DOSSIER
RESUMEN
- Estado mental
- Salud
- Habilidades funcionales
- Nivel de actividad y actividades de ocio
- Integración social
- Satisfacción con la vida
- Calidad ambiental
- Condiciones económicas
- Condiciones educativas y culturales
CONCLUSIONES
La calidad de vida es un complejo concepto cuya definición operacional resulta francamente difícil. Sin embargo, es posible establecer una de sus esenciales condiciones: su multidimensionalidad. Es decir la calidad de vida (como la vida misma) cuenta con ingredientes múltiples. En el presente trabajo se sostiene que la calidad de vida en la vejez, como concepto multidimensional, está, además, en dependencia del contexto o de ciertas circunstancias del individuo. Este planteamiento se examina a través del análisis de múltiples indicadores de calidad de vida evaluados en sujetos mayores de 65 años que cuentan con distintas condiciones: viven en su propio domicilio o en instituciones (públicas y privadas), cuentan con distintas edades, pertenecen a distinto género y están adscritos a distintas posiciones sociales. La conclusión final es que durante la vejez la posición social, la edad y el género son más importantes circunstancias que el vivir en el propio domicilio o en una residencia para la mayor parte de las dimensiones de calidad de vida.
Calidad de vida. Hogar Residencias. Género. Edad. Posición social.
Quality of Life is a complex concept difficult to operationalize. Nevertheless, it is possible to establish a main characteristic: its multidimensionality. As life, quality of life has multiple ingredients. Moreover quality of life among the elderly is dependendent on the context or circumstances the people live. Subjects older than 65 were interviewed asking them, for several quality of life dimensions: they lived in their homes or in public and private institutions, they have different gender, different ages, and different socio-economic status. The final conclusion is that quality of life ingredients are dependent on different lifestyles (at home or in institutions) and personal conditions (age and gender).
Quality of life. Home. Institutions. Gender. Socio-economic status.
Son muchos los trabajos que, en los últimos años, han tratado de postular y/,o indagar el concepto de calidad de vida (CV) (para una revisión ver, Fernández-Ballesteros 1993, en prensa). Incluso, puede decirse que la progresión de trabajos sobre este constructo encontrada en distintas bases de datos bibliográficas ecológicas («Urban»), biológicas («Biosis»), médicas («Medline»), psicológicas («Psychlit) y sociales («Sociofile») es extraordinaria. Por ejemplo, en 1969 hubo 0 citas en «Urban», 1 en «Biosis», 1 en «Medline», 3 en «Psychlit» y 2 en «Sociofile» mientras que, en 1995, se encontraron, respectivamente 112, 1.379, 2.242, 187 y 137. Si utilizamos las frecuencias acumulativas para cada una de estas bases de datos que aparecen en la Tabla 1, podemos concluir que ha habido un creciente interés en la calidad de vida en distintos ámbitos científicos pero que, mientras la progresión ha sido aritmética en las áreas urbanísticas, psicológicas y sociales, el crecimiento en la literatura biológica y médica ha sido exponencial.
Como señalaba en otro lugar (Fernández-Ballesteros, en prensa), desde una perspectiva semántica, el término «calidad» hace referencia a ciertos atributos o características de un determinado objeto (la vida), y a su vez, la «vida» supone una amplia categoría que incluye a los seres vivos. El problema, de entrada, es que la vida puede ser analizada desde distintas perspectivas y, por tanto, la calidad de vida ha de ser -necesariamente- multidisciplinar. Los ecólogos y los biólogos están implicados en la calidad de los nichos ecológicos que contienen formas más o menos complejas de vida y utilizan indicadores tales - cómo la pureza del agua, el equilibrio de especies o la deforestación. Los científicos sociales (economistas, sociólogos, etc.) están preocupados por el bienestar de las poblaciones y utilizan medidas socioeconómicas (como, por ejemplo, el Producto Interior Bruto, PIB o la renta per cápita) o sociales (como, por ejemplo, tasas de criminalidad, indicadores de desintegración familiar, etcétera). Finalmente, desde un punto de vista médico, con el fin de evaluar la calidad de la salud, se han venido utilizando indicadores epidemiológicos y socio-demográficos (como la mortalidad, la esperanza de vida o tasas de morbimortalidad). Sin embargo, la renta per cápita, la tasa de criminalidad -o la esperanza de vida, con ser indicadores importantes sobre del nivel de desarrollo económico, social o de salud de un determinado grupo humano, no parecen dar cuenta suficiente bienestar humano.
A la hora de definir el concepto de calidad de vida, dos grandes polémicas están siendo debatidas: 1) De una parte se postula que la calidad de vida hace referencia, exclusivamente, a la percepción subjetiva que ellas individuo/s tiene/n sobre ciertas condiciones mientras que otros, por el contrario, consideran que la calidad de vida ha de comprender tanto condiciones subjetivas (relativas a la valoración o la apreciación que el sujeto tiene sobre distintas condiciones de la vida) como objetivas (esas mismas condiciones pero evaluadas de forma independiente al sujeto). 2) Por otra parte, se cuestiona si la calidad de vida ha de referirse, necesariamente, a un concepto idiográfico en el sentido de que es el sujeto quién ha de establecer cual/es son los ingredientes que intervienen en la «calidad» de su vida o, más bien, si puede ser establecido una calidad de vida general para todos los sujetos o concepto nomotético.
Por lo que se refiere a la polémica objetivo/subjetivo, como señalábamos en esta misma publicación (Fernández-Ballesteros y Maciá, 1993), y contrariamente a lo que proponen aquellos autores que definen la calidad de vida como una variable subjetiva (ver, por ejemplo, WHOQOL, 1993), sosteníamos que una operacionalización de la calidad de vida reduccionista -tanto exclusivamente subjetiva como objetiva- no hace sino empobrecer y desvirtuar un concepto que, por su propia naturaleza, es extraordinariamente diversa. La vida conlleva condiciones objetivas y la vida humana, desde luego, entraña la conciencia y reflexión sobre ellas, es decir, la subjetividad. Ambos tipos de condiciones son ineludibles a la hora de dar cuenta de la calidad de vida de un determinado sujeto o grupo de sujetos. Así, por ejemplo, si se considera como un ingrediente incuestionable de la calidad de vida es el apoyo social con la que cuenta el sujeto (finalmente, esa es una de las necesidades básicas humanas), ello hace referencia a un dato objetivo, a saber, el número de relaciones sociales que un determinado sujeto establece en una unidad de tiempo (sin relaciones humanas no puede haber apoyo); pero, también, no es menos importante la condición subjetiva de la satisfacción que el sujeto siente en sus relaciones sociales (en el mismo sentido de Lawton, 1991). Sampson (1981) nos alerta del peligro que supone proponer un concepto social en su definición exclusivamente subjetiva; ello conlleva, lógicamente, abandonar objetivos de modificación de condiciones sociales reales relevantes (incluso, injustas) y la actuación exclusiva sobre las cogniciones de las personas que, finalmente, pueden llegar a ser convencidas de vivir en falsos paraísos.
La cuestión, también importante sobre si es posible establecer un concepto nomotético, o general, de calidad de vida aplicable a todos los individuos o si, contrariamente, éste debería ser definido por el propio sujeto de la vida. En otras palabras, dado que la calidad de vida hace referencia (aunque no. solo) a aspectos subjetivos, algunos autores sostienen que es sólo el sujeto quien puede configurar los elementos de la calidad su vida (ver, por ejemplo, Browne, O'Boyle, McGee, Joyce, McDonald, O'Malley y Hiltbrunner, 1994). Como señalaba en otro lugar, dado que las necesidades humanas básicas son de carácter bastante general es poco probable que exista una máxima disparidad en los componentes de la calidad de vida atribuidos por dos distintos seres humanos. Sí puede ser cierto que determinados componentes tengan un mayor peso que otros en unos determinados momentos o situaciones. Así, por ejemplo, la salud es un ingrediente incuestionable de la calidad de vida; sin embargo, para los jóvenes la salud (que se posee) tiene una importancia secundaria al trabajo o a las relaciones sociales (Ruiz y Baca, 1993), mientras que para los mayores la salud (que se teme perder o, en parte, se ha perdido) cobra una importancia máxima por encima de cualquier otra condición. En definitiva, nuestra propuesta se basa en que es posible establecer un concepto general o nomotético de calidad de vida aunque es también posible otorgar pesos relativos -para distintos sujetos- a las variables implicadas aproximándonos a un concepto cuasi-idiográfico de la calidad de vida (Fernández-Ballesteros, en prensa; Fernández-Ballesteros, Zamarrón y Maciá, en prensa),
Sin embargo, lo que está claro es que, más allá de conceptualizaciones subjetivo/objetivas o nomotético/idiográficas, la calidad de vida se expresa en distintos contextos. En otras palabras, la circunstancia en la que determinada persona se encuentra, permite explicar -al menos hasta cierto punto- su calidad de vida diferencial. La edad, el género, la posición social, el vivir en el propio domicilio o en una institución son, sin duda, variables que permiten predecir la calidad de vida de una determinada persona. En esté sentido, la vejez supone uno de los contextos en los que la calidad de vida más se ha investigado; la asunción general es la de que las personas mayores experimentan -a lo largo de la vejez una serie de pérdidas o disminuciones de las condiciones o ingredientes que comúnmente están involucradas en la vida y que, por tanto, la calidad de vida de los mayores se resiente. Las políticas sociales encaminadas a la atención de los mayores tienen, precisamente, el objetivo de mejorar la calidad de vida de los mayores.
En resumidas cuentas, en los últimos veinte años, la calidad de vida ha emergido como un potente constructo que representa, incluso, un cambio en los objetivos y metas sociales. Los políticos sociales no solo se proponen un mayor desarrollo económico, una mejor distribución de la riqueza o el incremento de la esperanza de vida en sus poblaciones sino que pretenden, también, producir un impacto positivo en el bienestar de los colectivos atendidos y en la valoración que los ciudadanos tienen sobre los programas sociales. Como señalaba Tolman (1941), el concepto del «homo económico» ha sido sustituido por el de «homo psicológico»; variables tales como la percepción del control, el sentirse apoyado socialmente o, incluso, la propia satisfacción con la vida, son importantes condiciones del bienestar social (Campbell, 1981). Ello conlleva la introducción de un componente subjetivo (y, por tanto, estrictamente psicológico) en las metas sociales que ha adoptado el nombre de calidad de vida. Sin embargo, y a pesar de que este componente es enfatizado desde todas las disciplinas que de él se ocupan, los psicólogos están menos implicados que otros científicos en su definición operativa, en su medición y en la discusión sobre su naturaleza (como puede apreciarse en la Tabla l), lo cual seguramente repercute negativamente sobre la investigación en este área y debe ser una llamada -de atención a los propios psicólogos. Por último, es importante contribuir a la contratación de que la calidad de vida, como concepto multimensional, no es independiente de los distintos contextos en los que la vida surge y a los que el sujeto pertenece. La mayor parte de los trabajos sobre calidad de vida refieren a concretas situaciones vitales. Es decir, calidad de vida en personas con determinadas patologías (diabéticos, personas con SIDA), de distintas edades (mayores, niños), con distintos niveles de renta, etc. Dentro de estos contextos, la edad parece ser una condición personal determinante de la calidad de vida y gran parte de los estudios sobre calidad de vida han sido referidos a esta condición bio-psico-social.
Por todo ello, en los últimos años, desde el Laboratorio de Gerontología de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid, en estrecha colaboración con el Instituto Nacional de Servicios Sociales (INSERSO), se han realizado una serie de investigaciones con el objetivo de perfilar una concepto operacional de calidad de vida en la vejez, examinar qué repercusiones tiene la institucionalización sobre la calidad de vida así como qué otras condiciones influyen en ella y, finalmente, diseñar, un instrumento de evaluación de la calidad de vida de fácil aplicación que permita evaluar programas y servicios gerontológicos 3. El presente trabajo supone una sumaria presentación de los resultados obtenidos.
Como se ha dicho, la calidad de vida puede ser, de entrada y a priori, descrita como un macroconcepto multidimensional -en el que se integran distintos componentes o condiciones- cuyo peso o importancia varia en función de una serie de parámetros personales (como la edad o el género) o sociales (como las condiciones socioeconómicas o educativas). Pero, además, la calidad de vida tiene una gran relevancia, no solo científica sino también social, ya que se viene utilizando como él objetivo por excelencia del estado del bienestar y, más aún, de las políticas socioeconómicas de todo estado moderno y democrático y de cualquier signo político.
Hace ya algunos años, en este mismo órgano de difusión científica, presentamos un concepto de calidad de vida para la vejez que no solo se basaba en planteamientos teóricos sino en hallazgos empíricos (Fernández-Ballesteros y Maciá, 1993). En otras palabras, tras establecer un concepto teórico y apriorístico de calidad de vida listando sus elementos constituyentes, indagamos si éste era contrastado mediante los «ingredientes» establecidos por la gente común, a ese concepto le denominamos concepto popular («pop») de calidad. Ello lo hicimos preguntando a los sujetos de una muestra representativa de población española (N = 1.200), mayores de 18 años, sobre qué aspectos consideraban eran importantes a la hora de hablar de la calidad de vida de las personas mayores.
Tanto desde una perspectiva teórica como empírica, las condiciones que parecen integrar la calidad -de vida son las siguientes 4: la salud (tener una buena salud), las habilidades funcionales (valerse por sí mismo), las condiciones económicas (tener una buena pensión y/o renta), las relaciones sociales (mantener relaciones con la familia y los amigos), la actividad (mantenerse activo), los servicios sociales y sanitarios (tener buenos servicios sociales y sanitarios), la calidad en el propio domicilio y del contexto inmediato (tener una vivienda buena y cómoda y calidad de medio ambiente), la satisfacción con la vida (sentirse satisfecho con la vida) y las oportunidades culturales y de aprendizaje (tener la oportunidad de aprender nuevas cosas). Estos ingredientes o condiciones fueron mencionados como esenciales para la calidad de vida en la vejez y no variaron según el género, la edad o la posición social de los entrevistados.
Por otra parte, también pretendimos examinar empíricamente la validez de constructo del concepto tanto teórico como «pop» de calidad de vida indagando sobre cada uno de esos aspectos (salud percibida, autonomía personal, renta, satisfacción y apoyo social recibido, nivel de actividad, servicios sociales y sanitarios, calidad de la vivienda y del contexto, recursos económicos y culturales) tanto directamente preguntando a las personas mayores encuestadas como a los allegados de personas mayores sobre éstas 5. Factorizamos separadamente las respuestas dadas tanto de los mayores de 65 años sobre sí mismos como de los menores de esa edad sobre sus allegados mayores. Ambas factorizaciones arrojaron una muy semejante distribución factorial coincidente con el concepto previamente establecido de calidad de vida. Pudimos así establecer un concepto de vida en la vejez en el que basarnos a la hora indagar que condiciones personales y sociales determinaban una mayor o menor calidad de vida (para una extensión de todo ello, ver, Fernández-Ballesteros, 1993, 1996).
Pero, una de las condiciones que, supuestamente, más influye en la calidad de vida de los mayores es habitar en su propio domicilio o hacerlo en una institución. La política social de atención a los mayores se basa, precisamente, en tratar de mantener al mayor en su propio domicilio y así mismo, los mayores que viven en la comunidad rechazan la idea de trasladarse a una residencia. En definitiva, la opinión general es que los mayores que habitan en instituciones (tanto en residencias públicas como privadas) ostentan una menor calidad de vida que los que siguen viviendo en su propio domicilio. Por ello, pareció de todo punto relevante indagar la calidad de vida de vida en mayores que habitaban en su propio domicilio y aquellos que lo hacían en residencias públicas y privadas. Pero, ¿qué otras condiciones personales (como la edad o, el género) y sociales (como la posición social) influyen, y en qué medida sobre la calidad de vida de los mayores?
Con el objetivo de evaluar una serie de ingredientes o aspectos que componen o configuran el amplio concepto de «calidad de vida», en distintos contextos potencialmente relevantes, se seleccionó una muestra de 1.014 sujetos, mayores de 65 años. La muestra se seleccionó en tres contextos distintos:
a) 507 sujetos habitantes en sus propios domicilios; 170 pertenecían al rango de edad entre los 65 y 69 años, 124 estaban entre 70 y 74 años, 101 entre 75 y 79 años y 111 contaban con más de 80 años; 210 eran varones y 297 mujeres; 26 pertenecían a posición social alta y media alta, 103 a posición social media, 130 a posición social media baja, 102 a posición social baja y 145 fueron agrupadas como amas de casa 7.
b) 256 sujetos habitantes en residenciales públicas de todo el territorio nacional 8. 72 estaban entre 65 y 69 años, 80 entre 70 y 74 años, 56 entre 75 y 79 y 43 contaban con más de 80. 105 eran varones y 151 mujeres, 15 pertenecían a clase alta, 54 a clase media, 71 a clase media/baja, 50 a clase baja y 64 eran amas de casa.
c) 251 sujetos habitantes en residencias privadas seleccionadas en todo el territorio nacional. 63 contaban entre 65 -y 69, años, 71 entre 70 y 74, 60 entre 75 y 79 años y 56 contaban con más de 80 años. 99 eran varones y 152 mujeres. 27 pertenecían a clase social alta y media/ alta, 59 a clase media, 64 a clase media/ baja, 32 a clase baja y 66 eran amas de casa.
Las características de las tres muestras evaluadas permite examinar (con un error muestral del +-3 por 100) los efectos que -además de la condición vivir en el propio domicilio o en una residencia- edad (de 65 años en adelante), el género y las distintas condiciones o contextos tienen sobre los ingredientes de calidad de vida.
Con el fin de indagar la calidad de vida en los distintos sujetos de la muestra y con base en el, concepto previamente establecido, se construyó un cuestionario con los siguientes apartados:
Salud. Utilizamos indicadores subjetivos (tales como la percepción de salud o el informe sobre trastornos psíquicos) y objetivos (por ejemplo, número de medicamentos ingeridos, número de dolores informados, etc.).
Habilidades funcionales. Valoración sobre la propia independencia y grado de dificultad en la realización de una serie de actividades de la vida diaria.
Nivel de actividad y actividades de ocio. Tipo de actividad diaria y frecuencia y grado de satisfacción, de las actividades de ocio y tiempo libre.
Integración social. Tamaño de la red social y satisfacción en las relaciones interpersonales.
Satisfacción con la vida. Se utilizó el «Philadelphia Geriatric Center Morale Scale» (PGC) de Lawton (1975) y dos preguntas generales sobre la satisfacción en la actualidad y la satisfacción comparativa en relación con la edad.
Servicios sociales y de salud. Se ha evaluado el conocimiento, el uso y la satisfacción de 19 servicios.
Calidad ambiental. Se ha operacionalizado la calidad ambiental del propio domicilio o de la habitación/apartamento así como del barrio o alrededores través de una serie de preguntas al sujeto así como al entrevistador.
Con el fin de tener en cuenta las condiciones económicas, culturales y educativas, se indagaron una serie de variables socio-demográficas.
Además, dado que algunos de los sujetos examinados podían estar afectados de trastornos cognitivos se les administró el SPMSQ («Short Portable Mental Status Questionnaire» de Pffeifer, -1975) con el fin de permitir que -si el sujeto alcanzaba un número de errores por encima de tres (puntuación criterial. que permite sospechar la existencia de deterioro cognitivo)- un allegado auxiliara a los sujetos en aquellas preguntas de índole objetivo (cuantas medicinas ingiere, que pensión recibe, etc.). El estudio de campo fue realizado por Intercampo en Mayo de 1994.
Se realizaron análisis estadísticos descriptivos relativos a la muestra total así como a las distintas submuestras referidas a la comunidad, las residencias públicas y privadas y, también, aquellas otras variables potencialmente relevantes corno la edad, el género y la posición social 9. Dado que los resultados de este trabajo, en toda su extensión, ya han sido publicados (Fernández-Ballesteros, Zamarrón y Maciá, en prensa) vamos a centrarnos aquí en una escueta presentación de aquellos resultados más sobresalientes en los distintos apartados que integran la calidad de vida.
Como ya se ha dicho, se evaluó el estado mental (a través del SPMSQ) con el fin de optimizar la fiabilidad de los datos e implicar, en el caso de que se sospechase una demencia, a un allegado en la respuesta ante las preguntas de tipo-objetivo. En todo caso, sólo un 7 por 100 de la muestra total sobrepasa la puntuación criterial sobre sospecha de la existencia de una demencia lo cual es concordante con otros datos epidemiológicos (Lobo, ????). No existen diferencias en la puntuación del estado mental entre los sujetos que viven en su propio domicilio y los que habitan en residencias, tanto públicas como privadas. Por supuesto, la edad es una variable relevante para el estado mental, mientras que el 17 por 100 de los sujetos con 80 años y más superan la puntuación criterial y, por tanto, podríamos sospechar la existencia de una demencia, tan sólo el 3 por 100 de los sujetos entré 65 y 69 años están en esta condición. El género, muy ligado a la condición socioeconómica y educativa, también parece ser una condición relevante para el estado de salud, mientras que un 8 por 100 de las mujeres presentan un 3 fallos o menos, tan solo un 6 por 100 de los hombres están en esa condición. La variable de agrupamiento más potente, que discrimina mejor el estado mental de nuestros sujetos es la posición social mientras que el 100 por 100 de los sujetos de posición alta y media-alta cometen 3 o menos errores, el 11 por 100 de los sujetos de estatus bajo están en esa condición.
Los sujetos que viven en su domicilio difieren muy escasamente de los que habitan en residencias públicas y privadas tanto por lo que se refiere a la salud subjetiva (cómo valoran su salud), la salud psíquica, como la salud objetiva (número de medicamentos que ingieren, número de dolores y de problemas crónicos de los que informan).
Por el contrario, la edad parece determinar grandes diferencias en la mayor parte de los indicadores de salud objetivos. Según se va incrementando la edad y a pesar de que no se modifica significativamente la salud percibida, los sujetos mayores informan de padecer más problemas crónicos, más dolores, más trastornos psíquicos, han guardado más días de cama en el último mes y tienen más problemas de audición. (Aunque no informan ingerir más medicamentos.)
También el género parece ser una variable personal relevante que ejerce una influencia sobre la salud. Las mujeres, en comparación con los hombres, perciben tener una peor salud e informan tener peor salud psíquica, mayor número de problemas crónicos y de dolores y toman más medicamentos.
Ese mismo patrón se presenta con referencia a la posición social; según van mejorando las condiciones socioeconómicas, los sujetos informan tener menos problemas crónicos de salud, menor número de dolores, mejor salud psíquica en informan haber ingresado en un menor número de ocasiones en una clínica en el último año.
En resumen, la salud como ingrediente importante de la calidad de vida no parece estar funcionalmente relacionada con vivir en el domicilio o en una residencia (sea ésta privada o pública) mientras que el sexo, la edad y la posición social sí parecen ser condiciones relevantes de la salud en la vejez.
Tanto si tenemos en cuenta la apreciación subjetiva del sujeto sobre cómo considera que puede valerse por sí mismo como si preguntamos sobre las dificultades que el sujeto tiene para realizar distintos tipos de actividades de la vida diaria, se encuentran diferencias relacionadas con habitar en el propio domicilio o en una residencia (tanto pública como privada), a la edad, al sexo y a la posición social. Así, las personas que viven en su propio domicilio (respecto de los que viven en residencias de ancianos tanto públicas como privadas 10), los más Jóvenes (respecto de los mayores), los hombres (respecto de las mujeres) y las personas que cuentan con una más alta posición social respecto de las de más baja, consideran poderse valer por sí mismos mejor e informan tener menos dificultades para realizar las actividades de la vida diaria.
Aunque el nivel de actividad [de completamente inactivos (1) a actividad física regular (5)] que desarrollan los sujetos mayores es, muy bajo- (alcanzan en promedio un valor de 1,8 en la escala de 5 puntos), encontramos diferencias significativas en función de las variables relevantes. Así, hacen menos ejercicio físico los mayores respecto de los más jóvenes, las mujeres respecto de los hombres y los sujetos que pertenecen a clases sociales más bajas respecto de las más altas. No aparecen diferencias significativas por lo que se refiere al contexto en el que habitan; es decir, los mayores que viven en su propio domicilio no difieren de aquellos que viven en residencias de ancianos, aunque, desde luego, los que más actividad física realizan son los que viven en sus propios domicilios.
Por lo que se refiere a las actividades de ocio y tiempo libre, ver la TV y escuchar la radio son las dos actividades que más ocurren en la vejez (como promedio, ven la TV frecuentemente el 77 por 100 y escuchan la radio el 60 por 100 de los sujetos entrevistados). Escuchan y ven significativamente más radio y TV las personas que viven en sus propios domicilios (respecto de los que habitan en residencias), los mayores respecto de los más jóvenes, las mujeres con respecto a los hombres y los sujetos de posición más baja respecto de los de posición más alta.
Caminar es la tercera actividad de ocio y tiempo libre más frecuente (el 62 por 100 en promedio informa caminar frecuentemente), Existen diferencias significativas debidas a circunstancias personales; así, informan caminar con mayor frecuencia los sujetos que viven en residencias privadas (con respecto tanto a los sujetos que viven en su domicilio como los que viven en residencias públicas), los mas jóvenes respecto de los más viejos, los hombres respecto de las mujeres y los sujetos de más alta posición social respecto de los de más bajo estatus.
Leer, en términos generales, supone una actividad realizada con escasa frecuencia (solo el 35 por 100 informan leer frecuentemente). Se han encontrado diferencias significativas en la actividad de la lectura debidas a nuestras variables relevantes; así, leen más los sujetos que viven en residencias (tanto públicas como privadas) que los que viven en la comunidad, los hombres respecto de las mujeres y los que pertenecen a posiciones más altas respecto de los de posición más baja.
Visitar a amigos o parientes (informan realizar frecuentes visitas el 23 por 100 y 41 por 100 ocasionalmente) es, también una actividad muy común entre los mayores consultados. En términos generales, realizan significativamente más visitas los sujetos que habitan en la comunidad respecto de los que lo hacen en residencias, los más jóvenes respecto de los más viejos y los que pertenecen a posiciones más altas respecto de los de posición más baja. No existen diferencias debidas al sexo. Otras actividades inventariadas como el ir a espectáculos, a excursiones o jugar a juegos recreativos se realizan con escasa frecuencia.
Con el fin de obtener una medida de la satisfacción que estas actividades producen, hemos obtenido un coeficiente de satisfacción (el resultado de multiplicar la frecuencia de una actividad por la satisfacción que esta produce para cada sujeto). Existen marcadas diferencias en el coeficiente de satisfacción encontrado. Se muestran más satisfechos los sujetos que viven en la comunidad respecto de los que viven en residencias (tanto públicas como privadas), los más jóvenes respecto de los más viejos, los hombres respecto de las mujeres y los que pertenecen a estatus socioeconómicos más altos respecto de los más bajos. Este índice de satisfacción se corrobora con la pregunta sobre satisfacción general referida a cómo el sujeto emplea su tiempo libre. Hay que resaltar que el 76 por 100 de todos los entrevistados contestan estar satisfechos en cómo emplean su tiempo libre. Si embargo, encontramos el mismo, perfil diferencial en el sentido que los sujetos que viven en su domicilio y en residencias públicas (con respecto a las privadas) están más satisfechos en como emplean su tiempo libre y así también los más jóvenes respecto de los más viejos, los hombres respecto de las mujeres y las personas de posición media-alta y media que las de posición media-baja y baja.
Dado que vivir sólo o acompañado es un importante indicador de integración, hemos considerado en primer lugar la pregunta sobre con quién se vive. Como es lógico, muy pocos de los sujetos que viven en residencias viven con algún familiar (el 2 por 100 en residencias públicas y el 1 por 100 en privadas vive con su pareja). Sin embargo, el patrón de familia de los sujetos que viven su propio domicilio y el que lo hace en residencias es completamente distinto. Así, un 20 por 100 de los que viven en su propio domicilio viven solos mientras que los restantes o viven con su pareja (40 por 100), o viven con su pareja y con sus hijos (15 por 100), o con sus hijos (15 por 100), o viven con sus hijos y/o nietos (3 por 100) o con otros familiares (5 por 100). El número de hijos tenidos es significativamente diferencial entre las personas que viven en la comunidad y las que habitan en residencias; mientras las primeras se acercan a tres hijos de media, las personas que viven en residencias informan haber tenido, como media, a un solo hijo/a. Estos datos no difieren en función de la edad ni del sexo aunque si lo hacen en función de la posición social, los sujetos de condición social alta y media-alta informan haber tenido significativamente menos hijos que los de posición social media, media-baja y baja.
Por lo que se refiere a la frecuencia de relaciones sociales (promedio 2,5 en una escala de 1 a 4), ésta, está asociada a vivir en la comunidad o en una residencia. Las personas que viven en la comunidad informan mantener significativamente más frecuentemente relaciones con familiares, amigos y vecinos que las que viven en residencias. Mientras que la edad parece ser una variable funcionalmente relacionada con relacionarse con los demás (las personas más mayores informan relacionarse con menos frecuencia que las más jóvenes), no se han encontrado diferencias significativas ni debidas al género ni al estatus socioeconómico.
Por lo que se refiere a la satisfacción con las relaciones sociales, ésta se ha medido con dos indicadores: de un lado la satisfacción producida en cada relación interpersonal que se mantiene y, en segundo lugar, un índice producto del número de relaciones sociales mantenidas por la satisfacción que reporta cada una de ellas. Ambos indicadores -satisfacción en las relaciones sociales e índice de satisfacción- difieren, exclusivamente, en función del contexto en el que se habita; así, las personas que viven en la comunidad están más satisfechas que las que lo hacen en una Residencia (tanto si esta es pública como privada).
Hemos examinado las relaciones sexuales como un tipo de relación interpersonal más. Como promedio, el 28 por 100 de los sujetos entrevistados afirman mantener relaciones sexuales. Existen diferencias altamente significativas debidas al contexto; los sujetos que viven en su propio domicilio informan mantener con más frecuencia relaciones sexuales (28 por 100) que los que habitan en residencias públicas (11 por 100) o privadas (3 por 100). Por otra parte, la edad parece ser una condición determinante de las relaciones sociales, los sujetos más jóvenes (entre 65 y 70 años un 38 por 100 informa mantener relaciones sexuales) mantienen con más frecuencia relaciones sexuales que los mayores (por encima de 80 años informan mantener relaciones un 3 por 100). Finalmente, el sexo parece ser la condición también determinante en la información sobre tener relaciones sociales ya que mientras el 29 por 100 de los hombres informan mantener relaciones sexuales tan solo lo hacen en este sentido el 3 por 100 de las mujeres.
Dado que la satisfacción con la vida supone una variable personal que parece involucrar la calidad de vida, hemos evaluado esta característica a través de tres indicadores: la satisfacción como rasgo de personalidad, la satisfacción en el momento presente y la satisfacción comparativa asociada a la edad (se es más o menos feliz que hace cinco años o que dentro de cinco años).
En ninguna de estas tres variables de satisfacción, las personas que habitan en su propio domicilio difieren de las que lo hacen en residencias públicas y privadas. Sin embargo, nuestras tres medidas de satisfacción difieren significativamente en función de la edad, el género y la posición social, Las personas de más edad (respecto de las más jóvenes), las mujeres (respecto de los hombres) y las personas que pertenecen a posiciones sociales media-baja y baja presentan una puntuación significativamente más baja en la satisfacción con la vida así como que consideran que a medida que se van teniendo más años, se vive peor.
Examinamos los niveles de conocimiento, utilización y satisfacción de 19 servicios sociales y de salud. Dado la complejidad de los datos obtenidos (ver Fernández-Ballesteros, Zamarrón y Maciá, en prensa) hemos de resumirlos éstos diciendo que nuestros sujetos han mostrado un muy bajo conocimiento de los servicios existentes. Por lo general las personas que se alojan en residencias públicas están mejor informadas y utilizan en mayor medida estos servicios y prestaciones sociales y de salud. Finalmente, las personas que utilizan estos servicios están en una altísima proporción satisfechas de ellos.
Finalmente, un 96 por 100 de nuestros entrevistados informan tener Seguridad Social y ello no difiere en función del contexto en que se habite, la edad que se tenga, el género al que se pertenezca y la posición social.
Por lo que se refiere a la propia vivienda, apartamento o habitación, evaluadas estas por las propias personas mayores, los habitantes de residencias están más satisfechos que las personas que viven en sus propios domicilios y, dentro de éstos, las personas que habitan en residencias privadas son las que están más satisfechas. En este mismo sentido, cuando se les pregunta sobre las reparaciones que deben ser realizadas en sus viviendas, apartamentos o habitaciones, las personas que habitan en su propio domicilio son las que informan de un mayor número de reparaciones que deben ser realizadas.
En este mismo sentido, al cuestionar a las personas sobre los alrededores de su domicilio o residencia, aquellas que habitan en residencias informan de alrededores más agradables que las que habitan en su propio domicilio. Comparando las residencias públicas y privadas en una serie de aspectos podemos resumir diciendo que las personas que habitan en residencias privadas están más satisfechas que las que habitan en residencias públicas tanto con las características físicas y arquitectónicas, como con la organización de la residencia, su personal o, incluso, con los otros residentes y la residencia, considerada globalmente.
No se han encontrado diferencias debidas al sexo o al género en estos aspectos ambientales aunque sí existen en relación con la posición social. En general, las personas de posición social más alta informan tener una vivienda, apartamento o residencia de mayor calidad ambiental.
Los resultados sobre calidad ambiental ,observados Por los entrevistadores entrenados para ello arrojan resultados muy semejantes que validan lo hasta aquí dicho. Así, las residencias (tanto públicas como privadas) cuentan con un menor nivel de ruido, mejor iluminación, mayor orden y limpieza, mejor estado del mobiliario, mejores alrededores, más atractivo terreno y edificación que los domicilios particulares. Contrariamente a lo que sería de esperar, no se aprecian diferencias significativas debidas a la posición social en la calidad ambiental según esta a sido valorada por nuestros entrevistadores entrenados. Aunque los resultados van en el sentido esperado, tan solo se han encontrado diferencias significativas por lo que se refiere al estado del mobiliario.
La pensión promedio de nuestra muestra se sitúa entre 45.000 y 75.000 pts. al mes y difiere según el contexto (los sujetos que viven en su propio domicilio tienen una más alta pensión que los que habitan en residencias), la edad (los sujetos mayores informan tener una mayor pensión o renta que los más jóvenes), el género (los hombres informan de una más alta pensión que las mujeres) y la posición social (las personas que pertenecen a clase social más alta informan tener una más alta pensión o renta que los que pertenecen a estatus socioeconómicos más bajos).
Las condiciones educativas se han extraído del nivel de estudios de los sujetos entrevistados y las culturales, también, de las actividades que informan desarrollar los sujetos entrevistados. Así, en términos generales puede decirse que las personas que viven en la comunidad tienen en mayor proporción estudios primarios mientras que las que viven en residencias privadas tienen en mayor proporción estudios de bachillerato y universitarios. Las que viven en residencias públicas tienen menor nivel educativo que las que habitan en la comunidad o en residencias privadas. Por el contrario, las personas que habitan en residencias públicas parecen realizar un mayor número de actividades culturales que las que habitan en residencias privadas o en la comunidad.
Las personas que habitan en su propio domicilio no difieren de las que habitan en residencias públicas y privadas en la mayor parte de los indicadores de salud. Sin embargo, existen marcadas diferencias en salud referidas a la edad, el género y la posición social.
Por lo que se refiere a las habilidades funcionales, las personas que habitan en la comunidad, los más jóvenes, los hombres y las personas que pertenecen a posición social media, media/alta y alta informan tener mejores habilidades funcionales tanto en su apreciación subjetiva como según el número de dificultades al realizar actividades de la vida diaria.
Las personas que habitan en residencias públicas informan realizar un mayor número de actividades de ocio y tiempo libre y estar más satisfechos con esas actividades que las que habitan en la comunidad y en residencias privadas. Así mismo, los mayores más viejos, respecto de los más jóvenes, las mujeres, respecto de los hombres y los sujetos que pertenecen a estatus socioeconómico más bajo, respecto de los más altos, informan realizar un menor número de actividades de tiempo libre así como estar menos satisfechos de las actividades que realizan.
Las personas que viven en su propio domicilio presentan, indudablemente, una mayor integración social, tanto por lo que se refiere a la red de apoyo social con la que cuentan como a la satisfacción que les reportan las relaciones sociales. Mientras existen diferencias en la frecuencia de relaciones interpersonales debidas a la edad, no se han apreciado en ninguno de nuestros indicadores diferencias significativas atribuibles al género o la posición social.
Parece existir un gran desconocimiento sobre servicios sociales y sanitarios, sin embargo, aquellas personas que conocen y utilizan estos servicios informan estar, en su inmensa mayoría, satisfechos con las prestaciones que reciben. Por otra parte, se ha podido precisar que las personas que viven en residencias privadas están más satisfechas que las que habitan en residencias públicas.
La calidad ambiental (tanto la del propio domicilio como la del entorno) parece ser mejor en el apartamento/habitación de los residentes en Instituciones (tanto públicas como privadas) que las de aquellos que viven en su propio domicilio y ello evaluado por el habitante del contexto que por observadores entrenados.
Por lo que se refiere a las condiciones económicas y educativas, las personas que habitan en la comunidad informan recibir una más alta pensión o renta que las que habitan en residencias de ancianos. Por otra parte, las personas que viven en residencias privadas informan tener una más alta educación y, finalmente, las personas que residen en instituciones públicas realizan un mayor número de actividades culturales. En términos generales, la edad, el género y la posición social influye en la pensión o renta que se recibe, en la educación que se ha recibido y en las actividades culturales que se realizan.
En resumen, un concepto multidimensional de calidad de vida exige un diagnóstico matizado sobre la calidad de vida que puede predecirse en distintos contextos. Así, por ejemplo, la integración social es un ingrediente de la calidad de vida priorizado en la comunidad mientras que la calidad ambiental es una condición priorizada en las residencias de ancianos. Si extraemos un índice combinado de todos los ingredientes en su vertiente subjetiva (teniendo en cuenta los factores eminentemente percibidos) las personas que habitan en su propio domicilio diferirían significativamente de las que habitan en residencias. Sin embargo, si de este indicador eliminásemos la satisfacción personal con las relaciones interpersonales, estas diferencias desaparecerían. En otras palabras, los tres contextos examinados difieren, esencialmente por lo que se refiere a la satisfacción que los individuos tienen de sus relaciones interpersonales. No sucede así con otras variables relevantes como la edad, el género y la posición social en su influencia con aquellos ingredientes que han sido considerados como constituyentes de la calidad de vida; las personas mayores respecto de las más jóvenes, los hombres con respecto a las mujeres y las personas que pertenecen a posición social alta, media-alta y media en relación a la baja y medio-baja presentan, en términos generales, una mayor calidad de vida.