REFLEXIONES

LAS EXPECTATIVAS DE LA SOCIEDAD Y LA IMAGEN SOCIAL DE LOS PROFESORES

José Manuel Esteve Zarazaga

Catedrático de Teoría de la Educación

Universidad de Málaga


INTRODUCCION

EDUCACION Y UTOPIA 

LAS EXPECTATIVAS DE LA SOCIEDAD SOBRE LA EDUCACION. UN ESTUDIO DE LA IMAGEN SOCIAL DE LA EDUCACION EN LA PRENSA DIARIA DE 1890,1921,1951 Y LA DECADA DE LOS OCHENTA

LA DECADA DE LOS OCHENTA. LA RUPTURA DE LA IMAGEN DEL PROFESOR

EL PROFESOR: VICTIMA DE LOS EXITOS DE LA ENSEÑANZA

EL JUICIO SOCIAL CONTRA EL PROFESOR 

RECUPERAR LA IMAGEN DEL PROFESOR


INTRODUCCION

A partir de las cambiantes demandas de la sociedad hacia la educación, se pasa revista a la imagen social de los profesores en la prensa española, en distintos periodos a partir de finales de siglo pasado. Se reflexiona sobre la influencia de las expectativas sociales y sus contextos sobre el descanso acerca de la Escuela, y de el Profesor, pasando por el juicio social sobre el mismo, y la necesidad de recuperar la imagen social.

 

EDUCACION Y UTOPIA 

La educación incluye, inevitablemente, un componente utópico. cualquiera que sea la definición que de ella queramos dar, la educación incluye siempre la idea de perfección: Educar consiste en mejorar a una persona, y desde el punto de vista social, al grupo de personas que constituyen una nueva generación. Este planteamiento nos descubre, inmediatamente, dos problemas de muy difícil solución: el primero el de concretar qué cualidades y valores perfeccionan al hombre, y por tanto qué metas y objetivos debe marcarse la actividad educativa. El segundo hace referencia a los límites del trabajo educativo: si educar consiste en perfeccionar al hombre, el trabajo educativo debe extenderse a todas las facetas en que la personalidad puede mejorarse, y a lo largo del tiempo, siempre parecerá arbitrario limitar parcialmente la actividad educativa.

A partir de los razonamientos expuestos han ido apareciendo múltiples adjetivos que pretenden llamarnos la atención sobre los diversos enfoques que la educación puede adoptar, en el intento de perfeccionar la personalidad en los más diversos campos: educación intelectual, educación moral, educación estética, educación física, educación social... y, un largo etcétera, que puede llevarnos a la educación vial, la educación multicultural y la educación multilingüe, por citar sólo tres de los últimos adjetivos recientemente incorporados a la larga lista de objetivos en los que la sociedad querría que los profesores centrásemos nuestro trabajo.

No sólo pedimos a nuestros profesores que abarquen todos los campos en los que pueda perfeccionarse la personalidad humana, sino que además les pedimos mesura y equilibrio: Todos esos diferentes objetivos deben incorporarse en un todo armónico, en el que se consiga una personalidad integrada, sin que el desarrollo excesivo o unilateral de una de esas áreas produzca hombres y mujeres desequilibrados.

Para poder desempeñar esta tarea utópica, nos haría falta un superhombre ejemplar. Alguien capaz de reunir todas las cualidades consideradas como positivas, eliminando, al mismo tiempo, cualquiera de las que pudieran considerarse negativas. De esta forma, nuestra sociedad puede desarrollar hasta el límite las peticiones basadas en el componente utópico de la educación, proyectando sobre los profesores unas exigencias desmedidas. Una vez instalado este modelo de discurso, toda actuación educativa, por muy buena que sea y por muchos éxitos que consiga, podrá ser criticada; ya que siempre le faltará algo que cumplir, o bien, se le podrá aclarar la ruptura del equilibrio en el desarrollo de las múltiples tareas que encomendamos a nuestros profesores.

Pues bien, en los últimos años no han hecho sino aumentar las nuevas exigencias que nuestra sociedad pide de los profesores. El proceso de incorporación de nuevas demandas es un hecho histórico innegable. Si bien, hace veinte años un profesor podía decir en voz alta que era profesor de física y que sólo enseñaba física, en el momento actual se ha generalizado la petición de que todo profesor se interese por el equilibrio psicológico de su alumno, el desarrollo de su sentido crítico, tenga en cuenta su formación cívica, atienda problemas de coeducación en clase; y una lista tan larga, como lo sea nuestro empeño en profundizar y explicitar el componente utópico de la educación del que hemos hablado.

Siempre habrá algo nuevo que atender, algo nuevo por descubrir o por añadir a lo que la educación ya ha conseguido. Máxime en una sociedad en la que se ha generalizado la tendencia a convertir en problemas educativos todos los problemas sociales pendientes. Así, en cuanto se observa la aparición de nuevos brotes de racismo, inmediatamente se exige que las escuelas incorporen una decidida actuación de educación multicultural y multirracial que favorezca la tolerancia y la solidaridad inter-étnica. Si aparecen nuevas enfermedades, sólo es cuestión de meses el que se elaboren y pongan en marcha nuevos programas de educación para la salud. Si aumentan los accidentes de tráfico, se solicita la inclusión de la educación vial como materia obligatoria en la formación de maestros. Si hay un problema de bilingüismo producido por un largo período de intolerancia política, las instituciones escolares acaban en el ojo del huracán de las medidas planteadas para solucionarlo.

Con esta forma de pensar en la educación, los problemas sociales y los problemas políticos se transmutan inmediatamente en problemas educativos. Si se extiende el uso de drogas, enseguida se pretende solucionar el problema elaborando programas educativos de prevención de la drogadicción, y se considera a la escuela y a los maestros como responsables implicados en la lucha contra la droga. La sociedad cambia el color de su discurso. Se olvida el enfoque social del fenómeno de la droga o el análisis de las causas de su consumo; y con independencia del origen y de las pautas de desarrollo de este fenómeno social, se añade una nueva utopía a las peticiones utópicas que sobre la educación se proyectan, y se espera que también ésta solucione el problema. Y también el del aumento de la delincuencia y la violencia entre los jóvenes, solicitando de la escuela que enseñe a los niños a descodificar los mensajes audiovisuales para que no se dejen subyugar por la constante emisión de escenas violentas en el cine y en la televisión. La sociedad no se plantea una responsabilidad colectiva sobre el daño que la extensión de esas escenas de violencia está causando entre los jóvenes. Se ha elaborado una cierta conciencia social sobre la violencia en el fútbol o la extensión de los juguetes bélicos, pero los padres no se plantean controlar las emisiones de televisión que ven sus hijos. La sociedad no se plantea un sistema de control de la emisión de escenas violentas en programas infantiles.

 La responsabilidad del enfrentamiento con estos problemas sociales se desliza imperceptiblemente hacia la educación y los profesores, mientras que el resto de las instancias sociales se inhibe cada vez más de los problemas educativos. - ¡¿No pagamos un ingente sistema educativo en el que invertimos miles de millones?!- protesta nuestra sociedad exasperada. Sin embargo el problema no es de inversión, ni de dedicación de nuestros profesores. Es una cuestión de responsabilidad colectiva. Nadie puede esperar que la educación solucione ninguno de los problemas sociales pendientes, mientras dejemos solos a los profesores, y el resto de la sociedad se inhiba.

El estudio de las expectativas sociales sobre la educación se convierte entonces en un elemento imprescindible para el estudio del trabajo de los profesores en un lugar y en una época histórica determinada.

Tal como está ocurriendo con nuestro sistema sanitario, en los últimos años se ha extendido la crítica de la sociedad y de los medios de comunicación social sobre nuestro sistema de enseñanza. Y el problema no parece una cuestión de calidad del sistema, sino más bien de una extensión desmesurada de las expectativas sociales.

El tema resulta interesante de estudiar. Tenemos el mejor sistema hospitalario de nuestra historia. Nunca la atención médica tuvo tanta calidad como en el momento actual. Nunca tuvimos médicos tan preparados como ahora, ni medios tan sofisticados y eficaces para luchar contra la enfermedad y la muerte. Nunca tuvimos un sistema escolar como el actual. Jamás tuvimos maestros mejor preparados. Sólo en la década de los ochenta conseguimos la escolaridad plena de todos los niños del país, y el nivel educativo de la población es el más alto de la Historia.

Sin embargo, si leemos la prensa diaria podríamos pensar fácilmente que nuestro sistema escolar y nuestro sistema sanitario son un desastre. Nunca hubo tantos médicos enjuiciados, ni tantos maestros encausados ante los tribunales. Diariamente podemos leer titulares como los siguientes: "Los directores de los colegios de Cataluña dimitirán por la condena de un colega". "Piden cárcel para un profesor que publicó las pintadas de los lavabos de un Instituto de Cádiz". "Juicio contra cinco maestros por la muerte de un niño en una excursión". "Expedientado un maestro de Galicia por impartir sus clases al aire libre". "Crece la tensión en los centros por las agresiones a profesores". "Cierra un colegio en La Laguna por inundación de aguas residuales". "Boicoteo a una escuela pública por peligro en un tanque de propano". Colectivamente, la prensa y los medios de comunicación critican las altas tasas de fracaso escolar, la incapacidad del sistema escolar para aumentar la movilidad social y hacer desaparecer las diferencias entre las clases sociales; la falta de perspectivas laborales de los alumnos titulados, etcétera.

En abril de 1992, con motivo de la Exposición Universal de Sevilla, los más influyentes periódicos europeos publicaron el magazine Leonardo, en el que se intentaba ofrecer una visión general de la situación de Europa ante el comienzo de la nueva era de la unidad europea. De los 51 artículos que componían esta cuidada publicación, tan sólo uno se dedicaba a la educación. Su autor es Gerard Courtois, el influyente director del Suplemento educativo del diario francés Le Monde. Pues bien, a la hora de resumir en titulares el estado de la educación europea en el fin de siglo, éstas son las ideas básicas que su artículo transmite: "Sociedades enfermas del mal escolar". "La educación aún en suspenso". "Los sistemas educativos tienen todavía que aprobar una asignatura: su adaptación a sociedades cada vez más complejas con demandas de formación mucho más diversificada y donde los saberes se renuevan velozmente".

Del artículo de Courtois vale la pena destacar tres ideas: la primera es la valoración global de carácter negativo que se hace de la educación en Europa: la educación está suspendida y las sociedades enfermas del mal escolar. La segunda es la identificación del problema al que se enfrentan nuestros sistemas educativos, con la idea básica que pretende estudiar este libro: la necesidad de adaptación del sistema de enseñanza al cambio social acelerado.

La tercera, hace referencia a las demandas de la sociedad sobre la educación, que se consideran cada vez más complejas y diversificadas y, además, sometidas al cambio social.

En muchas ocasiones he pensado sobre el sentido y el valor de estas críticas y he llegado a la conclusión de que, en algunas de ellas, medimos a la educación con el rasero de unas exigencias utópicas, aplicándole en exclusiva un discurso que luego no llegamos a trasladar a otras instancias, igual o mucho más responsables de los problemas que queremos que la educación solucione por sí sola. Además, la aceptación social y la valoración del éxito o fracaso de una institución como la escuela depende, entre otras cosas, de las expectativas que la sociedad proyecte sobre ella. Es decir, de las diferentes metas que la sociedad le va marcando conforme la educación progresa en la consecución de sus objetivos.

A partir de esta reflexión nació la idea de investigar las diferentes expectativas que la sociedad y medios de comunicación proyectan sobre la escuela.

 

LAS EXPECTATIVAS DE LA SOCIEDAD SOBRE LA EDUCACION. UN ESTUDIO DE LA IMAGEN SOCIAL DE LA EDUCACION EN LA PRENSA DIARIA DE 1890,1921,1951 Y LA DECADA DE LOS OCHENTA

El corte cronológico cada treinta años no es totalmente arbitrario. Son las fechas en las que, por término medio, se renueva una generación.

En cada año se han estudiado dos diarios, sin ninguna pretensión de exhaustividad, planteándonos como objetivo, exclusivamente, el sacar una impresión global de la imagen social que, en cada época, se estaba transmitiendo de la educación, y de las expectativas que la sociedad del momento proyectaba sobre el sistema educativo y sobre los profesores.

 

1890

La idea más destacable de la imagen social de la educación en la prensa de 1890 es la ausencia de noticias sobre la educación. Los diarios apenas si dedican ninguna atención a la educación, a los profesores o al sistema educativo. Las noticias en torno a la delicada situación de Cuba, los problemas en Marruecos y la vida social en el Palacio Real acaparan la atención y las primeras páginas de los periódicos.

Ahora bien, cuando se habla de la educación llama la atención el lenguaje altamente idealizado que se utiliza; y, sobre todo, las expectativas que se proyectan sobre la educación como camino hacia un mundo mejor. El editorial del El escolar malagueño del 11 de mayo de 1890 puede servirnos como ejemplo:

"Observemos los adelantos que realizan y los inmortales inventos de los hombres eminentes, sigamos sus gloriosos pasos, estudiemos sus verdades y no estará lejos el día en que el éxito más completo corone nuestros esfuerzos; ocupémonos de esos maravillosos descubrimientos, que llenan al mundo de asombro; y con su benéfico empuje van llevando a la humanidad, por las vías del progreso, de esas grandes obras, que tantos y tan grandes beneficios a la humanidad reportan, y han reportado. Tal es la síntesis de las cosas que deben ser objeto de nuestra más particular atención, esas monumentales obras, obras que demuestran de una manera palpable, la ineludible Ley del progreso".

Los ideales, el entusiasmo, el optimismo sobre la capacidad de la educación para mejorar el futuro son la línea dominante.

 Se reconoce la existencia de problemas, pero predomina el optimismo y la seguridad de superarlos:

"Crear sociedades cooperativas con fondos procedentes del ahorro para socorrer a los estudiantes pobres y necesitados, levantar el nivel moral de los mismos, hacer públicos los méritos de los jóvenes estudiosos, tales son nuestros propósitos".

La cita anterior nos coloca en un contexto en el que, prácticamente, no existían becas para los estudiantes más desfavorecidos y, desde luego, la idea de igualdad de oportunidades estaba muy lejos de considerarse comúnmente aceptada. Llama la atención la idea de solucionar privadamente los problemas de la enseñanza, mediante iniciativas personales o mediante el concurso de sociedades o cooperativas, muy lejos de la petición de intervención de los poderes públicos en la educación. Y ésto en una época en que las penurias de los profesores y de las escuelas eran impresionantes:

"Leemos que el profesor de Instrucción primaria del pueblo de Viñuela para atender a su existir tiene necesidad de mendigar.

Por Dios y el amor a la enseñanza, que no suceda tan triste espectáculo" (El Escolar Malagueño, 1, 3, p.2.)

Grandes ideales y pobres realidades en la enseñanza española de finales del siglo pasado. El profesor es admirado y socialmente reconocido. Se le encomienda una alta misión, pero el Estado se desentiende de la enseñanza y la situación laboral de los maestros roza la miseria.

  

1921

La imagen de enseñanza y de los profesores en 1921, no presenta muchos cambios sobre la descrita treinta años antes.

De la educación prácticamente, no se habla en la prensa diaria, pese a existir en algún periódico de los que hemos consultado una sección fija sobre el tema. En El Regional aparece una sección habitual bajo el epígrafe: Escuelas y maestros. Pero ésta no se ocupa más que de noticias de tipo administrativo como traslados, vacantes, concursos, certificaciones, tomas de posesión, etc., sin incluir en ningún caso comentarios o valoraciones sobre la situación de la enseñanza.

Ciertamente, tanto en 1921 como treinta años antes, podríamos recurrir al Boletín de la Institución Libre de Enseñanza para encontrar reflexiones importantes y valoraciones acertadas sobre la educación, el papel de los profesores o el sentido de la escuela, pero no pretendemos ahora profundizar en las concepciones de las élites; sino al contrario, observar las preocupaciones y las imágenes sociales de gran difusión entre la masa. Y, desde esta perspectiva, hay que reconocer que el debate sobre la educación no era un tema candente en la época. La educación se desarrollaba en un cierto ámbito de privacidad, se concebía como una relación entre maestros y alumnos, sin que fuera un clamor popular la intervención del Estado. Veamos dos noticias de la época:

"Muy lucido y en extremo simpático ha resultado el festival infantil celebrado los días 26 y 27 de marzo último, organizado por el maestro nacional D. Francisco Carmona y patrocinado por el Centro Filarmónico.

Tenía por objeto esta fiesta recaudar el 8% que el Estado exige para construir grupos escolares, ya que el mal estado de la primera escuela pública desempeñada por el Sr. Carmona reclama a grandes voces su reedificación... recorrieron las calles cantando coplas alusivas, invocando su amor a la patria y reclamando auxilio que impida a la infancia hallarse pronto sin escuela". (La Ilustración Española, 13 de abril de 1921.)

"Las Mutualidades Escolares tan felizmente organizadas en Málaga y su provincia por el digno inspector jefe de primera enseñanza D. Francisco Daniel Verge han tenido la protección que merecen y reclaman estas simpáticas instituciones de orden pedagógico. Un alcalde con ideales por el resurgimiento cultural de Málaga ha dado la nota consoladora y brillante de visitar Escuelas Públicas, para dejar unas pesetas con destino a los niños mutualistas que vienen practicando actos de previsión y ahorro, virtudes de los pueblos fuertes y progresivos". (La Ilustración Española, 18 de mayo de 1921.)

En ambas noticias llama poderosamente la atención el tratamiento dado por los periodistas. Resumiendo la primera de ellas: La escuela se cae a pedazos. Hay que reedificarla. Para ello, el maestro saca a los niños a la calle cantando coplillas y pidiendo dinero. Y, al periodista no se le ocurre otra cosa que comentar lo lucido y simpático que resultó el acto.

En la prensa de 1993 los calificativos variarían dependiendo del periódico, pero "lucido y simpático" resultarían impensables. La prensa clamaría contra los poderes públicos y el escándalo sería mayúsculo. Los padres de los alumnos demandarían a la Administración por negligencia, y el tema se enfocaría sobre la denuncia del abandono del centro escolar, planteando la posibilidad de denunciar al maestro por utilización de menores en actividades de mendicidad.

En la segunda noticia descubrimos también los niveles mendicantes de la escuela de la época, calificándose de 16 consoladora y brillante" la visita del alcalde a unas Escuelas Públicas; dejando a los niños unas pesetas, no sin antes advertirles de que no son para gastar sino para ahorrar.

 

1951

Treinta años más tarde, en 1951, las noticias sobre la educación cambian notablemente en su enfoque. La idea predominante es cuantitativa. Es la España de la postguerra, y la carrera tiene como meta construir escuelas, inaugurar grupos escolares, y contar cuánto dinero se ha gastado, cuántos niños más se han escolarizado y cuántos pupitres se han llenado. Sin embargo, no hay debate cualitativo. Y, mucho menos, respecto a los objetivos y metas de la escuela, que se dan por establecidos. Bajo el titular: "Extraordinaria labor de la Diputación Provincial en 1950", nos encontramos con una redacción escueta:

"Han sido aprobados auxilios económicos a los Ayuntamientos de Guaro para la construcción de un Grupo Escolar con dos aulas y dos viviendas de maestros, por la suma de 60.000 ptas... Al Ayuntamiento de Velez-Málaga para Matadero, Grupos Escolares y construcción de Cuartel para la Guardia Civil, 600.000 ptas. al de Riogordo para construcción de Grupos Escolares, 80.000 ptas. al Ayuntamiento de Cártama, 150.000 ptas. para terminación de un Grupo escolar.. No debemos terminar esta relación sin mencionar especialmente las gestiones realizadas por la Diputación para conseguir un Instituto de Enseñanza Media y Profesional en Archidona que cristalizaron en el decreto del Consejo de Ministros creándolo, y para lo que se ha conseguido un préstamo a dicho Ayuntamiento de pesetas 700.000, con el fin de que adquiera un magnífico edificio en el que se instale dicho centro docente". (Sur, 4 de enero de 1951.)

La presencia de noticias sobre educación tampoco son muy numerosas. Pero, cuando aparecen los calificativos, todos ellos son positivos. El mismo día, encontramos la reseña de las bodas de oro de una "esforzado" maestra, en un acto calificado como "simpático y emocionante".

"El ilustrísimo señor alcalde prendió en el pecho de la interesada, en medio de una gran emoción, la medalla de plata de la ciudad, reiterando que en ella iba representada la gratitud y el cariño de varias generaciones hacia la maestra dignísima y ejemplar. Terminó el señor alcalde abrazando cariñosamente a la señora Garcés Piles que se hallaba visiblemente emocionada". (Sur, 4 de enero de 1951.)

 

LA DECADA DE LOS OCHENTA. LA RUPTURA DE LA IMAGEN DEL PROFESOR 

Los primeros indicadores aparecieron al final de la década de los setenta, pero no se hicieron patentes hasta principios de la década siguiente. En 1984 Hamon y Rotman publicaban en París un libro bajo el título: Tant qu'il y aura des profs, lo cual podría traducirse por: Mientras haya profesores o Mientras queden profesores. En aquella fecha a muchos críticos el libro les pareció una exageración.

Sin embargo, en enero de 1988, el suplemento educativo de Le Monde anunciaba a grandes titulares que Francia se estaba quedando sin profesores. La profesión docente había dejado de ser atractiva para los jóvenes, hasta el punto de haber quedado desiertas, por falta de candidatos, casi una quinta parte de las plazas ofertadas en las oposiciones de Escuelas Normales. Sin embargo, los datos más alarmantes se registraban en la enseñanza secundaria, donde la escasez de profesores de física y matemáticas llegaban a dejar vacantes un tercio de las plazas ofertadas.

En septiembre de 1989, el Inner London Educational Authority consiguió comenzar el curso escolar recurriendo a la contratación apresurada de daneses, holandeses, irlandeses, barbadianos, australianos y neozelandeses, consiguiendo con este esfuerzo que sólo le quedaran unos trescientos niños sin maestro. A pesar de ello, Alan Smither, profesor de la Universidad de Manchester calculaba que, de continuar el actual ritmo de deserciones y la falta de atractivo de la profesión para los jóvenes, en 1995 quedarían sin cubrir la mitad de las plazas de profesores de matemáticas en la secundaria.

El estudio de la Universidad de Manchester sobre las deserciones de los profesores señala la insuficiencia de los salarios y la baja consideración social como los elementos determinantes de esta crisis del profesorado. De la misma manera, cuando Le Monde hacía una encuesta de emergencia intentando comprender por qué los jóvenes no encontraban atractiva la profesión docente, obtuvieron respuestas como éstas: "La imagen del profesor ha descendido junto con el sueldo". "No se corresponden el nivel y la duración de los estudios con las remuneraciones". En la enseñanza no hay posibilidades de progresar". "No estoy dispuesta a dar clases a alumnos que se burlan y a ponerme cada día en cuestión". Las "condiciones de trabajo" aparecen citadas por la mayor parte de los encuestados como el principal inconveniente para no acceder a esta profesión.

Las afirmaciones anteriores nos permiten hablar de una auténtica ruptura de la imagen del profesor, que en España tiene su principal indicador en la huelga de 1988, pero que nos remite a una crisis general, compartida con el resto de los países europeos y particularmente visible en los países más desarrollados.

A la hora de hablar de los profesores y de la enseñanza se superponen dos discursos fuertemente contradictorios, e igualmente estereotipados:

En el primer discurso, ampliamente reproducido en los medios de comunicación y en los centros de formación inicial del profesorado, se utiliza una imagen ideal, yo prefiero calificarla de idílica, del profesor y de la enseñanza. En ella, se exige del profesor que sea fundamentalmente un amigo del alumno y se pide de él que sea comprensivo, tolerante, paciente, objetivo, justo, bondadoso, humano, competente, bien preparado en su materia y en sus estrategias pedagógicas, buen psicólogo, inteligente, despierto, dialogante, imaginativo, creativo, familiar y comunicativo, honrado y moral, respetuoso, considerado, imparcial, democrático y con actitudes cooperativas (El País, 17 de diciembre de 1985). En conclusión se le pide que sea perfecto, o más concretamente, que responda al estereotipo social vigente de todas las cualidades consideradas como positivas.

El segundo discurso, fácil de encontrar en los medios de comunicación diarios, reproduce una imagen ruinosa -igualmente estereotipada- de la realidad de la enseñanza y de la actuación de numerosos profesores: estadísticas de fracaso escolar, situaciones de violencia física en las aulas, aumento de las depresiones entre los profesores, situaciones de conflicto con respecto a los valores a transmitir en nuestras escuelas, despidos y juicios contra los profesores acusados ante las más variadas jurisdicciones, deficiencias de todo tipo en los servicios educativos, edificios en ruina y una acusación generalizada de no responder a las cambiantes demandas sociales.

En definitiva, con lo que nos encontramos es con una sociedad que ha definido un alto nivel de calidad para los servicios educativos y con su decepción al observar que sus exigencias ideales no se cumplen en la práctica. Se juzga a todo el sistema escolar desde las más sofisticadas de la perspectiva utópica que antes comentábamos. El problema no sólo afecta al sistema escolar Podríamos aplicar el mismo discurso al sistema sanitario y al resto de las profesiones asistenciales. ¿Alguien se cree, de verdad, y es capaz de defender en público, que nuestro sistema escolar o nuestro sistema sanitario actual es peor del que teníamos hace veinte años? Lo que ocurre ahora es que nuestra sociedad querría una asistencia inmediata y con un cien por cien de aciertos en todas las actuaciones médicas y educativas, y está dispuesta a exigir la infalibilidad de los profesionales, con una fuerte crítica social y el recurso último a llevarlos ante los tribunales.

  

EL PROFESOR: VICTIMA DE LOS EXITOS DE LA ENSEÑANZA

Paradójicamente, el profesor ha sufrido las consecuencias más negativas de los éxitos obtenidos por el sistema escolar en los últimos veinte años, perdiendo el respeto y el apoyo social que constituían su retribución social más gratificante, frente a unos salarios que nunca fueron una maravilla. ¿Por qué ha cambiado el apoyo de la sociedad a los educadores en los últimos veinte años? ¿Cómo ha podido, degradarse tanto la imagen de los profesores?

La respuesta debería ser necesariamente compleja, pero simplificando sus líneas generales, el proceso social de la pérdida de imagen de los profesores podríamos describirlo en los siguientes términos: hasta hace unos veinte años podemos afirmar la presencia de un consenso sobre la educación, que mantenía unidas a las autoridades educativas, a los padres y educadores y que se rompe a principios de los años setenta. Como señalan Neave y Helawell, la crisis económica de 1973 supone el fin de la concordia "neo-keynesiana", basada en la creencia de que el progreso social y económico podrían asegurarse, ambos, introduciendo amplias mejoras en el interior del sistema educativo.

Hasta entonces la sociedad creía unánimemente en la educación. En el ámbito productivo se la consideraba una inversión rentable y el motor imprescindible del despegue económico. Socialmente, se pensaba en ella como la vía única para promover la movilidad y una mayor igualdad entre las clases sociales. Individualmente, los padres tenían la certeza de que, una vez superados todos los escalones selectivos, el futuro de sus hijos quedaría asegurado al obtener la titulación correspondiente.

Aún quedaban niños sin escolarizar en la enseñanza primaria y la secundaria no llegaba sino a un porcentaje muy reducido. La meta prioritaria era extender la educación, pensando en el horizonte mítico de la escolarización plena como una quimera que solucionaría todos nuestros males. Se fabricaron unas expectativas desmesuradas sobre el poder de la educación, y cuando se alcanzó la escolarización del cien por cien de nuestros niños nuestra sociedad descubrió, desencantada, que este éxito histórico, considerado una utopía cincuenta años antes, no modificaba nada sustancial.

Si recurrimos a los indicadores económicos, el año 1975 marca el punto de inflexión en la inversión de los mayores porcentajes del Producto Interior Bruto en educación, respecto al conjunto del gasto público. Desde entonces las inversiones en educación comenzaron a descender en todos los países europeos con la excepción de Italia.

En primer lugar, la crisis económica obligó a desviar una importante cantidad de recursos sociales para hacer frente al desempleo.

En segundo lugar, desde los sectores económicos, comenzaron a criticar el sistema educativo con el argumento de que los modelos de enseñanza utilizados -clásicos y humanistas-, no respondían a las demandas de unas empresas en rápida transformación y que debían afrontar continuos procesos de cambio en su tecnología y en sus sistemas de trabajo.

En tercer lugar, desde el punto de vista social, comenzó a criticarse al sistema escolar como reproductor de desigualdades; ya que, si bien había aumentado el nivel cultural de la población, no se habían conseguido las metas esperadas respecto a la movilidad social o la desaparición de las diferencias entre clases sociales. Como hicieron notar diversos autores, únicamente se habían desplazado hacia arriba los escalones selectivos.

En cuarto lugar, los padres de los alumnos perdieron la confianza en el sistema educativo, ya que al extenderse y masificarse la enseñanza, ésta ya no podía asegurar a sus hijos, que tras largos años de esfuerzos, la obtención de un título fuera a garantizar su futuro con un trabajo acorde a su nivel de titulación. Desde el punto de vista individual, la frustración de los padres que, tras haber invertido años y recursos económicos intentando asegurar el futuro de sus hijos, se veían decepcionados en sus expectativas, acabó traduciéndose en una agresividad más o menos contenida hacia el sistema escolar y en la crítica indiscriminado hacia sus responsables más visibles: los profesores.

Por último, la masificación del sistema de enseñanza, con la urgente necesidad de atender cada año a miles de nuevos niños, produjo un crecimiento desequilibrado, en el que los criterios de calidad fueron pospuestos a las urgencias del momento, y en el que se fueron acumulando deficiencias de todo tipo, pero particularmente en la formación inicial del profesorado.

Los profesores más veteranos, sometidos en su día a fuertes procesos selectivos, consideraron que la enseñanza se degradaba al ver masificarse los cuerpos de profesores, incorporando miles de nuevos enseñantes, con sus carreras recién terminadas y faltos de experiencia práctica para atender las docencia que se les encomendaba.

Por otra parte, la distinta sensibilidad hacia el cambio social y hacia la necesidad de modificar los contenidos, los objetivos y metodologías del sistema de enseñanza, crearon la división en los claustros. Así, la crítica se hizo interna; se instaló en la entraña misma del trabajo cotidiano de los centros de enseñanza y la división acabó haciéndose patente al resto de la sociedad.

Como consecuencia, los colectivos de profesores se convirtieron en una masa dividida en la concepción misma de su trabajo y en el planteamiento de cualquier reivindicación laboral o social. Lo cual, unido a la escasa participación sindical de los profesores, les convirtió en un colectivo con escasa audiencia social. Faltos de la necesaria cohesión para hacer oír su voz, divida en opiniones contrapuestas, perdieron la fuerza para defender su trabajo o su propia imagen ante la sociedad. Además, la masificación de los cuerpos de profesores, los más numerosos de la Administración del Estado, plantea el problema de que cualquier pequeña subida salarial supone un alto coste en términos de gasto público. No es de extrañar, por tanto, que en épocas de restricciones presupuestarias, como las vividas tras la crisis económica de 1973, los salarios de los profesores se hayan degradado en su poder adquisitivo, manteniéndose como los más bajos para los profesionales del mismo nivel de titulación.

La imagen de los profesores se ha deteriorado unto con su poder adquisitivo. Máxime cuando en los últimos años también se han modificado los valores que rigen la apreciación social de las profesiones, en su sentido más materialista. Todavía hace algunos años, la sociedad estimaba en los profesores su saber, su abnegación y su vocación. Hoy se tiende a valorar las profesiones, exclusivamente, por su nivel de ingresos. Aplicando este baremo, muchas personas consideran que si alguien es profesor y, con los actuales niveles salariales, continua siéndolo, es porque no sirve para otra cosa. También algunos profesores, olvidando los ideales por los que eligieron esta profesión, se hacen sensibles a estos argumentos y optan por abandonarla. Otros se mantienen en ella, considerando injusta la pobre valoración social y salarial que la sociedad hace de su trabajo, y reducen en consecuencia sus niveles de dedicación. Milagrosamente, todavía nos quedan profesores que, pese a todo, mantienen sus ideales e ilusiones, derrochando entusiasmo y energías en un trabajo que la sociedad tendría que valorar y reconocer antes de que todos acabemos aceptando como inevitable el círculo vicioso.

 

EL JUICIO SOCIAL CONTRA EL PROFESOR 

Una vez roto el consenso sobre la educación, diversos grupos de presión querrían ver sus intereses cubiertos por el currículum escolar. Las desmesuradas expectativas que antes se proyectaban sobre nuestros sistemas de enseñanza, esperando de ellos la solución de todos los problemas sociales y políticos pendientes, ahora se han diversificado. Cada grupo querría que el currículum escolar cubriera sus propias expectativas, algunas de ellas contradictorias entre sí. Cada grupo mantiene su propio sistema de valores y defiende un concepto de la educación y del hombre acorde con su ideología. Los profesores se encuentran en el centro de un debate público, en el que adopten la postura que sea, siempre podrán verse contestados por otras personas que, desde potentes grupos de opinión, defienden valores contrapuestos.

La falta de consenso sobre la educación expone a los profesores a la crítica social, haciendo imposible definir un conjunto de valores educativos, pensando que se va a obtener con ellos el apoyo general.

Defraudados, en mayor o menor medida, por no dar una respuesta a las expectativas de cada uno de los grupos, todos ellos coinciden en criticar al sistema educativo y, naturalmente, a sus representantes inmediatos: los profesores. A ello se suma la postura de los padres, defraudados en la seguridad sobre el futuro de sus hijos y dispuestos a hacer del profesor el responsable universal de todos los males de la enseñanza. Es el fenómeno que se ha dado en llamar el juicio social contra el profesor y que podemos seguir en la prensa diaria de la década de los ochenta y principios de los noventa en titulares cotidianos.

Valga un titular reciente como muestra: "Hasta dónde ha de llegar la responsabilidad de los profesores. Hoy comienzan las negociaciones entre los sindicatos y el Departamento de Enseñanza para aclarar cuál es y hasta dónde llega la responsabilidad de los maestros. La sentencia ha declarado a un director de escuela culpable del accidente de un alumno fuera del recinto escolar y fuera del horario escolar, (100.000 ptas. de multa y una indemnización de 108 millones de pesetas) ha sido la gota definitiva que ha colmado la paciencia de los profesores, que se sienten impotentes ante la ley". (AVUI, 10-4-91). Como señala el mismo diario, si no se delimita la responsabilidad de los profesores se corre el riesgo de que se acaben todas las actividades no-lectivas: visitas extraescolares, excursiones, enseñanzas suplementarias, actividades fuera del recinto escolar, etc. Desde la perspectiva del profesor el tema es particularmente irritante: dedican horas de su tiempo libre a una actividad extraescolar que no es retribuida ni reconocida y tienen que asumir el riesgo de enfrentarse a un juicio por lo penal.

Quizá la imagen más expresiva del juicio social contra el profesor la diera Margaret Thacher al acusar indirectamente a los profesores de la catástrofe del estadio Heysel de Bruselas.

 

RECUPERAR LA IMAGEN DEL PROFESOR

Frente a los juicios colectivos y la búsqueda de chivos expiatorios ante una crisis de la enseñanza, producida fundamentalmente por el cambio social, debemos pedir a nuestra sociedad una valoración más justa del trabajo de los profesores. También en el aspecto retributivo, pero fundamentalmente en la consideración social del trabajo que el profesor desempeña. Todos: las autoridades educativas, los medios de comunicación, los padres y los grupos de presión, tenemos que comenzar a valorar las dificultades del trabajo de los profesores en la nueva enseñanza masificada, en la que todos los problemas sociales pendientes han entrado en nuestras aulas.

Es cierto que la educación tiene una capacidad muy limitada para solucionar definitivamente esos problemas sociales. Pero, día a día, hay cientos de profesores que lo intentan. Su trabajo cotidiano no merece la atención de los medios de comunicación y ni siquiera ellos mismos sabrán si han obtenido éxito hasta dentro de unos años. Pero es su trabajo el que nos mantiene dentro de la categoría de las sociedades cultas y democráticas. Es su trabajo el que ha sacado de la miseria cultural a los miles de niños que hace unos años ni siquiera llegaban a las escuelas o eran expulsados nada más entrar. Desde los pueblos más apartados a los barrios más marginales los profesores constituyen una de las piezas fundamentales, cuando no la única, en la vertebración del cuerpo social.

Conviene atajar, ante la situación descrita, la baja apreciación social de la profesión docente. Es necesario situar en sus justos términos, las expectativas de la sociedad ante la educación. Es más importante que nunca reivindicar la imagen del profesor y devolverles el orgullo de una profesión imprescindible, que por su cotidianeidad corre el riesgo de pasar inadvertida y de ser injustamente valorada.