DOSSIER
RESUMEN POSIBILIDADES PREVENTIVAS DE LA FAMILIA
ACTIVIDADES DE PREVENCION DIRIGIDAS A LOS PADRES
LIMITES Y POSIBILIDADES DE ESTAS PROPUESTAS
La investigación clínica señala algunos elementos de la dinámica familiar como contextos de riesgo para la activación de conductas adictivas. Para intervenir sobre tales elementos y reducir así los usos problemáticos de drogas, los Profesionales de la prevención articulan propuestas que buscan reforzar la presencia de los padres en la educación de los hijos.
Existe un cierto desfase entre las variables que la investigación señala y las respuestas que para la prevención se proponen. Así, lo que se conoce como prevención familiar de las drogodependencias da lugar a actuaciones que desatienden algunos de los factores detectados, abordando exclusivamente los aspectos más superficiales de la vida familiar.
Sería preciso, además de fortalecer y estabilizar el trabajo actual, diversificar las propuestas de prevención familiar, a fin de hacer posible un trabajo que permita acceder también a familias en proceso de desestructuración o carentes de toda normatividad.
Clínica. Educación familiar. Prevención.
Clinical research indicates several family dynamics elements as risk factors in the incident to addictive conduct. To prevent these elements and reduce problematic use of substances, preventive professionals propose the reinforcing of parents' participation in their children's' education.
A gap exists between the variables indicated by research and the prevention solutions proposed for prevention. Therefore, what is known as family prevention of drug addictions gives rise to activities which ignore some of the factors detected, dealing exclusively with more superficial aspects of family life.
It would also be necessary to strengthen and stabilize present dag work, diversitying the proposals of family prevention to facilitate the work with families which are breaking up or which lack behaviour standards.
Clinical. Family education. Prevention.
Entre las condiciones psicosociales que parecen favorecer los usos problemáticos de drogas, las variables familiares ocupan un lugar destacado. Por ello, la familia está en el punto de mira de los profesionales que intervienen preventiva o asistencialmente ante este fenómeno.
En el abordaje terapéutico de las drogodependencias existe un importante consenso entre los técnicos respecto a la necesidad de movilizar las dinámicas familiares. De acuerdo con el marco referencial de cada autor, este trabajo familiar tendrá como objetivo la contención del síntoma y la prevención de futuras recaídas (Graña y García, 1987), o una reestructuración familiar que haga al síntoma innecesario para la estabilidad del sistema (Ausloos, 1982; Manase, Dukes y Harbin, 1982; Sternchuss-Angel, Angel y Geberowicz, 1982; Cancrini, 1982; Haley, 1985; Coletti, 1987; Stanton y Todd, 1988; Cancrini, 1987a; Cancrini, 1987b; Cancrini. 1988: Cancrini y Mazzoni, 1990).
En el trabajo preventivo, por otra parte, existe un acuerdo generalizado en considerar a la familia como escenario prioritario de actuación (Oñate, 1987; Ferrer, 1988; Ferrer et al, 1988; Kalina, 1988-, Kornblit et al., 1988; Oñate, 1989; Funes, 1990; Climent, 1990; Schwbell, 1991; Ferrer y Ayneto, 1991; Bergeret, 1991). Para ello se desarrollan estrategias variadas de intervención que tienen a los padres como población diana.
Dos elementos principales permiten entender el protagonismo concedido a los padres y a la dinámica familiar:
1) La función socializadora de la familia. Desde el nacimiento hasta que, con la entrada en la adolescencia, el grupo de iguales adquiere su protagonismo, el niño adquiere en la vida familiar buena parte de las actitudes y habilidades que irán conformando su futuro de adulto. El incierto desenlace de este proceso dará cuenta de los diversos destinos de la personalidad individual.
2) La evidencia clínica, repetidamente puesta de manifiesto, respecto a la existencia de rasgos comunes en familias con situaciones de toxicomanía" (Cancrini y Mazzoni 1990), que comprometen el acceso de los hijos a la autonomía, favoreciendo diversos itinerarios disfuncionales.
La familia adquiere, por tanto, pleno interés como ámbito preventivo, en respuesta a lo cual, un número amplio de propuestas de intervención tiene a los padres en su horizonte. A reflexionar acerca de los límites y las posibilidades de su acción, va dirigido este artículo.
La creciente evidencia acerca del papel jugado por la familia en el origen y desarrollo de los usos problemáticos de drogas, impone la formulación de estrategias para movilizar su potencial preventivo.
Intervenciones que tienen como propósito central incorporar actitudes y estilos educativos potencialmente preventivos en la labor cotidiana de los padres. Se busca reducir el interés adolescente por las drogas reforzando el papel referencial de los adultos (padres y profesores) que organizan su devenir.
Con esta intención genérica, los distintos autores apelan a contenidos diferentes a la hora de enfatizar la importancia del compromiso de los padres con la prevención. Ferrer (1988) plantea que "las intervenciones en el medio educativo se han de dirigir siempre coordinadamente a los grupos de alumnos, padres y educadores, llegando a los alumnos indirectamente mediante los otros grupos citados". En una tendencia a abordar este fenómeno de un modo normalizado, a través de los agentes educativos familiares. Así se posiciona también Oñate (1987) cuando afirma que "la acción preventiva específica debe dirigirse a los adultos -padres, profesores, agentes de socialización- con objeto de convertirlos en mediadores ordinarios de prevención entre adolescentes y jóvenes, a la vez que en agentes multiplicadores de la actividad profesional".
Funes (1990) abunda en este criterio, al plantear como necesaria 1a presencia de adultos positivos entre los adolescentes, reconocidos por ellos como dispuestos a aceptar el planteamiento de 'sus' problemas, con ascendencia suficiente como para aportar sin ser rechazada su visión adulta". Adultos que serán, fundamentalmente, "padres y madres que llegan a dominar la angustia por la incertidumbre del mundo en el que entran sus hijos, que entre conflicto y conflicto cotidiano hacen el esfuerzo de volver a hablar con ellos". Padres que recuperan el diálogo y la voluntad de participar activamente en la educación de sus hijos, encarnando un modelo de referencia válido en su proceso de socialización que prevenga esas "carencias identificatorias" a las que reiteradamente alude Bergeret (1990) cuando reconoce que "privado de esta referencia identificatoria (de la que deberá introyectar ciertos aspectos y rechazar otros), el joven no podrá constituirse una personalidad suficientemente sólida".
Es éste un proceso relacionado con lo que Kalina (1988) llama "recrear la figura paterna", para compensar la ausencia real o simbólica de un padre que marca el destino identificatorio del hijo con su periférica posición. Reforzar este papel referencial exige lo que Barca et al. (1986) describen como "promover habilidades de comunicación y de supervisión en los padres", que hagan posible el establecimiento de límites claros que orienten el comportamiento de los hijos.
Límites que el niño vaya asimilando progresivamente, hasta sustituir el control exterior de la conducta por un control interno incorporado a sus actitudes y su repertorio conductual. Proceso de "transferencia de poder" (Schwbell, 199 l), en el que los niños van asumiendo cada vez mayores cotas de responsabilidad, a medida que se hacen merecedores de la confianza de los padres, que marcan los límites a los que deberán ajustarse tales conductas, así como las consecuencias de su transgresión.
Por otra parte, la familia, como escenario simbólico de la socialización, va progresivamente troquelando los conocimientos, actitudes y hábitos del niño. En este sentido, las actitudes y hábitos que los padres exhiben ante sus hijos no son inocuas, como muestran las correlaciones halladas entre los consumos (convencionales) de aquellos, y los consumos (convencionales y no convencionales) de éstos (Barca, et al., 1986; Cárdenas, 1986; Ferrer et al., 19889, así como la correlación entre las actitudes de los padres hacia las drogas y su consumo por parte de los hijos (Recio et al., 1991; Mendoza et al., 1994).
Son varios, por tanto, los argumentos que explican la necesidad de comprometer a los padres en la prevención:
Para promover este papel preventivo, se han propuesto diversas actuaciones. Veamos las más usuales.
Los diversos planes preventivos existentes en nuestro país, destacan la necesidad de trabajar con los padres. Coinciden, por otra parte, en señalar que no se trata tanto de la información que sobre las drogas puedan transmitir a sus hijos, como del talante con el que se asomen al quehacer educativo. Estas intervenciones buscan incidir sobre la información, las actitudes y los estilos de vida, en un intento de reforzar la competencia paterna para tutelar el acceso de los hijos hacia la autonomía.
Dos tipos de estrategias, mutuamente reforzantes, concretan este marco genérico:
a) Formación de padres en materia de prevención
Dado el papel de mediadores que se concede a los padres en la prevención, se proponen diversos modelos formativos para reforzar su competencia educativa, entre los cuales los más frecuentes son éstos:
- Charlas, a cargo de especialistas que ayuden a objetivar la realidad de los usos de drogas y proponer algunas orientaciones prácticas.
- Cursos específicos en prevención de las drogodependencias, para entrenar a los padres en habilidades útiles para reducir el riesgo de que sus hijos se involucren en problemas relacionados con el uso inadecuado de drogas (CEPS, 1990, 1991,1992,1993).
- Cursos inespecíficos para capacitar a los padres en técnicas de resolución de conflictos (CIP, 1989).
- Talleres de Educación para la Salud en los que debatir acerca de los distintos factores que explican el estado de salud de una determinada comunidad, y las diversas estrategias que permitirían su mejoría.
- Escuelas de padres y madres en las que se reflexiona sobre todas aquellas dimensiones de la educación de los hijos que pueden favorecer un desarrollo positivo hacia la responsabilidad adulta y prevenir, por tanto, recorridos disfuncionales.
- Folletos y manuales para transmitir mensajes relacionados con pautas de relación familiar virtualmente preventivas (Asociación LLEVANT; CEAPA, 1988; COMISIONADO PARA LA DROGA, 1989; APAT, 1990; EDEX KOLEKTIBOA, 1994).
- Videos, dirigidos a transmitir mensajes preventivos a través de un soporte que los haga accesibles a un número elevado de padres (APAT, 1990; FAD, 1991: AGINTZARI, 1994),
Todas estas estrategias de intervención destacan la importancia del rol paterno en el desarrollo equilibrado del niño y el adolescente. Integran la información sobre las drogas, sus consumos y sus efectos, en el marco de una reflexión más inespecífica sobre las actitudes, valores y comportamientos favorecedores de objetivos preventivos: papel modélico de la conducta paterna, ejercicio razonable de la autoridad, establecimiento de límites claros, negociación de conflictos, responsabilización progresiva del niño, etc.
b) Promover la participación
Las actividades anteriores, además de la formación de los padres participantes, pretenden fomentar su implicación en la vida de la comunidad, con una doble intención:
- Por un lado, porque una comunidad consciente y organizada posee más recursos para afrontar, contener y resolver los conflictos que la atraviesan.
- Por otro, porque asociaciones ciudadanas fuertes pueden ejercer una importante presión sobre los responsables de la toma de decisiones, para comprometerles en el desarrollo de intervenciones preventivas. En una apuesta por fomentar la participación comunitaria en esa misma toma de decisiones.
Al contrastar aquellos elementos de la dinámica familiar que parecen incidir en el consumo disfuncional de drogas, con las estrategias de prevención que acabamos de reseñar, se desprende un cierto desajuste.
Las propuestas más habituales de prevención familiar, parecen útiles únicamente para abordar algunas de las dificultades de la vida familiar vinculadas con el fenómeno de las drogodependencias.
Si se plantea la necesidad de formar a los padres en materia de prevención, es por considerar que pueden desempeñar un papel decisivo en la transmisión de algunas informaciones (tan insuficientes como necesarias), actitudes y pautas de comportamiento preventivas. A través de este modelo de intervención, es posible plantear a los padres reflexiones sobre la realidad de los distintos consumos, los sesgos de una representación social fijada en lo espectacular, etc.
También permite entrenar a los padres en habilidades que les capaciten para afrontar el tema de las drogas de un modo desapasionado y efectivo: utilización de momentos clave, establecimiento negociado de normas explícitas, etc.
Es asimismo importante esta labor para tomar conciencia de las necesidades psicosociales que experimentan niños y adolescentes en los distintos momentos de su desarrollo evolutivo, y las posibilidades paternas de satisfacerlas.
Resulta, por último, de gran interés la posibilidad que estas estrategias formativas ofrecen de conocer el trabajo preventivo, de divulgar lo que una determinada comunidad está haciendo en este sentido, y la oportunidad que tienen los padres de implicarse activamente.
Por otra parte, promoviendo la participación puede darse una mayor continuidad a estas actividades formativas, al contar los grupos de padres, la comunidad en su conjunto, con una mayor capacidad de presión. Se puede, asimismo, exigir al resto de los agentes sociales (educadores, técnicos, políticos, etc.) que asuman el compromiso que les es propio en su respectiva parcela de responsabilidad.
Y hasta aquí llegarían las posibilidades preventivas de estos programas de formación y/o participación. Tienen, no obstante, un alcance limitado en su pretensión de reforzar el rol identificatorio de los padres. Y ello por diversas razones:
Carencias en el ejercicio de una autoridad normativa, falta de límites entre los subsistemas, disciplina inconsistente, etc., son algunas de estas variables familiares difícilmente abordables desde programas básicamente formativos.
Los programas comentados constituyen actuaciones que es preciso continuar impulsando, pero que se mueven en el polo más racional de la superficie familiar, sin capacidad de influir sobre variables más profundas del funcionamiento sistémico de los que las drogodependencias serían emergentes.
Aunque parezca una obviedad, las familias que se rigen por reglas disfuncionales, necesitan comportarse exactamente del modo en que lo hacen, ya que permanecen presas en vínculos asfixiantes que coartan los procesos emancipatorios de los hijos
Para incidir también con nuestras intervenciones en el territorio huidizo de lo latente, en los procesos más profundos que caracterizan los juegos familiares disfuncionales, se hace necesario poner en marcha otro tipo de actuaciones. Así, resulta preciso impulsar un trabajo de sensibilización de todos aquellos profesionales que operan en los espacios por los que transitan niños y adolescentes. Cualificarlos para que sean capaces de identificar y actuar precozmente sobre toda disfunción de la dinámica familiar susceptible de comprometer el acceso de los hijos a la autonomía.
Una labor de capacitación de los profesionales que intervienen cotidianamente en los escenarios que recorren los niños, los adolescentes, y sus padres. Profesionales tales como pediatras, médicos de atención primaria, maestros, responsables de guarderías, monitores de tiempo libre, etc. Una labor formativa que haga factible la detección de lo que Kalina (1988) llama interacciones pre-adictivas", y que amenazan la emancipación adolescente. Situaciones en las que importaría menos la prevención de una conducta específica (usos inadecuados de drogas, en nuestro caso), que la compensación de un juego familiar susceptible de bloquear el acceso de los hijos a la autonomía adulta.
Situaciones éstas poco permeables al discurso más racional de intervenciones como las representadas por las Escuelas de Padres y Madres, y que precisarían de una mayor conciencia preventiva por parte de los mencionados agentes sociales, respecto a las consecuencias futuras de las actuaciones paternas de las que, por su rol social, son espectadores privilegiados. Precisarían, asimismo, de una mayor competencia para intervenir en determinadas situaciones, y para derivar el resto a los dispositivos pertinentes de actuación.
Habría, por tanto, en las familias con riesgo de generar drogodependencias, un plano disfuncional que sólo a través de una detección precoz e inespecífica por parte de los mediadores responsables de las instancias que organizan el devenir infantil, podría afrontarse exitosamente.
Habría otro plano, menos subterráneo, al que podría accederse a través de los espacios formativos al uso. El modelo de Escuela de Padres y Madres es aquí perfectamente aplicable.
Señalan las investigaciones clínicas la importancia de los vacíos de la autoridad paterna en el desarrollo de disfunciones familiares potencialmente generadoras de toxicomanías.
Coinciden los profesionales de la prevención en el papel decisivo que pueden desempeñar los padres para favorecer un desarrollo normativo de los hijos que les haga competentes para desentenderse de consumos problemáticos de drogas.
Hay un claro consenso entre unos y otros autores en la necesidad de reforzar la presencia paterna en la educación de los hijos, para propiciar el establecimiento de normas que ayuden al adolescente a construirse una identidad propia y consistente que promueva su emancipación.
En respuesta a estos planteamientos se diseñan e implementan programas preventivos encaminados a fortalecer el papel identificatorio de las figuras paternas, entrenando a los padres en habilidades que les hagan más competentes para tutelar con éxito la socialización de sus hijos.
Sin embargo, estas propuestas, con ser necesarias, resultan insuficientes, ya que sólo permiten acceder a los elementos más periféricos de la dinámica familiar, resultando ineficaces ante disfunciones sistémicas en cuyo engranaje las toxicomanías encuentran su lógica.
Una tentativa rigurosa de acceder a estos elementos más profundos de la dinámica familiar, ha de pasar por la sensibilización y formación de los profesionales que, por trabajar con los niños, los adolescentes y sus familias, se encuentran en una posición privilegiada para detectar precozmente interacciones familiares susceptibles de complicar el acceso a la autonomía. Detectar para intervenir prontamente y, en su caso, derivar a las instancias oportunas.
Una estrategia que, lejos de descalificar los ya comentados programas en marcha, pueda complementarlos, en esa labor de ofrecer propuestas preventivas diferentes para resolver situaciones familiares asimismo diversas.