REVISION
INFLUENCIAS SOBRE EL BIENESTAR SUBJETIVO
La literatura sobre el bienestar subjetivo (BS), que incluye la felicidad, la satisfacción con la vida y el afecto positivo, es revisada en tres áreas: medición, factores causales y teoría. Se presentan datos psicométricas sobre escalas de bienestar subjetivo de ítem único y de múltiples ítems, y se comparan las medidas. Se discute la medición de varios componentes del bienestar subjetivo. Los descubrimientos de las investigaciones sobre los correlatos demográficos del BS son evaluados en términos de influencias causales, al igual que los descubrimientos sobre otras influencias como la salud, el contacto social, la actividad y la personalidad. Se presenta y discute una serie de enfoques teóricos acerca de la felicidad: teorías finalistas, modelos asociacionisticos, teorías de la actividad, enfoques de juicio y concepciones de arriba a abajo frente a concepciones de abajo a arriba.
A través de la historia los filósofos han considerado la felicidad como el máximo bien y la motivación fundamental para las acciones humanas. A pesar de esto, los psicólogos en su mayoría han ignorado durante décadas el bienestar subjetivo positivo, aunque la infelicidad humana se exploraba en profundidad. En la última década, los científicos sociales y del comportamiento han corregido esta situación y está apareciendo trabajo teórico y empírico a un ritmo cada vez más rápido. En 1973, Psychological Abstracts International comenzó a incluir la felicidad como un término de. su índice y en 1974 se fundó la revista Social Indicators Research, con un gran número de artículos dedicados al bienestar subjetivo (BS). Para una bibliografía de conjunto de la floreciente literatura sobre el bienestar subjetivo, véase Diener y Griffin (1984). Existen excelentes trabajos sobre la historia y la filosofía de la felicidad y términos relacionados con ella (Chekola, 1975; Culberson, 1977; Jones, 1953; Tatarkiewicz, 1976; Wessman, 1975, y Wilson, 1960).
La literatura sobre el BS trata de cómo y por qué la gente experimenta su vida de forma positiva, incluyendo tanto juicios cognitivos como reacciones afectivas. De esta forma, incluye estudios que han utilizado términos tan diversos como felicidad, satisfacción, moral y afecto positivo. La revisión de Wilson (1967) de este área en crecimiento .. tenía contenía dos conclusiones importantes. En primer lugar, Wilson escribió que aquellos que disfrutaban de más ventajas eran más felices. Concluía que 1a persona feliz se muestra como una persona joven, saludable, con una buena educación, bien remunerada, extrovertida, optimista, libre de preocupaciones, religiosa, casada, con una alta autoestima, una gran moral de trabajo, aspiraciones modestas, perteneciente a cualquier sexo y con una inteligencia de amplio alcance" (pág. 294). La segunda conclusión principal de Wilson era que ha habido poco progreso teórico en la comprensión de la felicidad en los últimos dos milenios, desde la época de los filósofos griegos.
Se han publicado alrededor de 700 estudios desde la revisión de Wilson. ¿Son válidas aún sus conclusiones? En la primera sección de este artículo se revisa el trabajo reciente sobre la medición y conceptualización del BS. No obstante, la mayor parte de la literatura que está apareciendo ha examinado los correlatos demográficos y otros correlatos externos del BS. Varias de las conclusiones de Wilson son puestas en entredicho por estos descubrimientos. Por ejemplo, como se discutirá en secciones subsiguientes, las últimas investigaciones no indican una correlación substancial entre salud y felicidad o entre edad y felicidad. Más importante aún, la varianza justificada por los factores demográficos no es grande. Esto ha conducido a un número creciente de estudios sobre las causas psicológicas de la felicidad. En la segunda parte de este trabajo se da una visión panorámica de la numerosa literatura sobre los correlatos de la felicidad. Ya que en estos momentos el área del bienestar subjetivo no puede ser revisada en profundidad en un solo artículo, se remite al lector a otros trabajos importantes (Andrews y Withey, 1976; Bradburn, 1969; Campbell, Converse y Rodgers, 1976). El trabajo teórico sobre el bienestar no ha progresado de forma tan rápida desde la revisión de Wilson, aunque existen varios avances teórico-empíricos notables. Varias cuestiones teóricas importantes relacionadas con el bienestar subjetivo son discutidas en la última sección de este trabajo. Quizás el progreso más importante desde el trabajo de Wilson esté en la definición y medición de la felicidad. Este avance es crucial a causa de que la posibilidad de medir el BS es necesaria para su comprensión científica. Además, los trabajos sobre medición ayudan a proporcionar definiciones más claras de los componentes del bienestar subjetivo.
Muchos filósofos y científicos sociales se han ocupado de la definición de la felicidad o el bienestar. Las definiciones del bienestar y la felicidad pueden agruparse dentro de tres categorías.
En primer lugar, el bienestar ha sido definido por medio de criterios externos como la virtud o la santidad. Coan (1977) revisó las diversas concepciones de la condición ideal que han prevalecido en diferentes culturas y épocas. En las definiciones normativas la felicidad no es considerada como un estado subjetivo, sino más bien como la posesión de una cualidad deseable. Tales definiciones son normativas porque definen lo que es deseable. De este modo, cuando Aristóteles escribió que la eudaemonia se gana principalmente llevando una vida virtuosa, no quería decir que la virtud conduce a sentimientos de alegría. Más bien, Aristóteles estaba prescribiendo la virtud como el estándar normativo con relación al cual se puede juzgar la vida de las personas. Por tanto, la eudaemonia no es la felicidad en el sentido moderno de la palabra, sino un estado deseable juzgado desde un sistema de valores particular. El criterio para la felicidad de este tipo no es el juicio subjetivo del actante, sino el sistema de valores del observador. Un significado de la felicidad relacionado con éste, dado por Tatarkiewicz (1976), es el de éxito, que debe ser definido en relación con algún estándar.
En segundo lugar, los científicos sociales se han centrado en la cuestión de qué es lo que lleva a la gente a evaluar sus vidas en términos positivos. Esta definición del bienestar subjetivo ha sido etiquetada como satisfacción con la vida y cuenta con los estándares del informante para determinar qué es la buena vida. Aunque el bienestar visto desde una perspectiva subjetiva se ha convertido en una idea popular en el último siglo, es un concepto al que se le puede seguir la pista hasta varios infiernos atrás. Por ejemplo, Marco Aurelio escribió que "ningún hombre es feliz, si no se considera a sí mismo como tal". Shin y Johnson (1978) han definido esta forma de felicidad como "una evaluación global de la calidad de vida de una persona de acuerdo con los criterios elegidos por ella misma" (pág. 478). Andrews y Withey (1976) descubrieron que alrededor del 99 por 100 de sus informantes habían hecho previamente una evaluación como esa de sus vidas. Una serie de definiciones de la felicidad relacionada es la de que ésta consiste en la satisfacción armoniosa de los deseos y metas de uno mismo (Chekola, 1975). Si uno se ocupa de la evaluación personal de este punto, entonces cae claramente dentro del ámbito del bienestar subjetivo y ésta es una idea relacionada con la satisfacción.
Un tercer significado de la felicidad está mucho más cercano al modo en que este término se usa en el discurso diario denotando una preponderancia del afecto positivo sobre el afecto negativo (Bradburn, 1969). Esta definición del bienestar subjetivo pone énfasis, por tanto, en la experiencia emocional placentera. Esto puede significar bien que la persona está experimentando emociones placenteras en su mayor parte durante este período de su vida, o bien que la persona está predispuesta a dichas emociones, tanto si las está experimentando en la actualidad como si no.
La satisfacción con la vida y el afecto positivo son ambos estudiados por los investigadores del bienestar subjetivo. La forma en que estos dos componentes se relacionan mutuamente es una cuestión empírica, no de definición. Desafortunadamente, términos como el de felicidad, que son usados frecuentemente en el discurso diario, tendrán necesariamente significados vagos y un tanto diferentes. No obstante, según vayan avanzando los trabajos de medición, al igual que otros trabajos, los conceptos más útiles científicamente serán aquellos que puedan ser medidos y que muestren, dentro de un marco teórico, relaciones interesantes con otras variables.
El área del bienestar subjetivo tiene tres marcas distintivas. En primer lugar, es subjetivo. De acuerdo con Campbell (1976), reside en la experiencia del individuo. Es notable la ausencia en las definiciones del BS de condiciones objetivas necesarias como la salud, el confort, la virtud o la riqueza (Kanimann, 1983). Aunque tales condiciones son vistas como influencias potenciales sobre el BS, no son vistas como una parte inherente y necesaria de éste.
En segundo lugar, el bienestar subjetivo incluye medidas positivas. No se trata solamente de la ausencia de factores negativos, como ocurre en la mayor parte de las medidas de salud mental. No obstante, la relación entre los índices positivos y negativos no es comprendida en su totalidad.
En tercer lugar, las medidas de bienestar subjetivo incluyen corrientemente una evaluación global de todos los aspectos de la vida de una persona. Aunque el afecto o la satisfacción dentro de un cierto dominio pueden ser evaluadas, normalmente se pone el énfasis en un juicio integrador de la vida de la persona. Sin embargo, las medidas pueden comprender un período que puede ir desde unas pocas semanas a una vida completa. No hay una manera para decidir a prior¡ qué período de tiempo es mejor. Más bien, los investigadores deben dejar al descubierto los correlatos del BS dentro de los diferentes marcos temporales.
Se ha diseñado un gran número de escalas para medir los componentes de satisfacción afectiva y cognitiva del bienestar. Esta revisión no cubre las escalas de estados de ánimo momentáneos, depresión u otros inventarios diseñados exclusivamente para medir la disfunción o la falta de bienestar.
Ya que el bienestar subjetivo ha sido de central importancia para aquellos interesados en medir la calidad de vida (Campbell, 1976), no es sorprendente que varias de las medidas usadas más frecuentemente sean preguntas de encuesta de ítem único (véase la Tabla l). A pesar de las obvias ventajas de la brevedad, las escalas de ítem único han sido criticadas basándose en varios motivos (por ejemplo, MacKennell, 1974). Dependiendo de un solo ítem, no se puede calcular el término medio de la varianza debida a la expresión verbal específica del ítem. Ya que es imposible conseguir cálculos de consistencia interna, normalmente el único cálculo de fiabilidad para estas escalas es la fiabilidad temporal, en la cual es difícil separar el cambio real del error de medición. Las escalas de ítem único tienden a ser menos fiables con el tiempo que las escalas de múltiples ítems, aunque la fiabilidad temporal de las medidas de ítem único ha sido moderadamente alta (Stock, Okun, Haring y Witter, 1982). Por ejemplo, una fiabilidad de dos años para la Escalera de Cantril fue de .65 (Palmore y Kivett, 1977), fiabilidades de 15 minutos para la escala de satisfacción Encantado-Terrible (D-T) promedió .66 y una fiabilidad de 6 meses fue de .40 para la medida D-T.
Una fuente importante de evidencia para la validez de las escalas es su convergencia con otras medidas del BS (Andrews y Withey, 1976). Sobre la base de unos datos de validez convergente Andrews y Withey calcularon que su medida D-T contiene un 65 por 100 de varianza válida. Las valideces convergentes de las que dan cuenta Andrews y Withey y otros en este área se basan sólo, desafortunadamente, en medidas muy similares (esto es, en el autoinforme). Sin embargo, los ítems son a veces administrados en una encuesta oral y a veces en un cuestionario escrito. Las escalas de ítem único normalmente se correlacionan como sería previsible con variables externas tales como autoeficacia, matrimonio y estándar de vida (Andrews y Withey, 1976). Larsen, Emmons y Diener (1983) también presentaron evidencias de la validez de estas medidas. Su convergencia media con otras medidas de bienestar estaba cerca de r = .40. Evaluaron la validez de constructo midiendo las correlaciones con escalas afectivas positivas (por ejemplo, la Escala de Bienestar de Tellegem) y escalas afectivas negativas (por ejemplo, el neuroticismo). Las correlaciones medias de validez de constructo con otras ocho escalas estaban todas cercanas a .35. Examinaron también la validez basada en un criterio: el estado de ánimo registrado diariamente a lo largo de un período de 6 a 10 semanas. Las valideces de criterio para las tres escalas estaban cercanas a .34. Finalmente, las medidas no parecían estar muy contaminadas por la deseabilidad social.
A pesar de la evidencia de una fiabilidad y validez moderadas, estas medidas adolecen de varios defectos. Las puntuaciones tienden a estar desviadas, con la mayoría de las respuestas inclinadas hacia las categorías de felicidad (Andrews y Withey, 1976). La aquiescencia es un problema potencial porque el ítem está siempre marcado en una dirección. Finalmente, no se puede esperar que las escalas cubran todos los aspectos del BS, sino que se debe confiar en la integración de éstos por parte de los sujetos al llegar a una respuesta única. Las escalas de ítem único no ofrecen una visión sutilmente diferenciada del bienestar subjetivo de una persona. Más adelante se revisarán evidencias que sugieren que el BS está compuesto de varios componentes, y se debe recordar que la información sobre estos componentes se pierde cuando se usan escalas de ítem único. No obstante, la validez y fiabilidad de estas escalas sugieren que éstas son adecuadas si lo que se requiere es una medida muy breve del bienestar global.
Escalas de BS geriátricas. Han aparecido varias escalas de múltiples ítems que están diseñadas específicamente para informantes de edad avanzada (véase la Tabla l), y éstas son examinadas por George y Bearon (1980), Conte y Salamon (1982), y Larson (1978). A causa de que muchos de los ítems de estas escalas hacen referencia específica a la edad y etapa de la vida, las escalas tienden a no ser adecuadas para informantes jóvenes y de mediana edad. Otra característica de las escalas geriátricas es que se incluyen factores de bienestar que no son, hablando estrictamente, medidas de bienestar subjetivo (George, 1979; Larson, 1978). Sin embargo, estas escalas parecen muy cargadas de contenidos relacionados con el afecto de los informantes y con una evaluación cognitiva de sus vidas. Esto viene apoyado por el hecho de que las escalas muestran una validez convergente sustancial (Forrester, 1980; Lohman, 1977; Moriwaki 1974; Paintal, 1978) a pesar de las distintas etiquetas aplicadas a sus subescalas. Lohman informó de una convergencia media de las escalas geriátricas de .65, siendo la Escala del Philadelphia Geriatric: Center la que parecía funcionar mejor. Kozma y Stones (1980, 1982) dieron cuenta de las altas cifras de consistencia interna y de fiabilidad test-retest en la Escala de Felicidad de la Memorial University of Newfoundland (MUNSH). Aunque las escalas fueron diseñadas para medir factores algo diferentes, su alta fiabilidad convergente sugiere una fuerte fuente común subyacente de varianza relacionada con el bienestar subjetivo. El hecho de que las escalas geriátricas midan un constructo subyacente de bienestar subjetivo es atestiguado también por la consistencia interna de estos tests (por ejemplo, Kozma y Stones, 1980; Larson, 1978; Lawton, 1972, 1975; Wood, Wylie y Sheafor, 1969). Los investigadores han examinado también la correlación de las medidas geriátricas con valoraciones de felicidad hechas por profesionales (Lawton, 1972; Neugarten, Havighurst y Tobin, 1961; Wood, Wylie y Sheafor, 1969). Las medidas han mostrado impresionantes correlaciones de alrededor de .55 con las valoraciones. Aunque se ha llevado a cabo un buen número de estudios analíticos de factores sobre varias escalas (por ejemplo, Dobson, Powers, Keith y Goudy, 1979; Hoyt y Creech, 1983), raramente se han presentado análisis de ítems individuales (Adams, 1969). Se conoce poco hasta qué punto las escalas están influidas por la aquiescencia, la deseabilidad social y los artefactos. Algunas escalas geriátricas morales parecen contener un fuerte factor ideológico (Cumming, Dean y Newell, 1958). En suma, las escalas geriátricas realizan satisfactoriamente la tarea de medir el bienestar de personas de edad avanzada, aunque es necesario más trabajo empírico. Estas medidas convergen y se correlacionan con factores externos de forma previsible. Una cuestión que no ha sido evaluada adecuadamente en ninguna de las medidas del BS es la de la validez discriminante (Dobson et al., 1979; Klemmack, Carlson y Edwards, 1974).
El que un investigador utilice estas medidas u otras que pueden ser usadas para todas las poblaciones dependerá del propósito del estudio. Estas medidas poseen un contenido específico en el que los investigadores que trabajen en el área geriátrica pueden estar interesados. No obstante, el uso de estas escalas hace difícil comparar resultados por medio del cruce de muestras usando grupos que difieren en edad. Además, hay escalas, que serán estudiadas posteriormente, que están diseñadas para medir dimensiones generales del BS en todas las personas; estas escalas proporcionan información sobre varias dimensiones generales del bienestar subjetivo que no son evaluadas específicamente en la mayoría de las escalas geriátricas. Al seleccionar una medida, un investigador debe decidir si el contenido específico de estas escalas dirigidas a los de más edad es un rasgo más deseable que obtener conocimientos de las dimensiones del BS.
Escalas generales. Las escalas de múltiples ítems diseñadas para uso general son presentadas en la Tabla 1. Los datos de estas escalas se pueden conseguir de las fuentes citadas en la tabla y de Larsen, Emmons y Diener (1983).
La creación de escalas de múltiples ítems suscita la importante cuestión de la estructura del BS. Si uno está interesado en la satisfacción con determinados dominios de la vida (por ejemplo, satisfacción con el trabajo, matrimonio o vestimenta), puede surgir una imagen con muchas facetas. La estructura concreta de la satisfacción con dominios específicos de la vida de uno que se juzga depende, sin duda, de la cultura y de la manera en que se estructura la vida de cada uno. En apoyo de esto, N. E. Cutler (1979) descubrió que la estructura de la satisfacción con distintos dominios variaba en diferentes grupos de edad. Aunque no surja una estructura universal de satisfacción con los diferentes dominios, quizá pueda encontrarse una estructura similar para muchas culturas y grupos a causa de su similitud (Andrews e Inglehart, 1979; Usui, Keil y Phillips, 1983). Un descubrimiento importante es que los dominios que son más cercanos y más inmediatos a la vida personal de la gente son aquellos que tienen más influencia en el BS (Andrews y Withey, 1976; Campbell et al., 1976).
A pesar de la falta de generalidad que podamos hallar en la organización de la satisfacción con los dominios de la vida, puede existir aún una estructura general del BS. Sin embargo, esta estructura está basada en la experiencia del bienestar. Andrews y Withey (1976) han encontrado tres componentes generales del bienestar subjetivo: juicios de satisfacción con la vida, afecto positivo y afecto negativo. Como veremos, la casi independencia del afecto positivo y negativo ha sido puesta de manifiesto en numerosos estudios que usan distintas metodologías, lo cual sugiere que éstos podrían ser dos componentes independientes del bienestar subjetivo. No obstante, la posible independencia del afecto positivo y negativo ha llegado a ser controvertida. La relación entre el tercer componente, el evaluativo o de juicio, y el afecto no ha sido investigada tan exhaustivamente.
En los años sesenta Bradbum desarrolló una escala para medir el bienestar emocional (1969; Bradburn y Caplovitz, 1965) y descubrió que los ítems de afecto positivo y negativo eran relativamente independientes unos de otros. Bradburn propuso que la felicidad está compuesta de dos componentes separados, afecto positivo y afecto negativo. En apoyo de esta idea, se ha descubierto que aunque las escalas de afecto positivo y negativo estaban virtualmente no correlacionadas una con otra, cada una de ellas mostraba correlaciones independientes y en aumento con un ítem global de bienestar (Beiser, 1974; Bradburn, 1969; Moriwaki 1974). Bradburn adelantó la hipótesis de que la felicidad es realmente un juicio global que hace la gente al comparar su afecto negativo con su afecto positivo. Por tanto, la puntuación de su Escala de Equilibrio de Afectos (ABS) se deriva de restar la suma de ítems negativos de la suma de ítems positivos. La escala de afecto positivo de Bradburn pregunta si los informantes, durante las semanas inmediatamente anteriores, se han sentido, por ejemplo, orgullosos porque alguien hizo un elogio sobre algo que habían hecho y se sentían complacidos por haber llevado algo a cabo. La escala de afecto negativo pregunta, por ejemplo, si los informantes se han sentido enfadados a causa de que alguien les criticara, y se han sentido deprimidos o muy infelices.
La conclusión de Bradburn de que el afecto positivo y el negativo son independientes apoyaba el argumento permanente de los humanistas de que los psicólogos se centran demasiado exclusivamente en lo negativo. Psicólogos humanistas, como Rogers y Maslow, han mantenido que el interés por la psicopatología ignora los aspectos positivos de la vida, y la propuesta de Bradburn apoya la idea de que la ausencia de afecto negativo no es lo mismo, que la presencia de afecto positivo. Por tanto, de acuerdo con los descubrimientos de Bradburn, los intentos de mejorar la vida deben tanto reducir el afecto negativo como aumentar el afecto positivo. La conclusión de Bradbum es apoyada por la frecuencia con que se produce el que el afecto positivo y el negativo se correlacionen con diferentes variables (por ejemplo, Bradburn, 1969; Cherlin y Reeder, 1975; Costa y McCrae, 1980; Diener y Emmons (1984); Harding, 1982; Warr, 1978). No obstante, hay datos que demuestran que las correlaciones diferenciales son moderadas por otras variables y que se producen efectos de cruce (Reich y Zautra, 1983; Zautra, 1983; Zautra y Reich, 1983).
La afirmación de Bradburn de que el afecto positivo y el negativo son independientes levantó una controversia en este campo de estudio. Su conclusión fue rebatida por varias causas, siendo la principal el tipo de escalas usadas. Los críticos sostenían que la relativa independencia de los dos tipos de afecto puede haber sido debida a una serie de debilidades en la medida de Bradburn (Brenner, 1975; Kozma y Stones, 1980; Larsen, Diener y Emmons, 1983a). Algunas de las debilidades de la escala de Bradburn son: (a) los ítems de afecto positivo reflejan más fuertemente el contenido de excitación, (b) hay mucho contenido no afectivo específico en los ítems, (e) se mide la simple aparición de sentimientos, no su intensidad o frecuencia, y (d) la escala puede adolecer de un sesgo hacia la aquiescencia-respuesta, al mismo tiempo que de los efectos techo y suelo. Todos estos problemas potenciales podrían servir para disminuir la correlación entre el afecto positivo y el negativo. Por tanto, aunque el descubrimiento de Bradburn ha sido replicado numerosas veces con diferentes poblaciones en estudios que usan su escala (por ejemplo, Harding, 1982: Moriwaki, 1974; Perry y Warr, 1980; Warr, 1978), la conclusión continuó siendo sospechosa a causa de posibles limitaciones en el instrumento de medida básico. Sin embargo, la independencia del afecto positivo y negativo ha sido ahora confirmada usando otras medidas y metodologías. Zevon y Tellegem (1982) y Bryant y Veroff (1982) ofrecieron pruebas para apoyar la naturaleza dual del bienestar afectivo. Diener y Emmons (1984) también han ofrecido extensamente evidencias de la independencia del afecto positivo y negativo. Estos hicieron un muestreo del afecto, no en un único punto temporal, sino a lo largo de distintos períodos de tiempo que iban desde momentos a semanas. Midieron el grado hasta el que los sujetos sentían emociones positivas y negativas concretas (por ejemplo, alegría, enfado y depresión), pero no restringieron las emociones a situaciones particulares como ocurre en muchos de los ítems de Bradburn. Además, compararon correlaciones basadas en datos intersubjetivos e intrasubjetivos. Su principal descubrimiento consistió en que el afecto positivo y el negativo están correlacionados negativamente en momentos concretos, pero que la correlación entre los dos disminuye según aumenta el intervalo temporal. Por tanto, cuando se considera un período de semanas (o más largo) en la vida de una persona, los niveles medios de afecto positivo y negativo que se experimentan son independientes, aunque experimentar los dos simultáneamente es improbable. Los niveles medios de afecto se refieren a una combinación de la frecuencia con que se siente cada emoción en combinación con la intensidad con que normalmente se siente.
De esta manera, hay muchas pruebas que muestran que los niveles medios de afecto positivo y negativo son independientes, incluso cuando se usan instrumentos de medida muy diferentes. No obstante, permanecen dudas y críticas. Intuitivamente, parece que ya que los dos tipos de afecto se suprimen mutuamente, cuanto más frecuentemente una persona siente uno de los tipos, con menos frecuencia sentirá el otro. Además, varios investigadores se encontraron con resultados que contradicen directamente la idea de que dos tipos de afecto son independientes. Kammann, Christie, Irwin y Dixon (1979) y Kammann, Farry y Herbison (1982) descubrieron con su escala Afectómetro que el afecto positivo y el negativo se correlacionan una media de -.58. Brenner (1975), usando varias escalas de afecto positivo y negativo, encontró también fuertes correlaciones negativas que promediaban -.62 entre los dos tipos de afecto. Lo más dañino de todo para la hipótesis de Bradbum es que cuando se vuelve a enunciar su escala en términos de frecuencia de aparición de los sentimientos, surge una fuerte correlación inversa entre el afecto positivo y el negativo (Warr, Barter y Brownbridge, 1983).
De este modo, hay estudios que replican los descubrimientos de Bradburn, y hay resultados que contradicen directamente los suyos. El hallazgo de Diener y Emmons, (1984) de que la independencia de los dos tipos de afecto depende del período de tiempo no resuelve totalmente la confusión, ya que Brenner, Kanimann, Warr et al. encontraron falta de independencia, aunque se consideraron períodos más largos que un día. Además, hay razones teóricas básicas por las que el afecto positivo y el negativo deberían variar inversamente (Brenner, 1975).
Para explicar los hallazgos contradictorios anteriores, Diener, Larsen, Levine y Emmons (1985) propusieron que sólo los niveles medios de afecto en el transcurso de lapsos temporales más largos como pueden ser semanas o meses son estadísticamente independientes. Estos niveles medios son el resultado de dos componentes separables: la frecuencia del tipo de afecto y la intensidad de afecto. En términos de frecuencia, el afecto positivo y el negativo tienen una fuerte correlación inversa. Cuanto más frecuentemente una persona siente un afecto, tanto menos frecuentemente siente el otro afecto. Esto es consistente con los descubrimientos de Diener y Emmons que muestran que la gente raramente experimenta un fuerte afecto positivo y negativo al mismo tiempo, lo que sugiere que los dos varían inversamente en cuanto a la frecuencia. No obstante, ya que los dos están inversamente relacionados en duración en la vida de las personas, deben covariar en términos de intensidad para que los niveles medios sean independientes. Esto es exactamente lo que Diener, Larsen, Levine y Emmons (1985) han encontrado en una serie de estudios: que de unas personas a otras la intensidad del afecto positivo y el negativo se correlacionan positivamente en las cercanías de r = +.70. Ya que la duración del afecto positivo y la intensidad de afecto aparecen como no correlacionadas y se combinan de forma aditiva para producir el afecto medio, la influencia resultante de los dos a lo largo del tiempo, cuando se considera a las personas, hace que los niveles medios de afecto positivo y negativo no estén correlacionados.
La teoría de Diener, Larsen, Levine y Emmons (1985) deja clara la relación del afecto positivo y el negativo que ha suscitado tanta controversia. En primer lugar, el afecto positivo y el negativo no son independientes en momentos concretos. Cada tipo de afecto tiende claramente a suprimir el otro, aunque el mecanismo por el cual esto ocurre no ha sido comprendido claramente todavía. En segundo lugar, a causa del mecanismo de supresión, los dos tipos de afecto no son independientes en términos de su frecuencia de aparición, esto es, cuanto más sienta una persona afecto positivo o negativo, tanto menos sentirá el otro. Finalmente, cuando se miden los niveles medios de afecto positivo y negativo en períodos de tiempo más largos, muestran una baja correlación mutua porque los niveles medios son resultado tanto de la frecuencia como de la intensidad. Por tanto, su relación positiva en términos de intensidad de una persona a otra cancela su relación inversa en términos de frecuencia. En apoyo de esta idea, Diener, Larsen, Levine y Emmons (1985) hallaron que, al retirar la intensidad emocional de la relación entre los niveles medios del afecto positivo y el negativo, la correlación entre ellos se volvía fuertemente negativa.
¿Cómo explica este enfoque el fracaso de Brenner y Kanimann en encontrar la independencia de los dos tipos de afecto aunque estudiaran períodos mayores de tiempo? Cuando se examinan sus escalas, la respuesta es obvia: midieron la frecuencia del afecto positivo y el negativo, no niveles medios. Sus preguntas tratan de la periodicidad con que los informantes experimentan distintas clases de afecto, pero la intensidad no forma parte de estas escalas. De esta manera, cuando se usa una escala que toca la frecuencia de afecto, el afecto positivo y el negativo tendrán una fuerte correlación inversa. Si se usa una escala que tiene tanto ítems de intensidad como de frecuencia, se está más cerca de medir los niveles medios de afecto, y los resultados es probable que muestren casi independencia entre el afecto positivo y el negativo. Finalmente, si se usa una escala como la Medida de Intensidad Afectiva (AIM) (Larsen, 1983) que evalúa solamente la intensidad emocional se encontrará que el afecto positivo y el negativo tienen una fuerte correlación en la dirección positiva. La distinción entre frecuencia e intensidad clarifica los resultados contradictorios y confusos de esta área, y virtualmente todos los resultados, tanto de los investigadores de la emoción como de los que trabajan en el área del BS, se sitúan en su lugar con esta conceptualización. Con todo, podría haber alguna independencia real del afecto positivo y el negativo en el hecho de que ciertas variables pueden influir en los niveles medios de uno pero no del otro.
Una de las deficiencias de las medidas de ítem único es su incapacidad para evaluar separadamente las diversas dimensiones del bienestar. A pesar de estas deficiencias, la elección de medidas siempre tiene que ver con la relación coste-beneficio en términos de los propósitos del estudio. Si una encuesta debe ser extremadamente breve o solamente se necesita la indicación menos sutil del bienestar subjetivo para el propósito del estudio, una única medida global es defendible. Cuando hay más tiempo disponible, se pueden usar escalas de bienestar de múltiples ítems que midan los distintos componentes del bienestar.
Escalas para medir componentes. Existen varias escalas para medir los diferentes componentes de frecuencia e intensidad. Los datos de Larsen, Diener y Emmons (1983a) sobre la primera parte de la Medida de felicidad Fordyce indican que esta escala es bastante similar a la escala D-T de Andrews y Withey (1976) y refleja igualmente la satisfacción cognitiva y el contenido afectivo. En algunos casos, sin embargo, ha producido correlaciones más altas que la escala D-T, quizá porque tiene más pasos o porque cada paso tiene más etiquetas. El ítem de 11 puntos de Fordyce mostró las correlaciones más fuertes con el afecto diario y por ello debería tener un uso más extendido. Los cálculos de frecuencia de afecto positivo en la escala de Fordyce demostraron tener valideces iguales o superiores a las encontradas en la escala de Bradburn (Larsen, Diener y Emmons, 1983a). Fordyce informó de una fiabilidad para dos semanas de .86 y una fiabilidad para 4 meses de .67 en su escala combinada. Por tanto, éste parece ser un instrumento convenientemente breve que puede producir un cálculo de la duración de los afectos positivo y negativo. No obstante, la escala de Fordyce no ha sido investigada a conciencia y puede adolecer de algunas de las desventajas que tienen las escalas con muy pocos ítems.
Dados los datos favorables del Afectómetro de Kanimann y Flett (1983), ésta merece ser una medida de la frecuencia de los afectos positivo y negativo ampliamente usada. El alto nivel de homogeneidad interna sugiere que la escala mide realmente la frecuencia unitaria de la dimensión del afecto positivo. Tiene una alta convergencia con otras escalas de BS (una media de .70).
La segunda dimensión del bienestar afectivo -la intensidad- puede medirse con la AIM creada por Larsen (1983). Larsen ha demostrado que esta escala posee un fuerte factor primero y tiene una alta correlación con la intensidad de afecto diario y de afecto en momentos emocionales. Larsen, Diener y Emmons (1983a) hallaron que la Medida de intensidad afectiva mostraba bajas correlaciones con otras medidas de bienestar subjetivo que tienden a reflejar la duración de afecto positivo. No obstante, la AIM se correlacionaba con la subescala de variabilidad de Underwood y Froming (1980) que refleja la mudabilidad de los estados de ánimo de las personas. Usada sola, la AIM identifica a aquellas personas que experimentan la emoción de forma intensa. Los ítems preguntan por la fuerza con que normalmente se sienten diferentes emociones en aquellas ocasiones en que son experimentadas. En combinación con una medida de duración del afecto positivo, la AIM puede ofrecer una imagen más específica de la vida efectiva de una persona. Aquellos que tengan una alta duración de afecto positivo y una alta intensidad de afecto exhibirán una vida afectiva exuberante y gozosa, mientras que aquellos que tengan una alta duración de afecto positivo, pero una baja intensidad de afecto, experimentarán normalmente contento y serenidad. Aquellos con una alta duración de afecto negativo y una alta intensidad de afecto experimentarán a menudo depresión u otras fuertes emociones negativas, y las personas con alta duración de afecto positivo y baja intensidad de afecto podrían ser caracterizadas como melancólicas o ligeramente infelices la mayor parte del tiempo. Larsen, Diener y Emmons (1983b) han mostrado que las diferencias de personalidad en intensidad afectiva no son meramente debidas a diferencias situacionales o de acontecimientos entre las personas. Por tanto, algún proceso interno debe ser responsable de las diferencias individuales en intensidad afectiva.
Algunos investigadores pueden no estar interesados en la intensidad, frecuencia o duración del afecto positivo y desean una medida directa de los niveles medios de los dos tipos de afecto. La escala de Bradburn puede usarse, pero tiene deficiencias. La MUNSH de Kozma y Stones (1980) es una alternativa prometedora diseñada para medir el afecto positivo y el negativo, aunque muchos de los ítems están dirigidos a personas de edad avanzada. Por tanto, no hay todavía una escala de uso general para medir los niveles medios de afecto positivo y negativo que tenga propiedades psicométricas importantes.
La tercera dimensión del bienestar subjetivo identificada por Andrews y Withey (1976) es la satisfacción con la vida. Este componente es una evaluación de juicio cognitiva de la vida de uno mismo. Como tal, puede ser influida indirectamente por el afecto pero no es en sí una medida de emoción. Hay datos que indican diferencias en informes de BS afectivo y cognitivo y en sus correlatos (Beiser, 1974; Campbell et al, 1976; Kushman y Lane, 1980). Aunque varias medidas para las personas de edad avanzada son denominadas escalas de satisfacción con la vida, éstas contienen muchos elementos además de un juicio de satisfacción con la vida (por ejemplo, la entereza) Diener, Emmons, Larsen y Griffin (1983) han desarrollado la Escala de satisfacción con la vida, con ítems que miden la satisfacción global de las personas con sus vidas. Todos los ítems muestran una alta carga factorial sobre un único factor común y la escala tiene una fiabilidad alpha y test-retest muy alta. (Larsen, Diener y Emmons, 1983a).
Existen aún varios problemas relacionados con la medición del BS. En primer lugar, ¿hasta qué punto es influida la medición por el estado de ánimo momentáneo en el momento de cumplimentar la escala? Pocos investigadores en este área quieren que sus escalas sirvan simplemente para medir el afecto actual y muchas escalas llevan marcos temporales explícitos (por ejemplo, estos días o las últimas semanas). No obstante, hay pruebas de que el estado de ánimo momentáneo influye en las respuestas de los sujetos a las preguntas sobre el BS (Schwarz y Clore, 1983). Schwarz y Clore hallaron que los estados afectivos momentáneos (por ejemplo, aquellos producidos por el clima) influían en los juicios sobre la felicidad y la satisfacción. Este descubrimiento es consistente con la investigación sobre la memoria (por ejemplo, Natale y Hantas, 1982), que muestra que la gente tiende a recordar acontecimientos pasados que están en consonancia con su afecto actual. Además, T. W. Smith (1979) dio cuenta de la existencia de pruebas que sugerían que las escalas de BS son influidas por las preguntas que preceden inmediatamente a su administración. A pesar de la influencia que el estado de ánimo actual pueda tener en las medidas de BS, Kammann (1983) y Kammann. et al. (1979) presentaron pruebas que indicaban que esto no distorsiona sustancialmente las puntuaciones de múltiples ítems. Otra forma de enfocar esta cuestión es examinar las fiabilidades temporales de los instrumentos, ya que estas correlaciones reflejan en parte en qué grado está el estado de ánimo en ese momento introduciendo inestabilidades en las puntuaciones. Las fiabilidades temporales sustanciales de las medidas de BS de múltiples ítems indican que no están influidas de forma importante -por el estado de ánimo en el momento de responder. Tomados en conjunto, los datos de Schwarz y Clore y los datos de fiabilidad a largo plazo sugieren que tanto el estado de ánimo actual como el afecto a largo plazo son reflejados en las medidas de BS.
La felicidad puede, hasta cierto punto, ser considerada tanto un rasgo como un estado. El rasgo es una predisposición a experimentar ciertos niveles de afecto. Un rasga tal debería ser medido de forma tan independiente del estado de ánimo actual como fuera posible. Hasta qué punto un rasgo tan hipotetizado es estable temporalmente y consistente en diferentes situaciones, es una cuestión empírica. Diener y Larsen (1984) encontraron una cantidad sustancial de consistencia en diferentes situaciones y estabilidad temporal en los niveles medios de afecto de una persona. La satisfacción con la vida fue la variable más consistente y estable de las muchas de que dieron cuenta. No obstante, cuando se examina la emoción en momentos concretos (más bien que niveles medios a lo largo del tiempo), es evidente que la gente es mucho menos estable y consistente, lo cual no es inesperado. Además de estos descubrimientos, se pueden trazar las curvas de caída de las habilidades de los instrumentos de BS y a partir de ahí calcular las influencias a corto plazo. Desafortunadamente, sólo se ha informado de unas pocas habilidades más allá de los seis meses hasta este momento. Las fiabilidades a largo plazo muestran valores que oscilan entre .55 y .70. Por tanto, se puede calcular que el porcentaje de varianza en las medidas de felicidad que es debido a factores de la persona está entre 30 y 49. No se puede calcular a partir de estas cifras hasta qué grado el BS se debe a la personalidad o a la estabilidad de condiciones en las vidas de los informantes. A causa de que los factores ambientales estables son probablemente responsables hasta cierto punto de la estabilidad del BS, está claro que los factores internos de la persona no controlan una mayoría de la varianza en la felicidad. Por tanto, las habilidades apuntan a una parte de la felicidad debida a la personalidad, pero también acentúan la importancia de las circunstancias de la vida. La mejor medida en términos de tiempo cubierto y estabilidad dependerá de las cuestiones teóricas concretas que el investigador quiera estudiar (Bradburn, 1969).
Un segundo problema trata de la validez de la naturaleza autoinformada de estas medidas. La distorsión consciente y los artefactos de respuesta son siempre una preocupación. Es, quizá, más preocupante la posibilidad de que las personas puedan ser infelices en cierto nivel, pero por alguna razón se etiqueten a sí mismos como felices. Este problema está exacerbado por la ambigüedad que existe en palabras como "feliz". Además, un investigador no necesita creer en el inconsciente para pensar que en algunas culturas, grupos o individuos se pueda pensar que ser feliz es obligatorio, y por lo tanto, las personas pueden etiquetarse a sí mismas como felices sin considerar debidamente sus experiencias. Hasta aquí, las evidencias son alentadoras con respecto a las escalas de autoinforme.
Ninguna de las escalas muestra grandes efectos de la deseabilidad social 1. Normalmente la correlación con las escalas de mentiras y la escala de deseabilidad social es de alrededor del .20 (Larsen, Diener y Emmons, 1983.a). La mayoría de las medidas están equilibradas en términos de dirección de la respuesta, de tal modo que la aquiescencia no es un problema. Las escalas normalmente se correlacionan de la forma prevista con medidas de personalidad y muestran una alta validez convergente. Además, las escalas se correlacionan de la manera prevista con datos no autoinformados, por ejemplo, con variables demográficas. Weinstein (1982) descubrió que la felicidad autoinformada estaba fuertemente relacionada con una medida no obstrusiva de sonrisas y ricas en una entrevista. Otro descubrimiento esperanzador es que las escalas se correlacionan moderadamente con las valoraciones de felicidad hechas acerca de los informantes por otras personas. Una concordancia de cinco estudios que usan informes similares muestra una correlación media de .39, mientras que siete estudios que usan valoraciones hechas por los investigadores, personal de plantilla u otros expertos, muestra una correlación media de .52. Kozma y Stones (1983) dan cuenta de un descubrimiento intrigante que muestra que las valoraciones de los expertos tienen correlaciones más fuertes con el afecto negativo que con el positivo.
1 Aunque la deseabilidad social puede tener poca importancia en el ordenamiento por rango de los individuos, hay pruebas de que este factor puede tener un efecto general importante en las puntuaciones. Sudman, Greeley y Pinto (1967) descubrieron que los informantes daban cuenta de más felicidad cuando se les aplicaba la escala de Gurin et al. (1960) en una entrevista, que cuando la tomaban en un cuestionario autoadministrado
De esta manera, las medidas de BS parecen contener cantidades sustanciales de varianza válida. No obstante, esto no implica que no aparezcan algunas distorsiones. El tema de la distorsión, sesgo y codificación del BS es una dirección valiosa para investigaciones futuras. Por tanto, aunque existe ciertamente validez suficiente en las medidas para construir teorías del BS, una parte de estas teorías debería tratar de cómo se forman estos informes subjetivos (incluyendo distintas formas de distorsión). Las teorías de codificación del afecto de una persona deberían estar integradas con los enfoques de abajo a arriba frente a los enfoques de arriba a abajo de la felicidad que son discutidos posteriormente.
Se puede estar esperanzado por el estado de la medición del bienestar subjetivo. La mayoría de las medidas se correlacionan moderadamente con las otras y tienen una adecuada fiabilidad temporal y consistencia interna. Además, las escalas de bienestar muestran interesantes relaciones teóricas con otras variables. El concepto global de felicidad (Brenner, 1975) está siendo reemplazado por los investigadores por conceptos más específicos y mejor definidos y se están desarrollando instrumentos de medición al mismo tiempo que avanza la teoría.
Aunque muchas de las escalas de múltiples ítems han mostrado resultados prometedores inicialmente, tienen que ser probadas adecuadamente todavía. Ahora que hay disponibles una serie de escalas, las pruebas psicométricas y el refinamiento son asuntos críticos. El enfoque de Andrews y Withey basado en LISREL puede servir como modelo para comprobar la cantidad de varianza debida a métodos y fuentes de contenidos diferentes. Es necesario explorar propiedades psicométricas adicionales, como las dimensiones de los intervalos de respuesta, la sensibilidad al cambio, la pureza de los factores y la validez discriminante. Además, los investigadores necesitan comprender las propiedades de la escala (por ejemplo, sensibilidad y tendencia a la desviación) dentro de su muestra concreta de sujetos, ya que las diferencias en los hallazgos correlacionales entre estudios son, a menudo, probablemente atribuibles a tales factores. Los investigadores deberían explorar el período de tiempo que es reflejado en las escalas y cómo la codificación de material autoinformado influye en las puntuaciones de estas medidas. Finalmente, se necesita la validación de las escalas en términos de criterios externos que no sean autoinformados, como puedan ser valoraciones del entrevistador, valoraciones paritarias, codificación facial y otras medidas no verbales. Para examinar rigurosamente la validez de las escalas de bienestar subjetivo, se necesitan medidas que se basen en diferentes métodos (por ejemplo, que no todo sea autoinforme).
Los filósofos y los escritores han dado numerosas hipótesis sobre los motivos de la felicidad. Rousseau situaba el origen de la felicidad en una buena cuenta bancaria, un buen cocinero y una buena digestión; Thoureau, su discípulo, escribió que la felicidad proviene de la actividad. Las causas psicológicas de la felicidad fueron enfatizadas a menudo por escritores antiguos como los estoicos. Fielding dijo implícitamente a través de su personaje Tom Jones que un temperamento sanguíneo era mejor que los atributos externos. Los ascéticos mantenían que las actitudes y acciones que reflejan alejamiento del mundo llevan al bienestar. Desafortunadamente, sólo algunas de las influencias potenciales sobre la felicidad han sido comprobadas empíricamente.
A continuación, se da una revisión de algunas de las principales áreas de investigación relacionadas con las causas de la felicidad. El propósito de esta revisión es proporcionar una introducción a la literatura sobre estos temas, proporcionando a los lectores una visión de conjunto de algunos de los descubrimientos más consistentes o más intrigantes teóricamente. Algunas de las cuestiones más importantes aún sin resolver son también tratadas. Debido a las limitaciones de espacio, esta revisión no cubre una serie de temas importantes; se remite al lector a los siguientes informes para una discusión más detallada: Kimmel, Price y Walker (1978), sobre la jubilación; Campbell et al (1976), Dicken y Lloyd (1981), Mitchell (1976) y Schneider (1975), sobre el lugar de residencia; Wright (1978), sobre la condición de ama de casa; London, Crandall y Seals (1977), Mancini y Orthner (1980), Miller (1980) y Riddick (1980), sobre el ocio; T. W. Smith (1979), sobre las tendencias a lo largo del tiempo y las estaciones; Campbell et al (1976) y Mathes y Kahn (1975), sobre el atractivo físico; Dixon y Johnson (1980) y Gershon, Bunney, Lecksman, Van Erwegh y DeBauche (1976), sobre la heredabilidad de los estados de ánimo
Esta revisión de los correlatos del BS se centra en las condiciones objetivas. Sin embargo, los investigadores han recogido también información sobre correlatos subjetivos (por ejemplo, sobre la covariación de la satisfacción con diferentes dominios y con la satisfacción con la vida). Los juicios de satisfacción tienden a crear correlaciones más altas con el BS de lo que lo hacen las condiciones objetivas, y esto ocurre probablemente por dos razones. En primer lugar, a menudo comparten varianza de método con la medida de BS que tiende a inflar las correlaciones. En segundo lugar, los juicios subjetivos aparecen más cerca del BS en la cadena causa], porque las condiciones objetivas estarán normalmente mediadas por procesos subjetivos. Es informativo comparar la satisfacción con varios dominios y la satisfacción con la vida en general (Campbell, 1981). La correlación más alta fue la de la satisfacción con uno mismo (.55), lo que sugiere que la gente debe tener autoestima para estar satisfecha con su vida. La satisfacción con el estándar de vida y con la vida familiar estaba también altamente correlacionada con la satisfacción con la vida, mientras que la correlación con la satisfacción con el trabajo era moderada (.37), y la satisfacción con la salud y la comunidad era un tanto más baja (.29). Al crear modelos teóricos de BS, los científicos necesitan articular el grado hasta el que la satisfacción subjetiva es un precursor necesario de la satisfacción con la vida y el afecto positivo. Ciertas teorías (por ejemplo, el condicionamiento clásico) sugieren que podría haber una conexión directa entre las condiciones externas objetivas y la felicidad sin ninguna mediación por parte de la de satisfacción subjetiva consciente con ese área. Además, el enfoque de arriba a abajo que se describe más adelante sugiere que las satisfacciones de dominio subjetivas derivan del bienestar subjetivo general. más que causarlo.
Hay una cantidad de pruebas abrumadora que muestran una relación positiva entre los ingresos y el BS dentro de cada país (por ejemplo, Larson, 1978). Esta relación existe, incluso, cuando otras variables, como la educación, están controladas. Como se podría esperar, la satisfacción con los ingresos está relacionada también con la felicidad (Braun, 1977; Campbell et al., 1976). Además de los estudios revisados por Larson, muchos otros han encontrado que los ingresos objetivos estaban relacionados con el BS (por ejemplo, Alston, Lowe y Wrigley, 1974; Andrews y Withey, 1976; Bortner y Hultsch, 1970; Clemente y Sauer, 1976a: Freudiger, 1980; Kimmel, Price y Walker, 1978; Mancini y Orthner, 1980; Riddick, 1980). Aunque el efecto de los ingresos es a menudo pequeño cuando otros factores están controlados, puede que a través de estos otros factores los ingresos produzcan sus efectos (por ejemplo, una mejor salud). Easterlin (1974) revisó 30 estudios transversales llevados a cabo país por país. En todos los estudios las personas más ricas eran más felices que las personas más pobres de aquel país y este efecto era a menudo fuerte.
Sin embargo, cuando uno se vuelve a otros tipos de datos surge una visión interesante. Aunque las personas de los países más ricos presentaban un mayor BS que las personas de los países más pobres (Easterlin, 1974; Gallup, 1976-977; Silver, 1980), este efecto podría ser más débil que las diferencias dentro de cada país, aunque no se ha hecho un análisis riguroso de las dimensiones de estos efectos. Japón no es mucho más feliz que la India y los países de América Latina son en muchos aspectos más felices que los países europeos. Sin embargo, los datos en el transcurso del tiempo son lo más revelador. Estos indican que según aumentan los ingresos reales dentro de un país, la gente no presenta necesariamente más felicidad. Los datos en el transcurso del tiempo se pueden conseguir para los Estados Unidos de los años 1946 a 1978 (Campbell, 1981; Easterlin, 1974). Durante ese período, los ingresos reales en los Estados Unidos se elevaron de forma espectacular (incluso teniendo en cuenta los impuestos y la inflación), pero no hubo, en absoluto, ningún aumento en los informes medios de felicidad. Todos los años en que se hicieron las encuestas, las personas más ricas eran en su promedio más felices que las personas más pobres, pero no hubo incremento de felicidad en el transcurso de los años en ninguno de los grupos de ingresos altos, medios o bajos. De hecho, los datos presentados por Campbell sugieren un impulso descendente en la felicidad desde 1957 a 1978 en todos, excepto en el cuarto de ingresos más bajos. Este modelo apareció durante un período de tremendo crecimiento económico. Estos datos sugieren la posibilidad de que la influencia de los ingresos sea muy relativa; no es el nivel absoluto de bienes y servicios que una persona se puede permitir. Las personas que son más ricas que otras tienden a ser más felices, pero según crece el nivel general de ingresos, la felicidad no crece necesariamente con él.
Ya que no parece que los niveles absolutos de ingresos sean de importancia crítica para la felicidad, hay varias hipótesis plausibles, aunque inexploradas, sobre por qué las personas con mayores ingresos en un país son más felices que aquellas con menores ingresos.
En primer lugar, los ingresos tienen efecto solamente en los niveles extremos de pobreza, pero una vez que las necesidades básicas están cubiertas, los ingresos ya no son influyentes (Freedman, 1978). Esta hipótesis parece que se contradice con los datos de los Estados Unidos que muestran similares niveles de felicidad en las personas pobres en 1946 y 1970, aunque las necesidades básicas estaban mucho mejor cubiertas en el último período. Sin embargo, los datos de Campbell et al (1976) indican que los ingresos tenían menos efecto en los Estados Unidos en 1978 que en 1957, dando importancia a la posibilidad de que los Estados Unidos estuvieran llegando a un punto muerto en cuanto al efecto de los ingresos.
En segundo lugar, factores como el status y el poder, que covarían con los ingresos, pueden ser responsables del efecto de los ingresos en el BS. No obstante, éstos son relativos dentro de una sociedad y, por tanto, no aumentan de la misma manera que los ingresos reales.
En tercer lugar, una explicación relacionada es que el efecto de los ingresos es directo, pero depende de la comparación social. La gente sólo puede saber lo satisfecha que debería estar comparando su situación con la de otros.
Finalmente, es posible que los ingresos no tengan sólo beneficios directos, sino también algunos inconvenientes que tiendan a equilibrar los efectos positivos. Por ejemplo, unos mayores ingresos en el transcurso del tiempo pueden estar también relacionados a una mayor polución, tráfico, estrés y otras influencias negativas que pueden impedir que el BS se eleve junto con los ingresos. No obstante, esta explicación no explica la tendencia de que los países más ricos tengan habitantes más felices.
Dada la preocupación por el desarrollo económico en todo el mundo, las cuestiones de los ingresos y la felicidad son muy importantes. Necesitamos ahora investigar sobre los procesos que controlan esta relación. Hay que examinar datos a lo largo del tiempo en otros países además de los Estados Unidos, al igual que datos longitudinales sobre individuos. Además, las cuestiones acerca de las distribuciones de los ingresos, no sólo los niveles medios, son probablemente bastante importantes. Seidman y Rapkin (1983) han mostrado que aunque la frecuencia de las enfermedades mentales se incrementa en las recesiones económicas, este efecto es mayor en las comunidades heterogéneas en las que la recesión no afecta a todos por igual. De forma similar, Morawetz (1977) ha demostrado que una comunidad con ingresos menos iguales era menos feliz que una comunidad con ingresos más iguales. Los descubrimientos de Liang, Kahana y Doherty (1980) sugieren que los sentimientos de justicia distributiva y de privación relativa median el efecto de los ingresos. Estos estudios sugieren que no son sólo el poder adquisitivo o los niveles medios de ingresos los que son importantes, sino la distribución general de los ingresos, incluyendo valoración y desviación, lo que influye en el BS.
Edad. Estudios tempranos descubrieron que los jóvenes eran más felices que las personas de edad avanzada (Bradburn y Caplovitz, 1965; Gurin, Veroff y Feld, 1960; Kuhlen, 1948; Wessman, 1957). En años relativamente recientes, sin embargo, varios investigadores han encontrado que no hay virtualmente efectos debidos a la edad (Alston et al, 1974; Andrews y Withey, 1976: Cameron, 1975: Sauer, 1977; Spreitzer y Snyder, 1974), y varios más han encontrado una correlación positiva entre la edad y la satisfacción (Bortner y Hultsch, 1970; Cantril, 1965: Clemente y Sauer, 1976a; Medley, 1980). Braun (1977) descubrió que los informantes más jóvenes daban niveles más fuertes tanto de afecto positivo como negativo, pero que los sujetos de edad avanzada daban mayores niveles de felicidad general. Dada la confusa naturaleza de los descubrimientos, Adams (1971) escribió que la inconsistencia de los descubrimientos por lo que respecta a la edad cronológica indica que ésta es, como mucho, un índice muy poco sutil de características de grupo" (pág. 67). En apoyo de esto, un meta-análisis de estudios llevados a cabo con anterioridad a 1980 revelaba que la correlación entre la edad y el BS estaba cerca de cero, indiferentemente de que otras variables fueran controladas (Stock, Okun, Haring y Witter, 1983).
Hay ciertas consideraciones a tener en cuenta cuando se intenta comprender estos descubrimientos. En primer lugar, algunos estudios, como los revisados por Larson (1978), utilizan un estrecho abanico de edades, de tal manera que las correlaciones solo reflejan las subidas y bajadas dentro de estos años. En segundo lugar, la mayoría de los estudios no han controlado otros factores que tienden a covariar con la edad (Cameron, 1975). En tercer lugar, los estudios a gran escala han sido transversales, no longitudinales, y, por lo tanto, pueden reflejar diferencias de cohorte, no diferencias de edad (Knapp, 1976). Por último, las diferencias pueden reflejar diferencias en los constructos que se están midiendo. Campbell et al. (1976) informaron de que la satisfacción y su Indice de Bienestar General se correlacionaban positivamente con la edad, mientras que los informes de que se es muy feliz disminuían con la edad. Campbell et al. (1976) descubrieron que las personas de edad avanzada informaban una mayor satisfacción en todos los dominios excepto en la salud. La mayor parte de los resultados muestran un bajo aumento de satisfacción con la edad, pero parece que el afecto positivo y el negativo son experimentados de forma más intensa por los jóvenes (Diener, Larsen, Levine y Emmons (1985). De este modo, los jóvenes parecen experimentar niveles más elevados de sentimiento de alegría, pero las personas de edad avanzada tienden a juzgar sus vidas de forma más positiva. En los últimos años, los investigadores han comenzado a centrarse no tanto en la edad en sí misma como en los modelos del ciclo vital (por ejemplo, Estes y Willensky, 1978; Harry, 1976; Medley, 1980). Se examinan las etapas de la vida que crean demandas y recompensas características en las personas.
Género. A pesar de que las mujeres presentan más afecto negativo, también parece que experimentan alegrías mayores (Braun, 1977; Cameron, 1975; Gurin et al, 1960), de forma que se encuentra una escasa diferencia de felicidad global o de satisfacción entre los sexos (Andrews y Withey, 1976; Campbell et al., 1976; Goodstein, Zautra y Goodhart, 1982; Gurin et al, 1960; Olsen, 1980; Palmores y Kivett, 1977; Sauer, 1977; Toseland y Rasch, 1979-1980). Con todo, hay dos estudios que han presentado una modesta interacción con la edad. Parece que las mujeres más jóvenes son más felices que los hombres más jóvenes, y que las mujeres de edad más avanzada son menos felices que los hombres más mayores (Medley, 1980; Spreitzer y Snyder, 1974). Aunque el cruce parece que ocurre sobre los 45, la diferencia entre los sexos nunca es grande.
Raza. Se ha visto que los negros tienen un BS más bajo que los blancos en los EE.UU. (Alston et al., 1974; Andrews y Withey, 1976; Bortner y Hultsch, 1970; Bradburn, 1969; Freudiger, 1980; Wessman, 1957), aunque este efecto no se ha encontrado de forma universal (Messer, 1968). Debido a que los negros y los blancos, en general, difieren en edad, educación, ingresos, estado civil y lugar de residencia, es importante controlar estos factores si se quiere saber si la raza como tal tiene un efecto. Cuando se hace esto, todavía se encuentra un efecto, pero parece depender del género y de la edad de los sujetos (Campbell et al., 1976; Clemente y Sauer, 1976b; Spreitzer y Snyder, 1974). Parece que, dejando a un lado factores como el lugar de residencia y los ingresos más bajos, el ser negro conlleva otros factores adicionales además de un BS más bajo, pero sólo en ciertos grupos de negros. En efecto, Campbell et al. (1976) llegaron a la conclusión de que los negros de edad avanzada en su muestra nacional eran más felices que los blancos mayores. De este modo, aunque en su promedio ser negro pueda conducir a un BS levemente más bajo, esta conclusión debe ser claramente moderada por otros factores. Además, los predictores de BS pueden diferir para negros y blancos (Sauer, 1977).
Campbell et al. (1976) mostraron que, aunque los negros presentaron una menor felicidad que los blancos entre 1957 y 1972, ambos presentaron descensos comparables en cuanto a felicidad en este período. Sin embargo, Gibbs (1973) ha analizado los datos de 1946 a 1966 y ha descubierto que la élite de los negros (con más educación, con ingresos más altos, con un status más elevado) descendió bruscamente en cuanto a su felicidad en este período, aunque no se dio un declive comparable entre las élites blancas. Así, a pesar de los aparentes avances políticos logrados por los negros en los EE.UU. en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, no se dio un aumento concomitante en la felicidad. De hecho, los negros que deberían haberse beneficiado más del aumento de igualdad, fueron los que pasaron a ser más infelices. Por el contrario, los trabajadores agrícolas negros presentaron niveles elevados de felicidad durante este período. Una hipótesis es que con el despertar político de los negros más educados sus aspiraciones y esperanzas excedieron los logros que se habían conseguido realmente.
Hay que hacer una advertencia por lo que respecta a la raza, la educación, y otros datos relacionados con subgrupos específicos en muestras nacionales. Las submuestras de estos grupos son, a menudo, bastante pequeñas (por ejemplo, entre 10 y 30 personas) y por este motivo las conclusiones son muy provisionales.
Empleo. Campbell et al. (1976) descubrieron que la gente en paro era el grupo más infeliz, incluso cuando las diferencias de ingresos estaban controladas. Esto sugiere que el paro posee un impacto devastador sobre el BS para muchas personas que va más allá de las obvias dificultades económicas que entraña. Catalano y Dooley (1977) han mostrado que las tasas de paro regionales son fuertes predictores longitudinales del estado de ánimo. Bradburn presentó pruebas de que el paro influye sobre el bienestar tanto de las mujeres como de los hombres. Sin embargo, no parece que las amas de casa sean menos felices que los que tienen trabajos asalariados (Wright, 1978). La satisfacción con el empleo parece que se relaciona con el BS. Sin embargo, la literatura sobre este tema es cuantiosa, y se le pueden dar como referencia al lector excelentes fuentes: Cohn (1979): Near, Rice y Hunt (1978, 1980); Rice, Near y Hunt (1979, 1980); Weaver (1978).
Educación. Los datos de Campbell (1981) sugieren que la educación influyó sobre el BS en los EE.UU. entre 1957 y1978. Sin embargo, los efectos de la educación sobre el BS no parece que sean fuertes (Palmore, 1979; Palmore y Luikart, 1972) y parece que interactúan con otras variables como los ingresos (Bradburn y Caplovitz, 1965). Algunos estudios han hallado que no existe un efecto significante cuando otros factores se controlan(Clemente y Sauer, 1976a; Spreitzer y Snyder, 1974; Toseland y Rasch, 19791980), y algunos estudios han indicado efectos más positivos en las mujeres(Freudiger, 1980; Glenn y Weaver, 1981b; Mitchell, 1976). Después de sugerir que la educación tiene alguna influencia positiva, Glenn y Weaver advirtieron de que los efectos estimados sobre los hombres en todos los niveles de la educación, y de la universidad en ambos sexos, es especialmente probable que sean decepcionantes"(pág. 34). El análisis de Campbell (1981)sugiere que aunque la educación puede servir como un recurso para la persona, también puede aumentar las aspiraciones y avisar a la persona sobre ti s de vida alternativos.
Religión. Debido a que la religiosidad se ha operacionalizado de diferentes maneras, no es sorprendente que se hayan mezclado los descubrimientos. La fe religiosa, la importancia de la religión y el tradicionalismo religioso generalmente se relacionan positivamente con el BS (Cameron, Titus, Kostin y Kostin, 1973; Cantril, 1965; Wilson, 1960), aunque Cameron (1975) descubrió que la religiosidad se correlacionaba inversamente con los estados de ánimo positivos. La mayor parte de los estudios sobre la asistencia a la iglesia y la participación en grupos religiosos muestran unas relaciones positivas con el BS (Clemente y Sauer, 1976a; S. J. Cutler, 1976; Edwards y Klemmack, 1973: Freudiger, 1980; McClure y Loden, 1982), aunque otros no han hallado ninguna relación (Ray, 1979; Toseland y Rasch, 19791980). Debería señalarse que Campbell et al. (1976) analizaron incorrectamente sus datos sobre la religiosidad, y este error fue corregido por Hadaway (1978), que llegó a la conclusión de que la religión es un recurso potencial en las vidas de la gente. Spreitzer y Snyder (1974) descubrieron que la religión tiene un aspecto significativo en los menores de 65 años, pero sorprendentemente, no lo tiene en los entrevistados más mayores. Aunque parece que la creencia religiosa y la participación pueden influir positivamente sobre el BS, hay muchas cuestiones que quedan sin resolver. ¿Qué factores están relacionados y de qué manera con el BS? Si se controlan otros factores que covarían con la religiosidad (por ejemplo, raza, ingresos, lugar de residencia), ¿aumenta el efecto o disminuye? Si algunas personas buscan la religión durante momentos difíciles ¿tiene un impacto positivo? Con otras palabras, ¿cuándo y por qué se relaciona la religión con el BS?
El matrimonio y la familia. Aunque algunos estudios han fracasado al tratar de encontrar efectos estadísticamente significativos sobre el BS para el matrimonio (por ejemplo, Bortner y Hultsch, 1970; Sauer, 1977; Spreitzer y Snyder, 1974; Toseland y Rasch, 1979-80), virtualmente todas las relaciones son positivas (por ejemplo, Larson, 1978). Algunos estudios a gran escala indican que las personas casadas presentan un mayor BS que cualquier categoría de personas no casadas (Andrews y Withey, 1976; Glenn, 1975). Glenn informó de que aunque las mujeres casadas pueden presentar mayores síntomas de estrés que las mujeres no casadas, también presentan mayores satisfacciones. Glenn y Weaver (1979) descubrieron que el matrimonio era el predictor más fuerte de BS incluso cuando la educación, los ingresos y el status ocupacional se controlaban. Debido a que los efectos del matrimonio son positivos pero no siempre fuertes, los investigadores deberían explotar los factores que pueden interactuar con el matrimonio, tales como la raza (Freudiger, 1980; Mitchell, 1976). El objetivo final debería ser comprender los procesos subyacentes que median los efectos del matrimonio. En esta línea, Glenn (1981) ha descubierto que el divorcio anterior no está relacionado con la felicidad de las personas que se vuelven a casar. Esto sugiere que el matrimonio tiene un efecto sobre el BS y no es solamente un factor de selección de la gente más feliz que se case o continúe casada. Cuando se cambia del hecho objetivo del matrimonio a la importancia de la satisfacción marital sobre la satisfacción global, la conclusión es que la satisfacción con la familia y el matrimonio es uno de los predictores más importantes del BS (Campbell et al., 1976; Glenn y Weaver, 1979, 198 1 a). De hecho, la satisfacción con la familia y el matrimonio fue el predictor más fuerte del BS en muchos estudios (por ejemplo, Freudiger, 1980; Michalos, 1980; Toseland y Rasch, 1979-1980). Cuando se estudian juntos la paternidad y el BS, los resultados no son tan optimistas. La mayoría de los estudios encuentran efectos o insignificantes o negativos sobre el BS en lo relativo a tener hijos (Andrews y Withey, 1976; Glenn y McLanahan, 198 1; Glenn y Weaver, 1979).
Conducta y resultados
Contacto social. Wilson (1967) concluyó que los individuos extrovertidos son más felices y la evidencia desde entonces ha corroborado esta conclusión, aunque las diferencias con los introvertidos son pequeñas. Sin embargo, esto no significa necesariamente que el contacto social mejore el BS. Podría ser que los individuos extrovertidos o sociables sean personas más felices sin ningún efecto de la actividad social por sí misma. Muchos estudios han encontrado una correlación entre la satisfacción con los amigos y otras medidas subjetivas (por ejemplo, la soledad) y el BS (Anderson, 1977; Campbell et al., 1976; Falkman, 1973: Liang et al., 1980; Mitchell, 1976; Rhodes, 1980). No obstante, en un gran número de estudios se ha encontrado también correlaciones positivas entre varias medidas objetivas de actividad social y varias medidas de BS (Beiser, 1974; Campbell et al., 1976; Edwards y Klemmack, 1973: Knapp, 1976; Markides y Martin, 1979; Olsen, 1980; Palmore y Luikart, 1972; Rhodes, 1980; Toseland y Rasch, 1979-1980; VanCoevering, 1974; Zeglen, 1977). Un programa para incrementar la felicidad (Fordyce, 1977a, 1983) recomienda fuertemente el contacto social como una manera de mejorar el BS, y el programa se ha mostrado efectivo. Además, los estudios longitudinales han descubierto que los incrementos o los descensos en el contacto social van acompañados de cambios concurrentes en el BS (Bradburn, 1969; Grancy, 1975). Se ha visto que la participación social tiene una influencia directa sobre la felicidad, incluso cuando factores como la salud y el SES están controlados (por ejemplo, Bradburn, 1969). Okun, Stock, Haring y Witter (1984) informaron de un meta-análisis de 115 fuentes que examinaba la relación entre la actividad social y el BS. Aunque ellos estimaron que la actividad social predecía sólo del 2 al 4 por 100 de la varianza en el BS, un efecto permanecía incluso cuando las otras variables estaban controladas. Las dimensiones de los efectos eran mayores para las actividades sociales formales que para las informales.
A pesar de toda la evidencia positiva previamente citada, hay estudios que no encontraron ninguna relación entre la participación social y la felicidad (Hasak, 1978, Liang et al., 1980; Palmore y Kivett, 1977; Sauer, 1977; Solomowitz, 1979). Algunos estudios han encontrado que la relación desaparece cuando otros factores como la salud están controlados (Bull y Aucoin, 1975; S. J. Cutler, 1973; Smith y Lipman, 1972). La evidencia en ambos sentidos indica que la cuestión puede ser más compleja de lo que se pensaba originalmente y que hay una serie de estudios que apoyan esta conclusión. Phillips (1967) descubrió que el efecto de la participación social en el BS dependía de la educación de cada uno y Smith y Lipman (1972) encontraron que dependía de la fuerza ejercida por el medio. Hasak (1978) descubrió que dependía de la necesidad de interacción de cada uno, y Palys y Little (1983) hallaron que el número de personas que hay alrededor no es importante, aunque el grado en el que están integradas en la red social de cada uno era influyente. Estos descubrimientos apuntan hacia la necesidad de diseños más sofisticados para la teoría y la investigación.
Los estudios revisados aquí sugieren que no se trata solamente de que los extrovertidos sean más felices, sino que el contacto social en sí está de alguna manera relacionado con el BS. Sin embargo, la dirección de la influencia es incierta. Podría ser que cuando la gente es más feliz, es más sociable. Podría ser, como sugería Bradburn, que hay una influencia bidireccional entre la sociabilidad y la felicidad, pero hasta el momento no se han intentado estudios experimentales que puedan concretar la relación causal. Consecuentemente, en este punto no está claro si ser feliz es la condición causal que antecede al contacto social.
Otra consideración importante es la personalidad del informante, ya que la gente, sin duda, tiene necesidades diferentes de contacto social. En apoyo de esta idea, Diener, Larsen y Emmons (1984) informaron que los extrovertidos son más felices que los introvertidos en el medio social. Dieron también cuenta de pruebas que apoyaban el descubrimiento de Bradburn de que la participación social influye en el efecto positivo pero no en el negativo, Por tanto, se debería estudiar la cantidad absoluta de contacto social en relación con la personalidad.
El tipo y la calidad del contacto social difiere de estudio a estudio, pero no han sido analizados sistemáticamente. Los estudios han medido de forma diversa el número de amigos, el número de amigos íntimos o confidentes, la cantidad de contacto social, si el contacto social es elegido libremente (Diener, Larsen y Emmons (1984), entre otras cuestiones similares. Los descubrimientos de Mancini y Orthner (1980) apoyan la idea de que cierto contacto social está relacionado con la felicidad (por ejemplo, con amigos) mientras que otros contactos no lo están (p.e con parientes). En conclusión, el contacto social está, a menudo, relacionado con el BS, pero los parámetros que afectan a esta relación no son bien entendidos. Aunque Bradburn (1969) ofrecía evidencias de la intrigante idea de que la novedad era un componente de importancia crítica en el contacto social, pocos análisis psicológicos más han surgido en los años posteriores. En este punto, se necesitan datos sobre los tipos de contacto, sobre los diversos parámetros de diferencia individual, y datos que puedan proporcionar una nueva visión sobre la dirección de la influencia entre sociabilidad y el BS. De forma aún más importante, se necesitan ideas teóricas que indiquen cuándo y por qué el contacto social incrementa el BS.
Una forma intensa de amistad, "el amor", ha sido relacionada con el BS en bastantes estudios. No sólo se valora el amor como uno de los factores más importantes (Anderson, 1977; Freedman, 1978), sino que la satisfacción con la vida amorosa de cada uno es un potente predictor de la satisfacción con la vida (Emmons, Larsen, Levine y Diener, 1983). Forrester (1980) halló que tener una relación amorosa era un predictor significativo de satisfacción con la vida, y Gordon (1975) descubrió que el amor era el recurso más importante de la felicidad. Tal como ocurre con el contacto social, los investigadores deberían ahora volverse a preguntas más afinadas acerca de cuándo y por qué está el amor relacionado con la felicidad.
Acontecimientos de la vida. Los acontecimientos de la vida han mostrado una relación consistente, aunque modesta, con el BS (por ejemplo, Kammann, 1982; Miller, 1980). No obstante, se deberían señalar algunas cosas. En primer lugar, la evidencia sugiere que los acontecimientos buenos y malos son independientes en la vida de los individuos (Warr et al, 1983) y que los acontecimientos buenos están relacionados con el afecto positivo y los acontecimientos malos con el afecto negativo (Reich y Zautra, 1981; Warr et al., 1983; Zautra y Reich, 1980). Sin embargo, hay también evidencias de que la posibilidad de cada uno de tomar medidas o de ejercer control sobre los acontecimientos está relacionada con el impacto que éstos tienen (Guttmann, 1978; Reich y Zautra, 1981); por lo tanto, incluso los acontecimientos más agradables es posible que puedan reducir el BS si conducen a un sentimiento de pérdida de control. Lo que se necesita en este momento es un sistema más claro para clasificar los acontecimientos. La investigación anterior ha mostrado que el hecho de que el acontecimiento sea controlable es un factor importante, y se demostrará que otros aspectos de los acontecimientos serán sin duda importantes variables de moderación. Es necesario un mejor entendimiento del impacto de los acontecimientos a gran escala y del impacto acumulativo de los pequeños acontecimientos diarios. Es importante la existencia de un marco conceptual en este área. El hecho de que la falta de un refuerzo positivo en la vida de uno cause depresión (Lewinsohn y MacPhillamy, 1974) es, todavía, una cuestión de debate (Sweeney, Schaeffer y Golin, 1982).
Actividades. Las actividades tienden a ser conductuales, mientras los acontecimientos tienden a ser resultados. La teoría de la actividad ha desempeñado un papel central en la gerontología, al popularizar la idea de que el compromiso activo causa felicidad. Las investigaciones, que se basan principalmente en muestras de personas de edad avanzada, tienden a apoyar la teoría de la actividad (Beiser, 1974; Markides y Martin, 1979; Palmore, 1979; Palmore y Kivett, 1977; Ray, 1979; Riddick, 1980; Sauer, 1977). Graney (1975) y Maddox (1963) encontraron que los cambios longitudinales en la actividad van acompañados de cambios concurrentes en el BS. No obstante, existe un número de hallazgos nulos (Hoyt, Kaiser, Peters y Babchuk, 1980; Lemon, Bengston y Peterson, 1972; Olsen, 1980, Pierce, 1981; Wolk y Telleen, 1976) y cuando se controlan otros factores como la salud y el SES la relación entre la actividad y el BS puede desaparecer (Bull y Aucoin, 1975; S. J.Cutler, 1973). Kozma y Stones (1978) y S. J. Cutler (1976) señalaron que algunas actividades son buenas predictoras del BS y otras no. Schaeffer (1977) demostró que la relación entre actividad y BS dependía de la personalidad del informante. Dada la amplitud y vaguedad del concepto de actividad, no es sorprendente que los descubrimientos hayan sido tan dispares. El concepto de actividad se puede aplicar a cosas tan diferentes como contactos sociales, actividades físicas, aficiones, y participación en organizaciones formales. En vista de esta diversidad, Lemon et al. (1972) y Hoyt et al. (1980) criticaron la teoría de la actividad y exigieron una teorización más articulada y formalizada. El compromiso en cierto tipo de actividades debe, sin duda, mejorar el BS, pero por el momento tenemos escasa comprensión de los parámetros que influyen en esta relación.
La personalidad es sugerida como una influencia sobre la felicidad debido a la creencia popular largamente mantenida de que el temperamento es más importante para el bienestar subjetivo que los atributos externos de una persona (Tatarkiewicz, 1976). Este razonamiento está apoyado de forma indirecta por el hecho de que las variables demográficas individuales pocas veces explican más que un escaso porcentaje de la varianza del BS, y tomadas en su conjunto, probablemente, no explican mucho más de un 15 por 100 de la varianza. De hecho, Andrews y Withey (1976) dieron un cifra menor del 10 por 100 de la varianza del BS expresada por todas las variables demográficas que evaluaron. Han aparecido algunos estudios en los últimos años que examinan la influencia de la personalidad en el BS. Debido a que estos estudios normalmente se realizan con menos muestras ampliamente representativas que los que examinan los factores demográficos, las conclusiones sólo se deberían tener en cuenta si los resultados son replicados en toda una serie de estudios con diversos tipos de muestras. Cuando se acepta este criterio, varias variables de personalidad muestran relaciones consistentes con el BS.
Una elevada autoestima es uno de los predictores de mayor fuerza del BS. Muchos estudios han hallado una relación entre la autoestima y el BS (Anderson, 1977; Czaja, 1975; Drumgoole, 1981; Ginandes, 1977; Higgins, 1978; Kozma y Stones, 1978; Peterson, 1975; Pomerantz, 1978; Reid y Ziegler, 1980; VanCoevering, 1974; Wilson, 1960), aunque este efecto ha sido débil o complejo en algunos estudios (Reid y Ziegler, 1977; Wessman y Ricks, 1966; Wolk y Telleen, 1976). Campbell et al. (1976) vieron que la satisfacción con uno mismo mostraba una correlación mayor con la satisfacción de la vida que ninguna otra variable. Un descubrimiento intrigante es que la autoestima decae durante períodos de infelicidad (Laxer, 1964: Wessman y Ricks, 1966). Esto indica que la relación entre el estado de ánimo y la autoestima puede ser bidireccional, y un punto importante es por qué la autoestima decae cuando la gente no es feliz.
Existe otro rasgo de la personalidad que ha sido con frecuencia relacionado con la felicidad: la internalidad, una tendencia a atribuir resultados a uno mismo mas que a causas externas. Esta variable, normalmente evaluada con la escala de Locus de control de Rotter, se ha visto que se relaciona con el BS en un cierto número de poblaciones (Baker, 1977; Brandt, 1980-, Sundre, 1978). No obstante, nos podríamos preguntar si existirían determinados ambientes o culturas en los cuales la externalidad condujera a un mayor BS. Si los acontecimientos que le ocurren a una persona fueran negativos (por ejemplo, fracaso), podría ser mejor atribuirlos a fuerzas externas. De la misma manera, si una persona vive en un ambiente en el que existe muy poca libertad, una orientación externa puede ser relacionada con la felicidad, y esta conclusión la apoyan los descubrimientos de Felton y Kahana (1974). Una variable que se relaciona con la internalidad es el grado de elección o control percibidos en la vida de una persona, y esto ha covariado de forma consistente con la felicidad (Eisenberg, 1981; Knippa, 1979; Morganti, Nehrke y Hulicka, 1980; Reid y Ziegler, 1980). Cuando los sujetos valoran su eficacia, los recursos personales o la competencia, éstos también se relacionan con el BS (Bortner y Hultsch, 1970; Campbell et al., 1976; Noberini, 1977; Rux, 1977). Sin embargo, la dirección de la causalidad es muy incierta entre la internalidad y la felicidad. Puede ocurrir que la gente con un locus de control externo sea de esa manera por causa de unas desgraciadas circunstancias de vida que también la conducirían a la infelicidad. De igual forma, la gente que tiene más control sobre sus vidas puede también vivir en unas circunstancias más afortunadas.
La extroversión y los constructos relacionados con ella tales como la búsqueda de sensaciones y la sociabilidad se ha hallado que covarían con el BS (Gorman, 1972; Joshi, 1964; H. C. Smith, 1961: Tolor, 1978). Sin embargo, nuestros propios descubrimientos revelan que es el aspecto de sociabilidad de la extroversión lo que se correlaciona con el estado de ánimo positivo, no el componente de impulsividad (Emmons y Diener, 1983). Costa y McCrae (1980) hallaron que la extroversión se correlaciona con el afecto positivo, mientras que el neuroticismo (Cameron, 1975; Hartmann, 1934) se relaciona con la infelicidad. Costa y McCrae sugieren que la extroversión y el neuroticismo son dos dimensiones básicas de la personalidad que conducen al afecto positivo y al afecto negativo, respectivamente.
La inteligencia es una variable de la personalidad que debería esperarse que se relacionase de una forma fuerte con el BS, porque es un recurso muy valorado en esta sociedad. Sin embargo, parece que ésta, según la miden los tests de inteligencia, no está relacionada con la felicidad (Hartmann, 1934; Palmore, 1979; Palmore y Luikart, 1972; Sigelman, 198 1; Watson, 1930; Wilson 1960). A pesar de que algunos investigadores encontraron efectos positivos para la inteligencia (Campbell et al, 1976; Jasper, 1930; Washburne, 1941), otros encontraron una relación negativa (Fellows, 1956). Debido a que los estudios hasta este momento están basados en muestras pequeñas y ninguno es representativo de la población en general, los resultados siguen siendo extremadamente provisionales. Sin embargo, resulta extraño el que la inteligencia pueda correlacionarse de forma negativa con la felicidad en personas tales como estudiantes de universidad, en los que ésta debería ser recompensada. Si no existe una relación general entre la inteligencia y el BS en una muestra amplia, este resultado podría parecer que contradice el descubrimiento general de que los recursos tienen alguna relación con el BS y, por lo tanto, podría indicar la posibilidad de que existe algún proceso ligado a la inteligencia que también sirve para disminuir el BS. Podría ocurrir que la inteligencia también implicara mayores aspiraciones, deseo de realización, o conocimiento de alternativas.
Recientemente ha sido muy popular una dimensión de la personalidad: la androgeneidad, un rasgo que implica que una persona no está mayormente tipificada ni como masculina ni como femenina, sino que muestra características de ambos. Wish (1977) halló que las mujeres tipificadas como tales (pero no los hombres) estaban más satisfechas. Sin embargo, otros investigadores no han encontrado que los individuos andróginos experimenten un mayor BS (Allen-Kee, 1980; DeGuire, 1974; O'Sullivan, 1980).
Resulta interesante que Hasak (1978) encontrara un conjunto de predictores de personalidad totalmente diferente para hombres y mujeres. Este descubrimiento plantea la cuestión: ¿Son los individuos con ciertos tipos de personalidades más felices sólo dentro de los márgenes de un ambiente cultura] concreto porque sus rasgos son los que se ven recompensados? Esto puede no ser cierto por lo que respecta a los rasgos que tienen que ver con reacciones internas tales como la autoestima, el optimismo, o el neuroticismo -éstos pueden tener una relación universal con la felicidad-. Pero ¿qué pasaría con rasgos tales como la agresividad? Aunque la cuestión de rasgo por interacciones ambientales ha sido muy poco explorada, Diener, Larsen y Emmons (1984) encontraron algún apoyo para la idea de que los individuos experimentan más BS cuando están en situaciones que son congruentes con sus personalidades, aunque este efecto no parece ser fuerte. Por ejemplo, aunque aquellos que tenían una gran necesidad de realización eran más felices en situaciones laborales comparados con los que tenían una necesidad menor, el efecto principal para la situación fue más fuerte: todos los grupos eran más felices cuando estaban dedicados a actividades de recreación. Es muy posible que las personas que viven durante largos espacios de tiempo en ambientes que son congruentes con sus personalidades puedan experimentar una felicidad mayor.
Se precisa mucha más investigación sobre la personalidad. Por ejemplo, no está claro si factores tales como el optimismo o unas perspectivas positivas vienen causados por los acontecimientos o provienen de ellos. Son necesarios estudios longitudinales, y quizás, estudios experimentales de laboratorio para comprender el proceso que conecta factores tales como el optimismo y la autoestima con el afecto positivo.
Un número importante de estudios muestra una relación relativamente cuantificable entre la salud autovalorada y el BS (por ejemplo, Edwards y Klemmack, 1973, Larson, 1978; Markides y Martin, 1979; Near, Rice y Hunt, 1978; Ray, 1979; Riddick, 1980; Spreitzer y Snyder, 1974; Toseland y Rasch, 1979-1980; Wessman, 1957; Wilson, 1960; Zeglen, 1977), y este efecto permanece cuando otras variables tales como el SES y la edad se controlan (Clemente y Sauer, 1976a; Freudiger, 1980; Larson, 1978).
Campbell et al. (1976) descubrieron que aunque la salud fue valorada por los sujetos como el factor más importante para la felicidad, la satisfacción con la salud era, en realidad, solamente el octavo predictor más fuerte de la satisfacción con la vida. Aunque algunos investigadores (Mancini y Orthner, 1980: Miller, 1980) hallaron una correlación fuerte de orden cero entre la salud y el BS, descubrieron que cuando otros factores tales como las actividades de ocio eran covariadas, el efecto no era significativo. Esto indica que parte de la influencia de la salud sobre el BS no es sencillamente el efecto directo sobre cómo se siente la gente físicamente, sino también sobre lo que su salud les permite hacer. Sin embargo, Bultena y Oyler (1971) descubrieron un efecto para la salud incluso cuando las diferencias en la interacción social eran tomadas en cuenta. Cierto número de estudios ha usado medidas más objetivas de salud, tales como listas de reconocimiento de enfermedades (Bultena y Oyler, 1971; Larson, 1978; Liang et al., 1980; Mancini y Orthner, 1980). A pesar de que las valoraciones de los médicos también tienden a correlacionarse con el BS (Palmore y Luikart, 1972), normalmente lo hacen a un nivel más bajo (Larson, 1978; Maddox, 1963; Suchman, Phillips y Strieb, 1958). Un meta-análisis de estudios sobre la salud y el BS reveló una correlación moderada consistente de aproximadamente .32 entre ellos, siendo significativos virtualmente todos los descubrimientos (Okun, Stock, Haring y Witter (1984). La relación entre la salud y el BS fue más fuerte para las mujeres y más fuerte cuando se usaron medidas subjetivas de salud.
Parece que la salud subjetiva muestra una fuerte relación con la felicidad, y que la salud objetiva tiene una débil, pero significativa, relación con el BS (Zautra y Hempel, 1983). No obstante, hay que hacer algunas advertencias. Miller (1980) señaló que la salud influía sobre la satisfacción sólo de una manera transversal, no longitudinalmente. Este descubrimiento plantea cuestiones sobre el proceso y la dirección causal por los cuales la salud y la satisfacción se relacionan (Zautra y Hempel, 1983). De este modo, el grado en el cual la salud objetiva se relaciona con el BS es incierto, aunque está claramente por debajo de la salud subjetiva. Para comprender los procesos subyacentes implicados se necesita mucha más investigación que examine tanto las medidas subjetivas como las objetivas y el grado de relación cuando se controlan otros factores. Aunque parece que la salud objetiva se relaciona con la felicidad, es sorprendente que esta relación sea tan débil. Kammann y Campbell (1982) descubrieron que los profanos en esta materia creen firmemente que la felicidad está íntimamente ligada a la buena salud.
Algunos factores más, aparentemente biológicos, se han relacionado con el BS. El sueño escaso se ha relacionado con la infelicidad (Barry y Bousfield, 1935; Bousfield, 1938; 1942; Roth, Kramer y Roehrs, 1976; Sherman, 1980: VanCoevering, 1974; Wiltsey, 1967). Se podría cuestionar la dirección de la causalidad aquí, porque es probable que personas angustiadas no duerman muy bien. No obstante, debido a que la interrupción del REM parece influir de forma adversa en el bienestar psicológico, parece probable que la influencia pudiera ser en las dos direcciones. También se ha relacionado el ejercicio con un mejor estado de ánimo (Morris y Husman, 1978; Reffruschini, 1978; Tredway, 1978), aunque falta aún un trabajo experimenta] bien controlado sobre este tema. Finalmente, se han descubierto variaciones debidas a las estaciones del año en el estado de ánimo (Andrews y Withey, 1976; Bradburn, 1969; T. W. Smith, 1979; Springer y Roslow, 1935), aunque no está claro si estas influencias tienen un origen biológico. El tiempo atmosférico se ha descubierto que influye en el estado de ánimo (por ejemplo, Bamston, 1975: Catalano y Dooley, 1977; Schwarz y Clore, 1983), aunque puede que no tenga un efecto de larga duración.
Está claro que en cierto nivel, los cambios hormonales al igual que otros cambios biológicos deben mediar el estado de ánimo y el BS. Estos hallazgos y estas teorías van más allá del ámbito de esta revisión. Se debería señalar, no obstante, que la mediación biológica no invalida las teorías que están en un nivel de análisis diferente, tales como el nivel psicológico o el sociológico.
La Importancia de las influencias. Algunos investigadores han apuntado con desaliento la pequeña proporción de variación que puede ser justificada con variables demográficas. Esto ha llevado a buscar por doquier variables más potentes, en campos tales como la personalidad o las actitudes. Sin embargo, en estos campos suele aparecer un descubrimiento paralelo -ningún rasgo suelto justifica mucha varianza en el comportamiento-. De este modo, parece probable que un puñado de variables potentes no den cuenta del bienestar subjetivo, debido al inmenso número de factores que pueden influir en él. Variables que van desde el tiempo meteorológico a las creencias y a las interacciones entre la personalidad y el entorno tendrán un papel, y es poco probable que alguna vaya a predominar sobre las otras. No obstante, al alejarse de conceptos específicos hacia otros más abstractos en el campo de la teoría (por ejemplo, los objetivos), se pueden encontrar unas relaciones más fuertes. Sin embargo, el BS probablemente viene determinado por un gran número de factores que se pueden conceptualizar en varios niveles de análisis, y quizá no sea realista esperar que unas cuantas variables puedan tener una importancia abrumadora.
Limites de los estudios de influencia Ocasionalmente, todos los estudios acerca de las influencias sobre la felicidad sufren de ciertos defectos comunes. Existen escasos estudios experimentales, cuasi-experimentales o incluso longitudinales y, de este modo, la dirección de la causalidad es imposible de determinar en la mayoría de los casos. Normalmente es posible argüir que la variable causal supuesta podría estar motivada por el BS. Por ejemplo, la salud o el contacto social podrían tanto ser el resultado de la felicidad como causarla. Esto señala hacia una cuestión muy abandonada: ¿Cuáles son los efectos de la felicidad? Por ejemplo, Wilson y Matheny (1983) descubrieron que el tono emocional positivo covariaba junto con la atención mantenida, y Weinstein (1982) encontró que la actuación de la gente feliz está más intensificada por los cambios positivos en los incentivos. Una actividad importante para futuras investigaciones es delinear de una forma más completa los efectos del afecto positivo.
Los efectos curvilíneos e interactivos no suelen ser examinados en la literatura sobre estos temas. Existe una gran dificultad en tratar de separar los efectos de las diferentes variables que están intercorrelacionadas. Se puede examinar la varianza única precedida por cada variable, pero la varianza común es con frecuencia la proporción mayor de varianza justificada. En la mayoría de los estudios no existe una manera satisfactoria de distribuir los efectos de varianza común. Aunque la regresión se usa a menudo para hacerlo, el mecanismo de simplemente distribuir la varianza común al predictor más fuerte no es normalmente defendible. Los investigadores necesitan datos cuasi-experimentales y longitudinales en los que las potenciales variables causales fluctúen de manera independiente para separar sus influencias. Otro elemento que suele faltar en la mayor parte de las áreas es una estructura teórica que guíe el trabajo empírico. Es cierto que la teoría suele proceder de unos datos cuidadosamente recogidos. Sin embargo, la teoría y los datos empíricos tienen una influencia que va en las dos direcciones, y la teoría es necesaria para saber qué tipos de datos deberían recogerse.
Recomendaciones. Se ha avanzado mucho desde la revisión de Wilson (1967). En este momento existe una idea aproximada de cuántas variables están correlacionadas con el BS. No obstante, se necesitan metodologías más sofisticadas. Se necesita una mejor comprensión de los parámetros que influyen en las relaciones, de las direcciones de influencia entre variables, y de cómo interactúan las diferentes influencias. Existen causas potenciales sin explorar del BS (por ejemplo, la herencia, redes sociales y estilo de vida). Además, es necesario la comprensión de cómo las variables influyen en los componentes separados de BS. En suma, son esenciales metodologías que permitan una comprensión más profunda de cómo las variables influyen sobre el BS y se necesita una teorización más adecuada que guíe el trabajo empírico.
Wilson (1967) manifestó que se había avanzado muy poco en la comprensión de la felicidad desde la época de los griegos. Aunque se han producido algunos avances teóricos notables en la última década, el progreso es todavía limitado. Es muy necesaria una conexión más íntima entre la teoría y la investigación. Esta revisión se centra en algunas de las teorías psicológicas más provocativas relacionadas con la felicidad, pero no describe teorías biológicas (incluyendo la herencia) o teorías sociológicas.
Las teorías finalistas o de punto final del bienestar subjetivo sostienen que la felicidad se logra cuando algún estado, como puede ser algún objetivo o necesidad, es alcanzado. Un postulado teórico ofrecido por Wilson (1960) es que la "satisfacción de las necesidades causa felicidad y a la inversa, la persistencia de las necesidades no cubiertas causa infelicidad" (pág. 71). Gran parte de la investigación sobre el BS parece haberse basado sobre un modelo implícito relacionado con las necesidades y los objetivos. El grado de recursos presumiblemente relacionados con las necesidades y los deseos se evalúa y correlaciona con el BS. Sin embargo, las formulaciones teóricas específicas se dan raramente en este trabajo.
A muchos filósofos les han preocupado cuestiones relacionadas con las teorías finalistas. Por ejemplo, se preguntaron si la felicidad se lograba al satisfacer los deseos de uno o al suprimirlos. Mientras que los filósofos hedonistas han recomendado la satisfacción de los deseos, los ascéticos han recomendado la aniquilación del deseo. ¿Qué deseos o metas son más importantes y qué equilibrio debería establecerse entre los diferentes tipos de deseos? ¿Son algunos deseos nocivos para la felicidad? Quizás una de las cuestiones más importantes es si la felicidad proviene de haber satisfecho ya los deseos de uno, de haber logrado un deseo recientemente, o del proceso de dirigirse hacia los objetos deseados. Como manifestó Scitovsky (1976), "el estar en marcha hacia esos objetivos y luchar por lograrlos es más satisfactorio de lo que es la consecución real de los mismos" (pág. 62).
Teorías finalistas alternativas provienen de orígenes diferentes. En las teorías de la necesidad, existen algunas necesidades innatas o aprendidas que la persona trata de satisfacer. La persona puede o no ser consciente de estas necesidades. Sin embargo, se postula que la felicidad provendrá de su satisfacción. En contraste, las teorías del objetivo están basadas en deseos específicos de los que la persona es consciente. La persona busca conscientemente ciertas metas, y la felicidad se obtiene cuando éstas se alcanzan (Michalos, 1980). Los objetivos y las necesidades se relacionan en el punto en que las necesidades subyacentes pueden conducir a objetivos específicos. Las necesidades pueden ser universales, como las postuladas por Maslow, o pueden diferir marcadamente de un individuo a otro, como las propuestas por Murray. Se da un acuerdo amplio en que la satisfacción de las necesidades, metas y deseos está relacionada de alguna manera con la felicidad.
Maslow propuso una jerarquía universal de necesidades que aparecen en el mismo orden en todas las personas. Los individuos deberían experimentar BS si están satisfaciendo las necesidades en sus niveles concretos, aunque también es posible que la felicidad pudiera ser mayor para aquellos que estuvieran en unos niveles más elevados de la jerarquía de la necesidad. Los descubrimientos llevados a cabo por medio de investigaciones sobre la teoría de Maslow no son alentadores (por ejemplo, Lawler y Suttle, 1972; Wahba y Bridwell, 1976), por lo tanto se necesita más trabajo antes de aplicar esta teoría a la felicidad. Murray postuló un gran número de necesidades de origen diverso. La gente postuló mucho en sus necesidades (por ejemplo, en lo relativo a la realización o a la afiliación). Diener, Larsen y Emmons (1984) hallaron alguna base para la idea de que la gente experimenta felicidad cuando sus necesidades concretas están satisfechas. Su acercamiento a la felicidad se basaba en la adecuación entre la persona y su entorno -la idea de que la gente es feliz cuando está en situaciones que encajan con su Personalidad.
Se han propuesto un cierto número de necesidades humanas universales (por ejemplo, relativas a la eficacia, la autoaprobación, y la comprensión). Si éstas son necesidades verdaderamente universales, entonces su satisfacción debería estar correlacionada con la felicidad en todas las culturas. Reich y Zautra (1981) postularon que la causa personal o la eficacia es un recurso ubicuo del afecto positivo, y Csikszentmihalyi y Figurski (1982) descubrieron que la voluntariedad es un aspecto positivo de la experiencia. La importancia del apoyo social para la felicidad (Campbell et al., 1976) sugiere que ésta podría ser una necesidad ubicua. También se ha propuesto un nivel óptimo de excitación como una mayor fuente de felicidad. Scitovsky (1976) sostenía que el nivel correcto de estimulación o de novedad incremente el afecto positivo.
Los objetivos y los deseos se consideran normalmente más conscientes que las necesidades. La mayoría de los individuos han tenido la experiencia de sentirse felices cuando logran una meta importante. Sin embargo, una cuestión clave es si la consecución de la meta conduce a diferencias a largo plazo en el BS entre las personas, más que a cambios de estado de ánimo a corto plazo. Algunos teóricos (por ejemplo, Chekola, 1975) argüían que la felicidad depende de la continua satisfacción del plan de vida de cada uno, el conjunto total integrado de las metas de una persona. Algunas metas pueden estar en conflicto con otras. De este modo, de acuerdo con el enfoque relacionado con el plan de vida, la felicidad depende de dos factores clave relacionados: la integración armoniosa de las metas de cada uno y la satisfacción de estas metas.
Desde un punto de vista similar al enfoque del plan de vida, Palys y Little (1983) desarrollaron una hipótesis según la cual la gente tiene proyectos o preocupaciones personales y que estos proyectos se pueden integrar en un sistema de proyectos total. Ellos midieron estos proyectos y encontraron que la gente insatisfecha estaba comprometida con metas que tenían unas perspectivas de recompensa a largo plazo, pero que poseían un refuerzo o disfrute escaso a corto plazo. Sus proyectos eran difíciles y de larga duración. Los individuos más satisfechos tenían proyectos más agradables, menos difíciles, y más importantes en ese momento.
De acuerdo con los enfoques finalistas, existen algunas cosas que pueden interferir con el BS. En primer lugar, los individuos pueden desear objetivos que entrañen felicidad a corto plazo, pero que tengan consecuencias a largo plazo, que sean nocivas para la felicidad, porque interfieran con otras metas. En segundo lugar, las metas y los deseos de la gente pueden estar en conflicto, y por lo tanto, es imposible satisfacerlos completamente. A causa de que estas necesidades o deseos podrían ser inconscientes, sería difícil identificarlos e integrarlos si estuvieran en conflicto. En tercer lugar, los individuos podrían estar privados de felicidad debido a que no poseen metas ni deseos. Finalmente, la gente puede ser incapaz de lograr sus objetivos debido a unas pobres condiciones o habilidades, o porque los objetivos sean demasiado elevados.
Hay algunos defectos en los enfoques finalistas actuales. Casi nunca se han formulado de una forma clara y después han sido comprobados. Muchos de estos enfoques no son falseables. Las necesidades y las metas están a veces descritas de una forma circular, dependiendo de las observaciones que el concepto va a explicar. Se necesitan medidas claras de necesidades y metas, y las metodologías longitudinales ayudarían a indicar si la realización de los objetivos en realidad aumenta el BS. Gordon (1975) comparó la importancia de los diferentes tipos de recursos y examinó cómo puede haberse desarrollado la necesidad de éstos en la infancia. Se necesitan trabajos teóricos de este tipo en los que diversos tipos de metas o necesidades y su satisfacción se relacionen con diferentes tipos de BS. Formulaciones como la ley de Bentham de la utilidad marginal decreciente pueden ser comprobadas empíricamente en relación con el BS. Una limitación que se puede encontrar a la ley de utilidad marginal es que parece que se aplica a algunas cosas (por ejemplo, el dinero), pero no a otras (por ejemplo, las habilidades).
La idea de que satisfacer los objetivos o las necesidades conduce a la felicidad plantea un tema que se puede encontrar en toda la literatura sobre la felicidad: el placer y el dolor están íntimamente relacionados. Un individuo sólo tiene metas o necesidades hasta el punto en que algo falta en la vida de esa persona. De este modo, la mayor parte de las formulaciones de las necesidades y objetivos suponen que la falta o privación es un precursor necesario de la felicidad. Una asunción de estos enfoques es la de que cuanto mayor es la privación (y por tanto la infelicidad), mayor es la alegría cuando se logra la meta. La idea de que la satisfacción de las necesidades conduce a la felicidad es lo contrario a la idea de que tener todas las necesidades permanentemente cubiertas llevará a la máxima felicidad. De acuerdo con esta formulación, si los deseos y las metas de un individuo están totalmente satisfechos, no puede ser posible lograr una gran felicidad. Houston (1981) sostuvo que "nuestra configuración genética es de tal manera que probablemente somos más felices cuando experimentamos una necesidad basada en la privación y podemos satisfacer esa necesidad (pág. 7). De igual manera, de acuerdo con Wilson (1960), las necesidades recurrentes son cíclicas por naturaleza y la forma más gratificante de que ocurran las cosas es que los ciclos se repitan de manera normal y ordenada" (pág. 76). Desde esta perspectiva, es una suerte que los deseos biológicos sean autorrenovables con el tiempo y que una persona que logre unas metas, normalmente se plantee otras metas. Sin embargo, Wilson (1960) postuló que la máxima consecución de forma continuada es más recompensadora para las necesidades sensoriales y las adquiridas.
La idea de que el placer y el dolor (felicidad e infelicidad) están de alguna forma conectados es una idea que se ha propuesto frecuentemente (Tatarkiewicz, 1976). Por ejemplo, el escritor italiano Verri propuso que el placer siempre está precedido por la aflicción. Existen algunas razones adicionales por las que la felicidad. y la infelicidad deberían estar conectadas. Como se mencionó con anterioridad, la gente que experimenta una alegría más intensa es también la que experimenta emociones negativas más intensas (Diener, Larsen, Levine y Emmons (1985). Otra razón de que el placer y el dolor estén conectados tiene que ver con la inversión psicológica o el compromiso con los objetivos. Si una persona tiene una meta importante y ha trabajado duro para conseguirla, el fracaso producirá una infelicidad sustancial y el éxito le llevará a una mayor felicidad. Si una persona no tiene mucho interés en lograr una meta, el fracaso no conllevará una gran infelicidad. Con palabras de Tatarkiewicz, "si las fuentes de placer se multiplican, también lo harán automáticamente las fuentes del dolor" (1976, pág. 50). De este modo, el compromiso, la implicación y el esfuerzo parece que aumentan la intensidad del afecto que una persona sentirá.
Otra teoría que sugiere que el placer y el dolor están íntimamente conectados es la teoría del proceso contrario de Solomon (1980). De acuerdo con esta formulación, la pérdida de algo bueno conduce a la infelicidad y la pérdida de algo malo lleva a la felicidad. Además, se llevan a cabo predicciones específicas sobre la magnitud del afecto. Una persona se habituará a un objeto bueno o malo, y, de este modo, conllevará menos felicidad o infelicidad con la exposición repetida. No obstante, el componente crucial de la teoría es que el afecto opuesto cuando se pierde el objeto será mayor después de producirse la habituación. Por ejemplo, si un individuo estaba habituado a un coche y éste le procuraba escaso placer y le roban el coche, esa persona sería más infeliz de lo que sería si el coche fuera nuevo. Hay que señalar que éste es un tipo de modelo de adicción que afirma que con una exposición repetida los objetos buenos pierden su poder de producir felicidad, pero que después de una exposición repetida su pérdida producirá una gran infelicidad. Los estudios iniciales sobre esta teoría de la felicidad no la han apoyado mucho (Sandvik y Diener, 1983).
Mientras que las teorías finalistas sitúan el locus de la felicidad en estados finales ciertos (certain-end), las teorías de la actividad sostienen que la felicidad es un producto de peso de la actividad humana. Por ejemplo, la actividad de escalar una montaña podría conllevar una mayor felicidad que alcanzar la cima. Aristóteles fue un gran defensor de una de las primeras y más importantes teorías de la actividad. Sostuvo que la felicidad proviene de la actividad virtuosa, es decir, de una actividad que se realiza bien. De acuerdo con la teoría de Aristóteles, existen ciertas habilidades humanas y la felicidad surge cuando éstas se llevan a cabo de una manera excelente. En contraste, la teoría de la actividad en la gerontología moderna se refiere a la actividad en unos términos más globales. Por ejemplo, se consideran actividades las aficiones, la interacción social y el ejercicio.
Un tema frecuente en las teorías de la actividad es que la autoconciencia disminuirá la felicidad, y existen algunas evidencias empíricas de esto (Csikszentmihalyi y Figurski, 1982). Ello está en consonancia con la idea popular de que concentrarse en lograr la felicidad puede ser autodestructivo. De acuerdo con este enfoque, uno se debería concentrar en actividades y metas importantes, y la felicidad llegará sin desearlo. Estas ideas no han sido aún rigurosamente formuladas o empíricamente comprobadas, aunque aparecen frecuentemente en la literatura sobre este tema.
Probablemente la formulación más explícita sobre la actividad y el BS es la teoría del flujo (Csikszentmihalyi 1975). Las actividades se ven como placenteras cuando el reto va bien con el nivel de habilidad de la persona. Si una actividad es demasiado fácil se producirá aburrimiento; si es demasiado difícil se producirá ansiedad. Cuando una persona está metida en una actividad que requiere una concentración intensa y en la que las habilidades de la persona y el reto de la tarea son iguales, se producirá una experiencia placentera de flujo. La cirugía y la escalada de montaña se muestran como prototipos de esta experiencia placentera. La vida de la gente será más feliz dependiendo de hasta qué punto está metida en actividades interesantes y que ocupan su atención. A diferencia de los teóricos del objetivo, los teóricos de la actividad proponen que la felicidad surge del comportamiento más que de alcanzar hitos. Sin embargo, las dos ideas no son necesariamente incompatibles y, por lo tanto, podrían, posiblemente, integrarse.
La distinción entre enfoques de arriba a abajo y de abajo a arriba es popular en la psicología moderna, y se pueden encontrar cuestiones paralelas a lo largo de toda la historia erudita de la felicidad. Por ejemplo, algunos filósofos sostenían que la felicidad sólo es la suma de muchos pequeños placeres (teoría de abajo a arriba). De acuerdo con este punto de vista, cuando una persona juzga si su vida es feliz, se emplea algún cálculo mental para sumar los placeres y los dolores momentáneos. Una vida feliz desde este punto de vista es una mera acumulación de momentos felices. En filosofía, esta visión se relaciona con las visiones atomísticas o reduccionistas de Locke (Kozma y Stones, 1980). En contraste, el enfoque de arriba a abajo asume que existe una propensión global a experimentar las cosas de una forma positiva, y que esta propensión influye en las interacciones momentáneas que un individuo tiene con el mundo. En otras palabras, una persona disfruta de placeres porque es feliz, no al contrario. Desde este punto de vista más kantiano, la causa va desde los elementos de un orden superior y baja hasta los niveles mas elementales o más bajos.
En el acercamiento de arriba a abajo a la felicidad, las características globales de la personalidad están pensadas para influir en la manera en que la persona reacciona a los acontecimientos. Por ejemplo, una persona con un temperamento sanguíneo podría interpretar un oirán número de acontecimientos como positivos. Los filósofos han situado con frecuencia el locus de la felicidad en las actitudes, sugiriendo, por tanto, un acercamiento de arriba a abajo. Por ejemplo, Demócrito afirmó "que una vida feliz no depende de la buena suerte o incluso de ninguna contingencia externa, sino también, e incluso mucho más, del temperamento de un hombre... Lo importante no es lo que un hombre tiene, sino cómo reacciona ante lo que tiene" (Tatarkiewicz, 1976, pág. 29). Andrews y Withey (1974) presentaron datos que apoyan un acercamiento de arriba a abajo. Al predecir la satisfacción con la vida, descubrieron que el tipo de satisfacciones de dominio que se usaban como predictores no importaba y que al ponderar los dominios no se producían predicciones mucho mejores. Estos descubrimientos sugieren que la satisfacción con los dominios puede resultar de, más que causar, una satisfacción global con la vida. En el acercamiento de abajo a arriba, una persona debería desarrollar una disposición alegre y un aspecto optimista según las experiencias positivas que se van acumulando en la vida de la persona. Por ejemplo, los hedonistas aconsejan que uno puede ser feliz si los placeres se seleccionan y se acumulan cuidadosamente (teoría de abajo a arriba).
Aunque ambas formulaciones pueden ser parcialmente ciertas, el reto es descubrir cómo interactúan los factores internos o de arriba a abajo y los hechos moleculares de abajo a arriba. Debido a que la gente reacciona a acontecimientos como subjetivamente percibidos, debe haber involucrados algunos procesos de arriba a abajo. Sin embargo, también parece que ciertos acontecimientos son placenteros para la mayoría de la gente, y esto sugiere que los principios de abajo a arriba también pueden ser útiles. Se necesita un entendimiento de cómo las cogniciones y los factores de personalidad pueden alterarse por una acumulación de acontecimientos. También es necesario estudiar el proceso por el cual una persona adquiere un temperamento alegre y cómo es de resistente este temperamento al cambio. La interacción de los acontecimientos de una vida a larga escala y los pequeños placeres diarios al producir felicidad a corto y largo plazo requiere una investigación nueva. La dicotomía de arriba a abajo y de abajo a arriba debería servir como un mecanismo útil para generar alternativas teóricas y como un método heurístico para generar ideas de investigación.
Existen dos debates en el área del BS que se relacionan con la distinción de abajo a arriba y de arriba a abajo. El primer debate trata de la felicidad como un rasgo o un estado. Los que defienden que es una predisposición o un rasgo sugieren que la felicidad no son sentimientos felices por sí mismos, sino una propensión a reaccionar de forma feliz. Este enfoque de arriba a abajo sugiere que una persona feliz podría en este momento ser infeliz. El acercamiento de abajo a arriba o de estado sugiere que una persona feliz es una que tenga momentos felices. Chekola (1975) lo ha descrito como la visión acumulada de la felicidad porque la felicidad se ve simplemente como una gran colección de momentos felices. La felicidad se puede definir bien como un rasgo o como un estado, y éstos, probablemente seguirán diferentes principios.
El segundo debate tiene que ver con el papel de los acontecimientos placenteros en la creación de felicidad (Lewinsohn y Amenson, 1978; Lewinsohn y MacPhillamy, 1974). La argumentación de Lewinsohn y sus colegas de que una falta de acontecimientos placenteros conduce a una depresión, parece ser un acercamiento de abajo a arriba. Sin embargo, la crítica defiende que la depresión conduce a una imposibilidad para sentir placer cuando uno está en acontecimientos normalmente placenteros (Sweeney, Schaeffer y Golin, 1982), y éste es un acercamiento de arriba a abajo. Se necesita más investigación para determinar si (o bajo qué condiciones) una falta de acontecimientos placenteros causa una depresión o proviene de ella.
Hay un número de modelos que tratan de explicar por qué algunos individuos tienen un temperamento que está predispuesto a la felicidad. Muchas de estas teorías están basadas en principios de memoria, de condicionamiento o cognitivos que se pueden subsumir bajo el amplio nombre de modelos asociacionistas. Los enfoques cognitivos acerca de la felicidad están en sus primeros momentos. Un acercamiento cognitivo descansa en las atribuciones que la gente hace en relación con los acontecimientos que le ocurren (Schwarz y Clore, 1983). Podría ser, por ejemplo, que los acontecimientos buenos conllevaran la máxima felicidad si se atribuyen a factores internos, estables. Otra posibilidad es que los acontecimientos que se perciben como buenos conduzcan a la felicidad, sin importar las atribuciones hechas.
Un enfoque cognitivo general sobre la felicidad tiene que ver con redes asociativas de la memoria. Bower (1981) ha mostrado que la gente trae a la memoria recuerdos que son afectivamente congruentes con su estado emocional del momento. La investigación sobre las redes de la memoria sugiere que las personas podrían desarrollar una rica red de asociaciones positivas y una red mas limitada y aislada de asociaciones negativas. En dichas personas, más acontecimientos o ideas desencadenarían ideas o afectos felices. De este modo, una persona con una red tan predominantemente positiva estaría predispuesta a reaccionar a más acontecimientos de forma positiva.
Un tipo relacionado de teoría se basa en una evocación clásicamente condicionada de afecto. La investigación ha mostrado que el condicionamiento afectivo puede ser extremadamente resistente a la desaparición. De este modo, las personas felices podrían ser las que tuvieran experiencias afectivas, muy positivas asociadas a un gran número de estímulos frecuentes diarios. La aseveración de Zajonc (1980) de que las relaciones afectivas tienen lugar independientemente y más rápidamente que la evaluación cognitiva de los estímulos, es compatible con un enfoque condicionante de la felicidad.
Las redes de memoria y condicionamiento, pueden funcionar sin una intervención consciente explícita. Sin embargo, existen evidencias de que una persona puede dar una dirección consciente a las asociaciones afectivas en su vida. Fordyce (1977a) dio pruebas de que un intento consciente de reducir los pensamientos negativos puede aumentar la felicidad, y Kammann (1982) descubrió que recitar enunciados positivos por la mañana conducía a un día más feliz. Goodhart (1985) ha descubierto que el pensamiento positivo similar al recomendado por Norman Peale está correlacionado con el BS. De este modo, los intentos explícitos conscientes para evitar los pensamientos infelices y tener pensamientos felices pueden incrementar hasta cierto punto la felicidad.
Algunos individuos pueden haberse creado una fuerte red de asociaciones positivas y haber aprendido a reaccionar habitualmente de forma positiva. Estos individuos quizá sean los caracterizados por los filósofos como en posesión de un temperamento feliz. Una persona con un enfoque de Pollyanna sobre la vida (Matlin y Stang, 1978) quizá sea el prototipo de una persona que ha formado asociaciones positivas con el mundo. Algunos estudios (Dember y Penwell, 1980; Matlin y Gawron, 1979) han descubierto una relación entre la felicidad, un sesgo cognitivo hacia asociaciones positivas, y altas puntuaciones de personalidad Pollyanna.
Se podía desarrollar un enfoque interactivo, que integrara la influencia de los acontecimientos externos y la influencia de la personalidad. Una persona podría tener redes asociativas que causaran una predisposición a las reacciones felices. Sin embargo, aunque la respuesta a los hechos que se van produciendo está sesgada por estas asociaciones, los hechos que se dan en el momento podrían alterar las asociaciones con el tiempo. Con otras palabras, las redes asociativas de una persona podrían ser más o menos permeables a la influencia de nuevas asociaciones.
Hay un grupo de teorías que postulan que la felicidad resulta de una comparación entre unas situaciones estándar y las condiciones reales. Si las condiciones reales exceden a las estándar se producirá felicidad. En el caso de la satisfacción estas comparaciones pueden ser conscientes. Sin embargo, en el caso del efecto, la comparación con un estándar puede ocurrir de forma no consciente. Aunque las teorías de juicio normalmente no predicen qué hechos serán negativos o positivos, ayudan a predecir la magnitud del afecto que producen los acontecimientos.
Una forma de dividir las teorías del juicio es la que se basa en el estándar usado. En la teoría de la comparación social uno usa a otras personas como estándar. Si una persona es más acomodada que las demás, esa persona estará satisfecha o feliz (Carp y Carp, 1982; Emmons et al, 1983; Michalos, 1980). En la teoría de la adaptación (Brickman, Coates y Janoff-Bulman, 1978), y en la teoría de alcance frecuencia (Parducci, 1968, 1982), la vida anterior de una persona se emplea para establecer el estándar. Si la vida actual del individuo excede este estándar, esa persona probablemente será feliz. El individuo también puede formarse un estándar de otras maneras. Por ejemplo, el individuo podría aspirar a un cierto nivel de consecución basado en un concepto propio o en lo que le han dicho sus padres.
Aunque los estándares se pueden crear de diferentes maneras de acuerdo con cada teoría, en cada caso se usan como base para las condiciones de juicio. En las teorías de la comparación social, las personas más cercanas son muy ponderadas debido a su prominencia. Sin embargo, Dermer, Cohen, Jacobsen y Anderson (1979) demostraron que incluso la gente distanciada en el tiempo puede ser usada como un estándar de comparación si se les hace sobresalir. Seidman y Rapkin (1983), recogieron pruebas que sugieren que la comparación social puede influir en la salud mental, y Wills (1981) mostró que una comparación descendente con personas menos afortunadas puede incrementar el BS. Kearl (1981-1982) descubrió que creer que otros viven en circunstancias penosas puede aumentar la satisfacción con la vida de uno. Easterlin (1974) argumentó de forma persuasiva que la cantidad de ingresos que satisface a la gente depende de los ingresos de los otros en su sociedad. Un defecto de las teorías de comparación social existentes es que no aclaran cuándo una persona necesita compararse con los demás. Como señaló Freedman (1978), para cosas como el sexo, la comparación social puede no ser importante para la felicidad, ya que la gente posee un estándar interno basado en sus propios valores o necesidades. Sin embargo, Emmons et al (1983) descubrieron que la comparación social era el predictor más fuerte de la satisfacción en la mayoría de los dominios.
La adaptación a los acontecimientos significa que cuando ocurren por primera vez, éstos pueden producir o felicidad o infelicidad, dependiendo de si son buenos o malos. Sin embargo, con el tiempo, los acontecimientos pierden su poder de evocar afecto. La persona se adapta a las buenas condiciones de tal manera que ya no pueden evocar felicidad, y un proceso de adaptación similar se produce con los acontecimientos negativos. La teoría de la adaptación se basa en un estándar que se deriva de la propia experiencia de un individuo. Si los acontecimientos actuales son mejores que el estándar, el individuo será feliz. Sin embargo, si los acontecimientos buenos continúan, se producirá la adaptación; los estándares de los individuos irán apareciendo para irse acoplando a los acontecimientos más recientes (Brickman y Campbell, 1971). De este modo, de acuerdo con la teoría de la adaptación, los cambios recientes producen felicidad o infelicidad porque una persona se adaptará al nivel global de los acontecimientos. Por lo tanto, esta teoría predice que los cambios en los ingresos y cosas semejantes son mucho más importantes para la felicidad de lo que lo es el nivel medio de los acontecimientos. El estándar de un individuo cambiará hacia arriba o hacia abajo en cualquier nivel o circunstancia; es sólo partiendo de este nivel que se puede producir afecto.
Brickman et al (1978) señalaron que los ganadores de la lotería no son más felices, y que los tetrapléjicos no son menos felices, que los que están dentro del grupo de control normal. Interpretaron estos descubrimientos sugiriendo que la gente se adapta a todos los acontecimientos, no importa lo afortunados o desafortunados que sean. Wortman y Silver (1982) confirmaron esta conclusión con datos longitudinales. Hallaron que las víctimas de una lesión de médula espinal eran infelices en extremo después de sus accidentes. Sin embargo, sus afectos cambiaban rápidamente hacia la felicidad, lo que sugiere, que la adaptación ocurría rápidamente incluso en el caso de esta desgracia extrema. Cameron (1974) y Feinman (1978) también presentaron pruebas que indican que otros grupos de minusválidos son tan felices como los pertenecientes al grupo de control. Se necesitan datos longitudinales descriptivos detallados sobre la adaptación: ¿Cuánto se tarda en adaptarse?, ¿bajo qué condiciones se adapta la gente?; y, ¿se adapta la gente completamente? ¿Cuánto tiempo o qué acumulación de experiencias se incluye en el estándar de uno, y cómo se ponderan los acontecimientos más recientes? El proceso psicológico que subyace a la adaptación también justifica una consideración más profunda. Parece improbable que la gente se adapte completamente a todas las condiciones. Factores positivos como la salud o los ingresos, se correlacionan con el BS. Puede suceder que la adaptación reduzca, pero no elimine, el efecto de las circunstancias. Aunque la adaptación parece ser un proceso poderoso, sus límites o los parámetros que influyen en ella no son bien comprendidos.
Parducci (1968) desarrolló una teoría provocativa de la felicidad basada en modelos de laboratorio del juicio humano. El modelo de alcance-frecuencia predice un estándar preciso (basado en la experiencia de la persona) con relación al cual se juzgan los hechos nuevos. En montajes de laboratorio esta teoría lleva bien a cabo los enfoques del nivel de adaptación. El modelo tiene las implicaciones más interesantes para las personas que tienen distribuciones desviadas de los acontecimientos de la vida. Predice que la mayor felicidad la obtendrán los que tengan una distribución negativamente desviada de los acontecimientos. Como se explicó anteriormente, el nivel medio de bondad de los acontecimientos que le ocurren a una persona no influye en la felicidad, ya que la persona se adapta a los acontecimientos. Sin embargo, el modelo de alcance-frecuencia establece el estándar del punto de comparación aproximadamente a mitad de camino entre el punto medio del alcance y la mediana de los acontecimientos que le ocurren a esa persona. Una persona con una distribución desviada negativamente será feliz la mayoría de las veces, porque la mayoría de los acontecimientos caerán por encima de este punto de comparación. El nivel absoluto de bondad de los acontecimientos no importa, pero la forma de la distribución es crucial. Una distribución de los acontecimientos desviada de forma positiva producirá infelicidad la mayor parte del tiempo. De este modo, personas con poco momentos de éxtasis en sus vidas pueden estar condenadas a la infelicidad. Como apuntó Parducci (1968), "si lo mejor sólo ocurre en raras ocasiones, es mejor no incluirlo en absoluto en la serie de experiencias" (pág. 90). Esta predicción se contradice con la idea de sentido común de que algunos momentos muy felices pueden enriquecer la vida de uno. Un punto fuerte de la teoría de alcance-frecuencia es que las predicciones son muy específicas y, por lo tanto, comprobables.
Una forma popular de la teoría del juicio es el nivel de aspiración, el cual sostiene que la felicidad depende de la discrepancia en la vida de una persona entre las condiciones reales y las aspiraciones (por ejemplo, Carp y Carp, 1982). McGill (1967) y Wilson (1960), estuvieron de acuerdo en que la felicidad depende de la proporción entre los deseos realizados y los deseos totales. De acuerdo con esta teoría, las aspiraciones altas son tanto una amenaza para la felicidad como lo son las malas condiciones. Como los antiguos cirenaicos señalaron, no puede ser rica ninguna persona rica cuyos deseos de dinero nunca puedan ser satisfechos. El nivel de aspiraciones proviene presumiblemente de la experiencia previa de un individuo, las metas, etcétera. Easterlin (1974) destacó las dramáticas diferencias en las aspiraciones en cuanto a los ingresos entre gente de diferentes países. Hay que recordar que Gibbs (1973) atribuyó la felicidad en declive de los negros más afortunados de los EE.UU. a la elevación de las aspiraciones de este grupo. Aunque hay pruebas que apoyan la idea de que la discrepancia entre las condiciones reales y el nivel al que una persona aspira está correlacionada con la felicidad, esta relación, en general, no parece ser fuerte (Emmons, et al, 1983; Gerrard, Reznikoff y Riklan, 1982; Kanimann, 1982; Wilson, 1960).
Una cuestión relacionada con todas las teorías del juicio es si las comparaciones aparecen sólo dentro de los dominios (por ejemplo, los ingresos) o se generaliza a través de los dominios. Dermer et al. (1979) descubrieron que la comparación no se generalizaba a todas las áreas. Además, encontraron que aunque el hacer un estándar negativo sobresaliente llevaba a un incremento de la satisfacción, también llevaba a más afecto negativo. De este modo, la positividad del afecto no se incrementaba simplemente según se elevaban los juicios de satisfacción.
Otra cuestión relacionada con las teorías del juicio se ocupa de cuándo toma prioridad cada tipo de comparación. Por ejemplo, cuándo será más importante la comparación social, y cuándo será más importante la adaptación o las propias condiciones anteriores de la persona. El trabajo de Emmons et al. (1983) y Dermer et al (1979) sugiere que la comparación social puede ser importante para muchos juicios de satisfacción. Sin embargo, la experiencia anterior de cada uno normalmente puede tener más influencia sobre el afecto. Una cuestión final relativa a esta teoría tiene que ver con sus límites. La crítica ha apodado al enfoque de comparación social con el nombre "si todo el mundo tiene dolor, entonces el mío no me molesta". Claramente deben existir límites a la influencia que puede tener la comparación con los estándares. Hay que señalar que las teorías de juicio no indican de qué manera los acontecimientos llegan a tener un valor particular placentero anterior al juicio, es decir, por qué algunos acontecimientos son buenos y por qué algunos son mejor que otros.
Está claro que se necesita mucho trabajo para desarrollar teorías más sofisticadas de la felicidad. No sólo se deberían diferenciar los factores que afectan a la felicidad de rasgo frente a la felicidad de estado, sino que tipos de BS tales como el sentimiento de alegría frente a la satisfacción pueden depender también de diferentes procesos. Los constructos deberían ser definidos con mayor rigor, y se deben desarrollar proposiciones falseables. Hay una cantidad evidente de problemas en esta revisión de las teorías. Estos problemas se pueden resolver por medio de investigaciones programáticas en las que se dé un continuo intercambio entre los datos y las proposiciones teóricas. Es necesario que sean exploradas las condiciones imitadoras de cada enfoque teórico. Las teorías existentes hacen diferentes predicciones en ciertos casos, y éstos representan oportunidades de investigación. Hasta aquí, pocas teorías han recibido un desarrollo proposicional riguroso o un análisis empírico de investigación. Además, no ha habido ningún intento de integrar las teorías.