REVISION
INTRODUCCION LA CONSTRUCCION SOCIAL DEL CONOCIMIENTO Y LOS VALORES.
El objetivo del presente artículo es presentar mi teoría del bienestar subjetivo a lectores de habla hispana. Tal como yo lo veo, una teoría científica completamente desarrollada sobre el bienestar subjetivo proporcionaría interpretaciones y predicciones precisas respecto a la pregunta fundamental «¿Qué es lo que hace a las personas sentirse felices o satisfechas?». Debería ser aplicable a la satisfacción o felicidad en la vida como un todo (por ejemplo, satisfacción o felicidad globales), así como a la satisfacción y felicidad en aspectos concretos de la vida (por ejemplo, un área de satisfacción), como sería el caso de la satisfacción matrimonial y la satisfacción en el trabajo. La teoría debería ser capaz de explicar por qué las personas son felices o están satisfechas con su vida como un todo, así como con su trabajo, con las personas con las que conviven, los ingresos, la salud, y así sucesivamente. La teoría que se va a describir a continuación y que denomino, Teoría de las Discrepancias Múltiples, abreviado TDM, es exactamente este tipo de teorías. La primera exposición sobre TDM se puede encontrar en Michalos (1985). Lo expuesto en dicho artículo continúa en Michalos (1991). Los resultados de las pruebas sobre la teoría se han publicado en Michalos (1985, 1986, 1987, 1988a, 1991, 1991a, 1993, 1993a) y, en general, estos resultados han sido muy favorables y alentadores. En vista de ello, es razonable decir que TDM podría proporcionar nuevos fundamentos para la investigación sobre tecnología y valoración de riesgos, microeconomía, teorías sobre la toma de decisiones; así como para las teorías de los consecuencialistas morales.
Virtualmente, toda la investigación ha demostrado que felicidad y satisfacción vital comparten significados comunes. Véase, por ejemplo, Tatarkiewicz (1976), Diener (1984), Veenhoven (1984), Inglehart y Rabier (1986), y Argyle (1987). Cuando las personas hablan de satisfacción a un sentimiento y a una actitud positivos sobre sus vidas, relativamente duraderos y justificados. Por lo tanto, una teoría de la satisfacción vital debería ser una teoría de la felicidad, y este tipo de teorías serían, en general, teorías del bienestar subjetivo.
Las tres secciones siguientes de este ensayo se dedican a dar cuenta detallada de TDM. La esencia de la teoría ha cambiado muy poco desde que se explicó por primera vez en Michalos (1985), pero la versión que se presenta aquí es algo más precisa. En la sección siguiente hago una revisión de las siete discrepancias utilizadas en la teoría y doy más información sobre las investigaciones y los desarrollos en relación con las teorías específicas vinculadas con estas discrepancias. La sección 3 da una visión general de la investigación sobre la construcción social y personal del conocimiento, la percepción y los valores. Parecía que valía la pena incluir este material en el contexto de una exposición acerca de las correlaciones notablemente bajas que se han encontrado entre indicadores objetivos y subjetivos, porque aún hay investigadores que imaginan que las correlaciones se dan entre cosas totalmente independientes y rigurosamente mensurables por una parte, y cosas igualmente independientes pero toscamente mensurables por otra. De hecho, hay aparentemente mucha más interdependencia, interacción y similitud en los problemas de medida que tales investigadores suponen. En la sección final reviso la literatura sobre el papel de las condiciones antecedentes y los condicionantes en el bienestar percibido.
Las hipótesis básicas de TDM son las siguientes:
H1: La satisfacción neta expresada (felicidad o bienestar subjetivo) es una función lineal positiva de las discrepancias percibidas entre lo que uno tiene y lo que desea, lo que tienen otras personas significativas, lo mejor que uno ha tenido en el pasado, lo que esperaba tener hace tres años, y lo que uno merece y lo que necesita.
H2: Todas las discrepancias percibidas, excepto las que se dan entre lo que uno tiene y lo que desea, son funciones lineales positivas de discrepancias objetivamente mensurables, que también tienen un efecto directo sobre la satisfacción y las acciones.
H3: La discrepancia percibida entre lo que uno tiene y lo que desea es una variable que media entre todas las demás discrepancias percibidas y la satisfacción neta expresada.
H4: La búsqueda y conservación de la satisfacción neta motiva la acción humana en proporción directa a los niveles esperados de satisfacción neta percibidos.
H5: La edad, el sexo, el nivel de instrucción, el grupo étnico, los ingresos, la autoestima y el apoyo social, afectan, directa e indirectamente, a todas las acciones, las satisfacciones y las discrepancias.
H6: Las discrepancias objetivamente mensurables son funciones lineales de la acción humana y los condicionantes.
Aunque nadie ha reunido tantas hipótesis o articulado una teoría de las discrepancias múltiples de forma tan sistemática como yo he hecho, cierto número de personas ha trabajado con dos o más hipótesis de discrepancia conjuntamente. Como he mencionado en todas mis publicaciones anteriores, inicialmente seguí de modo bastante directo a Campbell, Converse y Rodgers (1976), y Andrews y Withey (1976). También Crosby (1982) utilizó conjuntamente varias hipótesis de déficit, y citó a otras siete personas que igualmente habían utilizado discrepancias múltiples de una u otra forma, a saber, Davis (1959), Runciman (1966), Gurr (1970), Williams (1975), Berkowitz (1968), Adams (1965) y Patchen (1961). También deben citarse como trabajadores de la misma viña a Goodman (1974); Freedman (1978); Oldham y col. (1982); Carp, Carp y Millsap (1982); Gutek y col. (1983); Higgins (1987), y Miller, Turnbull y McFarland (1988). Como es de suponer, diferentes autores trabajan con diferentes grupos de discrepancias y elaboran diferentes rasgos de sus teorías.
H1 se refiere a la satisfacción manifestada, porque los procedimientos de investigación de encuestas y entrevistas que se utilizaron para probar la TDM se basaban en informaciones personales. Aunque frecuentemente omito la palabra «manifestada», es esencial en sentido estricto. Por razones que se irán aclarando a lo largo del artículo, podría esperarse encontrar diferencias tanto sistemáticas como individuales, así como semejanzas en cuanto a los fenómenos experimentados y manifestados.
Siguiendo a Bentham (1961), Parducci (1984); Stock, Okun y Benin (1986), entre otros, creo que las cosas se consideran y se manifiestan como satisfactorias si, y solamente si, al sopesarlas, son satisfactorias. Así, típicamente «satisfacción» tiene el valor de «satisfacción neta», e «insatisfacción» de «insatisfacción neta». Las escalas desde «muy satisfecho» a «muy insatisfecho» presuponen que los sujetos manifiestan evaluaciones netas.
La idea de que la satisfacción neta (felicidad o bienestar subjetivo) está en función de la discrepancia o déficit percibido entre lo que uno tiene y lo que desea es por lo menos tan antigua como la filosofía estoica de Zenón de Citio, alrededor del año 300 antes de Cristo. En la forma de la teoría del nivel de aspiraciones, Lewin y col. (1944) dieron un nuevo empuje a la idea. Autores como Alain (1985): Bledsoe, Mullen y Hobbes (1980); Canter y Rees (1982); Earley y Kanfer (1985); Cherrington e England (1980); Campbell, Converse y Rodgers (1976); Andrews y Withey (1976); Michalos (1980, 1982, 1983, 1985, 1986, 199 l), Withey (1976); Michalos (1980, 1982, 1983, 1985, 1986, 1991, 1991a, 1993, 1993a); Crosby (1976, 1982), e Inglehart y Rabier (1986) han comunicado validaciones más recientes de la hipótesis básica. En Michalos (1991) se pueden encontrar detalles en cuanto al tamaño y composición de las muestras y variables dependientes para estos y otros estudios sobre la discrepancia, que se mencionan a continuación. La teoría del nivel de adaptación de Helson (1964) comienza con la misma hipótesis, pero la investigación sobre ella ha tendido a centrarse en el desarrollo de los niveles de aspiración y los efectos reducidos que resultan de la habituación a un estímulo determinado; véase por ejemplo Appley (1971), Brickman y Campbell (1971), y Dickstein y Whitaker (1983) ~
Schlenker y Leary (1985, pág. 177) comunicaron que «las personas con mayores discrepancias entre el sí-mismo real y el sí-mismo ideal [por ejemplo el sí-mismo deseado o querido], en determinados rasgos, eran propensos a la ansiedad y falta de autoconfianza y carecían de habilidades interpersonales. Las que tenían menores discrepancias se caracterizaban por ser equilibradas socialmente, confiadas y diestras en el manejo de los problemas de la vida diaria»
Puesto que la satisfacción y felicidad de una persona pueden alterarse al modificar, bien sus deseos o su situación presente (logros, posesiones, etc.) o ambos, debería haber evidencia de haberse adoptado las tres estrategias. Lo han hecho, por ejemplo Festinger (1957), Priemus (1986) y Headey y Wearing (1988).
Muchas teorías del bienestar subjetivo son finalistas por naturaleza, al proponer que la satisfacción o la felicidad es el resultado de conseguir lo que uno necesita, lograr algún objetivo o, más conscientemente, eliminar algún déficit. Emmons (1986, pág. 1059) utilizó el término «ambición personal» para designar conjuntos de metas o «lo que una persona de forma característica trata de realizan. La idea es similar a la noción de «proyecto personal» de Palys y Little (1983), y ambas ideas sugieren una línea de investigación sobre la selección de objetivos y el impacto de algunos sobre otros. Según Emmons (1986, pág. 1059), Palys y Little hallaron que «los individuos con alta satisfacción vital se veían envueltos en proyectos personales menos difíciles y más agradables y también tenían menos conflictos entre proyectos que los individuos con baja satisfacción vital.» La investigación de Emmons sobre 40 estudiantes universitarios dio resultados similares. Las personas con altas puntuaciones en satisfacción vital tendían a ambiciones más consistentes que los que puntuaban bajo. Earley y Kanfer (1985) hallaron que a mayor congruencia entre los objetivos asignados y los objetivos preferidos por una muestra de 120 estudiantes universitarios, mayor era la satisfacción expresada con estos objetivos.
La idea de que la satisfacción neta es una función de la discrepancia percibida entre lo que uno tiene y lo que tienen otras personas significativas puede también encontrarse antes de nuestra era, en la «Política» de Aristóteles, en el Siglo IV antes de Cristo. Bajo la forma de la teoría del grupo de referencia, Merton y Kitt (1950) dieron a la hipótesis un nuevo impulso estimulante. Con el fin de explicar la relación, relativamente débil a nivel intercultural y relativamente fuerte en el plano intracultural, entre ingresos o riqueza y felicidad, Easterlin (1974) propuso un «gasto medio nacional por habitante» único para cada país, que utilizaran los residentes como grupo de referencia implícito. Recientemente se han obtenido confirmaciones de la hipótesis del grupo de referencia por los autores Oldham y Miller (1979); Applgryn y Plug (1981); Andrews y Withey (1976); Crosby (1976, 1982): Oldham y col. (1982); Emmons y Diener (1985); Alain (1985); y Michalos (1980, 1982, 1983, 1985, 1986, 1991, 199 la 1993 de 1993a).
Wills (1981, 1983) considera este tipo de teoría (conocida popularmente con el nombre de «teoría de la comparación social») desde el punto de vista de su utilidad para explicar la conducta y actitudes de las personas en cuanto a las decisiones de búsqueda de ayuda, autorrevalorización y autoestima. También revisa diversas publicaciones que apoyan la «teoría de la comparación hacia abajo», por ejemplo, la teoría que dice que las personas eligen para compararse a los individuos que están relativamente peor que ellas, lo que las hace, a cambio, parecer y sentirse mejor. Goethals y Darley (1979), así como Mette y Smith por las perspectivas de una comparación desfavorable, simplemente la evitan, Por ejemplo, los pacientes de cáncer, mejoran su satisfacción vital comparándose con otros pacientes y no con personas sanas (Haes, Pennik y Welvaart 1987).
Campbell, Fairey y Fehr (1986) diseñaron algunos experimentos para determinar si era significativo el comparar el rendimiento propio con amigos y versus con extraños, para personas con autoestima alta o baja. Encontraron que sus sujetos estaban más satisfechos si rendían más que los amigos que si comparaban con los extraños, y si rendían más que sus amigos se sentían más satisfechos que mejorando su propio rendimiento previo (por ejemplo, preferirían puntuar relativamente bajo comparado con su rendimiento previo y vencer a sus amigos, que puntuar alto y perder frente a sus amigos), y que los sujetos con alta autoestima revelaban una preferencia generalizada por vencer a sus amigos más que a sí mismos o a extraños, mientras que aquellos con baja autoestima preferían vencerse a sí mismos. Los autores interpretaron sus hallazgos sobre la autoestima como un apoyo adicional a las afirmaciones de Goethals y Darley (1977), y Mette y Smith (1977) citadas más arriba. En particular, las personas con baja autoestima tendrían expectativas más bajas de rendimiento, serían menos competitivos y, por lo tanto, evitarían compararse con otros.
Considerando las metas nacionales como opuestas a las metas meramente personales, Nagel (1989, pág. 219) aseguraba que «se puede decir que no hay metas demasiado altas en tanto sean físicamente alcanzables». A la luz de la investigación sobre metas en conflicto y aspiraciones y expectativas no realistas, la afirmación de Nagel parece demasiado fuerte. Se debería afinar en la selección de metas y en la evaluación de posibilidades de distintos tipos (Michalos 1978, 1985).
El hecho de que las personas, más o menos conscientemente, seleccionen niveles de aspiración y referentes que tiendan a rebajar sus aspiraciones/logros y discrepancias entre sí mismos/otros, respectivamente, y en consecuencia aumentan su satisfacción o felicidad percibidas, tiene profundas implicaciones para las personas interesadas en el cambio social. Martin (1981) se ha dedicado a alguna de estas implicaciones y yo diré más sobre ellas en la próxima sección.
Tres de las hipótesis de H1 suponen comparaciones temporales, una la relación con la mejor experiencia previa, otra con el progreso propio durante los pasados tres años y la tercera con el progreso que uno espera en los próximos cinco años.
Campbell, Converse y Rodgers (1976) y Michalos (1980, 1982, 1983, 1985, 1986, 1991, 1991a, 1993, 1993a) han comunicado que han obtenido confirmaciones de la hipótesis de que la satisfacción neta está en función del déficit percibido entre lo que uno tiene ahora y lo mejor que uno ha tenido en el pasado. Suls y Sanders (1982) exponen pruebas en apoyo de un modelo de desarrollo en el que se dan evaluaciones basadas en este tipo de discrepancia percibida, que tiene lugar, aproximadamente, en la edad de 4 a 5 años, mientras que «la comparación social con los iguales» se da un poco más tarde, alrededor de la edad de 9 años. Campbell, Converse y Rodgers (1976) hallaron que la mejor experiencia previa contribuía significativamente a la formación de los deseos o niveles de aspiraciones.
La segunda hipótesis de déficit incorporada en H1 que incluye otra comparación temporal, se refiere a la discrepancia percibida entre lo que uno tiene y lo que hace tres años esperaba tener ahora. Festinger (1957) trató de modo bastante sistemático la hipótesis de que la satisfacción neta es función de la discrepancia percibida entre lo que uno tiene y lo que esperaba tener. Tal como indicaron varios autores en Abelson y col. (1968), la teoría de la disonancia cognitiva de Festinger combinaba varios tipos de discrepancias, aunque con una tendencia a resaltar el déficit entre el estado de cosas esperado y el real. Los siguientes autores: Campbell, Converse y Rodgers (1976); Weintraub (1981): Oliver (1980); Ross, Mirowsky y Duff (1982); Cooper y Fazio (1984); Michalos (1985, 1986, 1991a, 1993, 1993a), y muchos otros citados en Abelson y col. (1986) aportaron argumentos en favor de esta hipótesis. Los teóricos del nivel de adaptación, como Brickman y Campbell (1971) han resaltado la probable influencia de las expectativas que emergen y no son alcanzadas en la insatisfacción e infelicidad percibidas.
La filosofía estoica clásica aconsejaría bajar las expectativas en aras de acortar el déficit y existen indicios de que este tipo de estrategia se utiliza en todo el mundo (Michalos 1988). Sin embargo, Sacco (1985) descubrió que las puntuaciones en el Inventario de Depresión de Beck correlacionaban negativamente con las expectativas de forma significativa. Su muestra era muy pequeña (N40), pero los resultados sugieren que puede haber límites a la utilidad rebajar sistemáticamente las expectativas para aumentar la satisfacción. Igualmente, Schlenker y Leary (1985, pág. 171) informaron que la combinación de una baja expectativa de logro de objetivos con una meta muy importante producía no sólo un efecto negativo, sino también «una retirada física o psicológica de la situación y una preocupación por las propias limitaciones.... un estilo de autopresentación proteccionista... un nivel disminuido de participación en interacciones (por ejemplo, iniciar menos conversaciones, hablar con menos frecuencia), evitación de temas que podrían revelar la propia ignorancia.... revelación mínima de información acerca de sí mismo... y un estilo de interacción pasivo, aunque agradable, que evite el desacuerdo (por ejemplo, escucha refleja, asentimiento a los otros, sonrisa)». Por otro lado, «las expectativas de resultados altos comparadas con los bajos impulsan más a las personas a iniciar tareas difíciles que a aplazarlas o evitarlas, a trabajar con más empeño en ellas, y a persistir más tiempo afrontando obstáculos (Schlenker y Leary, 1985, pág. 176).
Schlenker (1975) también se dedicó a la cuestión suscitada por Festinger (1957) y otros de si lo problemático de las discrepancias entre lo esperado y lo que ocurre es un simple hecho de una inconsistencia percibida en las creencias (el llamado modelo de consistencia) o si el hecho más personal de tener creencias inconsistentes podría afectar a la propia autoestima (el modelo de incentivo). La investigación de Schlenker se limitó a prestaciones de personas sobre sí mismos a ellos mismos y a otros, pero sus resultados fueron bastante decisivos en este área. «En condiciones de actuación en público» escribió («en que posibles acontecimientos públicos futuros podrían invalidar una presentación positiva y no realista de uno mismo), las auto-presentaciones eran consistentes con las expectativas del sujeto sobre su rendimiento real. Sin embargo, en condiciones anónimas, las auto-presentaciones eran muy favorables y no les afectaba las expectativas de rendimiento real. Los resultados apoyan el modelo de incentivo y no el de consistencia. Los sujetos parecían desear tanta autorrevaloración y aprobación como fuera posible para conseguir una imagen pública, pero cedían a las demandas de la realidad pública cuando era necesario» (Schlenker 1975, pág. 1030).
La tercera hipótesis de déficit del apartado H1 que comprende alguna comparación temporal se refiere a la discrepancia percibida entre lo que uno tiene ahora y lo que espera tener en el futuro (dentro de 5 años). Sería de esperar que el optimismo respecto al futuro proporcionaría satisfacción, y existe evidencia experimental en apoyo de esta idea, por ejemplo, en Goodman (1966); Fooken (1982); Hodson (1985); Horley y Little (1985); Staats y Stassen (1985, 1987); Stassen y Staats (1988), y Michalos (1985, 1986, 1991, 1991a, 1993, 1993a).
Staats y Stassen (1985) encontraron que su índice de expectativa de buen resultado se correlacionaba mucho más con la satisfacción que con la felicidad, pero el índice «no tiene esencialmente ninguna relación» con mi variable sí-mismo/futuro (Stassen y Staats 1988, pág. 55). Virtualmente todas mis encuestas han demostrado que respecto a las otras hipótesis de déficit, la influencia de la variable sí-mismo/futuro tiende a ser bastante débil. Sin embargo, Staats y Stassen (1985, pág. 240) sugirieron que la razón por la que mis correlaciones de expectativas/satisfacción/felicidad futuras han tendido a ser más bajas que las suyas es que mi tiempo de referencia (5 años) es muy superior al de ellos (las próximas semanas). Afirman que «el grado de certeza respecto al futuro se hace mayor cuando el futuro está más próximo. Además, la mayoría de los estudiantes universitarios operan en un marco de tiempo corto y las semanas siguientes tienen mayor relevancia en su pensamiento que los siguientes cinco años. Por lo tanto, predecimos que los datos con referencia a cortos períodos de tiempo resultarán buenos pronosticadores, disminuyendo la relación entre expectativas y otras variables a medida que aumenta el tiempo» (Staats y Stassen, 1985, pág. 240).
En un estudio de seguimiento, Staats, Isham y Atha (sin publicar pág. 2) compararon el impacto de cuatro grupos de instrucciones con diferentes -tiempos sobre la perspectiva de buenos resultados o felicidad anticipada. Los marcos de tiempo fueron «dentro de las próximas semanas», «dentro del próximo año», «dentro de los próximos cinco años» y «en el futuro». Sus resultados indicaban «un aumento significativo de la esperanza en los tres tiempos definidos específicamente, siendo la mayor la esperanza para «dentro de cinco años». El pesimismo y esperanza no variaron en el tiempo proyectado para otras personas. El optimismo, y la esperanza para sí-mismo se incrementaron a través de los marcos de tiempo específicos.»
Los teóricos de la igualdad han encontrado un considerable apoyo a la hipótesis de que la satisfacción neta está en función del déficit percibido entre lo que uno tiene y lo que merece. Véase como ejemplos, Alpin (1985): McClintock, Kramer y Keil (1984); Messick y Cook (1983); Hatfileld, Greenberger, Traupmann y Lambert (1982); Walster, Berscheid y Walster (1976); Adams y Freedman (1976); Cook (1975); Carp, Carp y Millsap (1982); y Goodman y Friedmann (1971). Aunque en prácticamente todas las encuestas que he efectuado usando esta hipótesis algunos sujetos se han quejado de que era muy difícil para ellos juzgar lo que merecían o les correspondía cuando se tenía todo en cuenta, con frecuencia la hipótesis ha explicado una parte significativa de la varianza de mis variables dependientes (véase por ejemplo, Michalos, 1985, 1986, 1991, 1991a, 1993, 1993a).
Los teóricos de la adecuación persona ambiente han planteado la hipótesis de que, entre otras cosas, la satisfacción neta es una función del ajuste o semejanza percibidos entre lo que una persona tiene (recursos, habilidades) y lo que necesita, o por otra parte, lo que tiene y lo que su entorno requiere (trabajo, posición social, etc.). El germen de la idea se podría rastrear en «La República» de Platón, en el siglo IV antes de Cristo, donde sugiere que los legisladores deberían hacer circular el mito de que los dioses habían creado a ciertas personas con oro o con metales menos nobles, de manera que el estatus de cada persona tuviera un apropiado fundamento metafísico (lo cual haría probable que fuera, por tanto, natural y eternamente apropiado). E.L. Thorndike se acercó incluso más a los teóricos contemporáneos. Morawski [ 1984, pág. 46) cita la siguiente frase de un artículo de 1920: «Cuando tenemos tal conocimiento exacto, debemos ser capaces de establecer una relación de especificaciones de la clase de inteligencia y carácter que se precisa para un cierto puesto de trabajo, seleccionar a los hombres con eficacia y no al azar, y formarlos de acuerdo con sus necesidades individuales en vez de hacerlo de forma indiscriminada.» En artículos publicados de Harrison (1978 1983), Caplan (1979, 1983), y Spokane (1985) se aporta considerable apoyo a la hipótesis de la adecuación persona-ambiente. También han comunicado su apoyo a hipótesis similares Booth, McNally y Beny (1985); Chassin, Zeiss, Cooper y Reaven (1985); Decker (1985), y Michalos (1985, 1986, 1991, 1991a, 1993, 1993a).
En Michalos (1989) se muestra que en el período de doce años comprendido entre 1973 y 1985 la estimación de los canadienses sobre los ingresos familiares necesarios tendía a ser de alrededor del 51 por 100 de los ingresos familiares reales, en dólares en curso. Las necesidades estimadas en dólares en curso aumentaban doce veces más rápidamente que los ingresos familiares medios en dólares de constantes de 1985. Por tanto, las necesidades de ingresos percibidas por los canadienses eran bastante fijas en relación a los dólares en curso, pero bastante volátiles si se relacionaban con los dólares constantes. Valdría la pena disponer de más investigaciones sobre las necesidades percibidas versus las necesidades cubiertas en más áreas de la vida.
La hipótesis del apartado H2 afirman los supuestos de los objetivistas o los realistas ontológicos, esto es, que hay un mundo relativamente independiente de esta o esa persona, que contiene cosas con propiedades más o menos objetivamente mensurables y que son más o menos objetivamente comparables.
Esta cuestión debe tratarse con cierto cuidado porque, hasta cierto punto, todo el conocimiento es relativo en varios aspectos. Todos los dispositivos humanos, incluyendo métodos, prácticas, principios y cuerpos de conocimientos han sido construidos por personas con una variedad de intereses y propósitos, precisamente para servir a esos intereses y propósitos. El fundamento de nuestro conocimiento empírico más impresionante y aparentemente cierto no es más que una serie de acuerdos negociados, falibles, entre diversas comunidades de investigación, sobre cuál es el caso y cuáles son las buenas razones que han de contar para aceptar algunas pretensiones como bien refrendadas y rechazar otras como no bien refrendadas (Michalos 1980b).
Además de todos los aspectos de los dispositivos humanos que se han montado a base de diseño, hay muchos que resultan del hecho de que las personas no pueden elegir a sus padres biológicos o la clase socioeconómica; consecuentemente el tiempo, lugar y circunstancias de su nacimiento: los acontecimientos que les rodean; todas las personas cuyas vidas influyen en las suyas, como los amigos de sus padres y los padres de sus amigos, los familiares, maestros y compañeros de la escuela, los vecinos, los fanfarrones del barrio, y así sucesivamente. Somos criaturas de historia y cultura, creativas y adaptativas, y no hay manera de decidir de una vez por todas qué elementos de nuestro mundo hemos construido y cuáles hemos encontrado. Parece muy improbable que el Universo en su totalidad haya sido construido en cierta manera por nuestra imaginación, pero no hay modo, creo yo, de demostrar cuánto se ha construido exactamente.
En House (1977) se puede encontrar una síntesis del tipo de punto de vista interaccionista simbólico considerado aquí. En Angel y Thoits (1987) se puede encontrar evidencia de la construcción social de la percepción, el conocimiento y la evaluación, referido a la construcción de la enfermedad; en La Rocco (1985) respecto a las condiciones de trabajo; en O'Reilly y Caldwell (1979), así como en Schnake y Dumler (1987) sobre percepciones de las tareas en el trabajo y satisfacción en el mismo; en O'Reilly y Caldwell (1985) sobre enriquecimiento del puesto de trabajo y satisfacción en el trabajo; en White y Mitchell (1979) sobre las percepciones del enriquecimiento del puesto de trabajo; en Durbin (1980) sobre el conocimiento científico; en Bowden (1985) sobre estimación de las reservas de petróleo; en Zalesny, Farace y Kurchner-Hawkins (1985) sobre la confianza en la administración de una organización; en Linsky, Colby y Straus (1986) respecto a problemas relacionados con el alcohol; en Schlenker (1987) sobre la propia identidad; en Shepelak (1987) sobre la autoevaluación y la legitimación del estatus socioeconómico; en Lavee, McCubbin y Olson (1987) sobre crisis familiares: en Short (1984) sobre juicios acerca del riesgo de victimización de delincuentes; y en Adams (1988) sobre la evaluación de riesgos en autopistas y en campos de juego. En términos generales, cuanto más ambiguo es el entorno y más unido esté el grupo de uno, más influencia tendrá éste en las propias construcciones (Hacman 1976).
O'Reilly y Caldwell (1985, pág. 195) resumen parte de la dinámica principal en la construcción social de la realidad en el trabajo, como sigue: «dentro de los grupos de trabajo, puede surgir un consenso sobre cuáles son las características importantes del entorno de trabajo. De este modo, los grupos pueden actuar para resaltar ciertos aspectos del trabajo y rebajar otros. A los recién llegados a un grupo se les hace saber rápidamente lo que es importante, cómo debe uno sentirse respecto a ciertos aspectos del trabajo, y cuáles son las normas de conducta aceptables. Esto puede llevar a que tareas idénticas se perciban de forma diferente y se responda a ellas de modo distinto a través de la organización. Así, además de los efectos de la influencia social en cuanto a la información, los grupos pueden también desarrollar un marco normativo para interpretar y responder a facetas del entorno de trabajo, dando como resultado una construcción social estable de la realidad que puede variar en diferentes grupos de trabajo enfrentados a circunstancias objetivamente similares.»
Se puede hallar evidencia de otras construcciones personales en los autores: Greenwald (1980, 1981), Greenwald y Pratkanis (1984) Greenwald y Brecler (1985), Jones (1986), Wedell y Parducci (1988) y Lanzetta y Englis (1989).
Dejando aparte la metafísica y la epistemología, el punto de H2 es bastante directo. Implica, por ejemplo, que la discrepancia percibida entre lo que uno gana y lo que ganan otras personas significativas es, hasta cierto punto, una función de una discrepancia real y objetivamente mensurable; que las discrepancias percibidas entre necesidades de alimento o calor y su satisfacción son funciones de discrepancias reales u objetivamente mensurables, y así sucesivamente.
Existe gran evidencia de que la mezcla de discrepancias objetivamente mensurables y percibidas es un poco como el caldo de caballo y conejo, representando el caballo las discrepancias percibidas. Sin duda, como se indicó en Michalos (1980), fue esta clase de evidencia lo que condujo a la gente a investigar en primer lugar los indicadores sociales subjetivos. Véase, por ejemplo, Cantril (1965); Campbell (1972); Schneider (19750; Easterlin (1974); Duncan (1975); Allardt (1976); Hankiss, Manchin y Fustes (1978/79); Michalos (1980a); Kammann y Campbell (1982): Mastekaasa y Moun (1984); Golant (1986); Berry y Williams (1987, y Gauthier (1987).
Angel y Thoits (1987, pág. 466) comunican varios estudios que demuestran que «sólo hay una correspondencia imperfecta entre el hecho clínico de la enfermedad y la experiencia subjetiva de la misma», y el impacto relativo de circunstancias objetivas en el bienestar subjetivo es aparentemente modesto en presencia de las más catastróficas circunstancias, por ejemplo, a continuación de lesiones medulares (Mayer y Andrews 198 1; Chwalisz, Diener y Gallagher 1988); adultos con minusvalías múltiples Racker y col. 1983); pacientes de cáncer (Haes y Van Knippenberg 1985); discapacitados visuales (Gillman, Simmel y Simon 1986); y pacientes mentales crónicos (Lehman, Ward y Linn 1982, y Lehman 1983).
Haes y Van Knippenberg (1985 pág. 811) resumen como sigue su revisión de la literatura sobre investigación en la calidad de vida de pacientes de cáncer:
«Por lo común se supone que el cáncer y su tratamiento tienen un rudo impacto negativo en la calidad de vida de los pacientes. Para probar esta hipótesis, y para profundizar en la calidad de vida relativa de los pacientes de cáncer con otros pacientes no cancerosos... Sin embargo, no se encontraron diferencias con respecto a la mayoría de los indicadores de calidad de vida: satisfacción familiar, con los amigos, en el trabajo, con los ingresos, los valores, las actividades, la comunidad. el gobierno municipal, la salud y la calidad de vida en general..., el funcionamiento psicológico.... la ansiedad, la depresión, el bienestar positivo, el bienestar general y mental.... las actividades diarias... y la rehabilitación por el trabajo. Las pacientes mastectomizadas no difieren de los controles de casos benignos respecto a la calidad de la vida... El bienestar emocional de pacientes de melanoma que se están tratando, es igual al bienestar de los «normales»... No se encontró diferencia entre pacientes de quimioterapia y «normales» en cuanto a quejas psicológicas, satisfacción en la vida como un todo y cuidado por parte de sus parejas y otras personas... Es de destacar que esas comparaciones entre pacientes de cáncer y otros no parecen apoyar la suposición de que la calidad de vida de pacientes de cáncer es. en general, más pobre que la de otros grupos.»
Además de no haber encontrado diferencias significativas entre el bienestar subjetivo global de personas con diversos niveles de lesiones medulares comparados con estudiantes universitarios no impedidos, Chwalisz, Diener y Gallagher (1988) no encontraron diferencias significativas en sus experiencias de las emociones específica de alegría, amor, tristeza, ira, sentimentalismo y temor. En algunos casos, los lesionados medulares informaron experimentar emociones más intensas después que antes de las lesiones. Entre otras cosas, los autores llegaron a la conclusión de que «La excitación de sendas concretas del cerebro y las expresiones faciales que la acompañan puede ser suficiente para la experiencia emocional. (Chwalisz, Diener y Gallagher 1988, pág. 227).
Dadas las correlaciones relativamente débiles entre las circunstancias objetivas y el bienestar subjetivo, podría suponerse que el impacto de una catástrofe en una persona podría ser muy diferente de su repercusión en las personas queridas. Gray, Brogan y Kutner (1985) encontraron que los cónyuges de cincuenta pacientes de enfermos renales terminales valoraban los sentimientos de satisfacción de los pacientes consigo mismos por debajo de la satisfacción propia percibida por los propios pacientes. Del mismo modo, Suchman y Phillips (1958) hallaron que los ancianos tendían a valorar su estado de salud de forma más favorable que sus médicos. Okim y George (1984) encontraron que las puntuaciones de salud autoestimadas por las personas estaban más relacionadas con sus puntuaciones de bienestar subjetivo que las puntuaciones de los médicos. Pearlman y Jonsen (1985) se encontraron con que las evaluaciones de los médicos sobre la calidad de la vida de los pacientes «demostraba una notable variabilidad», y recomendaron posponer los juicios a los pacientes siempre que éstos últimos parecieron adecuadamente «informados» y «competentes». Shadish, Thomas y Bootzin (1982) encontraron que la clasificación de los criterios de éxito de los pacientes en las clínicas de reposo para enfermos mentales era diferente de la de los académicos y los funcionarios federales de la salud mental. Varios estudios han encontrado que la estimación de los terapeutas sobre la satisfacción de sus clientes es menor que las valoraciones de la propia satisfacción de los propios clientes (Tanner y Stacy 1985).
Por razones expuestas en Michalos (1978, 1985), H2 no se refiere al déficit entre lo que las personas tienen y desean.
Además de afirmar un cierto tipo de realismo, H2 sostiene que las discrepancias objetivamente mensurables tienen un impacto directo en la satisfacción neta y la acción humana. Se puede encontrar confirmación de este aspecto de H2 en Inkeles (1960); Easternline (1974); Gallup (1977); Inkeles y Diamond (1980); Campbell, Converse y Rodgers (1976); Andrews y Withey (1976); Oliver y Bearden (1985), Diener, Horwitz y Emmons (1985): Zpaf y col. (1987); Moller y Schlemmer (1989), y Homel y Burns (1989). Una vez más, esto tiene una importancia vital para las personas interesadas en el cambio social. El hecho de que las mejoras y deterioros reales tengan normalmente efectos directos, aunque relativamente pequeños, en la vida de las personas tiende a provocar diferentes estrategias para gobernar la calidad de su propia vida y la de otros. Por ejemplo, el hecho de que las personas con ingresos relativamente superiores tiendan a manifestar niveles más altos de satisfacción y felicidad que aquellas con ingresos relativamente más bajos, nos sugiere a algunos que una redistribución de la riqueza del primer grupo al segundo grupo mencionado, mejoraría probablemente el bienestar persona más que si no hay redistribución o se incrementa la distribución aún más en favor de las personas más acaudaladas. Desde luego, como se sugiere en Michalos (1987), si uno no tiene interés por la verdad y no la valora, en tal caso podría preferir manipular simplemente las percepciones para mejorar el bienestar percibido. Me imagino que la mayoría de la gente valora la verdad (el conocimiento, o estar bien informados) y, por lo tanto, no querrían intentar tal manipulación, aunque algunos han hecho y harán eso precisamente.
El apartado H3 dice que el déficit percibido entre lo que uno tiene y lo que desea funciona como mediador entre todos los otros déficits percibidos y la satisfacción neta. Campbell, Converse y Rodgers (1976), y Michalos (1980, 1982, 1983, 1985, 1986, 1991, 1991a, 1993, 1993a) confirmaron esta hipótesis. Si se toman conjuntamente H1 y H3, denotan que las discrepancias percibidas tienen efectos tanto directos como indirectos (mediadores) en la satisfacción neta manifestada.
H4 relaciona la satisfacción neta con las acciones humanas de una forma bastante tradicional y utilitaria. En Luce y Raifa (1957); Edwards y Tversky (1967), y Harsanyi (1982), se pueden encontrar revisiones de los trabajos formales y empíricos sobre la hipótesis de la utilidad esperada. Feather (1982) ha reunido una buena colección de artículos analizando los trabajos de los cuarenta pasados años en lo que él llama «modelos de expectativa de valores en psicología», uno de cuyos tipos es la hipótesis de la utilidad esperada. Al contrario que los psicólogos clásicos del modelo estímulo-respuesta (por ejemplo C.L. Hull), que consideran a las personas como reactivas, los defensores de los modelos de expectativas de valores las ven activas. De acuerdo con Feather (1982, pág. 3), su «modelo de una persona es el de un procesador activo de información, que organiza y construye la experiencia en representaciones internas significativas y se comporta no como un autómata sino como un ser reflexivo e intencional. Caben pocas dudas de que, desde este punto aventajado en el historia, el viejo debate de los años cuarenta y cincuenta entre los asociacionistas de estímulo-respuesta y los psicólogos cognitivistas ha terminado con una rotunda victoria de los defensores de las teorías cognitivas.»
De acuerdo con el apartado H5, las discrepancias están directa e indirectamente afectadas por ciertos elementos antecedentes, por características demográficas y por condicionantes. Algunos escritores describirían tales elementos como moderadores; por ejemplo, Folkman y Lazarus 1988. Aunque no se ha demostrado que esta clase de elementos sean pronosticadores potentes del bienestar subjetivo, tienen de hecho algún impacto. Como media, menos del 10 por 100 de la varianza en la satisfacción o felicidad netas manifestadas pueden explicarse por variables demográficas. Andrews y Withey (1976) informaron que sólo un 8 por 100 de la varianza en las puntuaciones de satisfacción en la vida americana de algunas encuestas, podrían explicarse por el efecto combinado del seco, la edad, los ingresos, la raza, la educación y la profesión. Broman (1988) comunicó resultados similares de la encuesta nacional de estadounidenses de color. Para datos que cubren ocho países de Europa Occidental, Inglehart y Rabier (1986) aseguraron que sólo el 6 por 100 de la varianza en la satisfacción vital podría explicarse por la combinación de la edad, el sexo, los ingresos, la profesión, la educación, la confesión religiosa, la práctica religiosa, la afiliación a partidos políticos, la filiación sindical, la región, el tamaño de la comunidad y la raza. En términos generales, los mejores y más recientes análisis de la literatura sobre el impacto de los elementos demográficos en la satisfacción o la felicidad se encuentran en Diener (1984); Veenhoven (1984), y McNeil, Stones y Kozma (1986). (Véase también Davis y Fine-Davis 1978/79).
Stock, Okun, Haring y Witter (1983) emprendieron el análisis más extenso de las investigaciones sobre la relación entre edad y bienestar subjetivo, y concluyeron, sobre la base de 221 opiniones de 119 fuentes diferentes estadounidenses publicadas antes de 1980, que «la cantidad de varianza en el bienestar subjetivo que puede explicarse por la edad... nunca supera el 1 por 100 (pág. 297). Al contrario de los resultados citados con frecuencia de Campbell, Converse y Rodgers (1976), no encontraron diferencias en las relaciones entre la edad y la satisfacción vital por un lado, y la edad y la felicidad por otro. aunque las correlaciones eran muy bajas, eran más altas para los hombres que para las mujeres.
En una revisión de la literatura sobre la relación entre la edad y la satisfacción vital, George, Okun y Landerman (1985, pág. 209) llegaron a la conclusión de que «aunque los efectos totales y directos de la edad son triviales, la edad es un moderador importante de los efectos del estado civil, los ingresos, la salud y el apoyo social en la satisfacción vital». Establecieron la hipótesis y hallaron, por ejemplo, que hay «normas sociales relacionadas con la edad» que conciernen al estado civil. Así, el estar casado está relacionado de modo relativamente fuerte con el bienestar subjetivo en personas de mediana edad, débilmente en adultos jóvenes y moderadamente en adultos más mayores. Hasta cierto punto, este es otro modo de ver los efectos de la inconsistencia del estado.
Como era de esperar, los indicadores económicos figuraban entre los primeros correlatos sospechados del bienestar subjetivo. En un artículo relativamente famoso, Easterlin (1974) analizó la relación entre algunas medidas de felicidad, el Producto Nacional Bruto per capita y los ingresos personales manifestados en varias encuestas nacionales del período de 1946 a 1970. En cada uno de los treinta países encontró que, como media, aquellos que estaban relativamente bien desde el punto de vista económico, manifestaban niveles más altos de satisfacción que aquellos que estaban relativamente mal. También citó una investigación de Inkeles (1960) que indicaba el mismo resultado para quince países, y otras investigaciones sobre encuestas nacionales de estadounidenses adultos. Para su sorpresa, las correlaciones de unos países con otros resultaron mucho más débiles que las interiores de un país. Examinó dos conjuntos de países, uno con 14 miembros, de Cantril (1965), y otro con 9 miembros, de varias fuentes (con algunos miembros comunes). Su conclusión fue que «Si hay una asociación positiva entre ingresos y felicidad (comparando diferentes países), ésta no es fuerte» (Easterlin 1974, pág. 108).
Diener, Horwitz y Emmons (1985) compararon a 49 acaudalados americanos, con ingresos medios por encima de los 10 millones de dólares, con un grupo de control de 62 individuos seleccionados aleatoriamente procedentes de las mismas zonas geográficas que los ricos. Se encontraron con que en cinco diferentes medidas de bienestar subjetivo los millonarios tenían puntuaciones medias más altas que el grupo de control. Aún así, llegaron a la conclusión de que «el hallazgo alentador desde el punto de vista de la felicidad es que los ingresos parecen tener una influencia menor en la felicidad de la mayoría de las personas» (pág. 274).
En un examen de la literatura sobre la relación de los indicadores económicos (ingresos principalmente) con la patología social, Horwitz (1984, pág. 95) concluyó que «la privación económica absoluta se asocia con niveles severos de trastorno psicológico, alguna forma de psicosis y violencia interpersonal, aunque no con formas más leves de delincuencia y neurosis... Las pérdidas económicas, particularmente las resultantes del desempleo, se relacionan con tasas altas de trastornos psicológicos y con el suicidio, pero no un grado mayor de psicosis o de delincuencia... Los estudios sugieren que la relación entre la economía y la patología social está medida por un cierto número de factores, incluyendo la etapa del cielo vital, el sexo, la clase social, los niveles de apoyo social y la personalidad». Igualmente, Inglehart y Rabier (1986, pág. 20) reivindican que, según sus encuestas en Europa Occidental, «el desempleado muestra tasas de satisfacción vital drásticamente más bajas que cualquier otro grupo».
Haring, Okun, Stock (1984) revisaron 17 fuentes estadounidenses concernientes a la relación entre la situación laboral y el bienestar subjetivo. Para estos escritores la situación laboral significaba estar jubilado, empleado a tiempo parcial o empleado a jornada completa. Llegaron a la conclusión de que la situación laboral podía dar cuenta del 3 al 5 por 100 de la varianza en el bienestar subjetivo.
Quizá vale la pena observar que aunque en la lista de elementos demográficos se incluye la educación, no se incluye la inteligencia. No parece haber ninguna conexión significativa entre la inteligencia básica, sea lo que sea, y la satisfacción o la felicidad (Schuessler y Fisher 1985; Feldman 1984). Sobre la base de un análisis de 90 estudios americanos, Witter, Okim, Stock y Haring (1984) llegaron a la conclusión de que los logros educativos explicaban entre el 1 por 100 y el 3 por 100 de la varianza en el bienestar subjetivo de los adultos.
Diener (1984, pág. 558) citó once publicaciones que indicaban que «Una autoestima alta es uno de los predictores más fuertes del bienestar subjetivo». Fisher Nadler y Whitcher-Alagna (1982) proponen un modelo en el que las funciones de autoestima actúan como mediadoras entre las condiciones asociadas con la recepción de ayuda y entre otras cosas, la satisfacción neta percibida con la ayuda.
Cobb (1976); Caplan (1979); Goudy y Goudeau (1981); Turne, Frankel y Levin (1983); Cohen, Teresi y Holmes (1985); Abbey y Andrews (1985), y House, Lnadis y Umberson (1988), documentan cumplidamente la importancia de una variedad de formas de apoyo social en el bienestar subjetivo, medidas de diversas formas. Se supone y se demuestra que a veces tal apoyo tiene un impacto directo en el bienestar y a veces el impacto es indirecto, el llamado efecto amortiguador. Por ejemplo, Burckhardt (1985) mostró que para 94 personas que padecían de artritis, tanto la autoestima como el apoyo social funcionaban como variables que mediaban entre la gravedad del deterioro atribuible a la artritis y la calidad de vida medida por un índice compuesto principalmente por datos de satisfacción vital y por áreas. Aunque no es lo mismo apoyo social que actividad social, hay alguna superposición. Sobre la base de un análisis de 24 estudios americanos, Okun, Stock, Haring y Witter 91984) llegaron a la conclusión de que la actividad social podría explicar hasta el 3 por 100 de la varianza en el bienestar subjetivo. Snell y Matthews (1986) informaron que el bienestar percibido de una muestra de ancianos canadienses se vio negativamente influido por la mucho o demasiado escasa interacción con miembros de su familia.
El fin del apartado H6 es indicar que la acción humana, incluyendo especialmente la propia, tiene un efecto directo en las discrepancias objetivamente mensurables de la propia vida, como hacen los elementos condicionantes y demográficos antes mencionados. Este es otro modo de afirmar mi creencia en la gestión humana como una fuerza creativa y constructiva. Dependiendo del punto de vista que uno adopte al reflexionar sobre la reiteración en el sistema que aquí se postula, podemos decidir que la satisfacción y felicidad humanas son función de características relativamente objetivas del mundo o viceversa. Tendré algo más que decir sobre esto más adelante.
El Cuadro 1 ilustra las relaciones que se postulan en las seis hipótesis básicas de TDM. En este Cuadro, las letras mayúsculas representan los puntos de las casillas (por ejemplo, «A» representa las discrepancias objetivamente mensurables) y los números que siguen a las letras, representan las trayectorias que conectan los temas en las casillas (por ejemplo, «Al» representa la trayectoria que conecta las discrepancias objetivamente mensurables con las discrepancias percibidas). Así por ejemplo, el Cuadro 1 ilustra H1, mostrando que las discrepancias objetivamente mensurables (A) son una función de la propia acción de un agente a lo largo de la trayectoria El y los condicionantes a lo largo de la trayectoria FI, y así sucesivamente para los otros aspectos de las seis hipótesis básicas.
Siendo complicado como es, según se sugiere en Michalos (1985) existen evidencias que indican que el sistema se postula en TDM y se ilustra en el Cuadro 1 está simplificado en exceso. Todas las flechas del Cuadro 1 tienden a ir de izquierda a derecha, con las excepciones de la que forma la reiteración cíclica procedente de la acción humana. Pero, de hecho, el mundo es mucho más interactivo que lo que sugiere este Cuadro. Por ejemplo, Berman (1985, pág. 49) demostró que como resultado de cambios en la satisfacción con aspectos extrínsecos del trabajo, tales como los ingresos, la seguridad y las relaciones con los compañeros, los trabajadores cambiaban sus opiniones acerca de las «clases de objetivos deseables o situaciones ideales que esperaban alcanzar en su vida laboral». Fisher (1985) citó varios estudios que demostraban una relación recíproca entre rendimiento y satisfacción en el trabajo. Aunque en Michalos (1991) se citaron varios estudios que demostraban que la satisfacción en el puesto de trabajo tiene un impacto en la satisfacción vital, Schmitt y Pulakos (1985), y Schmitt y Mellon (1980) evidenciaron que la satisfacción vital era un predictor significativo de satisfacción en el trabajo. Near, Rice y Hunt (1987, pág, 398) citaron varios estudios que mostraban que «la satisfacción en el trabajo y en la vida ejercen una influencia mutua», y Near (1984) demostró que en un período superior a cinco años, la satisfacción vital y la satisfacción en el trabajo se influenciaban mutuamente de forma indirecta. Más recientemente, Lnace, Mallar y Michalos (1995) pusieron a prueba tres modelos diferentes, es decir, un modelo Arriba-Abajo que situaba la satisfacción en once áreas específicas de la vida como efectos de la satisfacción vital, un modelo Abajo-Arriba que situaba la satisfacción vital como efecto de la satisfacción en once áreas y un modelo Bidireccional que situaba la causalidad mutua entre las áreas y la satisfacción vital. «El que resulta más válido es el modelo Bidireccional, en el cual la relación de satisfacción global-faceta vital variaba a través de las áreas de la vida» (pág. 69).
Escribiendo en un campo totalmente diferente, Hendrick, Hendrick y Adler (1988, pág. 981) aseguraron que aunque la relación y especialmente la satisfacción matrimonial se tratan en general únicamente como variables dependientes, «el proceso y el éxito de una estrecha relación personal forman parte de una misma reiteración cíclica de feedback, con la satisfacción afectando ahora a los niveles de amor o dedicación que predecía inicialmente la satisfacción». Erbes y Hederson (1984, pág. 937) afirmaban la causalidad en una sola dirección en este área cuando escribieron que «el bienestar psicológico afecta a la situación marital, más que la situación marital afecta al bienestar psicológico», lo que fue correctamente rebatido por Veenhoven (1988). Wenzlaff, Wegner y Roper (1988, pág. 891) sostenían «una relación causal recíproca entre la disfunción en el control mental y la depresión... Desde esta perspectiva, escribieron, «la depresión puede llevar a un derrumbamiento del control mental y un control mental ineficaz puede conducir a la depresión»
El Cuadro 2 ilustra con más detalle el núcleo central de las relaciones representada en el Cuadro 1, ignorando todas las referencias a las discrepancias objetivamente mensurables. En el Cuadro 2, cada una de las discrepancias percibidas en la casilla B tiene una abreviatura, por ejemplo, «Ba» para «la discrepancia percibida entre lo que uno tiene ahora y lo que tienen otras personas significativas». Del mismo modo, cada condicionante de la casilla F tiene una abreviatura, por ejemplo, «Fa» para «edad». La trayectoria denominada B1 en el Cuadro 1 está descompuesta en los 6 elementos que la constituyen, Bla-BIF en el Cuadro 2. Para mantener el Cuadro relativamente sencillo, los 7 puntos de la casilla F no se han descompuesto. En sentido estricto, cada trayectoria denominada con una F debería descomponerse en sus 7 elementos constituyentes, denominados por ejemplo, F4a, F4b y así sucesivamente.
Aquí concluye mi revisión de TDM. Se ha dedicado un número especial de la Revista «Social Indicators Research» (Vol. 34, Número 1, 1995) a trabajos adicionales sobre la teoría y la base de datos global, que incluye 18.000 estudiantes universitarios de 39 países. Dicha base de datos es una mina de información en espera de ser investigada, y estaría encantado de compartir con quien lo desee, sin cargo alguno. Está disponible en 13 diskettes. También existen traducciones de la versión ingles original del cuestionario a 19 idiomas, incluido el español.
Finalmente, quisiera expresar mí agradecimiento a Ferrán Casas, por hacer que mi trabajo esté disponible en castellano.