DOSSIER

Tráfico y calidad de vida


Traffic and quality of life

Miguel María MUÑOZ MEDINA

Director General de Tráfico


RESUMEN

PALABRAS CLAVE

ABSTRACT

KEY WORDS


RESUMEN

En este artículo se pretende hacer unas breves reflexiones relativas a que pese a sus aspectos ciertamente negativos en forma de contaminación, congestiones y accidentes, la motorización proporciona una serie de posibilidades al ciudadano de las sociedades desarrolladas que suponen un incremento en la calidad de vida. Para ello se parte de la idea de que ya civilizaciones anteriores a la nuestra sufrieron problemas de tráfico y que en la actual son con carácter general superiores las ventajas a los inconvenientes.

PALABRAS CLAVE

Motorización, circulación. tráfico. seguridad vial. congestiones. contaminación y desarrollo urbano.

ABSTRACT

The aim of this paper is to make some brief reflections on the fact that motorization provided citizens of industrial societies with a number of possibilities which involve an increase of their living standard. To portray this, the paper is based on the idea that earlier civilizations already had the problem of traffic and that, in today's society the disadvantages are in general terms outnumbered by the benefits.

KEY WORDS

Motorization, traffic , road safety, congestion's, pollution, urban development.


Probablemente una cuestión sobre la que es imposible ponerse de acuerdo, es sobre qué se debe considerar como calidad de vida. Seguramente la mayor parte de las personas que se planteen este elemento de reflexión acabarán equiparando calidad de vida a un estilo casi bucólico, considerando que es "beatus ille" el que "huye del mundanal ruido". A mí ésta, como todas las posturas románticas y utópicas, no deja de parecerme atractiva y sugerente, pero me preguntaría cuántas de esas personas que están dispuestas a seguir la senda por la que han ido los pocos sabios que en el mundo han sido", estarían dispuestas a renunciar a una serie de elementos que sin duda mejoran su calidad de vida, aunque por ello hay que pagar un cierto, a veces elevado, precio.

No pretendo hacer proselitismo, ni ir contra corriente de los planteamientos ecológicos o conservacionistas, ahora mismo tan en boga, pero ¿es ciertamente siempre menos deseable la contaminación producida por los pesticidas que el hambre y las epidemias derivadas de cosechas perdidas o contaminadas por distintos parásitos?

Aunque lo esté consiguiendo, no pretendo escandalizar, pero desde luego me parece que no es una postura inteligente renegar de lo que los avances tecnológicos y científicos nos han proporcionado a lo largo del último siglo, abominando de todo ello en pos de un supuesto naturismo que al final se termina acordando de Santa Bárbara cuando suenan los truenos, de manera inevitable. La vida idílica de La Arcadia pastoril no existió nunca más que en la poesía bucólica de distintos momentos históricos, la realidad fue mucho más dura y pretender ignorarlo es, amén de un intento vano, una forma de negarse a disfrutar los muchos aspectos que ofrece la civilización urbana y tecnológica en que nos movemos.

Yo, madrileño de nacimiento, vida y estancia, considero que se me ofrece mucha más calidad de vida en este antiguo poblachón manchego, en el que puedo ejercer un trabajo con muchas compensaciones sociales, morales y espirituales y donde, además, puedo disfrutar de una amplísima paleta de elementos de disfrute cultural en forma de conciertos, ópera, teatros, exposiciones, toros, etcétera, aunque para ello tenga que renunciar a ir andando al trabajo y a tomarme un vino con los amigos a la salida, que son los dos grandes argumentos con los que mis amigos que viven en núcleos de población pequeños tratan de convencerme que disfrutan de una superior calidad de vida.

Y con ello hemos entrado en el núcleo de la cuestión: en qué medida el tráfico es un factor que mejora o empeora la calidad de vida.

Volvamos otra vez al terreno de las utopías. Probablemente a todos nos encantaría una ciudad que, respetando el legado cultural impreso en un casco histórico, hubiera crecido de forma ordenada para que una eficientísima red de transportes públicos nos transportara con comodidad y rapidez de un punto a otro. Al mismo tiempo nos encantaría a todos que, en la montañosa España, las ciudades y las carreteras que las enlazan fueran como la palma de la mano y nos permitieran a voluntad movernos en bicicleta de manera tranquila, no fatigante, relajada... y que además hiciera siempre un clima adecuado para ello... y que además todos tuviéramos nuestro centro de trabajo a unos minutos andando de nuestra casa... y que, además, la ciudad nos ofrezca esa amplia oferta cultural que en España sólo proporcionan las grandes ciudades... y que, además, todos fuéramos justos y benéficos.

Urge pues volver a la ruda realidad y encontrarnos con ciudades cuyos cascos antiguos están superpoblados, cuyo sistema de transportes nunca alcanza la eficiencia deseable... y donde, además, ha surgido un nuevo becerro de oro al que se adora incondicionalmente y que es el automóvil.

Pero ¿realmente el automóvil es sólo un becerro de oro o es algo que nos aporta ventajas en nuestra vida cotidiana? Suele decirse que los grandes problemas del tráfico moderno son: la congestión, la contaminación, la inseguridad en forma de accidentes y sus secuelas y la violencia que a su alrededor se genera. Pero ninguno de estos factores, ciertamente negativos, son exclusivos del mundo moderno que gira en los ámbitos urbanos e interurbanos alrededor del automóvil privado, porque congestiones de tráfico existían ya en la antigua Babilonia que llegó a desarrollar un complejo sistema de señalización mediante banderolas para regular el densísimo tráfico de carros que existía. El hecho de que en la Roma imperial hubiera graves restricciones al tráfico de carros y otros vehículos de tracción animal no es una cuestión baladí, como no son gratuitos las decenas de ejemplos que en el Derecho histórico español nos encontramos para regular la utilización de carruajes dada la congestión que producía en las calles, fundamentalmente de la Corte, ni son excepcionales las medidas legislativas abordadas durante los siglos XVI y XVIII tratando de imponer normas de prudencia en la utilización de cabalgaduras y carruajes para evitar los daños a las personas y a las propiedades.

En cuanto a la contaminación es cierto que la masificación de la circulación de automóviles es uno de los factores de contaminación química y acústica más claros en las sociedades actuales. Pero ni son los únicos ni desde luego habrían dejado de existir aunque el automóvil no se hubiera inventado. A principios de siglo algún importante ecólogo saludó alborozado la presencia del automóvil en las vías públicas afirmando que acabaría con un factor de contaminación importante derivado de los residuos que los animales de carga, tiro o monta dejaban en las vías públicas. Nuevamente es la idea de la masificación la que nos obliga a centrar adecuadamente el tema, porque a principios de siglo existían pocos coches de caballos y también pocos automóviles, pero, suponiendo que, aún sin automóviles, el nivel de vida y de consumo hubiera seguido subiendo hasta alcanzarlos niveles actuales, resulta sencillamente aterrador pensar en los grados de contaminación química y acústica que soportaría, por ejemplo, Madrid, si en lugar de un millón y medio de automóviles se viera transitada por un millón y medio de vehículos de tracción animal.

Por lo que se refiere a la violencia, quizá no esté de más recordar que Sófocles nos narra el primer caso de un homicidio como consecuencia de lo que hoy llamaríamos "un problema de tráfico", en concreto, de un conflicto de prioridades de paso; éste tuvo lugar cuando el joven Edipo mata al que resulta ser su padre, Layo (con lo cual comienza el desencadenamiento de la tragedia) justamente por una discusión de este tipo.

Finalmente, en cuanto a la represión que los poderes públicos deben ejercer para prevenir conductas ilícitas, también nos encontrarnos múltiples ejemplos en el Derecho histórico, aunque sólo citaré -por lo que tiene de singular gravedad aquella norma emanada de D. Juan de Rivera, Arzobispo Virrey y Capitán General de Valencia por la que excomulgaba a los que transitaban con su carro o lo dejaban aparcado en las calles por las que pudieran discurrir las procesiones de San Vicente Ferrer, San Vicente Mártir el Corpus Crhisti y la Virgen de Agosto.

En principio "nihil novum sub sole", pero también sería absurdo no pretender ignorar que lo que eran problemas antiguos se han engrandecido en los tiempos modernos hasta convertirse en uno de los más graves que tienen planteadas las sociedades modernas, como consecuencia de la masificación de la motorización como realidad social y del tráfico como su fenómeno más señalado. La idea de que todos los años mueren 50.000 personas en la Unión Europea como consecuencia de los accidentes de circulación, es algo que no se puede soslayar, ni sería mínimamente admisible considerarlo como una especie de tributo humano que hubiera que ofrecer a un nuevo Baal llamado abstractamente "progreso".

El automóvil proporciona muchísimas ventajas que, a mi juicio, suponen una mejora en la calidad de vida, porque posibilita contactos, intercambios personales y comerciales, disminuye los tiempos de aproximación (lo cual tiene efectos benéficos tanto desde el punto de vista económico como sanitario o humano), pero como en tanta realidad, ligada al devenir de la humanidad, es la desmesura la que impone elementos negativos que no pueden obviarse. Probablemente los aspectos negativos de la automoción masificada de nuestros días están en la mente de todos, ya los esbocé anteriormente, y no es necesario insistir mucho sobre ellos, aunque desde luego inciden ciertamente en un descenso de la calidad de vida. Contaminación, congestión, violencia e inseguridad golpean con dureza a las sociedades desarrolladas donde golpean con singular dureza y las golpean justamente por eso, porque han alcanzado un nivel de desarrollo al que nunca hubieran podido llegar sin la mejora de las comunicaciones que ha supuesto el automóvil y ésta es la idea que me parece importante fijar, dejando bien claro que es una posición absolutamente personal y que acepto como discutible, pero que me parece que es el fruto de una reflexión tratando de conciliar lo bueno y lo malo que el mundo nos ofrece; y el mundo actual nos ofrece hoy, entre otras cosas, el automóvil. Simplemente desde la perspectiva de los intercambios personales, la facilidad de contactar entre miembros separados de una familia, la accesibilidad a lugares no conocidos, la independencia para moverse con libertad durante los períodos de ocio, creo que son elementos que por sí solos pueden contribuir a paliar las muchas zonas oscuras que suelen rodear al fenómeno de la automoción; prescindo deliberadamente de valorar la importancia, porque son datos inevaluables -desde una perspectiva científica las ventajas económicas derivadas de la facilidad de transporte que confiere el automóvil.

A la vista de todo ello, lo que no quisiera es que quedara una cierta idea de aceptación fatalista de las consecuencias negativas del tráfico, por el hecho de que también tenga muchos aspectos positivos. Ni sería éticamente admisible tal actividad ni desde luego la sociedad estaría dispuesta a aceptarla de quien tiene, compartidas con otros, una serie de responsabilidades para mejorar el impacto negativo del fenómeno tráfico. Ante este guante que nos lanza la sociedad en demanda de servicios que palien todas las disfunciones que ya hemos apuntado, no forman parte del estilo de la Dirección General de Tráfico ni lo ha sido nunca desde su ya relativamente lejana fundación en 1960 el determinismo o la inacción, pero ¿cómo desarrollar una estrategia coherente que trate de paliar todos estos problemas? La contestación es aparentemente simple, pero terriblemente compleja de ejecución, porque, por una parte, es necesario abordar un plan integrado de seguridad vial y, por otra, conseguir una auténtica responsabilización y movilización de toda la sociedad.

Una programación integrada de seguridad vial supone atacar las disfunciones del fenómeno tráfico desde todos los frentes y, así, es necesario contemplar acciones educativas y de control sobre el factor humano, de acondicionamiento y servicios sobre la vía y. su entorno y sobre el vehículo, así como los sistemas de interacción: hombre, vía, máquina, y todo ello acompañado de las acciones normativas que muchas veces deben darle forma y, por supuesto, precedidos de la acción de estudio e investigación necesaria para no trabajar sobre el vacío. La complicación quizá, fundamentalmente, deriva del hecho de que una mejora integral en los servicios relacionados con el tráfico tiene que partir no sólo de la Administración de Tráfico, en sentido estricto, sino de todas aquellas Administraciones cuyas competencias tienen una influencia más o menos directa sobre el fenómeno; estamos hablando de las administraciones educativas, de industria, sanitaria, de transportes, de infraestructuras, etcétera, y ello en el ámbito de las Administraciones Central, Autonómica y Municipal. Tarea ingente que se está tratando de poner en pie sobre la base del Plan Estratégico de Seguridad Vial, que elaboró el Consejo Superior de Tráfico y Seguridad Vial y aprobó el Consejo de Ministros en su sesión de 5 de marzo de 1993.

En cuanto a la movilización social reviste más dificultades todavía, porque aquí ya no estamos hablando de implicar a las distintas Administraciones, que al fin y al cabo están "ex-officio" compelidas a ello, sino que es imprescindible que se autoimpliquen todos los agentes sociales y, en último término, cada uno de los ciudadanos haciendo una profesión de fe sobre esta mejora de la calidad de vida posibilitada por el tráfico y a veces pervertida por el propio tráfico. Siguiendo las directrices del Senado en abril del año pasado se firmó, con la solemnidad que la Institución y el marco imponían, el Pacto Social por la Seguridad Vial acto que pese a su solemnidad formal, no puede ser si no el punto de arranque de ese algo -menos tangible y concreto, pero más profundo- que es la idea de movilización social, tantas veces preconizada desde la Dirección General de Tráfico. Al logro de ambas metas (responsabilización de todas las Administraciones y movilización social) es hacia donde confluyen todos nuestros esfuerzos. Sé que el éxito en sentido total nunca lo vamos a alcanzar, pero entre todos podemos disminuir drásticamente los aspectos negativos del tráfico y con ello en último término mejorar la calidad de vida de nuestra sociedad.