DOSSIER

 

Problemas sociales y políticas de acción social: algunas contribuciones de la psicología social


Social problems and social action politics: some social psychology contributions

Gonzalo MUSITU OCHOA

Rosa CASTILLO MONTAÑES

Area de Psicología Social de la Facultad de Psicología de la Universidad de Valencia


RESUMEN

PALABRAS CLAVE

SUMMARY

KEY WORDS

INTRODUCCION

NECESIDADES SOCIALES Y PSICOLOGIA SOCIAL

El Núcleo Teórico

Interación Persona-Medio

Carencias Teóricas

Las ecuaciones en torno a los problemas psicosociales

Fórmula de coordinación. La I.A.P.

POLITICAS SOCIALES. LOS PROGRAMAS DE INTERVENCION

Las dificultades

LA PERSPECTIVA ECOLOGICA EN LOS PROGRAMAS DE ACCION SOCIAL

Posible Solución

Su Justificación

La Participación de la Comunidad

CONSIDERACIONES FINALES 


RESUMEN

En este artículo se hace un análisis de los problemas más acuciantes de nuestra sociedad, integrándolos en el proceso de las relaciones e implicaciones existentes entre la Política de Acción Social y la Psicología Social y Comunitaria. Se considera que la política y programas de acción social, encaminados a mejorar la calidad de vida y el bienestar, deben nutrirse teórica y metodologicamente de la Psicología Social. Conceptos como actitudes, valores, expectativas, autoestima, identidad, socialización, psicología de los grupos, apoyo social entre otros, se consideran indispensables en el análisis y en la elaboración de programas de intervención de los problemas sociales También se asume que el estilo de pensamiento predominante en las políticas de acción social debe regirse por los supuestos del modelo ecológico, uno de los de mayor peso y tradición en la Psicología Social.

 

PALABRAS CLAVE

Política de Acción social. Psicología social. Psicología Comunitaria. Calidad de Vida. Bienestar. Necesidades Sociales. Participación. Medio Ecológico.

 

SUMMARY

In the following paper, an analysis of the most urgent problems of our society is presented, considering them within the process of relationship and involvements laylng between social policy and social and community psychology. Social policy schemes whose aim is improving life quality and welfare are regarded as having to rely upon social psychology theoretical and methodological assumptions. Concepts such as attitudes, values, epectancies, seff-esteem, identity, socialization, groups, social support, among many others, are seen as essential to analyse and design intervention schemes in social problems. It is also assumed that prevailing thinking styles in social policy must be ruled by ecological model assumptions, as this is one of the models with greatest weight and longest tradition in social psychology.

 

KEY WORDS

Politics of social action. Social psychology. Community psychology. Quality of life. Social well-being. Social needs. Participation. Ecological Context.

 


INTRODUCCION

Vivimos en un mundo cambiante y dinámico, lleno de incertidumbre y acontecimientos difícilmente predecibles, en el que los problemas que nos afectan representan un reto para los científicos sociales. Problemas macrosociales tan diversos como los originados por los cambios ideológicos y políticos acaecidos en la Europa del Este, el incremento del prejuicio racial; estilos de vida cada vez más individualistas; el exacerbado consumismo; el reto de afrontar fisuras y conflictos en la población y problemas sin aparente solución en el área de promoción de la salud, como el Sida, las drogas y la contaminación, representan necesidades y demandas sociales que requieren de una análisis científico riguroso y de respuestas consonantes para ello.

Gran número de personas y familias se sienten solas, aisladas y abrumadas por problemas acuciantes y de extrema necesidad para la supervivencia física, unas veces, y psicológica otras. En realidad, el conflicto y la lucha por la búsqueda de solución de los problemas, es habitual y normativo, en absoluto excepcional. Las dificultades en la lucha por la subsistencia, el aumento de los problemas personales, institucionales y sociales, adquiere diferentes significados en función de características culturales y sociales determinadas. Por ejemplo, se viene constatando reiteradamente que en los países occidentales, cada vez es mayor la demanda de apoyo afectivo y emocional y que los problemas como el paro, el pobre mercado laboral, las transformaciones políticas y sociales, afectan de manera significativa el bienestar y la calidad de vida de los individuos, algo por lo que todos y cada uno luchamos (Allat y Yendle, 1992, Heller, 1990, Gracia y Musitu, 1992).

Entre las condiciones de vida actuales y los problemas sociales más frecuentes que afectan tanto la salud mental como la calidad de vida, además de agravar desequilibrios e injusticias sociales, se encuentran por un lado, aquellos producidos por el abuso y consumo de drogas y otras sustancias (Levine y Perkins, 1987; Belano y Musitu, 1987), los cuales a su vez, están íntimamente vinculados a la delincuencia y victimización (Musitu y Moliner, 1992); y por otro, aquellos más presentes en poblaciones de alto riesgo como violencia familiar y maltrato infantil (Gracia y Musitu, 1991; Musitu et al, 1990), inadaptaciones y fracasos escolares (Musitu et al., 1992: García et al, 1991) y todos aquellos problemas relacionados con la salud mental y psicológica y que por sobradamente conocidos, soslayamos.

Asimismo, las cifras de prevalencia en torno a quienes sufren problemas de salud y enfermedades crónicas, no son más alentadoras. En este sentido, debemos también considerar los problemas relacionados con el bienestar social y psicológico producidos por estresores sociales como las desigualdades en la distribución de la riqueza, crisis económicas y el pobre mercado laboral, y que tienen profundos efectos en la familia, la paternidad y en última instancia en el ajuste psicosocial de niños, jóvenes, adultos y ancianos (Allat Yendle, 1992).

En nuestro país, datos económicos recientes (Garda, 1990) indican que la economía, impulsada, dicen que por unas condiciones internacionales favorables, presentaba un moderado ritmo de expansión y prosperidad. Se considera desde ese análisis, que los efectos positivos de este progreso no se están distribuyendo equitativamente entre los diferentes sectores de la población. Es justamente lo contrario. Se está potenciando la desigualdad y paralelamente o como contrapartida, una mayor demanda de recursos para satisfacer necesidades de supervivencia cada vez más acuciantes, en las capas más desfavorecidas de la sociedad. Indicadores significativos los tenemos en el cada vez mayor número de desempleados y subempleados (Servicios Sociales, 1988), el aumento de la desigualdad en el reparto de la renta y de la riqueza (OCEDE), en las diferencias en el nivel educativo, en los problemas en torno al alojamiento y a la vivienda y en la atención primaria de salud y esto, sólo por citar algunos. Este plano lleno de sinuosidades, hace que las desigualdades y problemas sociales como la marginación social y la mayor conflictividad en barrios periféricos, se agudice. Ello se expresa en problemas como la drogodependencia, delincuencia, desempleo, etc. y que en realidad son el síntoma y excepcionalmente el verdadero problema.

Entre los numerosos aspectos que se señalan como indicadores del síntoma, destacan la pobreza, la desigualdad social (Zanni, 199 1) y la marginación social y como respuesta general los elevados niveles delictivos (Blanco, 1981; Musitu et al., 1990), o el desigual acceso a los recursos sociales y de salud (Barriga y Martínez, 1990; Rodríguez, Martínez y Valcárcel, 1990).

En España, según un informe reciente (Servicio de Estudios del Banco Urquijo, 1982), el 30 % de las familias viven en condiciones de pobreza, el 40 % se sitúa en el límite, un 20% viven bien, y únicamente un 10% gozan de una situación privilegiada. Esta tendencia se confirma en otros países de la C.E. como, por ejemplo, en Italia, donde se estima que un 1 % de la población (más de seis millones de personas), viven en esa situación, de los cuales, tres millones alcanzan la pobreza extrema.

La respuesta al problema, de índole sociopolítica generalmente, consiste en atender fundamentalmente a los datos macrosociales, arbitrando medidas socioeconómicas para paliar tal estado de cosas. Desde este enfoque, se apuesta por una intervención estatal en los problemas sociales a través de la planificación de políticas sociales y se considera como la mejor solución, un incremento en la inversión en el área de los Servicios Sociales. La finalidad es corregir en la medida de lo posible las desigualdades existentes, lo cual aunque positivo no es suficiente.

Son necesarias formas alternativas o mejor, complementarías de servicio social, profesional e incluso de prevención y para justificarlo así sea de soslayo, basta con que prestemos atención a las informaciones recientes acerca del número de personas que reciben tratamiento psiquiátrico, estimaciones de desórdenes mentales, patrones de conducta inadaptados (abuso de alcohol y otras drogas), desajustes y desequilibrios en la recepción y uso de los recursos sociales y naturalmente, las implicaciones que tienen en la salud mental las diferentes tendencias culturales y sociales actuales.

Generalmente se aconseja que para la optimización de los recursos sociales, se consideren al menos estos tres puntos:

1. Desarrollar una política de crecimiento solidario, basada por un lado, en la creación de riqueza a partir de una adecuada política económica y de empleo y por otro, cuidar que la distribución se haga de un modo equitativo y eficaz y desde luego manteniendo siempre la capacidad de innovación en la oferta de servicios y prestaciones.

2. Aplicar una política de bienestar social clave. Para combatir la pobreza y para redistribuir racionalmente la riqueza o quizás para aproximar los extremos, buscando la igualdad social desde una perspectiva integral.

3. Realizar una política eficaz y participativa que fomente la plena participación de la comunidad y la responsabilidad de los agentes sociales (López Aguileta, 1990).

Las orientaciones teóricas que dan contenido y sentido al estudio de las estrategias de acción social con la finalidad de satisfacer las necesidades sociales mencionadas, son varias y muy diversas. Desde un punto de vista socioeconómico, García (1990) analiza las políticas sociales a partir de los cambios económicos y los efectos que éstos han producido en la redistribución de la riqueza. Defiende la tesis del cambio social, argumentando que la Política Social, tanto desde el Estado Central como desde el Gobierno Autonómico, no debe quedarse en lo meramente coyuntural. sino que ha de buscar la transformación de los mecanismos que generan y perpetúan las desigualdades.

En esta misma línea y en un análisis de las diferentes perspectivas desde las que se pueden establecer distintas políticas sociales, Titmuss (1981, cit. por Blanco, 1985), destaca tres modos de ocuparse del bienestar y entender la acción social: a) un modelo residual que prima por encima de todo el mercado privado y reduce a un segundo plano el papel de las instituciones y del Estado, b) un segundo modelo, que sustentado en conceptos psicológicos como el de incentivo recompensa, sostiene que son los resultados en el trabajo la principal fuente de satisfacción de necesidades a partir del cual se elabora la política de servicios sociales, unos servicios que sirvan para que el individuo pueda controlar su miedo y tenga oportunidades para derivar un sentimiento de autoeficacia positivo de su propia actividad, lo cual implica a su vez, crear oportunidades.

Desde el concepto de bienestar, se considera que la función esencial que deben cumplir las políticas sociales es la de proteger aquellos sectores que pierden poder adquisitivo o se encuentran en circunstancias problemáticas en la sociedad, como el desempleo y la marginación, y paralelamente, deben garantizar también, un nivel mínimo de protección para todos los ciudadanos (Bueno, 1987).

La interpretación y desarrollo de los modelos mencionados no ha estado exenta de polémica entre los investigadores sociales. Así, unos definen la intervención estatal y la planificación y aplicación desde la Administración de unas políticas sociales generales, con la finalidad de paliar los graves problemas existentes (García, 1990, Bueno, 1987). Desde planteamientos, es el Estado quien debe asumir la responsabilidad de poner en marcha unas políticas sociales que responden a las necesidades y exigencias expresadas por los ciudadanos, materializándose en subvenciones económicas, provisión de servicios básicos y planificación de las estrategias necesarias, con la finalidad de paliar las carencias en un primer momento, para después, mejorar la calidad de vida de forma integral. El problema estriba en que si las políticas sociales y los programas de intervención social llegan únicamente hasta este punto, -provisión de servicios y acceso a los recursos-, es obvio que se mejorará la situación, pero sólo a corto plazo, por la sencilla razón de que eluden la cuestión clave del problema planteado, la participación de los ciudadanos.

Otros, se sitúan en el otro extremo al considerar que la intervención desde "arriba", incapacita y etiqueta a la población. Entre las críticas más frecuentes, suele mencionarse la pobre coordinación en las asistencias sociales programadas, la deficiente información que llega a los posibles usuarios y sobre todo, la insuficiencia de las medidas adoptadas (Tolan et al., 1990).

Tradicionalmente, la calidad de vida y el bienestar se han vinculado con: a) disponibilidad de recursos en el ámbito de las necesidades básicas; b) la provisión del Estado de un amplio abanico de servicios públicos y c) el conjunto de medidas arbitrarias por la sociedad para hacer frente a sus problemas sociales, unas medidas que muchas veces serán de estricta Justicia social y distributiva (Blanco, 1985). Sin embargo, el bienestar social debe entenderse también desde el marco de las interrelaciones entre dimensiones asociadas a ese bienestar, tanto materiales, económicas y socioafectivas como participativas, y todas aquellas que en mayor o menor grado, tienen que ver con la potenciación y el desarrollo humano.

Recientemente, Zanni (1991) subraya los efectos "perversos" originados por la política del Bienestar social. Para ello alude a los efectos paralizantes en el sistema económico y social y a los efectos negativos en el individuo como receptor pasivo -no participante- de la asistencia pública.

En consecuencia, la incertidumbre respecto de la efectividad de los programas y de las fórmulas para su optimización, es lugar común entre quienes tienen la responsabilidad de arbitrar las medidas para potenciar el bienestar social. Así, los años de intervención del Estado y los incrementos del gasto público en el área de los servicios sociales no han eliminado los problemas ni las necesidades sociales urgentes. La vieja forma tradicional de pobreza. todavía existe, y paralelamente van surgiendo otras, debido en buena medida a que las nuevas necesidades no se satisfacen de manera adecuada.

Pero ¿dónde se ubica la necesidad? y ¿dentro de qué estructuras conceptuales y metodológica la situamos?... Responder a estas preguntas, implica adentrarse por los vericuetos de la Psicología Social y localizar los manantiales de los que beben o deben beber, quienes tienen la responsabilidad de decidir las vías por las que tienen que discurrir los recursos sociales.

 

NECESIDADES SOCIALES Y PSICOLOGIA SOCIAL

La necesidad se ha considerado tradicionalmente en términos de privación y en función de su connotación, la intervención, esencialmente extrínseca, intentaba e intenta, aún hoy, satisfacer las posibles carencias. En este proceso, el sujeto es esencialmente pasivo, lo cual como es de sobra sabido, tiene implicaciones no deseadas como por ejemplo, la situación de dependencia de la institución. Esto constituye un importante obstructor para que el sujeto sea partícipe de su propio desarrollo. Desde una óptica actual se tiende a capacitar más al individuo, considerándolo como ente activo en la intervención. Dentro de esta orientación, la necesidad se conceptualiza en el marco de una compleja malla de relaciones entre las persona y su entorno -orientación ecológica- y en la que la necesidad es solamente un componente más.

En una reciente revisión acerca del concepto de necesidad, Zanni (1991) diferencia entre una conceptualización restringida y otra amplia. En la primera, la necesidad puede tener una connotación negativa si se la considera como un estado de privación, ya que se puede suponer que la carencia de un determinado objeto dificulta al individuo la realización de su desarrollo personal. La segunda se puede entender como el conjunto de fuerzas necesarias para modificar el estado de privatización.

Desde las ciencias sociales, y más específicamente desde la Psicología Social, se ha estudiado en profundidad esta variable (para un análisis exhaustivo sobre el concepto de necesidad ver Barriga, 1990 y Bradshaw 1983). Inicialmente se la consideraba como un estado de privación, pero esta conceptualización pronto fue sustituida por la de un estado de tensión entre la persona y su entorno (Lewin, 1951), tensión que tiene su propia intensidad y dirección. La fuerza resultante se reflejara en el comportamiento dirigido a cambiar la situación actual. Según esto, la fuerza del comportamiento dependerá en buena medida, de la relación entre la persona (o grupo social) y su entorno.

Más recientemente, numerosos autores (Fox, 1985, Bueno, 1987; García, 1990, Jason, 1991) han desarrollado las ideas Lewinianas desde las cuales responder a estas cuestiones. Consideran que los problemas o conflictos de la sociedad actual pueden dividirse en dos grandes categorías: a) problemas de ecología global, y b) problemas relacionados con necesidades y valores individuales. En realidad, ambos están interrelacionados y es muy difícil que para resolver estos problemas sea suficiente con una aproximación superficial y unilateral.

Aspectos como los procesos de cambio social, la optimización de los recursos sociales y psicosociales, el desarrollo y potenciación de la identidad personal y comunitaria, la aplicación de estrategias de acción social que ayuden a resolver los problemas que afectan a nuestros contextos más próximos y a nuestras comunidades, son entre otros, campos de acción en donde se reflejan ésas interrelaciones y en los que la Psicología Social tiene un puesto de privilegio y que soslayarlo supondría un grave riesgo y sesgo en el análisis, aplicación y evaluación de los programas de acción social.

Tampoco ignoramos que los problemas de ecología global como la crisis potencial de la superpoblación, la marginación social, el bienestar, la salud, etc.... se han analizado por los científicos sociales desde su particular orientación ideológica, lo cual ha derivado en una desafortunada evitación de diversas posibilidades productivas tanto en la investigación como en la intervención (Blanco, 1985: Sampson. 1989; Jason, 1991).

 

El Núcleo Teórico

La investigación desde la Psicología Social, se ha centrado en gran medida en el estudio de los procesos sociales básicos tales como, expectativas, valores, actitudes, roles sociales y otras dimensiones relacionadas, en un intento por identificar las condiciones bajo las cuales ocurren estos problemas. Autores como Moos (1977, 1988), Sampson (1989), Jussim (1990) entre otros, coinciden con Lewin al considerar que en nuestro complejo mundo actual, el sistema ambiental y el sistema personal están interrelacionados y a su vez, están asociados a las circunstancias vitales y a los recursos sociales de los que se disponen, afectando todo ello al funcionamiento cognitivo y a las respuestas de afrontamiento y obviamente, a nuestra salud y bienestar psicosocial.

Un aspecto clave que corresponde a los psicólogos sociales, es analizar los valores y metas macro y microsociales y la capacidad de los individuos para satisfacer las necesidades psicosociológicas, y cómo y en qué medida éstas dimensiones se ven afectadas por los sucesos, transformaciones y fisuras macrosociales.

Una preocupación esencial desde diferentes perspectivas teóricas procedentes de la Psicología Social, ha sido el determinar cuáles son nuestras necesidades, motivaciones, valores y actitudes y cual ha sido el proceso de su conformación y desarrollo -al menos a partir de nuestra historia social, económica y nuestro contexto histórico- y cómo se pueden modificar estos valores y actitudes y de qué forma las personas pueden satisfacer esas necesidades con el menor costo posible.

Analizar la plétora de motivos individuales requiere un procedimiento de simplificación que aquí optamos por la dicotomización en aquellos relacionados con la autonomía -individualidad, asertividad, logro y libertad- (Maslow, 1982; Sampson, 1989; Stewart y Healy, 1989, y en aquellos relacionados con la autonomía y con el sentimiento psicológico de comunidad -interdependencia, cooperación, afiliación, intimidad y pertenencia- (Sarason, 1982; Fox, 1985).

Además de esas significativas contribuciones que ha hecho la Psicología Social, son de destacar las procedentes de Milgram (1974) y sus supuesto de que el potencial para la obediencia es un prerrequisito para la organización social -se supone que jerárquica-; o el modelo político de Rokeach (1973), basado en la importancia relativa de la libertad y al igualdad en el sistema de valores del individuo y naturalmente, todas las aportaciones que subrayan e inducen a la gente a la cooperación por el bien común. Tópicos como equidad, tamaño del grupo, satisfacción, estilos de liderazgo, reactancia psicológica y control de los trabajadores de su propia actividad -la esencia estriba en que puedan derivar por si mismos un sentimiento de autoeficacia positivo-, son fuentes significativas de las que a nuestro juicio, se debe beber para la planificación y elaboración de programas de acción social si de verdad se pretende su máxima eficiencia en la satisfacción de necesidades y en una mejor calidad de vida.

 

Interación Persona-Medio

Mientras se continúa discutiendo acerca de la importancia relativa de las variables ambientales y constitucionales, numerosos autores (Dohrenwend, 1987; Moos, 1988) dan por supuesto que ambos tipos de variables influyen en la conducta y por lo tanto en la incidencia de desajustes, problemas y necesidades. Cada vez es mayor la evidencia empírica que demuestra que las condiciones ambientales o del entorno, son factores de riesgo que se relacionan con un aumento de la morbilidad y mortalidad. Por ejemplo, en el estudio de Haan (1987), se observó un mayor riesgo de la mortalidad de todas las causas asociadas con el estatus socioeconómico, tales como estado de salud, raza, ingresos, empleo, acceso a los servicios de salud, consumo de alcohol, actividad física, patrones de sueño, aislamiento social, estatus marital, depresión e incertidumbre personal. De esta manera, los factores que definen en buena medida a los residentes de las áreas más pobres, correlacionan con la mortalidad, independientemente de otros factores de riesgo más específicos en el nivel individual.

En estudios recientes (Dooley et al., 1987: Kessler, 1987), se ha comprobado que aspectos socioeconómicos tales como el desempleo, influyen en el desarrollo de síntomas psiquiátricos. La relación, aunque probablemente indirecta, está mediada por factores tales como pérdida de apoyo social y autoestima, que son constructos ampliamente tratados en Psicología Social y de acentuada relevancia tanto por su contenido como por la demanda social al menos en Occidente, en los programas de acción comunitaria, hasta el punto de convertirse en su horizonte más significativo. En este sentido, trabajos recientes indican que el apoyo social actúa como un factor protector contra los estresores psicosociales y que potencia la salud física y el bienestar psicológico (Gotlieb, 1987; House et al., 1988). Por ejemplo, se ha encontrado que el aislamiento social se relaciona con todas las causas de mortalidad (Berkman, 1984; Blazer, 1982), con complicaciones en el embarazo (Boyce et al, 1986), con el maltrato infantil (Gracia, 1991), con un incremento en el riesgo de sufrir síntomas depresivos Kaplan et al., 1987), con el incremento de enfermedades coronarias en hombres (Seeman y Syme, 1987), con el maltrato en la infancia (Gracia, 1991) y con la violencia en la familia (Gracia y Musitu, 1991). Sin embargo y a pesar de la evidencia respecto de su relevancia queda mucho por hacer. Hasta el momento se ha demostrado con claridad que el apoyo social es efectivo cuando se da naturalmente, pero no cabe esperar lo mismo cuando es inducido artificialmente (Rook y Dooley, 1985). No obstante ¿cómo soslayar de los programas de acción social un recurso tan esencial en la definición de la calidad de vida y del bienestar?

 

Carencias Teóricas

En cambio, la contribución de la Psicología Social ha sido mucho menor en relación a aspectos más molares -ambientales y macrosociales- como el sistema económico, políticas sociales, desempleo, urbanización que sabemos tienen una poderosa influencia en la salud y en el bienestar psicológico y social. La forma en que actúan los factores mencionados, podría ilustrarse por los problemas de las personas que carecen de hogar. El incremento en los últimos años de personas sin recursos, ni hogar, refleja una compleja interrelación de factores micro y macroestructurales entre los que se encuentran los sistemas económicos nacionales. El resultado es una población desencantada, que está experimentando aislamiento, pérdida de contacto con una vida normal -en el hogar y con la comunidad- y malversando sus energías en la lucha diaria por la supervivencia.

En la búsqueda de soluciones globales, el problema no tiene una solución clara, porque, ¿cómo podemos preservar el bien común, potenciar la equidad y el espíritu comunitario si al mismo tiempo potenciamos los logros individuales, tanto de autonomía e independencia como de un sentido psicológico de comunidad? La respuesta, aunque difícil nos encamina a integrar el concepto de cambio social y a preocuparnos por el proceso de capacitación y potenciación de una comunidad, algo para lo que la psicología social, de la índole que sea, no ha encontrado todavía la respuesta

En la entrada de los ochenta, Aronson puntualizaba que "la tensión entre los valores relacionados con la individualidad y aquellos asociados con la conformidad" han sido objeto de debates filosóficos y también políticos, desde Aristóteles hasta el presente, pasando por Hobbes y Rousseau. Con frecuencia, sin embargo, la filosofía que ha sido la más activa, se ha centrado en el conflicto entre el derecho de la comunidad a insistir en la participación individual y el derecho del individuo en ser autónomo. Lo que se ha soslayado desde la filosofía y psicología, ha sido el considerar la importancia en el individuo no sólo de su autonomía, sino también de un sentido positivo de pertenencia y participación. También se han negligido beneficios que tiene para la sociedad como un todo, el contar con miembros que tienen un control en áreas importantes de sus vidas. Es impensable además de imposible de sostener una sociedad del bienestar definida por sujetos pasivos y dependientes. Al menos, claro está, en las sociedades occidentales. 

En la dicotomía potenciación individuo vs. comunidad, sabemos que cuanto más se utilicen procedimientos coercitivos, los problemas psicológicos se incrementan al reducir, por una lado, la autonomía e interdependencia dentro de las comunidades y, por otro, al potenciar indirectamente el aislamiento y la competitividad. No es sorprendente por lo tanto, que se rechacen soluciones coercitivas, entendiendo por tales aquellas impuestas desde fuera de su entorno natural y ecológico y que con frecuencia no responden a sus verdaderas necesidades y problemas.

Sabemos, por otra parte, que los intentos por tratar los problemas desde una orientación individual, ofreciendo únicamente terapia individual, educación general, y creando sistemas de apoyo, o cambios institucionales menores, no son estrategias de acción suficientes en el problema que nos ocupa. La solución a los problemas y necesidades sociales requiere de una reforma social más amplia para prevenir antes que tratar los problemas relacionados con el bienestar, salud y estrés emocional o problemas de marginación, dado que éstos se deben en gran parte a la influencia de variables contextuales y a la organización y definición de los valores de la cultura en la que participamos (Gracia, Musitu, 1992).

A nuestro juicio, el problema radica en primer lugar en conocer como los recursos ambientales pueden influir en el inicio de estos problemas y en segundo lugar, en cómo estos recursos ambientales se pueden modificar para después llevar a cabo intervenciones sociales eficaces. Se sugiere que primero hay que actuar a un nivel organizativo en la comunidad, para posteriormente, incidir en los niveles interpersonales, y finalmente, a un nivel individual, aportando estrategias de afrontamiento ante estos problemas (Heller, 1990; Levine y Perkins, 1987). Hoy sabemos que las condiciones sociales y ambientales influyen en la mortalidad, morbilidad y el bienestar psicológico de las personas, pero se desconocen todavía los procesos a través de los cuales discurren los efectos citados.

 

Las ecuaciones en tomo a los problemas psicosociales

Desde una orientación preventiva, se considera que aportar recursos y capacitar a los miembros de una comunidad, potenciará sus defensas y se evitarán múltiples problemas psicosociales. La incidencia de desórdenes psicológicos en la población está en relación directa con los estresores ambientales e inversa, con los recursos del ambiente. En la conceptualización de Albee (1982) los desórdenes psicológicos se asocian directamente con factores orgánicos, e inversamente con los recursos y habilidades de afrontamiento, la autoestima personal y el apoyo que la persona reciba de su grupo de pertenencia e indirectamente de otros grupos. Se le critica por fundamentarse en la persona y no ser demasiado sensible a las diferencias.

Más recientemente, Elías (1987) ha propuesto una reformulación en la que la probabilidad de la génesis de fisuras Y problemas psicológicos en la población, está en función de los estresores y de los factores de riesgo ambientales y en relación inversa con los procesos de socialización, los recursos de apoyo social de que se disponga y de las oportunidades para conectarlas, que es en otros términos, la participación social.

Aunque en la reformulación de Elías no se considera la vulnerabilidad personal, tiene un poder heurístico mayor, según Heller (1990), ya que se centra en estresores y recursos ambientales más modificables. Por ejemplo, en un estudio de Olds (1988), se comprobó que las prácticas de socialización para educar a los hijos podían mejorarse a partir de cursos y consecuentemente prevenir el abandono y el maltrato infantil en madres adolescentes, también puede conseguirse con programas de apoyo a los padres (Gracia y Musitu, 1992).

Asimismo, gracias a los trabajos de Levine (1988), conocemos cómo los recursos de apoyo pueden incrementarse a partir de cambios estructurales en la sociedad y a través del desarrollo de organizaciones de apoyo mutuo que actúen contra el aislamiento y la soledad. A su vez, las oportunidades para las relaciones sociales se pueden incrementar a partir de acciones en la comunidad y de la participación de sus miembros en las intervenciones programadas para estos fines.

En definitiva, la potenciación de recursos propios y la participación comunitaria derivará en un mayor control de las personas sobre sus propias vidas y perspectivas de futuro, en un aumento de las redes de apoyo social y en la participación activa en la construcción de su propia identidad -una necesidad humana fundamental- y de la que la Psicología Social ha hecho las contribuciones más significativas indispensables a su vez, en la elaboración de los programas de servicios sociales y comunitarios. De hecho, una de las críticas más finas a los programas de las sociedades, a nuestro juicio mal llamadas "del bienestar", es que con su política de salarios sociales sin más contrapartida que la de su firma en su recepción, crea sujetos pasivos y dependientes, anula la creatividad y la motivación de logro.

Todo ello, tiene una especial significación en el marco en el que estamos ahora reflexionando, puesto que se pone de manifiesto, indirectamente desde luego, que se ignoran las aportaciones de la Psicología Social en temas de tanta significación y proyección, lo cual implica a priori, que antes de iniciar ya hemos integrado un grave sesgo, o lo que es lo mismo, una alta probabilidad de fracaso.

Desde una orientación preventiva, Iscoe (1974) identifica tres factores o características que diferencian a las comunidades competentes de las que disponen de menos recursos: 1) poder para generar alternativas y oportunidades; 2) información respecto de dónde y cómo obtener recursos, tanto económicos, como sociales y personales (por ejemplo apoyo social), y 3) autoestima, optimismo y motivación.

 

Fórmula de coordinación. La I.A.P.

Un ejemplo de cómo se pueden crear acciones coordinadas entre políticas sociales e intervención desde la psicología social y comunitaria, lo constituyen los programas recientes aplicados en Latinoamérica. En este ámbito, se desarrollan nuevas propuestas teóricas, metodológicas y técnicas para la investigación e intervención por los científicos sociales, dependiendo del contexto sociopolítico y de los tipos de problemas sociales surgidos.

El Programa I.A.P. (Investigación Acción Participativa) se ha aplicado en Colombia siguiendo estas premisas. El primer objetivo de la intervención ha consistido en activar la participación de los sujetos en la investigación en la solución de sus problemas favoreciendo respuestas que fueran capaces de aportar alternativas prácticas a problemas surgidos en condiciones de pobreza. Al mismo tiempo, se subraya la necesidad de obtener al información desde la comunidad y promover la organización comunitaria tanto en lo socioeconómico como en lo cultural, yendo hacia un fortalecimiento del concepto de identidad personal. Como consecuencia, se estimulará el cambio en las actitudes y comportamientos de la gente que anteriormente había permanecido indiferente y pasiva hacia su suerte.

La evolución y rápido desarrollo de la intervención comunitaria en Latinoamérica, se debe fundamentalmente según Wiesenfeld y Sánchez (1991) a tres factores: 1) El interés de un grupo de psicólogos que sintieron la necesidad de cambiar la orientación de la psicología social, que durante mucho tiempo imitó la aproximación experimentalista norteamericana. 2) Los movimientos de desarrollo que reflejan la frustración histórica de los ciudadanos que han sufrido la falta de atención e interés de sus gobiernos, lo cual conlleva un aumento del proceso de concienciación de las comunidades para implicarse activamente en el proceso de toma de decisiones, las cuales son vitales para la transformación de las condiciones ambientales, y 3) La influencia de Paulo Freire y el trabajo de Orlando Fals Borda.

Naturalmente, el desarrollo y aplicación de proyectos de acción comunitaria realizados en estos países, tienen muy en cuenta sus características sociopolíticas, económicas y legales, bastante diferentes en cada uno de ellos. Esto se plasma en gran numero de las intervenciones desarrolladas en Chile, en donde se presta una atención prioritaria. a la capacitación de la comunidad. Se entiende como tal, el proceso a través del cual "organizaciones y comunidades asumen el control de sus propias vidas" (Rappaport, 1984).

Asimismo, los programas se diversifican adaptándose a las necesidades de determinadas comunidades, dando lugar a proyectos con orientaciones diferentes. Por una parte, existen los proyectos de desarrollo comunitario, Grupo de Estudios AgroRegionales y por otro, los denominados de Educación popular. Además, existe un área de intervención denominada Salud Mental Comunitaria, que junto a los programas de Rehabilitación Socia tiene como finalidad reducir los problemas de marginación y las disfunciones y problemas psicológicos y de todo tipo que habitualmente se detectan.

En Colombia, los programas tienen dos objetivos fundamentales. En un primer momento conseguir la implicación. y la participación ciudadana y posteriormente, lograr la reactivación económica de las comunidades. Esto se ha podido comprobar en el programa de participación ciudadana aplicado en Yumbo (Valle-Colombia) en el que se consiguieron resultados positivos importantes gracias a la implicación de la comunidad. Dos factores fueron decisivos en los logros conseguidos según Granada (1991): la identificación de las necesidades y problemas desde la propia comunidad y la evaluación de diferentes soluciones alternativas.

En España, las áreas en las que se ha centrado la intervención social comunitaria han sido preferentemente las de promoción de la salud, intervenciones en la infancia, familia y juventud, así como atención a problemas de marginación social delincuencia y problemas específicos como las drogodependencias. Hay unidad de pensamiento y una tendencia compartida hacia intervenciones comunitarias aplicadas, con el propósito de resolver problemas sociales acuciantes surgidos del paro y la marginación, por citar sólo algunos de ellos. No obstante, hay todavía que superar ciertas deficiencias y obstáculos que atañen a la coordinación entre la elaboración de políticas sociales promovidas desde las instituciones y la labor de los profesionales que trabajan en la comunidad, quienes con su experiencia y formación, y en colaboración con la Universidad, son los únicos que pueden conseguir una optimización de los recursos.

Todavía hoy, las políticas de acción social, adolecen de una verdadera planificación y sobre todo de una coordinación y colaboración con los científicos sociales de orientación comunitaria. Si ello ocurriese, los programas sociales aplicados, partirían de un enfoque global, ecológico, desde el que las intervenciones tenderían a realizarse predominante en los ambientes naturales (en lugar de los clínicos), y se les consideraría como los lugares más adecuados para la intervención y la investigación. Igualmente, se conceptualizaría la investigación como una continua elaboración longitudinal entre el investigador, los profesionales de la comunidad, los residentes y los setting o contextos de la comunidad.

 

POLITICAS SOCIALES. LOS PROGRAMAS DE INTERVENCION

Es obvio que un aspecto importante a considerar en la aplicación de las políticas de acción social, es el nivel de intervención, su alcance y la idoneidad de las acciones programadas. Según Bueno (1988), las políticas de acción social establecerán sus líneas de acción en función de unos niveles de intervención y unas determinadas áreas de acción como respuesta a las demandas y necesidades sociales. En esta misma línea, Khan y Karmerman (1987), puntualizan que las políticas sociales se vertebran en función de seis actores de intervención: Sanidad, educación, protección del empleo, recursos económicos, urbanismos y vivienda y servicios sociales.

En una análisis realizado por Fernández (1984) de los condicionantes de las políticas sociales y de las áreas de intervención, se considera que éstas estarán en función de: 1) la evolución histórico-social de los Estados, 2) las consecuencias económicas y sociales de su puesta en funcionamiento, 3) el marco institucional en que vayan a desarrollarse, 4) por último, reflejarán los niveles de organización social.

Respecto a si las políticas sociales pueden contribuir a paliar los problemas sociales, dependerá de las estrategias de acción social y de los profesionales implicados en las diversas áreas de conflicto. La relación entre políticas sociales y acción social viene determinada por la capacidad de la teoría política y social de lograr la máxima fluidez y operatividad en una actuación concreta en los ámbitos sociales. De lo anterior se infiere, que las políticas sociales deberán aplicarse a través de las acciones sociales programadas considerando, para ser efectivas, las demandas sociales existentes, las cuales deberán plasmarse en intervenciones sociales eficaces.

En este marco, la contribución de la Psicología Social ha sido aunque callada, fundamental. Es posible que todavía no tengamos como decía Blanco (1981) un cuerpo coherente de ideas o conceptos surgidos de las características de nuestra realidad sociocultural, ni tampoco una metodología de investigación adecuada a ella, pero ello no es óbice para soslayar sus contribuciones en el análisis y evaluación de recursos y necesidades como tampoco ignorar la existencia de un corpus que va configurando ese referente teórico aplicado genuinamente hispano -sugerimos una ojeada a los trabajos de Rodríguez, et al. (1990), Barriga et al. (1987, 1990), Casas (1989), Luque (1988), Martín et al (1988), Musitu et al. (1990, 1992), Sánchez (1587, 1991), Musitu, Castillo y García (1991), por sólo citar algunos.

 

Las dificultades

No obstante, los problemas relacionados con la intervención social y comunitaria, y que tienen que ver en mayor o menor medida con el cambio social son verdaderamente complejos. Los científicos no implicados en la praxis, recomiendan y sugieren que el objetivo último de la intervención sea el cambio, pero con la alegría que lo preconizan, se infiere que no conocen las dificultades que subyacen en ese proceso. Esta dificultad se atribuye a que en este ámbito, los problemas tienen un origen social y reflejan sistemas políticos y económicos complejos. Tampoco se deben soslayar las grandes dificultades que supone transformar las actitudes y valores, paso previo a cualquier valoración o modificación implícita en los objetivos de la intervención. Conseguir un verdadero cambio en la comunidad requiere un consenso público, una asignación de recursos a los que es difícil acceder -incluso en situaciones óptimas- y la participación de la comunidad (Sampson, 1989).

Los intentos por reflejar conceptualmente la complejidad del fenómeno social son numerosos. Trabajos recientes expresan el conflicto entre las perspectivas teóricas de la psicología comunitaria, ocupadas en estudiar cambios sociales molares, y la práctica profesional que en raras ocasiones utiliza estos valores ideales. (Elias et al, 1984, Shadish, 1990). Estos modelos teóricos se presentan en términos evaluativos los cuales, generalmente, no están asociados a planes de acción concreta y excepcionalmente se transforman en aplicaciones prácticas.

Como consecuencia de esta falta de entendimiento, se incrementa el control político en los problemas sociales, al no profundizar en sus raíces, imposibilitando un análisis riguroso desde la realidad social, bien debido a su complejidad, bien por carencia de recursos o por ignorancia.

A pesar de los esfuerzos puntuales que puedan provenir desde las distintas Administraciones, algunas áreas de intervención social requiere de un enfoque preventivo con un planificación cuidadosa que implique a todos los sistemas sociales que forman parte del problema, incluyendo una planificación a largo plazo que integre la compleja interrelación de todos los actores.

En esta misma línea, numerosos estudios (Sarason, 1982; Price y Lorion, 1988; Luque, 1988: Blakely et al., 1987) nos recuerdan cómo el diseño de programas ajenos a la realidad social a la que van dirigidos disminuyen considerablemente sus posibilidades de éxito. Por ejemplo, Price y Lorion (1988) observaron que los programas de prevención con resultados positivos, implicaban un proceso de rediseño organizativo en el cual los aspectos clave se adaptaban a las circunstancias locales. Sin duda, el referente teórico más pertinente es el procedente del análisis ecológico comunitario de larga tradición en Psicología Social, y una de las contribuciones de más futuro en el ámbito de la elaboración y aplicación de programas de acción social.

 

LA PERSPECTIVA ECOLOGICA EN LOS PROGRAMAS DE ACCION SOCIAL

Se podría sintetizar la orientación Ecológica en cuatro principios fundamentales. El primero se refiere al hecho de que cuando la gente y los escenarios dentro de una comunidad son interdependiente -interdependencia-, el cambio ocurre en el sistema social y no sólo en el nivel individual De este modo, son posibles diferentes definiciones y soluciones del problema en una situación dada. Un segundo principio -circularidad de los recursos-, alude al hecho de que los sistemas comunitarios vienen definidos por el intercambio de recursos entre personas y escenarios, lo cual implica trasvases de productos tales como tiempo, dinero, y poder político. El tercer principio -adaptación-, considera que la conducta que observamos en un individuo en particular siempre refleja un proceso continuo de adaptación entre ese individuo y su nivel de competencia y el ambiente, con la naturaleza y rango de competencia que se sustenta. El cuarto principio -sucesión-, expresa cómo el cambio en una comunidad puede ocurrir espontáneamente y también a partir del diseño intencional El cambio representará una oportunidad para redefinir y reajustar los recursos, de manera que facilite la adaptación de toda la población a la comunidad.

De todos modos, aunque es un hecho ampliamente compartido que las políticas de acción social se ajustan discretamente a los problemas y necesidades sociales, también se acepta que es preferible emprender algún tipo de intervencion que asumir una actitud pasiva ante el discurrir de los hechos. Se deberían programar estrategias que favorezcan una mayor proximidad a las demandas y necesidades sociales, como por ejemplo, un mayor ajuste en la política sobre vivienda, una promoción mas extensiva de las oportunidades de formación y empleo y campañas de información en el supuesto de que el propósito sea paliar la desigualdad social y la marginación social.

 

Posible Solución

Estas y otras cuestiones han hecho brotar la polémica entre los profesionales, políticos y científicos sociales acerca de la coordinación y adecuación de las políticas sociales a las necesidades sociales y a los planes de actuación.

Asumir el modelo ecológico como guía de análisis y de orientación en la intervención supondría, a nuestro juicio, una mejor utilización de los recursos. Cinco serían los principios según Levine (1969) que regirían la intervención desde este modelo teórico: 1. Un problema surge en un contexto o en una situación: Los factores en la situación determinan, desencadenan, exacerban o mantienen el problema; 2. El problema surge porque está bloqueada la capacidad para solucionarlo (adaptación); 3. Para ser efectiva, la ayuda tiene que localizarse estratégicamente en la manifestación del problema; 4. Los objetivos y valores del agente o servicio de la ayuda, deben ser consistente con los objetivos y valores del contexto; 5 . La forma de ayuda debe tener el potencial para establecerse sobre bases sistemáticas, utilizando los recursos naturales del contexto o a través de la introducción de recursos que puedan institucionalizarse como parte de este contexto.

 

Su Justificación

Entre las posibles críticas a las intervenciones realizadas, además de las ya descritas anteriormente, podría considerarse que éstas son parciales, tienen una pobre fundamentación científica y metodológicamente presentan una carencia casi absoluta de evaluaciones de seguimiento en la mayor parte de los programa revisados, lo cual es, a nuestro juicio, una auténtica rémora (Barriga, 1990; Musitu et al., 1992). Además, se subraya la multiplicidad de intereses y métodos empleados en las políticas de acción social.

Respecto al primer punto, el frecuente conflicto de intereses entre el ámbito político, con actuaciones muy orientadas hacia una rentabilidad electoral, los propios de los profesionales, los de los grupos de presión y los de la comunidad (los más legítimos), pueden determinar que un determinado proyecto no llegue a coordinarse ni a ser afectivo. Para evitarlo, Sánchez (1990) sugiere considerar -junto a otros parámetros y como parte de una evaluación global-, la distribución de poder e intereses existentes en un determinado sistema a través de una evaluación seria y rigurosa. Hacerlo así, facilitará el proceso posterior de la intervención.

 

La Participación de la Comunidad

Un factor clave a considerar, es la implicación de la comunidad en el programa. Para conseguirlo, es necesario aplicar un plan de actuación dirigido inicialmente hacia el cambio de actitudes, uno de los principales contenidos teóricos que como ya comentábamos anteriormente, deben observar los programas de acción social. Así, un primer objetivo de la intervención será propiciar un cambio de actitudes, a fin de conseguir una mayor implicación y participación de la comunidad. Promover un cambio actitudinal hacia la participación, garantizará un mayor grado de concienciación, incrementando con ello -se supone- la aceptación y compromiso con los programas.

Dicho de otro modo, si las instituciones y personas que configuran la comunidad no participan del proceso de la intervención y no comparten sus fines, y, si además, no se consideran como dimensiones de la comunidad la incertidumbre, la inseguridad, el aislamiento, el rechazo, o el tipo de identificación con el problema existirán escasas probabilidades de éxito. Por ejemplo, el movimiento liberador de los programas de Salud Mental Comunitaria de los años setenta se fundamentó en la creencia de que la Comunidad respondería positivamente ante los enfermos mentales. Este fue uno de los grandes errores. Los vecinos de la comunidad mantenían una gran distancia social hacia los expacientes psiquiátricos fundamentado parcialmente, en el miedo a la victimización, a sus comportamientos agresivos y en la creencia de que todo enfermo mental es peligroso. 

Recientemente Medvene y Bridge (1990), llevaron a cabo una intervención ecológica en la que se utilizó el documental televisivo "Back Wards to Back streets", con la finalidad de incrementar los niveles de información, modificar las actitudes hacia la intervención comunitaria e incidir en las creencias acerca de la enfermedad mental. Evaluaciones posteriores ofrecieron resultados positivos, ya que se logro un cambio en las creencias y actitudes hacia este tipo de problemas y además, aquellos con actividades más favorables se implicaron directamente en el programa

Un ejemplo de un programa de orientación ecológica que modificó con éxito aspectos negativos del ambiente -en este caso escolar-, fue realizado por Felner y colaboradores (Felner et al., 1991; Felner y Adan, 1988) al disminuir la complejidad de un escenario escolar e incrementar sus recursos de apoyo. Los profesores ampliaron sus roles y funciones, incluyendo actividades de apoyo y orientación con los adolescentes y otras actividades vinculadas con sus familias.

Los programa, para ser efectivos, deben contener elementos críticos e integrarse en la estructura de los escenarios en los que se aplican. Respecto a la efectividad y adecuación, Price y Lorion (1988), por ejemplo, consideran que los programas eficaces contienen un proceso de reinvención organizativa, en el cual los aspectos clave de la intervención se adaptan a las circunstancias locales o del entorno de la comunidad. Así, un factor clave es la disponibilidad organizativa, que puede evaluarse desde diferentes aspectos, incluyendo apoyo y las demandas que afectan al ambiente, las actitudes, motivación y prácticas del equipo organizativo y los recursos y estructuras organizativas disponibles para apoyar la innovación (aplicación). Existen ejemplos de programas que han reunido, estas condiciones y que han resultado eficaces a largo plazo. Estos programas de orientación ecológica tienden a prestar atención a las familias y a la Escuela, por ser los contextos más significativos del desarrollo del niño y adolescente (Berrueta Clement, 1987; Johnson y Walker, 1987; Schorr, 1988; García, et al., 1991; Musitu el al, 1988; Musitu et al., 1990, 1992).

Respecto a la efectividad e integridad de los programas aplicados, Blakely et al. (1987) observaron que la fidelidad al programa es importante para su efectividad, pero que los elementos locales -comunitarios- integrados, también los potencian y enriquecen de manera significativa.

 

CONSIDERACIONES FINALES

Puesto que los desequilibrios y problemas psicosociales de esta sociedad del bienestar, largo tiempo en crisis, son multicausales, se requiere de la colaboración de las diferentes instancias académicas y extraacadémicas para analizar y elaborar conjuntamente programas que por un lado solucionen si no completamente, sí al menos en parte, esos problemas y por otro, prevengan su génesis y desarrollo.

Para ello es indispensable:

Desde las instancias políticas, una firme voluntad de cambio, una generosa asignación de los presupuestos del Estado, una cuidadosa distribución de esos recursos, en función de necesidades rigurosamente analizadas, y un marco sociopolítico en el que el bienestar social y la calidad de vida de todos los ciudadanos, además de ser objetivos prioritarios, deben tener una lógica integración dentro de ese programa.

De los científicos sociales, una mayor implicación en la solución de los problemas sociales y más voluntad para fundir investigación y acción, lo que posibilitará, probablemente, que la intervención psicosocial encuentre el "lecho" donde lograr su sueño. Para la mayoría de los psicólogos sociales, la investigación psicosocial se encuentra todavía en el individuo y sus "proximidades". La comunidad, para la gran mayoría, representa solamente el lugar donde desarrollamos nuestra investigación, cuando en realidad debería de ser el foco central.

De los profesionales de la comunidad, un mayor rigor en el análisis e interpretación de la realidad social, lo cual se deberá plasmar en la elaboración de programas y en la distribución equitativa del poder entre profesionales y miembros de la comunidad. Se pretende con ello que unos y otros sean agentes de su propio desarrollo personal y social y puedan derivar estima y autoeficacia positiva de su propia acción. Para ello, deberán superar las posturas tradicionales centradas en el individuo, para situar el análisis en las redes interpersonales e intercontextuales.

Las comunidades están implicadas en una relación transaccional con los contextos sociales y culturales más amplios. Así, los programas de acción social deben centrarse en los nexos transaccionales entre los factores que influencian el desarrollo y funcionamiento humano.

Hemos optado por el acercamiento ecológico, de gran tradición en la Psicología Social, por considerarlo un gran aporte conceptual tanto para la investigación como para la intervención. Son muy pocos los programas de intervención y prevención desarrollados bajo los supuestos de este modelo, para algunos una metáfora; sin embargo, lo obtenido hasta ahora ha aportado datos significativos que avalan la confianza depositada en él y estimula el desarrollo de nuevos proyectos. Es además una excelente guía para la elaboración de programas y el marco ideal para abrir nuestras mentes a nuevos acercamientos, ante la gran multiplicidad de problemas que nos aquejan.

Finalmente, revisar las aportaciones con que la Psicología Social ha contribuido al análisis tanto de los problemas sociales como de los programas de acción social, implica coger el tren de la historia y, desde sus inicios, ir desgranando todos aquellos soportes teóricos y metodológicos que hoy son parte esencial de la actividad de científicos y profesionales. Conceptos como el de interacción, autoestima, expectativas, prejuicios, actitudes, valores, roles sociales, apoyo, identidad, equidad, cooperación entre otros, son, junto con las teorías que les dan contenido, fuentes esenciales de las que unos y otros deben abastecerse para dotar de consistencia y rigor el análisis y elaboración de los programas de acción social, única vía, a nuestro juicio, de progresar y avanzar por los difíciles caminos de la intervención psicosocial.

 

BIBLIOGRAFIA