ARTICULOS

 

La dualidad del rol de la mujer trabajadora

Yolanda García


Resumen

Summary

Introducción

La situación de la mujer en el mercado laboral

Características del trabajo del hogar

El síndrome del ama de casa

La división del trabajo domestico

Conclusiones

Bibliografía


Resumen

Las características del trabajo doméstico -monotonía, fragmentación, ritmo excesivo, falta de relaciones sociales diarias y excesivas horas de trabajo- repercuten en la salud y en el bienestar psicológico de la mujer. Poseer un empleo les permite aliviar sólo parte de los efectos psicológicos, ya que la división de las tareas domésticas se halla aún segregada por el sexo. Se concluye que la combinación del trabajo fuera y dentro del hogar va en detrimento del rol laboral de la mujer.

Summary

Domestic work characteristics -monotony, fragmentation, excessive pace, lack of daily social interaction, and extended work time- decrease women psychological health and well-being. Having a job can only alleviate her some psychological effects, because domestic labour division is still being segregated by sex. It is concluded that within and without the home combination is going to the detriment of women labour role

Introducción

Cuando se habla, se analiza y se discute sobre el trabajo de la mujer, existe un aspecto, en estrecha relación con éste, que a menudo queda relegado al olvido. Nos referimos a la carga de las responsabilidades familiares, el cuidado de los hijos y el trabajo doméstico en general, que la sociedad ha impuesto a las mujeres.

El rol sexual de las tareas del hogar ha constituido durante mucho tiempo una barrera social para su dedicación a la actividad laboral. Hoy en día, a pesar de los cambios producidos en los estereotipos sexuales, la incorporación de la mujer al mercado de trabajo guarda una distancia considerable con la incorporación del hombre. Esta distancia es medible, no sólo mediante el porcentaje de mujeres que mantienen un trabajo fuera del hogar, sino también a través del estudio de las características laborales intrínsecas. En este sentido, la dualidad del rol laboral de la mujer, el trabajo doméstico y el trabajo fuera del hogar, impide, en muchos casos, un desarrollo eficaz y un compromiso e implicación en el empleo.

La situación de la mujer en el mercado laboral

Desde el año 1984 hasta el año 1986, la tasa total de actividad femenina ha crecido ligeramente, mientras que la tasa total de actividad masculina ha sufrido un descenso en 1,2 puntos. Por edades, es el grupo de mujeres comprendidas entre los 25 y 54 años el que ha experimentado el mayor aumento en las tasas de actividad (Tabla l).

En el cuarto trimestre del año 1987, las tasas de actividad se sitúan en el 67.6% para los hombres y en el 32, 1% para las mujeres. A pesar de este incremento, la incorporación de la mujer al mercado de trabajo sigue siendo bastante inferior a la del hombre (Informes, 1987).

Las diferencias aumentan, aún más, en función del estado civil (Tabla 2). En tal caso, la tasa de actividad para las mujeres que no son solteras es de un 24,6% frente a un 69,0% para los hombres de la misma condición civil. Cabe resaltar que las mujeres de 30 a 44 años solteras presentan una tasa de actividad similar a los hombres solteros de la misma categoría de edad (Tabla 2).

Estos datos sugieren que el estado civil influye de manera notable en las diferencias de participación activa que aparecen entre hombres y mujeres. La cuestión reside entonces en identificar qué aspectos relacionados con la condición de no soltería inhiben la incorporación de la mujer al mercado de trabajo.

Los esfuerzos dirigidos a sensibilizar a la sociedad para conseguir una participación laboral igualitaria, en función del sexo y del estado civil, no han logrado aún sus objetivos. No sólo existen diferencias en el nivel de participación, sino que además, las mujeres incorporadas a la población activa se ven discriminadas en las situaciones de ocupación y desempleo.

Ante esta perspectiva, la creación del Plan de Igualdad de Oportunidades 1988-1990, genera un nuevo impulso socio-político para favorecer, entre otros aspectos, la situación laboral de la mujer. Los objetivos que persigue son los siguientes:

1.- Mejorar el conocimiento de la situación social de las mujeres, especialmente en relación al trabajo.

2.- Fomentar la información ocupacional y el empleo de éstas.

3.- Mejorar la situación de las mujeres en zonas rurales.

4.- Promover una presencia igualitaria en los distintos cuerpos y niveles de la Administración Pública, especialmente en los puestos de mayor responsabilidad.

5.- Alentar a las empresas del sector público y privado a que promuevan el acceso igualitario de la mujer al empleo y su promoción a puestos de responsabilidad, sobre todo en sectores tradicionalmente masculinos y en los relacionados con las nuevas tecnologías.

6.- Impedir la discriminación por razón de sexo en el acceso al empleo y en las relaciones laborales y hacer compatible la realización de un trabajo con el ejercicio de la maternidad y la paternidad.

En relación a la división de las tareas del hogar, el Plan de Igualdad de Oportunidades para la mujer persigue, en el sexto objetivo, liberar parte de las responsabilidades familiares que la sociedad ha hecho asumir a las mujeres. En concreto, prevé que tanto el padre como la madre puedan acogerse a la modificación que se efectúe de la actual regulación de la excedencia para el cuidado de los hijos. Pero éste es sólo uno de los aspectos de las responsabilidades familiares, ¿qué ocurre entonces con el resto de las demandas laborales del hogar?

Características del trabajo del hogar

El trabajo del hogar se considera vulgarmente como un conjunto de tareas que la mujer ha de realizar en la casa y, en última instancia, como un determinado tipo de "ocio". Cuando a las amas de casa se les pregunta ¿Usted en qué trabaja?, es frecuente la respuesta "Yo no hago nada". El trabajo doméstico no se concibe como un determinado tipo de trabajo (Oakley, 1974).

Las actitudes hacia el trabajo del hogar, intrínsecamente enraizadas en la sociedad, han desviado durante mucho tiempo la atención de los investigadores del estudio sociopsicológico del trabajo doméstico, focalizando su actividad en los trabajos no domésticos.

Para Oakley (1974) el trabajo del hogar guarda unas características similares a aquellos trabajos industriales que comportan un grado de satisfacción laboral muy bajo. Estas características son: monotonía, fragmentación y ritmo excesivo.

Los resultados de su estudio están basados en entrevistas personales realizadas a 40 amas de casa. Respecto a la primera de las características, la monotonía, 30 de las 40 mujeres consideraron que el trabajo del hogar en monótono. A su vez, el 80% de las 30 mujeres aportaron niveles de satisfacción muy bajos mientras que de las 10 restantes, que no consideraron el trabajo doméstico monótono, sólo el 40% presentaron niveles de satisfacción bajos. La monotonía del trabajo del hogar se manifiesta en la realización de una misma serie de tareas repetitivas y mecánicas, día tras día, en las que se requiere una escasa demanda de actividad intelectual y de concentración en el trabajo.

La fragmentación se halla asociada a la monotonía y determina una falta de conexión y de atención requerida en las actividades que engloba el trabajo doméstico. En este caso, 36 de las 40 amas de casa aportaron una falta de conexión en las tareas del hogar, aunque, no se obtuvo una asociación significativa entre fragmentación e insatisfacción laboral. Oakley (1974) considera que la satisfacción o insatisfacción en el trabajo depende de lo que una persona espera de él y de lo que realmente le ofrece. En el momento en que las amas de casa no perciben una coherencia en las tareas domésticas, la fragmentación de las actividades no comporta niveles altos de insatisfacción.

Tampoco hubo una relación significativa entre el excesivo ritmo de trabajo, que caracteriza a las actividades domésticas, y el grado de satisfacción o insatisfacción. La mitad de las mujeres que se sentían satisfechas así como la mitad de las que no se sentían satisfechas afirmaron, respecto al excesivo ritmo de trabajo, que eran muchas las tareas que debían realizar. Sin embargo, los empleados en trabajos industriales que se caracterizan por un exceso ritmo, presentan mayor insatisfacción laboral. La diferencia entre estos trabajadores y las amas de casa estriba en que estas últimas imponen sus propios ritmos de trabajo. De esta manera, un mismo número de tareas puede realizarse en períodos de tiempo variables dependiendo de la eficiencia con que se realicen. En última instancia, el ama de casa ejecuta y controla sus propias actividades.

Además de la monotonía, la fragmentación y el ritmo excesivo de trabajo, el trabajo doméstico presenta otras características que difieren de las condiciones de trabajo fuera del hogar. En concreto, son la falta de relaciones sociales y el número de horas semanales de trabajo.

En el primer caso, 22 de las 40 amas de casa entrevistadas aportaron una falta de relaciones sociales diarias. En cuanto al número de horas semanales dedicadas al trabajo del hogar, la media fue de 77 horas con un intervalo de 48 a 105 horas.

La falta de relaciones sociales es una de las cinco categorías de experiencia que Jahoda (1981, 1987) atribuye a la posesión de un empleo. Para esta autora, tener un empleo implica un contacto social, una actividad, una contribución a la sociedad, un status y una estructura del tiempo. Sostiene, además, que estas categorías de experiencia se han convertido, en el mundo moderno, en necesidades psicológicas y que no existe ninguna actividad capaz de proveer, per se, el conjunto de estas categorías.

Basadas en estas hipótesis, Henwood y Miles (1987) llevaron a cabo un estudio para comparar a mujeres empleadas, desempleadas y amas de casa en estas cinco categorías. Las autoras concluyen que las amas de casa no muestran diferencias significativas con las mujeres desempleadas en contactos sociales y actividad, aunque ambas tuvieron puntuaciones significativamente más bajas que las mujeres empleadas. Concretamente, aquellas mujeres empleadas a tiempo parcial, presentaron el nivel de actividad más alto, lo que refleja la combinación del trabajo del hogar con el trabajo fuera del hogar.

En lo que respecta a la estructura del tiempo y al status, las amas de casa no muestran diferencias significativas con las mujeres empleadas, pero ambos tipos de mujeres sí presentan puntuaciones más altas en estas categorías que las desempleadas. En relación a la última categoría -la contribución a la sociedad- las amas de casa se sitúan, según una puntuación de menor a mayor, entre las mujeres desempleadas y las empleadas.

En definitiva, el trabajo doméstico no suple las categorías de experiencia que proporciona el trabajo fuera del hogar y que contribuyen al bienestar psicológico de la mujer. Más aún, aunque se considera similar, en algunos aspectos, a ciertos trabajos industriales, el trabajo doméstico presenta otras características que, en combinación con las del trabajo industrial, determina un deterioro psicológico y físico en la mujer.

El síndrome del ama de casa

Para Greenglass (1985) los estudios realizados sobre las amas de casa demuestran que el rol tradicional de la mujer supone en ellas un deterioro psicológico y social. La dedicación exclusiva al hogar y a los hijos inhibe su desarrollo personal y merma su autoestima.

Los trastornos psicológicos y físicos que presentan las amas de casa han sido incluidos bajo el nombre de -síndrome del ama de casa- (De Francisco, 1986). Este síndrome se caracteriza por la aparición de síntomas depresivos, mareos, jaquecas, sensación de ahogo, pellizcos gástricos, hormigueos, fobias, etc. En este marco de investigación, Sebastián Herranz y Cárdenas (1987, en imprenta) llevaron a cabo un estudio exploratorio para analizar las alteraciones fisico-psicológicas asociadas a la dedicación exclusiva a los trabajos del hogar. Su objetivo se centró, además, en el estudio de la variable edad para comprobar su efecto modulador en la aparición del síndrome del ama de casa.

La muestra que utilizaron se compuso de 52 amas de casa y 49 mujeres que poseían un empleo. Las variables analizadas fueron depresión, ansiedad, autoestima y síntomas psicosomáticos y conductuales. De los resultados se desprende que las amas de casa presentan alteraciones psicofisiológicas que no aparecen en las mujeres que trabajan fuera del hogar. Estas alteraciones son depresión, ansiedad y síntomas psicosomáticos y conductuales. No obstante, en la variable autoestima no hubo diferencias significativas. Por otra parte, se comprobó que la edad ejerce un efecto modulador en la aparición del síndrome del ama de casa, de manera que, las mujeres más jóvenes, presentan menores alteraciones que las amas de casa mayores.

En el estudio de Henwood y Miles (1987) sobre diferencias significativas en las categorías de experiencia entre empleadas, desempleadas y amas de casa, se analizó también el grado de bienestar psicológico de las mujeres en función del status de empleo. En concreto, se compararon a las amas de casa con mujeres empleadas en jornada completa. Los resultados que hallaron fueron que las amas de casa presentan más síntomas psicológicos y físicos, como dolores y quejas y tensión muscular, así como niveles más altos de sentimientos negativos y niveles más bajos de sentimientos positivos.

En contra de lo que se esperaba, no se hallaron diferencias significativas en el nivel de satisfacción de vida entre amas de casa y empleadas. La razón estriba, a juicio de las autoras, en que la evaluación sobre el grado de satisfacción que una persona realiza, se establece por comparación a un grupo estándar de referencia. En el caso de las mujeres desempleadas el grupo estándar de comparación es el de mujeres empleadas mientras que para las amas de casa el grupo estándar de comparación es el mismo grupo de amas de casa. En esta línea, se encontró que en la muestra de amas de casa existe una correlación negativa y altamente significativa entre satisfacción de vida e incidencia de síntomas físico-psicológicos, presencia de sentimientos negativos y ausencia de sentimientos positivos.

Los datos sugieren que el grado de satisfacción de vida no es un indicador adecuado para comparar el nivel de bienestar psicológico entre mujeres que presentan diferentes status de empleo. En este caso, es más adecuada una evaluación de síntomas físico-psicológicos y de sentimientos positivos y negativos.

A la vista de los resultados obtenidos en las Investigaciones, se concluye que el trabajo fuera del hogar contribuye al bienestar psicológico de la mujer, al igual que contribuye el trabajo para los hombres. Permite, además, paliar parte de las alteraciones y trastornos físico-psicológicos que produce el trabajo doméstico. No obstante, el tener un empleo conlleva aspectos negativos para la mujer, ya que ha de distribuir su tiempo diario entre el trabajo doméstico y el trabajo fuera del hogar. Greenglass (1985) sostiene que los cambios sociales y legales producidos en los últimos años a favor de la mujer no han conseguido por el momento que, en el seno de las parejas, se establezca una distribución equitativa de las tareas del hogar. La falta de apoyo social y familiar es, también, la razón que aduce Kausz (1986) para explicar la desigualdad en la división de las tareas domésticas.

La división del trabajo domestico

En efecto, la división de las tareas del hogar entre las parejas sigue siendo desigual, hoy por hoy, independientemente de si las mujeres trabajan o no. Laite y Halfpenny (1987) analizaron cuatro tipos de estructuras familiares en relación a cómo se distribuyen las tareas del hogar: aquellas parejas en que ambos trabajan en jornada completa o en jornada partida; aquellas parejas, llamadas tradicionales, donde el hombre trabaja y la mujer no; las parejas 'inversas' donde el marido no trabaja pero la mujer sí trabaja; y, por último, aquellas parejas en que ambos no trabajan o están desempleados.

Simplificando en gran medida los resultados, los autores encuentran que son las mujeres, en cualquier caso, quienes llevan el mayor peso de las tareas del hogar. Sólo en aquellas parejas en las que ambos trabajan, o en las que el hombre no trabaja o está desempleado pero la mujer sí trabaja, aumenta la participación del varón en las tareas del hogar, aunque siguen siendo las mujeres las que realizan la mayoría de las actividades. En contra de lo que cabe suponer, cuando la mujer trabaja media jornada el otro miembro de la pareja lleva a cabo el menor número de tareas, incluso en comparación con las parejas tradicionales.

Por otra parte, respecto al tipo de empleo que poseen las mujeres, parece ser que el empleo de media jornada es más frecuente entre ellas, sobre todo si tienen niños, que el empleo de jornada completa donde abundan en mayor medida los hombres (Butler y Roberts, 1984).

Huber y Spitze (1983), basados en las entrevistas realizadas a más de mil parejas casadas, pusieron a prueba si la división de las tareas del hogar depende del tiempo disponible por cada uno de los miembros de la pareja, de las actitudes del rol sexual, de las relaciones de poder en la toma de decisiones y/o de la preferencia por las tareas domésticas. De los resultados obtenidos, se concluye que el status de empleo de ambos miembros de la pareja influye en la división de las tareas del hogar. Sin embargo, la metodología seguida en el estudio no permite discernir si el incremento de horas de trabajo fuera del hogar en la mujer reduce el número de horas dedicadas a las tareas del hogar, o aumenta el número de horas que el marido dedica al trabajo doméstico. Respecto a las actitudes del rol sexual, los resultados señalan que las actitudes del marido influyen en la división de las tareas del hogar, pero no así las actitudes de la mujer. En contra de las hipótesis, el poder relativo entre los miembros de la pareja, medido a través de la razón entre las ganancias de los cónyuges, la razón entre el nivel educativo y las percepciones en la toma de decisión, no ejerció un efecto significativo en la división de las tareas del hogar. Y, por último, la preferencia de la mujer por las tareas de la casa tuvo un efecto significativo, pero no la preferencia en el caso de los maridos, aunque el efecto desaparece cuando se controla el status de empleo de la mujer.

Por lo tanto, los autores sugieren que la división de las tareas del hogar se basa en variables actitudinales y de preferencia, más que en el poder relativo entre los miembros de la pareja, si bien estos resultados están centrados en una metodología de tipo transversal.

En un trabajo de tipo longitudinal presentado posteriormente, Spitze (1986) encontró débil apoyo para ambas hipótesis de disponibilidad del tiempo y del poder relativo en cuanto al nivel de ganancias para explicar la división de las tareas del hogar. A pesar de ello, el cambio en las horas de trabajo de la mujer o en el nivel de ganancias repercute en una distribución más equitativa de las tareas del hogar. La desigualdad establecida, anterior a los cambios, sugiere que la división del trabajo doméstico se basa en diferencias de poder entre los miembros de la pareja o en el papel tradicional asignado al rol sexual, más que en una evaluación racional de costos-beneficios de las tareas.

Aunque se haya producido un cambio en las actitudes sociales hacia el trabajo de la mujer fuera del hogar, las expectativas asociadas al rol sexual tradicional siguen ejerciendo un peso considerable en la división de las tareas domésticas, si bien estas expectativas sexuales se mantienen, sobre todo, en los varones.

Keith y Schefer (1986) realizaron un estudio comparativo entre 173 jóvenes casadas y 163 mujeres mayores casadas. Entre las conclusiones se destaca que las expectativas de las jóvenes respecto al trabajo del hogar discrepan de la asignación tradicional al rol sexual. Pero, a pesar de las diferencias en las actitudes, no hubo diferencias en el trabajo doméstico realizado en ambas muestras de mujeres.

En otros estudios (Hiller y Philliber, 1986) se contempla que algunos hombres están dispuestos a participar voluntariamente en las tareas del hogar, pero sin renunciar al rol sexual tradicional. Las expectativas de los maridos en relación al cuidado de los niños, al trabajo de la casa y a la dirección de los bienes económicos, son predictores poderosos de la división de las ocupaciones domésticas. Como Hiller y Philliber (1986) afirman, "las prerrogativas de los hombres en la negociación del rol marital son aún bastante fuertes".

Estas conclusiones explican que haya autores que consideren que una mayor dedicación de los padres al cuidado de los hijos y al trabajo doméstico reduce evidentemente la saturación de trabajo de las mujeres, pero repercute en el desarrollo de carrera, a nivel monetario y de status, de los padres (Lamb, Plack y Levine 1985-1986). A esto añaden que cada pareja debe realizar una evaluación de los costos y beneficios que supondría el que los padres dediquen mayor tiempo a las tareas del hogar, en función de sus valores, actitudes y aspiraciones. De este estudio se desprende que, implícitamente, las actitudes, valores y aspiraciones en el desarrollo de carrera de la mujer quedan relegados a segundo término.

Estas actitudes hacia el trabajo de la mujer siguen vigentes en nuestra sociedad actual y repercuten en la división de las tareas del hogar. En este sentido, Huber y Spitze (1983) pusieron a prueba el efecto que ejercen el status de empleo, las ganancias obtenidas y el compromiso de la mujer con su trabajo en la división de las tareas del hogar. Basados en 682 entrevistas a ambos miembros de la pareja hallaron, en contra de lo que esperaban, que el status de empleo de la mujer ejerce una mayor influencia que el nivel de ganancias y el compromiso con el trabajo.

Conclusiones

La situación laboral de la mujer presenta diferencias consustanciales con la del hombre, no sólo en el nivel de participación, sino, además, en las condiciones de empleo. Estas diferencias se ven agravadas en función del estado civil, ya que, la pérdida de soltería en las mujeres supone, para alguna de ellas, el abandono del mercado de trabajo. La causa reside, entre otras, en la desigualdad de la división de las responsabilidades familiares, tanto en las tareas del hogar como en el cuidado de los hijos.

Como afirma Oakley (1974), el trabajo doméstico se debe considerar como un tipo más de empleo cuyas características se asemejan a ciertos trabajos industriales que aportan baja satisfacción laboral. Estas características -monotonía, ausencia de relaciones laborales, sobrecarga de trabajo, falta de estructura de tiempo, etc.- tienen como consecuencia alteraciones psicológicas y físicas.

Dichas consecuencias se ven moduladas por el status de empleo de la mujer. El trabajo fuera del hogar puede paliar algunas de las consecuencias psicológicas, pero la dualidad del rol que la mujer ha de mantener provoca otros efectos, sobre todo, en el caso de mujeres empleadas en jornada partida. Los estudios que aportan una mayor desigualdad en la división de las tareas del hogar en las mujeres con empleos de media jornada no permiten distinguir si el menor número de horas dedicadas al trabajo del hogar repercute en una división no equitativa del trabajo doméstico o si, por el contrario, las desigualdades asumidas en las tareas domésticas obligan a la mujer a emplearse en trabajos de jornada partida. Hasta ahora los datos parecen apuntar hacia la segunda de las hipótesis, ya que, las actitudes y estereotipos sexuales afectan, en mayor medida que otras variables, a la división de las tareas del hogar.

Por otra parte, los estereotipos asociados al rol sexual se hayan aún bastante enraizados en los valores de la sociedad. Conseguir una mayor implicación de la mujer en el trabajo lleva asociado el sensibilizar a la sociedad y a la familia para una división equitativa de las tareas del hogar.

La igualdad en la división del trabajo doméstico, considerado como un empleo más, permitiría una igualdad, no sólo en la participación laboral cuantitativa entre hombres y mujeres, sino también en la participación laboral cualitativa, en función del nivel de ganancias, status, aspiraciones, etc.

Bibliografía