DOSSIER

La intervención comunitaria, o el desafío compartido


Community Intervention or the Shared Challenge

María Jesús GARCIA GONZALEZ

Profesora de Psicología Comunitaria.
Departamento de Filosofía y Ciencias de la Educación. Universidad de León


RESUMEN

PALABRAS CLAVE

ABSTRACT

KEY WORDS

LA INTERVENCION COMUNITARIA, O EL DESAFIO COMPARTIDO

BIBLIOGRAFIA


RESUMEN

Planteamos el papel clave desempeñado por la intervención comunitaria en la configuración y desarrollo de la Psicología Comunitaria como ciencia. Reiterando el cambio social como gran objetivo, la eficacia a lograr en las intervenciones se convierte en un problema epistemológico y metodológico de primer orden, siendo necesario para conseguirla una definición conceptual precisa acerca del objeto de la intervención: la comunidad, y de la tarea a realizar.- la intervención comunitaria. Se propone la adopción del modelo Lewiniano de investigación-acción", puesto en práctica por equipos interdisciplinarios: cooperación entre distintas instituciones y entre diferente; profesionales.

PALABRAS CLAVE

Psicología comunitaria. Intervención comunitaria. Delimitación epistemológica. Comunidad. Sentimiento psicológico de comunidad. Investigación-acción.

ABSTRACT

We state the key role community intervention has played in shapping and the develop of Community Psychology as a science. Being social change the first goal, the effectiveness of the interventions becomes a major epistemological and methodological problem. In order to obtain it we must get a precise conceptual definition about the aim of intervention: Community and also about the work to implement. community intervention. We suggest to addopt Lewin's action-research model carried out by interdisciplinary teams: i.e the cooperation between institutions as well as between different professionals.

KEY WORDS

Community psychology. Community intervention. Community. Psychological sense of community. Action-research.


LA INTERVENCION COMUNITARIA, O EL DESAFIO COMPARTIDO

Los años 80, auge de la intervención comunitaria

Al estudiar la evolución de la Psicología Comunitaria como campo Newbrough (1992) establece períodos o etapas: La primera, desde su fundación en 1965 la Conferencia de Austin en 1975, caracterizada por la configuración de la Psicología Comunitaria como tal; y la segunda, hasta 1989 cuando la División 27 de la APA cambia su nombre por el no menos significativo de Society for the Community Research and Action. Otros autores prefieren hacerlo por décadas (Francescato, Ghirelli, 1988; Altman, 1987). En cualquier caso, los años 80 han estado dedicados a la intervención, revalidando éxitos conseguidos, a la vez que haciendo presentes las necesidades, para continuar evolucionando (Altman, 1987). Se prestó atención a los sectores y servicios tradicionales -salud, educación, familia, servicios sociales- a la vez que se pusieron en marcha programas de intervención que dieran respuesta a nuevos problemas, apareciendo dos grandes nuevos campos: Uno, vinculado a programas medioambientales y ecológicos (Northman, 1984), y otro, dedicado en particular a grupos y colectivos con características y dificultades específicas: minorías étnicas, mujeres (Rickel, Gerrard, Iscoe, 1984), ancianos (Murrell, 1984), personas con retraso mental (Mowbray, 1990).

En los años 80 se configuraron unos modelos teórico-conceptuales explicativos de la Psicología Comunitaria (García González, 1988) diferenciación teórico-conceptual en ocasiones vinculada a planteamientos ideológicos (Francescato, 1977) y unos valores vehementemente declarados (Rappaport, 1977; Albee, 1980), aunque atenuándose las reivindicaciones de corte político-ideológico.

En la década de los 80 también se transforman las estrategias de intervención, perfilándose la evaluación de programas, el asesoramiento a los grupos naturales, los grupos de autoayuda, la promoción de la coordinación entre las instituciones públicas y el asesoramiento a las empresas privadas como las áreas de desarrollo (Glenwick, 1982), con particular dedicación a los programas de desarrollo comunitario (Francescato, Ghirelli, 1988). Schön (1983) redefine el rol del psicólogo comunitario: profesional que ejerce su trabajo en el ámbito de la intervención y en la práctica cotidiana, a la vez que reflexiona críticamente sobre ella, con lo cual, sus resultados se producen en el terreno aplicado y en el conceptual y el metodológico.

Speer et al. (1992) revisan la investigación realizada durante los años 80, hallando diferencias con respecto a la década/período anterior. Constatan cambios relativos en los ámbitos y temas estudiados, en los paradigmas metodológicos, así como en los equipos de investigadores. Encuentran que los temas favoritos se refieren a los problemas planteados en la comunidad, entendiendo ésta en sentido amplío, con el deseo de conocer lo que ocurre en ella, y de analizar problemas específicos. Esta elección significa que las investigaciones son de mayor complejidad y dificultad metodológica. Las investigaciones suelen realizarse por equipos estables, incrementándose el número de investigadores vinculados con las universidades.

La Psicología Comunitaria desde sus orígenes mostró un fuerte deseo de intervenir sobre la realidad, buscando/intentando ser capaz de proporcionar soluciones a los problemas del colectivo social (Iscoe, Spielberger, 1977), con el objetivo manifiesto de ser eficaces. Eficacia, que desde el principio se vinculó con la creación/diseño/ configuración de la Psicología Comunitaria como una rama científica, siendo el reconocimiento de las carencias y errores un paso decisivo en su desarrollo (Thorne, 1973).

Sin embargo, éste decidido afán de eficacia y de propiciar y acceder a uno de los objetivos más amados por la Psicología Comunitaria: el cambio social (Bennett et al., 1966; Hassol, 1977; Gerrard, 1977; Kelly, 1977; Chinsky, 1977; Albee, 1980; Jason, 1991) puede verse gravemente obstaculizado, impedido e incluso provocar efectos en sentido contrario, si no se resuelven problemas conceptuales y metodológicos, aunque los planteamientos ideológicos y los valores 'progresistas "se mantengan.

Seidman (1988) expone y denuncia los peligros que amenazan y comprometen la eficacia de la intervención comunitaria: la diversidad de concepciones si bien una de las orientaciones o perspectivas más vigorosas que existen desde el principio y se mantienen, es la que se define como "orientada a la acción" -utilizando palabras e intención de Pelechano (1979), encuadrándose en la tradición intervencionista de la Psicología Aplicada norteamericana-, siendo necesario un modelo conceptual, en el que esté delimitado el objeto central de estudio y la metodología. Seidman (1988) trae a escena una situación también recurrente en la corta historia de la Psicología Comunitaria: la ambivalencia entre ciencia y acción, continua fuente de errores que requiere en su opinión reducir la diversidad conceptual y concentrarse en investigar qué hechos y condiciones tienen un carácter genésico y comprobar si es cierto el papel atribuido a las variables implicadas en el sistema predominante. La propuesta consiste en adoptar el esquema de investigación-acción (Serrano-García, 1988).

Los psicólogos comunitarios de la época fundacional y los actuales nos enfrentamos a dilemas a veces difíciles de resolver: ¿Qué es preferible? ¿Uno, actuar/intervenir a riesgo de equivocarnos, fracasar por carecer de instrumentos conceptuales y metodológicos suficientes que garanticen el éxito, o correr el riesgo de acertar, crear y experimentar en la realidad, y por lo tanto, avanzar? O ¿Dos, dejar de lado la intervención y esperar a un desarrollo de conocimientos e instrumentos, lo que atenuaría errores, críticas y también ansiedades, pero que supondría perder oportunidades de conseguir el cambio social? La mayoría de los psicólogos comunitarios hemos optado por la primera, movidos por la creencia de que se aprende con la práctica, evaluando fases y resultados de los procesos de intervención y examinando la propia tarea. De ahí, la elección de la investigación-acción, formulada por Lewin (1978) y Dewey (1946) quien consideró de interés público su implantación:

"El auténtico fundamento del procedimiento democrático se halla bajo la dependencia de la producción experimental del cambio social y la experimentación dirigida por los principios del trabajo que han sido comprobados y desarrollados en muchos procesos que se han experimentado en la acción" (Dewey, 1946: 157, cit, por Seidman, 1988: 5).

Seidman (1988) desea contribuir a la resolución de la ambivalencia, mostrándose defensor y partidario de un modelo de investigación-acción, demandando para la Psicología Comunitaria una teoría de la acción, una teoría de la intervención y del cambio social tarea en la que se muestra solidario con Rappaport (1987) cuando éste pone el énfasis en la necesidad de delimitar el territorio epistemológico:

"El objetivo de una teoría, entre otros, es explicar, predecir, crear, estimular y encarecer 1a comprensión de ciertos hechos de interés. Si no existe una teoría acerca de un hecho de interés resulta inútil para guiar el trabajo científico" (Rappaport, 1987: 123).

Una delimitación conceptual necesaria

La intervención comunitaria parece la estrategia más apropiada para prestar servicios a los ciudadanos y atender a sus necesidades, y no está circunscrita a un terreno en exclusiva -servicios sociales, educación o salud-. El lenguaje de la intervención comunitaria nos remite a una concepción determinada de las personas y de la Psicología: de un modelo individualista a un modelo de corte ecológico.

Analizar la intervención comunitaria significa definir la Psicología Comunitaria y sus elementos básicos y constitutivos. Al planificar y diseñar la intervención comunitaria debemos previamente realizar una delimitación conceptual, planteándonos una serie de preguntas, de cuyas respuestas depende no sólo la orientación que demos a nuestro trabajo, sino -y esto es lo que mas nos interesa ahora- la eficacia o ineficacia del mismo.

Nos aproximaremos -y decimos aproximaremos, porque en la intervención psicológica no tendremos la certeza y garantía probablemente nunca- a la consecución del éxito si:

Adoptamos un modelo teórico-conceptual, y establecemos los objetivos de intervención y utilizamos las estrategias pertinentes, manteniendo la coherencia y consonancia entre los distintos elementos.

Precisamos cuál es el objeto de la intervención y qué entendemos por comunidad.

Delimitamos el significado de la intervención comunitaria: ¿a qué llamamos intervención comunitaria?

Metáfora ecológica e intervención comunitaria

La coherencia entre modelo conceptual, materia objeto de la acción, objetivos de la misma, metodología y estrategias de intervención es una exigencia básica para intentar conseguir el éxito que no siempre se produce. Satisfacer esta exigencia en la intervención comunitaria nos obliga a reconocer y adoptar la metáfora ecológica (Levine, Perkins, 1987) como gran principio rector de la Psicología Comunitaria concepción relativamente reciente en la Psicología que ha logrado un desarrollo más amplio en el plano teórico, que en su fundamentación empírica (Levine, Perkins, 1987).

Heller (1990), al revisar la intervención comunitaria adopta la perspectiva ecológica como uno de los grandes ejes de su exposición, porque entiende que es la más apropiada para enfrentarse con los problemas de las personas. Kelly (1966, 1970, 1986, 1987) propone organizar la intervención comunitaria sustentada en cuatro principios ecológicos:

La interdependencia de los elementos del sistema.

Los procesos de adaptación y readaptación continuos.

La prevención y protección ante las situaciones de cambio.

La reutilización de los recursos comunitarios.

Levine (1969) (cit. por Levine & Perkins, 1987) propone cinco principios para la aplicación a partir de la analogía ecológica:

Los problemas y situaciones de conflicto surgen y se plantean en un contexto. La sola descripción de los trastornos individuales de una persona resulta insuficiente.

Cuando surge un problema es porque el contexto social carece o tiene perturbada la capacidad para resolverlo.

Para que la intervención sea eficaz debe tener como meta inmediata la erradicación del problema manifestado y sufrido por las personas concretas, lo que significa que la prestación de servicios debe contemplar las dimensiones espacial y temporal del problema.

Los valores y objetivos del agente o del servicio comunitario deben estar en consonancia con los propios del grupo o personas con quien o sobre quien se realiza la intervención. En nuestra opinión, éste es uno de los grandes temas de debate en la Psicología Comunitaria que merece mayor atención y que no le podemos prestar aquí y ahora.

La intervención comunitaria debe tender a producir cambios estables en el sistema, de forma que se modifique lo que resulte nocivo en el mismo, a la vez, que también incremente los recursos de la comunidad.

Damos por sobreentendido que la metáfora ecológica es común y englobadora de los distintos modelos teórico-conceptuales, aunque cada uno puede integrarla en su estructura de manera diferente y confiriéndole un distinto grado de relevancia. La adopción de uno u otro marco conceptual de entre aquellos que se están consolidando en la Psicología Comunitaria modelo del empowerment (Rappaport, 1987; Wolff, 1987); modelo conductual comunitario (Glenwick, Jason, 1980, 1984; O'Donahue, Hanley, Krasner, 1984); el modelo de la comunidad como sentimiento construido (Sarason, 1974; Hunter, Riger, 1986); los modelos centrados en el ajuste y equilibrio psicológico: modelo de competencia (Albee, 1980, 1983), el modelo de las redes de apoyo social y los grupos de autoayuda (Gartner, Riessman, 1984; Gesten, Jason, 1987; Levine, Perkins, 1987), puede depender de los valores e ideología que se ostente (Rappaport 1977, 1984; Albee, 1980, O'Donahue, Hanley, Krasner, 1984), aunque matizando con Carolyn Attneave (1984) que las distintas escuelas y enfoques psicológicos defienden valores similares. La intervención comunitaria realizada desde un modelo teórico u otro puede depender de la formación académica recibida (Iscoe, Bloom, Spielberger, 1977), así como de los problemas específicos a resolver y el lugar de trabajo en el que nos encontremos. Ahora bien, debemos mantener la consonancia entre el plano teórico y el metodológico.

Una segunda condición razonable sería la relativa al conocimiento de la "materia" sobre la que intervenimos. Hay una respuesta fácil: la Psicología Comunitaria interviene sobre/en la comunidad. Este es otro de los grandes conceptos aún oscuros ¿Conocemos qué es la comunidad, qué elementos y estructuras la componen, qué procesos ocurren en ella; de qué manera la acción sobre uno de los elementos, estructuras y/o procesos afecta a los demás, y en qué dirección; cómo se construye el sentimiento psicológico de la comunidad en las personas y qué papel juega en la adaptación/inadaptación y ajuste y equilibrio psicológico? Probablemente no siempre nos planteamos estas preguntas cuando planificamos la intervención comunitaria, y probablemente también nos supondría dificultad y esfuerzo responder a algunas. Sin embargo, se supone que actuamos en el marco de la Psicología de la Comunidad. Esta es la paradoja.

Unas palabras acerca del concepto de Comunidad

Para saber de qué hablamos cuando hablamos de comunidad, habría que empezar por determinar los grandes modelos teórico-explicativos relativos al concepto de comunidad. Kirkpatrick (1986) considera que la amplia producción y significados atribuidos a la comunidad podrían sintetizarse en tres modelos básicos, tres formas básicas de explicar las relaciones entre las personas que conducen como resultado -a la aparición/creación de comunidades:

El primero, denominado atomístico-contractual: la metáfora explicativa se refiere a la sociedad como conjunto de átomos independientes que racionalmente establecen un contrato con los otros, para reforzar y fortalecer sus relaciones.

El segundo, es el modelo orgánico-funcional: la comunidad es un conjunto de elementos orgánicos, interdependientes y funcionalmente interrelacionados en un gran conjunto.

El tercero, el modelo de satisfacción mutua y personal: las personas viven juntas porque les produce satisfacción y felicidad.

Kirkpatrick (1986) puntualiza que estos tres modelos se interrelacionan, a veces se utilizan indistintamente y que el concepto de comunidad suele ser ambiguo, confundiéndose la descripción de la realidad, con el ideal deseado de realidad.

El concepto de comunidad, o para ser más precisos, el sentimiento construido de comunidad es uno de los firmes candidatos a constituirse en el objeto básico de la Psicología Comunitaria como ciencia (Sarason, 1974). Sin entrar en esta polémica, conviene precisar que en opinión de Dunham (1986) lo que nos interesa es la comunidad, no tanto como lugar en el que se producen los hechos sociales, sino la comunidad como proceso psicológico.

Hunter y Riger (1986) definen la comunidad como concepto multidimensional que es preciso estudiar en términos de interrelaciones, apuntando el acuerdo existente en la Sociología acerca de tres dimensiones: 1. La comunidad en sentido ecológico: organización física y espacial en la que interactuamos. 2. La comunidad como lugar de interacción social e institucional: la estructura de las relaciones sociales, redes de interacción entre personas e instituciones para satisfacer las necesidades. 3. La comunidad en el sentido psicosocial y cultural: procesos que vinculan a las personas con sus comunidades.

El estudio del concepto de comunidad puede convertirse en un "canto de sirena" que nos haga distraernos del rumbo psicológico, queriendo subrayar que el concepto de comunidad es un concepto primariamente psicológico: la vivencia, sentimiento y conocimiento que cada uno de nosotros tenemos acerca de la pertenencia e implicación con una o varias comunidades (Newbrough, Chavis, 1986; McMillan, Chavis, 1986; Blanco, 1988).

Heller (1989) anota los tres enfoques generales desde los que se ha definido el concepto de comunidad: 1. Como noción geográfica 2. Como conjunto de relaciones; 3. Como poder político colectivo.

El concepto de comunidad como sentimiento construido proporciona entramado y sustento teórico a diversas estrategias de intervención comunitaria: la organización de los grupos de autoayuda y la potenciación de las redes de apoyo social, sólo por citar un par de ejemplos evidentes.

Acerca del concepto de intervención comunitaria

La intervención comunitaria es la "prueba de fuego" para la Psicología Comunitaria. En ella se depuran las formulaciones teóricas, los modelos conceptuales tienen la oportunidad de verificar sus propuestas y se manifiestan tanto sus aciertos como sus errores. La intervención comunitaria ofrece la oportunidad de estudiar lo que sucede en el "terreno", antes y después de haber actuado, lo que nos permitirá hacer realidad la redirección de los recursos existentes (Reiff, 1977).

Ernest House y Sandra Mathison (1983) definen la intervención como Interferencia que puede afectar a los intereses de otros" (p. 323). Definición que a su juicio capta la naturaleza política de la intervención social, hecho en el que los intereses de las personas pueden verse afectados para bien o para mal. Señalan dos rasgos de la intervención social que conviene anotar: 1. La intervención no es solamente una actuación técnica: es una actuación política que se supone se realiza en interés de los ciudadanos. Sin embargo, la tendencia predominante es considerarla sólo como actuación técnica. 2. La intervención se realiza en un contexto histórico particular y torna su forma de las fuerzas sociales específicas.

Esto nos mueve a realizar unas formulaciones con respecto a la intervención comunitaria. La intervención puede no ser deseada, ni solicitada por los grupos sobre los cuales la realizamos. Puede ocurrir, por el contrario que la impongamos, situación que puede darse en grupos y colectivos marginales que carecen de conciencia -según nuestro juicio y opinión- relativa a su situación, y que por lo tanto no demanden intervención o ayuda alguna. Intervenciones bienintencionadas, pero impuestas, presentan riesgos: Reproducir estructuras de poder, atribuyéndonos autoridad moral al viejo estilo paternalista de la caridad y la beneficencia: fracasar, no se cumplirán los objetivos y además puede suceder que ese fracaso impida y/o perturbe intervenciones o propuestas futuras, habiéndose devaluado y desprestigiado la necesidad o idoneidad de la intervención en sí; generar desánimo en las personas que han participado en los programas al comprobar que esfuerzos y dedicación no sólo han sido estériles, sino incluso mal interpretados, con lo cual, se puede estar propiciando la aparición del burnout (Farber, 1983) conjunto de trastornos psicosomáticos que afecta particularmente a las "profesiones de ayuda".

Por tanto, al planificar una intervención comunitaria, creemos se requiere:

Realizar una evaluación de necesidades (Chacón, Barrón, Lozano, 1988) y de actitudes del colectivo sobre el que vamos a intervenir.

En un proyecto o programa de intervención comunitaria debemos especificar y precisar el nivel sobre el que vamos a intervenir: sobre las personas individualmente consideradas, sobre alguno de los grupos primarios, sobre las organizaciones de la sociedad, o sobre las instituciones político-económicas (Rappaport, 1977), y como ya hemos indicado, manteniendo la coherencia epistemológica y metodológica,

Reconocer la influencia de valores e ideología, que determinan desde la elección de poblaciones objeto de la intervención, hasta metodologías a emplear, haciendo explícitos esos valores y por supuesto reconociendo el derecho de cada uno a ostentar los que le plazca.

Evaluar los resultados de la intervención (Medina Tornero, 1988). La evaluación de resultados se inicia con el diseño proyecto de la intervención. Aquí cabe señalar un problema observado en la realidad: probablemente la mayoría de los psicólogos comunitarios que como tal ejercen/hemos ejercido la profesión en nuestro país, mayoritariamente en instituciones públicas, se ven altamente presionados por la demanda de servicios psicológicos, en muchas ocasiones de corte tradicional: atención a problemas individuales. La demanda de servicios de esta índole puede arrastrar y ocupar el tiempo preciso para tareas de planificación y diseño de las intervenciones, que pueden parecer hasta ociosas. Por otra parte, los profesionales (psicólogos y agentes comunitarios) pueden verse forzados o impulsados a poner en práctica programas de intervención irrelevantes e incluso frívolos que en absoluto contribuirán a los supuestos objetivos a satisfacer. Es decir, en muchas ocasiones el agente comunitario, no es libre para decidir -a la luz de sus conocimientos y valores- las intervenciones comunitarias apropiadas.

La elección de un modelo teórico conceptual no conviene que sea arbitraria: las propuestas teóricas hacen que unos resulten. Más idóneos que otros, según el problema-objetivo.

La intervención comunitaria es la oportunidad para superar el abismo (Heller, 1990) entre los psicólogos comunitarios "inventores" de teorías y los psicólogos comunitarios agentes sociales trabajadores en el ámbito aplicado. La propuesta del psicólogo comunitario como "research practiconer" es atractiva y parece ser el puente sobre el foso. Ahora bien, no siempre el psicólogo "practiconer" puede realizar simultáneamente la tarea de "research" por. 1. Falta de tiempo; 2. Carencia de una formación académica e investigadora suficiente; 3. Carencia de instrumentos para la investigación, incluyendo las necesarias revisiones bibliográficas y documentales previas.

Sin renunciar al esquema "investigación-acción" a poner en práctica por cada uno de los psicólogos comunitarios, consideramos útiles dos propuestas:

Incrementar la cooperación entre instituciones académicas e investigadoras -buenas conocedoras de aspectos metodológicos y epistemológicos- y las instituciones donde se realizan las intervenciones -buenas conocedoras de los problemas y con experiencia en la aplicación de estrategias en la realidad cotidiana-. Esta cooperación conviene iniciarla durante el periodo de formación académica de los futuros profesionales -lo que ya ocurre en algunos departamentos universitarios y mantenerla en los proyectos de investigación, cuyo objetivo específico es incrementar los conocimientos sobre temas concretos.

Constituir equipos interdisciplinarios que, por supuesto, se alaba y encarece de palabra, pero menos de hecho. La magnitud y diversidad de conocimientos es hoy tan extensa que casi se hace imposible que una persona individualmente disfrute de manera suficiente de todos ellos. Nos parece más aconsejable que cada profesional aporte los propios -es quien mejor conoce su ámbito- y además servirá para que todos nos enriquezcamos mutuamente.

Concluyendo, podemos sintetizar el análisis previo en las tres dimensiones a las que Bueno Abad (1991) considera se debe conceder primacía:

La dimensión ecológica de los hechos sociales y de los procesos de actuación.

La dimensión participativa, es decir, opiniones y decisiones de los usuarios deben incluirse en el proceso interventivo.

La dimensión interdisciplinaria, para facilitar estrategias de prevención y promoción.

Recordando también con Bueno Abad (1991) los dos grandes enfoques de Twelvetrees (1988) en la intervención comunitaria: Uno, que podríamos llamar de carácter tecnocrático, porque concede el énfasis a las aportaciones técnicas de distintos profesionales trabajando en un equipo interdisciplinario. Y otro, básicamente ideológico, de corte marxista, que considera prioritaria la formación de "conciencia" en los grupos desfavorecidos, de modo que sean ellos los auténticos protagonistas de sus procesos de cambio.

BIBLIOGRAFIA