DOSSIER

Entre el asistencialismo y la autogestión: La psicología comunitaria en la encrucijada


Between Welfare Culture and Self-management: Community Psychology at the Crossroads

Maritza Montero

Universidad Central de Venezuela.
Conferencia dictada en el "Encuentro Universitario de Psicología", Rosario (Argentina) 16 al 18 de septiembre de 1993.


RESUMEN

PALABRAS CLAVE

ABSTRACT

KEY WORDS

EL CAMBIO EN EL OBJETO DE ESTUDIO

CAMBIOS EN LA CONCEPCION DEL SER HUMANO

CAMBIOS EN LA CONCEPCION DEL SUJETO

CAMBIOS EN EL ROL DEL PSICOLOGO

CAMBIOS EN LA APROXIMACION METODOLOGICA

CAMBIOS EN LA FUNDAMENTACION Y OBJETIVOS DE LA DISCIPLINA

CONCLUSION

BIBLIOGRAFIA


RESUMEN

Se describe el surgimiento de la Psicología Comunitaria en América Latina a mediados de los años 70, indicando sus principales características, que la definen como una psicología para el cambio social diferenciándola a la vez que asemejándola en algunos aspectos a la subdisciplina surgida en los EE.UU., a mediados de los años 60. Se analizan a continuación los cambios que esta disciplina introduce en cuanto a: 1) el objeto de estudio, desplazado del individuo a la comunidad, 2) a la concepción del ser humano, que pasa a ser considerado como el actor social fundamental en interacción dinámica con su medio ambiente; 3) a la concepción del sujeto de la investigación, que se enriquece con la diada sujeto investigador externo-sujeto investigador ínterno;4) al rol de los/as psicólogos/as, considerados como agentes de cambio social, en relación dialógica con los miembros de las comunidades; 5) a la aproximación metodológica que pasa a incorporar formas de investigación activa y participativa y 6) a la fundamentación y objeto de la subdisciplina, que se orienta a la autogestión, centrando el control en la comunidad fortalecida.

PALABRAS CLAVE

Psicología comunitaria. Psicología social Latinoamérica. Intervención. Cambio social.

ABSTRACT

This paper describes the emergence of Community Psychology in Latin America, during the mid-seventies, showing the main characteristics defining it as a Psychology for social change; as well as its differences and similarities, in some aspects, with the subdiscipline created in the USA, during the midsixties. An analysis of the main features of this branch of Psychology is made, concerning changes in: 1) the conception of human beings, that come to be considered as the fundamental actors in a dynamic interaction with their environment; 2) the object of study, displaced from the individual to the communities; 3) the conception of the subject of research, now enriched by the dyad external researcher-internal researcher; 4) the role of psychologists, that come to be considered as agents of change in a dialogical relation with community members; 5) the methodological approach, that incorporates modes of participatory and active research and; 6) the foundation and goals of the subdiscipline, oriented to self-management and, centering the locus of control in an empowered community.

KEY WORDS

Community psychology. Social psychology. Latin America Intervention. Social change.


Hoy, a pocos años del fin del siglo, hablamos de la psicología comunitaria como de una rama de la psicología confortablemente establecida, sólida, cuyo currículo ostenta cursos universitarios tanto a nivel de pregrado cuanto de postgrado y que hace gala de algún acopio de literatura especializada, que sin llegar a la abundancia de otros campos, representa ya un cierto cúmulo de trabajo y le otorga una cierta respetabilidad.

Es bien conocida la historia de su inicio oficial. Para los EE.UU., la celebración de la conferencia de Swampscott, Massachusetts, en 1965, destinada a generar una psicología que rompiese con la orientación tradicional dominante en el campo psicológico aplicado, modelada por la clínica e incluida por el modelo médico. Al mismo tiempo, entender que la salud es un fenómeno integral, que incluye lo orgánico y lo mental y que la práctica psicológica puede y debe ir más allá de lo relativo a la patología y los desajustes. Sin embargo, a pesar de haber transcurrido casi 30 años, la mayoría de los centros de intervención y de investigación en los EE.UU., no han logrado superar el enfoque de la Salud Mental Comunitaria, centrado más en las instituciones que en las personas.

Para América Latina, la subdisciplina surge independientemente, diez años después, y no por impulso de una psicología clínica insatisfecha con su pobre repercusión social, sino de una psicología social afectada del mismo mal. En efecto, en nuestro ámbito se planteaba en aquel momento, la necesidad de responder a la crisis de relevancia que afectaba a esa rama de la psicología; razón por la cual comienza a generarse una praxis en función de la realidad social, destinada a redefinir objeto, método y teoría, así como la propia identidad profesional de los psicólogos/as. Este movimiento ocurre simultáneamente en varios países latinoamericanos (Brasil, Colombia, Chile, México, Panamá, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Venezuela), donde coincidentalmente, los psicólogos/as buscaban en las mismas fuentes asidero y fundamento para lograr tal transformación: los escritos de juventud de Marx y Engels, el construccionismo social de Berger y Luckman, el enfoque de la educación popular de Paulo Freire; la sociología militante liderizada por Fals Borda; la investigación-acción participativa.

Esta psicología comunitaria no adquirió la inmediata denominación que tuvo la estadounidense, pero ya para 1970-1980, presentaba las siguientes características:

Sin embargo, el desarrollo de la disciplina muestra que hay puntos de coincidencia entre las tendencias latinoamericana y estadounidense (Montero, 1993; Serrano-García y Alvarez, 1992), ya que desde mediados de la década de los 80, las relaciones entre ambas regiones se han estrechado produciendo una mutua influencia. Así, puede decirse que en ambos ámbitos hay acuerdo, por lo menos teórico, en que es una psicología que propugna la unión entre teoría y praxis (Montero, 1981, 1988); que forma parte de un nuevo paradigma (Brea y Correa, 1985; Rappaport, 1977); que utiliza muchas teorías de alcance medio (si bien en América Latina ellas no proveen las explicaciones globales y definitivas para un fenómeno, sino sólo explicaciones de aspectos específicos en problemas más globales) y también de orientaciones teóricas de mayor alcance; la necesidad de desechar el modelo médico.

Estas características pueden resumirse en una sola, fundamental: la de ser una psicología para el cambio social (Fawcett, 1991; Montero, 1980, 1987, 1991; Serrano-García, 1992) Y este cambio afecta toda la concepción de la relación de la ciencia psicológica con su objeto de estudio. Desde la teoría hasta la práctica, desde el objeto hasta el sujeto, desde el investigador hasta el investigado. El centro del cambio, su núcleo esencial, se origina en ese ser humano, irradia de él para volver a él. En él halla su principio y su fin. Por eso la ruptura con la psicología tradicional que partía de una relación jerárquica entre psicólogo y "cliente", que percibía a sus sujetos como seres carenciados, o que los predefinía desde una posición decisoria y excluyente. Esto generaba una distancia entre investigadores e investigados, no salvada por las prácticas psicológicas realizadas en el campo, en las cuales sólo se producía un cambio en el lugar de acción de las tareas, que seguían siendo individualistas y extractivas. Quintal de Freitas (en prensa) llama a tal posición Psicología EN la comunidad, no comunitaria, ya que la comunidad como tal se limita a ser un mero sujeto receptor. Contra esto busca incidir la psicología comunitaria, entendiendo que la mayoría de las personas están sanas, que los seres humanos poseen innumerables recursos y potencialidades y que la solución a sus problemas no está en adaptar a las personas al sistema, sino en crear sistemas adaptados a las personas.

 

EL CAMBIO EN EL OBJETO DE ESTUDIO

El surgimiento de la psicología comunitaria va acompañado de un desplazamiento del centro de estudio del individuo a la comunidad. Y no meramente del individuo al grupo, algo que ya se había producido en los años 50 con los trabajos de Lewin y de Sherif y Sherif, pero cuyo énfasis va a estar en los grupos primarios y en los efectos que se producen para los individuos, en las relaciones que surgen entre quienes son miembros de esa totalidad que es el grupo. El viraje es hacia un objeto que supera la concepción de los grupos restringidos o pequeños, sin caer en el ámbito de la masa, de la multitud, de las colectividades sin rostro definido. Se estudiarán los procesos psicosociales generados por la influencia de la comunidad sobre grupos e individuos y la conducta de esas personas que la integran, que se produce en función de tal pertenencia.

La conciencia de este cambio es particularmente aguda. Por ello, algunos de los primeros textos estadounidenses sobre el tema se inician con la discusión de ese punto. Un ejemplo es la obra de Rappaport (1977), quien señala en su primera página, el elemento paradójico en el hecho de que la psicología se refiere (o se refería hasta el momento) a lo individual, en tanto que la comunidad se refiere al grupo social.

Con esta psicología aparece la comunidad como objeto-sujeto de estudio y ello plantea los primeros problemas en la delimitación del campo, pues bajo el concepto de comunidad se han incluido diferentes nociones de mayor o menor amplitud. Así, por comunidad se ha entendido:

Un conjunto de bienes que son propiedad o posesión de un conjunto de personas.

Grupos de Personas que se rigen por un conjunto de reglas o normas (un ordenamiento común), referentes a su modo de vida. Por ejemplo: un convento, una secta.

El proceso activo de participación y de comunicación libre y no coercitiva (Newbrough, 1991a, 1991b, 1992a, 1992b).

Grupo social dinámico, con una historia común respecto de la cual desarrolla un proceso identificatorio, que comparte necesidades, problemas e intereses y una red interactiva en un espacio y un tiempo determinados, y que se diferencia de la sociedad mayor sin dejar de pertenecer a ella.

Conglomerado social regido por formas de organización comunes y que comparte una historia y una cultura, Por ejemplo, una etnia, un grupo nacional.

Como vemos, el concepto es polisémico. Sin embargo, la psicología comunitaria desde sus inicios ha dirigido su acción hacia la tercera acepción, que engloba a la segunda, propuesta por Newbrough. Esta psicología se ocupa de comunidades que pueden variar en tamaño, llegando a incluir múltiples grupos primarios dentro de si y que preexisten al investigador. Esta es una característica distintiva respecto de la investigación psicológica tradicional, en la cual es el investigador quien suele determinar la conformación del grupo, pues bien sea para un experimento, para un trabajo de campo o para una encuesta, queda a su arbitrio decidir las características de las personas sobre las cuales se llevará a cabo el trabajo. Así, edad, género, nivel socioeconómico, ocupación, religión o nacionalidad, son variables controladas por quien investiga; en tanto que para la psicología comunitaria, la comunidad tiene faz propia, está compuesta por personas de muy variada descripción, que a la vez comparten entre sí una serie de circunstancias específicas, que tienen conocimiento de ello y en virtud de lo cual se autodefinen y son definidas desde fuera, a la vez que desarrollan vínculos afectivos.

Pero no hay que olvidar que en la base de toda comunidad está siempre el individuo. Newbrough (1992a, 1992b) dice, refiriéndose a ese carácter de ser una y múltiple que tiene la comunidad, que en las sociedades postmodernas, en lo que se conoce como el Sistema Social Humano, se combinan el uno con los muchos en una relación de interdependencia, de integración, de desarrollo y de equilibrio. Esa paradoja de la unidad y la multiplicidad, es resuelta por ese autor mediante tres principios políticos: fraternidad, igualdad y libertad, fundamentales para trabajar en comunidad, ya que la suma de muchos llega donde no alcanza uno.

García y Giuliani (1992) clasifican las características tipificantes de una comunidad en estructurales (membrecia y ambiente físico) y funcionales (interrelaciones entre las personas y su medio ambiente). En el primer caso es necesario aclarar qué se entiende por ambiente físico. Para esos autores por tal debe entenderse "el entorno dentro del cual conviven los individuos y con el cual interactúan" (p. 33), desarrollando relaciones de convivencia (esto último es esencial), que se dan en dos tipos de espacios: uno público y otro privado, la vivienda, pero que son mutuamente permeables. Las características funcionales derivan de la convivencia de la cual "se desprende una realidad social común y compartida" (p. 38), la cual surge de las relaciones interpersonales y se devuelve a la comunidad, marcando los modos de acción, de expresión (lenguaje) y de valoración, a la vez que genera un estilo de interacción.

 

CAMBIOS EN LA CONCEPCION DEL SER HUMANO

Este cambio de objeto necesariamente está ligado a un cambio en la concepción del ser humano, de las comunidades formadas por seres humanos y de su consideración por la psicología. Para la psicología aplicada tradición , el objeto de estudio se centraba en el individuo, pero además en un individuo en estado carencial, en desequilibrio, en desventaja.

Así, la psicología social predominante en los años 60, por ejemplo, ponía el énfasis de sus estudios en el encauzamiento de los desviantes dentro de los límites socialmente aceptados, en su "recuperación" y en la evitación de nuevas formas de desviación; en la prevención y disolución del conflicto: en la stásis social. El proceso de socialización, por ejemplo, era estudiado más desde la perspectiva de la adaptación de los individuos a la sociedad, que desde la transformación de la sociedad por los individuos. Los procesos de influencia social eran vistos siempre desde la perspectiva de la mayoría, tanto numérica cuanto del poder estatuido, ignorando las formas inconscientes de influencia social y los recursos de poder presentes aún en los más débiles, en una relación asimétrica sin salida.

A su vez, la psicología clínica, para la misma época comenzaba a mostrar el malestar ante el hecho de que su objeto único parecía ser la salud mental en un sentido restringidamente patológico, y a dar señales de la necesidad de proyectar ese campo a un ámbito realmente social, en el sentido de establecer las relaciones entre estructura social, problemas sociales y sanidad o enfermedad mental. La misma concepción de salud como mera ausencia de enfermedad, acusaba los efectos de su estrechez de miras y alcance, unida a los cambios sociales que ocurrían en el mundo hacían que una concepción fundamentada en la terapia como método de acción por antonomasia resultara ya no sólo angosta, sino además ineficiente y reaccionaria.

Por otra parte y como lo plantean autores tales como Rappaport (1977), Kelly (1986) y Newbrough (1970), la relación individuo-medio ambiente no puede ser ignorada; la diversidad cultural y con ella la relatividad valorativa deben ser tomadas en cuenta, introduciendo notables cambios en las consideraciones dominantes.

Por tal razón la psicología que se plantea no va a ser ni una nueva psicología de los grupos, ni tampoco una psicología de los individuos en los grupos, sino que va a la realidad intersubjetiva, a ese espacio intermedio de las comunidades.

 

CAMBIOS EN LA CONCEPCION DEL SUJETO

Para la psicología comunitaria se plantea la existencia y relación de tres tipos de sujetos: Uno, investigador/a externo/a que se aproxima a la comunidad desde fuera, con intereses determinados por objetivos académicos o institucionales orientados hacia el cambio social. Otro, actor central del proceso de cambio, que deja de ser visto corno un sujeto sujetado a las instrucciones y decisiones del investigador externo, pasando a ser considerado como participante (Fawcett, 1991) y como investigador/a interno/a que pertenece a la comunidad, forma parte de ella y que participa junto con el anterior en el proceso de producción de conocimiento y de transformación de sus propias condiciones de vida. Y un tercero, la comunidad, como entidad definida por sus miembros, cuyas necesidades y problemas surgen en referencia a ese ambiente a la vez físico, histórico, psicológico, cultural y social y cuyas acciones responden a decisiones colectivas y son motivadas por la pertenencia a esa comunidad y por un interés que trasciende la satisfacción individual, para definirse como comunitario.

Entre el segundo y el tercer sujeto hay una relación de identidad que es sumamente importante y de la cual deriva el carácter altruista, en el sentido de trabajar, de movilizarse, en función de los intereses del grupo, de la comunidad y derivar satisfacción personal de la satisfacción de otros. Es importante definir este sujeto intermedio, colectivo, presente en la intersubjetividad, porque si bien no desaparece la individualidad, se configura una entidad per se, y en el, en términos de Newbrough (Op. Cit.), se unen la comunidad y la sociedad (gemeinschaft y gessellschaft) en la búsqueda del desarrollo tanto individual, cuanto social; objetivo planteado por la psicología comunitaria latinoamericana desde sus inicios (Escovar, 1980; Montero, 1980).

Esto ha llevado a que para muchos psicólogos comunitarios la acción psicológica esté orientada fundamentalmente hacia el trabajo con redes comunitarias, intergrupales, en las cuales se produce el intercambio de servicios y cooperación, generándose conocimiento y afecto.

 

CAMBIOS EN EL ROL DEL PSICOLOGO

Una concepción diferente del objeto y del sujeto, implica necesariamente una reestructuración del rol de los psicólogos/as involucrados en la investigación y acción comunitarias. La existencia de un doble sujeto investigador supone el reconocimiento de que, al lado del conocimiento académico existen otras formas del saber que deben ser no sólo tomadas en cuenta, sino que además pueden enriquecer ese conocimiento, a la vez que pueden enriquecerse a si mismas en el contacto que se produce entre ambas. Y una tercera forma de conocimiento se producirá, síntesis de ambas, cuya aplicación hará sentir sus efectos en dos ámbitos simultáneamente: el del saber científico y el del saber popular.

En este sentido, el psicólogo/a tiene la obligación de producir resultados para ambos ámbitos que devuelvan a la comunidad con la cual se la ha producido, la información obtenida en el trabajo comunitario; y a la comunidad científica de donde provienen muchos de los conceptos de base con los cuales se enfrentó el proceso, el nuevo conocimiento producido. Esos aportes, en principio, deberán enriquecer uno y otro campo.

En 1979, Talento y Ribes Iñesta, entonces involucrados en un proyecto de escuela de Psicología totalmente orientado hacia la enseñanza comunitaria, con una base conductista, dirigido en México por el segundo de esos autores (UNAM-Iztacala), planteaban lo que denominaban "desprofesionalización" y que definían como: "socializar el conocimiento profesional, transfiriéndolo a sectores de la población marginada de la posibilidad de acceder a él y a su empleo" (p. 241); rompiendo así la división social del trabajo.

La desprofesionalización resultó ser un concepto difícil de comprender y peor aceptado por el mundo académico, pero que examinado parsimoniosamente, es un buen ejemplo de lo que los/as psicólogos/as comunitarios/as realizan a diario en su trabajo. No se trata de imbuir ideas más o menos científicas en los miembros de las comunidades, ni de plantear interpretaciones teóricas más o menos indigestas y arbitrarias al ser descontextualizadas e impuestas en situaciones concretas. Se trata de suministrar elementos conceptuales y metodológicos, necesarios para la realización del trabajo comunitario que se realiza conjuntamente entre psicólogos y miembros de las comunidades, o que es realizado sólo por estos últimos. En este sentido, en mi propia práctica he visto la necesidad de transmitir a los pobladores de una comunidad en un barrio del Este de Caracas, conocimientos acerca de cómo elaborar, aplicar y analizar cuestionarios, pues debían hacer una encuesta sobre necesidades en el lugar. Igualmente, al plantear la comunidad su deseo de saber más sobre salud mental, así como la necesidad de trabajar la autoestima, los procesos de comunicación y de toma de decisiones, la capacidad transformadora y el éxito de dichas actividades requirieron el partir no de meros ejercicios inconexos, sino de la entrega a los/as participantes, de información conceptual con la cual pudiesen comenzar un proceso de reflexión y transformación de sus condiciones de vida en relación con esos temas. Igualmente, Patino (1985) y León y Montenegro (1993) en su práctica comunitaria, debieron dar información e instrucción acerca de cómo planificar, organizar y facilitar sesiones de trabajo en grupo a líderes comunitarios, a petición de esos grupos.

La base de esta relación entre investigador externo e investigador interno es el diálogo y la horizontalidad. No se establecen jerarquías en función del conocimiento de unos y el desconocimiento de otros; si bien esto no significa ni que se descalifique o ignore la existencia de conocimientos específicos por parte de psicólogas/os, en la adopción de una postura de profesionales descalzos", sino que al lado de ese conocimiento, se reconoce que a la vez las comunidades poseen otras formas de saber igualmente valiosas, y que entre ambas se produce una síntesis enriquecedora. La expresión usada por Bennet (1966), al calificar al psicólogo/a comunitario/a de "participante conceptualizador", prefigura ya este rol al hacer referencia a la involucración del profesional en los procesos comunitarios y a la vez a la lima de organización del conocimiento producido.

Aún en propuestas teórico-metodológicas ligadas a formas más tradicionales de investigar, la relación entre investigador y participantes ha sido objeto de cambio. Por ejemplo, Fawcett (1991) quien sigue un modelo de investigación que apela tanto a los estudios descriptivos cuanto experimentales, manifiesta que los "Investigadores comunitarios deben formar relaciones de colaboración con los participantes con quienes investigan" (p. 629). Nótese no sólo la palabra colaboración, sino la conjunción.

Por lo tanto, la acción psicológica comunitaria no es de carácter extractivo, sino productivo. Y el rol del psicólogo/a es el de un/a agente de cambio social (Bennet et al., 1966; Murrell, 1973; Rappaport, 1977; Montero, 1980; 1988; 1991; Asún, 1993), que no se presenta como el experto/a cuya palabra iluminará a los ignorantes; ni tampoco asumirá el papel de benefactor/a. de misionero/a o de "hada madrina", cuya acción salvará a personas en problemas.

En consecuencia, la relación que se establece entre agentes externos y comunidad no será de dependencia ni de beneficencia, ni de carácter paternalista o clientelista. El centro del control debe residir en la comunidad, quien decide, ejecuta y modifica el cambio. Sin embargo, el que esto haya sido la intención y recomendación dominantes en la subdisciplina emergente, no quiere decir que siempre se haya dado así. Quintal de Freitas (en prensa) considera que hay cuatro tipos de práctica psicológica en comunidades, según la especificidad profesional y el tipo de orientación que las impulsa (socioeconómica o psicológica). Ella encuentra entonces que, al lado de la que he descrito, propia de la psicología comunitaria, hay otras tres: dos consistentes en la aplicación de psicología tradicional sólo que realizadas, en un caso en el ámbito de comunidades carenciadas (psicología EN la comunidad, prácticas psicológicas en la comunidad) y en el otro, viendo los fenómenos como si fuesen casos únicos individuales, descontextualizados.

En ellas el psicólogo/a es un/a experto/a. En otra práctica, el psicólogo pasa a ser un activista, olvidando su especificidad profesional y menospreciando la utilidad de los conocimientos aportados por la disciplina, lo que Perdomo (1988) considera que produce una práctica sin reflexión teórica ni atención metodológica, y en su condición más extrema puede llevar a la "aprofesionalización" del psicólogo/a, que llega a considerar que la única fuente de "verdad" está en la comunidad, en una consideración desequilibrada y utópica de la relación.

 

CAMBIOS EN LA APROXIMACION METODOLOGICA

El diseño metodológico dominante en las ciencias sociales, con su orientación predominantemente hipotético-deductiva y su énfasis cuantitativo, resultaba insuficiente para aprehender, estudiar y dar una respuesta al tipo de problemas encarados por esta psicología. En un estudio típico de tal concepción metodológica, entre el momento de definición del problema, formulación de hipótesis o fijación de objetivos, selección de técnicas, instrumentos, procedimientos y unidades de análisis, recolección de datos, análisis y recomendaciones para la acción, transcurre un lapso durante el cual los fenómenos estudiados y las personas afectadas por el mismo se han transformado, ya no son los mismos. De tal manera que se aplicaban las soluciones necesitadas por un grupo a otro distinto, que no sabemos si era eso lo que quería, quedándose a la zaga de los problemas. Una psicología dirigida al cambio social no puede trabajar sobre lo que pasaba sino sobre lo que está sucediendo, por tal razón esta psicología exige una doble acción: investigación e intervención. Y como el sujeto de investigación es esencialmente activo, la distancia entre investigador e investigado, esa separación tradicionalmente defendida como "neutralidad" y garantizadora de una supuesta "objetividad", necesita ser eliminada, al igual que la fragmentación del objeto de estudio. A la vez, debe reconocerse el derecho de los sujetos a recibir los resultados de la investigación, ya que aportan a ella.

Así, desde sus inicios, la psicología comunitaria comprendió que debía apelar a una aproximación metodológica diferente a la concepción modelada sobre el experimento o a la investigación de campo tradicional. La dinámica de grupos suministró formas de aproximación y técnicas que probaron ser útiles para el trabajo comunitario (Montero, 1980); igualmente los métodos de observación participante y no participante (Palau, 1992); así como los métodos cualitativos que permiten captar y describir la totalidad con la cual se trata. Pero es con la investigación-acción participativa (IAP) que la psicología comunitaria ha desarrollado su mejor forma de acción. Ya en 1979 Irizarry y Serrano-García presentaban una primera versión psicológica de esta metodología (Intervención en la investigación", llamada así por la simultaneidad de ambos procesos. Serrano-García, 1992). Su origen está en la investigación-acción de Kurt Lewin, pero la IAP pasa en América Latina por un desarrollo sociológico y antropológico (Moser, 1978; Vio Grossi y otros, 1981), en el cual adquiere el carácter participativo y comprometido que no está presente en Lewin 1.

La forma que adopta el aspecto participativo, que incorpora al proceso de investigación a lo que tradicionalmente se llamaba "sujetos de la investigación", es fundamental. No se trata de una mera consulta, tampoco de la captación de algunos líderes comunitarios a fin de lograr una mejor difusión de programas dirigidos a las comunidades, ni mucho menos de la selección de determinadas categorías de miembros de una comunidad que pasan a recibir instrucción en el rol de agentes multiplicadores y difusores. Se trata como hemos visto anteriormente, de una concepción diferente del sujeto y de una relación distinta con él.

Esta concepción metodológica concibe a la investigación como un proceso continuo de totalizaciones y retotalizaciones, en las cuales a medida que se va produciendo y procesando conocimiento, se van dando acciones en la práctica que modifican ese conocimiento, modifican el problema inicial y plantean nuevas interrogantes. Se acompaña por lo tanto, de un proceso continuo de reflexión que es fundamental para movilizar la conciencia, sin que esto signifique que no puedan incorporarse, en algunos momentos de la investigación, técnicas y procedimientos tradicionales (la encuesta, p. e.), pero incorporando a su aplicación y análisis, a los/as investigadores internos/as.


La diferencia entre la IAP latinoamericana y la estadounidense es notoria. Compárense, por ejemplo, los trabajos citados aquí con la obra de Whyte (1991).


 

CAMBIOS EN LA FUNDAMENTACION Y OBJETIVOS DE LA DISCIPLINA

Al proponer una rotación del centro o foco del control y del poder, de los/as investigadores externos a las comunidades y al plantear el reconocimiento de sus formas de saber, se establece una clara diferencia entre la psicología que va a la comunidad, aplica, extrae y retorna a la academia o a la institución de donde partió, y esta psicología cuyo centro está en la comunidad, desde donde irradia hacia otros ámbitos. La diferencia radica en la distinción entre asistencialismo y autogestión.

En el primero, una institución decide intervenir en zonas o grupos carenciados para remediar una situación, generalmente con una ayuda que asume las formas de intervención terciaria o secundaria. Las decisiones parten de la institución, quien decide qué, cómo, cuándo, a quienes, para qué y por qué, así como sobre quienes recaerá la obligación de hacer la aplicación. Este modelo suele ser paternalista y en nuestros países se ha prestado al desarrollo del clientelismo político, responsable de acciones espasmódicas en períodos pre-electorales que favorecen a ciertos sectores de la población y fomentan la pasividad ciudadana y la creencia en un Estado benefactor del cual todo se debe esperar y al cual nada se debe reclamar.

Palmonari y Zani (1990) critican los efectos degradantes y paralizantes que produce esta práctica en las personas y señalan que "la acción del psicólogo ya no puede limitarse exclusivamente a la 'relación con el cliente', generalmente una persona en estado de necesidad o de dificultad que requiere asistencia y curación, conforme al modelo médico en el que anteriormente el psicólogo se inspiró preferentemente, sino que se orienta también hacia múltiples expresiones de la vida comunitaria, como los grupos que dan voz y exigencia a proyectos de cambio, e instituciones en las que se articula el funcionamiento de servicios" (p. 65).

La autogestión aparece unida a la concepción misma de Psicología Comunitaria adoptada en América Latina, que apenas surgida definió los principios que la orientan, inspirados en un primer momento por aquellos establecidos por Fals Borda (1959), para el desarrollo comunal. Esos primeros son: Autonomía del grupo; es decir, , que es necesario que lo esencial de la acción lo realicen personas pertenecientes a la misma comunidad" (p. 53); prioridades que como consecuencia de lo anterior, consiste en "reconocer que las comunidades deben declarar por si mismas, sin coacción, cuáles son las necesidades que tienen y señalar la prioridad de los problemas que deben solucionarse" (p. 54); realizaciones, de acuerdo con el cual para que avance el proceso de desarrollo de la conciencia en los miembros de la comunidad es indispensable ir mostrando realizaciones tangibles a la gente, resultados fehacientes de que van avanzando hacia la meta que se han propuesto" (p. 55); estímulos, pues para que ese proceso avance con rapidez necesita de gratificaciones de diversas clases (p. 56).

A estos principios, la psicología comunitaria latinoamericana ha agregado los siguientes:

1. La transformación individual y social como meta. Transformación que se produce en el ambiente, en los grupos y en las personas que participan en su logro. Supone pasar de la apatía a la acción, de la desesperanza al optimismo, de la conciencia de sí a la conciencia para sí, desarrollando autoconceptos y autoestima positivos, desechando estereotipaciones negativas, a la vez que autoeficacia.

Para lograr esto se necesita la cooperación, el establecimiento de normas claras por los grupos, una comunicación abierta, un liderazgo democrático y la fijación por el grupo de metas comunes, compartidas por todos. Este principio a su vez parte de otros dos: el principio de realidad y el principio de posibilidad (Montero, 1990). El primero se refiere a la necesidad de evaluar las carencias y objetivos a lograr, en función de la realidad vivida. El segundo, que debe ir unido al primero, "establece la accesibilidad de la meta u objetivo, a partir de las potencialidades y medios existentes, pero muchas veces negados, reevaluándolos, examinándolos a la luz de una perspectiva desalienante" (p. 144).

2. Autogestión, que supone la acción de los integrantes de la comunidad a través de la organización y la participación. Implica que el grupo asume la conducción de sus decisiones, la determinación de sus prioridades, erradicando la pasividad, desarrollando iniciativa. discusión crítica autoevaluación y asumiendo la responsabilidad por sus logros y fracasos.

3. Concienciación, en el sentido degenerar un movimiento de la conciencia que permita la comprensión y relación entre causas y efectos, revelando los ocultamientos y distorsiones, los mitos y las formas en que en la vida cotidiana son naturalizadas las situaciones problemáticas.

4. Socialización, por cuanto se va a producir un proceso de generación de nuevas pautas de conducta y de nuevos modelos que permitan la acción transformadora.

5. Poder y control deben residir en la comunidad. Esto supone la autonomía, realizaciones y prioridades de la comunidad, ya que se considera que todas las personas y grupos tienen recursos y potencialidades que sólo necesitan ser organizados, desarrollados e implementados. Asimismo, esto supone una conceptualización diferente del poder, visto como una relación y no como un objeto (Serrano-García y López Sánchez, en prensa), lo cual permite la negociación por parte de la comunidad, en función de sus intereses y en tanto que posible minoría activa, su influencia sobre los centros detectadores del poder estatuido (Montero, en prensa).

6. Unión entre teoría y praxis, ya que en el proceso de investigación y acción en la comunidad, se produce la revisión de conceptos y teorías a la luz de los hechos y de las aplicaciones cotidianas del saber psicológico; la generación de nuevos conceptos, hipótesis y explicaciones: la creación de tecnología social y de métodos y técnicas específicos y la revisión y corrección continuas de todo el proceso de generación de conocimiento.

7. Recuperación critica y devolución sistemática del saber preexistente y del saber producido en el proceso, lo cual supone el desarrollo de la conciencia histórica de la comunidad, abarcando los hechos del pasado, el presente y sus potencialidades futuras.

En el campo anglosajón, la devolución se plantea de una manera que indica que la relación entre investigador externo y participantes, no ha logrado aún el carácter dialógico postulado para América Latina. En tal sentido, Fawcett (1991) señala como un valor para la investigación y acción comunitarias, el que "sus resultados sean comunicados abierta y efectivamente a los clientes, a quienes toman decisiones, Y cuando sea apropiado, al público en general (p. 631). Por clientes este autor entiende a los participantes, a los administradores de instituciones, a los agentes financiadores y a la propia disciplina, es decir, a quienes apoyan o auspician de alguna manera la investigación (p. 623). Los participantes entonces adquieren un rol, importante, pero secundario "apoyan", "auspician".

8. El carácter político de la acción comunitaria. En tanto que problematizadora, concienciadora y transformadora y al centrar el poder y el control en la comunidad, se trata de una actividad que desarrolla a la sociedad civil, y en este sentido es política.

 

CONCLUSION

Estos principios establecen muy claramente la definición autogestora de la psicología comunitaria. No se trata evidentemente de dar a las comunidades algo de aquello que carecen, según la definición hecha por algún experto/a externo/a; no es la asistencia igualmente externa, que bien puede ser útil y positiva, pero que no necesitaba de una nueva rama de la psicología, pues ya era cumplida por muchas de las existentes. Se trata de una psicología de la acción para el cambio, en la cual los actores principales son las personas comunes y corrientes en su cotidianeidad y el psicólogo es un facilitador, no el rector de ese cambio.

Como hemos indicado antes, es también una psicología que se define a partir de un cambio en su propia concepción y paradigma. Los recientes desarrollos en el campo de las ciencias naturales muestran cómo también allí se ha descubierto que el equilibrio buscado como parangón a partir de la instauración de la modernidad, no responde a una ley y un orden naturalmente establecidos. El paradigma dominante a partir de fines del siglo XVIII ya ha comenzado a mostrar signos de fatiga en las ciencias naturales. En las ciencias sociales, los síntomas del cambio igualmente se vienen sintiendo. El desarrollo de nuevos campos del saber y de nuevas formas de acceder a él es producto de esta transformación. La psicología comunitaria es una de las formas de expresión de esa evolución paradigmática. Por eso al asistencialismo tradicional, centrado en la stásis social y en las Jerarquías que la mantienen, opone la relación dinámica centrada en la autogestión. Ante la encrucijada entre asistencialismo y autogestión, la psicología comunitaria que se hace en América Latina eligió esta última vía, para lograr un cambio efectuado desde la gente.

BIBLIOGRAFIA