ESPACIO ABIERTO
RESUMEN 1. EL PROGRESO DE LA IDEA DE HUMANIDAD
3. QUITANDO PREJUICIOS PARA LLEGAR HASTA LA MUJER PERSONA
4. PREPARANDO POSIBILIDADES DE INTERVENCION MAS ALLA DEL HOGAR
La proclamación de los Derechos humanos desde finales del S. XVIII, el asentamiento de los sistemas políticos basados en las libertades públicas a lo largo de los S. XIX y XX, no podía quedar restringido sólo a la mitad masculina de la humanidad, relegando a la parte femenina a encajar sus roles sociales sólo en torno a la función reproductora de la hembra.
El despertar de la conciencia de mujer como persona susceptible de un desarrollo integral de todas sus capacidades naturales y de desempeñar sus actividades artísticas, sociales, laborales, políticas o religiosas en igualdad de condiciones respecto a los hombres ha ido cobrando entidad a partir del S. XIX. Es el reto que queda formulado a la historia del género humano en los umbrales del S. XXI.
Derechos Humanos. Mujer Igualdad.
The Human Rights enactment at the end of the XVIII Century, and the settlement of political systems based on public freedoms along the XIX and XX Centuries, could not only be applied to the male half of humankind, relegating the female one to adjust their roles only around the female procreative function.
The awaking of women's person awareness, able of integral development of all their natural capacities and to perform artistic, social, professional, political or religious activities at equal conditions as men, has grown in importance from the XIX Century. This is the challenge the humankind history is facing at the XXI Century threshold.
Human Rights, women's, Equal conditions.
La idea de los derechos humanos surge en el pensamiento occidental en medio de la secularización, ascenso de la burguesía al poder económico y formación del Estado moderno, alcanzando su culminación filosófica en las "Declaraciones" de finales del S. XVIII y encardinándose en la vida social, económica, política y jurídica a lo largo del S. XIX y sobre todo del XX. El proceso comprendido entre la proclamación de derechos fundamentales, su recogida en las leyes, el respeto y cumplimiento por parte de la sociedad, no puede ser menos que complejo, cercado por las manifestaciones de los individualismos y los totalitarismos l.
Y sin embargo, hoy hablamos de sociedades civilizadas en la medida en que se respeta la vida, la integridad, la dignidad de los otros; incluidos a los que vemos como diferentes. Las filosofías racionalistas, espiritualistas, naturalistas que gravitaron sobre el pensamiento ilustrado y se fueron desarrollando a lo largo del S. XIX con una proyección de carácter psicosocial fueron decantando una vía del humanismo que apela a la perceptibilidad en la medida en que los seres humanos desarrollan la inteligencia que busca las verdades, la fuerza moral que tiende hacia lo bueno y lo justo, la sensibilidad que participa de la idea de belleza. Verdad, bondad, virtud, belleza en desarrollo armónico y progresivo resultan -en este marco filosófico- los factores fundamentales que van haciendo posible la justicia social y Estados en los que el concepto de ciudadanía se va imponiendo al de servidumbre.
La libertad, para esta forma de humanismo, no consiste sólo en los aspectos formales, en la ruptura de cadenas exteriores, sino que se refiere también de manera complementaria al ejercicio de la soberanía racional y se amplía por tanto en la medida en que se conocen las verdades, apunta la vida moral solidaria y activa, se extiende la sensibilidad artística y de humanidad. Es, en definitiva, -insistamos- la capacidad de elegir en concordia con la verdad, la bondad, la virtud y la belleza. No todos los seres humanos Regarán a sabios, santos, héroes o artistas pero sí podrán entablar posibles grados de armonía en estas esferas. Este sentido antropocéntrico e integral, puesto que parte de ahondar y llevar a un feliz término las capacidades naturales, tiene su vertiente transcendente en la idea de Humanidad. Y ha venido teniendo también dos derivaciones: los respetuosos con las diferentes religiones o practicantes de alguna de ellas -naturalmente, no bajo formas integristas- y los que entran abiertamente en el laicismo.
A lo largo de los siglos XIX y XX se han venido desarrollando en España movimientos dentro de este marco de la mentalidad occidental, desde los frustrados de finales del S. XVIII, pasando por los intelectuales liberales que se dieron cita en el Ateneo de Madrid a lo largo del S. XIX, algunas manifestaciones que englobamos en la influencia de los socialismos utópicos, las logias de la masonería, hasta su expresión en la Institución Libre de Enseñanza. Sin embargo, las presiones, recortes y tergiversaciones sufridas a causa del integrismo católico, en algunos periodos con fuerte maridaje político, fueron desfigurando la identidad de este humanismo integral bajo el anatema de heterodoxia, la metafísica y lo extranjerizante. Tampoco esta versión del antropocentrismo liberal se ha entendido con otras manifestaciones más parciales del liberalismo como el individualismo, materialismo, utilitarismo o conservadurismo. Y para colmo, los obreros una vez que vieron cerradas a manos de la burguesía asentada las posibles vías de emancipación e integración en el sistema, apostaron por una nueva revolución total contra las bases estructurales del liberalismo: infraestructura económica, estructuras política y jurídica.
Volvamos sobre nuestros pasos. ¿Qué entendemos por antropocentrismo en la vía del humanismo liberal-integral y progresista arriba mencionado?. Su raíz etimológica parece bien clara si por "anthropos" traducimos "ser humano" y sin embargo todo un peso cultural se ha cernido en contra, mutilando y sesgando de manera antinatural la entraña de la humanidad en dos mitades: masculina y femenina. Antropocentrismo y Androcentrismo ha venido siendo equivalente.
No debe ser fácil buscar, encontrar y apreciar a la persona humana sin perderse en la hojarasca del sexo, la raza, la nación o la religión. El sentido "androcéntrico" aparece bien arraigado en el pasado, el presente y no sabemos hasta cuando se prolongará en el futuro. Es por eso larga y complicada la tarea de incorporar a la mitad femenina de la humanidad a la misma revolución iniciada por la masculina en nombre de la libertad, la igualdad de oportunidades y ante la ley, la propiedad y la fraternidad.
La inferioridad física y moral de la mujer, su escasa capacidad racional respecto al hombre eran tenidas por evidentes e incuestionables a comienzos del siglo pasado. Los roles familiares y sociales estaban condicionados y ahormados en torno a la función reproductora de la hembra. Este marco cultural estaba sostenido desde la Iglesia católica apelando al supremo argumento de la Voluntad de Dios, interpretada a lo largo de los siglos por quienes se tenían por sus representantes aquí en la Tierra. Pero no sólo las posiciones dogmáticas reforzaban esta mentalidad, apuntaban también corrientes basadas en el método científico que tenían por axioma el prejuicio, por datos experimentales la ausencia de pruebas -la incapacitación femenina se tomaba por incapacidad- y concluían de manera tautológica demostrando en nombre de la Naturaleza los mismos supuestos de partida. Esto es: la limitación de las capacidades de las mujeres, la preponderancia de algunos de sus instintos sobre la razón, su debilidad orgánica y, en definitiva, su inferioridad respecto al varón.
Así las cosas, las primeras llamadas de atención sobre la posible inteligencia y rectitud moral de las mujeres, la posibilidad de su participación consciente y activa en los niveles más elementales de la vida social, resultaban una aberración contra las leyes de Dios y las de la Naturaleza. Y ya no digamos entreabrir caminos en el mundo laboral, el de la administración pública o el político. Suponía conmocionar hasta tal punto los cimientos de la familia, la sociedad y el Estado que sólo se auguraba el caos, la degeneración de la especie, la decadencia de la civilización, el cataclismo.
Y sin embargo, la Revolución liberal frente al Antiguo régimen que se estaba produciendo desde finales del S. XVIII, llevaba consigo:
- La proclamación de los derechos humanos fundamentales individuales y sociales.
- La estructuración de un Estado liberal que representase la Soberanía de la nación consumando la propiedad individual, resaltando el valor del trabajo y extendiendo los derechos de ciudadanía, manifestados sobre todo en la opinión pública y en la participación activa en la vida social.
Y esta filosofía mal podía materializarse en el sistema de relaciones sin permitir y fomentar:
- El ejercicio de la razón y la capacidad de autodeterminación de los seres humanos.
- La asociación y la movilización libre de los ciudadanos desde la sociedad civil.
- El respeto a la propiedad privada y la obtención de un trabajo concebido como motor del desarrollo económico y de la autonomía personal.
- El pluralismo político y los gobiernos representativos.
Es decir, a medida que fuesen arraigando en el sistema las transformaciones que traía consigo la revolución liberal iba a costar justificar que sólo atañesen a la mitad masculina de la especie humana y que la femenina permaneciese en su exclusivo papel de hembra y con las mismas funciones tradicionales. Así, los primeros movimientos que tenían por objeto emancipar a las mujeres de sus trabas interiores y liberarlas de las redes exteriores, llevaban una consigna de fondo: Incorporar a la mitad femenina de la humanidad a la misma revolución iniciada por la masculina". Estaban por abordar dos aspectos: el individual marcado por el tránsito de la pasión a la razón; el social caracterizado por la salida del espacio privado al público.
La declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, redactada por Olimpia de Gourges en 1791, así como la firmada en el Estado de Seneca Falls en 1848 resultan emblemáticas de un punto de partida: la posibilidad de que algún día las mujeres pudiesen llegar a ser personas autónomas y ciudadanas de pleno derecho 2. Sin embargo, nada era la mujer por sí misma ni ante el derecho positivo ni ante el natural 3. Pasaría más de un siglo hasta que la Conferencia Mundial de Derechos Humanos en Viena en 1993 recogiese expresamente los derechos humanos de las mujeres como derechos fundamentales y su participación en condiciones de igualdad en la vida social, económica y política.
Mediado el siglo XVIII Feijoo, salvando las censuras que su condición de clérigo le imponía, planteó en España su defensa de las mujeres. Suponía, al decir de Margarita Ortega, "un cambio de actitud" el pronunciarse a favor de la capacidad intelectual y ética de las mujeres, criticando los apriorismos morales y la falta de sustento empírico sobre el que descansaban la mayoría de las ideas imperantes". El estaba denunciando cómo determinadas actitudes que se tomaban por superioridad masculina no tenían origen biológico sino cultural 4.
Josefa Amar y Borbón por entonces se convertía en un buen exponente del humanismo que nos ocupa. Como buena ilustrada sometía a la libre interpretación las creencias arraigadas. Llegaba a conmocionar fundamentos dogmáticos al atreverse a presentar el pecado original -en palabras de Victoria López Cordón. como una culpa movida por el afán de saber que, en definitiva, demuestra el superior talento de Eva". Más que probar si tienen o no las mujeres aptitudes intelectuales y morales era necesario educarlas y desterrar prejuicios 5.
"La educación moral es sin duda la más difícil, -escribía Josefa Amar- pero también la más importante, porque abraza la enseñanza e ilustración del entendimiento, la regla y dirección de las costumbres, y en una palabra lo que se llama buena conducta y manejo de todas las acciones". Y proclamaba a continuación la necesidad del "recto uso de las facultades racionales para obrar con cordura y discreción, para desempeñar obligaciones comunes a todos, las particulares de cada uno, y finalmente para ser feliz en su estado y circunstancias" 6.
Ella mostraba tener una fina intuición sobre la entidad de la persona humana por encima de las divisiones que por razón de sexo se habían definido en la sociedad, y escribía dando una lección de sentido común: "No se pueden señalar con certeza las pasiones peculiares a cada sexo; porque como esto depende de la fragilidad de la naturaleza, de los vicios de una mala educación, del mayor o menor influjo de la reflexión, del ejemplo, de las circunstancias en que uno se halla, y de otras causas morales y físicas, que son comunes a entrambos sexos, sucede a las veces que los vicios que se atribuyen a las mujeres se encuentran también en algunos hombres, y los de éstos en aquellas" 7.
Eran brotes aislados. Resulta exponente de la mentalidad dominante que un librito que circuló en los años treinta del pasado siglo y concluía pidiendo un poco más de comprensión por parte de los hombres hacia las mujeres, comenzase afirmando categóricamente que el objeto de la naturaleza al formar a la mujer no era otro "que ejerciera sus funciones de madre". Se documentaba científica y experimentalmente con el comentario siguiente: "vemos que la irreflexión, la ligereza, la frivolidad, la inconexión que se observa a veces en sus ideas, desaparecen cuando se trata de sus hijos". Un poco más adelante el autor vertía calificaciones como "sexo irritable por naturaleza, extremado en todas sus inclinaciones, enemigo nato de la moderación, formado más bien para el delirio de las pasiones que para la calma de la felicidad, susceptible de amor a un grado fuera del alcance de nuestro sexo". La pasión y el instinto, en suma, definían la condición femenina. Ya quedaba bien sentado: "El genio de las mujeres es solo creador en circunstancias extraordinarias. Su talento más sutil que profundo, analiza y define con mayor gracia que exactitud, con mayor seducción que lógica" 8.
Las diferencias naturales, las acuciadas por el medio cultural, los instintos y pasiones que por ambos conceptos llegaban a degenerar en el carácter de muchas mujeres, señalaban la inferioridad. Siempre inferioridad, hasta cuando la lógica hubiera debido inclinarse hacia la superioridad las diferencias observables se volvían en contra. El afecto, por ejemplo, carecía en las mujeres de la nobleza que en los hombres. Y así resultaba tan erudita y coherente la afirmación siguiente: Tomo las mujeres son más propensas a padecer quebrantos, ya por la debilidad de su fibra, ya porque su naturaleza y destino las sujetan a ellos con más frecuencia, no es extraño que se exciten a la compasión con mayor prontitud". La conclusión era rotunda: "Nosotros albergamos en nuestros pechos la humanidad, ellas en los suyos la compasión" 9 .
La coyuntura idónea en España para impulsar la emancipación de la mujer como persona humana se produjo a partir del movimiento de 1868 que sacudió las camarillas enquistadas bajo la corona de Isabel II. En medio de los vaivenes políticos que se sucedieron fue posible constituir una "Asociación para la Enseñanza de la Mujer" que respaldada en sus primeros pasos por Fernando de Castro desde el rectorado de la Universidad de Madrid y en años sucesivos por puntuales nexos políticos dispuestos a apoyar desde los ministerios, logró arraigar a pesar de las movilizaciones en contra y campañas de desprestigio que se llevaron a cabo 10.
Si el proyecto quedaba abierto hacia perspectivas desconocidas por entonces en cuanto a la posibilidad de que las mujeres pudiesen no solo desarrollar sus capacidades naturales sino además ser trabajadoras y ciudadanas de pleno derecho, la realidad inmediata no permitía ir más allá de reclamar una instrucción para las mujeres de acorde con los nuevos tiempos. Y simplemente en ello radicaba su potencial revolucionario a largo plazo. Así pues, las "Conferencias dominicales para la educación de la mujer" impartidas entre febrero y mayo de 1869, transcurrieron en medio del escándalo, la burla o las resistencias de los sectores más integristas y conservadores.
La conferencia inaugural pronunciada por Fernando de Castro el 21 de febrero de 1869, recogía dos discursos que hoy nos ocupan: "la igualdad" -estaban por probar las capacidades- y "la diferencia" -sin ser sinónimo de inferioridad-. La directriz era "humanista", basada en que elevándose la humanidad femenina se mejora el género humano. Fernando de Castro afirmaba creer en la "unidad humana" por encima de la división de sexos y en la "personalidad racional" de la mujer fundamentada en "su semejanza con Dios, expresada en la unidad e identidad de la conciencia"". Aquella apertura liberal de Fernando de Castro llevaba consigo cierto reformismo en la actitud religiosa que difícilmente podían admitir los sectores oficiales 12.
A lo largo del curso de conferencias no se puso en duda que la mujer se realizase como persona desde el hogar y a través de la educación de los hijos. Lo que constituía todo un debate subterráneo era la forma de educar a las mujeres. La fe, la pasión, la sensibilidad se deberían de educar imbricando en el proceso a la razón. Mujeres más conscientes no serían más masculinas sino más personas con capacidad de autonomía. Simplemente esto era entonces revolucionario 13, y continúa siendo hoy en buena parte del planeta.
Las resistencias culturales eran manifiestas. El peso secular de la óptica masculina difícilmente iba a ceder ante las primeras propuestas de un grupo tan minoritario todavía. Pero sí empezaba a resonar en el ambiente la palabra "mujer", todo hacía presagiar que podía terminar su invisibilidad en el espacio público. Por eso debió parecer por entonces buen negocio editorial lanzar al mercado una obra ilustrada con generosidad de papel y de medios cuyo protagonista era el ente mujer. Para llevarla a cabo se acudió a buenas firmas de escritores y artistas de la pintura. Una historia de mujeres escrita por hombres desde la óptica masculina y asumiendo los prejuicios culturales. Resulta un expresivo documento. Allí quedaron retratadas las mujeres entre lo pintoresco y la galante idealización.
El prólogo de Antonio Cánovas del Castillo trasluce la percepción que tenían de la mujer la mayoría de sus contemporáneos. Está manifiesta la falta de comunicación personal entre los nacidos como hombres y las nacidas como mujeres. La mujer aparece como madre, amante o esposa; no se refleja como hija o hermana. El discurso Cánovas parece dirigido a los hombres, esperando su aprobación; sabe que será leído también por mujeres, pero ellas son secundarias, no son sus iguales. Claro que, está presente su coquetería masculina y su buenos modales buscando agradarlas. Como quiera que intenta ser amable con el público femenino trata, según dice, de no incidir en los prejuicios sobre las veleidades, curiosidad, vanidad frivolidad
El, resaltaba de las mujeres la faceta moralmente más bella, la capacidad de amar, pues -según explica en tono de superioridad que no tiene desperdicio- "galantería aparte, y por más que, sabiendo cuanto sé, aunque lo más sea de oídas, se escandalicen muchos, todavía me suenan a mejores que nosotros las mujeres, y las estimo más: lo primero por el justo agradecimiento de que nos amen casi siempre más que nosotros a ellas: y lo segundo, porque, bien que este amor a su mitad masculina sea el primordial de los asuntos que traten en vida, intervienen además en otros donde su ingénita hermosura de sentimientos se ostenta y resplandece, no diré sin lunares (que los lunares no son siempre cosa fea, ni mucho menos), sino sin mancha alguna".
Insisto, el polo masculino y el femenino de la especie humana soportaba un fuerte peso cultural que venía ahormando sensibilidades, percepciones y comportamientos, por ambas partes. El alma femenina, la persona mujer, tenía mucho de misterio, de desconocimiento para los hombres. Las mujeres "todavía más que un ser físico son un puro concepto estético", confesaba Cánovas alardeando de una total ignorancia sobre el resto de la persona, añadiendo en tono jocoso "y los conceptos ya se sabe que no llegan a viejos". ¿Y no habría cierto temor a tener que cuestionarse la masculinidad social?, pues en medio de las florituras no pudo evitar dejar clavada la siguiente expresión: "Espanta verdaderamente el pensar que puedan reunir un día las mujeres a los recursos imponderables y nunca del todo gastados, que ya poseen, los que nacen del saber y de los derechos individuales" 14
La Asociación para la Enseñanza de la Mujer se fue consolidando y contó a partir de 1882 con un órgano en la prensa periódica: Instrucción para la mujer que tuvo por cometido crear un clima de opinión favorable a las reformas. Gumersindo de Azcárate en el primer número afirmaba que la mujer "está dotada de energías y necesidades intelectuales que piden desarrollo y satisfacción, cosas que solo puede proporcionale la educación y la enseñanza, y sin las que es imposible que cumpla su destino racional aquí en la Tierra". Pero él bien sabía que esgrimir un argumento naturalista y racionalista apelando a la justicia solo tendría eco en los espíritus más elevados y refinados que suelen ser minoritarios. Así hubo que insistir sobre los beneficios que derivarían a los hombres si las mujeres accedían a la educación 15. "Educar a la mujer es sembrar el árbol de la felicidad del hombre", escribía Rebolledo al comenzar otro artículo 16.
Hubo quienes superaron prejuicios y contribuyeron a preparar un diálogo de iguales. "La igualdad de la mujer en unas cosas, y su superioridad al hombre en otras -explicaba Atienza en 1883-, no admiten ninguna duda; y si desde sus primeros años se atendiese a su educación, y se la dirigiese hacia una profesión u objeto dado, como se hace con el hombre, brillaría como éste en las artes y en las ciencias, y en muchos casos, le superaría por su ilustración, por su exquisito gusto y delicadeza, por su lucidez y por su pronta penetración 17.
Mantener el hogar como único espacio femenino abocaba a la doble moralidad y a infravalorar el trabajo, considerado subsidiario o una desgracia 18. Los esfuerzos encaminados a la valoración del trabajo de las clases inferiores tenemos por ahora pocas noticias de que diesen fruto y bastantes sobre cómo las mujeres extenuaban sus fuerzas físicas y morales multiplicando sus papeles dentro y fuera del hogar. Los reformadores contemplaban el espacio público y para ello era necesario ir cambiando las costumbres y las leyes. Era preciso que la presencia social y laboral de la mujer fuese reconocida en condiciones de equidad respecto al hombre; en definitiva, extender el derecho-posibilidad de emanciparse mediante el trabajo también a las mujeres 19.
El Congreso Pedagógico de 1882 recogió en una de sus secciones el tema de la instrucción y capacitación profesional de las mujeres. Se hacía eco de la polémica sostenida a nivel internacional sobre si las maestras deberían dirigir o no las escuelas de párvulos y se emplearon los mismos argumentos a favor, esto es la idoneidad del género femenino ya demostrada por sus funciones maternales 20.
Allí leyeron memorias varias mujeres, pero no todas albergaban los mismos propósitos. La señora doña Micaela Ferrer, al decir del cronista, se declaró "partidaria de que se confíe a la mujer la educación del párvulo y otras ocupaciones propias del sexo débil, sin pretender jamás arrebatar al hombre la gloria de la ciencia, la dirección de los negocios públicos, y otras ocupaciones que de derecho les corresponden, porque -añadía para colmo- para ello tienen una organización adecuada de que carece la mujer, cuya misión es de índole muy diferente". Sin embargo, Adela Riquelme sostuvo "que la mujer es tan apta como aquel para las ciencias" y reclamó la dirección de las Escuelas Normales por parte de maestras, así como la igualdad de los salarios 21.
Las conclusiones del Congreso contemplaban: "la dirección de las nuevas escuelas de Párvulos al cargo de la mujer". - "igual sueldo y categoría para sus profesores, y que la mujer se encargue de las asignaturas propias de la maestra". Claudio Moyano en el acto de clausura admitió la igualdad de salarios, pero respecto a la educación se declaró "partidario de la que tiene por objeto preparar a la mujer más bien para las labores interiores de la familia que para los trabajos literarios" 22.
La Asociación para la Enseñanza de la Mujer sostenía en 1884: Escuela de Profesores de Párvulos, Escuela Primaria Elemental, Escuela Primaria Superior, Escuela Preparatoria, Escuela de Correos y Telégrafos, Escuela de Comercio, Escuela de Institutrices. Idiomas: inglés , alemán, italiano y francés. Además se impartían clases especiales: dibujo, yeso y pintura; canto y música de armonium y violín. Contaba con un buen cuadro de profesores: veinticinco eran hombres y once mujeres; además había tres profesores auxiliares y cinco profesoras auxiliares 23.
Las resistencias para aceptar la presencia femenina en el mundo laboral eran poderosas. Se apelaba a cuestiones de moralidad y se temía la competitividad. Los reformadores salían al paso en estos términos: "De haber diferencia en los riesgos, estos serán mayores para las mujeres de la clase desheredada. Como la educación fortifica el ánimo y da recursos, el vicio no hace el mayor número de sus víctimas en las mujeres de la clase media Bastaría para acallar todo temor de esta naturaleza, la instalación de las mujeres en oficinas independientes, separadas y bajo la dirección de personas respetables"..."partimos de que se puede dar ocupación a gran número de mujeres, sin disminuir el de empleados varones, consignando que las plazas nuevas de ciertas condiciones se cubran por aquellas. como este ramo aumenta cada día en importancia, su ingreso estaría así asegurado" 24.
¿Y qué decir de las leyes? El aparato jurídico parecía intocable y antes que abordar reformas se proponían otras soluciones: "Bajo el punto de vista de la capacidad jurídica de la mujer y de las relaciones de familia no suscitaría su admisión problema alguno con solo exigir la autorización del padre, curador o esposo para el ingreso, como para los demás actos transcendentales de la vida. En las condiciones en que la mujer compromete su fortuna, bien puede aceptar las obligaciones de un cargo público. Sin sentar pues, un principio nuevo en nuestra legislación civil que alterase las relaciones domésticas, haciendo aplicación de lo establecido en materia de contratos, cabe poner a las mujeres en condiciones legales para que sirvan al Estado" 25.
Así las cosas, el Código de Comercio de 1885 que recogiendo el espíritu liberal contemplaba entre sus directrices permitir "a todos los españoles contratar libremente, ejercer toda clase de cargos y asociarse para los variados fines humanos que no contraríen la moral o el derecho" o desterrar "monopolios, privilegios y exclusiones para el ejercicio de las transacciones del comercio 26, seguía recordando la permanente minoría de edad de la mujer. Esta podría "ejercer el comercio con la autorización de su marido", si ya lo ejercía al contraer matrimonio podría continuar previa "licencia de su marido" y, además, éste podría "revocar libremente la licencia concedida, tácita o expresamente, a su mujer", 27.
El proceso para reforma del Código civil en 1889 había sido largo. Ya hubo suficientes temas espinosos para llegar al acuerdo entre las partes 28 como para añadir la cuestión femenina y quedaron consignados puntos tradicionales como que el marido debía "proteger a la mujer y esta obedecer al marido" o que el marido era el "administrador de los bienes de la sociedad conyugal" o "el representante de su mujer" ante la ley 29.
La trama internacional donde se insertan los movimientos precedentes fue bien conocida por cierta intelectual en la sombra. Ella, había trazado las directrices por donde llevar la dignificación de las mujeres en su libro "La mujer del porvenir", oportunamente publicado en 1869. En 1883 puso a disposición de "la indiferencia del público" -como solía decir con amarga clarividencia- un nuevo trabajo que haciendo uso del doble sentido titulaba La mujer de su casa. Aquella reformadora moral, social, política, religiosa y de las leyes, estaba manteniendo junto a quienes sostenían la Asociación para la Enseñanza de la Mujer y la Institución Libre de Enseñanza, adecuados contactos con otras asociaciones en Europa y América. Sus propuestas quedaban integradas en el humanismo liberal-integral y progresista al que nos venimos refiriendo 30.
Y por eso, en el Congreso pedagógico de 1892 que retomó el tema de la educación y participación laboral de las mujeres, dejó expuesto:
- "Es un error grave, y de los más perjudiciales, inculcar a la mujer que su misión única es la de esposa y madre; equivale a decirle que por sí no puede ser nada y a aniquilar su yo moral e intelectual Lo primero que necesita la mujer, es afirmar su personalidad, independiente de su estado, y persuadirse de que, soltera, casada o viuda, tiene deberes que cumplir, derechos que reclamar, dignidad que no depende de nadie, un trabajo que realizar e idea de que es una cosa seria, grave, la vida, y que si la toma como juego, ella será indefectiblemente juguete".
- "¿El hombre más inepto es superior a la mujer más inteligente"..."si al hombre apto no se le prohibe el ejercicio de una profesión porque hay algunos ineptos, ¿por qué no se ha de hacer lo mismo con la mujer? No creemos que pueden fijarse límites a la aptitud de la mujer, ni excluirla a priori de ninguna profesión, como no sea la de las armas, que repugna a su naturaleza, y ojalá que repugnara a la del hombre!" 31.
Las conclusiones del Congreso de 1892 fueron, al decir de Rafael de Altamira, "radicales, abogando por la igualdad de la educación del hombre y de la mujer, o cuando menos por una mayor amplitud en la educación de esta, pidiendo, juntamente, la libertad de ejercer todo género de profesiones, y en especial las de la enseñanza, medicina, farmacia, ingeniería y sus análogas, ciertos destinos de la administración pública (como los museos, bibliotecas, etc.), y las del comercio y la industria". Rafael Torres Campos llegó a defender la enseñanza mixta. Pero según advertía Altamira habían sido propuestas minoritarias, entretanto 1a gran masa del Congreso y del país -aunque empieza a preocuparse por el problema mismo- está lejos de llegar a una solución satisfactoria" 32.
Y así era en efecto. La autonomía de las mujeres seguía muy recortada a finales del S. XIX. Años después en Europa y Estados Unidos prosperaría la intervención social femenina, la búsqueda de igualdad de salarios y oportunidades laborales, la integración en el mundo político, la libertad de pensamiento y hasta el derecho al voto. Estaban por extenderse los derechos a la ciudadanía de pleno derecho, es decir la participación directa en las instituciones políticas y jurídicas del Estado. El debate en España continuó centrado durante muchos años en qué tipo de educación proporcionar a las mujeres. Mal se comprende el caso español sin tener en cuenta que la revolución económica y política liberal se estaba solapando con la reforma religiosa pendiente desde siglos anteriores.
La mujer se había ido convirtiendo en el siglo XIX en un buen rehén del clero contra la mentalidad liberal y así continuó siendo durante buena parte del XX. El feminismo liberal y el católico caminaron en paralelo con pocas posibilidades de entendimiento. Apareció una vía de feminismo liberal con un marcado carácter anticlerical 33. Rosario de Acuña, escribía por entonces que el hombre temiendo la instrucción de la mujer "en la funesta creencia de que no podrá manejarla cuando la haga su semejante" la dejaba en manos del confesor, sin tener en cuenta que la mujer "cuando se inspira en la ignorancia y la superstición, es la gota de agua cayendo sobre el cerebro del hombre" capaz de cambiar las aspiraciones hacia lo eterno y permanente por ambición mezquina" 34.
La divisoria liberalismo-antiliberalismo que atenazaba la conciencia española quedó cuarteada por el frente de batalla abierto entre burgueses y proletarios 35.
La clase social imponía valores y actitudes específicas al compás del desarrollo del sindicalismo revolucionario. Las diferencias profundas entre la clase burguesa y la clase obrera alinearon políticamente fuerzas irreconciliables que también habrían de dividir las energías de las mujeres en la búsqueda de su emancipación. Las posibilidades de soberanía personal quedaban en una encrucijada, igual que el resto de la conciencia española
Es decir, las diferencias por razón de sexo, clase, política y religión enfrentaban a las mujeres entre sí, a los hombres entre sí y a todos ellos en general. Los medios para que unas y otros pudiesen comunicarse, quererse, comprenderse como personas eran escasos. El ser humano, en suma, quedaba enredado entre los convencionalismos. Los intereses, las pasiones dominantes, dificultando que la conciencia de persona pudiese emerger en plenitud, en soberanía y hacer uso de su libertad. Al género humano le va costando romper las cadenas exteriores y levantar la armonía interior de las capacidades naturales, siempre tropezando con ídolos externos a los que adorar o ante a los que inmolarse.
Sin embargo, Mme Deraismes había pronunciado poco tiempo atrás unas esperanzadoras palabras en la apertura del "Congreso Francés-Internacional por el derecho de las mujeres" de 1889: "Se prepara una gran revolución, la más grande, la más fecunda que se haya visto y se hará sin insurrección en la calle, sin barricadas, sin dinamita. Se hace en este momento en las conciencias, se hará pronto en las leyes. Para esto bastará restablecer la ley del orden (natural): que los dos factores de la humanidad sean igualitarios y no jerárquicos. Este es el precio del desarrollo continuo e indefinido del progreso de la humanidad" 36.