DOSSIER
RESUMEN EL TRAFICO ES UN SISTEMA PRESUNTAMENTE CERRADO
EL EXHIBICIONISMO Y LA AUTOAFIRMACION
En este artículo pretendemos demostrar diversas peculiaridades de¡ comportamiento humano en conducción que chocan, por un lado, con los comportamientos deseables a nivel legal y, por otro lado, con el comportamiento habitual de los sujetos. Para la comprensión de estas peculiaridades, se plantean algunas claves específicas del comportamiento humano en conducción. Estas son:
La sensación de peligro y la presencia del mismo, que altera en bastantes casos las funciones cognitivas en resolución de problemas y crea estados emocionales de gran intensidad;
la pretensión de un sistema cerrado de normas en el tráfico, pretensión que se demuestra errónea, lo cual crea problemas de incertidumbre a los conductores;
las dificultades de comunicación entre los conductores, que entorpece la negociación de conflictos entre los mismos, y;
el anonimato y la impunidad, sensaciones o realidades percibidas en muchos momentos como tales por los conductores, y que parecen permitir la presencia de comportamientos no habituales por parte de los sujetos frente a la norma y los demás conductores.
Por otra parte, se muestran diversas situaciones peculiares que aparecen dentro de la conducción, entre los cuales se citan las situaciones agresivas, las situaciones de solidaridad, la vivencia del coche como lugar propio, y el uso del coche como lugar expresivo de emociones.
Se analiza cada una de ellas y se muestra el porqué de su importancia para algunos conductores.
Psicología del tráfico. Personalidad de los conductores.
In this article, we try to show different peculiarities about the human behaviour being driving. These peculiarities run into some difficulties in that way, on the one hand with desirable behaviours on a lawful level, on the other hand, with the usual behaviour of the individuals. For the comprehension of these peculiarities some specific keys about the human behaviour being driving are proposed. Those ones are:
The feeling of danger and the presence of it, that one alters in some cases the cognitive functions in the resolution of the problems and creates emotional states of a great intensity;
the pretnesion of a closed system of rules in the traffic, this pretension showed as wrong, so it creates problems on uncertainty to the drivers;
the difficulties of communication between drivers that dull the conflicts between them, and
the anonymity and the impunity, feeling or facts perceived in many moments as such things between them. These characteristics seem to allow the presence of non usual behaviours from the individuals facing the rule and the rest of the drivers.
On the other hand, different peculiar situations that appear being at the wheel, between them are quoted, aggressive or mutually binding situations, the experience of the car as one's own and the use of the car as a expressive place of emotions.
Every of these peculiarities are analyzed and it is showed the reason of its importance for some drivers too.
KEY WORDS
Traffic Psychology. Driver Behaviour.
Si observamos atentamente el comportamiento de los conductores, nos encontramos con una serie de actitudes, no siempre deseables, que en muchos casos les pueden acarrear un auténtico peligro: agresividad, pasividad, dificultad en el manejo de la norma, dificultad de comunicación, tensión y miedo que llevan en muchas ocasiones a un abandono parcial o total del comportamiento deseable según los principios de la Seguridad Vial. Esto afecta también a otros comportamientos paralelos o cercanos a la conducción, como el uso y hasta cierto punto la posesión de vehículos. Nos encontramos con situaciones que en muchos casos rompen la lógica deseable, tanto económica como social como personal de los conductores. De este modo, el mundo de la conducción y de lo que rodea al automóvil presenta unas claves de interpretación peculiares -para bastantes conductores, no necesariamente para todos- respecto de otros ámbitos sociales. De igual forma, hay un hecho también destacable y que va más allá de la disfunción entre el comportamiento observable y el deseable, que es una cierta diferencia entre los comportamientos y actitudes de cada conductor en su vida habitual con el comportamiento en ese ámbito tan peculiar que es el de la conducción. De esta forma, nos encontramos con situaciones, actitudes, comportamientos o reacciones en los cuales el conductor, por autobservación o por observación de otros, «ha cambiado», «no es el mismo», o por lo menos hace cosas que en otros lugares no acostumbra. Veremos a lo largo de este artículo qué hace que este tipo de actitudes se mantengan y sean de tan difícil erradicación.
En este artículo, por un lado, intentaremos dar una serie de claves que nos permitan entender los fenómenos mencionados, así como otros fenómenos igualmente peculiares dentro de la conducción.
La conducción es una situación en la cual una persona se encuentra sometida a una energía cinética que, en caso de cambio de dirección o de brusca detención, puede producir daños físicos y/o pérdidas materiales. Esta posibilidad intenta ser minimizada por medios técnicos -mejora de vehículos y vías-, y por medios normativos y formativos que intentan organizar el comportamiento de los conductores. Esta situación puede alterarse tanto por el conductor como por el resto de los conductores -por despistes, ignorancia, errores o acciones voluntariamente incorrectas-. De igual forma pueden aparecer disfunciones en los vehículos y en las vías por deterioro, error de diseño o causas exógenas tales como las alteraciones meteorológicas. Esto hace que, de vez en cuando, la sensación de tener un peligro cercano sea habitual para el conductor. El afrontamiento del peligro depende de variables individuales, que abarcan la percepción del riesgo, la experiencia, el estado físico... Lo que hay que destacar fundamentalmente es que la experiencia de controlar situaciones potencialmente mortales para uno es prácticamente nula. Aunque tengamos experiencia en situaciones parecidas -aviones, ascensores-, en ellas el control no está en manos de los ocupantes. La importancia del peligro que se puede correr y la poca habituación a situaciones parecidas tiene importantes repercusiones en el comportamiento habitual del conductor. Así, el peligro puede generar una alteración emocional que, por un lado, entorpece el procesamiento de información y la toma de decisiones, y, por otro lado, crea un nivel de tensión emocional en algunos casos muy alta. De esta forma, la toma de decisiones, que en circunstancias normales es buena, bajo la amenaza de una situación peligrosa se ve seriamente trastornada, lo cual provoca decisiones y acciones que pueden no sólo no evitar las situaciones real o presuntamente peligrosas, sino incluso aumentarlas.
De igual forma, el nivel de ansiedad que generan ciertos conflictos de tráfico dispara, en muchos casos, muy diversas formas de expresión de la tensión acumulada. De ahí los exabruptos, las reacciones impulsivas, e incluso las sensaciones físicas que en muchos casos se producen: dolor de cabeza, molestias estomacales, rigidez en el cuerpo... que muchos sufren cuando se encuentran en este tipo de situaciones. Esto lleva, por un lado, a que ciertos sujetos no lo pasen bien cuando están conduciendo, y algunos, cuando el asunto se pone más serio, hacen que el coche sea un lugar que no resulta nada agradable y que incluso en muchos casos se evita. Esto explica en muchos casos la prevención que sienten bastantes personas para ponerse frente al volante y el porqué se dan casos de personas que en algunos casos abandonan la conducción, no tanto por la dificultad que implica en sí misma, sino por la sensación de tensión que ésta les produce y que en muchos casos no les resulta soportable.
Con objeto de conseguir el máximo nivel posible de seguridad para los conductores, existe un amplio y complejo sistema normativo y estructural que pretende dirigir y organizar el comportamiento de los usuarios, indicarles en cada sentido qué es lo que deben y no deben hacer, y del mismo modo informar de aquello que los otros conductores deben y no deben hacer; todo esto a fin de evitar situaciones conflictivas.
Pero esto se basa en dos principios: primero, que el conductor conoce perfectamente la norma y su aplicación en cada momento (pues no es lo mismo conocer la norma y saberla aplicar en cada situación de conflicto) y, por otro lado, la presunción de que la norma debe cubrir absolutamente todas las situaciones de tráfico. En cuanto a lo primero, esto no siempre es fácil, puesto que no todo el mundo conoce la norma a la perfección y está acostumbrado a aplicarla resolviendo cada uno de los problemas que pueden plantearse en el tráfico. En cuanto a que el sistema normativo sea cerrado, es ésta una pretensión prácticamente imposible, por la gran diversidad de situaciones de tráfico, por la creciente complejización de los medios estructurales y vehiculares que adelantan y crean situaciones no contempladas en la norma, y porque su aplicación estructural se ve sometida al error de diseño y realización, así como al deterioro por el tiempo y los distintos meteoros.
Es importante también señalar la dificultad para muchos conductores de ajustarse a la norma. No es tanto un problema de comprensión o de conocimiento como de dificultad para ajustarse a la misma (excesos de velocidad, resolución de medidas de seguridad como pueden ser esperar en cruces, etc.). Para poder comprender este fenómeno, hemos de tener en cuenta las características técnicas de los vehículos. Tenemos vehículos en los cuales es difícil a veces saber a qué velocidad se va, aunque haya velocímetros: la sensación de seguridad de un coche a alta velocidad en algunos casos borra el ajuste del sujeto a la norma, porque presume que no está sometido a ningún peligro. En muchos casos aparece una dificultad por parte del conductor para ajustarse a la norma, por entenderla como inútil para su seguridad. La sensación de que en muchos casos la norma se limita a constreñirle en el deseo de desplazarse cuanto más y más deprisa posible, potenciado por las posibilidades que se presume ofrece el coche, hace que el conductor en muchos casos -no siempre de una manera voluntaria y absolutamente clara en sí misma- «se deja llevar» en ese saltarse las normas, lo cual puede generar situaciones de mucho peligro. Esto se amplía cuando las circunstancias del tráfico (es decir, infracción o desconocimiento de las normas, errores en la construcción o aplicación de normas en las estructuras ... ) hacen que los conflictos viales no sean sólo responsabilidad del conductor, sino producto de un sistema en el cual hay muchos más operadores que las sufren. En estos casos, el sujeto se encuentra sometido al peligro que puedan generarle los demás, lo cual incrementa considerablemente las situaciones conflictivas y peligrosas del tráfico.
Otro fenómeno destacable, muy importante en cuanto a las normas y su aplicación, es la creciente complejización del sistema vial. Para poder absorber la gran cantidad de vehículos y la mayor fluidez de los mismos, el sistema vial ha ido diversificándose y complejizándose cada día más. De la imagen clásica de una carretera de dos carriles, de doble sentido y con algún cruce de vez en cuando, hemos pasado a situaciones viales de múltiples carriles y entradas, con gran cantidad de información, etc.
La resolución de los problemas que en muchos casos implica este tipo de estructuras no siempre es igual para todo tipo de sujetos. Los hay, que por experiencia, educación o cercanía, están acostumbrados a este tipo de estructuras viales. No así otros, bien sea por poco uso de vehículo, bien por circular por lugares donde los sistemas viales son mucho más sencillos. Esto lleva a un desfase en la resolución de problemas entre unos sujetos y otros, pues en muchos casos se aplican estructuras mentales distintas. Por ejemplo, hay sujetos que, para realizar una travesía, tienen que ir reconociendo punto por punto, resolver situación de carril, etc. Eso requiere mucho más tiempo y, para su seguridad, procuran tomar menores velocidades. Frente a ellos, hay sujetos que están muy habituados a ese tipo de vías y que, usando la memoria y el hábito a que se llega, no tienen que utilizar las mismas estructuras para resolver ese tipo de problemas y pueden circular a mayor velocidad y de manera distinta que aquellos sujetos que no tienen esa costumbre. Eso crea algo que genera muchos conflictos de tráfico: el desfase entre unos conductores y otros. Los conflictos se producen no tanto por la norma como por la distinta velocidad y forma en que se resuelven los conflictos ante las diversas situaciones del tráfico.
Destaquemos, por último, la presencia de lo que comúnmente se llama la norma formal y la norma informal. En muchas situaciones muy peculiares y concretas, los conductores habituales resuelven ciertas situaciones de tráfico de una manera peculiar y no siempre ajustada a la norma: semáforos en ámbar, pasos de peatones sin señalizar... Si todos los usuarios tienen clara esa norma informal, podrán evitar esas situaciones de conflicto; pero, en caso de que alguien pretenda resolver las situaciones problemáticas ajustándose a la norma, puede desatarse el conflicto, no tanto por la forma en que éste se resuelve, sino porque no se ajusta a la manera habitual de resolverlo.
Las situaciones de tráfico implican una perpetua interacción entre vehículos Esta interacción, pese a estar muy normativizada y organizada, significa en muchos momentos la resolución de pequeños conflictos viales. Por otra parte, hemos de tener en cuenta que los canales comunicativos entre los conductores se reducen a lo visual (y a lo auditivo en cuanto al claxon) y, por supuesto, la presunción de que hay una norma general que permite interpretar el comportamiento de los demás. Todo esto lleva a que, en caso de conflicto, los conductores dispongan de muy pobres sistemas de negociación de los mismos. Si añadimos que un conflicto de tráfico genera gran tensión en el conductor, entenderemos entonces que la resolución del mismo cree en los conductores sensación de peligro, de susto o de gran tensión, que a veces derivan en una gran agresividad.
Pongamos un ejemplo que permite diferenciar esta situación vial de otra más simple como la peatonal. Dos coches circulan en carriles paralelos en distinto sentido. Uno de ellos, por razones totalmente involuntarias y ajenas al conductor, invade el carril del otro. El coche cuyo carril ha sido invadido siente que, de mantenerse la situación, la posibilidad de un conflicto -un choque o un frenazo brusco- es grande. El único medio de advertir al otro es mediante el claxon, suponiendo que aquél pueda oírlo. Esta situación, que es muy frecuente, se puede resolver desgraciadamente mediante una generación de tensión, que en ocasiones se exterioriza mediante exabruptos o interpretaciones erróneas -"Este tío está loco, pero qué te pasa, va borracho"-, cuando en muchísimos casos lo único que sucede es que la otra persona, por razones involuntarias, ha invadido un poco el carril del otro; pero, al generar una situación de tanto peligro, como pueda ser un choque, la tensión que se produce es muy amplia.
Imaginemos otra situación, esta vez en una acera. Una persona va andando por la acera y una segunda interfiere, sin darse cuenta, en el paso del primero. De momento, la situación no es tan peligrosa. Existe la posibilidad de un choque. Pero algo les une: el canal verbal: se puede advertir al otro -"Oiga, por favor", "Ay, perdone"-. Además, aparece un fenómeno inhabitual en la conducción, que es la explicación del comportamiento propio. Uno puede invadir sin darse cuenta el camino del otro porque de pronto ha visto algo que le interesa, y puede pedir perdón, puede explicar su situación y el otro darse por satisfecho con eso. En las condiciones del tráfico, eso es muy poco habitual. Alguien puede invadir el camino del otro, pero no puede explicar qué le ha ocurrido.
Esto, que parece muy simple, es algo cotidiano y que, desgraciadamente, en algunos conductores genera interpretaciones erróneas de situaciones de peligro y hace que en algunos conductores el miedo sea mucho mayor. Esto, llevado a situaciones extremas, puede ocasionar serios conflictos entre conductores que, por una errónea interpretación de la situación y de la tensión que ésta produce, lleguen a ser verdaderamente graves.
La conducción de vehículos en muchos casos es una situación de interacción anónima. No siempre es así, pues en algunos casos la gente puede reconocerse por el vehículo, pero en ciudades grandes o situaciones abiertas es muy difícil que una persona sea reconocida personalmente mientras conduce un vehículo. Así, al enfrentarse a una situación en la que la posibilidad de infringir la norma sea alta, es más fácil infringir esa norma.
También se puede reaccionar de una manera en que no se reaccionaría si uno se sintiera reconocido o personalizado. A esto se une la presunción de impunidad de muchos conductores al manejar un vehículo. La posibilidad de castigo por infringir una norma es proporcionalmente muy baja; por consiguiente, se cometen muchas infracciones de tráfico que quedan luego impunes.
Todo esto hace de la conducción un lugar que, para algunos sujetos y en algunos momentos de su vida, libera del control social, curiosamente en una situación en que la norma es tremendamente fuerte. Podemos así entender la realización de gran número de conductas ajenas a norma, de agresividad, de comunicación, que en otras circunstancias no se atrevería a realizar, y que en muchas ocasiones choca con el ajuste social que el sujeto presenta en otros ámbitos de su vida.
También se plantea como hipótesis para explicar ciertos desajustes del comportamiento frente a la norma, precisamente en el ámbito vial, el hecho del anonimato y de la impunidad en el mismo. Tengamos en cuenta que el sujeto humano se ve continuamente estructurado en función de las normas sociales, pero guardando ciertas situaciones, ciertos lugares en los cuales parece más posible jugar un papel, si no contranormativo, por lo menos paranormativo, en el cual el sujeto no siempre tenga que estar ajustado a las normas y las reglas que la sociedad le impone. El hecho de conducir un vehículo -y, volvemos a ello, dentro del anonimato- y la impunidad que se presume en muchos momentos, hacen que el sujeto pueda sacar a la luz un nivel de «asocialidad», no siempre «antisocialidad», que en otros ámbitos de su vida no aparece. Un individuo puede ser buen ciudadano, pagar sus impuestos, destacarse en su trabajo y ser un buen padre de familia, pero parece que en la conducción, a la hora de llevar un automóvil, le cuesta más ajustarse a esas normas. Parece un lugar en el cual se disfruta más de "ser uno mismo" y no tener que constreñirse por completo a la norma vial que, aunque se conoce -y los conductores saben básicamente cuáles son las normas y por qué existen-, no siempre resulta agradable de cumplir para el sujeto. Existe en apariencia un cierto placer por el incumplimiento de la norma, como si a la hora de conducir un coche los conductores pudieran desinhibirse de los esquemas a los que habitualmente se atienen en los demás ámbitos sociales. Esto permite entender muchos comportamientos propios de la conducción y que no aparecen en otros ámbitos sociales, como reacciones agresivas o de solidaridad que no suelen ser tan habituales en otros lugares. De ahí que el comportamiento a la hora de conducir se riga por unas claves que no siempre coinciden con las del comportamiento en otros ámbitos sociales, y que se refleja en una serie de situaciones peculiares, cuando no a veces incómodas, para el conductor o para los demás conductores.
La agresividad es una situación que ocasionalmente aparece en la interacción entre conductores. Tengamos en cuenta que la conducción de vehículos implica la generación de grandes dosis de energía que, en el caso de desajustes o desorden, puede producir grandes daños, e incluso la muerte. Pero más allá estrictamente de los daños que puedan producir los accidentes de tráfico, está el nivel de agresividad que se genera muchas veces en la interacción entre los conductores. Las discusiones, los actos, los gestos... son actos que se manifiestan de continuo en la interacción entre conductores. ¿A qué se debe tanta agresividad, en muchas ocasiones por encima de lo que suele aparecer en otros ámbitos vitales? La explicación puede venir por todas las claves que hemos señalado anteriormente.
Primero, porque es peligroso, lo cual genera mucha tensión y agresividad: no es lo mismo sentir un pequeño daño que la sensación de que este daño puede ser grande. Cuando uno siente que su vida está en peligro, la reacción es cuando menos intensa, y ser percibida por los demás como muy agresiva.
En segundo lugar, por lo comunicativo. Muchas veces (ya sea por error, omisión o ignorancia) se interpreta la reacción del otro como agresiva hacia uno, cuando en muchos casos ésta no es más que involuntaria. Pero en muchos casos afloran con demasiada frecuencia comportamientos o respuestas en exceso agresivas. Parece como si en la conducción los sujetos se permitieran ciertas "alegrías" que en otros lugares no se permiten. Nuestra sociedad, como casi todas, sirve para controlar los impulsos agresivos y canalizarlos hacia cosas más útiles, intentando eliminar el mayor número de conflictos mediante una serie de reglas que permiten la ordenación del comportamiento colectivo. Pero para algunos conductores parece haber, en el momento de ponerse a los mandos de un automóvil, un cierto regusto en la producción verbal o comportamental de conductas agresivas. Tengamos en cuenta que la agresión en nuestra sociedad está penada, cuando no castigada, y mal vista. Así, la conducción se vuelve en lugar en el que los conflictos se pueden resolver de maneras impulsivas, casi pulsionales, con exabruptos, gestos, comportamientos... que abarcan desde pequeños gestos y miradas hasta agresiones propiamente dichas, tales como golpear o incluso producir un accidente al otro. Circunstancia que se ve reforzada por la sensación de impunidad en la que muchos sujetos creen estar manejándose.
Todo esto, que tendría que ver más con lo referido a la personalidad, en muchos casos es interpretado en función del nivel de tensión que cualquier sistema vial produce a los sujetos. Es decir, hay personas a quienes les gustaría conducir, pero en un sistema vial más reposado, donde el nivel de exigencia fuera menor. Pero tengamos en cuenta que el nivel de exigencia actual de los sistemas viales es muy alto; hay que respetar unas velocidades, tomar una serie de decisiones, determinadas maniobras, siempre bien, a una velocidad alta, sin poner en peligro a los demás, lo cual, para muchas personas, implica un forzamiento, cognitivo y emocional que genera en ellos un alto nivel de agresividad y de tensión, no tanto en cuanto que exteriorizan conductas agresivas o disfrutan de lo agresivo, como que la tensión propiamente generada por el sistema les lleva a una situación en la que son muy habituales las respuestas, actitudes o reacciones que podríamos catalogar de agresivas, pero que, fuera de un sistema tan exigente como pueda ser para algunos el vial, esto no ocurre.
Frente a la anterior situación, casi inhumana, que muchas veces se genera entre vehículos y sus ocupantes, es curiosa la aparición de fenómenos solidarios entre cierto tipo de conductores, fenómenos no siempre habituales en la vida común, donde, por razones varias -por vergüenza, por imagen o, simplemente, porque las circunstancias implica mayor nivel de competitividad-, aparecen estos fenómenos de solidaridad y ayuda que en otros ámbitos no se dan. Es casi prototípica la solidaridad que suelen presentar entre sí los motoristas. Es raro que, sobre todo en carretera, un motorista que sufra una avería o cualquier otro problema no se vea ayudado por los demás motoristas que circulen por allí. Parece que en la identificación como motorista hay ciertos sujetos que sí pueden ayudar a los demás, a quienes consideran como iguales. Esta situación muchas veces no se da fuera de la circulación. Hay veces en que la gente "va a lo suyo" y no suele detenerse ante los problemas de los demás, pero parece que con un grupo particular, y volvemos al ejemplo de los motoristas, esto sí se hace posible.
La conducción y posesión de vehículos y automóviles en muchos casos es confundida con rasgos y esquemas de personalidad que a los sujetos les gustaría presentar. Así, el tener un coche grande o bonito, el poder realizar acciones arriesgadas, el nivel de control que implica una buena conducción, son rasgos que se presumen de la personalidad de las personas. Por ejemplo, el control sobre los demás, lo arriesgado que pueda uno ser en la vida, las cosas que uno tiene o le gustaría tener.. Todo esto se vuelca estrictamente sobre el hecho de conducir coches, y encierra unos fenómenos muy curiosos y muy peligrosos como son el exhibicionismo y la autoafirmación.
Así, el exhibicionismo, muy habitual en la gente más joven, en los grupos, permite a los sujetos mostrar hacia los demás, a partir del comportamiento de la conducción, rasgos tales como el control, la posesión, la capacidad de manejar el riesgo, la socialidad... que no siempre se ve como algo negativo, sino como un bien de uno. Tengamos en cuenta que no siempre se valora en los demás su ajuste, sino un cierto nivel de desajuste, y parece que en el ámbito de la conducción esto se da con más facilidad e impunidad. En pocos lugares puede uno romper las normas con más facilidad que en el mundo de la conducción, y además es un lugar en que los demás pueden verle a uno. Esto es muy habitual en el comportamiento de grupos, de pandillas, en que uno o varios sujetos se dedican a estas acciones para "fardar" o demostrar a los demás lo potente o arriesgado que es, o las cosas que es capaz de hacer.
El fenómeno de la autoafirmación es similar, pero se nos presenta con unas claves diferenciales. Es un fenómeno que aparece mucho más en conductores adultos, en los cuales hay mucha más vergüenza de realizar acciones antisociales y que suelen hacer en circunstancias mucho más anónimas y solitarias, como es estrictamente el mundo de la conducción. Tengamos en cuenta que la adultez, aunque implica en muchos casos un mayor ajuste a la norma o al hecho mismo de la vida, no significa que el sujeto tenga siempre que ajustarse siempre perfectamente a todo lo que es la norma. La conducción permite al sujeto, de esta manera, realizar comportamientos de control o de presunción de control, que en muchos casos intentan reafirmar al sujeto como capaz de hacerlos todavía e incluso de cierto disfrute, dado que en muchos ámbitos se relativizan mucho más estas situaciones.
El exhibicionismo y la autoafirmación se engloban dentro de un factor más general, que es el de la personalización de los vehículos o del comportamiento a la hora de conducir vehículos. En nuestra sociedad, para muchas personas la vistosidad, la posesión de cosas grandes y hermosas, la sensación de control, la asunción de riesgos, la potencia... son características deseables pero que, desgraciadamente, no se consiguen en la cuantía deseada. Pero existe un lugar donde parece que se puede jugar un poco a disponer de todo ello: la conducción. Así, tenemos coches muy vistosos o que aumentan nuestra vistosidad, que enseñan o presuponen una riqueza, para los cuales hay que poseer un gran control o hay que asumir grandes riesgos, o implican una gran potencia, es decir, un gran poder, con todas las significaciones que la palabra potencia tiene. Todo esto lleva a que, para algunos sujetos y en algunas circunstancias personales, pueda degenerarse en comportamientos que no siempre son los más deseables en un ajuste normativizado como es la conducción de vehículos automóviles, sobre todo si tenemos en cuenta los principios de seguridad que deciden. Esto puede ser detectado perfectamente a la hora de observar la publicidad del vehículo. Entre otros discursos, prima el personalizador del comprador en función del vehículo que posee.
Para muchos conductores, la conducción va mucho más allá de un hecho estrictamente de transporte. No deja de ser un momento de soledad, de tranquilidad, e incluso de comodidad. El coche se convierte para muchas personas en una situación puente entre los trabajos, las familias y los jefes, donde el sujeto es cumplidor, se ajusta a las normas, y convierte a la circulación, al hecho de tener un coche o estar conduciéndolo, en un momento intermedio peculiar entre unos y otros. De esta forma, podemos entender cómo muchos conductores se aferran al hecho de usar sus vehículos de continuo, existiendo sistemas alternativos que, tanto en tiempo como en dinero, pueden ser mucho mejores. Para muchos conductores, sobre todo entre varones, el coche es un lugar propio, personal, suyo, en el cual los avances en diseño proporcionan una mayor comodidad -por ejemplo, el aire acondicionado, los equipos de música-, que permite al sujeto ejercer una serie de comportamientos o disfrutar de unos momentos que en otros lugares le son difíciles. De esta forma, en un coche se puede fumar tranquilamente sin temor a ser reprendido, se puede poner la música al volumen que se quiera, e incluso es un instante de tranquilidad y reposo personal para los conductores, de estar «a lo suyo», sin tener que sentir cómo los demás interfieren en sus pensamientos o en sus acciones. Añadamos la sensación de aislamiento, de "burbuja" que en muchos casos el coche significa, que para los conductores no deja de ser un recinto cerrado en el cual nadie puede penetrar. El sujeto acrecienta su sensación de aislamiento del mundo y puede retrotraerse sobre su propio ser, su propia fantasía, sus propios deseos. Esto, que básicamente no tiene nada de patológico, puede complicarse cuando implica un excesivo -por inútil- uso del vehículo en situaciones en que realmente no es necesario, o bien en el sentido de que esta cierta egocentrización que provoca el vehículo hace que resulte más complicado para el conductor ajustarse más al tremendo nivel normativo que implica la conducción, y que para muchos conductores resulta cuando menos costoso de aplicar.
No olvidemos que el coche es también un lugar físicamente emocionante. Aunque las mejoras tecnológicas han logrado que lo físico intervenga cada vez menos en la conducción y las sensaciones físicas se hayan reducido, cierto tipo de conducción con automóviles y motocicletas hace que ésta implique también una cierta dosis de emociones físicas, en cuanto a velocidad, aceleración, movimientos, en muchos casos agradables para el sujeto. Hemos de pensar que el movimiento es algo placentero para el sujeto desde su más tierna infancia. Veamos, por ejemplo, los parques de atracciones, cuyas atracciones estrella son aquellas que implican grandes movimientos de gran disfrute.
Esto, a una escala más reducida, sucede también en el coche, ya sea por el movimiento o el ruido que producen. Para muchos sujetos, la conducción de vehículos es un lugar emocionantemente agradable, una situación en la cual uno puede disfrutar con el coche, y para muchos la conducción "deseable" -que sería una conducción tranquila, reposada, uniforme- resulta tremendamente aburrida, por lo cual, a veces, simplemente como juego, sin especial deseo de hacer daño a uno y a los demás, se fuerzan las situaciones con tal de poder recibir una serie de emociones físicas que difícilmente se pueden conseguir en otros ámbitos de la vida. Por ejemplo, algunos motoristas se quejan del casco, porque les impide la sensación física de percibir el aire contra la cara, algo muy agradable para algunos de ellos. El casco, cuyo papel como sistema de seguridad y uso necesario están fuera de toda duda, para ellos, se convierte en algo que perturba, que elimina una sensación muy agradable, y que está asociada a la conducción de las motocicletas.
El comportamiento observable en la conducción se rige por variables y por claves que no siempre coinciden con las del comportamiento habitual en otros ámbitos de la vida. Estas claves y variables hacen que los comportamientos resultantes puedan ser distintos e incluso chocar con los deseables. Este tipo de circunstancia no siempre es fácil de eliminar, e incluso podríamos decir que no sería deseable eliminar de la conducción. Lo importante sería que el sujeto, los conductores, tuvieran conciencia de que todo esto ocurre en la circulación y pudieran ajustarlo.