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EDITORIAL


El camino hacía el reconocimiento de la especialidad de Psicología Clínica, y la creación del título de especialista, está a punto de culminarse. Un objetivo esencial, largamente reivindicado durante ya dos décadas, seña de identidad de los pioneros de la profesión en España, y personalmente uno de las metas que he acompañado durante casi veinte años de dedicación a tareas colegiales en diferentes responsabilidades, que ahora concluye, cerrando esta atractivo etapa en la que con un magnífico equipo he dirigido Clínica y Salud, conciliando las exigencias de rigor de una publicación científica de rango internacional, con el intento de reflejar la rica y plural realidad de la Psicología Clínica. No me parece exagerado afirmar que Clínica y Salud es ya la revista de Psicología Clínica más importante en lengua castellana.

Los tiempos de consolidación y bonanza que atraviesa la Psicología Clínica se ven sin embargo agitados por algunas polémicas cuando menos confusas, y en lo esencial estériles, que vienen atizándose sobre los nexos, identidades y diferencias entre Psicología Clínica y Psicoterapia. Recientemente se han invocado (véase en este mismo número) argumentos que reclaman la Psicoterapia como competencia cuasi exclusivo de los psicólogos, en base o un carácter "disciplinar" psicológico de la actividad psicoterapéutica, y como garantía de que se haga un "buen uso" de sus técnicas. Parece sin embargo que dicha argumentación confunde algunas cuestiones esenciales. Veamos algunas de ellas.

La legitimidad de las "competencias profesionales" no se deriva solo de las raíces históricas de una disciplina, más bien puede apoyarse en criterios de formación rigurosos, adecuados a dichas competencias. Aún así es más que discutible la prioritaria filiación psicológica de los técnicos psicoterapéuticos, Basta con un recorrido por los abundantes historiadores de la Filosofía, Antropología, Medicino, Pedagogía, Sociología, para constatar que buena parte de la trayectoria de estas disciplinas y de la propia Psicología es común, y que las raíces de la mayor parte de las técnicas psicoterapéuticas es muy anterior o la constitución de la Psicología como ciencia independiente. Ello no le quita la singularidad psicológica a muchos desarrollos, sino que sitúa la cuestión en un plano completamente distinto, la naturaleza esencialmente multidisciplinar que han tenido desde su origen los distintos acercamientos psicoterapéuticos. Un examen desapasionado de las obras de Freud, Ferenczi, Watson, Klein, Skinner, Rogers, Frankl, Peris, Watzlawick, Kelly, Beck... nos llevaría o debates más interesantes que la "cuestión profesional".

La cuestión se centra pues en la formación que ha de tener -sin rigidez ni maximalismos- un psicoterapeuta profesional, formación cuyas bases se adquieren en el pre-grado universitario, pero que ha de desarrollarse en lo esencial en el postgrado. Ni la licenciatura en Psicología ni en Medicina bastan, pues sus currícula sólo abordan desigual y parcialmente las temáticas necesarias. Si bien los psicólogos adquieren amplias competencias en procesos psicológicos (normales y anormales) y en metodología, los médicos adquieren conocimientos psiquiátricos y de psicología médica generales, en ambos casos no específicamente orientados a los tratamientos; un resultado frecuente es un conocimiento general de las teorías y técnicas clínicas, que sí permiten su aplicación cuando se trata de los procedimientos más instrumentales (p. e. en Modificación de Conducta), pero insuficiente cuando se trata de marcos teóricos y técnicos psicodinámicos, humanistas, sistémicos, cognitivos o cognitivo-conductuales. Esta es una realidad innegable, por mucho que queramos decir lo contrario.

Felizmente Psicólogos y Médicos saben que han de especializarse, continuando su formación en el postgrado. Idealmente las especialidades de Psicología Clínica y Psiquiatría podrían incluir una parte más que relevante de la formación específica en Psicoterapia, y o eso deberá tenderse, pero tampoco es la realidad actual ni próxima, Por ello los cursos de postgrado universitarios y los institutos privados de formación vienen a ser tan relevantes en la formación de psicoterapeutas.

De manera que quien desea ser un profesional competente en psicoterapia sabe que su formación no culmina con el título académico, sino que ahí empieza la formación propiamente específica. Esto no se puede confundir con la negación del valor del título académico, sino al contrario como una garantía de que quien se forma tiene las necesarias bases.

La multiprofesionalidad y la interdisciplinaridad son parte de la esencia de la Psicoterapia, y un examen de la realidad de la práctica más competente lo corrobora, tanto en el ámbito institucional público como privado. Quienes atacan esta base están en realidad dando argumentos a quienes defienden que la Psicoterapia se instaure como una profesión independiente, Además olvidan el signo de la evolución de la mayor parte de las actividades profesionales en el complejo mundo de las Ciencias de la Salud, donde se extreman las garantías de formación de los especialistas, más que cerrar el paso en el mero nivel de la práctica o los titulados no especialistas. Los psicólogos en general, y los en un futuro reconocidos como psicólogos clínicos no deben enredarse en argumentaciones gremialistas, sino interrogarse sobre sus verdaderas capacidades y desarrollarlas en toda su plenitud, aprovechando los más que variados recursos de formación permanente, que les permitirán por una u otro vía no sólo obtener la acreditación profesional, si lo necesitasen, sino la garantía de una práctica de calidad y enriquecedora.

Alejandro AVILA ESPADA