INVESTIGACION

 

La adicción al tabaco: algunos aspectos psicosociales


Tobacco addiction: some psychosocial aspects

Anastasio OVEJERO BERNAL

Facultad de Psicología Area de Psicología Social. Universidad de Oviedo


RESUMEN

PALABRAS CLAVE

ABSTRACT

KEY WORDS

1. INTRODUCCION

2. EL TABAQUISMO COMO CONDUCTA PSICOSOCIAL,

3. METODO

4. RESULTADOS Y DISCUSION

5. CONCLUSION

BIBLIOGRAFIA


RESUMEN

Tras analizar con cierto detenimiento los factores psicosociales intervinientes tanto en la iniciación como en el mantenimiento de la conducta tabáquica, se intenta poner a prueba, con una muestra de 308 sujetos universitarios de ambos sexos, la intervención de algunos de tales factores psicosociales, fundamentalmente de tipo cognitivo (la disonancia cognitiva y ciertas atribuciones causales) y de influencia socia (la influencia de los padres/madres y hermanos/as) en la conducta de fumar. Nuestros datos confirman en gran medida la relación de tales factores con el hábito tabáquico, apoyando así las predicciones tanto de la teoría de la disonancia cognoscitiva como la de la influencia del modelo familiar.

PALABRAS CLAVE

Tabaquismo. Influencia familiar. Determinantes psicosociales.

ABSTRACT

We have studied the psychosocial factors which take part both in the iniciation and in the maintenance of the smoke behavior. Then, with a sample of 308 subjects we have tested the intervention of some of these psychosocial factors in the smoke behavior, mainly cognitive factors (cognitive dissonance and causal attribution) and the social influence (parents' and brother/sisters' influence). Our data corroborated the existence of a relation between these factors and the smoke habit, relation which support the predictions both of the dissonance theory and the familiar influence model.

KEY WORDS

Tobacco addiction. Family influence. Psychosocial determinants.

 

1. INTRODUCCION

Son muchos los estudios existentes sobre el tabaquismo, bien para identificar los factores que pueden estar influyendo en el mismo, como la herencia (Eysenck y Eaves, 1980; Swan, Carmelli y Rosenman, 1988), algunos rasgos de personalidad (Eysenck y cols., 1960; Lester y Collins, 1988), la tendencia a elegir respuestas conductuales de riesgo (Santacreu, Hernández y Froján, 1990) o incluso el bajo rendimiento escolar (Santacreu y cols., 1991). Sin embargo, probablemente los factores más determinantes del tabaquismo sean los psicosociales. Es más, lo psicosocial está siempre presente en todo lo relacionado con la salud y la enfermedad (véase Ovejero, 1987a). De ahí que la psicología social tenga mucho que colaborar con la medicina y mucho que decir sobre todo en algunos temas sanitarios concretos (véase Ovejero, 1987a; Eiser, 1982a) Y uno de esos temas es justamente el de las drogodependencias en general y el del tabaquismo en particular. En efecto, temas como el cambio de actitudes, el aprendizaje social, la atribución causal, la teoría de la disonancia cognoscitiva, la teoría de la reactancia o la toma de decisiones, por no mencionar sino unas pocas áreas, pueden ser eficazmente aplicadas en este campo, así como en otros (enfermedades cardiovasculares, cáncer, cte.), enfermedades todas ellas estrechamente ligadas al estilo de vida de los pacientes y cuya prevención pasa precisamente por el cambio de esos estilos de vida, para lo que la psicología social puede ser tremendamente útil. Más en concreto, la principal tarea del psicólogo social para prevenir todas esas enfermedades será la intervención en la modificación de los estilos de vida.

De otro lado, uno de los objetivos de la psicología social aplicada es la mejora de la calidad de vida (Garzón, 1985; Morales y cols., 1985, cte.). En consecuencia, el tabaquismo, principal causa de deterioro de la calidad de vida en los países desarrollados, será un objetivo primordial de la psicología social. Ahora bien, debido a la dificultad de dejar de fumar, por tratarse de un hábito fuertemente implantado en el individuo, los psicólogos sociales se han ocupado más de hacer programas para prevenir que para curar el tabaquismo, lo que obviamente conlleva la aplicación de técnicas de persuasión y cambio de actitudes, propias de la psicología social. Así, por ejemplo, Evans aplicó a un amplio grupo de adolescentes la teoría de la linoculación de McGuire, y la aplicó con bastante éxito. Y es que el tabaquismo es un tipo de conducta fundamentalmente social, sus causas son principalmente sociales y psicosociales, sin que ello signifique, evidentemente, que no estén incidiendo otros factores de tipo psicológico (estrés, etc.) o típicamente físico-químicos y fisiológicos (adicción a la nicotina), sobre todo en su mantenimiento. Se trata, pues, al menos en parte, de un comportamiento social, fuertemente sometido a las presiones e influencias sociales, regido por principios psicosociales (atribuciones causales, cte.), etcétera. De ahí que a menudo el tabaquismo haya sido tratado desde una perspectiva psicosocial, especialmente en su vertiente preventiva (Eiser y cols., 1985; Skinner y cols., 1985, cte.). Y es que si las causas del consumo de tabaco son a menudo psicosociales (influencia de los padres, de los maestros, de los compañeros, de los medios de comunicación, etc.), las campanas para reducir su consumo por fuerza tendrán que ser, también en gran parte, psicosociales (campañas de prevención a través de la persuasión y el cambio de actitudes, la toma de decisiones, cte.). En este sentido, los psicólogos sociales están llevando a cabo una serie de programas destinados tanto a cambiar los hábitos de los fumadores (Tongas, 1979; Leventhal y Cleary, 1980) como a prevenir el tabaquismo actuando sobre los niños y principalmente sobre los adolescentes antes de que comiencen a fumar (Evans y cols., 1978). Más aún, la psicología social está siendo muy útil en este campo incluso en tratamientos no específicamente psicosociales ya que cada día es más común que el tratamiento se haga en grupo, tanto en el mundo anglosajón (por ej., Lichtenstein y cols., 1990), como en América Latina (véase Becoña, 1989) o en España (por ej., Becoña, 1991; Becoña y Gómez-Durán, 1993; Alvarez-Soto, 1989).

 

2. EL TABAQUISMO COMO CONDUCTA PSICOSOCIAL,

Por ser sobradamente conocida, no insistiremos aquí en la estrecha relación entre tabaco y salud, ni en los efectos perjudiciales que para la salud tiene el consumo de tabaco. Baste con recordar que suele estimarse (U.S.D.H.H.S., 1990) que el tabaco produce o colabora a producir alrededor de 40.000 muertos anuales en España, 500.000 en Europa y 390.000 en Estados Unidos, siendo perjudicial incluso para los fumadores pasivos (Gallego y cols., 1991). Además esta relación es bien conocida por todos los ciudadanos. Sin embargo, aunque hoy día existen muy pocos fumadores que desconozcan los efectos nocivos del tabaco sobre la salud, este conocimiento no les induce a abandonar el hábito de forma definitiva, ni a los no fumadores a no iniciarse en él. De esta manera, si la gente, si los niños y adolescentes, saben que fumar es perjudicial para la salud, y si además fumar el primer cigarrillo es algo desagradable, ¿por qué empiezan a fumar tantos millones de niños y adolescentes? Por el refuerzo social que ello les proporciona. Por el refuerzo social directo de sus compañeros y amigos, y también por el refuerzo social vicario de gran parte de los adultos, principalmente sus padres y otros adultos ejemplares (maestros, médicos, personajes del mundo del arte, la cultura, los espectáculos y el deporte, etc., sobre todo a través de la televisión). De ahí que sean precisamente la imitación y la influencia social dos de los más importantes factores que llevan a la iniciación al tabaco. En efecto, no parece que sea fácil dudar de que el tabaquismo es, tal vez más que cualquier otra cosa, una conducta social. La inmensa mayoría de los fumadores probaron sus primeros cigarrillos en situaciones sociales (Biglan y cols., 1983), e incluso aquéllos que no siguieron fumando también habían probado sus primeros cigarrillos en compañía de otros (Bion y cols., 1983). De hecho, la presión de los iguales, particularmente en la adolescencia, es uno de los más importantes factores que llevan al inicio del tabaquismo (Flay, 1985; Cleary y cols., 1988). Pero esta variable no significa sólo una mera presión a la conformidad (Evans y cols., 1988), sino que es más potente aún, ya que el grupo de iguales constituye un punto de referencia que proporciona una identidad social y otros patrones psicosociales de autoevaluación y de expectativas (Eiser, 1985; Van Roosmalen y McDaniel, 1989): no olvidemos que el ser humano es ante todo un ser social y, por tanto, máxime en el caso de adolescentes y jóvenes, en su intento de integrarse y ser aceptado por sus iguales, es proclive a adoptar las decisiones del grupo y a ejecutar las conductas que éste valora y refuerza. Ahora bien una vez que la conducta tabáquica ya ha sido iniciada, los factores más responsables de su mantenimiento suelen ser factores físico-químicos y fisiológicos (la dependencia de la nicotina), pero también psicosociales (mecanismos de reducción de la disonancia cognoscitiva, apoyo social o atribuciones causales).

Las campañas antitabaco, principalmente las de tipo preventivo, deberían dirigirse sobre todo a los adolescentes y más aun a los preadolescentes y deberían basarse en el supuesto de que son factores psicosociales los más importantes en el inicio de la conducta tabáquica. Por ejemplo, en 1972 se comenzó en Suecia una campaña de este tipo, campaña que tuvo un gran éxito, como muestran estos datos:

Es decir, que además de las razones de tipo fisiológico, principalmente la dependencia físico-química de la nicotina, existen importantes factores psicosociales que llevan a un individuo a iniciarse en el hábito tabáquico y otros factores, también psicosociales, que le ayudan a reducir la disonancia producida por el hecho de seguir fumando a pesar de saber que ello es Perjudicial para la salud. Veamos estos factores:

A) Factores psicosociales en la iniciación del hábito de fumar ante todo debemos constatar un hecho: la gran mayoría de los jóvenes y adolescentes tienen alrededor alguna persona que fuma. En efecto, según los datos de Elvira y Mañosa (1983), el 75% de sus sujetos tenían algún familiar próximo fumador, el 85% algún maestro que fumaba en clase y el 63,5% algún amigo que era fumador. A ello debemos unir los datos que muestran el papel central que el aprendizaje social tiene sobre el tabaquismo de niños y adolescentes. En este sentido, los adolescentes pueden asociar el fumar con la posesión de poder, prestigio, etc. (por ejemplo, al ver a los políticos o artistas en televisión con el cigarrillo y observando cómo sus padres fuman mientras los riñen o incluso castigan a ellos por fumar, etc.). Y así, por ejemplo, se sabe que los padres aumentan la probabilidad de que sus hijos fumen si ellos fuman a pesar de las normas y valores que exponen verbalmente (Baer y Katkin, 1981).

Y desde luego, más importante aún va a ser la influencia de la conducta de los amigos del adolescente (Leventhal y Cleary, 1980). Se sabe también que a medida que el niño de edad escolar madura se produce una transición de la influencia desde los padres a los compañeros (Krosnick y Judd, 1982). Aunque entonces, evidentemente, también los compañeros que no fuman o los que lo han dejado ejercerían su influencia, influencia que debería ser aprovechada al máximo en las campañas y programas de reducción o de prevención del consumo de tabaco.

Ahora bien, si hemos dicho que la influencia de otras personas es fundamental para la iniciación del hábito de fumar, la influencia de los llamados modelos ejemplares va a ser crucial, y estos modelos ejemplares son fundamentalmente, en este caso, los padres, los médicos y los maestros:

a) Modelo familiar como informan Spielberger y cols. (1983), de nueve estudios que revisaron, ocho encontraron correlaciones positivas entre el hábito de fumar en los padres y el tabaquismo de sus hijos y sólo uno no consiguió encontrar tal relación positiva, aunque se trataba de un estudio basado en una muestra muy pequeña Sin embargo, sólo se ha publicado un estudio que intente encontrar una relación entre el tabaquismo familiar y el mantenimiento de la conducta del fumador: Laoye y cols. (1972) encontraron que los estudiantes de secundaria que eran fumadores regulares tenían más probabilidades de tener padres y amigos que fumasen que los que habían sido fumadores regulares pero ya lo habían dejado.

Por su parte Leventhal y Cleary (1980) han sugerido que los compañeros y padres son ambos fuentes importantes de influencia ambiental en el consumo de tabaco, y que los hermanos mayores pueden ser incluso mas importantes que otros compañeros a la hora de influir en los adolescentes para que fumen. En este sentido, Spielberger y cols. (1983, p. 60) hallaron que los estudiantes cuyos hermanos y hermanas fumaban tenían más probabilidades de ser fumadores también ellos que aquellos cuyos hermanos/as no fumaban.

Como vemos, pues, parece ser que la influencia de los hermanos mayores sobre el tabaquismo es importante, e incluso mayor que la de los padres, como se deduce de otros datos de ese mismo trabajo de Spielberger y sus colaboradores. Los estudiantes cuyos hermanos mayores eran fumadores tenían más probabilidades de hacerse fumadores que cuando sus hermanos mayores no fumaban y el tabaquismo de sus padres parecía no tener influencia añadida sobre el tabaquismo de estos estudiantes. Los que no tenían hermanos mayores o éstos no fumaban tenían menos probabilidades de convertirse ellos mismos en fumadores, pero estaban más inclinados a fumar si uno de sus padres o los dos fumaban que si no fumaba ninguno de los dos. Tabla 2.

b) Modelo médico- "La eficacia de las medidas informativas, educativas y legislativas que los servicios de salud pública puedan implementar será muy mermada sin una acción positiva contra el hábito de fumar por parte de los médicos el obstáculo psicológico del médico fumador existe indudablemente. Es difícil desaconsejar a alguien algo que se hace abiertamente. Es obvio que los médicos fumadores no deben nunca fumar en presencia de sus pacientes y esforzarse en apartar durante su relación con el enfermo todo signo de su hábito tabáquico: mecheros, ceniceros, tabaco" (Sabaté y Agustí-Vidal, 1983, pp. 69-70). Pues bien, en este aspecto debe subrayarse que mientras los médicos de otros países han tenido un gran éxito a la hora de dejar de fumar (en el Reino Unido, por ejemplo, el 80 % de ellos son ahora no fumadores, de los que el 40% son ex fumadores), incrementando así su potencial para ayudar a otros a dejar de fumar, en España este hábito es mucho mayor en este colectivo que en otros como ingenieros, abogados, etc.

Por otra parte, "numerosas encuestas realizadas en España -y en el mundo muestran que la mayoría de los fumadores, por lo menos un 70%, desea dejar de fumar si así se lo aconsejara un médico, pero solamente el 10% comenta que alguna vez fueron aconsejados en este sentido por su médico, a pesar de que la mayoría de los médicos piensa que ésta es una tarea importantísima entre sus tareas rutinarias" (Ferreyra Núñez, 1985, p. 23).

c) Modelo docente- Particularmente entre niños y adolescentes la influencia del maestro/a como modelo ejemplar es enorme. De ahí la importancia que tiene para fomentar o reducir la conducta tabáquica el que esos maestros/as fumen o no fumen en público. Pues bien, también aquí la situación de nuestro país es poco positiva, sobre todo si se la compara con la de algunos otros países. Así, mientras en España fuman alrededor del 50% de los maestros, porcentaje que varía según las comunidades autónomas, en Finlandia sólo el 9 % son fumadores habituales y el 7 % ocasionales y en Inglaterra el 14,5 %.

En suma, pues, cualquier campaña de prevención en este campo debería contar, para ser eficaz, con el decidido apoyo de padres, médicos y maestros como modelos ejemplares que son. Sin tal apoyo probablemente sea bastante inútil el dinero gastado y el esfuerzo realizado en tales campañas. Ahora bien, ese apoyo deberá ser maximizado en unas campañas preventivas que utilicen adecuadamente algunos de los hallazgos de la psicología social no sólo en el campo de la influencia social sino también en el socio-cognitivo, que ahora veremos.

B) Factores psicosociales en el mantenimiento de la conducta tabáquica: Ya hemos dicho que la mayor parte de la gente sabe que fumar es perjudicial para la salud y, a pesar de ello, se cuentan por millones los que fuman. Ello es claramente disonante. Por consiguiente, según la teoría de la disonancia cognoscitiva de Festinger (1957) surgirá en esas personas una tendencia a relucir o incluso eliminar tal disonancia. Una prueba de ello son los datos del propio Festinger, datos que mostraban que los fumadores atribuían menos fundamento científico que los no fumadores a la relación entre el fumar y el cáncer de pulmón (Festinger, 1975, p. 198).

La explicación, en términos de la teoría de la disonancia cognoscitiva, sería la siguiente: saber que el tabaco es perjudicial para la salud y seguir fumando es disonante. En consecuencia, el individuo que fuma se verá empujado a reducir esa disonancia o bien dejando de fumar, lo que no es fácil, o bien no creyéndose que el fumar sea tan malo para la salud, es decir, invalidando la información disonante. No obstante, como tampoco es fácil invalidar una información tan bien documentada hoy día, es decir, como no es tan fácil convencerse de que el tabaco no es perjudicial para la salud, no será posible eliminar por esta vía la disonancia, sólo reducirla. De ahí que se acuda también a otros procedimientos como, sobre todo, el apoyo social, como luego veremos.

También Eiser estudia este tema, comenzando por recoger la distinción introducida por McKennell y Thomas (1957) entre fumadores "consonantes" y fumadores "disonantes". Aquellos fumadores que afirman que les gustaría dejar de fumar si pudieran hacerlo fácilmente, se les supone estar en un estado de disonancia cognoscitiva. Exhortar a estos fumadores a que dejen de fumar es poco eficaz pues ellos ya tienen actitudes negativas hacia el tabaco y quieren dejarlo, pero su problema es cómo. Por ello, afirman McKennell y Thomas, estos fumadores son los más adictos. En cambio, los fumadores "consonantes" son un mejor blanco para los psicólogos sociales y para la educación de la salud, pues todavía ofrecen la posibilidad de cambiar sus actitudes.

También debemos tener en cuenta aquí las diferentes atribuciones causales que hacen fumadores y no fumadores respecto a su conducta tabáquica, atribuciones, por otra parte, que a menudo no son sino formas de reducir la disonancia de que hablábamos. Así por ejemplo, muchos fumadores tienden a describirse a sí mismos como "adictos" y parecen usar esta etiqueta, que no es sino una atribución causal, como una explicación de las dificultades que encuentran para dejar de fumar (Eiser, 1982b). Afirma también Eiser que esta etiqueta puede proporcionar un refugio para huir de la disonancia producida por el conocimiento de los riesgos del tabaco y, a pesar de ello, seguir fumando (Eiser, 1978). "En otras palabras, los fumadores que se ven a sí mismos como adictos pueden exigir los beneficios de no ser responsables de su conducta" (Eiser y cols., 1985, p. 324). De hecho, Eiser encontró una fuerte evidencia de la importancia que tienen las variables sociopsicológicas en la predicción de las intenciones y la conducta de los fumadores, sobre todo conceptos de cognición social como la autopercepción, la atribución y las expectativas. Los datos de Eiser y colegas pueden resumirse diciendo que los sujetos que consiguieron dejar de fumar se distinguían de los que lo intentaron pero no lo consiguieron en varios aspectos, entre ellos que se describían a sí mismos como menos adictos y que poseían una más alta expectativa de éxito. Y es que una forma de reducir e incluso de eliminar la disonancia consiste en creer que no se fuma libremente, sino por la fuerza de la nicotina, que es sumamente difícil dejar de fumar. Esta "explicación" está tan ampliamente generalizada que supone un enorme apoyo social para quienes fuman. Ello explicaría en gran medida por qué es tan difícil dejar de fumar. De ahí que los "disonantes" se sientan a sí mismos como mucho más adictos de lo que se sienten los "consonantes" (Eiser y cols., 1978).

Pero las diferencias entre fumadores disonantes y consonantes fueron aún mayores en las respuestas a este ítem. " ¿Tiene usted mucho miedo por el hecho de que el tabaco perjudica seriamente su salud?". Las respuestas afirmativas provenían principalmente de los disonantes. La inferencia que se extrae de estos resultados es que el miedo a las consecuencias para la salud es una poderosa fuente de motivación para los fumadores que desean dejar el tabaco, pero que la auto-atribución de la adicción puede proporcionarle al fumador no sólo una explicación de sus anteriores fracasos a la hora de dejar el tabaco, sino también el instrumento para reducir la disonancia y, en consecuencia, al menos en algunos casos, la excusa para seguir fumando" (Eiser, 1982b, p. 287).

Por otra parte, suele darse por supuesto que los fumadores saben que su salud corre peligro por fumar y que creen que tendrán más ventajas por dejar de fumar que por seguir fumando (Eiser y Sutton, 1977; Mausner y Platt, 1971). Pero realmente no sabemos si los fumadores tienen una idea clara del grado de riesgo que corre su salud a causa del tabaco. Para tratar de averiguarlo, Eiser y colegas (1979) llevaron a cabo un estudio en el que encontraron que los fumadores poseían creencias menos negativas sobre las consecuencias del tabaco que los no fumadores. Por ej., menos del 50% de los fumadores y el 85 % de los no fumadores creían que el fumar es "realmente tan peligroso como la gente dice". Alrededor del 25% de los sujetos sabían que el tabaco causa en Gran Bretaña más muertes que la carretera, sólo el 14% de los fumadores.

Otra forma de reducir esa disonancia es el apoyo social. En efecto, el tabaquismo es ante todo un hábito social bien reconocido socialmente, y por ello tan difícil de modificar, por el apoyo social que supone ese reconocimiento y el hecho de saber y ver que muchísimas otras personas también fuman y el saber que también para ellas es muy difícil dejado. En este sentido ya había mostrado Festinger (1957) que una consecuencia de la disonancia cognoscitiva consiste en buscar apoyos sociales que puedan reducir tal disonancia. De ahí que mientras exista tal apoyo no será fácil dejar el tabaco. Además, sabemos que el apoyo social es fácil de obtener cuando un número grande de personas se encuentran en la misma situación disonante, como es el caso de los fumadores. En cambio, cuando se pierde ese apoyo es más fácil dejar el tabaco, como está ocurriendo actualmente en algunos países, como los USA, donde el fumar está siendo mal visto socialmente y el no fumar está siendo síntoma de inteligencia, cultura y buena educación.

Ahora bien, con todo ello no queremos decir que dejar de fumar sea fácil, sino sólo afirmar que eso de que "dejar el tabaco, o cualquier otra droga, es absolutamente imposible sin intervención externa es un mito que probablemente esté militando contra el éxito incluso de las técnicas terapéuticas más sofisticadas" (Eiser, 1982b, p. 295). Y ese mito tiene unas bases claramente sociales y psicosociales.

En conclusión, entender el tabaquismo desde una perspectiva estrictamente biomédica, a través de la descripción de sus propiedades farmacológicas, es claramente simplista e incompleta. ya que en absoluto se trata de una mera adicción físico-química. Por consiguiente, vemos que, efectivamente, el tabaquismo es una conducta compleja donde interviene la dependencia tanto física como psicológica y social y donde algunas variables socio-cognitivas van a ser cruciales (disonancia cognoscitiva, atribuciones causales, toma de decisiones), constituyéndose con todo ello un fuerte hábito difícil de cambiar.

 

3. METODO

a) Muestra: Nuestra muestra estuvo compuesta por 308 estudiantes de ambos sexos de diferentes cursos de la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo, distribuidos en la siguiente tabla 4.

b) Instrumentos: A nuestros sujetos les administramos la Escala D, de dogmatismo, de Rokeach, así como un cuestionario por nosotros construido para recabar información sobre sexo, si ser o no fumador, a que atribuyen la dificultad de dejar de fumar, que familiares fuman, etc.

e) Procedímíento: Nuestra forma de proceder consistió en ir a las aulas de psicología un día tomado al azar y administrar los cuestionarios a todos los estudiantes presentes. Por tanto, el propio procedimiento utilizado pudo haber introducido algún sesgo en nuestra muestra.

4. RESULTADOS Y DISCUSION

Los resultados obtenidos los vamos a ver en dos apartados. Por una parte veremos aquellos factores psicosociales que podríamos llamar interpersonales, y que contribuyen, creemos que poderosamente, a la iniciación de la conducta tabáquica (influencia familiar, tanto la de los padres/madres como al de los hermanos/as). Por otra parte, veremos aquellos factores psicosociales que podríamos llamar individuales y que contribuyen, pensamos que también poderosamente, al mantenimiento de la conducta tabáquica en las personas que ya son fumadoras (disonancia cognoscitiva, atribuciones causales, etc.).

A) Influencia familiar y tabaquismo

Existen pocas dudas de que, como en otros campos, también en el del tabaquismo los ejemplos inmediatos se constituyen en un importante elemento de contagio, lo que es grave si tenemos en cuenta que una gran mayoría de niños y adolescentes conviven a diario con multitud de esos ejemplos inmediatos que fuman. Y entre esos ejemplos inmediatos son particularmente importantes los que provienen de los miembros de la propia familia: ya dijimos que alrededor del 76 % de los niños y los adolescentes tienen algún familiar cercano que fuma. Una encuesta del C.I.S. (1985, p. 30) nos mostraba una relación positiva entre el hábito tabáquico de los padres y el de sus hijos. Pero dentro del modelo familiar no sólo los padres son ejemplos inmediatos, sino que también lo son los hermanos mayores. En este sentido Leventhal y Cleary (1980) sugerían que los hermanos mayores pueden ser incluso más importantes que otros compañeros a la hora de influir en los adolescentes para que fumen. Más específicamente aún Spielberger y cols. (1983, p. 60) hallaron que los estudiantes cuyos hermanos y hermanas fumaban tenían más probabilidades de ser fumadores también ellos que aquéllos cuyos hermanos/as no fumaban, tal como ya vimos anteriormente. A partir de estos datos, Spielberger concluye que la influencia de los hermanos/as mayores parece ser más importante que la de los padres.

Pues bien, los datos que nosotros encontramos en nuestra muestra fueron estos (ver tabla 5).

Tras aplicar a nuestros datos el índice de correlación phi, éstas fueron las correlaciones concretas obtenidas (ver tabla 6a).

 

Como vemos, la influencia del tabaquismo del padre es prácticamente nula en ambos sexos, mientras que la de la madre es significativa para los varones y pequeña para las mujeres. En cuanto a la influencia de los hermanos mayores fumadores, ésta fue nula para los varones y pequeña para las mujeres, mientras que la de las hermanas mayores fue pequeña para los varones y significativamente alta para las mujeres. Es decir que nuestros datos subrayan la influencia del tabaquismo de la madre como la más importante para los hombres y la de las hermanas mayores para las mujeres.

Por otra parte, nuestros datos fueron básicamente consistentes con los encontrados en otros estudios realizados por nosotros mismos con muestras diferentes y no publicados, datos que apoyaban aún más la influencia del modelo familiar, principalmente la de los hermanos mayores, sobre todo en el caso de las mujeres, En concreto, sumando los datos de estos estudios, las correlaciones phi resultantes fueron las siguientes (ver tabla 6b).

B) Relación entre algunos factores psicosociales y el tabaquismo

Ya hemos dicho que son varios los factores psicosociales individuales, principalmente de tipo cognitivo, que están contribuyendo al mantenimiento de la conducta tabáquica (disonancia cognitiva, atribuciones causales, etc.):

B1) Disonancia cognitiva y tabaquismo: Obviamente, saber que fumar es perjudicial para la salud y seguir fumando es disonante, y sabemos que la disonancia lleva al individuo a intentar eliminarla o al menos reducirla, o bien por medios conductuales (en este caso dejando de fumar) o bien por vía cognitiva, que es un camino más fácil que el conductual (por ejemplo, no creyendo que el tabaco es tan perjudicial o convenciéndose de que dejar de fumar es algo casi imposible). Justamente para comprobar esta teoría, al menos en parte, preguntamos a nuestros sujetos por el grado en que estaban de acuerdo con el ítem 25 ("El fumar es realmente tan malo para la salud como dicen, el 26 ("El fumar tabaco produce mas muertos que los accidentes de tráfico y el 28 ( Si alguien lleva fumando más de diez años, de poco servirá ya el dejarlo: el daño ya está hecho. Igualmente les pedimos que nos dijeran a qué creían ellos que se debía el hecho de que los fumadores no dejasen de fumar. Veamos los datos que obtuvimos (ver tabla 7).

Como puede constatarse, la teoría de la disonancia se confirma aquí plenamente. En efecto, los fumadores se creen menos eso de que el fumar sea tan malo para la salud como dicen (p < 0,01 para los hombres y p < 0,05 para las mujeres); se creen menos también que el fumar produce más muertos que los accidentes de tráfico (p < 0,01 para las mujeres, aunque para los hombres la diferencia no fue significativa); están menos de acuerdo que los no fumadores en que debería estar prohibido fumar en lugares públicos (p < 0,01 tanto para los hombres como para las mujeres; y sólo el ítem 28 no arrojó diferencias significativas para ninguno de los dos sexos.

En cuanto a los datos de los ítems que preguntaban a nuestros sujetos a qué atribuían el hecho de que los fumadores no dejasen el tabaco, constatamos que los fumadores tendían a buscar "excusas cognitivas" para su conducta tabáquica, como se observa en esta tabla 8a.

Ahora bien, si reagrupamos las cuatro clases de atribuciones en dos, por un lado la interna ("no quieren" y "no lo intentan"),y por otro la externa ("influencia social', "dependencia de la nicotina"), obtendríamos esta esclarecedora nueva tabla 8b.

 

Fácilmente se constata que, como suponíamos, los fumadores tienden a atribuir el hábito tabáquico a diferentes causas que los no fumadores, probablemente debido a un intento de reducir su disonancia así como de "excusar" su propio hábito. En efecto, la mayoría de los fumadores hacen atribuciones internas, especialmente las mujeres. En cambio, entre quienes no fuman, tanto hombres como mujeres, no hay diferencias significativas entre atribuciones internas y externas.

Por otra parte, también nuestros datos indican, como se ha encontrado otras veces, que en general las mujeres son más "internas" en la atribución de sus fracasos, en este caso a la hora de dejar el tabaco (véase Ovejero, 1986). Sin embargo, más que las diferencias entre sexos, nos interesan aquí las diferencias entre fumadores y no fumadores, diferencias que indican, como ya hemos dicho, que los fumadores tienden a hacer atribuciones internas de su conducta tabáquica, es decir, tienden a creer que quienes fuman no lo dejan porque no quieren o porque no lo intentan, y no porque estén sometidos a presiones externas o a la fuerza de la nicotina.

B2) Dogmatismo y hábito de fumar. Muy relacionado con las implicaciones de la teoría de la disonancia está el grado de dogmatismo de los fumadores y su relación con otras variables psicosociales. En efecto, cuanto más dogmática sea una persona más difícilmente soportará la disonancia cognoscitiva y más fuertes serán en ella las presiones para reducir o eliminar tal disonancia. En consecuencia, deberíamos esperar que aquéllos de nuestros sujetos fumadores que fuesen más dogmáticos tenderían a reducir su disonancia con más fuerza que los fumadores menos dogmáticos, y que lo harían de varias formas. Una de ellas sería creerse aún menos que los menos dogmáticos el contenido de los ítems 25 y 26, y otra sería desear más dejar de fumar (ver tabla 9).

Como vemos, tanto en la muestra masculina como en la femenina, quienes fuman son más dogmáticos que quienes no fuman, pero la diferencia es suficientemente pequeña como para no ser estadísticamente significativa.

Pero aquí lo que nos interesa es saber si, entre los fumadores/as, existe alguna relación entre dogmatismo y deseos de dejar el tabaco, o sea, si quienes desean dejar el tabaco son más o menos dogmáticos que quienes nos desean dejarlo (ver tabla l0a).

Esa relación entre dogmatismo y deseos de dejar de fumar podemos también examinarla de otra manera, comparando el número de sujetos más dogmáticos con el de los menos dogmáticos que desean dejarlo o no dejarlo (ver tabla 10b).

Hallada la correlación "phi", éste fue de 0,18 para las mujeres (p < 0,05) y de 0,23 para los hombres, correlación ésta a tener en cuenta, aunque no fue estadísticamente significativa debido a lo exiguo de la muestra.

A la hora de interpretar nuestros datos, debemos comenzar diciendo que el porcentaje de sujetos de nuestra muestra que desean dejar el tabaco fue del 59 % de los hombres y el 62 % de las mujeres, porcentaje bastante similar al que publicaba el C.I.S. (1985, p. 34), que era del 62%.

Por otra parte, observarnos en las tablas l0a y l0b que, en contra de lo que podría esperarse, las personas que dicen querer dejar el tabaco son más dogmáticas que las que afirman no querer dejarlo, siendo esta diferencia de 7,83 puntos en los hombres (p < 0,08) y de 7,63 en las mujeres (p < 0,01). La interpretación que podemos hacer de estos datos es la siguiente: las personas fumadoras más dogmáticas soportan peor la disonancia cognitiva que les produce el fumar y por consiguiente necesitarán más fuertemente reducir o intentar reducir tal disonancia o bien deseando dejar el tabaco, como constatamos en las mencionadas tablas l0a y l0b, o bien creyéndose menos que el fumar es malo para la salud, que produce más muertos que los accidentes de tráfico, etcétera, como vemos en las tablas 11 y 12.

Como vemos, sólo se confirma en el caso de los hombres fumadores.

No se confirma en absoluto ni para hombres ni para mujeres, posiblemente por ser una creencia poco compartida por la mayor parte de la gente.

 

5. CONCLUSION

Creo que la principal conclusión que podemos sacar es una confirmación, no completa pero sí importante, de nuestras hipótesis sobre la relación del tabaquismo con algunas variables psicosociales. En primer lugar, nuestros datos apoyan la idea de que existe una relación positiva entre el tabaquismo de las personas y el de los miembros de sus familias, aunque tal relación fue pequeña y estadísticamente no significativa en algunos casos, pero prácticamente nunca en contra de la hipótesis general subyacente. Al parecer es más influyente la conducta tabáquica de la madre que la del padre, tal vez porque el varón adulto fumador es algo tan generalizado en nuestra sociedad que ha perdido fuerza como modelo para sus hijos a este nivel. En cuanto a la influencia de los hermanos mayores, ésta es positiva en todos los casos pero más importante en el caso de las mujeres, quienes fuman más cuando sus hermanos mayores varones fuman, pero más todavía cuando fuman sus hermanas mayores, con correlaciones relativamente importantes y significativas en ambas muestras (0,30 y 0,33 respectivamente). Recientemente, Froján y Santacreu (1992), tras la revisión teórica que llevaron a cabo, llegaron a conclusiones similares (pp. 21-22-: "Los sujetos que tienen padres, hermanos y/o amigos fumadores, presentan una mala adaptación familiar y/o escolar y una tendencia a elegir respuestas de riesgo, constituyen un grupo de alto riesgo respecto al consumo de tabaco (Cleary y cols., 1988; Santacreu, Froján y Hernández, l99l)". Por consiguiente, toda campaña de prevención del tabaquismo debería tener esto en cuenta. En concreto, convendría utilizar de diferentes maneras la influencia de padres y sobre todo hermanos/as mayores no fumadores en las campañas preventivas contra el tabaco, pero habría que hacerlo de una forma sutil para evitar posibles efectos de reactancia. Pero, sobre todo, habría que hacer un esfuerzo especial en programas de intervención para que los padres y hermanos/as mayores dejasen de fumar, ya que de tener éxito tales programas su eficacia sería doble.

En segundo lugar, y dada la importancia de los modelos ejemplares (padres, médicos y maestros), si queremos que las medidas para prevenir el tabaquismo sean eficaces, sería de suma utilidad incidir especialmente en esos modelos ejemplares. Deberían hacerse prioritariamente programas de intervención para conseguir reducir las tasas de tabaquismo en tales modelos ejemplares.

En tercer lugar, también parecen confirmase las implicaciones que de la teoría de la disonancia cognoscitiva se deducían para la conducta tabáquica: nuestros sujetos fumadores tienden a creerse menos que los no fumadores que el tabaco es perjudicial para la salud o que produce muchos muertos, probablemente como mecanismo de reducción de la disonancia que les produce el saber que fumar es perjudicial para la salud y a pesar de ello seguir fumando. Un segundo mecanismo que, según reflejan nuestros datos y en contra de lo que afirmaba Eiser, utilizan los fumadores es el hacer atribuciones internas del hábito tabáquico. Es decir que los fumadores tienden a creer que quienes fuman lo hacen porque quieren y no porque se sientan presionados por fuerzas externas a ellos mismos. Esto podría contradecir la teoría de la disonancia cognoscitiva, pero en cambio yo prefiero darle una explicación consistente con esa teoría: nuestros sujetos son estudiantes universitarios que se creen libres de sus actos y por consiguiente sería para ellos cognitivamente disonante el percibirse a sí mismos como "adictos" o dominados por algo tan simple como un cigarrillo, por lo que no se consideran en absoluto adictos. En consonancia con ello, creo que una buena campaña de publicidad antitabaco debería incluir en ella estos sentimientos de creer que se actúa libremente, y las incoherencias subsiguientes, como por ejemplo la de que, a pesar de sentirse dueños de su propia conducta, sin embargo la mayoría dicen querer dejar el tabaco, cuando en la línea anterior han dicho que los fumadores no dejan el tabaco porque no quieren dejarlo o porque no lo intentan.

En cuarto lugar, nuestros datos confirman también, aunque sólo en parte, la teoría de la disonancia, al mostrar que los fumadores más dogmáticos sienten más disonancia que los menos dogmáticos y, como consecuencia de ello, desean también más el dejar el tabaco, cosa que ocurre tanto en los hombres como en las mujeres. En consecuencia sería útil implementar campañas antitabaco que en cierta medida desligaran el fumar de las adicciones, intentando convencer de que el tabaquismo es más algo psicológico y social que físico y químico y que depende de uno mismo dejarlo: que no es ninguna fatalidad irremediable.

En quinto lugar, debemos subrayar que la ineficacia de las campañas antitabaco con frecuencia se deben al grado de dogmatismo de los sujetos, en este caso de los fumadores. Cuanto más dogmático sea un fumador más difícil será persuadirle de que deje el tabaco. Por consiguiente, sería muy útil conseguir previamente reducir su grado de dogmatismo. Una forma eficaz de conseguirlo es a través de grupos de trabajo o de discusión.

Para terminar, creo que los datos expuestos, a pesar de haber sido obtenidos con una muestra concreta, no representativa de la población general, arrojan cierta luz sobre la intervención de variables psicosociales, tanto en la iniciación como también en el mantenimiento de la conducta tabáquica, pudiendo ser útiles tales datos a la hora de diseñar campañas de prevención del tabaquismo o de diseñar programas terapéuticos para dejar de fumar, lo que, obviamente, no significa que sean ineficaces otro tipo de técnicas e intervención (por ejemplo, Becoña, 1990) o las medidas legislativas e informativas (U.S.D.H.H.S., 1990; Royal College of Physicians, 1983; World Health Organization, 1990). Pero de lo que llevamos dicho se deduce que las técnicas psicosociales probablemente sean las más eficaces. En concreto, como subrayaban Froján y Santacreu (1992), los programas de prevención temprana (cuando aún no se ha probado el primer cigarrillo) deben centrarse en el aprendizaje de enfrentamiento a la presión social y en el desarrollo de habilidades sociales y personales, y los programas de prevención secundaria del hábito de fumar (encaminados a prevenir la constitución del hábito, no del consumo inicial) deberían ser similares a los utilizados en la intervención con sujetos adultos centrarse en el cambio de actitudes y de estilos de vida.

 

BIBLIOGRAFIA