ARTICULO
RESUMEN
- 3.1. Las características del mediador
- 3.2. Naturaleza de la disputa
- 3.3. Características de las partes en conflicto
4. ESTRATEGIAS Y TÁCTICAS EN LOS PROCESOS DE MEDIACIÓN REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Se hacen ciertas consideraciones sobre problemas que presenta la Psicología Social de la mediación. Se avanza un análisis crítico sobre cuatro temas centrales: el concepto de mediación, el rol del mediador, las características de una mediación eficaz y la problemática de las estrategias y tácticas.
Some considerations about problems of mediation, from the point of view of Social Psychology, are offered. A critical analysis is made about four subjects: The concept of mediation, the mediator's role, the variables to an effective mediation and a review about the strategies and tactics in mediation.
Mediación, Negociación, Rol del mediador, Mediación eficaz.
Mediation, Negotiation, Mediator's Rol, Effective Mediation
Ofrecer una respuesta satisfactoria al interrogante que da título al presente artículo no es tarea fácil. En primer lugar, porque parece obvio que la frontera entre lo «científico» y lo «no-científico» resulta con frecuencia difícil de establecer. En segundo lugar, porque los estudios sobre mediación no poseen un carácter perfectamente ordenado y acumulativo, antes bien obedecen a planteamientos y metodologías muy variadas. Finalmente, porque algunos no creen que la mediación sea susceptible de una tratamiento científico, sino que se trata de una «práctica» difícilmente encuadrable epistemológicamente.
De todos modos, pienso que los organizadores de esta «Semana Abierta» lo que me piden es una aproximación general al estado en que se encuentra la investigación al respecto, tanto por parte de académicos como de profesionales. Aquí, por conocimiento científico vamos a entender aquel que pretende dar cuenta de los diversos aspectos de los procesos de mediación de modo más o menos sistemático y comprobable, bien sea utilizando metodologías observacionales o experimentales.
Por supuesto que la investigación científica «ha dicho» mucho sobre la mediación. Los últimos diez años han sido enormemente fecundos: libros, artículos, reuniones, revistas, etc... Y todo ello no por casualidad. Estamos en un momento de hegemonía de la cultura del diálogo; existe una convicción profunda, cada vez más extendida, de que el mejor modo -¡y a veces el único!- de resolver los conflictos sociales es a través del acuerdo, el pacto y la negociación en sus múltiples formas, una de las cuales es la mediación.
Pero un problema previo pasa por resolver si la mediación es «estudiable», si es posible construir un corpus de conocimiento que sea capaz de dar cuenta de la mediación y establecer una serie de criterios para una intervención exitosa, criterios que serán más o menos concretos y específicos dependiendo del desarrollo que vaya alcanzando dicho conocimiento.
Algunos han entendido que la mediación es más un arte que otra cosa. Que debido a la singularidad de cada conflicto y a la gran cantidad de factores que lo conforman y que aparecen a lo largo de la mediación, la intervención al respecto depende sobre todo de la «intuición»"del mediador y de su capacidad, dada por la experiencia que haya ido acumulando y asimilando. Desde esta perspectiva, se rechaza la posibilidad de realizar cualquier tipo de análisis sistemático del proceso, considerando inviable la regulación de la intervención por algún procedimiento normativo.
La siguiente cita de Kolb (1989) expresa perfectamente lo que estamos diciendo:
«Son muchas las razones que respaldan esta idea de la mediación como práctica artística. Cada conflicto objeto de una mediación tiene carácter único, determinado por aspectos como las personalidades y biografías de los participantes, la naturaleza de las discrepancias y los antecedentes políticos y económicos de los negociadores... No existen materiales con los que elaborar un manual práctico del mediador. El arte de la mediación se basa, pues, en la capacidad que tienen los profesionales de este campo de analizar circunstancias singulares y manejar inteligentemente las situaciones a medida que surgen».
Nosotros no podemos, obviamente, estar de acuerdo con dicho planteamiento. La mediación es un proceso, perfectamente objetivable, que se puede describir, analizar y establecer normas de actuación al respecto, al menos teóricamente. Otra cosa es que el nivel desarrollo del conocimiento actual permita hacer tal cosa en toda situación de mediación.
El hecho de no tener todos los instrumentos de análisis e intervención disponibles no implica que ello sea imposible. Se han dado muchos pasos al respecto y ahí está la investigación para confirmarlo. Pasos sin duda aún insuficientes, pero contrastados y útiles. Para quien quiera seguirlos.
Que todavía estemos lejos de establecer un «plan perfecto» de actuación en todas y cada una de las mediaciones que a un profesional se le presentan resulta evidente; pero no es menos claro que hay suficientes criterios más adecuados que otros para abordar en mejores condiciones una mediación.
Lo que a todas luces parece poco justificable es hacer tabla rasa de lo mucho que se ha trabajado y «teorizar» la mediación como un «arte», basándose precisamente en lo incipiente del conocimiento y en la especificidad de las situaciones.
Todavía no tenemos disponible un modelo que englobe y establezca consistentemente las relaciones entre todas las variables determinantes de un proceso de mediación. Pero sí vamos teniendo elementos de análisis para diagnosticar mejor los conflictos e intervenir en la resolución de los mismos.
Ello, por supuesto, no contradice la importancia de la experiencia del mediador ni la necesidad de actuar, ante situaciones muy específicas y difíciles de prever, de manera «intuitiva». Pero, incluso así, nótese que tal intuición puede expresarse en criterios, lo que ocurre que con frecuencia son implícitos o poco elaborados o apenas establecidos como tales.
En resumen, la mediación es un proceso posible de estudiar. Nos podemos entrenar para mejorar nuestras intervenciones. El avance que vayamos consiguiendo está abierto y depende de la capacidad de análisis y asimilación de que seamos capaces todos: investigadores, profesionales, interventores sociales.
En los siguientes epígrafes vamos a referirnos a algunos de los temas sobre los que ha recaído más investigación o han resultado más problemáticos. Como es evidente, no pretendemos agotar los asuntos sino sencillamente presentar y estimular una reflexión sobre el mundo de la mediación. Problemática que cada día va cobrando mayor vigencia en diversos ámbitos: laboral, judicial, comunitario, etc. Se trata, sin duda, de un reto que los investigadores sociales tenemos por delante.
Como sucede con tantos tópicos en las ciencias sociales, a la hora de establecer una definición sobre un concepto el acuerdo no es sencillo y aparecen planteamientos y matices de muy diverso signo. Tal ha ocurrido con el concepto de mediación; pero, a pesar de todo, pensamos, que las diferencias han versado sobre pequeños matices, dado que, tanto investigadores como profesionales han entendido siempre la mediación como un proceso de resolución de conflictos, caracterizado específicamente por la presencia y acción de una tercera parte, distinta de las contendientes directamente implicados en el mismo conflicto.
Kressel y Pruitt (1985) describen el proceso de mediación como la intervención de una tercera parte neutral que sirve de ayuda a que dos o más disputantes alcancen un acuerdo en el curso de una negociación. Se resalta la capacidad del mediador para intervenir, recomendar y hacer sugerencias, pero nunca para imponer soluciones o tomar decisiones vinculantes.
Moore (1986), de manera análoga, entiende la mediación como una ampliación del proceso de negociación, subrayando la actitud imparcial y neutral del mediador.
Las discrepancias posiblemente no vengan tanto del mismo concepto de mediación cuanto de la delimitación de las funciones, actitudes y comportamientos adecuados del mediador. Muchos autores han caracterizado al mediador como una persona que, imprescindiblemente, debe ser imparcial y neutral. Otros, por el contrario, sostienen que la parcialidad es, con frecuencia, requisito imprescindible para solucionar un conflicto. Y es que el ejercicio de la mediación difiere mucho en función tanto de las situaciones sociales en que se desarrolla el proceso como de los diversos tipos de conflicto que es preciso afrontar. (Carnevale, 1986).
Actualmente, la práctica de la mediación está presente en casi todos los campos sociales, donde surge la conflictividad. En el sector laboral, la mediación se emplea cada vez con mayor frecuencia para solucionar problemas derivados de todo tipo de conflictos y, en especial, para acordar convenios colectivos. La «mediación comunitaria» intenta solventar problemas de origen social, étnico, vecinal, etc. Otro campo de actuación muy útil es el referido a la problemática familiar, consecuencia de separaciones, divorcios, etc. La mediación en todo tipo de conflictos jurídicos y, muy especialmente, por su visibilidad y relevancia social, la mediación política son buena prueba de la amplitud de ámbitos en que la mediación tiene lugar y sentido (cfr. Pruitt y Kressel, 1989; Mc. Guillis, 1981; Carpenter, 1982; Wall y Rude, 1991; Bercovitch, 1992).
A la hora de establecer una tipología elemental de las diversas formas posibles de mediación, se tiene en cuenta tanto las tareas que el mediador desempeña como la forma de relación de los litigantes o el contexto social donde surge el conflicto.
Según el papel desempeñado por la tercera parte, puede hablarse de «mediación activa» y «mediación pasiva» (Susskind y Madigans, 1984). En la primera, el mediador interviene activamente, emitiendo sugerencias y desarrollando, de modo más o menos ordenado, un plan de actuación estratégico y táctico. En la «mediación pasiva», el mediador limita sus esfuerzos a que las partes sigan negociando; más que su actuación lo importante en este caso es la presencia y todo lo que ella implica.
Dentro de la mediación activa, Pruitt (1981) distingue lo que denomina «mediación de proceso», en la cual el mediador lo que pretende básicamente es desarrollar condiciones de negociación y habilidades en los contendientes que faciliten el avance de la misma; y «mediación de contenido», donde el interés primordial estriba en los puntos o problemas a tratar. Esta clasificación resulta muy parecida a la planteada por Touzard (1981) al distinguir entre «mediación centrada en la tarea» y «mediación centrada en las relaciones personales».
En base a la relación entre los litigantes y el mediador, con frecuencia se distingue entre «mediación contractual» y «mediación emergente». En el primer caso, el mediador es contratado para cumplir su tarea; en el segundo, entre las partes y el mediador existe previamente un conocimiento o relación, que crea un clima favorable para el ejercicio de la función mediadora (Pruitt y Carnevale, 1993).
Finalmente, también se distingue entre «mediación formal» y «mediación informal». La primera supone un proceso muy estructurado, posiblemente reglado, en que el mediador actúa como representante de un organismo oficial. En la informal, el mediador no representa expresamente a ningún organismo, sino que es llamado a intervenir en el conflicto, utilizando su experiencia, credibilidad y competencia para conseguir un contexto de negociación óptimo (Bercovitch, 1991).
Moore (1986), recogiendo los planteamientos de la American Arbitration Association, distingue , en la tarea del mediador, un conjunto de papeles que no necesariamente deben entenderse como alternativos, sino que, antes al contrario, pueden aparecer conjunta y complementariamente.
Ante todo, el mediador debe abrir canales de comunicación (rol comunicador) entre las partes en conflicto. Una adecuada comunicación es la base de la negociación, del conocimiento de necesidades e intereses, para establecer un diálogo facilitador de soluciones integradoras. Cuando los canales de comunicación están rotos o deteriorados, el mediador debe tratar de reestablecerlos.
Otro papel muy interesante y útil es el de legitimador, entendiendo por tal la tarea de establecer compromisos entre las partes y, desde una perspectiva más formal, ciertas reglas que tengan vigencia mientras dura el proceso. La presencia del mediador refuerza la validez de los acuerdos a que se va llegando y contribuye a impedir la marcha atrás o la mixtificación «a posteriori» de los mismos.
Una posible función es la de facilitador, entendiendo por tal la propuesta de un procedimiento, el asesoramiento sobre el orden de abordaje de los temas, la estructuración de la agenda de la mediación, etc.
En no pocas ocasiones el mediador debe «educar» a los negociadores, faltos de experiencia o poco preparados para afrontar una negociación; y es que la falta de conocimiento sobre la dinámica del proceso impide que, con frecuencia, los negociadores se muestren confiados y participativos, limitando con ello su receptividad tanto hacia el mediador como hacia la mediación. Se trata del rol de entrenador.
Asimismo, se han establecido roles distintos en base a las tareas prioritarias a desempeñar en un momento dado de la mediación: generador de información, explorador de problemas, elaborador de acuerdos, etc. Se trata, pues, de las funciones o las tareas propias del rol de mediador en su sentido más general y comprensivo.
Sin embargo, creemos interesante subrayar una función del mediador muy frecuente en los procesos de resolución de conflictos. Me refiero al rol que podríamos llamar de «cabeza de turco». En no pocas ocasiones hay que tomar decisiones que resulta muy difícil de asumir por las partes en litigio, bien porque se trate de concesiones poco aceptables, bien porque vaya a generar problemas en el seno de alguno de los grupos contendientes. En este caso, el mediador asume la responsabilidad de la propuesta, lo que exime a los negociadores, dejándoles en una situación más favorable frente a la otra parte y, si corresponde, ante sus propios representados.
Desde otra perspectiva Touval y Zartman (1989) han ordenado las principales funciones del mediador agrupándolas en tres papeles esenciales: comunicador, formulador y manipulador.
La labor de comunicador ya la hemos mencionado; se trata de una dimensión básica para afrontar razonable y eficazmente la resolución de un conflicto, máxime si se tiene en cuenta que un rasgo esencial y común de los mismos es la falta, ruptura, pérdida o estancamiento de la comunicación.
Actuar como formulador significa tratar de examinar y definir los problemas implicados en el conflicto, sugiriendo nuevos planteamientos y eventuales formas de solución (Zartman y Berman, 1982).
Cuando la labor de formulador no resulta suficientemente' eficaz, el mediador puede adoptar un papel más activo, el de manipulador. En este caso el mediador mueve a los contendientes hacia el acuerdo, para lo cual, obviamente, debe tener posibilidad real de hacerlo, bien en base a su influencia, recursos, prestigio, etc.
El mediador asume cada uno de estos papeles no de forma caprichosa y arbitraria, sino movido por factores contextuales, por intereses propios o por intereses de los mismos contendientes. Ello no obsta para que los mediadores tengan especial preferencia por un modo u otro de intervención, motivado bien por su experiencia, bien por sus características personales (Kressel y Pruitt, 1989).
Un interesante estudio de Kolb (1989) ejemplifica los diferentes papeles que un mediador puede llevar a cabo. Tomó muestras de mediadores estatales y federales en USA y encontró que los primeros solían comportarse de forma muy activa, tratando de incidir y posibilitar los acuerdos; por otra parte, los mediadores federales asumían papeles menos activos, buscando facilitar la comunicación y crear un marco global más propicio para el acuerdo. En el estudio se ponía de manifiesto la importancia del contexto en que la mediación tenía lugar, y así, en el caso de los mediadores estatales se encontraban con problemas y circunstancias que les obligaban a un mayor control e incidencia sobre la situación.
Un tema central y frecuente en las investigaciones sobre mediación hace referencia a la utilidad o eficacia del proceso en sí mismo o en comparación con otras formas de resolución de conflictos como la negociación o el arbitraje. La bibliografía al respecto es amplísima; véase, por ejemplo, McGillicuddy, Welton y Pruitt, 1987; Pruitt, 1990; Feuille, 1992; etc.
El proceso se considera eficaz cuando es susceptible de conseguir una serie de objetivos, tanto a corto como a largo plazo. Los «éxitos a corto plazo» serían las metas alcanzadas durante el momento en que tiene lugar la mediación. Los «éxitos a largo plazo» son los resultados positivos una vez transcurrido un período de tiempo determinado. La evaluación de tales éxitos se operativizan a través de diversos criterios sobre los cuales toman posición las partes enfrentadas.
Se consideran logros a corto plazo la existencia de un buen nivel de satisfacción con el mismo proceso de mediación. Otro criterio es el grado de aceptación y compromiso de las decisiones obtenidas por vía de la mediación, por lo que supone de responsabilización de los negociadores con lo pactado. No menos importante resulta la rapidez para llegar al acuerdo, habida cuenta de que el tiempo empleado supone siempre un coste en función del conflicto de que se trate. Finalmente, el grado de acuerdo alcanzado pone también de relieve el éxito inmediato de la mediación.
Los criterios para definir el éxito a largo plazo son fundamentalmente de dos tipos: la durabilidad de los acuerdos durante un período razonable de tiempo y la mejora de las relaciones entre las partes, que tendrá diversas expresiones, ,según las características del conflicto de que se trate.
Hasta ahora hemos señalado simplemente los signos que permiten categorizar una mediación como eficaz. Se trata, por tanto, de una evaluación «a posteriori», de una constatación de que las cosas han ido bien. Pero queda pendiente una pregunta quizás más importante: ¿qué determina la eficacia?, ¿qué datos permiten pronosticar que su utilización puede llevar a un resultado positivo?. Parece evidente que una solución satisfactoria a estos interrogantes será imprescindible para saber si la mediación es el mecanismo adecuado en una situación determinada o, por el contrario, resultará conveniente echar mano de otro medio para afrontar el conflicto.
En ese sentido, la eficacia de la mediación va a depender de tres conjuntos de factores relacionados con:
Al comienzo de los estudios sobre la mediación gran número de trabajos intentaron, con desigual éxito, clarificar los atributos del mediador que podían repercutir sobre los resultados de aquella. El sentido común indica que alguna influencia debe tener el estilo y los modos de comportamiento de los mediadores. El problema quizás estriba en delimitar cuáles sean estas características y el peso que realmente tienen para incidir positivamente sobre el proceso. Sea como sea, parece indudable que ciertas pautas de comportamiento y habilidades actúan como determinantes en la efectividad de la mediación, (Cfr. Bercovitch, 1992; Zubek y otros, 1992).
Las primeras investigaciones realizadas al respecto se remontan a los años 60; el perfil óptimo del mediador eficaz venia dado por atributos como los siguientes: objetividad, perspicacia psicológica, experiencia, ingenio, capacidad para generar confianza, habilidades intelectuales... (Landsberger, 1960). Estudios posteriores van a matizar y contrastar todas estas cualidades ( Cfr. Karim y Pegnetter. 1983).
Con respecto a las actitudes del mediador, uno de los aspectos más debatidos e interesantes hace referencia a la conveniencia de la imparcialidad o neutralidad hacia las partes en conflicto.
El punto de vista clásico sostiene la necesidad de una estricta neutralidad para hacer satisfactoria la mediación. Welton y Pruitt (1987) señalaban que los mediadores serán mejor aceptados si son percibidos como imparciales. Sin embargo, la neutralidad como requisito está siendo cuestionada; escriben Touval y Zartman (1989):
«La aceptación de un mediador en un conflicto no está, como hasta ahora se creía, determinada por la percepción de imparcialidad mediadora... las terceras partes son aceptadas como mediadores solo porque serán capaces de proporcionar resultados aceptables»
Incluso, a veces, el mediador puede verse en la necesidad de mostrar más apoyo a una parte que a otra; piénsese en el caso de desigualdad de poder entre las partes, o cuando uno de los negociadores muestra mayor resistencia para llegar al acuerdo.
Desde otro punto de vista la necesidad de una inequívoca neutralidad va a estar también condicionada por el ámbito social de que se trate. La mediación en política internacional con frecuencia no requiere tanto la imparcialidad cuanto la capacidad de presionar e influir sobre los contendientes. En el ámbito laboral, en cambio, se exige del mediador una exquisita neutralidad en el abordaje del problema.
En resumen, parece necesaria la imparcialidad, en el sentido de mantener una posición distanciada, rigurosa y no condicionada apriorísticamente sobre la problemática en cuestión. No obstante, puede no resultar imprescindible en función del carácter del conflicto y de la posibilidad de que el mediador incorpore otro tipo de recursos o elementos, incluso más relevantes que la misma neutralidad.
También existe una opinión muy generalizada sobre la importancia de la experiencia como una característica distintiva del mediador eficaz, por cuanto los mediadores expertos generan credibilidad y confianza en los negociadores. Los trabajos de Kressel (1972) y de Carnevale y Pegnetter (1985) así lo ponen de manifiesto. Se afirma que un mediador experto tendrá mayor capacidad para afrontar las situaciones conflictivas y manejar los problemas propios de cada caso. De hecho, en USA, la experiencia es uno de los requisitos más valorados en la selección de mediadores profesionales. Las personas que pasan a formar parte de los equipos de mediación son sujetos con un amplio historial de participación en procesos de negociación y mediación.
No obstante, ello no implica que una persona inexperta no pueda ejecutar correctamente tareas de mediación. Honoroff y col. (1990) advierten que, sin restar importancia a la experiencia, para seleccionar mediadores debe tenerse muy en cuenta diversas habilidades.
Como puede suponerse, la investigación ha tomado en consideración otras variables o factores, exagerando con frecuencia el perfil de mediador adecuado. Dice Bercovitch (1991) que «ser un medidor no supone ser un erudito omnisciente o una versión moderna de un hombre renacentista pero, para ser efectivo, se debería tener, al menos, algunos de estos rasgos... » Méndez (1994) ofrece el siguiente esquema como resumen de las habilidades personales e intelectuales del mediador eficaz.
Los rasgos que presenta un conflicto o una disputa sin duda condicionan la pertinencia de la mediación como un instrumento adecuado para resolverla. Tres son las cuestiones relativas a la naturaleza de la disputa que conviene tener en cuenta para preveer el éxito de una mediación. A saber:
Con respecto a la intensidad, la mayoría de investigaciones vienen a concluir que cuando el nivel de conflictividad es muy alto, la mediación no suele ser eficaz Parece, pues, que la mediación está indicada especialmente en situaciones de conflictividad moderada o baja (Cfr. Hiltrop, 1989; Pruitt y Carnevale, 1993). De manera más concreta, puede afirmarse que existe un nivel de conflictividad alto cuando aparece alguno de estos fenómenos: elevado nivel de hostilidad entre las partes previamente a la mediación, fuerte hostilidad durante el intercambio de opiniones, existencia de diferencias ideológicas o culturales, percepción muy negativa de la otra parte, imposibilidad de comunicación o grandes diferencias de poder.
La presencia de problemas que afectan a los principios o a los valores centrales. de los individuos o los grupos normalmente dificultan en extremo la resolución de los conflictos. Dice Rubin (1983):
«No todo se puede negociar. Las creencias y valores profundamente arraigados simplemente no son negociables: no hay nada que hacer, ninguna posibilidad de hacer concesiones. Creemos, o no, en Dios, en la pena capital y en el derecho de la mujer a abortar. Estos puntos de vista pueden cambiar, pero no son negociables».
Sin embargo, la habilidad del mediador consiste precisamente en «reconvertir»los problemas de principios en temas negociables. Con mucha frecuencia lo que posibilita hacer de un problema objeto de negociación estriba en su misma formulación. Un caso paradigmático ha sido el abordaje de la despenalización del aborto en muchos países occidentales; cuando se plantea en términos de «aborto si-aborto no» o de forma parecida, el acuerdo resulta imposible; en cambio, cuando el tema se trata «circunstancialmente» (casos, determinantes, plazos, etc. )la posibilidad de acuerdo aumenta, dado que ya no se afecta, al menos de modo directo e inmediato, a los principios.
Pasando ya a la tercera condición, la mayoría de los estudios coinciden en señalar que la situación más propicia para el uso de la mediación sería cuando la negociación haya llegado a un punto muerto, en que ninguna de las partes puede o quiere seguir haciendo concesiones (Pruitt, 1981; Bercovitch, 1991).
Es obvio que las situaciones de «impasse» no pueden ser mantenidas mucho tiempo sin que ello conlleve repercusiones negativas : económicas, sociales, políticas, etc. A lo cual hay que añadir, con frecuencia, la misma presión temporal que puede jugar en contra de una excesiva demora del acuerdo.
Pues bien, parece que es éste el momento oportuno para intentar la mediación. Rubin (1981) recalca la ventaja que supone para la efectividad de la mediación el que los negociadores hayan pasado por elevados estados de tensión; de este modo es probable que acepten con mayor agrado la ayuda de un mediador. En el mismo sentido se pronuncia Bercovitch:
«La mediación resulta más efectiva cuando sigue antes que precede a los esfuerzos de las partes por resolver el conflicto. El paso del tiempo, un estancamiento, un impasse podrían ser vistos como las condiciones propicias y que constituyen la fase ideal en la disputa para iniciar la mediación».
Desde diversos autores se ha planteado una serie de características de los negociadores que pueden tener gran relevancia para pronosticar si la mediación será exitosa o si, por el contrario, conviene acudir a otros medios para solucionar el conflicto. Al respecto, cabe señalar los siguientes aspectos: la motivación para el acuerdo, el compromiso con la mediación, la disponibilidad de recursos y el equilibrio de poder.
Ante todo, la actitud con que se afronte el proceso de mediación va a repercutir sobremanera en la dinámica del proceso y en la labor del mediador. Si las partes enfrentadas tienen una decidida voluntad de acuerdo, predominará la cooperación y la conciencia de que resulta imprescindible la flexibilidad en los planteamientos y. en las concesiones (Feuille, 1992).
También facilitará el éxito que los litigantes asuman activamente el mismo proceso mediador y adquieran el compromiso de cumplir los acuerdos a que se llegue. En todo esto la aceptación de la persona del mediador adquiere máxima relevancia.
Al respecto suele ser importante el modo cómo el mediador entra en escena. Si el mediador es solicitado por una de las partes, se debe actuar con gran precaución, mucho mayor que cuando el requerimiento es conjunto, lo que sitúa al mediador en una situación altamente favorable para ejercer su influencia.
Téngase presente que, en general, la mediación de entrada suele generar suspicacia y desconfianza, incluso el rechazo abierto. Moore (1986) enumera algunas de las razones:
- falta de familiaridad con un proceso poco conocido
- percepción de relativo descontrol de la situación
- incertidumbre de los eventuales intereses del mediador
- falta de total confianza en el mediador, etc.
Por otra parte, intentar negociar o mediar cuando no existen elementos sustanciales para el intercambio resulta bastante complicado. Las mediaciones bajo condiciones de escasez de recursos son especialmente difíciles de manejar, dado que al disminuir la posibilidad de intercambio desciende la cantidad de soluciones mutuamente aceptables. Es el caso frecuente, en el ámbito laboral, cuando se solicita un incremento salarial que la parte empresarial no puede afrontar (Karim y Stone, 1986).
Por lo que toca al poder, parece que un cierto equilibrio, y la correspondiente percepción de ello por las partes condiciona el carácter constructivo de la negociación. En otro escrito hemos señalado que el poder es uno de los elementos determinantes del proceso negociador; y ello a pesar de toda la complejidad que lleva consigo establecer de forma nítida cuál sea el poder de cada uno o, por usar un terminología frecuente, la correlación de fuerzas existente. Nótese asimismo que, si bien modificar las condiciones de poder expresado «objetivamente» resulta muy complicado, no lo es tanto cambiar la «percepción de poder», aspecto con frecuencia más relevante y más factible de llevar a cabo por el propio negociador (Cfr. Serrano y Rodríguez, 1993).
Normalmente, el negociador con mayor poder, a sabiendas del dominio que tiene sobre la situación, puede rehusar la mediación en la creencia de obtener mejores resultados por medio simplemente de la negociación. No obstante, en ciertos ámbitos, como las relaciones internacionales, cierto desequilibrio de poder no implica una disminución de posibilidades de acuerdo (Bercovitch, 1991).
De todas formas, en las relaciones propias de la mediación aparecen influencias y dependencias mutuas entre los negociadores y entre éstos y el mediador. Los litigantes saben que el prestigio del mediador estará condicionado por la actitud y reconocimiento que le otorguen. En general, cuando los negociadores pueden condicionar e influir sobre el mediador, el pronóstico no será positivo. Será preferible, pues, que las partes en conflicto no tengan poder sobre el mediador: de este modo se esforzarán, adoptarán un papel más activo y, quizás, pongan de relieve actitudes más cooperativas (Carnevale y Henry, 1989).
Uno de los problemas que suele aparecer al estudiar la mediación es la diferencia entre las estrategias y las tácticas . Si bien la definición formal resulta clara, no ocurre así cuando se categoriza algún procedimiento específico. Incluso, con frecuencia, se utilizan ambos términos indistintamente para referirse a la misma actuación, lo que dificulta aún más una ajustada clasificación. Kolb (1989) señala que:,«una estrategia es un plan o enfoque general del que dispone un mediador para conseguir que las partes lleguen a un acuerdo. La actuación del mediador en la aplicación de una estrategia articulada se entiende como táctica».
Así pues, la estrategia supone un modo general y planificado de intervención, que el mediador ejecutará sirviéndose de un conjunto de tácticas o conductas concretas, entendibles y analizables en el contexto de la línea estratégica correspondiente, fuera de cuyo marco perderían significado y finalidad.
En este epígrafe vamos a analizar qué factores impulsan a los mediadores a elegir una u otra forma de actuación, qué estrategias resultan más adecuadas en cada caso, cuáles son las consecuencias de elegir una u otra...
Presentaremos dos perspectivas que obedecen a dos planteamientos relativamente distintos, pero de ninguna manera opuestos; es más, como veremos, perfectamente complementarios. Se trata del Modelo de Carnevale y de las aproximaciones para crear un Modelo Contingente de estrategias y tácticas de mediación.
El objetivo central del trabajo de Carnevale, en este contexto naturalmente, pasa por construir un marco de referencia desde el cual explicar la conducta estratégica de los mediadores.
Según Carnevale (1986) el mediador dispone de cuatro formas de enfrentarse a su trabajo, de cuatro grandes estrategias de acción: integración, presión, compensación e inacción. La selección de una estrategia u otra vendrá dada por el peso de dos variables centrales:
a) el valor que el mediador concede a que los disputantes consigan sus aspiraciones y lleguen aun acuerdo. Es lo que se denomina abreviadamente como «Interés por el acuerdo»;
b) la percepción que el mediador tiene del «Campo común»; es decir, la existencia de un ámbito de acción donde ambas partes puedan encontrar soluciones mutuamente aceptables a sus problemas.
Así, un mediador empleará la integración cuando se valora mucho las aspiraciones de las partes y se percibe la existencia de un importante campo común. En estas situaciones, el tiempo y coste que supone el uso de estrategias integrativas se verá compensado por el interés del mediador en que se llegue a un acuerdo.
Cuando el mediador considera importante que los contendientes alcancen el acuerdo y se percibe un reducido campo común, el modelo de Carnevale prevé el empleo de la estrategia de compensación. Al existir fuertes diferencias de posición con relación a los temas en disputa el mediador acudirá a la recompensa para .así facilitar el acercamiento. En estos casos el abordaje integrativo parece difícil por el escaso número de alternativas posibles; y, aunque la presión sería posible, el interés del mediador puede llevar a la compensación.
La presión será más factible cuando el mediador no valore tanto las aspiraciones de las partes y el conflicto presente un campo común escaso.
Finalmente, la inacción será elegida como estrategia si el espacio común percibido es amplio, por lo cual resulta probable que los negociadores alcancen la solución por sí mismos, sin apenas ayuda externa. Obviamente, sería absurdo el empleo de la presión o la compensación. Además, si el mediador no tiene demasiado interés, la integración tampoco parece muy factible.
Evidentemente, hemos realizado una exposición muy abreviada, por razones obvias. El lector interesado puede acudir a las referencias bibliográficas para mayor información. En la figura siguiente queda reflejado lo fundamental del Modelo.
El planteamiento de Carnevale tuvo un gran impacto en el ámbito científico. En primer lugar, permitía una ordenación de variables relevantes en el proceso de mediación y la relación entre ellas. En segundo lugar, implicaba un esfuerzo de construcción teórica considerable, de carácter muy operativo y fácilmente contrastable. Finalmente, dejaba la puerta abierta a la incorporación de nuevas variables que pudieran dar mejor cuenta de las tareas del mediador.
El modelo y toda la construcción que el mismo suponía ha dado lugar a una gran cantidad de investigación empírica que ha servido para matizar, perfilar o introducir nuevos elementos que mejoran o contextualizan el esquema de Carnevale. Entre nosotros ha sido especialmente relevante la tesis doctoral realizada por Maite Méndez (1994), de la Universidad de Oviedo, donde se da cuenta de un conjunto de experimentos llevados a cabo para comprobar la validez del Modelo en distintos tipos de conflicto.
Entre las conclusiones más relevantes se constata que si bien la dimensión que hemos denominado «Campo Común» ejerce influencia sobre el procedimiento estratégico a seguir, no ocurre lo mismo en cuanto al «Interés». Y es que, probablemente, los mediadores, aunque puedan tener intereses específicos motivados por el refuerzo esperado, dan preferencia a las aspiraciones de las partes negociadoras. La consecución del acuerdo se convierte, pues, en el principal elemento reforzador, dejando en un segundo lugar, e incluso anulando, cualquier elección estratégica que se pudiese realizar debido a un mayor o menor interés personal por el acuerdo. En definitiva, se puede decir que el interés primordial que condiciona al mediador es que las partes alcancen una solución mutuamente aceptable.
En otros experimentos referidos en dicha Tesis, se constata que, siguiendo el mismo procedimiento pero tomando otros temas conflictivos como son las situaciones de divorcio, los resultados- han sido relativamente parecidos. De nuevo, se confirma el carácter determinante de la Percepción del Campo Común y la escasa influencia del Interés del mediador, entendiéndolo siempre en su dimensión manipulable y distinta al mero y genérico interés por resolver el conflicto y conseguir el acuerdo. Incluso, se ha encontrado casos en que la manipulación del interés no la percibían los sujetos, según sus respuestas al cuestionario postexperimental.
Asimismo, fue analizado el comportamiento general de los mediadores a lo largo de todo el proceso, comprobando la preferencia de las acciones integrativas sobre todas las demás y en todas las condiciones experimentales, especialmente en los estados iniciales de la negociación. Esto nos lleva, de nuevo, a dar protagonismo al Campo Común frente al Interés. En efecto, el hecho de que la Integración sea la intervención más frecuente, se relaciona directamente con el optimismo del mediador en los primeros estadios del proceso (Carnevale y Pegnetter, 1985). Independientemente de que el conflicto se vislumbre como más o menos soluble, el mediador puede dejarse arrastrar por la impresión subjetiva de que el acuerdo llegará a conseguirse con más facilidad de la que realmente existe.
En tales condiciones, ante una percepción subjetiva elevada de Campo Común, las intervenciones con fines integrativos son las más probables. Utilizar la Presión o Compensación no tendría demasiado sentido por lo aversivo que supone la primera y el coste que significa la segunda. Se podría acudir a la Inacción, pero existe literatura suficiente sobre el tema que señala la preferencia del mediador por las intervenciones activas (Pruitt, 198 1, Bercovitch, 1992; Wall y Rude, 1991),
Touval y Zartman (1989) subrayan también el papel facilitador del mediador al comienzo de la mediación, indicando que actúa ejerciendo la menor presión posible; no es extraño, pues, que se centre principalmente en estrategias integrativas. Sólo cuando éstas no resulten útiles y el mediador advierte que el tiempo transcurre sin llegar a un acuerdo utilizará acciones más coercitivas.
Al analizar, pues, la evolución de estrategias se observa un aumento de la Presión en los últimos momentos del proceso; lo que puede suponer que, paulatinamente, la perspectiva positiva del mediador empieza a descender y con ello su percepción de Campo Común. Curiosamente, es en esta percepción de Bajo Campo Común donde más acciones de presión se observan en los estadios finales.
El hecho de que las estrategias de Inacción y Compensación fuesen reducidas, probablemente tenga su explicación en la preferencia por la utilización de papeles activos y la evitación de costes que implica la Compensación.
Las conclusiones, del trabajo mencionado ponen de relieve, pues, algunas diferencias con los resultados obtenidos por Carnevale y colaboradores. Se confirman algunas hipótesis sobre la utilización de estrategias por parte de los mediadores, en función de su percepción de existencia de Campo Común. El factor Interés parece poseer, por el contrario, poca capacidad de incidencia.
También se ha encontrado que la utilización de estrategias viene muy condicionada por la fase en que se encuentre el proceso de mediación. En un primer momento resulta general el empleo- de la Integración y, a medida que el proceso avanza, hace su aparición el resto de estrategias, especialmente la Presión.
Otra perspectiva para acercarse a la comprensión de las estrategias y tácticas en mediación viene dada por lo que se ha llamado «aproximación contingente», que se preocupa de los mecanismos específicos utilizados para la solución de los conflictos en marcos contextuales concretos (Kressel-Pruitt, 1989).
Este planteamiento, vinculado a lo concreto, era necesario por el hecho de que determinadas actuaciones eficaces en ciertas situaciones no lo eran en otras. El mediador, por tanto, debe adecuar su intervención a las características de cada litigio; incluso, en el curso de una misma mediación, donde el perfil del conflicto puede variar a medida que se desarrolla, el mediador deberá ir adaptando su actuación a tales circunstancias cambiantes.
Sin embargo, este intento de concretar, de vincular la eficacia o el éxito de una mediación a determinadas relaciones entre conjuntos de variables, en ningún modo cuestionaba el interés por dotarse de teorias-marco. Téngase en cuenta que autores como Pruitt o Carnevale se han ocupado y han trabajado en ambas perspectivas.
Entre los trabajos más recientes, dentro de esta orientación, destacan los de Bercovitch (1991; 1992). Para él optar por un «enfoque contingente» supone postular que los resultados de una mediación estarán determinados por variables tanto antecedentes como presentes en un conflicto. Cuando un mediador decide intervenir debe comenzar por analizar las distintas variables que caracterizan la situación conflictiva. Bercovitch incluye dentro de las variables del contexto las siguientes dimensiones:
a) Naturaleza de la disputa, que abarca características como la intensidad del conflicto, la historia anterior, etc.
b) Naturaleza de los problemas; es decir, si se trata de asuntos ideológicos o de principios, el número e importancia de temas a tratar...
c) Naturaleza de las partes en conflicto: su poder, actitudes frente a la mediación, experiencia en problemas anteriores, etc.
d) Naturaleza del mediador. sus características personales, experiencia, autoridad, capacidad de presión, cte.
Una vez analizadas estas variables contextuales, el mediador afronta el proceso de mediación en sí mismo. Ahora serán las «variables de procedimiento» las que determinen el resultado de la mediación. Y es aquí donde tienen su lugar las estrategias y tácticas con que el mediador interviene. Pero la elección de éstas no puede realizarse obviando las variables contextuales que anteceden y colorean el conflicto. Es más, incluso la misma intervención estratégico-táctica irá haciendo variar el contexto del que se partía- la interacción entre ambos tipos de dimensiones está dada.
El enfoque planteado por Bercovitch puede representarse esquemáticamente como sigue:
Naturalmente, una cosa es el planteamiento general y otra muy distinta, y mucho más compleja, determinar específicamente todas las variables o dimensiones a contemplar y las relaciones entre las mismas para pronosticar el éxito en la mediación. Es decir, se trata de determinar las causas y condiciones de un conflicto, las acciones utilizables para afrontarlos y los diferentes tipos de resultados que cada intervención genera. La mayor parte de investigaciones se articulan en torno a estos tres elementos centrales.
Mencionaremos brevemente algunas de las principales aportaciones, que han supuesto un avance real en el establecimiento de las variables relevantes y de la relación entre las mismas. Para un estudio más detallado el lector interesado puede consultar las referencias bibliográficas.
Kressel (1972) es el autor de una de las primeras clasificaciones de las actividades del mediador. Basándose en entrevistas a mediadores laborales propone la existencia de tres tipos de estrategias fundamentales: directivas, reflexivas y contextuales.
Posteriormente, en 1985, Kressel y Pruitt, presentan una nueva ordenación de estrategias adaptando la realizada anteriormente. Ahora se habla de intervenciones reflexivas, contextuales y sustantivas.
El estudio de Carnevale y Pegnetter (1985) consistía en solicitar de 38 mediadores profesionales que seleccionasen dos de los conflictos más significativos en los que habían intervenido el último año. Posteriormente, entre una lista de 24 fuentes potencialmente originarias de las disputas, debían indicar aquellas que lo habían sido tácticamente. Más adelante se les daba 37 tácticas de mediación, pidiendo que señalasen las más usadas en cada conflicto y los resultados que habían producido. Se trataba, pues, de medir la correlación existente entre orígenes del conflicto, tácticas de mediación y resultados alcanzados.
Hiltrop (1985, 1989) utilizó un procedimiento similar al de los anteriores autores; en esta ocasión con un grupo de mediadores profesionales de la Gran Bretaña, tomando como base 260 casos de mediaciones realizadas. Se trataba de analizar el éxito que tuvieron estrategias directivas o no directivas para el buen resultado de la mediación. Y ello en función de seis situaciones posibles:
Los resultados aparecen reflejados en las tablas que siguen:
Lim y Carnevale (1990), siguiendo la metodología vista anteriormente, presentaron a 225 mediadores profesionales un cuestionario que incluía 24 fuentes potencialmente originarias de conflictos, 43 tácticas de mediación y 19 tipos de acuerdo posibles. Un primer resultado fué una nueva ordenación de las intervenciones del mediador; a saber:
- Intervenciones sustantivas. Incluye los siguientes tipos:
- Intervenciones contextuales. Que abarcan:
- Intervenciones reflexivas. Dentro de ellas se incluyen actuaciones para crear buen ambiente, generar flexibilidad, evitar abordajes precipitados de los problemas, etc
El otro gran resultado de la investigación consistió en establecer qué intervenciones eran las más adecuadas en función de las características concretas del conflicto.
Las conclusiones son muy interesantes y hacen de esta investigación, por su consistencia y engarce empírico, uno de los pilares en la construcción de un posible modelo de contingencias en mediación.
Finalmente, mencionar el trabajo de síntesis realizado por Carnevale y Pruitt (1992), donde se ordenan las intervenciones de los mediadores para afrontar lo que ellos consideran los cuatro problemas centrales en cualquier situación que precise de una mediación:
a) La mejora de las relaciones entre el mediador y los litigantes.
b) La mejora de la relación entre las partes durante el desarrollo de la mediación.
c) Un tratamiento correcto v ordenado de los temas a tratar.
d) El aumento de la motivación de los negociadores para alcanzar el acuerdo.
Hasta aquí este rápido repaso a algunos de los principales temas que preocupan a los investigadores de la mediación, de cara no solo a definirla y comprenderla, sino también para avanzar líneas de intervención cada vez más adecuadas y consistentes con la finalidad de toda mediación, que no es otro que ayudar en la resolución de conflictos sociales.