DOSSIER

 

Centros de reforma de menores: la dimensión ambiental
Youth correctional centers: Environmental dimension

 

Enric POL

Josep M.ª ESTEVE

Josep M.ª, GARCIA-BORES

Psicólogos.

Juli LLUECA

Arquitecto. Máster en Intervención Ambiental. Departamento de Psicología Social. Universitat de Barcelona.


RESUMEN

PALABRAS CLAVE

SUMMARY

KEY WORDS

INTRODUCCION

1. CONDICIONANTES

1.1. Marco legal

1.2. Tipología de la población atendida

1.3. Profesionales y actividades

2. CONSIDERACIONES TEORICO-AMBIENTALES

3. ORGANIZACION Y CARACTERIZACION AMBIENTAL

4. ESPACIO, ACTIVIDADES Y VARIEDAD PERCEPTUAL

5. ESTETICA Y APROPIACION DEL ESPACIO

6. VENTANAS, REJAS Y CRISTALES

7. CUESTION DE IMAGEN

BIBLIOGRAFIA


RESUMEN

El marco físico es siempre un condicionante más entre los muchos que afectan la interacción social. Ahora bien, en el caso de los centros de internamiento de menores toma una especial relevancia por sus características de universo cerrado en el que el espacio deviene un bien escaso y la libertad de su utilización una forma de control de la conducta. La intervención psicosocial en estos centros, orientada a una reeducación (resocialización) más que a una punición, usa -a veces sin consecuencia de ello- los elementos ambientales como agentes activos en sus programas. En este artículo se revisa el estado actual, legal y funcional de los centros de menores y la dirección en que actúan sus características físicas, sugiriéndose algunas alternativas positivas.

 

PALABRAS CLAVE

Centros de reforma de menores. Psicología Ambiental. Psicología Social Necesidades sociales. Apropiación del espacio. Psicología de las Organizaciones. Educación y ambiente. Calidad de Vida. Simbolismo social. Arquitectura Análisis Institucional.

 

SUMMARY

Physical environment is one of factors conditioning social interaction. In the caw of children and youth correctional centers it take special relevancy for their characteristics of closed univers where space become scarce and freedom of it use is a way of behavior control. Psychosocial intervention in these centers, oriented to a reeducation (resocialisation) more than punishment use environmental elements as active facts in it's programms, some times without to be concient of that. In this paper we revise the present legal and functional situation of children and youth custody centers and the way that environmental characteristics acts. Positive alternatives are suggested.

 

KEY WORDS

Children and Youth Correctional Centers. Environmental Psychology. Social Psychology. Social Needs. Space Appropriation. Psychology of organisations. Environment and Education. Quality of Life. Social Symbolism. Architecture. Institution Analysis.

 

INTRODUCCION

La intervención psicosocial en el tratamiento de menores delincuentes ha sufrido grandes cambios a lo largo de la historia. En la actual coyuntura estamos en un momento de transición, notablemente confuso, en el que, después de un período dominado por una tendencia a la desinstitucionalización, aparece de nuevo la tendencia a considerar necesario el internamiento en centros especializados, incluso cerrados para los casos considerados más difíciles y peligrosos. Centros, aun así, orientados a la reeducación y no a la punición o a la mera contención.

El presente trabajo se circunscribe a la dimensión ambiental de los centros de reforma de menores. Elude entrar en el debate sobre la idoneidad de tales medidas de internamiento y de las metas que éstas tienen establecidas, No por ello omite la conciencia de la inherente contraposición entre la represión y constricción de la libertad del menor y las pretensiones tratamentales sobre el mismo. El objetivo, pues, se limita a la aportación de reflexiones dirigidas a decantar los factores ambientales hacia la facilitación de la intervención detectando aspectos que generalmente son generadores de tensión y sugiriendo alternativas. Todo ello orientado a aliviar la experiencia psicológica del menor sujeto a tales medidas, como requisito fundamental de la intervención resocializadora. Las valoraciones y propuestas surgen a partir de los resultados de una investigación sobre 15 centros realizada durante 1991 por este mismo equipo para el Ministerio de Asuntos Sociales.

Partimos de la consideración de que en el proceso educativo-terapéutico que se proponen dichos centros, siguiendo el marco legal que los regula, el entorno físico juega un papel importante. De todos modos, como se ha puesto de manifiesto a lo largo de la historia de las ciencias sociales, es dificil establecer reglas fijas e infalibles para la predicción del comportamiento en lugares específicos, sólo en función de las variables físicas. En este sentido, lo que se ha dado en llamar la "experiencia del lugar" presenta una fuerte variación en función de factores personales, características del sujeto y los objetivos que éste se propone en un lugar fijo. Experiencia del lugar que, además, es siempre propositiva (Canter 1985) y conlleva una jerarquización de los espacios.

 

1. CONDICIONANTES

Abordar el tema desde una perspectiva ambiental no puede hacerse de un modo abstracto, sino que se deben tener en cuenta una serie de aspectos que caracterizan la intervención.

1.1. Marco legal

El marco legal en materia de justicia juvenil se halla en proceso de transformación a lo largo de los quince años últimos. Sin embargo, hoy por hoy no se ha conseguido una cobertura global coherente en este tema. La ausencia de una ley que supla a la del año 1948 -con apartados decididamente inconstitucionales como ha sido reconocido por el Tribunal Constitucional-, es clara prueba de ello (1). aspectos ambientales a tener en cuenta los centros que cumplen la ejecución de las medidas impuestas por los jueces, pero también los de la detención o atención de cualquier otro tipo, apenas quedan recogidos y actualizados, ni gozan de una entidad y desarrollo pertinentes. En este marco prevalecen, -y todo parece indicar que continuarán vigentes cara al futuro-, algunos principios que todo centro de menores debe observar:

  1. La edad de los internos oscilará entre los 12 y los 16 años, salvo excepciones, en especial si se eleva la edad a los 18 años, en cuyo caso el panorama puede variar sustancialmente.
  2. Que cualquier centro debe posibilitar el cumplimiento de la medida de internamiento dictada por el juez.
  3. Que tal medida debe desarrollarse desde un punto de vista educativo, favoreciendo el desarrollo integral de los menores y su inserción social


(1) La ausencia de esta ley de ámbito general-estacional ha hecho que otros intentos de desbloqueo en cuestiones legislativas, por ejemplo las que competen a alguna comunidad autónoma (Ley 11/1985 del Parlamento de Cataluña) o al desarrollo del vigente Código Penal (Art. 65 sobre medidas a aplicar en el campo de menores para delincuentes de 16 a 18 años), hayan quedado muy mediatizadas por la precaria situación general y sus aplicaciones reducidas.


En este apartado cabe citar, además, la trascendencia que puede tener para todo el tema, la regularización del procesamiento de los casos, con la aparición del fiscal y la celebración de juicios bajo el principio de contradicción, entre otras novedades importantes. En otro orden de cosas, se debe apuntar que tanto entre los profesionales del campo como entre los políticos, continúa el enfrentamiento respecto a dos formas de ver y tratar el tema de "menores": los que defienden un enfoque eminentemente "educativo y de protección", frente a los que dan también importancia a la "contención y a la penalización".

 

1.2. Tipología de la población atendida

Salvando lógicas excepciones, la tipología genérica de los jóvenes atendidos en los centros de internamiento se caracteriza por su alto nivel de conflictividad y su elevado índice de "residualidad" y "precariedad", a menudo marcada por el uso de drogas duras -muchas veces desde temprana edad y de forma un tanto indiscriminada y descontrolada-. En general, son provenientes de familias notablemente desestructuradas y marginalizadas, con viviendas hacinadas e insalubres, carentes de recursos sociales y que han desarrollado su espacio vital básico en la calle. A ello hay que añadir los rasgos psicológicos de los menores delincuentes (Romero y Catalán 1990): deficiente socialización y mal modelaje; inestabilidad y labilidad emocional, rigidez afectiva: baja tolerancia a la frustración, deficiente autocontrol, fuerte impulsividad y alto grado de agresividad; aprensividad, extraversión y sentimiento peyorativo de la autoestima; dificultad en la demora de gratificaciones.

La mayoría presentan, además, un pensamiento concreto con escasa comprensión de situaciones y captación de secuencias causales; bajo rendimiento intelectual y mayor nivel en habilidades manipulativas. Gil Yuste (1984) matiza que el menor más que ser torpe intelectualmente suele r retrasado educativo. En cuanto al componente afectivo resalta que este sector de la personalidad es el más afectado y disminuido, lo que se manifiesta en dos formas reactivas: el predominio de la insensibilidad afectiva, o bien, la trayectoria violenta, descontrolada. Respecto a las motivaciones, este autor expone cómo los intereses de los menores son de signo personal, alcance inmediato y sin proyección de futuro. Tiene grandes dificultades para aclimatarse a variados ambientes en que se deba integrar. Las alteraciones de la personalidad son abundantes, perturbando su comportamiento y presentando abundantes síntomas de ansiedad.

El rechazo del menor a su situación presenta una doble manifestación, tanto hacia la institución como hacia los educadores o responsables de la misma Se trata de un fenómeno comprensible que puede explicarse por la teoría de la reactancia psicológica de Brehm (1966), según la cual los sujetos experimentan una reacción emocional de oposición hacia quien consideran responsable (aunque no lo sea) de una reducción de su libertad. Munné (1988) considera que ello tiene un efecto contraproducente respecto al éxito del tratamiento. Junto a este fenómeno, este autor añade al efecto de externalización del locus de control que se deriva del desplazamiento de la responsabilidad. que se produce en los sujetos internados al decidirse por ellos el conjunto de su actividad. Asimismo este autor se refiere al desequilibrio psicológico dadas las instrucciones paradójicas dirigidas a los internos generadoras de dobles vínculos (p.e. está y no está en la sociedad, ésta no le quiere pero le quiere, es malo pero en realidad es bueno, etc.) (cfr. Munné, op. cit., p.234).

Un aspecto que quizá no aparece especialmente mencionado en la literatura especializada y que, desde nuestro punto de vista supone un cuestionamiento importante, se refiere al impredecible efecto que puede conllevar el vivir durante un período de tiempo en unas condiciones de standing muy superiores a la propia condición social de procedencia y al previsible estatus social que puedan llegar a alcanzar en su futuro. Esta y otras cuestiones ponen en evidencia una etiología del problema de carácter estructural antes que en la persona del menor, circunstancia que remite a intervenciones de política social. Con todo, la consideración de tal conveniencia sale, como ya se dijo, de las pretensiones de este trabajo el cual se limita la dimensión ambiental de los centros de reforma mientras éstos se consideren necesarios.

 

1.3. Profesionales y actividades

La tendencia actual está encaminada a la especialización. En vez de personal "vocacional" (religioso o laico) se tiende a conseguir unas plantillas de personal titulado, aunque se destaca la falta de una especialización profesional específica. La cualificación profesional puede influir en el aprovechamiento o no de las condiciones ambientales de un recurso. Se ha actuado más a nivel intuitivo que de forma sistemática. La utilización del espacio se ha reducido fundamentalmente a aspectos de contención o de desarrollo de actividades y hábitos, más que a su explotación simbólica y tratamental. En esta línea parece imprescindible introducir en los programas de formación aquellos temas que favorezcan la utilización del espacio y las condiciones ambientales como recursos interventivos.

Los centros desarrollan sus actividades conforme a un Proyecto Educativo. Cada proyecto puede estar inspirado en una filosofía de intervención diferente, de la que emanan programas concretos de intervención que tendrán requerimientos espaciales propios. No parece, pues, adecuado pensar en un modelo único de edificio o de recursos espaciales para todos los centros.

El planteamiento de carácter escolar educativo, cuanto menos discutible, parece evolucionar lentamente a planteamientos más terapéuticos. Sin embargo la indefinición legal; la irregularidad de los períodos de permanencia en el centro de los menores -períodos cortos para una intervención reeducadora, pero con un elevado índice de reinternamientos-, la escasa adaptabilidad de los recursos existentes -entre ellos los profesionales- dificultan la clarificación de los planteamientos de la intervención. 

Si se pretende que los centros de internamiento sean algo diferente a "centros de aislamiento" o "centros educativos" y que éstos deben tender a ser centros de "tratamiento", tanto la configuración como la utilización de los recursos ambientales deberán variar sustancialmente. Las condiciones ambientales que favorezcan el desarrollo, de este modelo deberán reunir como mínimo más características dinamizadoras y ser susceptibles de apropiación por parte de los internos. Se debería. pues, descartar el espacio de "actividad en beneficio del de "trabajo-intervención", y el de pura "contención" en beneficio del de implicación".

 

2. CONSIDERACIONES TEORICO-AMBIENTALES

La literatura especializada sobre esta temática en el ámbito de la psicología ambiental es escasa y está básicamente centrada en el estudio de centros de reclusión de adultos. En ella aparecen algunos efectos que hay que tomar en consideración, aunque atendiendo a la especificidad de la población interna de los centros que nos ocupan.

Farbstein y Wener (1912) hacen una interesante revisión del estado de la cuestión a partir del estudio de varios centros de reclusión. Concluyen la necesidad de reducción de los niveles de ruido, la necesidad de incrementar el confort y mejorar la estética, de permitir la personalización de los espacios a través de la decoración, del uso de colores alegres y mobiliario movible y ligero. La necesidad de incrementar la privacidad y la opcionalidad de las interacciones. Además registran problemas generalizados de malos olores, ventilación insuficiente y temperaturas inadecuadas.

En esta misma dirección, la incidencia de variables ambientales, especialmente climáticas y estacionales, fue estudiada por Atlas (1984) sin poder llegar a unas conclusiones definitivas, pero sí que apuntando interesantes tendencias. La propensión a la violencia y a los amotinamientos se incrementaba con el calor y las condiciones de vida no confortables. Ello matizado por un lado por el tamaño del espacio disponible, el diseño, el tipo de materiales y estímulos agresivos usados en la construcción, a la vez que por la sensación de posible control del espacio y del tipo de actividades. Recomienda el uso de elementos vegetales (árboles y plantas) que permitan una protección natural contra el calor, habitualmente ausentes de estos centros por razones de seguridad.

Schaffer, Baum, Paulus y Gaes (1988) estudiaron el stress inducido arquitectónicamente, midiéndolo a través de autoinformes sobre el crowding percibido, mediciones de catecolaminas en la orina (manifestación física de stress y ansiedad) y sensación de enfermedad expresados en la enfermería. Concluyen con resultados favorables en los internos ubicados en celdas individuales y con resultados desiguales en los ubicados en dormitorios comunes y en cubículos parcialmente individualizados ubicados en salas comunes. Los de los dormitorios comunes presentan mayores síntomas de stress y crowding percibido, mientras que los de los cubículos son los que presentan más quejas por enfermedad mientras que sus niveles de catecolaminas son similares a los de las celdas individuales.

Wener y Olsen (1980) encontraron que el acceso fácil a celdas individuales reducía la tensión y la violencia en el centro.

Sin embargo, otros estudios (Reddy et al. 1981) muestran que habitaciones compartidas entre tres o cuatro internos producen menos hacinamiento percibido que los individuales, ya que las posibles alianzas entre los sujetos lo reducen. Canter et al. (1980) analizando varias prisiones británicas vieron como el crowding era más peligroso en los centros de alta seguridad que en los menos rigurosos. Además señalan que el crowding y la privacidad deben ser considerados en el contexto de la libertad de acción, los privilegios, la variedad de espacios a los que pueden acceder los internos. Así, dormitorios para varios internos pueden resultar menos estresantes que celdas individuales, si los internos tienen acceso a espacios variados.

También relacionado con la territorialidad Farbstein y Werner (1982) señalan que establecimiento de fronteras territoriales claramente respetadas por los internos, y a menudo por el mismo staff, reflejan divisiones de grupos sociales, raciales o étnicos. Otro aspecto que afecta el comportamiento de los internos, es la organización espacial a partir de largos pasillos con habitaciones a ambos lados. Para Osmond (1978) los pasillos lineales favorecen el aislamiento social, entorpecen las interacciones, incrementan la sensación de hacinamiento, Producen un efecto de monotonía que altera la conducta territorial de los sujetos. El pasillo resulta sociófugo y defiende el diseño circular que fomenta una mayor sociopetidad en la vida institucional (Trities y col. 1970).

Probablemente por esta razón cinco de los seis, los proyectos para centros de menores en Estados Unidos -todos ellos urbanos-, que expone la revista Progresive Architecture (1989), siguen un modelo circular. El sexto se organiza a lo largo de un pasillo amplio pero que también cumple las funciones de espacio comunitario para la unidad. En todos ellos se busca la domesticidad del conjunto con texturas y materiales cálidos. En algún caso se segregan de la sala de día la sala para la TV.

Compuestos por un mínimo de dos unidades para 20 internos y un máximo de nueve, según el proyecto, destacan las reducidas dimensiones de los espacios al aire libre, aunque se prevén patios totalmente rodeados por la construcción.

 

3. ORGANIZACION Y CARACTERIZACION AMBIENTAL

Una característica fundamental de la organización ambiental es pasar desapercibida, es decir, cumplir la función de facilitar el funcionamiento preestablecido sin añadir nuevos elementos de tensión o stress a los propios de la situación. El régimen de cada centro puede ser distinto, dependiendo de su finalidad y proyecto educativo. Sin embargo, lo cierto es que, después de analizar los proyectos educativos y conocer in situ diversos centros, en principio muy distintos, podemos concluir que en la práctica se dan unas constancias importantes en el tipo de distribución del tiempo y de las actividades, tanto educativas regladas como de ocio. Difieren más en cuanto a la disposición de recursos que en intenciones y se distinguen por tipo de contención física del centro, permitiendo un mayor o menor grado de libertad de movimientos de los internos, en función de cómo se valora el riesgo de fuga. En este sentido, es frecuente que por falta de una contención física eficaz, la tarea de los profesionales se ve forzada a ser más de vigilancia que educadora, con una elevación innecesaria y disfuncional de la tensión, que frecuentemente lleva a una excesiva rotación de personal. Además, la convivencia de internamientos debidos al régimen de protección y el de reforma, así como de unidades cerradas, semiabiertas y abiertas, entorpece el funcionamiento adecuado de los centros y genera un sobreesfuerzo personal y organizacional.

El tipo de intervención más habitual es eminentemente escolar y ocupacional, teniendo gran importancia los talleres prelaborales, las aulas y las actividades deportivas. Sin embargo la modelización de nuevos hábitos personales se realiza más a través de actividades informales, de ocio y de responsabilización de sus propios espacios individuales y grupales. La organización del espacio potenciará o dificultará estos procesos, por lo que parecen recomendables espacios suficientes, claros y bien definidos, pero no sobredimensionados.

Los macrocentros, teóricamente, permiten reducir una parte de los costes de servicios comunes, pero elevan los de mantenimiento y provocan una burocratización de su gestión, la duplicación de profesionales y la despersonalización del trato. Estimamos que la capacidad adecuada oscila entre 32 y 40 internos y una superficie óptima entre 8.000 y 10.000 m.2 . Los estándares a aplicar en un grupo de 7 a 8 internos (unidad funcional más generalizada) será algo superior a los aplicados a espacios familiares. Por otro lado se recomienda que las actividades formativas se realicen en espacios segregados de los habitacionales y que los espacios de conexión (pasillos, porches, etc.) permitan una diversificación de los estímulos visuales o paisajísticos que relajen, a poder ser vistas largas. El conjunto de la estructura del centro debe permitir la variedad de escenarios suficiente para cubrir las necesidades de estimulación diversiva de los internos. Se plantea entonces el problema de la contención.

La contención es especialmente importante en los centros cerrados, especialmente la contención perimetral. En los últimos tiempos el sistema preferido ha sido el de poner un límite translúcido (malla metálica). El efecto detectado es precisamente el contrario del que se pretendía puesto que la vista al exterior, lejos de relajar la tensión individual y del centro, la aumenta. Actúa de provocación, de reto, al tener una apariencia vulnerable e instigar constantemente a alcanzar la libertad exterior, pareciendo más aconsejable que los límites del centro queden claramente definidos, suficientemente claros para que no inviten a tratar de violarlos y a su vez que no sean arrogantemente represivos, evita tensión psicológica en los menores y optimiza la relación interno-staff. El interno debe ser consciente de la situación en que se encuentra y las razones por las que está. No es por tanto preciso disimular algunas de sus características.

Por otro lado, debe tenerse en cuenta que toda situación de pérdida o restricción de libertad comporta tensión. Un entorno excesivamente constrictivo y hacinado puede incrementarla. Canter et al. (1980) han señalado que el crowding -y también la privacía- no es un estado objetivo de escasez de espacio -degradado o nó- sino que es una percepción subjetiva en el contexto de la libertad de acción relativa, los privilegios y la variedad de espacios a los que se pueda acceder. La visión constante de un espacio abierto, libre, al que no se puede acceder por razones de seguridad; la existencia de recursos que no pueden ser utilizados más que puntualmente y de manera controlada, por no tener una contención física suficiente, pueden convertir en angustiante y hacinado un espacio en principio bien dimensionado. En estas circunstancias se eleva la tensión y hace emerger la agresividad hacia el entoro físico como símbolo de la constricción. Si este entorno no es vandalizable, la agresión puede ejercerse contra el sujeto mismo, entrándose entonces en una espiral que conduce al nunca fructífero, desde un punto de vista psicológico, uso de la celda de aislamiento. Un margen de libertad de uso de espacios, incluso de vandalización, parece tener además efectos positivos en su responsabilización, modelización de hábitos y reeducación social.

El funcionamiento generalizado por grupos o unidades de tratamiento que no deben comunicarse requiere poder aislarlas físicamente mediante medidas de sectoralización interior. Ello comporta estudiar muy detenidamente el sistema de circulaciones y accesos, lo más independizados posible. Es frecuente el uso de puertas de seguridad y sistemas electrónicos de apertura, que según su forma de instalación pueden conferir al entorno una dureza excesiva. Esta dureza percibida, y por tanto la tensión inducida, está mediatizada por el grado de libertad de movilidad en el interior y las características de las células residenciales, aunque sobre esto la literatura no muestra criterios unitarios, como hemos visto en el punto 2.

 

4. ESPACIO, ACTIVIDADES Y VARIEDAD PERCEPTUAL

En las células residenciales el espacio necesario es algo superior al que se podría calcular para una unidad familiar del mismo número de miembros. Se recomiendan habitaciones individuales de entre 8 y lo m2, articuladas con un espacio común suficientemente amplío para permitir actividades simultáneas. Un office para preparar desayunos o cenas, cuando forme parte del proyecto educativo, y servicios. Una sala de educadores, con buena visibilidad sobre el espacio informal que facilite una discreta vigilancia y que pueda ejercer las funciones de despacho, almacén de material propio, y con servicios. Las habitaciones deben tener un equipamiento mínimo que en general se cumple en todos los centros. Cama, mesa, silla, armario o estantes, generalmente sin puertas. Las grandes diferencias aparecen en los aspectos cualitativos de este mobiliario. Es recomendable que se prevea de obra (excepto las camas), bien diseñados y cálidos la mayoría de estos elemento que en muchos casos constituirán la totalidad de la decoración.

Las actividades regladas son una parte importante del tratamiento. Como ya se ha señalado anteriormente, es deseable la ubicación de estos espacios de manera segregada de las unidades habitacionales, para forzar cambios de escenarios que aporten variedad perceptiva y rompan la posible monotonía claustrofóbica de los grupos. Además esta segregación da relevancia a las actividades entre sí y comunica un pautaje más normalizado de la percepción del tiempo. Las aulas con un aspecto escolar con sus recursos habituales (pizarra, mobiliario, carteleras, etc.) pueden potenciar mejor la familiarización -aunque sea forzada- con el entorno escolar para facilitar su reinserción en un medio normalizado.

Los talleres constituyen una actividad fundamental. Las peculiaridades de la mayoría de población que acaba interna en estos centros, la hacen más proclives a los trabajos que requieren manipulación de objetos y aprendizaje de utilidades prácticas, con resultados inmediatos que refuerzan su autopercepción. Deberán ser suficientemente amplios y bien dotados para hacer la actividad atractiva. Del mismo modo, el deporte y la actividad física juega un papel fundamental como actividad reglada. Debe proveerse una pista polideportiva y un espacio cubierto para no depender de las inclemencias del tiempo, pero sin necesidad de llegar a un polideportivo cubierto. Hemos constatado un auténtico derroche de recursos infrautilizados.

Los exteriores deberán disponer siempre de un porche o zona cubierta para los días de lluvia. Es poco habitual que coincidan los distintos grupos en los espacios de esparcimiento. Por tanto, no son precisos espacios complejos de grandes dimensiones, que sean difícilmente vigilables, pero sí deben ser lo suficientemente amplios, ricos y estimulativos para que las medidas de contención no los hagan agobiantes. Si las dimensiones del solar lo permiten es recomendable que además de este espacio común, o su sustitución, exista un patio o Jardín para cada unidad, con las medidas de contención suficientes que permitan libertad en su uso a las horas en que no hay actividad reglada y los internos se ven obligados a permanecer en su grupo. En este sentido, se considera necesario espacios de ocio sin carácter interventivo.

En cuanto a las zonas de servicios, en general se detecta una cierta dispersión en distintas ubicaciones y en su interconexión, así como en la escasez de almacenes -sustituida por el empleo de otros espacios improvisados- y de talleres o áreas de mantenimiento. La zona de Dirección debe poseer una ubicación, dimensiones y grado de identificación suficientes, como para diferenciarse del resto de instalaciones, así como para posibilitar las adecuadas condiciones de trabajo. Del mismo modo, la zona del equipo técnico de especialistas debe ser un espacio diferenciado y protegido, con fácil accesibilidad tanto a los espacios habitacionales y de actividad de los internos, como a los del resto del staff. Incluiríamos aquí la zona de atención sanitaria, psicológica y social, así como las salas de visitas familiares, generalmente insuficientes y mal dotadas.

 

5. ESTETICA Y APROPIACION DEL ESPACIO 

Como ya hemos señalado, algunos estudios (Farbstein y Wener 1982) remarcan la necesidad de reducción de los niveles de ruido, de incrementar el confort y mejorar la estética tanto de las áreas de los internos como del staff, de permitir la personalización a través de la decoración e incrementar la privacidad y la opcionalidad de las interacciones. Un ambiente amable puede reforzar la adquisición de los nuevos hábitos, a la vez que la misma estructura y estética del entorno cumple de suyo una función formativa y transmite unos valores. Que las puertas sean metálicas o de seguridad no quiere decir que necesariamente deban tener un aire ni un ruido carcelario. El aspecto aséptico e institucional es fácilmente evitable con el uso de colores mas cálidos, mobiliario mas doméstico y una luz adecuada.

Todo ello también tiene que ver con las dimensiones de las estancias, su personalización y su apropiación por parte de los internos. Los espacios sobredimensionados, por su bajo nivel de equipamiento y de personalización, resultan excesivamente fríos e infrautilizados. En otros casos las dimensiones son excesivamente reducidas, agobiantes por las condiciones de uso que el régimen de funcionarios impone. Trabajos y dibujos propios como elementos de decoración dan vivacidad al lugar y reflejan un elevado nivel de apropiación. Cumplen entonces un doble objetivo psicológico y pedagógico, que la escuela ya hace tiempo que utiliza con éxito. Por un lado refuerza la propia autoimagen frente a sí mismo y frente a los demás, y desarrolla el sentido de comunidad. Por otro lado desarrolla la creatividad, las habilidades, el sentido de orden y los valores estéticos que no dejan de reflejar valores sociales. Muestra de ello es que dicha personalización se hace a través de carteles de los ídolos musicales, cinematográficos, con imágenes de notable agresividad y erotismo. Raramente aparecen fotografías, prácticamente nunca de los padres. Ello corresponde al periodo de adolescencia que atraviesan los internos y refleja los valores de su evolución. Reprimirlo no parece en absoluto lo más aconsejable. El tratamiento del espacio deberá preveer y posibilitar esta decoración liviana, sin que su práctica comporte el deterioro del entorno.

Aparecen además otros dos aspectos a su vez contrapuestos: la intimidad o privacidad y la seguridad. Frecuentemente la reducción de la privacidad es usada como forma de castigo. El derecho a la intimidad, junto al negativo impacto psicológico que conlleva su violación, pone en cuestión el ejercicio de control sobre la habitación, ni que sea por razones de la propia seguridad personal del menor. En todo caso, está demostrado que el sistema de la mirilla óptica no resulta eficaz, es fácilmente vulnerable y añade directamente tensión a la situación. Es preferible usar algún sistema de abertura que permita al interno saber que está siendo observado.

 

6. VENTANAS, REJAS Y CRISTALES

Todos los ámbitos donde sea posible, deben tener luz natural, pero muy especialmente los espacios habitacionales y las aulas, La temperatura y la ventilación aparecen como otro factor importante, especialmente relacionado con la conflictividad (Atlas 1984). Esto plantea la cuestión de las ventanas.

En los centros más recientes es frecuente encontrar ventanas fijas, con cristal antidisturbios, sin rejas y con una pequeña apertura como forma de ventilación. Con ello se pretende quitar la dureza a la ventana-con-reja y ganar en seguridad. En muchos casos si se han eliminado de los centros ha sido más por cuestiones de estética arquitectónica que por razones intrínsecas. En otros, se ha argumentado como la eliminación de un elemento connotativo de represión. En realidad, la ventilación resulta insuficiente, y la habitación mucho más agobiante y claustrofóbica.

La función de la ventana no es sólo permitir la vista del exterior, lo cual es importante. Tampoco se agota en la capacidad de renovación de aire que permita, ni el nivel de insolación y calor (o frío) que por ella penetre. En entornos cerrados abrir la ventana significa la expansión simbólica más allá de los límites físicos del espacio, lo cual ayuda a reducir la tensión. Si son precisas, las rejas se perciben poco desde el interior. Además en nuestras latitudes son frecuentes en las plantas bajas de cualquier edificio, no teniendo porque tener un diseño carcelario.

 

7. CUESTION DE IMAGEN

Por último, hay que enfatizar que un centro de internamiento de menores no es una cárcel, ni debe parecerlo. Esta afirmación no es en absoluto una consideración estética, aunque la contiene. Hay que romper esta similitud por contraproducente en casi todos los campos de intervención. Muchos menores conocen por su entorno familiar lo que es una cárcel y los códigos de conducta de ella. Hay que evitar que el menor adapte su patrón de conducta al estereotipo carcelario, donde la participación y la colaboración con el programa educativo del centro está mal vista. No hay una imagen global institucional que deba ser fomentada. Es preferible que el centro no sea fácilmente asimilable por su imagen, a entornos conocidos, y pase desapercibido.

Con todo, a pesar de sus posibilidades, la dimensión ambiental está íntimamente ligada a la intervención global. Por lo tanto, desde la Psicología Ambiental, debe entenderse que los factores ambientales, la estructura y organización física, su utilización, su idoneidad, pasan por ser elementos que interrelacionan con el conjunto de factores que conforman la intervención. La relevancia de tales factores consiste en la facilitación u obstaculización de dicha intervención y en el hecho fundamental de constituirse en el contexto temporal de vida de los menores sobre los que se ha decidido una medida de esta índole.

 

BIBLIOGRAFIA