ESPACIO ABIERTO
RESUMEN 1. LA CONSIDERACION DEL RETIRO EN NUESTRA SOCIEDAD ACTUAL
2. TOPICOS QUE NO SE CONFIRMAN
3. CARACTERIZACION DE LA POBLACIÓN
6. PREPARACION GENERAL VERSUS ESPECIFICA
Se analiza el fenómeno de la jubilación en el contexto de la situación actual española y los importantes cambios de mentalidad habidos en los últimos años. Se hacen unas consideraciones sobre las características de la población afectada por la proximidad de la jubilación, recogiéndose las influencias tanto maduracionales como de cohorte y de las ideas imperantes en el momento actual. Por último, se pasa revista a las alternativas de decisión a la hora de iniciar un programa de preparación para el retiro: objetivos, ventajas, participantes, monitores, didáctica, contenidos, etc., así como la necesidad de evaluar los resultados obtenidos.
Retiro. Preparación. Efectos de cohorte.
Retirement is analyzed within the context of contemporary issues in Spanish society and the important changes evolved during the last decade. Psychological characteristics of people who must face immediate retirement are studied, with the cohort effects who affect them. At last, are discussed different topics of controversy that influence existing programs for the planning of retirement: goals, adventages, participants, contents, methodology, etc., as well as the procedures for the follow-up.
Retirement. Readiness. Cohort effects.
La preocupación por el retiro ha entrado de lleno en nuestra sociedad, saltando a los medios de comunicación, invadiendo nuestros hogares y pasado a convertirse en tema habitual de nuestras conversaciones.
Con respecto a décadas anteriores aún no muy lejanas, se puede apreciar que en esto también se ha operado un cambio drástico que se extiende por las distintas capas socioprofesionales del país; en efecto, hablar públicamente del retiro -igual que ocurría con otra serie de cuestiones- no resultaba demasiado elegante ni agradable; pertenecía al grupo de asuntos etiquetados como "materias reservadas" de la vida estrictamente privada y de las que todo lo más se solía hacer partícipes a los miembros del entorno más íntimo y cercano.
Esta modificación de actitudes no es ajena a una serie de factores, entre los que valdría la pena destacar:
- La concienciación y mejor conocimiento por parte de la sociedad española del fenómeno del paulatino envejecimiento de la población general, debido a la consideración de las actuales tendencias demográficas y a la mejora y extensión de los cuidados sanitarios y de las condiciones de vida en su conjunto.
- La apertura y mayor interrelación con los países más desarrollados de nuestro alrededor, en los que el envejecimiento de sus habitantes ha conducido a plantearse acuciantes cuestiones sobre el envejecimiento de su población activa, con la consiguiente alteración de la distribución piramidal de la plantilla de edades de las empresas.
- La introducción acelerada de las nuevas tecnologías acompañada del desmantelamiento de buena parte de la industria, más eufemísticamente llamada "reconversión industrial", que ha dado paso a la aparición de una nueva casta de individuos -nueva por lo menos en cuanto a su alcance y extensión-: los jubilados anticipadamente, que vienen a romper la identificación tácitamente establecida: jubilación igual a vejez. Asistimos así a la proliferación de desocupados prematuros o, "jóvenes jubilados" en plenitud de facultades y posibilidades de actividades productivas, todo ello envuelto en las amenazadoras y poco prometedoras perspectivas de una grave crisis económica cuyos límites aún se vislumbran lejanos.
La implantación de la institución del retiro en su extensión actual, que abarca prácticamente todos los rincones del ámbito laboral, es un hecho relativamente reciente y que ha costado mucho lograr, incluso en los países de un mayor nivel de desarrollo.
El derecho a dejar -en un momento dado- de formar parte de las fuerzas del trabajo, a partir de una determinada edad y una vez cumplido un cierto período de tiempo, que lleva emparejada la percepción continua de una renta como pensión que garantice de por vida la subsistencia, constituye un avance social irreversible, para el que ha sido necesario establecer una serie de complejas previsiones económicas.
Para las empresas y demás organizaciones de trabajo, bien sean públicas o privadas, la jubilación supone además un hecho destacado que tiene carácter normativo dentro del ciclo laboral de las personas y que ha sido regulado dentro de los ritmos de carrera o trayectoria profesional establecidos.
Considerándose al retiro la puerta que introduce en la última etapa de la vida, la ya abundante y generosa bibliografía que se ocupa de los aspectos psicosociológicos del retiro en lo que respecta a conceptualizaciones, teorías, metodología de investigación, modalidades de intervención y consejo, etc., coincide en la práctica con lo que habitualmente aparece en los textos, publicaciones y revistas dedicadas a Psicogerontología o Gerontología Social. Se insiste y de ello se ocupan en buena parte los programas específicos de preparación para el retiro, en lo que será la vida del jubilado y la problemática que como viejo tendrá que abordar: superación de la crisis, cambio de roles, repercusiones en la salud física y mental, limitaciones impuestas por la edad, requisitos para una buena adaptación, estereotipos y prejuicios que hay que vencer, formas de integración, aprovechamiento del tiempo libre, actividades adecuadas pasada la jubilación, etc. (en una publicación reciente del título similar. Forteza 1990, me he ocupado mas detenidamente de algunas de estas cuestiones y a ella remito a los lectores interesados).
Es mi intención ahora sin dejar totalmente de lado cuestiones como las mencionadas, incidir en algunos aspectos referidos directamente no a los jubilados que inexorablemente se van haciendo cada vez más viejos sino a esta otra población, que por ir alcanzando la edad artificiosamente establecida o más aún por las desgraciadas circunstancias de la coyuntura económica del país y de las desafortunadas soluciones que para abordarlas se han adoptado, se encuentra sin haberlo deseado y buscado expresamente, en la situación de tener que pasar bruscamente de una vida presidida por la centralidad del trabajo a otra presidida por la centralidad del ocio.
Trataré pues de enfocar la jubilación desde la perspectiva de aquellos que aun no se han visto privados de su puesto de trabajo y de las consiguientes contraprestaciones o compensaciones que de él se obtienen, pero que se sienten ya más o menos de cerca, bajo la amenaza de perderlas.
En primer lugar intentaré trazar un cuadro de las peculiaridades de la población de prejubilados, para pasar a referirme a continuación a algunas condiciones de las acciones específicas para la preparación.
Al igual que la investigación sobre la Psicología de la Vejez ha servido para desmontar no pocos tópicos, prejuicios y generalizaciones abusivas, que constituyen un freno y una pesada carga que añadir a la ya de por sí inevitable y paulatina limitación de recursos que tienen que padecer los ancianos, las investigaciones sobre la jubilación van también demostrando y poniendo sobre el tapete la falta de fundamento de determinadas ideas que han estado hasta ahora presidiendo las consideraciones en tomo a la llamada "crisis" de la jubilación.
Así, por ejemplo, se ha venido afirmando reiteradamente que las actitudes de una persona ante el retiro dependerán en gran medida de la importancia y consideración que atribuya a su rol como trabajador; cuanto más implicado esté en sus labores profesionales y/o más identificado se sienta con su empresa, más le costará tenerlas que abandonar.
En la misma dirección es frecuente encontrar autores que sostienen que el grado de favorabilidad-desfavorabilidad de estas actitudes resultará el mejor predictor de la aceptación y posterior adecuación a su vida como jubilado.
La confirmación de estas predicciones adquiere una gran importancia y resulta de gran interés, si tenemos en cuenta que en los cursos de preparación para el retiro se pretende como uno de los objetivos prioritarios, modificar las actitudes de los participantes hacia el retiro en un sentido positivo.
Pues bien, los estudios empíricos que se han propuesto analizar este tipo de cuestiones, coinciden en rechazar tales relaciones. Entre las personas satisfechas con su trabajo se puede encontrar una distribución en porcentajes parecidos de sujetos que de buena gana están dispuestos a aceptar la jubilación junto con otros que más bien se resisten a ella y lo mismo parece ser que ocurre entre el grupo de los insatisfechos con su trabajo. (El hecho de que los datos procedan exclusivamente de autoinformes, donde pueden intervenir factores distorsionadores de presiones de grupo, de deseabilidad social, etc., arroja ciertas dudas sobre esta distribución equitativa, por lo que el tema merecería ser objeto de estudios con mayor profundidad.)
Quizá se ha exagerado la importancia atribuida al trabajo como tal en la vida personal o por lo menos ese peso predominante que puede responder a la realidad en el caso de grandes científicos, artistas, empresarios, altos profesionales y quizá directivos, se haya generalizado indebidamente a toda la población laboral sin excepciones. De hecho, en encuestas realizadas a jubilados recientes lo que más se echa de menos, lo que más se siente haber perdido es la disminución del poder adquisitivo. Añadamos, recordando la distinción propuesta por Herzberg, que abundan mucho más entre nosotros los trabajos que ofrecen casi exclusivamente gratificaciones extrínsecas y son éstas las que duele y se teme perder, a menos de tener previsto soluciones compensatorias.
Prever es adelantarse a los acontecimientos. Actualmente la opinión más extendida es que las actitudes ante el retiro dependen esencialmente de la manera en que el sujeto perciba como va a poder desenvolverse ante las circunstancias de la nueva situación que le va a tocar vivir, cobrando especial realce en su determinación los factores del contexto social en el que va a producirse la jubilación: condiciones económicas, pertenencias, relaciones dentro del círculo familiar, relaciones personales extrafamiliares, intereses y aficiones, así como facilidades para poder cultivarlas y practicarlas.
Otra idea sobre la jubilación que a la luz de los datos recogidos ha quedado totalmente descartada, es la referida a las consecuencias negativas que la pérdida del rol de trabajador puede ejercer sobre la salud bien sea física o mental. Si se exceptúan los casos de jubilaciones anticipadas precisamente en razón de la presencia de alteraciones patológicas más o menos manifiestas, en conjunto se aprecia una posterior notable mejoría, que se va haciendo patente una vez superado el período inicial del cambio. Estados de ansiedad y/o depresión pueden acompañar los avatares del tránsito, pero tienden a disiparse en el momento en que se alcanza la inevitable reorganización de actividades. Las llamativas comparaciones que se han presentado sobre la mayor incidencia de determinadas enfermedades en muestras de jubilados frente a muestras de personas en plena actividad laboral, carecen totalmente de valor por el hecho del defectuoso control de otras variables relevantes, como sería el caso de las diferencias de edad o de la disponibilidad de cuidados sanitarios.
Causas externas (cambios tecnológicos, de organización, etc.) e internas (enlentecimiento, dificultades perceptivas, pérdidas de psicomotricidad, memoria, etc.) pueden dar razón de la inferioridad de los trabajadores maduros con respecto a los más jóvenes en rendimiento. Pero si se cuidan las primeras (formación permanente, diseños ergonómicos, reacomodación y/o cambios de puestos), dependiendo del tipo de tareas y actividades, en multitud de puestos el rendimiento profesional de los mayores no tienen porqué resentirse e incluso se da el caso de que puedan ser preferibles para determinados cometidos. Ciertos adelantos de las nuevas tecnologías, siempre que estén pensados y diseñados teniendo en cuenta las características de los trabajadores maduros, evitando inconvenientes y contradicciones físicas y mentales (por ejemplo en los sistemas de presentación de señales) pueden abrir insospechadas posibilidades de actuación eficaz. Pero son los propios sujetos los que no deben dejarse influir por las opiniones aún prevalentes en nuestra sociedad y mostrarse convencidos de que son capaces de rendir a plena satisfacción.
La población a la que va a afectar la proximidad de la jubilación es por supuesto muy amplia y diversificada. En este sentido, todo intento de caracterización general resulta sólo una burda aproximación. Notemos que un fenómeno ampliamente documentado y que se comprueba en toda clase de características personales estriba en que las diferencias interindividuales tienden a aumentar con el paso del tiempo; cuanto mayor en edad es el grupo que se está observando mayores serán las diferencias entre sus miembros. La diversidad de trayectorias vitales recorridas con el conjunto de experiencias personales acumuladas, los variados roles desempeñados, etcétera, pueden explicar el hecho de esta mayor variabilidad.
Así pues y avanzando en esta aproximación, las peculiaridades de los individuos que componen la población de prejubilados se diversificarán en función de sexo (género), estatus socioeconómico, profesión, hábitat geográfico, estado civil, situación familiar, procedencia étnica etc., así como de otras condiciones del entorno físico y social en el que se hayan desenvuelto, no teniendo más de común que la zona del espectro de edades en la que se encuentran.
Esta zona es la que con límites flexibles podría situarse entre los 40-45 y los 60-65, la edad adulta intermedia o madurez tardía, eufemísticamente llamada por algunos "la mitad de la vida" y que en definitiva es la antecesora o antesala de la vejez.
En cuanto a la consideración que por parte de la Psicología Evolutiva ha merecido, no se puede negar que se trata de la cenicienta de todas las edades. En efecto, la Psicología Evolutiva o Psicología del Desarrollo que se centró con tanto ahínco en las primeras etapas de la vida -desde el nacimiento a la juventud- descubrió a partir sobre todo de la década de los sesenta, la importancia del estudio de la vejez con el subsiguiente estallido de publicaciones, quedando en medio relegado, el período de mayor actividad y realizaciones.
Es evidente que en relación con otras fases del ciclo vital, los conocimientos que aporta la bibliografía psicológica al respecto son escasos, dispersos y poco contrastados, a lo que se añade como una dificultad más, el hecho de la variada procedencia de los autores que han abordado la cuestión con orientaciones teóricas diversas y aún contrapuestas y que además militan en áreas distintas y alejadas entre sí.
No obstante es de prever que esta laguna que denunciamos se vaya llenando paulatinamente al insistir la corriente hoy predominante del "Life-span developmental Psychology" en el cambio a través de la continuidad, incorporando de alguna manera ideas procedentes de las teorías de los estadios según las cuales lo que acontece en cada etapa está influenciado por lo ocurrido en la anterior y a su vez va a determinar las realizaciones futuras. Precedentes notables no faltan, como es el caso de algunos gerontólogos de primera fila entre las que es de justicia destacar a B. Neugarten y en general los trabajos de la Escuela de Chicago.
Una aportación notable que proporciona información relevante para nuestro propósito, procede del campo de la Psicología del Trabajo, donde en relación de los problemas suscitados por el rendimiento, la formación y reconversión profesional de los trabajadores maduros de todos los niveles y sobre todo en relación con la Planificación de los Recursos Humanos y el establecimiento de líneas de desarrollo de carreras, se han ocupado de las características peculiares de los "fifties", dando lugar a una serie de publicaciones en las que se advierte una clara influencia de autores de orientación sociodinámica como pueden ser Levinson, Gould o Vaillant (gran conocedor y admirador de Erickson).
Con este material, es factible trazar a grandes brochazos un perfil o cuadro general de las características, preocupaciones y problemas habituales que resultan representativos de este período y que con límites flexibles y permeables para cada persona en particular, sirvan de pauta en el plano profesional, personal y de la vida de relación.
En el terreno profesional el individuo se encuentra ya situado; ha subido los peldaños de su escala y está a punto de tocar techo; ocupa una posición consolidada, ha adquirido soltura, el dominio y manejo de la situación, que le suponen tanto un conocimiento del desempeño de sus tareas habituales como del funcionamiento de la organización para la que trabaja. Ello le lleva a adoptar un estilo propio de actuación.
Pero al mismo tiempo, toma conciencia de sus limitaciones; se percata del desfase existente entre lo que había pensado alcanzar y lo que realmente ha sido o va a ser capaz de lograr, el número y la calidad de las oportunidades que en adelante se le van a ofrecer empieza a reducirse gradualmente (se considera una ventaja de los trabajadores maduros que entre ellos descienden considerablemente los índices de rotación externa; de la necesidad no tienen más remedio que hacer virtud).
Al mismo tiempo, ha de enfrentarse a las nuevas exigencias que le plantean los cambios tecnológicos y Organizativos. Se percata de que pierde iniciativa, refugiándose en aquello que le resulta familiar y que le ha dado éxito en anteriores ocasiones.
La competencia de personas más jóvenes, con mayor energía y acaso con mejor y más actualizada preparación, tiende a percibirse como una forma de acoso o amenaza constante. Las inquietudes provocadas suelen manifestarse en forma de una excesiva preocupación por la seguridad, el amarrarse firmemente a lo que se hace y a lo que se tiene, el tratar a toda costa de mantenerse, haciéndose el imprescindible, aunque tampoco son excepcionales los intentos de cambio, orientándolos hacia una nueva aventura profesional, que en caso de lograrla, sería ya lo último y definitivo.
Por último, la proximidad del retiro comienza a lanzar sombras, creando en muchas personas un estado de intranquilidad, desasosiego, zozobra y nerviosismo, que no resulta muy propicio para concentrarse en su trabajo y mantener altos niveles de eficacia. En general cuanto más cerca se está, más se empiezan a valorar los inconvenientes; precisamente una relación claramente establecidos es que las actitudes hacia el retiro se van haciendo más negativas entre los que trabajan, en función de la mayor edad o menor distancia a la fecha en que se espera se produzca. Naturalmente, ese clima de inquietud y sus negativas consecuencias para el rendimiento, es de esperar que se acreciente en el caso de la ambigüedad que en malos tiempos de crisis añaden las soluciones que apuntan a posibilidades de jubilación anticipada.
Pero los avatares de la vida profesional no son ajenos a los de la vida privada. En el período que estamos analizando también en el seno de la familia se producen cambios importantes que afectan a la estructura y a la dinámica y tienen su reflejo en la vida de cada día.
Los hijos con los que a menudo se han producido incomprensiones y desavenencias (diferencias generacionales) se van separándose incluso físicamente, si bien en muchos casos solicitan que se les preste alguna ayuda especialmente en los aspectos económicos. Las ilusiones que en ellos se depositaron pueden ser causa de orgullo o por el contrario de frustración con un deje de amargura.
Dada la prolongación de la duración de la vida, cada vez son más abundantes las situaciones en las que el adulto maduro tiene que mantener una relación especial con sus padres ancianos a los que precisamente es ahora cuando está en condiciones de poder juzgar objetivamente, sin idealizarlos ni culpabilizarlos de los errores cometidos. Esta relación se hace difícil por la inversión que implica de los términos habituales de apoyo y dependencia.
Con el cónyuge la relación se hace más franca y abierta adquiriendo matices de amistad y camaradería: la mayor frecuencia de las parejas con doble actividad laboral favorece un mayor enriquecimiento por el intercambio de experiencias, así como una redistribución de roles más equitativa. La energía empleada en otro tiempo en el cuidado de los hijos puede volcarse ahora en el fortalecimiento de la relación entre ambos y en un mejor cuidado de sus pertenencias. Se intensifica la vida social, que se amplía más allá del círculo familiar (salidas, reuniones, actos culturales, viajes).
En el plano más general y personal, es el momento de hacer inventario. ¿Qué he hecho hasta ahora de mí vida? Se evalúan las realizaciones del pasado; no se es ya un viejo pero tampoco se es ya joven; aun se está a tiempo de hacer cosas pero hay que decidir y sobre todo hay que darse prisa.
Cobra realce la consciencia de la finitud -algunos amigos han ido desapareciendo- el tiempo es limitado, no se pueden dejar asignaturas pendientes. Hay que aprovechar y sacar partido a cada momento y a cada situación: quizá haya ocasión aún de aportar alguna contribución útil a la sociedad, embarcándose en empresas y actividades de carácter social, político o de la vida comunitaria.
Se produce un repliegue sobre sí mismo, los estudios longitudinales sobre la evaluación de las tendencias de personalidad registran un alto grado de estabilidad con el paso del tiempo en todas ellas y sin embargo admiten como excepción un aumento característico en la introversión; B. Neugarten se refiere a un proceso de interiorización en estos años, sería parangonando a la adolescencia con su descubrimiento de la intimidad, el descubrimiento de la interioridad. Los intereses se concentran y se inicia un anhelo de individualización, de ser uno mismo y de manifestarse tal como se es, lo que como contrapunto negativo puede suponer cierta dosis de escepticismo y aún de cinismo. A su vez, las ilusiones y sueños del pasado se reducen, algunos se desechan, otros se reajustan a posibilidades mas realistas.
Siendo la autoevaluación crítica la actividad más representativa ("tarea" en la terminología de Havighurst) de este período, no es de extrañar que algunos autores hayan lanzado y divulgado lo que otros han considerado un mito: la crisis de la edad adulta. Situaciones de estrés se producen en todas las etapas de la vida, pero quizá esta especial sensibilidad para autoobservarse y autojuzgarse explique la aceptación y difusión que ha alcanzado la idea de la crisis.
Resultaría atrevido tratar de generalizar el retrato-robot que acabamos de diseñar, pues los datos proceden de sujetos de un nivel profesional superior a la media -en su mayor parte ejecutivos- y de países anglosajones. De cualquier forma, puede servir ayuda en el momento en que nos pongamos a pensar como son las personas que se encuentran en la etapa en la que deben incidir más directamente las acciones de preparación para el retiro. Habrá también que distinguir y matizar en el colectivo le sujetos a los que se enfoca la preparación, entre aquellos aspectos peculiares achacables a la maduración y aquellos otros que pueden atribuirse a diferencias de cohorte o generación, así como las debidas a las ideas predominantes en el momento en que se efectúan observaciones.
Así pues, anteponiendo siempre la consideración de las diferencias individuales, me parece también oportuno para referirnos a nuestra población actual de prejubilados hacer una alusión a unas peculiaridades que en muchos casos pudieran resultar definitorias y que se desprenden no en razón de su edad sino debido a las circunstancias históricas y ambientales que les ha tocado en suerte vivir. Atendiendo a efectos generacionales resulta aclaratorio tener en cuenta como pauta explicativa que puedan incidir en toda clase de aspiraciones y actitudes, las siguientes líneas generales de desarrollo.
Nuestros actuales cincuentones y sesentones son hijos de la Guerra Civil y de sus devastadoras secuelas. Se criaron en el período traumático de posguerra en circunstancias de graves carencias educativas, sanitarias y de todo género y de cerrazón ideológica dentro del orden establecido (por ejemplo la escasa afición por la lectura de que adolecen nuestros mayores puede asociarse a las deficiencias educativas en las edades que corresponderían al estudio).
Desde mediada la década de los cincuenta y durante los sesenta un número considerable de personas y familias españolas formaron parte de un incesante flujo inmigratorio especialmente del campo al suburbio ciudadano, en busca de mejores perspectivas para sí y para sus hijos.
Durante los años que correspondieron a los períodos de juventud y primera edad adulta, se producen en el país cambios significativos sin precedentes: desarrollo industrial y económico, transformación de la unidad familiar que de patriarcal pasa a nuclear, incitación a un consumismo desbordante, invasión de los medios de transporte privado, auge de la televisión, etcétera.
La caída del régimen autoritario da paso a un sistema democrático, similar al de los países del entorno, con la consiguiente apertura a una serie de manifestaciones culturales, costumbres y modos de comportamiento nuevos y variados.
La sociedad sigue mostrándose clasista; los oficios y en general los trabajos manuales gozan de poca consideración. El hijo de un profesional deberá seguir estudios superiores, mientras que muchas familias humildes se esfuerzan y sacrifican para que sus hijos superen el estatus de sus padres.
Se impone la igualdad de derechos de las mujeres, que alcanza cotas de estudios elevados similar a los varones y se incorporan masivamente -o por lo menos pretenden hacerlo- al mundo laboral. Cada vez abundan más las parejas en que ambos trabajan (familias de doble Carrera).
A una etapa en la que los hijos tendían a independizarse prematuramente (problemas de "nido vacío" sucede bruscamente otra en la que la falta de oportunidades de trabajo hace que se retrase la edad de la emancipación (problemas de convivencia y dependencia económica).
Hechos como los señalados no pueden por menos de afectar al sistema de creencias y valores que hasta entonces había imperado en la sociedad, abriéndose paso e interiorizándose en las conciencias de los ciudadanos nuevas concepciones en la forma de entender el sentido de la existencia humana; así se van extendiendo manifestaciones de palabra y acción como los siguientes:
El sociólogo francés Georges Friedmann, ha definido al hombre como un animal social que se ocupa esencialmente de trabajar. El trabajo añade, es el común denominador y una condición de toda vida humana en sociedad. Contemplado con ojos de zoólogo, el hombre es visto como un animal que además de cubrir sus necesidades biológicas más apremiantes, se ocupa más que nada de trabajar.
En nuestra sociedad, la mayoría de los adultos sanos dedican la mayor parte de su tiempo de vigilia y de sus energías a las actividades impuestas de producir o distribuir bienes y servicios, que la sociedad necesita o apetece. El trabajo desempeña un papel preponderante en la estructuración de sus vidas: distribución de su tiempo, horarios a los que se someten, lugares que frecuentan, locales que ocupan, desplazamientos, contactos y relaciones personales, etc., e incluso la propia valía personal (prestigio, estatus, poder, influencias) aparecen directamente relacionados con el empleo ejercido, con el puesto de trabajo desempeñado, que hace posible poner en juego sus destrezas y conocimientos, activar sus intereses, expresar en suma su personalidad, contribuyendo en gran medida a determinar el nivel de autoestima e incluso el sentido de la propia identidad.
Desde pequeños se nos ha imbuido el valor del trabajo; hay que hacer cosas para obtener algo práctico. Las actividades de ocio se aceptan y toleran en cuanto sirven para recuperarse del esfuerzo del trabajo, son legítimas en cuanto ayudan a poder trabajar más y mejor. Dedicarnos a hacer cosas sin una obligación perentoria y que no abocan en productividad, nos hacen sentir un poco culpables.
No es de extrañar pues, que aquellas personas que durante muchos años han estado uncidas al yugo del trabajo y que de pronto tienen que encararse con el vacío de su tiempo, necesitan un período de readaptación, tengan que hacer un esfuerzo de reacomodación y que incluso les resulte pertinente un cierto entrenamiento y una educación especifica para saber emplear y poder disfrutar de su tiempo libre.
Se hace preciso modificar el sentido de las actividades de ocio, de manera que alcancen valor por sí mismas, como disfrute interno, como expresión de la personalidad, como autorrealización y forma de enriquecimiento personal y no sólo como mero medio de evasión y descanso reparador.
Frente a una vida marcada, condicionada y organizada por y en función del trabajo, la condición de jubilado ofrece evidentemente ventajas e inconvenientes. Ahora bien, muchas personas corren el riesgo de no poder aprovechar y sacar partido a esas ventajas porque no pensaron o incluso evitaron pensar en el retiro, hasta el momento de darse de bruces con él.
Se envejece de acuerdo con la forma en que se ha vivido. En sentido lato, la experiencia vital acumulada constituye la mejor y mas amplia preparación para encarar con éxito la etapa que se inicia a partir de la jubilación.
Es curioso observar como pese a disponer de mucho más tiempo, la mayoría de los jubilados se muestran reacios a emprender nuevas actividades, tendiendo a seguir practicando aquello mismo a lo que estaban acostumbrados.
Las personas que durante su etapa anterior no se sintieron encasilladas y supieron compaginar y repartir equitativamente su tiempo y energía entre las tareas estrictamente profesionales y el cultivo de otras aficiones y actividades de relación y/o esparcimiento, dispondrán sin duda de una mayor cantidad de recursos para acomodarse a su nueva situación.
Pero esa preparación más genérica y de largo alcance, difícilmente sustituible, no puede hacemos olvidar otro tipo de intervención más específica y concreta, que incluso en el caso de contar con un buen nivel de la primera puede hacerla aún más rentable. De ella pasamos a ocuparnos.
De la conveniencia de una adecuada preparación para la jubilación se empiezan a ocupar los primeros psicólogos que abordan los problemas de la adaptación y satisfación en la vejez, incluso en una época en que en los Estados Unidos, la institución del retiro tal y como hoy la entendemos, dejaba sin cobertura a una gran parte de la población laboral del país. Resulta significativo que en el segundo número del Journal of Gerontology correspondiente a 1946, se incluya ya un artículo de E. H. Moore con este título, en que se citan la realización de actividades planteadas con este propósito, elogiándose sus efectos e invitando a su difusión.
Aparte de un sin número de publicaciones en su gran mayoría de carácter interno y privado (de asociaciones, empresas, comunidades, etc.) de difícil acceso y escasa repercusión, el tratamiento del tema entra a formar parte de la bibliografía científica norteamericana y poco después europea en la década de los 60, coincidiendo con la proliferación de experiencias de diversas clases, realizadas sobre todo en grandes empresas y organismos de la administración pública y alentadas y en algunos casos apoyadas, por las recomendaciones de diversos organismos internacionales y estatales, cada vez más conscientes del importante papel social que una creciente población de jubilados, como colectivo activo y participativo, puede desempeñar.
Sin embargo, y pese a esa creciente extensión, es preciso señalar que datos procedentes de países de la Comunidad Europea cifran en sólo alrededor de un cinco el porcentaje de personas en edad cercana a la jubilación que han tenido acceso a actividades reguladas de preparación, lo que por otra parte, da idea del camino que queda aún por recorrer.
En Estados Unidos las distintas estimaciones suelen ser ligeramente superiores y con tendencias a aumentar, aunque en una encuesta se registró que si bien un 12% habían tenido posibilidades de participar, de hecho sólo un 4 % lo habían hecho; por supuesto, los porcentajes tienden a aumentar linealmente a medida que se trata de personas de niveles profesionales más elevados o que pertenecen a empresas más importantes; parece ser que los sindicatos participan activamente en la promoción de esas actividades.
En España las actividades específicas de preparación para el retiro, impulsadas operativamente en todo momento por el INSERSO, son con algunas excepciones de más reciente creación y es en estos últimos años que empiezan a incluirse en las directrices de la política de Recursos Humanos y servicios sociales de algunas de nuestras grandes empresas -entre las que destacan las del sector eléctrico- así como en organismos públicos. Igualmente los servicios sociales y asistenciales de comunidades, ayuntamientos y barrios comienzan a moverse en este sentido ofreciendo su ayuda a poblaciones más heterogéneas.
Las actividades de preparación a la jubilación pueden adoptar diferentes formas que en muchos casos pueden resultar complementarias. Artículos en revistas, boletines y órganos de difusión propios; publicación de libros y folletos explicativos; ciclos de conferencias, seminarios, planes de entrevistas individuales de orientación y consejo o bien cursillos de determinada duración y continuidad, en los que se desarrolla un programa. Son estos últimos a los que nos vamos a referir con más detenimiento.
Algunos expertos se inclinan por defender la utilidad de distinguir entre programas orientados más hacia la planificación, de otros orientados más hacia el consejo. Los primeros se centrarían en aportar toda la información pertinente, estimulando la formalización de un plan realista y razonable al que acomodarse en la vida que va a seguirse como jubilado, lo que incluye la manera de hacer frente y decidir sobre cuestiones tales como ingresos económicos, modalidades de vivienda, relaciones sociales, cuidados sanitarios, dicta y ejercicio físico, mantenimiento de actividades, cultivo de aficiones, distribución del tiempo, etc. Los programas orientados hacia el consejo están pensados para fomentar actitudes favorables hacia el retiro, disipando temores, rebatiendo precios y haciendo ver sus ventajas, para de esta forma promover una transición sin traumas ni dramatismos hacia la vida posterior, que dejará de estar sometida a las imposiciones y limitaciones derivadas de las obligaciones del trabajo.
Reuniendo ambas tendencias, los objetivos de un programa deben girar sobre tres ejes básicos:
1. Proporcionar el conocimiento más amplio y detallado posible y la comprensión sobre las contingencias que previsiblemente plantea la condición de jubilado así como los medios disponibles y las estrategias para abordarlas, proponiendo alternativas a las ocupaciones que hay que abandonar en razón de la situación de jubilado y del progresivo aumento de la edad. (En este sentido además de los expertos conocedores de los distintos temas que se traten, resulta muy positivo la intervención en los cursos de jubilados que expongan sus propias experiencias.)
2. Mejorar las actitudes hacia el retiro y hacia las etapas que resten por vivir, promoviendo actitudes favorables con respecto a nuevas oportunidades en las que quizá no se hubiera caído en la cuenta. (Al incluir las actitudes, contenidos afectivos, cognitivos y de acción, las técnicas de modificación tienen que tener en consideración los tres aspectos.)
3. Alentar y ayudar a establecer un plan personalizado de futuro realista y cortado a la medida, esto es, diseñado de acuerdo con las circunstancias de cada uno Y el contexto social en el que se desenvuelve y que sea a la vez firme y flexible.
Notemos que sin esta determinación previa y explícita de los objetivos a alcanzar, cualquier sistema que se proponga para la evaluación de resultados, carecerá de base en que apoyarse.
Una vez definidos los objetivos, a la hora de plantearse la puesta en marcha de un curso de preparación, habrá que ocuparse de una serie de cuestiones referidas a su organización, su desarrollo y la posible evaluación de sus resultados. Sobre todo ello habrá que tomar decisiones posibilistas, que forzosamente variarán según quienes sean los patrocinadores y los posibles destinatarios.
Respecto a los participantes las cuestiones a debatir son las relativas al grado de homogeneidad, el número de personas incluidas en el programa y la edad a que se debe iniciar esta preparación. La homogeneidad en cuanto al nivel de educación y categoría profesional puede crear graves dificultades; no así en cambio, respecto a la diversidad de oficios, profesiones o clases de empleo desempeñado . El número de participantes no debe superar el habitualmente incluido en las sesiones de dinámica de grupo, de manera que permita la fluida participación de todos, se pueda estimular a los más tímidos y retraídos, fomentando la libertad de expresión y los intercambios de ideas. Siendo realistas podríamos aventurar cifras no inferiores a doce y no muy superiores a veinte. No parece que exista una edad óptima para tomar parte en esta clase de acciones; hay opiniones para todos los gustos, desde los que consideran que deberían asistir personas a partir de los 35 años, hasta los que hacen ver que si falta aún mucho tiempo, la implicación no podrá ser muy grande. Distinguiendo lo que debe ser la preparación general para las etapas del futuro, que debería estar presente durante toda la vida, de lo que son propiamente las acciones concretas de preparación para la jubilación, considero que una perspectiva de 4 ó 5 años resulta la más adecuada para tomarse en serio la cuestión. Por lo demás, se hace preciso informar correctamente de lo que se pretende, no provocar recelos infundados, que puedan percibirse como amenazas veladas de invitación a la jubilación antes de tiempo y por otra parte vencer resistencias y reticencias de que por prepararse ya vas a ser considerado como "viejo".
Los aspectos referidos a la realización o desarrollo del curso, se relacionan todos entre sí, de forma que la decisión adoptada sobre uno de ellos puede afectar y condicionar al resto. Entre estos aspectos deben incluirse:
- El contenido o conjunto de materias a exponer, determinando la distribución del tiempo concedido a cada una, la forma de exponerla y el orden en que se va a hacer.
- Los ponentes que van a tratar las distintas materias, bien sean los regulares o bien los que intervengan con carácter extraordinario. Es habitual que los ponentes actúen también como moderadores en aquellas sesiones que así lo exijan.
- Los locales donde se van a celebrar las reuniones, en régimen abierto o cerrado.
- Los horarios, la duración total y de cada una de las sesiones.
- La continuidad o discontinuidad de éstas (días seguidos, alternos, etc.).
- Las posibles acciones de "follow-up", continuidad o seguimiento (por ejemplo, podría organizarse un cursillo de cinco jornadas seguidas con sesiones posteriores cada dos o tres meses en las que se analizan los progresos y dificultades habidas).
- La metodología a seguir, alternando exposiciones con sesiones de mayor interacción, intercambio de ideas y experiencias, búsqueda en grupo de soluciones creativas, etc. Es conveniente que se atenga a los principios pedagógicos habituales en la formación de adultos, incluidas las técnicas de la descubierta y el "hágalo o dígalo Vd. conmigo", que propusieron los Belbin a propósito del aprendizaje industrial de trabajadores maduros. En Estados Unidos gozó de cierta aceptación la incorporación, como parte del programa, de formas derivadas del "T-group" o aprendizaje sensitivo, con la triple finalidad de ayudarse a conocerse mejor a sí mismos, saber situarse el grupo y percatarse de los entresijos del funcionamiento social. Hoy en día resulta imprescindible la utilización de medios audiovisuales, especialmente vídeos y películas que ilustran y favorecen la discusión de los temas tratados y los problemas planteados. Por último, la organización del curso incluye la preparación de la documentación a entregar, que debe ser congruente con lo expuesto durante las sesiones.
En determinados momentos puede resultar muy positivo la incorporación en el grupo de familiares de participantes, en especial del cónyuge que de esta forma se ven implicados y comprometidos en el camino a emprender.
La evaluación de un programa de formación, en nuestro caso de preparación para la jubilación, debe ir encaminada a conocer la eficacia del mismo. Existen varias formas para determinarla.
La primera y más habitual y según mis conocimientos la única que se ha puesto en práctica entre nosotros, consiste en la recogida de las reacciones de los asistentes al curso; a tal efecto, a la terminación del mismo se pasa un cuestionario que incluye preguntas sobre los diferentes aspectos, tanto de forma como de contenido, que se han desarrollado pidiéndose una valoración. En general las respuestas obtenidas tienden a ser muy positivas, lo que estimula la continuidad de estas experiencias y sirve de ayuda para mejorar las siguientes, retocando o modificando los aspectos peor valorados y/o comparando los registrados en los distintos cursos que se hayan celebrado.
Puede pensarse, que esta opinión que según pregonan los organizadores, resulta en términos generales tan favorables, esté en parte inducida por el "efecto Hanwthorne" (los participantes se han visto objeto de atención especial), lo que, en estas circunstancias no deja de ser un refuerzo muy oportuno, pero en cualquier caso los datos recogidos con ocasión de finalizar la experiencia me parecen de poco valor para aquilatar los efectos frente a los objetivos últimos que se persiguen con el programa, que habría que analizar posteriormente en la actuación de la vida real.
Otra fórmula podría ser una estimulación de los conocimientos, estrategias y convicciones adquiridas, lo que exigiría una especie de pretest para poder cotejar la situación inicial previa con lo realmente aprendido como consecuencia del curso.
Pero en definitiva, lo realmente interesante sería poder diseñar un sistema que permitiera apreciar la aparición de conductas o la modificación de comportamientos en la dirección de lo enseñado en el programa, para lo que sería preciso la utilización de grupos de control y la recogida periódica de observaciones en períodos de tiempo suficientemente prolongados, atendiendo también a la información que puedan aportar las personas allegadas del entorno. A mi modo de ver, la evaluación de resultados requiere un trabajo complejo y continuado de investigación a largo plazo.