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Resumen Resultados
En el presente artículo se presentan los resultados de un estudio longitudinal cuyo objetivo fue evaluar el impacto que diferentes modelos de transición a la vida activa tienen sobre el bienestar psicológico de los jóvenes. 318 jóvenes estudiantes de 5 curso de Formación Profesional fueron entrevistados cuando aún estaban en el centro de estudios y nueve meses después. En esta segunda ocasión la muestra quedó dividida en cuatro grupos: empleados, desempleados, estudiantes y jóvenes que se encontraban cumpliendo el Servicio Militar. Los resultados del estudio indican que en el momento inicial de la investigación no había diferencias significativas en bienestar psicológico entre estos cuatro grupos. En el segundo momento, tanto los jóvenes desempleados como los que se encontraban cumpliendo el Servicio Militar mostraron un descenso en el bienestar psicológico; los jóvenes empleados mostraron una mejora y aquellos que continuaban estudiando no experimentaron ningún cambio significativo.
A longitudinal study is described in which 318 young people were studied while they were at school and again, nine months later. Four groups were defined by their employment status on the second occasion: employed, unemployed, at school and those engaged in the Military Service. Results showed that there were no differences in psychological well-being among this four groups when they were at school. In the second moment the unemployed and those engaged in the Military Service showed a significant decrease in well-being while the employed group showed an increase and those who continued studing didn't experiment any significant change.
El presente estudio ha sido diseñado para estudiar el impacto que sobre el bienestar psicológico de los jóvenes tienen distintos modos de transición de la escuela a la vida activa. Las dificultades que entraña un estudio de este tipo son diversas.
Por una parte, no existe homogeneidad entre los jóvenes en lo que se refiere al momento en que efectúan esta transición. El sistema educativo prevé distintos momentos oficiales de incorporación a la vida activa, coincidiendo con el final de cada ciclo o nivel educativo. Además, las tasas de abandono de los estudios (Peiró y otros, 1989; CIDE, 1987) nos indican que son numerosos los jóvenes que entran en el mercado de trabajo en momentos no oficiales. Así pues, el momento en que tiene lugar la transición de la escuela a la vida activa es una variable que hay que tener en cuenta.
Por otra parte, tampoco existe homogeneidad en cuanto al modelo de transición seguido por los jóvenes. La contraposición entre una transición fluida al empleo, por un lado, y una transición al desempleo, por otro, no refleja adecuadamente la realidad del mercado laboral juvenil. Las trayectorias seguidas por los jóvenes en su paso de la escuela a la vida activa son múltiples, complejas y, a veces, difíciles de identificar. No es infrecuente, por ejemplo, que el paso a niveles superiores del sistema educativo o el cumplimiento temprano del Servicio Militar sean, en el fondo, una transición encubierta al desempleo. Por otro lado, las actuales políticas de empleo juvenil hacen que la entrada en el mercado de trabajo tenga lugar por etapas; entre el abandono de la escuela y el primer empleo estable suele haber períodos de contratos en prácticas, cursillos de formación en el INEM o contratos temporales improrrogables con amplios períodos de desempleo intercalados. Es, por tanto, muy dificil designar las situaciones de los jóvenes, puesto que se han difuminado mucho las fronteras entre las situaciones de empleo, inactividad, desempleo y formación. (Morin, 1988).
Por último, no debemos olvidar la existencia de una serie de variables de la personalidad que harán que un mismo tipo de transición no tenga el mismo tipo de implicaciones psicológicas.
Así pues, no parece tener mucho sentido establecer comparaciones simples entre grupos de jóvenes empleados y desempleados y quizá el camino más adecuado para estudiar la transición de la escuela a la vida activa sea llevar a cabo estudios sobre colectivos específicos de jóvenes, tratando de identificar de la forma más exhaustiva posible las distintas trayectorias seguidas por ellos tras abandonar la escuela y de evaluar el impacto psicosocial de los distintos modelos de transición.
La presente investigación se ha centrado en aquellos jóvenes que se encontraban finalizando los estudios de Formación Profesional de segundo grado.
Tal y como está estructurado el sistema educativo español, son los estudios de Formación Profesional los que están directamente encaminados a facilitar la transición al mercado laboral de aquellos jóvenes que tras finalizar la EGB no desean permanecer en el sistema educativo o no han obtenido las calificaciones necesarias para ello. Los estudios de formación profesional se estructuran en dos ciclos: la FP1, de dos años de duración, destinada a proporcionar una formación general, y la FP2, de tres años de duración, encaminada a proporcionar una especialización profesional. Aunque las tasas de abandono son muy elevadas (Peiró y otros, 1989; CIDE, 1987), podemos hablar de dos momentos oficiales de transición desde los centros de F.P. a la vida activa, coincidiendo cada uno de ellos con el final de cada uno de los dos ciclos.
Aunque al término de la FP1 se produce la primera oportunidad legal de entrada al mercado de trabajo, no es ésta la transición prototípica en este momento. Por ejemplo, Peiró y otros (1989), en un estudio longitudinal sobre el impacto del desempleo en jóvenes que habían finalizado la FP1, obtuvieron los siguientes resultados: el 49,2% de la muestra pasaba a FP2, el 21,8% repetía curso y sólo un 29% abandonaba la escuela para entrar en el mercado de trabajo. Estas cifras son similares a las ofrecidas por el MEC (1988) en las que se indica que aproximadamente un 50% de los jóvenes que acaban FP1 pasan a FP2. Las presiones familiares para que se continúen los estudios, así como la compleja situación del empleo juvenil justifica una moratoria en la transición a la vida activa.
En el caso de la FP2, la entrada en el mercado laboral después de finalizar los estudios tiene un carácter más obligatorio. A pesar de que el sistema educativo ofrece en este punto la posibilidad de acceder a estudios universitarios, la transición prototípica es el paso a la vida activa. El interés de estudiar este colectivo responde tanto a estas dos características como a la necesidad de contrastar en este nivel educativo las tendencias observadas en estudios previos sobre la Formación Profesional de primer grado.
Los objetivos que se persiguen con la presente investigación son los siguientes:
En primer lugar, identificar los distintos modelos de transición de un colectivo de jóvenes tras finalizar sus estudios de FP2.
En segundo lugar, estudiar el impacto que tienen estas formas distintas de transición sobre el bienestar psicológico de los jóvenes.
Se utilizó un diseño longitudinal cuyo objetivo fue llevar a cabo un seguimiento de los diferentes tipos de transición de una muestra de jóvenes estudiantes de FP2. A tal fin, se efectuaron dos recogidas de datos: a) la primera de ellas tuvo lugar durante los meses de Mayo y Junio de 1988, cuando los jóvenes se encontraban realizando el último curso de FP2 (TI); los datos se recogieron mediante un cuestionario autoadministrado en el centro de estudios; b) la segunda recogida de información (T2) tuvo lugar 9 meses después, mediante un cuestionario de similares características enviado por correo a los sujetos.
La muestra inicial estuvo compuesta por 317 jóvenes de ambos sexos, estudiantes todos ellos de último curso de FP2 y pertenecientes a 11 centros de Formación Profesional de Madrid capital.
La muestra final (T2) fue de 172 jóvenes. Se encontró, por tanto, una tasa de abandono del 45%. Tras la segunda recogida de datos pudieron identificarse cuatro grupos dentro de la muestra: 43 jóvenes continuaban estudiando; 66 tenían un empleo; 28 sujetos estaban desempleados y 35 jóvenes varones se encontraban realizando el Servicio Militar.
El cuestionario incluyó información sobre variables sociodemográficas tales como la edad, el sexo, la situación laboral de los padres, así como su profesión y nivel de estudios, y el nivel de ingresos económicos de la familia.
El formato del cuestionario varió en la segunda administración. Los cuestionarios enviados por correo tenían una sección general que debía ser cumplimentada por todos los sujetos, y secciones específicas que debían ser contestadas por cada sujeto según la situación en que se encontrase en ese momento: empleado, desempleado o estudiando. No se incluyó ninguna sección específica para los sujetos que se encontraban cumpliendo el Servicio Militar.
Para los sujetos empleados se incluyeron preguntas relativas al tipo de trabajo desempeñado, a su situación en el empleo (si se trataba de un empleo fijo o temporal, con o sin contrato), a la forma como se había encontrado y al salario percibido.
A los jóvenes desempleados se les solicitó información sobre las características de los trabajos desempeñados desde que se abandonó la escuela, en caso de haber desempeñado alguno, sobre la cantidad de tiempo que llevaban buscando empleo, los medios empleados para ello y los motivos de no buscar trabajo en caso de no estar haciéndolo.
Si el sujeto estaba estudiando debía contestar a dos preguntas sobre el tipo de estudios en curso y el motivo que le había impulsado a seguir estudiando.
La sección general del cuestionario estuvo destinada a recoger información sobre las mismas variables incluidas en el cuestionario inicial.
Para evaluar el bienestar psicológico de los sujetos se utilizó la versión reducida de 12 ítems del GHQ de Goldberg (1972). Su utilización y validación en otros estudios de similares características (Peiró y otros, 1988; Alvaro, 1989) justificaron su empleo en este estudio.
El análisis exploratorio inicial de los datos, utilizando un análisis de varianza de medidas repetidas 4 x 2 x 2 (modelo de transición x sexo x tiempo) no muestra patrones de puntuación diferentes para hombres y mujeres (F = 1.55; p = .217), con lo que los resultados obtenidos pueden mostrarse de forma conjunta.
Para poder concluir que el tipo de transición tiene un efecto sobre el bienestar psicológico sería necesario que se diera un cambio relativo en las puntuaciones medias en GHQ entre TI y T2. Es evidente que en el análisis exploratorio la atención debe centrarse en la interacción entre las variables modelo de transición y tiempo para que se puedan detectar cambios en bienestar psicológico.
Caso de encontrarse diferencias significativas en función del modelo de transición que no se viesen acompañadas de un efecto interactivo, podría asumirse que las diferencias observadas no son un efecto derivado de la transición, sino que estaban presentes antes de realizarse la misma; o dicho en otros términos, que las diferencias observadas en TI se mantenían constantes en T2.
Con respecto a nuestros datos, si bien se encontraron diferencias significativas en función del modelo de transición realizada (F = 6.47; p .001), éstas no eran independientes del factor tiempo, como muestra el efecto interactivo encontrado entre ambas variables (F = 6.90; p .001). Así pues, mientras que es de observar una estabilización en el caso de los jóvenes que proseguían sus estudios y un deterioro en aquellos que realizan una transición hacia el Servicio Militar o el desempleo, sólo aquellos que realizaron una transición exitosa hacia la actividad ocupacional experimentaban una mejora en su bienestar psicológico (ver gráfica l).
Cabe apuntar, sin embargo, que si bien la necesidad de inserción en la vida activa emerge históricamente, se estructura normativamente y se corresponde con representaciones sociales del trabajo prototípicas de la sociedad occidental actual (Blanch, 1988), ésta se interioriza como necesidad psicológica. Es por esto que la situación social a la que conducen los diferentes modelos transicionales aquí descritos sea un factor relevante para entender la reacción entre la estructura social y la experiencia psicológica individual.