La cuestión de los límites en la
génesis y mantenimiento de las toxicomanías. Rebeldía o libertad. Propuestas
terapéuticas
The matter of boundaries in the
genesis and keeping of drug addiction: Defiance vs. freedom, and therapeutic
recommendations
Concepción PEÑA RODRIGUEZ (*)
Resumen
Este trabajo estudia
la influencia de las normas dentro del sistema familiar, en la génesis y el mantenimiento
de la drogodependencia. Se considera que un funcionamiento familiar anómalo puede
bloquear el acceso a la autonomía, de forma que el toxicómano se convierte en un
perpetuo adolescente en rebeldía, aún cuando ya sea un adulto. Ello significa que no es
libre, que depende económica y psicológicamente, que es manejado y que se deja manejar,
que raramente toma decisiones, si no que se toman por él y sobre ésta base se intenta
apartarlos del consumo. La drogodependencia sería un elemento más de esa rebeldía. Se
exponen y analizan una serie de casos clínicos clasificados en tres tipologías
familiares que son observadas muy frecuentemente. La primera de ellas se caracteriza por normas autoritarias e
inflexibles; la segunda, por agresividad y normas arbitrarias e impositivas; y la última
por límites blandos, débiles e incoherentes. Se analiza también la influencia de otros
factores más profundos como el desacuerdo parental y las alianzas inadecuadas. Se ofrecen
soluciones terapéuticas, cuya clave sería la libertad.
ABSTRACT
This paper considers
the influence of family rules on the genesis and keeping of drug dependence. An anomalous
family performance may block access to autonomy, the drug addict thus becoming a
everlasting and rebel adolescent. The implications are that the individual is not free,
economically and emotionally dependent, who manipulates and is manipulated, seldom making
decisions (someone decides for him/her). The attempt to move them away of drugs starts
from this background. Drug dependence could be considered part of that rebelliousness. A
number o cases are analyzed, grouped into three common family typologies: the first of
them has authoritarian and rigid rules; the second is aggressive and has arbitrary and
imperative rules; the third has mild, weak and incoherent boundaries. The influence of
deeper factors, such as parental disagreement or inadequate alliances, is also analyzed.
Therapeutic solutions are offered.
PALABRAS CLAVE
Toxicomanía, familia,
normas, autoritarismo, autonomía, rebeldía, sumisión, dependencia, sobreprotección.
KEY WORDS
Drug addiction, family,
rules, authoritarianism, autonomy, rebelliousness, submission, dependence, overprotection.
INTRODUCCION
Este trabajo parte de la observación
diaria en nuestra labor terapéutica con numerosos toxicómanos y sus familias, a lo largo
de varios años, en un centro público de atención a drogodependientes. La orientación
que hemos seguido fundamentalmente, a la hora de analizar los conflictos que llevaron al
inicio y mantenimiento de la toxicomanía es la sistémica. Es decir, consideramos al
toxicómano y su síntoma, como integrado y en interrelación con los sistemas externos a
él: familia1, grupo de iguales, vecindario,
sociedad, droga. Todo ello formaría un conjunto de fuerzas que estaría en la génesis y
mantenimiento de la drogodependencia y que, en el momento en que el usuario llega a
terapia, siguen actuando, interfiriendo en el éxito de la intervención.
Este enfoque no supone un rechazo por
nuestra parte, de otros métodos de análisis o técnicas terapéuticas que, en diferentes
momentos o según otros profesionales, puedan ser eficaces, como las derivadas del enfoque
cognitivo-conductual o las consideraciones y técnicas del psicoanálisis. En un terreno
tan resbaladizo como el de las drogodependencias, el terapeuta, a la hora de comprender y
actuar, no debe descartar ninguna hipótesis, ninguna posibilidad que revele ser útil.
Por otra parte, las conclusiones de este trabajo probablemente sean traducibles a
cualquier otra orientación psicológica.
Entre todos los aspectos que hay que tener
en cuenta a la hora de analizar el complejo problema de las adicciones, el que ahora vamos
a tratar es el de los límites, entendidos en un sentido amplio; nos referimos no sólo a
las normas sobre lo que se puede o no se puede hacer, sino tambien a aquéllas sobre lo
que se debe o no se debe ser y a las reglas implícitas o explícitas de interacción
familiar, quién interactúa con quién y de qué manera, quién hace, quién decide, lo
que se puede o no decir, como comportarse en general; son normas que afectan a la propia
construcción de la personalidad. Si matizáramos el título de esta experiencia, éste
podría ser más o menos así: el toxicómano ¿perpetuo adolescente en rebeldía?,
propuesta de solución: la libertad.
Es éste un tema, el del «control»
familiar, que aparece siempre en el análisis de los datos aportados por las personas que
vienen a consulta y que se muestran con una gran claridad en las interacciones familiares.
En este campo, siempre se observan choques dentro de la familiar (y, por supuesto, con la
sociedad). Los conflictos, las discusiones entre los implicados van desde la realización
de tareas domésticas, el respeto entre los miembros, la responsabilidad en áreas como el
dinero, el trabajo, etc., la forma de ser y de comportarse, hasta, evidentemente, el
consumo, como síntoma en la cúspide; las quejas pueden ser actuales, pero la raíz del
problema revela ser mucho más antigua.
Lo más llamativo es que en la mayoría de
los casos el toxicómano sigue siendo un adolescente, tenga los años que tenga. Con ello
queremos decir que no es autónomo, que no es libre, que es manejado y que se deja manejar
una y otra vez, que depende en lo económico, pero también, sobre todo, en lo
psicológico, que raramente toma iniciativas, que no sabe hacer oír su voz en muchos
casos, que no posee la experiencia de un adulto para enfrentarse a las amplias exigencias
de la vida aunque, por edad, lo sea. Pocos son los drogodependientes que son invitados a
decidir por sí mismos tanto en la cuestión de la abstinencia o consumo como en cualquier
otra y, los que poseen esa teórica libertad de decisión, en contadas ocasiones tienen su
sistema normativo interno lo suficientemente bien estructurado, o sus ideas tan claras,
como para ser capaces de ponerse límites o darse las justas libertades a sí mismos, o
para tomar el camino más adecuado en cada momento. En general, no se les anima a decidir
y se les proporciona una ayuda, sino que se toman las decisiones por ellos, y sobre esta
base, se intenta apartarlos del consumo. Esto en cuanto a la familia; en cuanto a los
profesionales, a menudo somos invitados, o incluso presionados, a participar en este
juego.
Con este trabajo, pretendemos suscitar la
reflexión y la discusión, dejar una puerta abierta al debate y a la búsqueda. Vamos a
presentar diferentes casos y datos reales, analizando el tema que nos ocupa, y finalizando
con una serie de propuestas terapéuticas para abordar el conflicto
autonomía-heteronomía.
FUNDAMENTACION TEORICA Y EXPOSICION DE
CASOS CLINICOS
El enfoque sistémico postula como factor
clave, desacuerdos en la pareja parental, que acaban provocando alianzas incorrectas
transgeneracionales y conflictos en la historia familiar, de modo que la familia no
evoluciona adecuadamente en momentos de cambio, produciéndose un funcionamiento anómalo
del sistema que se manifiesta en síntomas en alguno de los miembros, aquél o aquéllos
que acaba haciéndose, por diversas razones, con el papel de «chivo expiatorio»2.
Uno de los momentos de cambio cruciales en
una familia y que la afecta sobremanera, es la llegada de los hijos a la adolescencia.
Hasta ese momento, los padres eran el modelo, la autoridad máxima y el marco de
referencia del niño. A partir de ahora, el niño deja de serlo, camina hacia su etapa
adulta, reclama la capacidad de gobernarse a sí mismo, de ser él mismo, de hacer valer
sus opiniones, en definitiva, busca su autonomía, al menos psicológica, ya que no
económica.
Cuando el funcionamiento del sistema es
incorrecto, el conveniente acceso a la autonomía, puede quedar bloqueado.
Con respecto al tema del que tratamos, en
nuestra opinión, podríamos distinguir tres tipologías familiares que se observan muy
frecuentemente y que son conflictivas en relación a la forma de educar, de poner límites
o dotar de libertad. Son familias en las que no se ha dado nunca el paso de considerar al
hijo o a la hija como adolescente primero o adulto después o en las que este paso no se
ha dado de forma conveniente o completa. Nos encontramos, en primer lugar, con aquéllas
en las que las normas son coherentes y, a menudo, razonables pero asfixiantes e impuestas
de forma autoritaria y, a menudo, descalificadora, sin contar con el hijo, sin animar su
iniciativa, en suma, sin escucharle ni dialogar; por supuesto, en general, los problemas
comienzan a manifestarse abiertamente en la adolescencia, con el hijo reclamando sus
derechos y escapando de las normas familiares a través de la rebeldía, una de cuyas
formas de manifestarse puede ser el inicio en el consumo de drogas; estos suelen ser los
usuarios de los cuales los padres nos dicen: de pequeño era el más bueno, el más
obediente, el más sumiso. Llega un momento en que éstos se rinden y el niño
perfecto acaba haciendo lo que le da la gana.
Otra parte de las familias se
caracterizaría por la franca agresividad y las normas arbitrarias y, por descontado,
impositivas. En estos casos, la rebeldía se acentúa y la agresividad del trato recibido
se manifiesta en diferentes formas en el cliente.
Por último, podríamos hablar de un tercer
grupo con límites incompletos, débiles y cuyas formas de hacerlos válidos son
inoperantes: el individuo se escapa de ellos, no aprende a hacer un uso conveniente de su
libertad y adopta los valores que va encontrando, a menudo, los de un grupo de referencia
marginal.
Los problemas que han comenzado a
manifestarse en un momento determinado aunque su raíz pueda ser antigua,
continúan en adelante, agudizándose, si la familia sigue con las mismas pautas.
Antes de seguir adelante es necesario
señalar que, aunque la mayoría de casos que presentaremos a continuación son de
consumidores de heroína, creemos que las reflexiones de éste trabajo pueden ser
aplicadas a cualquier otra sustancia, siempre que su consumo constituya en gran parte, una
forma de oposición a las normas; sin embargo, es probable que no resultaran válidas para
un cocainómano que ha comenzado a consumir a una edad avanzada para obtener un mejor
rendimiento en su trabajo, o a un alcohólico que consuma en el seno de la familia y con
la aprobación de ésta.
Ilustraremos cada una de las tres
tipologías básicas con diferentes casos clínicos:
Primera
tipología
1. A., mujer de 25 años. Es la menor
de dos hermanas. Su hermana está casada, tiene dos hijos y lleva una vida normalizada. A.
se separó hace unos meses; tomó esta decisión por que su marido continuaba consumiendo.
Desde que inició el tratamiento actual vive con los padres (excepto el período en que
estuvo en una comunidad terapéutica). Es madre de una niña de diez años que vive
también con ellos.
A los quince años quedó embarazada y se
casó, separándose del núcleo familiar de origen. Se inició a esa edad en el consumo de
drogas, a través de su marido. Sus padres no descubren su dependencia de la heroína
hasta unos dos años después. A partir de ese momento, la familia presiona a A. para que
se ponga en tratamiento. Acude a diversos centros y pasa por varios períodos de
abstinencia y recaídas, hasta la actualidad, en que lleva más de un año y medio sin
consumir heroína, tomando otras sustancias como alcohol o cannabis, en contadas
ocasiones. Desde hace varios meses está trabajando con contratos cortos: cuando se le ha
acabado un empleo, ha buscado otro enseguida. Sus posibilidades de conseguir un puesto de
trabajo bien remunerado son nulas ya que su preparación es escasa; ello implica que,
difícilmente, podría mantenerse a ella misma y a su hija en un hogar propio.
La situación de la familia, a lo largo de
este último período, se ha ido deteriorando. En un principio, tras la desintoxicación y
los primeros meses de abstinencia, el ambiente en el hogar era más o menos relajado, pero
poco a poco volvieron a estallar conflictos antiguos. Desde el punto de vista de A., sus
padres son demasiado opresivos en sus demandas y exigencias y la atmósfera, plagada de
discusiones y mal humor, es asfixiante. Desde el punto de vista de ellos, A. no es como
debe, no cumple las normas, no hace lo que se le exige; de hecho, esto último es así a
ojos vista y su comportamiento es peor cuanto más aumentan las demandas de los padres; se
están repitiendo los roces existentes tiempo atrás.
El núcleo familiar no es excesivamente problemático ya que,
aparentemente, no existen conflictos graves o manifiestos entre la pareja parental, aunque
ello podría ser desmentido por el hecho de que el padre jamás acompaña a la madre a las
citas en el centro.
En un momento en que la situación de
deterioro es alta, con constantes discusiones ente A. y su madre y, de forma más
esporádica debido, entre otras cosas, a su menor presencia en el hogar, con
el padre, la madre demanda una entrevista con la psicólogo, a la que acudirían A., su
hermana y ella. En la entrevista A. se muestra muy nerviosa y disgustada, sintiéndose el
blanco de todas las acusaciones y temiendo que la profesional las secunde. De hecho, la
entrevista comienza con descalificaciones globales hacia ella por parte de la madre y la
hermana, ignorando por completo los avances realizados hasta el momento: el largo período
de abstinencia conseguido y su actividad laboral. Las acusaciones se cruzan entre ellas en
términos contundentes, con gran agitación y nerviosismo.
En un momento determinado, la hermana cambia
de partido y se enfrenta a la madre, reprochándole haber sobreprotegido siempre a A.,
considerándola débil, torpe e incapaz desde que era pequeña, haciendo las cosas por
ella, impidiéndole que hiciera nada por sí misma. Le dice que actualmente está
repitiendo el mismo comportamiento y, especialmente, en relación a su nieta, impidiendo a
A. que la cuide, adelantándose a hacerlo todo y entrometiéndose en cada paso que A. da
con respecto a su hija, de forma que A. acaba por desanimarse, rendirse y abandonar el cuidado de su hija y el de ella misma en manos
de su madre, y entonces se le reprocha haberse hecho cómoda. En general, las quejas
contra A. se expresan de esta forma: lo que tú tienes que hacer
, por
que lo que no se puede hacer
deberías
, por que antes,
cuando estabas consumiendo
y en el fondo se adivina la certeza de que, con
este comportamiento, fatalmente va a recaer, un pronóstico del tipo profecía que
se cumple a sí misma.
En posteriores entrevistas con la madre y con A. va quedando cada
vez más de manifiesto que la forma de interactuar con ella es entrometiéndose,
adelantándose, descalificando, prohibiendo y ordenando, ante lo cual, A. se convierte en
una rebelde perpetua. Esta forma de actuar se observa en muchos otros casos de
toxicomanía. Se le hace ver a la madre la inutilidad y la poca conveniencia de este modo
de actuar, aunque pueda estar cargada de razón en alguna de sus demandas, y, como cada
vez se consigue una respuesta más negativa de ella. Preguntándole sobre la actuación
del padre, señala que es bastante más autoritario que ella aún. La reacción de la
madre es bastante positiva, comprendiendo que logra bastante más cuando mantiene un
diálogo amigable con su hija, tratándola como adulta y valorando sus logros.
En las entrevistas posteriores con A. ella
manifiesta que en su casa es imposible el diálogo: no se le escucha en absoluto, sigue
siendo una niña, en ningún caso se respetan sus opiniones; se siente atada de pies y
manos. Por nuestra parte, se le anima a hacerse valer, a hacerse oír de una manera
adecuada y a demostrar con su comportamiento que es una adulta. En todo momento se le
pregunta acerca de las decisiones que ella quiere tomar, dialogando con ella acerca del
camino más adecuado a seguir y respetándolas.
Entre tanto ha acabado yéndose de casa sola, viviendo en un piso
compartido y manteniendo su abstinencia. Su actitud con respecto a su hija, de momento, es
de dejación de responsabilidades en manos de la abuela.
Este caso muestra, de un modo evidente, a un individuo que no ha
accedido a una adecuada y progresiva independencia. A. la conquistó casándose sumamente
joven, sin recursos, sin planes realistas para el futuro. Después de haber acumulado
problemas, no tuvo más remedio que volver al hogar y, los conflictos antiguos se repiten:
sigue sin conseguir el paso a la libertad, a la autonomía. A. repite ahora el
comportamiento antiguo: se va de casa, pero esta vez, de una forma más madura, más
pensada, buscando una autoafirmación cada vez mayor. De no conseguir los objetivos que
nos hemos propuesto, el ciclo, previsiblemente, se seguiría produciendo una y otra vez y
la situación de A. se deterioraría cada vez más, hasta hacer imposible su paso a la
plena independencia.
2. F. y L. tienen tres hijos, dos varones de 23 y 21 años y una
mujer, la menor. Acude a consulta por que han advertido que sus dos hijos mayores están
consumiendo, de forma esporádica, cannabis, pastillas, alcohol. Por otra parte, algunos
de los objetivos que los padres se habían
propuesto no se han conseguido: abandonaron los estudios y tampoco se han integrado aún
plenamente en el mundo laboral manifestando una cierta apatía con respecto a su futuro. A
pesar de todo, la situación no está demasiado deteriorada.
Como los chicos no quieren acudir al centro, por que no
consideran que exista un problema, tenemos varias entrevistas con los padres solos; el
hecho de que vengan juntos a terapia es un signo muy positivo. En ellas aparece la
conocida dinámica padre autoritario y distante, madre sobreprotectora, sin que estos
papeles sean extremados. La madre acusa al padre de no haber sabido dialogar, de no haber
escuchado nunca, de haber querido tener siempre la razón e imponer sus criterios por
encima de todos. Él le reprocha una excesiva blandura y que le ha quitado autoridad
frente a los hijos.
Una parte de la actuación va encaminada a
hacerle ver al padre que sus demandas frente a los hijos son perfectamente razonables: él
considera que el hecho de fumarse un porro de vez en cuando no es grave, sólo desea que
tengan cuidado con las drogas, que no abusen y, por otro lado, quiere que se sigan
formando, que busquen un empleo que les procure cierta seguridad en el futuro
, pero
que su forma de expresarlas, según se ha ido viendo a lo largo de las entrevistas, es
totalmente inadecuada. Los hijos, interpelados de forma autoritaria y descalificadora,
aunque con la mejor intención, hacen caso omiso y se rebelan. Afortunadamente, el padre
reconoce esto enseguida. En un momento dado se ha hecho con él un pequeño role-playing;
la terapeuta le contesta como intuye que lo harán los hijos: venga papá siempre
estás igual
, vaya rollo
, etc. y, finalmente, mutismo, y él
se sorprende de que es eso justamente lo que sucede.
Desde un principio reconocen que han tenido
etapas largas de crisis de pareja, formando finalmente la madre alianza con los hijos y
dejando al margen al padre, aunque la situación no ha sido muy grave, y que ello tiene
que ver con todo lo que sucede en la actualidad. Se les hace comprender el ambiente social
en que están inmersos sus hijos, por qué reaccionan de una determinada manera, y se les
dan pautas concretas a seguir. Finalmente llegamos a la conclusión de que deben actuar de
forma conjunta, estableciendo acuerdos y estrategias de actuación coordinadas, sin que
ninguno de los cónyuges descalifique al otro y, por supuesto, evitando tanto la
sobreprotección como el autoritarismo. Por último, se concierta una entrevista con toda
la familia presente, con otra psicóloga, que se encargará del caso en el futuro.
3. D. Varón de veinticinco años. Tiene un
hermano menor no consumidor. Es padre de un hijo de dos años; en la actualidad está
separado, entre otras razones por que su pareja continúa consumiendo. Todos los miembros
de la familia conviven. Durante el tiempo en que duraron las relaciones ente él y su
ex-esposa, ésta vivía también con la familia de orígen de D. La tutela del niño está
en manos de la abuela paterna. D. trabaja en el negocio familiar que, últimamente, debido
a una enfermedad del padre, podría decirse que está a su cargo.
Es consumidor de heroína desde los
diecisiete años. Ha realizado ya varios tratamientos con posteriores recaídas. En el
último período lleva un año abstinente. En éste caso clínico, lo más llamativo es la
dualidad sobreprotección-control3 por parte
de la madre; la autoridad se ejerce en gran medida a través de chantajes emocionales: la
culpa, la deuda y el sentimiento de no valer de D.; su autonomía se enreda
constantemente en las reacciones de la madre.
A partir de los quince años, la manera de
escapar de la asfixia del hogar fue a través de comportamientos reivindicativos, uno de
los cuáles era el consumo; acabó siendo teóricamente independiente, haciendo lo que
quería, sin sujetarse a ninguna norma. Como suele suceder, una vez acumulados varios
problemas, volvió a depender de la familia por completo. En los períodos de abstinencia,
se somete a la voluntad paterna, cumpliendo un ciclo que podríamos denominar desobediencia-sumisión,
hasta que llega un momento en que vuelve a escapar y siempre es a través de la droga.
D. está empezando a reconocer que la madre
le cobija demasiado, que le tiene en un puño, que acaba haciendo las cosas
por que ella quiere o por que ella no quiere. No se siente libre. En los períodos de no
consumo es obligado a cumplir un horario estricto y a la continua vigilancia e
intromisión de sus padres, durante meses; la excusa para ésta actuación excesiva es que
él es toxicómano. La razón para someterse es lo mucho que sus padres han hecho por él
(deuda) como cuidar de su hijo, y lo mal que él se ha comportado. Si toma una
decisión tan crucial como dejar de consumir, al final, ya no sabe si la ha tomado por sí
mismo o por los demás.
Él verbaliza que, antes, cuando él
consumía, su madre estaba plenamente centrada en su hermano; ahora el centro de atención
es él. Su madre permanece despierta hasta que él llega, se preocupa por sus idas y
venidas, por cualquier reacción extraña y le somete a cuidados continuos; su
hermano ahora tiene plena libertad. Intenta hablar con su madre pero no existen palabras
para expresar esos sentimientos. En este punto, la comunicación está rota. El asunto es
tabú.
Se ha trabajado mucho con la madre sobre
todo esto, pero su reacción es mínima; su hijo sigue siendo algo así como un rehén.
Con él ha sido muy difícil llegar a hablar de estas cuestiones, debido al temor de
ofenderla. Su reacción al empezar a tratarlas es de un tremendo alivio.
4. Un último caso, brevemente, para esta
primera tipología: R., varón de 35 años, con ocho años de consumo de heroína y
deterioro personal a sus espaldas; ha pasado por diversos tratamientos. Uno de ellos la
denominada bomba de naltrexona4.
Cuando llegó a nuestro centro achacaba sus fracasos a la impericia de los profesionales
que no le controlaban lo suficiente. Se le hizo ver que la abstinencia depende
fundamentalmente de él. Desde muy pronto en el tratamiento se le manifiesta que es libre
para elegir lo que desea hacer; él afirma que desea continuar abstinente; con este punto
de partida, se le va dejando libertad de acción y decisión.
En determinado momento nos confiesa que,
los fines de semana largos en que sabe que puede no ser detectado un consumo en la
analítica, siente unos tremendos deseos de consumir. Relata sueños en los que va a
comprar droga y, al final, no la toma por que aparecen su madre o su padre. Está
manifestando pues, un control mucho más externo que interno. Nos reafirmamos en la idea
de libertad: haz lo que desees, lo que creas que es más conveniente para tí; poco
después de esta intervención, ha dicho que ya no ha vuelta a sentir esa obsesión por
consumir cuando sabe que no se va a detectar. Otra cosa importante es que, al ser tratado
así desde el principio, ha informado por propia iniciativa de dos consumos,
manteniéndose desde entonces hace cuatro meses abstinente. Por otra parte,
él ha comentado espontáneamente su satisfacción por ser tratado de esa manera.
SEGUNDA TIPOLOGIA
1. F., Mujer de veintinueve años, hija única, casada, con dos
hijos. Ella y sus hijos viven con sus padres. El marido, hasta hace unos meses ha estado
en la cárcel, durante, aproximadamente, cuatro años. Su nivel de preparación es bajo,
por tanto, resulta muy difícil la obtención de una independencia económica. Consiguió
un período de abstinencia a la heroína de tres años, cuando vivía con su marido, sin
ningún tratamiento, en sus propias palabras por que yo quise, no por que me
obligara nadie».
Las relaciones con los padres son deplorables. De parte del padre
existen y han existido siempre malos tratos físicos y verbales; es autoritario, variable,
imprevisible, invasor, expresando demandas contradictorias e incoherentes; la madre, con
sus reacciones, complica aún más el juego, aunque se advierte que su posición es
secundaria. F. es sumamente agresiva y manipuladora con el personal de cualquier centro al
que acude, según se nos informa en repetidas ocasiones. Ha llegado a llamar a la
policía, vertiendo acusaciones falsas contra un médico de un centro de salud que no le
quería proporcionar derivados de opiáceos y tranquilizantes con el propósito de
consumo.
En las entrevistas con la psicóloga afirma que le es imposible
controlar algunas de sus reacciones. A lo largo de los diálogos mantenidos con ella se
manifiesta con claridad que actúa única y exclusivamente por rebeldía. Es una sumisión
al revés, si su padre o cualquiera que ella experimente como autoridad normalizada
le hace una demanda, ella va a hacer justo lo opuesto aún en contra de sus propósitos e
incluso perjudicándose conscientemente. En suma: no es libre, actúa siempre por
oposición. Siente que no puede actuar bien» en sus propias palabras. Las
reacciones de F. provienen con certeza de una rebelión antigua frente a un comportamiento
impositivo y absolutamente incoherente e inoperante por parte de los padres. Actualmente
sigue consumiendo aunque, en breve, si las cosas no cambian ingresará en Comunidad
Terapéutica.
2. G., varón de 27 años, soltero. El
hermano mayor es un toxicómano rehabilitado, casado y con hijos. Tiene un hermanastro
menor, no consumidor. Los padres se separaron cuando G. tenía cinco años. La madre tomó
una nueva pareja que, durante años se comportó de manera extremadamente agresiva con
él, hasta el punto de que afirma que se separó de nuevo por esta razón; en cuanto a
ella, sus actuaciones con respecto a G. tienden a ser inconsistentes. G. verbaliza en
numerosas ocasiones que no es capaz de controlarse a sí mismo; de hecho, existe un
trastorno del control de los impulsos, que se manifiesta de diversas maneras, así como
síntomas de un trastorno paranoide, con ideas autorreferenciales que él vive como
extrañas, aunque a veces les da crédito. Desde siempre ha causado problemas por no
cumplir ninguna exigencia; como muestra, se escapaba de la escuela desde muy pequeño. Su
comportamiento con los profesionales no es agresivo, sino inconstante, errático. Su
toxicomanía es un síntoma más de la falta de un sistema normativo coherente. En la
actualidad, después de haber intentado una y otra vez mantener la abstinencia, se halla
en la cárcel desde hace unos meses.
3. H., varón de 27 años. Son siete
hermanos; él es el tercero. Consumidor de heroína, éxtasis, LSD, cannabis desde hace
doce años. Es un caso parecido al anterior, con padres separados desde su infancia y un
padrastro maltratador que, en la actualidad, está separado de la madre. Manifiesta ideas
autorreferenciales, fobia social moderada, depresión y un distanciamiento desconfiado
hacia los profesionales. Ha realizado varios tratamientos, en uno de los cuáles
permaneció más de un año sin consumir heroína pero sí otras sustancias. En la
actualidad hace casi un año y medio que no toma ningún tipo de droga. En su caso el
factor positivo parece ser la madre: aunque las relaciones entre ambos no son buenas,
últimamente adoptó una actitud muy adecuada para el tratamiento, manteniéndose distante
y no haciendo ninguna concesión a cualquier posible consumo del hijo; lo envió a vivir
con una hermana suya, separándose del pueblo y el ambiente en que residía e invitándole
a una autonomía bastante completa.
TERCERA TIPOLOGIA
1. J.y L. son dos hermanos toxicómanos de
23 y 22 años. Han realizado innumerables tratamientos incompletos, produciéndose el
abandono a los dos o tres meses o justo después de la desintoxicación, con recaída
inmediata. El padre es alcohólico; está en paro. La madre apenas está en casa, pues
trabaja todo el día fuera de ella; es la que mantiene a la familia. La relación entre
ambos es manifiestamente tormentosa. Son un ejemplo claro de límites incompletos, blandos
y confusos y falta absoluta de control. El padre señala que él es consciente de haber
sido muy permisivo; la madre es una figura muy periférica. Ninguno de los dos es capaz de
colaborar de modo eficaz con los profesionales.
2. O. es hijo de padres muy mayores y muy
débiles e incoherentes a la hora de educarle. Tiene 24 años. Es el menor de tres
hermanos. Desde hace tiempo ni el padre ni la madre han sabido hacerse con él: se ha
comportado absolutamente como le ha dado la gana, a pesar de las prohibiciones
o ruegos de sus progenitores. Actualmente sufre un trastorno de la personalidad, con
prominentes síntomas depresivos e histéricos, con varios intentos autolíticos desde que
se enteró de que era VIH+; se advierte una absoluta debilidad del yo y una gran
incapacidad para enfrentarse a situaciones de estrés. Consumidor de heroína y
benzodiazepinas, ha sido derivado al programa de metadona y estamos en estrecho contacto
con salud mental.
3. S., varón de 24 años, con 2 hermanas;
otro caso de confusión absoluta de límites, con demandas incoherentes por parte de cada
progenitor y de ambos entre sí. La madre le acusa de su depresión y de todos los males
que hay en casa como supuesto medio para que le haga caso y no consuma, al tiempo que le
protege y le consiente; el padre le exige cosas completamente absurdas, como que se
esté los domingos con ellos viendo la televisión y comiendo patatas fritas en lugar de
ir a consumir; sus intentos de control son por completo inoperantes; las relaciones
entre la pareja son muy malas. En ocasiones claves le han protegido frente a las
exigencias de los profesionales. Tiene muy poca capacidad de autocontrol. Nunca ha logrado
una desintoxicación ambulatoria; ha permanecido bastante tiempo abstinente, pero siempre
en comunidad terapéutica con una rápida recaída al volver a su hogar.
Para completar esta tipología hablaremos
de un grado de mayor gravedad: una casi carencia de límites unida a marginalidad o graves
problemas de la familia y/o personales. D., varón; 24 años; el noveno de diez hermanos;
tres de ellos mujeres fallecieron por causas relacionadas con el consumo de
heroína; otro de los hermanos es también toxicómano; comenzó a tomar heroína a los
diecisiete años. Ha realizado muchos tratamientos en diversos recursos, con resultado
desigual. T., varón de cuarenta años; es el mayor de cinco hermanos; los padres están
separados; dos hermanos fallecieron a causa del consumo; otro de ellos es toxicómano.
Tiene una hija. Su esposa también falleció debido a VIH+. Consume heroína desde hace
veinte años de forma continuada, sin ningún período de abstinencia. Lleva más de un
año en el programa de metadona. E., varón de treinta y cinco años, el último de cinco
hermanos. Su esposa falleció por infección por VIH; tiene una hija. Consume desde hace
diecisiete años de forma continuada, como en el caso anterior; también permanece en el
programa de metadona.
DISCUSION Y CONCLUSIONES
En todos los casos mencionados en el
apartado anterior puede suponerse una relación entre la dependencia de algún tipo de
sustancia y la construcción de la capacidad de autonomía. La mayoría de los sujetos que
acuden a un centro de tratamiento ha iniciado la escalada de consumo en la etapa
adolescente, etapa de rebeldía, de oposición, de búsqueda de sí mismo; podría decirse
que, casi cualquier persona en esta edad está en situación de riesgo. Pero a la vista de
los casos que conocemos, de los cuáles los analizados son sólo una pequeña muestra,
podemos afirmar que se advierte siempre un choque prolongado con las normas en un sentido
amplio, más grave de lo habitual, que además se ha ido intensificando, con una reacción
de la familia del tipo de más de lo mismo o una incapacidad de reacción por
diferentes motivos.
En la primera tipología familiar que hemos
propuesto, se observa que la independencia no ha sido nunca alcanzada convenientemente,
aún a pesar de que el individuo haya entrado ya en la etapa adulta. El toxicómano, en la
inmensa mayoría de los casos, no es consciente de este problema o no lo entiende; para
él es el modus vivendi, por tanto, ni siquiera puede decirse que luche por
ella. Los padres llegan a interferir gravemente en su voluntad con la mejor intención, de
manera que, incluso cuando él o ella han optado ya por emprender el camino de la
abstinencia mas o menos obligados, luego hablaremos de ello, continúan
coartando al sujeto, sobreprotegiéndolo, decidiendo por él, tomando las iniciativas por
él, haciendo las cosas por él, persiguiendo, comprobando, desconfiando, manipulando en
la sombra y, siempre, impidiendo el verdadero paso a la autonomía. Él se queja de este
control, se siente molesto, pero se rinde de antemano, no cree tener las fuerzas
suficientes para vencer en la batalla, y tampoco sabe lo que busca en realidad. Al final
vuelve a expresar toda su rebeldía a través del consumo.
Podríamos hablar de dos ciclos
complementarios: sumisión rebeldía» y autoritarismo-permisividad.
Podemos suponer que el individuo que en la infancia ha estado sometido a las normas,
sobreprotegido acostumbrado
a que se le resuelvan todos los problemas, llegado un momento desea escapar de todo
ello; ante las barreras existentes y sus propias limitaciones, sigue un camino que le
acaba llevando de nuevo a la dependencia de la familia a la sumisión y, a
menudo, el ciclo se repite. Por otra parte, los padres consideran que su hijo se les
escapa de las manos, refuerzan sus posiciones antiguas, que han quedado obsoletas,
provocando una reacción de «más de lo mismo y finalmente pierden la batalla, se
rinden; todo ello explicaría en parte el hecho de que muchos padres, desesperados, acaben
consintiendo el consumo así como un comportamiento inadmisible por un tiempo hasta que
consiguen de una manera u otra que el hijo acuda a un centro de tratamiento. Una vez que
él está abstinente, tienden a seguir con sus comportamientos habituales y a perpetuar el
ciclo.
Por otra parte, cuando un hijo presenta un
problema de drogas, la familia es presa del temor a dejarlos solos, a dejarles valerse por
sí mismos; temor que, presumiblemente ha existido desde que ellos eran pequeños. Una y
otra vez, el toxicómano recibe mensajes, avisos de que él es incapaz de
llevar su vida adelante y convencido de que es así, ni tan siquiera se lo plantea; el
futuro acaba convirtiéndose en un imposible. Por muy mala relación que tengan con la
familia, no abandonan el nido. Es curioso que se les ayude en todo, incluso en lo
económico, si permanecen en casa, pero aún en los mejores momentos, difícilmente se
plantea que emprendan una vida en otro lugar con la misma colaboración e incluso se
desaprueba tácita o expresamente.
Pero quizá aún hay más; si bien una
parte importante de la tela de araña que envuelve al toxicómano puede estar constituida
por la falta de libertad, según Stanton, Todd y cols
(1988), existe, de fondo, un
conflicto entre la pareja parental y un rechazo a separarse del hijo, con el cual se ha
establecido una alianza y que llena el vacío dejado por el cónyuge, cuando no sirve de
arma arrojadiza contra él. Efectivamente, podemos plantearnos que los conflictos
mencionados hasta ahora derivan de otros más profundos, que la oposición entre los
miembros de la familia nace de problemas afectivos entre ellos, una de cuyas maneras de
expresarse podría ser el desacuerdo en el grado de libertad e iniciativa que se va
otorgando al hijo. La rebeldía del adolescente podría ser un modo no sólo de escapar a
las normas, sino de expresar el rechazo a la forma en que es tratado en general. En este
sentido conviene leer el trabajo mencionado más arriba.
Como ha quedado dicho en la introducción, los profesionales
somos invitados sutilmente a participar en este juego. Podemos vernos invadidos por los
mismos temores, pensar que el individuo que tenemos enfrente debe estar protegido, es
incapaz de manejarse por sí mismo y, en realidad, en esos momentos es muy posible que lo
sea. Los centros de rehabilitación, por su mismo carácter, se colocan en la posición de
la familia, suscitando desde el principio una rebeldía más o menos encubierta que se
manifiesta en detalles como falta de entusiasmo, no asistencia a algunas citas o grupos,
seguir sólo en parte determinadas indicaciones, etc
El trabajo que debe realizar el profesional no es tanto el de
mantener la abstinencia, si no el de hacerle cada vez más autónomo, ofreciéndole
además la promesa de que puede lograrlo; debemos preocuparnos por su vida laboral,
sentimental, por sus problemas y por reforzar la capacidad de solucionarlos,
acompañándolos en ese camino hacia la independencia y al mismo tiempo, acompañando a la
familia en el mismo camino que, para ellos resulta especialmente difícil.
Inmediatamente surge el fantasma de la
recaída si no otros, que provoca una fuerte resistencia al cambio. La
recaída es una consecuencia lógica de todos los conflictos acumulados; el individuo,
aún inmaduro, incapaz de enfrentarse a las dificultades con que se encuentra tras un
período de consumo, que suelen ser considerables, se enreda una y otra vez con la droga;
si el proceso no se corta los obstáculos aumentan y cada vez se siente menos capaz de
seguir luchando.
La clave, lo que más alivia al toxicómano
que está en tratamiento es decirle: haz lo que quieras, actúa como quieras, decide tú;
la reacción ante una respuesta de este tipo es impresionante; numerosos bloqueos caen en un momento. Se encuentra libre
para decidir y lo hace, a menudo, adecuadamente, de forma pensada, calculando los
beneficios y los riesgos por sí mismo. A partir de ese momento procura cuidarse, busca
él mismo la salida a sus problemas, con mucha menos ayuda por parte del profesional y
demandando mucho menos de él y de los demás. Sí, puede presentarse un nuevo período de
consumo, cómo no, sin embargo, en todo caso será mucho más maduro, mucho más capaz de
afrontarlo.
Pero hay que saber escoger el momento y la
forma en que esto se lleva a cabo. En un principio, cuando el toxicómano llega a
tratamiento es muy difícil, si no imposible, plantearle cualquier decisión autónoma; de
hecho suele acudir obligado por los padres, o por la situación de deterioro general. En
esa etapa conviene demandar el acompañamiento de la familia durante un tiempo, implicarla
en alto grado en el proceso terapéutico; más adelante, la cuestión de la autonomía
debe ir siendo planteada tanto al toxicómano como a sus padres, proporcionándoles la
ayuda necesaria.
En cuanto a las otras tipologías
mencionadas, los problemas se agravan. El individuo no sólo actúa por oposición,
buscándose a tientas a sí mismo, si no que además en su sistema de autocontrol hay
graves contradicciones, confusiones, puntos débiles. Se trata por tanto, de ayudarle a
reorganizarlo y ésta es una difícil tarea, plagada de resistencias y de desánimo, tanto
para el profesional como para el consumidor.
Por supuesto, no todos los toxicómanos
viven con su familia, aunque son una gran mayoría; incluso aquéllos que tienen una
pareja estable, a menudo conviven con alguna de las familias de origen, o siguen cada uno
en sus respectivos hogares. Aún cuando los padres hayan fallecido o el toxicómano tenga
un hogar propio, el problema de fondo sigue existiendo.
Hay aún otra cuestión importante que
tenemos que tener en cuenta: el poder adictivo de la sustancia; hay que tener presente que
el tomar o no tomar drogas no está siempre en manos del sujeto, que le supera, que se le
escapa: Aún alcanzado un equilibrio ideal, una capacidad plenamente satisfactoria de
enfrentarse a la vida, el tóxico siempre está ahí, llamando e invitando. Los
profesionales debemos reforzar todo aquéllo que se oponga al consumo, como la autonomía,
y por otra parte dotarle de estrategias básicas para resistir el deseo, cuando éste se
presenta.
Queda aún por mencionar el peso de la
respuesta social: la marginación. Es otra de las graves rémoras a las que se enfrenta el
ex-adicto. Él es el primero que se margina, se desprecia, desconfía de sí mismo. Le
parece que nunca va a desprenderse de esa etiqueta que no sólo la sociedad, si no él
mismo se ha colgado; no se perdona por los errores pasados. Tiene que enfrentarse a
vecinos, gente del barrio que le conocen, que le miran de forma especial. Ante los
desconocidos, él mismo pone la barrera. Reconquistar el respeto por sí mismo es también
una tarea harto difícil. Saber vivir en una comunidad normalizada que se protege a sí
misma lo es también. El ex-adicto suele tener que enfrentarse a la soledad; la otra
alternativa es el ambiente en que ha vivido desde la adolescencia.
El toxicómano es una persona que debe aprender a vivir, lo cual
significa no sólo saber enfrentarse y resolver los problemas, sino también y por encima
de todo, saber disfrutar de la vida.
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