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Vol. 1. Núm. 1. - 2024. Páginas Artículo e6

Panorama de la Vida de Vygotsky

[Overview of Vygotsky’s life]

Britt-Mari Barth


Professeur émérite de sciences de l’éducation, Institut Supérieur de Pédagogie, ICP, Paris, France


https://doi.org/10.5093/apea2024a6

Recibido a 10 de Mayo de 2023, Aceptado a 15 de Febrero de 2024

Resumen

El siguiente texto fue escrito por Ghita Vygotskaya, hija de Lev Vygotsky y fue entregado personalmente a Britt-Mari Barth en su versión original rusa. Se trata de un discurso pronunciado en el 4º Congreso de la Sociedad Internacional de Teoría de la Actividad e Investigación Cultural (ISCRAT) celebrado en la Universidad de Aarhus, Dinamarca, en junio de 1998. El texto fue traducido del inglés por Gustave Barth y revisado del original ruso por Jacques Nault y Britt-Mari Barth. Por aquel entonces, Ghita Vygotskaya aún vivía en Moscú, donde ejercía como psicóloga. Es la única que podía dar cuenta de la vida de Vygotsky. Este testimonio, muy conmovedor, permite apreciar aún mejor la inmensa dimensión del personaje.

Abstract

The following text was written by Ghita Vygotskaya, Lev Vygotsky’s daughter, and was given personally to Britt-Mari Barth, in its original Russian version. It is a speech delivered at the 4th Congress of the International Society for Cultural Research and Activity Theory (ISCRAT) held at the University of Aarhus, Denmark, in June 1998. The text was translated from English by Gustave Barth and revised from the original Russian version by Jacques Nault and Britt-Mari Barth. At the time, Ghita Vygotskaya was still living in Moscow, where she was a practicing psychologist. She is the only one who could give an account of Vygotsky’s life. This very moving testimony allows us to appreciate even better the immense dimension of the character.

Palabras clave

Vygostky, Testimonio, Teoría de la actividad

Keywords

Vygotsky, Testimony, Activity theory

Para citar este artículo: Barth, B. (2024). Panorama de la Vida de Vygotsky. Anuario de Psicología Educativa Aplicada, 1, Artículo e6. https://doi.org/10.5093/apea2024a6

Correspondencia: (marie-claude.bernard@fse.ulaval.ca) (M.-C. Bernard).

Hace más de cien años, en la ciudad de Orsha nació Lev Semiónovich Vygotsky. Su vida fue corta, sólo treinta y siete años, pero durante ese tiempo logró tanto que aún hoy su pensamiento y sus ideas, su nombre y su carácter, e incluso su vida, siguen atrayendo la atención de estudiosos e investigadores de todo el mundo.

Por desgracia, ya no queda nadie vivo que conociera bien a Lev Semiónovich y que pudiera hablar de él con fidelidad. Soy la única testigo de los últimos años de su vida. No solo vivíamos juntos, sino que compartíamos la misma habitación, por lo que en aquel momento su vida cotidiana, en todos los aspectos, se desarrollaba ante mis ojos.

Por supuesto, no podía entender (y de hecho no entendía) las discusiones que Lev Semiónovich mantenía con sus colegas, estudiantes y amigos. Pero probablemente porque lo quería tanto, siempre lo entendí.

Sabía lo que disfrutaba y lo que no, lo que le gustaba y lo que lamentaba. Siempre percibía su estado de ánimo e incluso, en ocasiones, su alma y sus pensamientos.

Lo entendía y me relacionaba con él, no a través de la mente, sino del corazón. Uno suele recordar mejor aquellos momentos que están muy cargados de emoción. Toda mi infancia, cuando Lev Semiónovich estaba vivo, fue feliz. Estaba tan llena de emociones que hasta el día de hoy conservo en mi memoria todo lo que ocurrió en aquellos lejanos años, incluso detalles que hoy pueden parecer insignificantes.

Recuerdo un episodio divertido. Tengo cinco años. Lev Semiónovich tiene invitados, pero no recuerdo exactamente quién estaba allí esa noche. Están hablando y yo me dispongo tranquilamente a irme a la cama. De repente, Leontiev estornuda estrepitosamente y todo el mundo hace como si no hubiera pasado nada. En mi afán por parecer una niña amable y educada, le digo en voz alta: “¡Salud! ¡Sé grande e inteligente!”. Leontiev se echa a reír. Luria y mamá también se ríen. Me sorprende su reacción. Miro a Lev Semiónovich y me doy cuenta de que siente vergüenza. Pero, ¿por qué? Mirándolo me doy cuenta de no me había comportado adecuadamente. Pero, ¿qué? Sólo expresé lo que la gente suele decirme en tales circunstancias, y sin embargo no actué bien. Me doy cuenta cuando veo la cara de Lev Semiónovich y cómo reacciona a mis palabras. Mamá interrumpe mis pensamientos. Me dice que me vaya a dormir y yo obedezco a regañadientes. Cuando me despierto por la mañana, veo que Lev Semiónovich se prepara para salir. Le pregunto que qué error había cometido la noche anterior. Sin enfadarse, me dice con una sonrisa: “Bueno, verás, esa no es manera de hablarle a los adultos. No está bien. Basta con decir ‘salud’”. “Pero, ¿por qué?”, pregunto confusa. Lev Semiónovich tiene prisa y se despide mientras añade: “Averígualo tú misma. Reflexiona un momento y lo entenderás”. Y se va. Todo el día pienso en lo que ha pasado, que me atormenta. ¡De repente se aclara! Espero impaciente a que vuelva Lev Semiónovich para comprobar si mi conclusión es válida. Por fin llega y corro hacia él mientras le digo: “¿Los adultos creen que son todo lo inteligentes que pueden ser? ¿Y que no tienen por qué llegar a ser más inteligentes?”. Lev Semiónovich se echó a reír, me besó y me dijo: “Bueno, en el fondo tienes razón. Lo has entendido bien”.

No podía explicar cuál era la actividad de Lev Semiónovich en aquella época. Fui incapaz de entenderlo mientras vivió, pero ahora lo comprendo, como usted, gracias a sus escritos. Sin embargo, hay algo que solo yo sé: cómo vivía, cómo trabajaba y qué tipo de persona era. Espero que quien piense que esto es importante encuentre algún interés en mi testimonio.

La ciencia era el centro de su existencia. Le dedicó toda su vida. Si tuviera que resumir su relación con la ciencia en una palabra, esta sería “obsesión”. Estudió ciencias en la escuela y nunca las abandonó. Continuó su trabajo sin importar el entorno o las circunstancias en las que se encontrara. Incluso cuando los médicos le daban poco tiempo de vida, ya que consideraban su estado irremediable (¡de lo cual él era consciente!), escribió El significado histórico de la crisis de la psicología, en circunstancias sumamente difíciles. “No conozco otra obra de una claridad mental y de una lógica tan bella como esta”, dijo Luria. “Lev Semiónovich Vygotsky lo escribió en unas condiciones muy dramáticas, pues tenía tuberculosis. Los médicos le dieron entre tres y cuatro meses de vida y lo ingresaron en un sanatorio. Allí comenzó a escribir frenéticamente, dejando una obra fundamental para la posteridad”.

Su interés científico adoptó muchas formas. Podría tratarse de trabajos sobre cuestiones teóricas o metodológicas, en las que pensaba y sobre las que escribía abstrayéndose de lo que ocurría a su alrededor (como unos niños jugando al lado de su escritorio). Podría tratarse de la discusión con colegas y estudiantes sobre la interpretación de los resultados de investigaciones experimentales o de la planificación de nuevas investigaciones. Podían ser conferencias o cursos, que siempre incluían tanto aspectos teóricos, como cuestiones empíricas. Siempre, en cada momento de su vida, pensaba en la ciencia, a cuyo servicio se ponía. Sirvió a la ciencia con fe y devoción, sin desmayo. Trabajaba incluso los días festivos y durante las vacaciones de verano. Sus colegas recuerdan “su destacada actitud ante la ciencia, a la que dedicó toda su vida, ignorando incluso las necesidades alimenticias y el bienestar. Trabajaba todo el tiempo”. Su “gran compromiso con el trabajo... le llevó a descuidar todas las demás cosas y hasta su propia salud”.

Trabajaba en manuscritos en su escritorio. Heredado de su padre, era de gran tamaño y estaba ubicado cerca de la ventana. Probablemente fuera todo lo que poseía Lev Semiónovich. Cuando empecé a ir a la escuela, lo compartía conmigo para que pudiera hacer mis tareas. Poco a poco fui tomando posesión del mismo. A menudo nos sentábamos uno al lado del otro: yo leía o dibujaba y él trabajaba. En el escritorio pasaba horas, a menudo hasta bien avanzada la noche. Llegado el momento, yo me disponía a acostarme pero él seguía escribiendo. Cerraba los ojos... y me dormía. Durante la noche, a veces me despertaba. La habitación en silencio, la luz del techo apagada, mi hermana pequeña respirando profundamente dormida, mamá durmiendo tranquilamente... mientras Lev Semiónovich, iluminado por la lámpara seguía trabajando inclinado sobre su escritorio. A veces, susurrando, le llamaba y él, solícito, se acercaba, me tocaba la frente, me preguntaba si había tenido una pesadilla o si necesitaba algo y me acariciaba con ternura. Yo le decía: “Vete a la cama, que ya es muy tarde”. “Sí, sí”, contestaba, “me iré pronto a la cama. Voy a seguir trabajando un rato. Duérmete”. Y volvía al escritorio.

Mientras trabajaba, de ninguna manera podía llamarle ni molestarle. Aunque intentaba no romper esta regla, a veces necesitaba urgentemente su consejo o su ayuda. Recuerdo con gran nitidez aquella vez que necesitaba saber si Dios existía, necesidad que, claro, no podía esperar. En otra ocasión quise convencerlo de que dejara su trabajo, tan poco atractivo desde mi punto de vista, y que se hiciera policía en un barco. A menudo me impacientaba. ¡Cualquier pretexto bastaba para que de repente tuviera que hablar con él! Entonces “urdía” una táctica para llamar su atención sin incumplir la regla. Me acercaba a él por detrás, casi tocándolo, y esperaba pacientemente a que me prestara atención. La mayoría de las veces se percataba de mi presencia, se daba la vuelta y, al advertir que estaba a su lado, dejaba la pluma. Entonces me echaba el brazo por los hombros y me preguntaba qué pasaba. Ni una sola vez se enojó porque lo interrumpiera.

Hubo momentos inolvidables, cuando Lev Semiónovich nos invitaba a mi primo (que creció con nosotros) y a mí a participar en sus experimentos. Siempre esperábamos impacientes ese momento. Parecía tan amable y relajado que los dos estábamos absolutamente convencidos de que disfrutaba jugando con nosotros. Por alguna razón recuerdo muy bien cómo participábamos en experimentos similares a los que Köhler había realizado anteriormente con primates. En el suelo de la sala construyó un laberinto cuyas paredes estaban formadas por diversos objetos, como cajones bajos y angostos de fichas bibliográficas. En el centro del laberinto había una naranja. Teníamos muchas ganas de tenerla en las manos y nos lo tomábamos muy en serio. Cuando lo conseguíamos, Lev Semiónovich se alegraba tanto como nosotros.

También recuerdo estar sentada en el escritorio, al lado de Lev Semiónovich o frente a él, y que delante de mí había objetos experimentales de colores. Lev Semiónovich me proponía con calma y alegría diversos ejercicios o tareas y anotaba en papel lo que yo hacía o decía. Así probó conmigo el método de Sajarov.

El objeto de los análisis científicos de Lev Semiónovich no eran sólo los experimentos en los que participábamos nosotros, sino también numerosas observaciones sobre nuestro comportamiento, juegos y reacciones espontáneas. Sus cuadernos están llenos de observaciones de este tipo.

Si necesitaba aclarar o verificar un punto, creaba situaciones especiales y hacía preguntas “capciosas”. Por ejemplo, una vez cuando trataba de averiguar cómo podía un niño defender su propia respuesta, me dijo: “Bueno, alguien tenía un perro que se llamaba Jack. Cuando el hombre iba a marcharse, siempre le preguntaba al perro: “Jack, ¿quieres salir o quedarte?” Jack siempre se iba o se quedaba”. Mordí el anzuelo: “Pero, eso es lo único que el perro podía hacer”. “¡Pues eso es exactamente lo que el perro siempre ha hecho!”, replicó Lev Semiónovich. Entendía la situación, pero no podía formular la idea de que “no había una tercera opción”. Perdí la calma, intentando explicarle a mi padre que sí lo entendía, pero él se limitó a sonreír. También le hizo mucha gracia la reacción de mi hermana pequeña a esta historia. Había escuchado en silencio, luego suspiró y dijo reflexivamente: “Qué perro tan listo. Debe haber sido entrenado”.

Era raro que sus colegas o sus estudiantes no lo visitaran por la noche. Trabajaba con ellos toda la noche, pero cuando se iban volvía a sentarse a escribir.

Las conversaciones con colegas y estudiantes podían durar horas. Durante las discusiones, que a mí me parecían tan aburridas, me iba a acostar y me quedaba dormida. Recuerdo cuando Lev Semiónovich escribía Pensamiento y lenguaje. Estoy enferma; habían llevado mi cama al lado de la estantería de libros. Estoy en la habitación donde trabaja Lev Semiónovich y puedo observarlo todos los días. En mi cama hay juguetes y libros para que me entretenga y juego con ellos en silencio para no molestar a mi padre. Una taquígrafa que viene todas las mañanas se sienta ante el escritorio. Lev Semiónovich cruza la sala con las manos a la espalda y dicta el texto. Dicta sin pausas, sin titubeos, siempre al mismo ritmo. Al dictar pronuncia la palabra chelovek [ser humano en ruso] como chek, lo que me hace mucha gracia. Cuando me canso de jugar empiezo a contar cuántas veces pronuncia esa palabra. Aproximadamente cada hora u hora y media la taquígrafa se detiene un momento a tomar una taza de té. Durante estos descansos, Lev Semiónovich se me acerca y me pregunta si puede ayudarme o si necesito algo. En ese momento le digo el resultado de mi recuento y los dos nos reímos. Trabaja así hasta la noche. Su trabajo no termina cuando se va la taquígrafa. Se sienta ante su escritorio hasta altas horas de la noche. Y a la mañana siguiente todo vuelve a empezar. ¿De dónde procede esta fuerza?

Lev Semiónovich fue un conferenciante fantástico. Mucha gente se acordaba de ello y me lo recordaba.

“Sus conferencias eran siempre un gran acontecimiento. Era habitual que hablara durante tres, cuatro o incluso cinco horas seguidas, utilizando sólo una hoja con sus notas”, recuerda Elkonin. “Durante sus conferencias, manejaba todo tipo de información, como un héroe en un cuento de hadas, o decenas de nombres y citas, manteniendo al mismo tiempo un gran nivel teórico”, afirma Shif. “Me asombraba la forma de dar sus conferencias Lev Semiónovich y de enseñar a pensar permaneciendo en mi memoria hasta el día de hoy”, prosigue Elkonin. Y añade: “En general todo el Departamento de Pedagogía y Psicología asistía a estas conferencias, aunque se suponía que estaban dirigidas únicamente a estudiantes de cierto nivel. El discurso de Lev Semiónovich, nada afectado, con un mínimo de gesticulación, pero, al mismo tiempo enormemente expresivo emocionalmente, rico en reflexión, preciso y fluido, cautivaba al público desde el primer minuto hasta el último. A nadie se le ocurría hablar con la persona de al lado durante esas clases, ni tomar notas o siquiera susurrar. No sólo escuchábamos, sino que pensábamos con mucha atención. Asistí a muchas de sus conferencias y vi cómo cambiaban de vez en cuando, introduciendo nuevas ideas”.

Nunca, bajo ninguna circunstancia, perdió su interés en la ciencia. A continuación se presentan algunos extractos de sus cartas. Las dos primeras fueron escritas mientras padecía un episodio agudo de tuberculosis, tan enfermo que tenía que guardar cama. Escribió a uno de sus estudiantes: “Llevo una semana entera en el hospital, en una habitación con seis enfermos graves. Ruidos, llantos... las camas están alineadas sin espacio entre ellas, como en un cuartel. Tengo grandes dolores y estoy moralmente agotado”.

Sin embargo, en la misma carta, un poco más adelante, escribe: “Realmente quiero saber con qué va usted a empezar. Me parece (esto queda entre nosotros) que ahora hay que experimentar con la transformación de las reacciones... hay que experimentar con las formas más simples para demostrar lo que constituye una sublimación en determinadas circunstancias. Un experimentador debe ser un detective, un inventor, ingenioso, un colocador de trampas, siempre flexible y atrevido. Espero que se encuentre bien. Suyo, L.V.”.

En otra carta dice: “Querido Alexander Romanovich, hace tiempo que quería escribirle, pero la situación era tal que me sentía avergonzado, incapaz de manejar la pluma y de pensar con calma. Me siento como si estuviera fuera de la vida, o, mejor dicho, entre la vida y la muerte... Por eso no puedo dirigir mis pensamientos al futuro ni a mi trabajo”.

Sin embargo, un poco más adelante expresa su interés por la vida y por los planes de Luria y comenta y evalúa su trabajo. Escribe: “Se trata de una importante contribución a la base misma de vuestro trabajo anterior. Es una confirmación de su metodología... Para mí, la cuestión principal es la de la metodología, que es la cuestión de la verdad, es decir, del descubrimiento y de la innovación científicos. Teóricamente veo muchos peligros en los nuevos experimentos como para suscribir sus conclusiones, ya expresadas. Se borra la frontera entre las reacciones afectivas y todas las demás, desaparece la fuente de la emoción (el afecto) y se cuestiona su teoría de las emociones. ¡Cómo me gustaría intercambiar nuestras ideas al respecto en un “debate privado” en su seminario! Escríbame si puede. ¿Qué hay de nuevo en la literatura extranjera y en la rusa?”.

En otra carta: «Padezco tuberculosis y sufro a la espera de lo que parece ser una intervención inevitable este otoño (las cavidades de uno de mis pulmones se niegan a cerrarse)”. Más adelante escribe: “Sólo hay una cuestión realmente seria: que cada uno trabaje con la metodología adecuada a su disciplina. Tengo la intención de dedicar mi vida futura y mis fuerzas a esto... Le envío un caluroso apretón de manos y lo animo a que se prepare (en espíritu, por supuesto) para el trabajo compartido”.

Lev Semiónovich sentía un gran respeto por los investigadores que le precedieron (aunque no compartiera sus puntos de vista) y transmitió esta actitud a sus estudiantes.

N. G. Morozova cuenta que Vygotsky le había enviado un libro escrito por Groos con una nota en la que decía “es lo mejor que se ha escrito sobre el juego (de los niños) y hay que dominar el conocimiento del mismo, pues es la teoría naturalista del juego”. Más tarde escribió: “No olviden que descansamos sobre sus hombros. Desde una mayor altura se ve más lejos, pero se lo debemos a él, que nos ha precedido».

Elkonin nunca pudo olvidar la relación que Lev Semiónovich mantenía con sus estudiantes. Daniel Borissovich decía que Lev Semiónivich tenía una “extraordinaria capacidad para encontrar algo nuevo, valioso e innovador detrás de cada idea y la habilidad para corregir errores, a veces imperceptibles. Durante mucho tiempo no nos dimos cuenta de la manera como daba forma a nuestras ideas en bruto, mal formuladas... y nos las presentaba de nuevo como fruto de nuestra propia creación. Es probable que nunca haya conocido a nadie tan desinteresado en reclamar la autoría de su contribución, de sus obras, como Lev Semiónovich. Su extraordinaria generosidad y la amplitud de sus ideas caracterizaron a este hombre que daba todo a todos. Las ideas brotaban de él como de un volcán”.

Lev Semiónovich agrupaba a sus estudiantes según su especialidad científica. N. G. Moroza cuenta que creó un ambiente excepcional a su alrededor; mejoró la relación entre las personas. Sus estudiantes conservaban un sentimiento de amor, de lealtad y de gratitud hacia el maestro, sentimiento que perduró el resto de sus días. Ya no están, ninguno de sus estudiantes vive hoy en día. Son sus estudiantes y los estudiantes de sus estudiantes quienes trabajan en estos campos de la ciencia, dando continuidad a sus ideas, desarrollándolas y perfeccionándolas.

Así sigue viva la Escuela de Vygotsky.

Mi padre fue la persona más querida y cercana de mi infancia. Lo admiraba, me parecía tan fuerte. Lo quería mucho. Siempre me entendía, siempre estaba dispuesto a responder a mis interminables preguntas, siempre me ayudaba y me prestaba atención...

Todavía lo admiro. Y todavía lo quiero.

Si alguien me pidiera que dijera en pocas palabras quién era, no encontraría otras mejores que las extraídas de su querida obra: “Era verdaderamente una persona humana, humana en todos los sentidos, nunca conoceré a otro como él...”. La muerte nos espera a cada uno de nosotros. Por desgracia, es algo inevitable. Pero algunos encuentran la inmortalidad.

Conflicto de Intereses

La autora de este artículo declara que no tiene ningún conflicto de intereses.

Para citar este artículo: Barth, B. -M. (2024). Panorama de la vida de Vygotsky (Marie-Claude Bernard, Trad.). Anuario de Psicología Educativa Aplicada, 1, Artículo e6. https://doi.org/10.5093/apea2024a6 (Obra original publicada en 2018).

Nota

Este discurso, pronunciado en el 4º Congreso de la Sociedad Internacional de Teoría de la Actividad e Investigación Cultural (ISCRAT) celebrado en la Universidad de Aarhus, Dinamarca, en junio de 1998, fue publicado en inglés en las actas tituladas Activity Theory and Social Practice, por Aarthus University Press en 1999. Su versión francesa fue publicada por B.-M. Barth (dir.) (2018). Lev Vygotsky aujourd’hui (2e éd). Livres en ligne du CRIRES. Québec. https://lel.crires.ulaval.ca/sites/lel/files/levvygotskiaujourdhui.pdf. La presente traducción al español fue autorizada por B.-M. Barth y realizada por Marie-Claude Bernard, Universidad Laval, marie-claude.bernard@fse.ulaval.ca.

Referencias

Para citar este artículo: Barth, B. (2024). Panorama de la Vida de Vygotsky. Anuario de Psicología Educativa Aplicada, 1, Artículo e6. https://doi.org/10.5093/apea2024a6

Correspondencia: (marie-claude.bernard@fse.ulaval.ca) (M.-C. Bernard).

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