cambios, además, estrechamente vinculados a los valores sociales que preconizan lo que son, deben ser y hacer las mujeres.
En efecto, en el climaterio las mujeres experimentan diversas pérdidas que están en relación con los "ideales de feminidad" vigentes.
Por una parte, la pérdida de la capacidad de ser madre. Dicho momento puede ser conscientemente deseado por algunas mujeres, pero ser temido por otras, en función no sólo de haber tenido o no hijos, sino, sobre todo, de haber basado su autoestima en esa capacidad, que, por otra parte, es fundamentalmente aquella por la que la mujer ha sido definida y valorada socialmente
Por otra parte, la menopausia coincide a menudo con el momento del crecimiento o alejamiento de los hijos de la casa, lo que conlleva la pérdida del rol materno. Dicha pérdida, parcial o total, puede ser vivida por unas, como la apertura de posibilidades de realización en otras áreas, y, por otras, como un daño irreparable que les deja sin identidad y con una vida futura carente de sentido, al haber basado su existencia exclusivamente en ese papel y no ser capaces de crearse modos de vida y relaciones alternativas
Por ultimo, la decadencia física, con el envejecimiento paulatino que la menopausia acelera (flaccidez, arrugas...) resalta la pérdida definitiva de otro de los valores por el que las mujeres han sido "cotizadas": la capacidad de atractivo erótico. En una sociedad que relaciona estrechamente belleza y juventud, especialmente en relación a las mujeres, la pérdida del poder de seducción (uno de los pocos poderes que poseen las mujeres y, naturalmente, no todos...) puede ser peor tolerado por aquellas que han utilizado su imagen física como una fuente importante de suministro narcisístico y/o carecen de pareja, tienen conflictos con ésta..., ya que la mujer "madura" posee muchas menos posibilidades de atraer y de reconstruir una pareja, especialmente si tiene varios hijos, tal como señalan claramente las estadísticas en torno a la muy superior incidencia de matrimonios en hombres maduros separados. Y ello no sólo porque en los varones se valoran más aspectos de tipo económico y social, que en ellos mejoran con la edad, sino también por la habitual preferencia masculina (que cuenta con el beneplácito colectivo, al contrario de cuanto sucede en el caso inverso) por mujeres mucho más jóvenes.
Para muchas mujeres, pues, el periodo del climaterio es aquel en que, repentinamente en muchos casos, más progresivamente en otros, se adquiere una lúcida conciencia de la situación de injusticia y discriminación que caracteriza la condición femenina, en cuanto se percibe claramente que, a poco más de la mitad de la vida, se pierden aquellas capacidades, roles o valores por los que socialmente se ha definido la identidad y la función social de la mujer, y en virtud de los cuales ella ha basado su existencia hasta ese momento.
Además de estas condiciones y cambios, comunes a todas, pero vividos de modo individual por cada mujer, en los que se entrecruzan factores biológicos, psíquicos y culturales, pueden hallarse otras condiciones especificas relacionadas con las circunstancias de vida: el nivel educativo, el status laboral y socio-económico, el tipo de hábitat rural o urbano, la existencia o no de apoyos sociales, la responsabilización de enfermos o personas mayores (es frecuente tener a esta edad los padres o suegros al cuidado), el tipo/frecuencia de relaciones familiares y sociales, la satisfacción o insatisfacción con la propia vida (pasada y/o presente)... todos ellos factores que pueden incidir sobre la gran diversidad de maneras de vivir la menopausia: no sólo en la manifestación o no de síntomas, sino en el modo en que éstos son vivenciados, ya que los procesos fisiológicos no pueden ser deslindados ni de las condiciones socioculturales ni de la subjetividad de cada mujer.
El estado anímico en este periodo de la vida guarda mucha relación con el balance que cada mujer pueda hacer de su biografía personal, en la que intervienen de modo prioritario en este momento la existencia o no de una sólida relación de pareja, así como de estrechos Vínculos e intereses extrafamiliares -sea porque se trabaja fuera del hogar o porque se desarrollan otras actividades culturales y sociales- con los que compensar las pérdidas y obtener otras gratificaciones narcisísticas.
En cualquier caso, al margen de las diferencias individuales en los diversos aspectos, para todas simboliza, obviamente, el "signo" del declinar físico, la proximidad de la vejez, lo cual representa ya de por sí una importante herida narcisística. Pero esta herida podrá ser más o menos elaborable, más o menos tolerable, según sean las condiciones de vida que la acompañan y la historia personal de cada mujer.
Cuando se realizan estudios que carecen de este enfoque integral, pueden observarse malabarismos a la hora de hacer las interpretaciones. Y ello no sólo porque se biologiza todo cuanto le sucede a la mujer (convertida una vez más en Naturaleza), con la consecuencia de que se universaliza el síndrome ligado a la menopausia, pasando por alto la diferencia entre los grupos de mujeres, sino también porque se asocian a la menopausia problemas que simplemente pueden estar relacionados más con la edad y el modo de vida que con el déficit estrogénico, tal como puede suceder, por ejemplo, con la hipertensión.
La reducción de todos los factores implicados a uno solo, el déficit de estrógenos, como origen de todos los síntomas y problemas que tienen lugar en el tiempo en que se produce la menopausia, ha conducido a la medicalización actual de ésta, y a la proliferación de Unidades de Menopausia, cuya línea de actuación coincide con la de la ideología médica al uso: la terapéutica utilizada se centro esencialmente en administrar tratamientos hormonales a las mujeres con el fin de paliar la desaparición de la actividad ovárica. Con ello se pretende no sólo eliminar las alteraciones neurovegetativas (entre las que se describen, colocadas al mismo nivel, desde las palpitaciones y sofocos a la inestabilidad emocional, la astenia y la depresión), así como también prevenir las fracturas óseas y la patología vascular cardiaca.
En dicho tipo de tratamiento son ignorados (al menos en la práctica) los factores psico-sociales y ambientales que pueden ayudar a desencadenarlos, mantenerlos o agravarlos, dejando a las mujeres inermes frente a una técnica que prescinde de su subjetividad y sin la posibilidad de elaborar sus vivencias en torno a todas las transformaciones que están teniendo lugar tanto en su cuerpo como en la imagen de 1 misma y en su modo de vida. Se extiende así, una vez más, el control sobre el cuerpo de las mujeres, a quienes, en el mejor de los casos, se les "permite" elegir si quieren o no terapia hormonal.
Con ello no se pretende negar la utilidad del tratamiento hormonal para paliar algunos de los síntomas y problemas claramente asociados al déficit de estrógenos, sino llamar la atención sobre la necesidad de no universalizar el llamado síndrome de la menopausia y, por supuesto, potenciar otros modos de enfocar, prevenir y tratar los síntomas que aparecen en este periodo, algunos no necesariamente asociados a la menopausia, otros sí, pero -siempre que no haya situaciones de alto riesgo- objeto o no de tratamiento según la voluntad real de cada mujer.
Si bien la administración de estrógenos puede haber sido precedida por la información del ginecólogo/a, la presunta libertad de la paciente no es tal cuando la información deviene catequización, si va sesgada por la misma orientación biologicista/tecnicista y/o la tendencia a la extrapolación que impregnan muchas investigaciones en torno a esta problemática. Además, si se hipertrofian en la información los posibles efectos positivos del tratamiento, el presunto "consejo" puede devenir un imperativo más, que la mujer obedece "voluntariamente".
En lo que respecta a criterios estrictamente médicos, no solamente deberían ser explicados los riesgos de prolongar (para el cáncer de endometrio y de mama) la administración hormonal más allá de un tiempo prudencial -cinco años- sea como método paliativo de la sintomatología vasomotora y genitourinaria, sea como método preventivo de la osteoparasis y la cardiopatía isquémica, sino también deberían ser informadas las mujeres (la población, en general) de todas las otras indicaciones, hábitos y condiciones de vida alternativos que previenen/aminoran la sintomatología y los riesgos cardiovasculares, las fracturas..., así como aquellos casos en los que es claramente aconsejable la terapia hormonal (histerectomía, menopausia precoz) y los beneficios reales de ésta, para que pudiera existir una elección realmente libre en cuanto a la adopción o no de tratamiento y de qué tipo.
Conviene preguntarse, como lo hacen un grupo de rigurosos profesionales 1: "Así, ¿el climaterio es un proceso patológico tratable con hormonas, o bien forma parte del proceso general de envejecimiento? ¿Hasta qué punto influye el tratamiento en la calidad de vida de una mujer, sí ésta se ve obligada a acudir periódicamente a su médico, presentar la menstruación hasta edad avanzada, tomar habitualmente medicación y ser sometida a vigilancia para detectar precozmente un posible crecimiento tumoral?
¿Justifica esa medicalización de la vida de la mujer menopaúsica los relativos beneficios o corto y largo plazo, frente al riesgo adicional que supone el empleo de terapia hormonal sustitutiva?'
Por todo ello, un serio trabajo preventivo, curativo y rehabilitador en este área de población femenina debe integrar un exhaustivo análisis de todos los factores y condiciones que intervienen en las diversas manifestaciones psíquicas y somáticas, los riesgos futuros.... con el fin de incidir en todos ellos, pues hasta el momento existe sólo una visión reductiva y sesgado de todo la problemática.
El resultado de tal enfoque es la medicalización/tecnificación de la menopausia, que puede incluir a veces una psicologización/psiquiatrización, si se interpreta la manifestación de los síntomas psíquicos como una consecuencia de neurosis y desadaptación personal de la mujer. Dicho enfoque dificulta la concienciación, por parte de ésta, de la diversidad de factores que intervienen en su molestar, el cual es vivido, por tanto, como un problema psicológico individual, lo que aumenta su autodesvalorización y sus sentimientos de inadecuación, impidiéndole analizar las raíces sociales que también presenta todo esta problemática y las soluciones colectivas que requiere.
En relación a esta última cuestión es evidente que en los casos que presentan una clara sintomatología depresiva (con sentimientos de desesperanza, tristeza, astenia, pasividad), en el poder cambiar las propias perspectivas de vida, en esa "posibilidad de futurizarse" (que constituye siempre un antídoto para la depresión) juega un importante papel la clase social de pertenencia (la situación socioeconómica, el nivel educativo...), así como los recursos que la colectividad ofrece para favorecer una integración social (de tipo laboral, cultural, deportivo, asociativo... ).
La prevención que ha de ser afrontada debe, pues, abarcar un conjunto de propuestas que incluyan todos los aspectos implicados. La educación para la salud no debe tener en cuenta sólo los aspectos estrictamente médicos para la prevención de patologías futuras, proponiendo métodos de vida más "saludables" (ejercicio físico, eliminación de alcohol y tabaco, alimentación adecuada ... ) sino que debe incluir los factores socioculturales y psíquicos que intervienen igualmente en la salud, entendida ésta como el bienestar bio-psico-social.
En función de tal orientación, podrían programarse, en coordinación con los Servicios Sociales de la comunidad, programas de autoayuda para mujeres. En el marco de un trabajo de dinámica de grupos y con tiempo limitado, debería incluirse el ejercicio físico (con entrenamiento en ejercicios musculares específicos, relajación ... ); la información "objetiva" y rigurosa sobre los cambios fisiológicos, tratamientos posibles y formas de prevención de los riesgos de determinadas patologías; por último, el análisis de los aspectos psico-sociales del climaterio, favoreciendo el intercambio de experiencias, con el objetivo de generar un cambio en los valores sociales, en las actitudes y la revalorización de la imagen de la mujer madura, de cara a potenciar su autoestima, su autonomía personal... La coordinación con los Servicios Sociales permitiría la ubicación de tales grupos fuera del ámbito sanitario o, si ello no es posible, al menos, en el área del hábitat, favoreciendo el asociacionismo posterior de las mujeres y su integración en la comunidad de una manera más activa y protagonista, al posibilitar, de este modo, su participación y/o coorganización, desde sus propios intereses, en las actividades socioculturales.
El enfoque con que se ha profundizado en esos tres momentos del ciclo evolutivo de las mujeres pretendía incidir en todas las condiciones que interfieren en el modo en que se producen y vivencian los cambios fisiológicos y vitales, pues, como ya se ha señalado, la posición dominante dentro de la ciencia médica tiene por práctica habitual analizar éstos descontextualizándolos de todos los aspectos socioculturales y psíquicos que les enmarcan.
La consecuencia obvia de tal orientación es el reductivismo de las orientaciones preventivas (cuando las hay) y la medicalización de la labor terapéutica y rehabilitadora. La exclusiva información /administración de anticonceptivos para prevenir embarazos en la adolescencia, la preparación para el porto con el único uso de técnicas de respiración/relajación y la tecnificación de éste, así como el prevalente tratamiento hormonal en la menopausia, constituyen muestras evidente de la visión reductivista del sistema sanitario actual en torno a los procesos reproductivos y los ciclos vitales de las mujeres.
Un cambio global de enfoque requiere un análisis y cuestionamiento de los aspectos socioeconómicos, ambientales y éticos implicados en el conjunto de la sociedad y, por ende en el sistema sanitario. Debe ser transformado, por tanto, el significado dado al concepto de salud, redimensionando los enormes costes económicos, organizativos e individuales que supone dicho enfoque en el que se basa una pujante industria farmacéutica y la hipertrofia de la medicina asistencial, descuidándose en tal concepción todo lo relacionado con el trabajo preventivo, para cuyo abordaje debe realizarse el análisis de las condiciones generales de vida y de los modelos socioculturales y de género vigentes. Asimismo es imprescindible que todo enfoque preventivo, terapéutico o rehabilitador presupongo el conocimiento y aceptación de los aspectos psíquicos que comportan -y/o generan- la enfermedad (o los procesos fisiológicos) para quien los vive y para quienes le asisten o comparten (sea en calidad de trabajador, de familiar ... ).
Se trataría de trascender esa ancestral y artificial separación cuerpo/mente que ha caracterizado históricamente todo la ciencia positivista -y que el psicoanálisis ha venido a poner en crisis-, pues aún en la actualidad las ciencias-médicas afirman luchar objetivamente por la "salud" del ser humano, pero lo hacen en un sentido exclusivamente somaticista: es decir, negando la subjetividad de éste.
Es necesario, pues, transformar las concepciones en torno al modo de entender la salud y la enfermedad, en torno a sus condicionantes psicosociales y acerca de las consecuencias que ello comporta en el enfoque dado al proceso preventivo, curativo y rehabilitativo, para, en función de todo ello, elaborar las propuestas correctoras a hacer. Es evidente que una transformación sustancial en el modo en que son tratados los usuarios/as requiere un cambio ideológico y metodológico en las ciencias médicas, en la organización de los servicios de salud y en sus programas de actuación. Así pues, dicha transformación no debe quedar reducida exclusivamente a un "cambio de actitud" de los trabajadores sanitarios, pues los aspectos a cambiar son múltiples.