ESPACIO ABIERTO
2. UNA APROXIMACION AL CONCEPTO DE INSERCION-REINSERCION
3. EL CONTEXTO SOCIOECONOMICO DE LA INSERCION
3.2. La crisis de la concepción tradicional del Estado de Bienestar
Los cambios económicos registrados en las sociedades Industriales avanzadas han supuesto la precarización del empleo, y la exclusión de importantes sectores sociales del mercado de trabajo. Estas transformaciones tendrán como efectos asociados en la esfera de lo social la extensión de la vulnerabilidad a colectivos hasta entonces integrados, la acentuación de la dualización social y el crecimiento de las situaciones de marginación.
En este contexto, las expectativas de la integración son muy reducidas, al coincidir el crecimiento de la marginación con el recorte de la acción protectora del estado y la difusión de una cultura que, basada en el individualismo, propicia la insolidaridad y la desmovilización social. Por tanto, se impone una redefinición desde una perspectiva técnica de los procesos de inserción que permita adaptar las estrategias, objetivos y acciones a las peculiaridades delmedio social, para lo cual se sugieren determinadas pautas de actuación.
Inserción. Marginación. Vulnerabilidad. Fragmentación social. Dualidad. Estado del bienestar. Estereotipos. Desmovilización. Programas de integración. Servicios Sociales.
The economic changes that have taken place in modem industrial societies have made employment more precarious and excluded, from labour market, some important social groups.
These transformations will have, as associated effects, the spread of vulnerability of social groups, previously integrated, the emphasize of social duality and the increase of poverty.
In this context, expectations of social integration are very limited, combined with the increment of the number of outsiders, the shrinking protection from the government and the expansion of individualism-minded culture, which are favoring unsolidarity and the lack of social commitment
From a technical approach, a redefinition of social integration processes is necessary in order to let adjust the aims, strategies and actions to the peculiarities of social environment, whereby certain guide-lines of action are suggested.
Integration. Poverty. Vulnerability Social fragmentation. Duality. Welfare state. Stereotypes. Unmobilization. Integration programs. Social services.
La inserción social de las personas o grupos en situación de marginación o desarraigo, se configura como uno de los objetivos básicos para la mayor parte de los profesionales que actúan en el campo de la acción social. Sin embargo, el abordaje de la inserción desde una perspectiva técnica sigue presentando importantes lagunas, tanto a nivel conceptual como metodológico.
La complejidad que caracteriza a los procesos de inserción-reinserción ha contribuido a su propia indefinición, de tal forma que bajo el enunciado de "proceso de inserción" acaban incluyéndose un sin fin de actuaciones dispares, que van desde la mera formulación de ambiciosos objetivos, hasta la ejecución de acciones puntuales que difícilmente pueden incidir en la superación de los problemas asociados a la marginación.
Estas circunstancias han favorecido el desarrollo entre numerosos profesionales de la intervención social de una serie de estrategias dispares frente a los procesos de inserción, que tendrían en común el evitar dar una respuesta a una cuestión clave en cualquier programa con pretendida finalidad integradora: ¿sirven realmente nuestras acciones para la consecución del logro perseguido?. De este modo nos encontramos con dos posicionamientos extremos, que estarían representados por un lado por quienes niegan cualquier viabilidad y eficacia a los programas de inserción, aquellos que amparándose en la inevitabilidad de la marginación y su carácter consustancial a un sistema social basado en la desigualdad legitiman su inactividad, y por otro por aquellos profesionales que obviando las dificultades inherentes a los procesos de integración consideran que la ejecución de acciones de carácter puntual (un curso, la formación de un grupo, etc.) constituyen en sí mismas alternativas a la marginación.
Al respecto convendría señalar que si bien es cierto que el panorama de la inserción social desde su perspectiva técnica aparece todavía desdibujado y con evidentes contradicciones, no lo es menos que la experiencia acumulada en los últimos años ha permitido la consecución de algunos avances importantes, entre los que destacarían dos:
l.º La constatación práctica de que la integración social es posible siempre que se cuenten con los instrumentos técnicos y materiales adecuados.
Esta afirmación no debe hacernos olvidar que el espacio para la integración en las sociedades económicamente más avanzadas es muy reducido, por cuanto que existen una serie de factores de tipo económico, socio cultural etc., que serán analizados en apartados posteriores que cada día hacen más dificil su consecución.
2.º La evidencia de que es imprescindible proceder a una reconceptualización de los procesos de inserción-reinserción, adaptada a las exigencias de la intervención social.
La experiencia acumulada por los profesionales vinculados al ámbito de la marginación desde posiciones próximas a la práctica social, nos lleva a sostener que la integración no puede seguir siendo entendida como un proceso abstracto, ideal, como una especie de tránsito milagroso desde una posición de desarraigo o marginación a otra de completo bienestar (SANCHEZ, 1991). Cada día con mayor urgencia se impone una concepción realista de la integración, adaptada a su carácter procesal, donde los objetivos intermedios y operativos pasen a ocupar un lugar prioritario, en detrimento de objetivos excesivamente pretenciosos sistemáticamente incumplidos.
Tras estas consideraciones se esconden evidentes implicaciones de carácter ideológico, a las cuales los técnicos no pueden sustraerse por cuanto que afectan a la esencia misma de su trabajo. El reto que se plantea es el de decidir si tiene sentido seguir aproximándose a los procesos de inserción desde la mera especulación teórica (desde el ámbito del deber ser), o si por el contrario se impone la ejecución de programas y actuaciones, que a pesar de tener un alcance limitado, contribuyen a introducir mejoras en las condiciones de vida de las personas y colectivos en situación de marginación.
Considero que para los profesionales de la acción social la elección entre lo deseable y lo posible, entre utopía y realidad, entre lo mejor y lo bueno, debe necesariamente decantarse por el segundo elemento del binomio, al menos si desean seguir justificando su propia presencia. Pero esta opción por posiciones pragmáticas no debe eludir el necesario compromiso de los técnicos frente a las situaciones carenciales o de injusticia, de tal forma que se mantenga una actitud de permanente crítica y de denuncia de las limitaciones de su propio trabajo, a la par que se reivindican una serie de transformaciones y mejoras de tipo social.
Parece obligado en un artículo que pretende reflexionar sobre los condicionantes y limitaciones que subyacen tras la formulación de políticas y programas de carácter integrador, el realizar una aproximación conceptual al objeto de estudio. Cuando se intenta desentrañar el significado que para los técnicos tienen las expresiones inserción y/o reinserción social, es habitual observar que en general ambas aluden a procesos ideales, abstractos (aplicables a Grupos sociales y contextos heterogéneos y atemporales.
Sin duda, los mayores esfuerzos por conseguir una conceptualización operativa de los procesos de inserción proceden de autores que han intentado su definición a partir de los objetivos perseguidos. Dentro de esta categoría de definiciones se encontrarían las formuladas entre otros por los siguientes autores:
* la inserción social o reinserción consistirá fundamentalmente en buscar y conseguir un cierto grado de compatibilidad social" (FUNES y MAYOL, 1988).
* "Entendemos por reinserción el proceso de vinculación efectivo y activo a la realidad cultural, económica y social que realiza un sujeto tras un período de aislamiento o crisis en la misma" (NIEVA, 1987).
Si bien como puede apreciarse en las definiciones precedentes, es habitual encontrar alusiones constantes a la realidad social o a la comunidad al referirse a la inserción, resulta paradójico el que habitualmente el diseño de los programas de inserción no tenga en cuenta el contexto socioeconómico y cultural en el que deben desarrollarse.
Esta situación debe llevamos a realizar una profunda reflexión en torno al rol de los técnicos en los procesos de Inserción. De hecho cabría preguntarse si ¿no subyace entre los profesionales una percepción de la marginación, por otra parte dominante en el conjunto de la denominada población integrada, según la cual es el marginado (responsable último de su situación) quien fundamentalmente debe realizar el esfuerzo por su inserción, relegando a la sociedad a un papel de mero espectador?. En este sentido conviene no olvidar que los técnicos "imaginan" la inserción desde sus propios valores (en general muy diferentes a los de la población destinataria de sus acciones), a la vez que comparten en su calidad de ciudadanos gran parte de los estereotipos dominantes en nuestra sociedad en tomo a determinados colectivos y a los procesos de marginación e inserción.
Es preciso por tanto que cualquier aproximación conceptual u operativa en tomo a la inserción tenga presente que la misma está dotada de una doble dimensión (SANCHEZ, 1991):
a) Individual, que estaría constituida por el conjunto de acciones positivas que dirigidas al sujeto o sujetos en situación de desarraigo o exclusión social pretenden promover una mejora de sus actitudes y aptitudes frente a su integración.
b) Social, compuesta por la serie de relaciones económicas, culturales, etc., que en un determinado momento pueden facilitar o dificultar, tanto la marginación, como la integración de determinados individuos y colectivos.
Precisamente al análisis de la dimensión social de la inserción se dedicarán los siguientes apartados de este artículo.
La evolución registrada en los enfoques teóricos de la integración, que podría sintetizarse en el tránsito desde modelos basados en el segregacionismo totailizante (donde el aislamiento en instituciones cerradas de las personas con dificultades de integración aparece como la respuesta prototípica) hacia modelos psicosociales y socioestructurales (CABRERO , 1988), ha evidenciado la importancia de la esfera de lo social, tanto en la génesis de la marginación como en cualquier estrategia para su superación. Este tránsito desde las "instituciones totales", supuestamente capaces por sí solas de rehabilitar e integrar, hacia la integración comunitaria, establece la necesidad de buscar alternativas a la marginación en el seno de la misma sociedad donde ésta surge. De igual modo, los modelos socioestructurales evidencian que no basta con que las políticas de inserción actúen propiciando acciones positivas sobre las personas en situación de desarraigo, sino que deben promover cambios en la organización social que faciliten su participación activa.
En sintonía con esta evolución registrada en los enfoques teóricos de la integración social, Rober Castel (CASTEL, 1990) señala que las políticas de inserción deberían ser entendidas como un conjunto de tentativas destinadas a mantener o restaurar los lazos sociales en un contexto dominado por la precariedad de la condición salarial, la fragilidad de los soportes relacionales y de las coberturas sociales asociadas a dicha condición salarial
La crisis económica de la década de los setenta supuso la quiebra de las políticas económicas de corte Keynesiano, que asociaban el progreso social con el crecimiento del gasto público y donde el logro del pleno empleo constituía la prioridad básica. La irrupción de las políticas económicas de la corte liberal en los países que gozaban de un mayor nivel de desarrollo económico, constituye la expresión de un conjunto de profundas transformaciones estructurales que las sociedades industrializadas más avanzadas conocerán tras la 2ª Guerra Mundial y que conforman lo que se ha dado en llamar "sociedad Postindustrial" (BELL 1976). Estas sociedades se caracterizarán en lo económico por el tránsito de una economía productora de bienes a otra de servicios, por el papel central de la tecnología y el conocimiento y por las modificaciones que se van a suceder en el sistema ocupacional y de estratificación social.
Esta nueva realidad económica va a tener dos consecuencias fundamentales en la esfera de los social:
Se configura de este modo un proceso de dualidad social, en el cual la prosperidad económica y la marginación social actúan como polos de atracción crecientes (CASTEL, 1990). De esta forma se hacen compatibles crecimiento económico y aumento de las desigualdades sociales, situación claramente perceptible si se analiza la distribución de la renta nacional en estos países.
Parece evidente que la concepción original del denominado Estado del Bienestar, caracterizada por el crecimiento constante del gasto público y por la universalización de su acción protectora como principio inspirador, ha entrado en crisis incluso en los países donde contó con un mayor arraigo. El crecimiento espectacular en el numero de desempleados que provocó la crisis económica de los años setenta, unido a una evolución demográfica caracterizada por el progresivo envejecimiento poblacional (con el consiguiente incremento de las tasas de dependencia), supusieron un aumento de las necesidades sociales a las que debía dar respuesta el estado. Estas circunstancias que coinciden en el tiempo con un recorte de los ingresos públicos al reducirse el volumen de la población contribuyente, supusieron la quiebra de la viabilidad económica del modelo tradicional del Estado de Bienestar.
Esta nueva realidad determinó la redefinición de los contenidos del Estado de Bienestar, así como una diversificación de sus modelos. Algunos autores (ESPINGANDERSEN, 1990) plantean la existencia de tres modelos ideales del Estado Benefactor que coexistirían en la actualidad: a) el liberal, b) el corporativista y c) el socialdemócrata, atribuyendo a cada uno de estos modelos unos postulados filosóficos y niveles de protección diferenciados. Sin embargo, y con independencia del modelo de Estado de Bienestar aplicado en cada país, existen una serie de elementos o características comunes a todos ellos (REHN, 1991):
Nuestro país no es una excepción a estas tendencias descritas. De hecho, si bien es cierto que durante las dos últimas décadas la acción protectora del estado ha mantenido en España un notable desfase temporal en relación a los países de su entorno (la instauración de las primeras políticas protectoras en España coincide con su relentización o retroceso en los países europeos mas desarrollados económicamente, en la actualidad asistimos a un proceso de armonización de las políticas sociales en Europa.
Existen numerosos hechos que avalan el establecimiento de limitaciones a la acción protectora del estado en España. A modo de ejemplo podrían citarse la aprobación de la Ley 26/85 de medidas urgentes para la racionalización de la estructura y de la acción protectora de la Seguridad Social (que amplió los requisitos necesarios para la obtención de pensiones de jubilación e invalidez permanente de carácter contributivo, a la vez que se limitaba su importe máximo), el recorte de los gastos sanitarios (recuérdense las propuestas contenidas en el "Informe Abril") o la reforma de las prestaciones por desempleo recientemente aprobadas por el Gobierno, que suponen además de una reducción en el importe del subsidio, la exclusión de más de 250.000 beneficiarios segun cálculos sindicales. Es además revelador que parte de estas medidas se incluyan dentro del llamado "plan de Convergencia" de las políticas económicas y sociales acordadas por los socios comunitarios en la cumbre de Maastricht.
Si la redefinición y limitación de la acción protectora del estado constituye por sí misma un elemento negativo de cara alas perspectivas de los programas de inserción, resulta mucho más preocupante al coincidir en el tiempo con la quiebra de los sistemas clásicos e instituciones de protección social (trabajo, educación, familia, etc.). Esta quiebra en la acción protectora se va a traducir en un incremento de la marginalidad y las desigualdades sociales.
Pero no son sólo cambios cuantitativos que se producen en el campo de la marginación, sino también transformaciones cualitativas. De este modo aparecen formas diferentes de marginación, alejadas sus formas clásicas y cuyas características básicas van a ser las siguientes:
a) Afecta a sectores crecientes de población y no sólo a grupos sociales tradicionalmente desprotegidos.
b) Deja de ser "voluntaria", consecuencia de decisiones, conductas y actitudes personales, para pasar a aparecer como una realidad impuesta.
c) Se eleva a la categoría de realidad permanente, por cuanto que los marginados carecen de expectativas razonables de modificar su situación.
d) Aparece asociada al desarraigo (familiar, grupal, ideológico, etc.), la resignación y la desmovilización de las personas afectadas.
Frente a esta realidad caracterizada por la creciente vulnerabilidad a la que se ven sometidos amplios sectores sociales, las instituciones públicas reaccionan generando una serie de programas y medidas de carácter asistencial cuyo objetivo fundamental será la reducción o limitación de los daños y deterioros asociados a la marginación. Parece obvio lo inadecuado de este tipo de medidas (prestaciones asistenciales por desempleo, pensiones no contributivas, cte.) para abordar un problema de la magnitud del aquí planteado, puesto que lejos de generar alternativas integradoras contribuyen a consolidar situaciones de desarraigo y dependencia, a la vez que favorecen la desmovilización social.
Felizmente cada vez son más los técnicos y responsables políticos que entienden que la creación de empleo y su reparto equitativo deben constituir la máxima prioridad del Estado de Bienestar, en detrimento de las acciones de carácter asistencial. En último extremo se trata de reorientar el gasto que ahora se destina a paliar los efectos negativos asociados a la pérdida del trabajo hacia políticas capaces de generar empleo. De la capacidad para modificar los objetivos de las actuales formulaciones o modelos del Estado del Bienestar dependerá en último extremo su propia supervivencia como sistema de protección social.
Si los cambios acontecidos en los sistemas económicos y de protección juegan un papel determinante a la hora de analizar la viabilidad y eficacia de los programas de inserción, no son menos trascendentales los cambios producidos en el contexto cultural. Como es sabido la actitud de la sociedad ante la marginación, los valores y creencias dominantes al respecto, resultan claves para las posibilidades de éxito de cualquier propuesta integradora
La profundización de la fragmentación social y la ampliación de la fragilidad social constituyen las características básicas de la dimensión social de las sociedades económicamente más desarrolladas. Frente a la forma tradicional de división social a partir de la noción de clase social, aparece en estas sociedades una nueva forma de división social dentro de la cual es posible diferenciar tres categorías o grupos sociales (CASTEL, 1990):
Esta creciente fragmentación y fragilidad social tendrán como efecto la aparición de conductas de insolidaridad intolerancia hacia los grupos marginados, actitudes de rechazo que son especialmente perceptibles en los grupos vulnerables frente a los grupos marginales.
Precisamente los grupos vulnerables serán claves a la hora de explicar la aparición de actitudes insolidarias. Conocedores de su lugar fronterizo en relación a los grupos marginales, temerosos de que cualquier abatar les lleve a engrosar este último grupo, amenazados por las múltiples circunstancias de la vida, acaban generando actitudes y posicionamientos que configuran lo que se ha dado en llamar rechazo simbólico de los vulnerables hacia el grupo de los marginales (CABRERO, 1991). Este rechazo simbólico adquiere no obstante carácter real con preocupante frecuencia, bien en forma de patrullas vecinales, de manifestaciones de protesta por la instalación de servicios asistenciales para determinados colectivos (inmigrantes, drogodependientes, etc.) o de variadas formas de rechazo.
Esta crisis en las relaciones sociales, en la acción solidaria, se verá reforzada por la irrupción del individualismo como fórmula básica de respuesta ante los problemas sociales, en detrimento de la acción colectiva, Las circunstancias descritas van a acabar configurando una situación de fractura social, de retroceso de los valores comunitarios.
La pujanza del individualismo tiene entre sus muchas manifestaciones en el campo de las relaciones sociales, dos que entiendo que son especialmente interesantes por su incidencia en los programas de inserción y que deberán recibir una atención especial por parte de los profesionales de la intervención social, como son:
a) Las reacciones de rechazo frente a determinados colectivos en situación de desarraigo por parte de la población integrada.
La base de estas actitudes tienen que ver con las representaciones que los ciudadanos integrados tienen de ciertos colectivos, con el conjunto de creencias y valores que configuran lo que se ha dado en denominar como el imaginario social. En general se constata la existencia de una importante discordancia entre lo real (encamado en el saber técnico) y lo imaginario, desfase que con frecuencia no se explica por la mera carencia de información por parte de la opinión pública.
Existen algunos estudios interesantes sobre la percepción social de determinados colectivos entre los que mencionaré uno referido al grupo de los enfermos mentales (RENDUELES, 1983) y otro al de los drogodependientes (CIS, 1989) y que ejemplifican la situación aludida en el párrafo anterior. Como características comunes a ambos estudios podría afirmarse que la percepción social de los colectivos analizados aparece profundamente distorsionada y cargada de estereotipos. Así, si el enfermo mental se nos representa como un ser raro, imprevisible, egoísta, irrespetuoso con las normas, descontrolado, etc.; el drogodependiente será siempre el otro, un ser irrecuperable, irresponsable, inmaduro, delincuente, etc.
La desmovilización social es un fenómeno que afecta no sólo a las personas en situación de necesidad, sino a aquellas otras, marginales o no, que les rodean. De esta forma se consolida la idea de que si los problemas son individuales, también deberán serlo las soluciones.
El fenómeno de la desmovilización es especialmente preocupante desde la perspectiva de la intervención social. En un momento en el que la percepción de la opinión pública sobre la marginación viene a legitimar la reducción de la acción protectora del estado, la desmovilización contribuirá a que se consolide la progresiva reducción de los derechos sociales.
De la situación descrita hasta estos momentos se desprende que el panorama actual de las políticas de integración en nuestro país es cuanto menos sombrío.
Sin embargo, esta realidad no debe llevar a los técnicos vinculados a este campo a situarse en posiciones hipercríticas en tomo a la viabilidad de la inserción. El análisis realizado de los factores de tipo económico, social o cultural que actúan propiciando la marginación y dificultando los esfuerzos en pro de la inserción, no debe hacemos olvidar que existen en la actualidad algunos valiosos instrumentos a utilizar en la ejecución de los programas de integración.
Entre los recursos disponibles quisiera referirme a dos de gran trascendencia por las potencialidades que ofrecen:
a) El salario social (programas de rentas mínimas)
La puesta en marcha de una serie de programas popularmente conocidos como el salario social (su denominación técnica varía en cada comunidad autónoma) estuvo en general acompañada de una nefasta planificación, lo que se ha traducido en consecución de unos resultados muy limitados hasta estos momentos.
Pese a estas deficiencias este tipo de programas ofrecen importantes posibilidades para la intervención social. Para ello sería necesario la introducción de una serie de modificaciones que irían desde la mera suficiencia presupuestaria, la mejora de la accesibilidad para determinados colectivos o la puesta en marcha y/o reforzamiento de los proyectos laborales, socio-educativos, etc., de apoyo, donde los beneficiarios del programa puedan cumplir eficazmente su contrato de integración.
La década de los ochenta ha supuesto la consolidación en España de una amplia red de servicios sociales, de titularidad pública y privada. No obstante, el notable incremento experimentado en los recursos materiales, humanos y financieros asociados a las redes de servicios sociales ha sido escasamente rentabilizado en los ámbitos de la prevención y la inserción.
Dos factores han contribuido en mi opinión a consolidar un estilo de intervención marcadamente asistencial, que ha relegado a los objetivos preventivos e integraciones a un segundo plano:
* La inadecuada ubicación de las redes de servicios sociales en la estructura político-administrativa, que lejos de otorgarle un papel central y aglutinador del conjunto de las políticas tendentes al bienestar, le sitúa en un papel residual.
* La filosofía dominante en estos servicios, centrada en intervenciones sobre situaciones de deterioro social ya consolidadas, con escaso talante preventivo y proyección comunitaria, y que responde a lo que se ha dado en llamar "modelo de espera".
Considero que las modificaciones sugeridas, tanto en la organización del salario social como en las redes de servicios sociales, abrirían unas interesantes y razonables expectativas para la viabilidad de los programas de integración.
Pero con independencia de las modificaciones de carácter organizativo aludidas, cuyo cumplimiento depende en último extremo de decisiones de los responsables políticos de las diferentes instituciones, cabe adoptar una serie de medidas de carácter estrictamente técnico que pueden contribuir a mejorar la eficacia de las actuaciones de carácter integrador.
Del análisis realizado en los capítulos precedentes de diferentes elementos que configuran el contexto de la inserción, se desprende la necesidad de que los técnicos que actuamos en este campo procedamos a un replanteamiento de los objetivos, estrategias y metodología que tradicionalmente acompañan el desarrollo de los programas de inserción. A continuación se recogen una serie de reflexiones que a modo de resumen entiendo que pueden ayudamos en esta tarea de redefinición técnica de la inserción:
Quisiera finalizar señalando que la intención de este artículo no es otra que la de propiciar una reflexión sobre un tema que como el de la inserción, clave desde la perspectiva de la intervención social, considero necesitado de una profunda revisión conceptual y metodológica.
BIBLIOGRAFIA