DEBATE

 

Ladybird
Ladybird

 

Montse Cusó Torello  


INTRODUCCION

En referencia a la película Ladybird, Ladybird, y como profesional que he trabajado en el sistema de servicios sociales en los aspectos de protección de los niños en los últimos años, desearía comentar algunos puntos que creo vale la pena plantearse.

Antes de entrar en ello, quiero hacer unas consideraciones previas: Creo que es de lamentar, una vez más, que un tema relacionado con los Servicios Sociales, sea abordado sola y exclusivamente, describiendo sus connotaciones más negativas, y presentando una situación manifiestamente mal trabajada, e incluso mucho más que ésto.

En segundo lugar, solamente desde una visión muy simplista y alejada de la que debería ser la de un profesional, puede uno no darse cuenta de la intencionalidad de los autores del film de presentar casi exclusivamente los aspectos positivos de esta madre-víctima, sin apenas «tocar» las consecuencias que tienen en los hijos, sus partes más heridas, y por tanto, más negativas, que ciertamente se dan en situaciones como la descrita.

Para terminar esta pequeña introducción, señalar que también una vez más, la historia se presenta desde la vivencia de la madre como protagonista (del adulto, en definitiva) y que seguimos echando en falta el abordaje de los temas que afectan a los niños y niñas desde la vivencia de estos mismos niños.

Desgraciadamente se dan circunstancias en que los derechos de los niños y los derechos de sus propios padres se hallan en conflicto. Esto lo saben y lo sufren sobradamente los profesionales que trabajan en el campo de la atención a la infancia maltratada, abandonada o en grave riesgo de serlo.

A pesar de que los Derechos de los Niños fueron redactados en 1959, y posteriormente adoptados por la Asamblea General de las Naciones Unidas el año 1989, y ratificados por un importante número de países, estos derechos son tenidos en cuenta de forma claramente insuficiente a nivel práctico (no así en el teórico). Todavía menos son conocidos por la gente de la calle, incluida aquella con estudios medios o altos, e incluso, y demasiado a menudo, por los colectivos de profesionales que trabajan directamente con los niños (por ejemplo, maestros, puericultores, médicos, asistentes sociales, educadores, etc.). Éstos dos hechos -la ignorancia y la falta de sensibilización de los derechos de los niños generan duras críticas hacia aquellos estamentos y profesionales que trabajan para garantizar que estos derechos no sean gravemente vulnerados, y sobre todo hacia las acciones concretas que se toman al respecto. Así, consciente o inconscientemente, se priorizan habitualmente los derechos de los adultos (los padres en estos casos) a los de los niños, Pero ésta priorización no se hace abiertamente, no se verbaliza, sino que se lleva a cabo apelando a los más tiernos sentimientos, los de relación madre-hijo. Y creo que aquí hay una postura de la sociedad claramente hipócrita.

Y entonces llega el escándalo: ¡pobre madre! Y CIERTAMENTE QUE ES DIGNA DE COMPASION. Pero, ¿quién dice (y quién piensa): ¡pobres niños!, cuando éstos sufren reiteradamente las consecuencias de carencias afectivas y de toda clase de sus padres? Sólo cuando un niño o una niña muere brutalmente apaleado o víctima terrible de abuso sexual por parte de los adultos que deberían protegerlo, la opinión pública y los medios de comunicación se hacen eco de su sufrimiento. (Y entonces prácticamente «condenan a muerte» a los citados adultos). Pero es antes que los profesionales deben tomar difíciles decisiones (a menudo preventivas): ante el sufrimiento presente, y sobretodo futuro de los padres al ser separados de sus hijos, los profesionales deben intentar paliar o evitar el sufrimiento PRESENTE (por no hablar ya del pasado y del futuro) de los niños. A menudo, bajo la actitud de rechazo de la gente hacia las medidas de separación de los niños de sus padres, hay una infravaloración del sufrimiento terrible de los niños, vestigios todavía de la vieja y ya superada (creíamos) idea de que los niños son de sus padres, y por tanto nadie debe inmiscuirse en el trato que éstos les dan, y consecuencia también de la creencia, mayoritaria en otras épocas, de que el niño «no se da cuenta de nada, tan pequeño ... »

Otro tema es el de la culpabilidad, la intencionalidad, etc. de los adultos perpetradores del maltrato, que es un tema para la justicia y los juristas. Desde la perspectiva de la protección de los niños no cabe entrar en ningún tipo de actitud moralizadora, ni de juicio valorativo de los adultos responsables de los hechos, y muchísimo menos, actitudes «castigadoras», como desgraciadamente ocurre en algunas ocasiones.

Centrándonos en la situación concreta presentada en la película, podemos analizar la situación en que se encuentran los niños en base a los principales factores que nos muestran: buena relación afectiva con la madre, pero víctimas de situaciones de sufrimiento repetidas debido a la forma de vida que lleva ésta: inestabilidad a distintos niveles (puede que lo único estable de su vida sea su madre) y violencia doméstica. A ésto se le añade como indicador determinante del riesgo en que se hallan los niños las quemaduras sufridas por el mayor de ellos, producidas de forma fortuita mientras se encontraban solos en el domicilio. (Hay cada año, un importante número de niños muertos por ésta causa, es decir, por haberse incendiado la vivienda en la que dormían, encontrándose los adultos responsables fuera de ella).

En una primera y necesariamente poco rigurosa valoración, podríamos decir que había indicadores suficientes como para que el organismo competente en materia de protección de los niños interviniera («fastidiara» en palabras de la protagonista), pero no existía en absoluto motivo alguno para que al cabo de poco tiempo fuesen dados en adopción y la madre privada de visitas. Faltaría, en medio, un proceso de ofrecimiento de ayuda a la madre, con el objetivo de hacer posible el retorno de los niños a su casa. Este proceso debería, por supuesto, ser aceptado por la madre, hecho que no se da en la película, y el trabajo debería hacerse, por tanto, en estrecha colaboración e interrelación de la madre con los profesionales encargados de hacer el seguimiento de la situación. Pero hace falta tener en cuenta, que es en el mayor interés de los niños por el que se intenta modificar por todos los medios la situación de riesgo familiar anteriores a los hechos que pusieron en peligro su vida, o su desarrollo integral y armonioso.

Creemos que debe ser el fruto de licencias propias del traslado de cualquier historia real al cine, el hecho de haber obviado la toma de decisiones intermedias y los necesarios plazos de tiempo que precipitan la adopción. Cuesta de creer, por otra parte, que en un estado de derecho (y más concretamente en Gran Bretaña donde existen la Children Act (Ley de la Infancia) desde 1989), no se faciliten visitas en toda esta etapa intermedia, pero en todo caso está claro que se dejan de relatar datos de conocimiento imprescindible, suponemos que intencionadamente.

En la película se trata de forma puntual, brutal y poco elaborada el problema de la dificultad de acceder a determinados padres, por parte de los profesionales. Hay quien dice «estos padres son intratables», otros simplemente comentan que «son muy agresivos y no se puede hablar con ellos», también que «por muchos planes de trabajo que se hagan con estos padres, no cambiarán nunca», o bien que «ya se ha probado todo», o que «no asisten nunca a las entrevistas», que «no, abren la puerta del domicilio», y un largo etc. Y todas estas frases reflejan la verdad.

Yo creo, de todas formas, y tal como me dijo un día una profesional de una EAIA (Equipo de Atención a la Infancia y Adolescencia), que a veces, «tenemos una incapacidad para comunicarnos» con algunos padres. A menudo no encontramos la forma de hacerlo, y les damos la culpa a ellos, sobre todo cuando nosotros preparamos «nuestro» plan de intervención, «nuestras entrevistas», e incluso cuando todo ello lo llevamos a «nuestra» sesión de supervisión.

Ahora bien, todos sabemos también que familias que han estado clasificadas de «intrabajables», al cambiar de equipo por causas de traslado de domicilio o bien por haber estado derivadas a otro servicio, inician una etapa de colaboración que hacen posible el trabajo, y por tanto, que les hacen susceptibles de cambios. A veces, al volver al equipo inicial, vuelve a empezar el círculo vicioso de la no colaboración, coacción, las amenazas, el miedo, el castigo, las agresiones, etc.

¿Podemos decir, que el segundo equipo es mejor que el primero? A veces, sí, pero no siempre. Lo que podemos observar desde fuera, es que equipos técnicamente casi perfectos, formados por profesionales preparados y conocedores del tema, entran en confrontaciones del tipo descrito, que les lleva a proponer medidas técnico-administrativas que afectarán de manera irreversible a los niños y a sus padres, quedándonos el terrible interrogante respecto a: si se hubiese conseguido la colaboración de los padres, habría sido posible restablecer el núcleo familiar, ¿hubiera sido mejor para los niños?

Por otra parte, equipos «más grises, más sencillitos», formados por profesionales menos brillantes y afamados, y a veces con menos experiencia, consiguen la confianza de personas muy quemadas con los sistemas de servicios sociales

¿Qué es lo que sucede? Pues que la actitud es lo más importante en una relación. Y más frecuentemente de lo que sería deseable, los profesionales adoptan respecto a determinados padres perpetradores de determinados malos tratos, actitudes pedantes, de una parte, castigadores-juzgadoras de otra, y en definitiva, poco empáticas y distantes.

No estoy diciendo de ninguna manera que a mejor preparación menos capacidad de empatía y comprensión del mundo y la realidad de estos padres, sino que la preparación no lo es todo, cuando se trata de poder conectar con el sufrimiento de las personas, los padres en éste caso.

Deberíamos hallar una forma de comunicarnos con cada padre, y no sabemos hacerlo. A menudo tengo la sensación de que somos muy limitados en este aspecto, de que este tipo de trabajo requiere profesionales muy completos, muy fuertes y muy tiernos a la vez, y sobretodo de una gran capacidad empática. Todos conocemos y hemos conocido, profesionales con grandes habilidades al respecto, cuyo trabajo es especialmente exitoso.

Dentro de este grupo de padres «inabordables», hay muchas personas que sufren enfermedades mentales graves o tan graves, o adicción a las drogas. Pero también hay otras que no sufren de nada de ésto, como es la protagonista de la película. Gente muy quemada con el sistema de servicios sociales, con el sistema de control socia pero que personalmente tienen recursos para salir adelante de forma más o menos satisfactoria. Con unos y con otros, podemos decir que, en general, se puede trabajar. Otra cosa sería los frutos conseguidos a través de este trabajo.

De los padres que sufren enfermedades mentales, a menudo existen leyendas y mitos que «pasan» de profesional a profesional, respecto a que «está muy mal». Creo de todas formas, que deberíamos ya situarnos lejos de la idea de que los enfermos mentales son irrecuperables, inmodificables, inmejorables, etc. Pero es un tópico que todavía está ahí.

Las consecuencias de la imposibilidad de comunicación con determinados padres son, de otro lado, nefastas:

- prolongación innecesaria y deterioro de los niños en centros de acción educativa, o incertidumbre y provisionalidad en el mejor de los casos, cuando se hallan acogidos temporalmente por una familia.

- cronificación del enfrentamiento, con la consiguiente sensación de fracaso en el profesional y de frustración y rabia en el usuario.

- imposibilidad de que los niños de la familia puedan ser acogidos de forma preadoptiva cuando todavía son pequeños, ya que normalmente cuando una situación no se ha podido trabajar, el juez ordena que se vuelva a intentar, y mientras va pasando el tiempo.

- los profesionales enzarzados en este tipo de enfrentamiento, a menudo terminan perdiendo de vista el objeto de su trabajo (el niño y su bienestar), así como su objetivo, su tarea (intervenir terapéuticamente para modificar los factores que hicieron necesaria la separación de los niños de su núcleo familiar). Tengo la impresión de que si el equipo se pusiera en el lugar de los niños, o les escuchara de verdad, y los «mirara» de verdad, pronto encontraría el desconyuntador.

Finalmente, decir que es necesario aceptar que no podremos trabajar con todas las familias, pero que sería muy deseable conseguir que este hecho fuera realmente «extraordinario». A menudo tengo la sensación de que los EAIA'a se parecen demasiado a los equipos de base, en el sentido de que globalizan tanto su intervención, que se les desdibuja, creo, «a favor de quién» trabajan. Al apuntarse a la corriente de procurar el mejor bienestar del núcleo familiar, incluyendo naturalmente al niño o niños de la familia, se les va haciendo muy difícil la priorización efectiva de los intereses del niño por encima de los de sus padres.

Hasta aquí no hay nada de extraño, e incluso es natural que les ocurra ésto. Pero, que sea comprensible no quiere decir que sea deseable. Porque dentro de la red de servicios de atención a la familia, ésta es priorizada como unidad en algunos casos, y en otros, son adultos de la familia o sus intereses los que priman por encima de los demás. Pero, ¿en cuántos realmente lo más relevante son los intereses de los niños de la familia?

Los servicios de base tienen como usuarios a toda la familia como ciudadanos de su barrio que son, pero el EAIA, además de ésto tiene otro encargo: si hay conflicto de intereses, ha de inclinarse por los de los niños.

De alguna manera, ha de recoger los deseos y las necesidades del niño (implícitos o explícitos, expresados de muchas y variadas formas) y trabajar para hacerlos posibles. Han de ser los ojos, la palabra, la reivindicación, la queja, el llanto, la fuerza del niño frente a los demás. También deben serlo sus educadores, tutores, etc., pero ésto no exime al EAIA de serlo también, máxime cuando solo él puede hacer propuestas encaminadas a cambiar la vida del niño. El hecho de que el EAIA deba trabajar con la familia, mientras el niño se encuentra en el centro o acogido por una familia, a menudo lo sitúa más cerca de ésta que del niño. Se puede argumentar que el EAIA no tiene tiempo para hacer un seguimiento de este tipo, con los 30, 40 o 80 niños de su área que se encuentran en centros de acción educativa. Pero ésta debería ser la orientación, y no deberíamos perderla de vista, porque todo el «ruido» de fondo de la sociedad en la que vivimos, los valores, la publicidad, los medios de comunicación, el tipo de vida que llevamos, etc., habla de los intereses y de las necesidades de los adultos.

Afortunadamente, una importante parte de la intervención tanto de los equipos de base como de los especializados en infancia en alto riesgo psicosocial, no se halla situada dentro del dilema de priorización de derechos, ya que no se hallan éstos en conflicto. Y afortunadamente, también, una proporción importante de profesionales y de equipos hacen un «trabajo de bolsillos» y consiguen resultados a veces imprevisibles. La pena es que de éstas actuaciones nadie haga una película.